Pocos nombres más onomatopéyicos conozco en el Atlas que el de Krakatoa, la famosa isla volcánica que se hizo tristemente famosa en el mundo entero a raíz de las erupciones del verano de 1883. Ubicada entre Sumatra y Java, en uno de esos antiguos confines donde los barcos de los piratas malayos y la Compañía de las Indias se cosían a tiros y sablazos periódicamente, algo bajo la Tierra tembló se resquebrajó y estalló en una erupción colosal que generó el mayor tsunami nunca visto hasta entonces (al menos en tiempos modernos) con olas de hasta ¡40 metros de altura! Como para surfear eso...
Un detalle nos hará comprender de inmediato la violencia de semejante fenómeno: uno de los buques afectados por la catástrofe fue el barco de guerra alemán Berout que en aquellas fechas estaba anclado en Sumatra. El maremoto lo arrojó en medio de la jungla tropical, a unos cuatro kilómetros de la costa. Los
expertos calculan que la explosión volcánica definitiva desplegó una energía de un par de centenares de megatones. Para que nos hagamos una ligera idea, eso es unas diez mil veces más fuerte que la de la bomba atómica de Hiroshima. Tan poderoso fue el mazazo físico que los últimos estudios calculan que fue sentida aproximadamente en un diez por ciento del planeta (ciudades como Roma, París y hasta Nueva York contemplaron cielos "extraños" aquellos días), en especial en la zona de Asia más directamente afectada donde se cree que fallecieron cerca de cuarenta mil personas. El ruido fue tan espantoso que pudo ser escuchado hasta en Australia, a unos 3.500 kilómetros de distancia, y de hecho está considerado como el sonido más ruidoso registrado en la Historia conocida. Todavía tres años después del cataclismo, los viajeros podían describir espectaculares amaneceres y crepúsculos por culpa de la refracción de los rayos del Sol en las partículas de ceniza que llegaron a alcanzar hasta 80 kilómetros de altura y a pesar del tiempo transcurrido seguían suspendidas en el aire.
Antes de la catástrofe, Krakatoa era el conjunto de tres islas principales: la que llevaba ese nombre, con un área de nueve kilómetros de largo por cinco de ancho, junto con Lang (hoy Panjang) y Verlaten (hoy Sertung), además de un islote llamado Poolsche Hoed y varias rocas más. Mucho de ese territorio fue devastado y la misma isla de Krakatoa fue tragada por el océano aunque en 1927 nuevas erupciones volcánicas hicieron surgir del fondo marino el bautizado como Anak Krakatoa o Hijo de Krakatoa. La isla sigue creciendo a día de hoy, elevándose sobre el nivel del mar, a unos cinco metros de altura por año. Quién sabe cuánto tiempo tardará en alcanzar el tamaño de su padre y fenecer tal vez de la misma forma. De momento, está deshabitada.
La historia del Krakatoa es la más espectacular y también la más célebre (aparte de la más terrible) entre las muchas que se pueden contar sobre las erupciones del archipiélago indonesio que, no por nada, está ubicado en el llamado Anillo de Fuego del Pacífico: allí se registran cada año unos 7.000 terremotos, muchos de ellos acompañados por erupciones volcánicas y tsunamis. La cifra oficial de volcanes activos ahora mismo es de 129. La última gran catástrofe de la que tenemos noticia hasta ahora es la provocada por el volcán Merapi, en Java y muy cerca de la ciudad de Yogyakarta, que el año pasado dejó más de 300 muertos.
En tiempos pasados, un desastre natural de estas características era motivo suficiente para convencer a cualquiera (incluso a los naturales del lugar) para no volver a pisar las tierras que lo habían sufrido durante mucho, mucho tiempo, por temor a que la catástrofe se repitiera estando allí de paso. Eso perjudicaba al comercio y, más cerca de nosotros en el calendario, al turismo. Sin embargo, algo está cambiando en la mente de los viajeros contemporáneos, una parte oscura y retorcida aflora cada vez con más fuerza hasta apoderarse de su voluntad cuando resulta que los turistas ya no quieren ir a Indonesia para disfrutar de sus magníficas playas, sus lujuriosos paisajes y su cultura exótica..., sino para desplazarse a los lugares arrasados por terremotos y erupciones.
Suena increíble, pero así es. Son ya decenas, pronto serán centenares, los turistas que diariamente se pasean por la zona arrasada por el volcán Merapi para vivir in situ la "aventura" de contemplar personalmente las consecuencias de la furia de la Naturaleza: disfrutan viendo los restos de las casas quemadas, escuchando los relatos de terror de los lugareños que sobrevivieron o comprando souvenirs como camisetas con imágenes de la erupción o DVDs con las secuencias más drámaticas... Y en Banda Aceh, que en 2004 certificó la muerte de al menos 164.000 personas por culpa del pavoroso maremoto que azotó el norte de la isla de Sumatra, incluso han construido un museo para este tipo de turistas que exhibe un simulacro del tsunami. También se puede recorrer la zona "a la caza" de restos de la tragedia que aún sobreviven como esta especie de "torre de Pisa" a la indonesia que vemos arriba a la izquierda.
Como es "lógico", el Anak Krakatoa también está siendo explotado (valga el juego de palabras) de esta forma. Son numerosas las embarcaciones fletadas por agencias de viajes locales que cargan a los turistas y, tras poco más de una hora de navegación, los aproximan hasta unos 300 metros de la peligrosa isla. Está estrictamente prohibido desembarcar en ella, así que la ruta por el volcán dura una media hora que según las autoridades no es peligrosa "siempre que se cumplan las normas de seguridad" y por supuesto se viaje en épocas de inactividad. Pese a todo, un turista norteamericano murió allí en 1994, en la última erupción conocida.
Este turismo peligroso no es, en realidad, nuevo. Ya tras las guerras de los Balcanes que sellaron la destrucción del artificial Estado de Yugoslavia en los años noventa del siglo XX se recibieron las primeras noticias de la existencia de estos buscadores del morbo que iban a disfrutar del panorama de miseria, destrucción, violencia y muerte generado por la guerra en ciudades destrozadas como Sarajevo. ¿Que oscuro mecanismo en el alma de un ser humano puede conducirle a pasarlo bien con este tipo de viajes? Recordemos: no se trata de personas que van a los países que sufren catástrofes a ayudar o colaborar en la medida de lo posible, como sucede con las unidades militares o de bomberos de emergencia o con los miembros de ONGs, sino de gente acomodada en su país de origen que va "a pasarlo bien" contemplando la tragedia ajena. ¿No resulta repugnante?
Linda nota. Quizás te interese saber que Kant escribió al respecto de este sentimiento: http://es.wikipedia.org/wiki/Sublime
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