Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 23 de mayo de 2011

Jeff Jones

Los griegos antiguos poseían una norma de vida que siempre me ha parecido tan admirable como difícil de seguir: “De nada, demasiado”. En la Universidad de Dios lo explican con un símil financiero. Dicen que cada vez que un ser humano nace en este mundo, los dioses abren para él una cuenta en el Banco Cósmico, conectada con las finanzas de vidas anteriores. Si uno lo ha hecho bien, llega a este mundo con una buena “herencia” o, mejor dicho, autoherencia en forma de virtudes, buena suerte, protección, etc; si uno lo ha hecho peor, llega con un puñado de deudas que se materializarán como defectos, desgracias personales, dificultades de todo tipo…; por lo general, llegamos con provisión variada, eso que llamamos karma tanto del bueno como del malo. Con independencia de lo que nos deban o lo que debamos, recibimos nuestro saquito de monedas cósmicas y tenemos que decidir cómo las gastamos.

El ideal griego resumido en la sentencia antes citada implicaba el ejercicio de la moderación y de la prudencia para poder tocar todos los palos posibles en la vida (y aprender de ellos) distribuyendo ese dinero tan especial con la mayor perspicacia posible. Digamos, simplificando mucho, que uno llega con 10 monedas cósmicas y podría dedicar 2 a la salud, 2 al amor/sexo, 2 al trabajo/dinero, 2 a la sabiduría y 2 a los amigos/aficiones. Así tendría una vida relativamente tranquila y equilibrada, aunque sin destacar en nada. Más corriente es encontrar cosas del estilo 3 al trabajo, 4 al dinero, y 3 al sexo, lo que se materializaría en el caso del típico “triunfador” que dispone de mucho dinero y satisfacciones placenteras pero con problemas constantes de salud (o quizás una muerte temprana por infarto o alguna otra enfermedad) y desde luego una vida personal poco satisfactoria y fructífera en lo interno. También tenemos otros ejemplos como el del tipo 3 amor/familia, 3 a los amigos/aficiones, 2 al trabajo/dinero y 2 a salud. Ahí aparece el clásico vecino amistoso y familiar, buena gente pero de clase media, que el sistema nunca considerará un elemento “importante”.

Lo corriente en el reparto del Dinero Cósmico es el desequilibrio y, de hecho, cuanto mayor impacto y éxito social, político, económico e incluso histórico aspire a tener una persona más claramente se ven los resultados a tenor de cómo invierte. Por ejemplo, Alejandro Magno conquistó el mundo y fue por ello temido y envidiado, pero murió con sólo 33 años, falto de amor y muy probablemente asesinado. Podríamos adjudicarle tal vez un 7 al trabajo (en su caso, el trabajo de conquistador) y 3 a amigos (sus generales y soldados, que le adoraban), aunque ahí se agotó su crédito. Es un ejemplo entre muchísimos de gente que apostó la mayor parte de su fortuna a la obsesión de su vida, con lo cual llegó tal vez muy lejos en ese camino pero se perdió todo lo que había en los demás caminos.

Otro ejemplo es el de Jeff Jones, que este fin de semana ha abandonado el mundo silenciosamente, tan silenciosamente como se fue apagando su magnífica estela artística, combinada con una vida torturada que convirtió sus últimos años, castigados además por el enfisema y una severísima bronquitis, en cualquier cosa menos una vejez agradable. Jeffrey Jones, Jeffrey Catherine Jones desde que tomó la sorprendente decisión de cambiar de sexo ya a una edad, fue uno de los mejores dibujantes de comic e ilustradores de todos los tiempos (o al menos así me lo parece a mí) aunque paradójicamente él nunca vio la historieta más que como un mero campo de experimentación además de un trabajo alimenticio, puesto que estaba obsesionado con el Arte con mayúsculas. En el fondo, y así lo sugirió en diversas entrevistas, hubiera deseado ser un pintor clásico: un Rembrandt, un Vermeer..., tal vez un Alma Tadema. El no haber llegado a serlo acabó por desquiciarle. Y ello a pesar de cómo se entregó durante la mayor parte de su existencia al dibujo ya que, como en el caso de Alejandro y salvando las comparaciones, podemos pensar que dedicó tal vez 7 de sus monedas cósmicas al desarrollo de su don artístico.

Nacido en Atlanta en 1944, su infancia como la de tantos otros niños de la época en los Estados Unidos fue fácil presa de las obsesiones científicas relacionadas con el espacio: desde los avistamientos masivos de Ovnis hasta el temor de las películas del momento por las invasiones extraterrestes pasando por la carrera espacial que culminaría más tarde en las misiones lunares. Su interés por todos estos asuntos le llevó a estudiar Física y Geología aunque al final acabó decantándose por trabajar en lo que mejor se le daba: el dibujo. Tras unos inicios duros en Nueva York, consiguió su primera oportunidad en la empresa Gold Key donde tuvo ocasión de ilustrar historietas de Flash Gordon, Mandrake y The Phantom (a éste último, en España le conocimos como El hombre enmascarado). 
En 1971 comenzó a publicar en el National Lampool su primera obra importante: Idyl, una fascinante y enigmática mujer que, como muchos de sus personajes, encerraba varias lecturas aunque la primera impresión para el lector era la de un auténtico derroche de sensualidad, morbo y elegancia, muy pocas veces lograda en un comic. Resulta realmente paradójico que Jones acabara cambiando de sexo cuando fue precisamente uno de los autores que, como hombre, fue capaz de plasmar con mayor habilidad y precisión el poderoso e irracional atractivo de lo femenino, con sus distintas capas de profundidad (o a lo mejor es que acabó tan identificado con ello que terminó sufriendo una crisis de personalidad y decidió tratar de encarnar las figuras que tantas veces plasmó sobre el papel).

 
El éxito de Ydil le permitió trabajar para diversas revistas y colaborar con otros colegas de proyección en aquel momento como Berni Wrightson para el que, por ejemplo, entintó el primer episodio de su versión de La cosa del pantano. Comparado con Frank Frazetta, sin duda el más grande de su generación, tuvo que adaptar su estilo al de éste por petición expresa de sus editoriales (sobre todo en las obras de fantasía heroica y ciencia ficción) aunque con el tiempo acabó consolidando el suyo propio, más etéreo y delicado que el viril y nietzscheano trazo de Frazetta. Su progresión posterior le permitiría incluso ser invitado a Europa, España incluida, para vender sus obras.


En 1976 funda un auténtico grupo de superhéroes del tebeo que revoluciona el sector en muy poco tiempo: Studio, compuesto por el propio Wrightson, Barry Windsor-Smith, Mike Kaluta y él mismo. Ese mismo año regresó a Europa para recoger en la Feria del Comic de Lucca el premio Yellow Kid al mejor autor extranjero y allí, ante un público entregado, explicó en una conferencia lo que a él le interesaba: no el comic exactamente, sino el arte, que según su experiencia era una vivencia similar a la de los antiguos griegos poseídos por las musas. Así lo reflejaban sus propias palabras: "La creatividad aparece a menudo cuando no creo no estar preparada para ella, incluso mientras duermo, y cuando despierto muchas veces sé con exactitud cómo va a quedar la obra en concreto, cuál va ser el resultado final de la idea plasmada sobre el lienzo."


Ya entonces empezaba a volcarse en la pintura y la ilustración pura y dura, incluso empezó a tontear con la escultura, más que en el comic, que fue dejando progresivamente a pesar del encargo recibido en 1981 para iniciar una nueva serie llamada I'm age (Yo soy el tiempo) que aparecería inicialmente en Heavy Metal. Tras cambiar de sexo en los años 90, Jones (que siempre sufrió una inestabilidad interior que le condujo a diferentes depresiones) padeció en 2002 una crisis nerviosa de tal calibre que llegó a ingresar en un psiquiátrico donde permaneció unos seis meses. La situación llegó a ser tan grave que se vio obligado a malvender todos sus bienes (desde su casa hasta el último de sus bocetos) para hacer frente a los elevados honorarios de sus tratamientos médicos. Posteriormente y según el mismo reveló en su página web, se vio obligado a vivir en unos pisos comunitarios para apoyo a enfermos mentales, sufragados por la sanidad pública. Nunca llegó a recuperar su estatus económico y profesional y, como antes apuntamos, su nombre fue apagándose lentamente lejos de los focos, como el cabo de una vela, hasta su reciente y definitivo adiós.


"Me gusta vivir en soledad", dijo en una de sus más conocidas entrevistas. Y también una frase que sirve como referencia, aún hoy, a todos aquéllos a los que nos gusta el arte y, en especial, el arte del dibujo: "Ninguna pieza de arte se puede considerar nunca como fallida, porque nunca es menos de lo que ya era cuando empezaste con ella".

Feliz viaje a las estrellas, Jeff: espero que allí encuentres mayor sosiego que el que tuviste en esta vida. 





 
  

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