Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 11 de abril de 2011

Mejor unidos que separados


Una encuesta publicada a principios de este mismo mes muestra el lento pero progresivo crecimiento del número de ciudadanos ibéricos que están a favor de volver a unir políticamente las dos naciones que en este momento ocupan la vieja península europea donde todo comenzó, hace ya tanto tiempo que nadie lo recuerda: España y Portugal. De momento, es mayor el numero de portugueses (más de un 46 por ciento) que el de españoles (casi un 40 por ciento) partidarios de este hermanamiento que no solo existió de facto en algunos momentos de la Antigüedad (recuerdo lo bien que lo pasamos en Lusitania acosando y volviendo locos a los invasores romanos, aunque al final su maquinaria bélica fue superior a nuestro entusiasmo y acabaron ocupando la piel de toro y, como buenos parricidas que fueron, destruyendo la civilización de donde habían mamado) sino que ha caracterizado la proyección histórica de ambos. Por citar un solo pero contundente ejemplo: la exploración, conquista y colonización de América.

Esta encuesta ha sido publicada por la Universidad de Salamanca con el apoyo del Centro de Investigación y Estudios de Sociología de Lisboa, y, si se compara con los sondeos realizados en los años precedentes, resulta bastante clara. En 2009, cuando se realizó por vez primera, los partidarios de unificar ambos países era de poco menos del 40 por ciento en el caso de los portugueses y el 30 por ciento entre los españoles. Es cierto que las cifras de apoyo no superan aún la barrera del 50 por ciento pero los partidarios de la unión ibérica ya son más que los detractores, si bien sigue existiendo un amplio margen para los indiferentes (en torno a un 40 por ciento de españoles y un 26 por ciento de portugueses). Crear un único Estado Ibérico implicaría compartir entre otras materias sectores como política exterior, seguridad y defensa, aunque lo cierto es que ambos países ya practican similares medidas gracias a su mutua pertenencia a la Unión Europea. 


Respecto al tipo de Estado conjunto que sería necesario concretar, el sondeo elaborado desde Salamanca y Lisboa planteaba tres posibilidades. Puntuando de 0 a 10, la opción preferida en este momento es la confederación, al estilo de Suiza, tanto para españoles (5,5) como para portugueses (4,82). El Estado federal, como EE.UU., obtiene una puntuación más baja inferior al 5 en ambos países y el Estado unitario, al estilo de Francia, recoge una puntuación aún menor. Además, españoles y portugueses están de acuerdo en reforzar su colaboración: formar “una alianza estable como países ibéricos en la UE y América Latina" es aprobado con un 7,39 por los españoles y con un 6,15 por los portugueses. Y acordar “plenos derechos políticos a los ciudadanos de cada país residentes en territorio del otro" recoge puntuaciones similares. 

El profesor de la Universidad Complutense de Madrid Mariano Fernández asegurabra tras conocer estos resultados que "tanto españoles como portugueses ganarían con algún tipo de integración” si bien estamos ante “un problema que está en la cabeza de la gente pero no en la agenda política". Y he aquí precisamente el quid de la cuestión: los intereses de la gente, del ciudadano común, van por un lado mientras que los de la cada vez más desprestigida clase política (en España considerada como el tercer problema más grave para los ciudadanos, tras el paro y la situación económica general, según los últimos barómetros del Centro de Estudios Sociológicos) van por derroteros diferentes. 

Mientras algunos polichinelas se hartan de pregonar que no todos los políticos son iguales y que los corruptos son los menos, la Prensa diaria se empeña en llevarles la contraria publicando día sí y día también datos sobre los constantes chanchullos e ilegalidades protagonizados por aquéllos que deberían ser los primeros ciudadanos en mostrarse honestos con la cosa pública. Hoy por hoy, el único partido que no sufre algún escándalo de corrupción es aquél que todavía no ha tocado poder en algún nivel de la Administración. El problema, por cierto, no es solo español: los últimos escándalos protagonizados por los eurodiputados en el Parlamento Europeo son bochornosos (desde la negativa a reducir sus privilegios en los billetes de avión que utilizan hasta el descubrimiento de esos europarlamentarios que "fichan" a primera hora del viernes en Estrasburgo para poder cobrar las dietas correspondientes y media hora después están ya en el aeropuerto o la estación de tren correspondiente para volver a su domicilio en su país).
 
Este fin de semana hemos vuelto a tener otra prueba del creciente divorcio de los políticos respecto al sentir popular de los ciudadanos a los que se supone que representan, con ese simulacro de referéndum de independencia (camuflado con los términos de consulta soberanista o de autodeterminación, que parece que suena menos duro) organizado por un grupo reducidísimo pero muy chillón de gentes que sin oficio ni beneficio pretenden vivir a costa de sus conciudadanos fundando su propio e independiente nuevo cortijo. El problema fundamental no son los verdaderos independentistas sino los oportunistas que llenan las filas de partidos pretendidamente responsables como Convergencia y Unión, cuya hipócrita y vergonzosa forma de actuar con este asunto durante los últimos meses les ha convertido en el hazmerreír de la política catalana por su desbordante incoherencia. Ahí está por ejemplo el principal dirigente de CiU, Artur Mas, actual presidente autonómico o regional de Cataluña, que votó a escondidas y sin fotógrafos delante en esta consulta tan no vinculante como políticamente ilegal. De esta manera pudo sacar pecho independentista ante sus "colegas" de aquelarre político mientras la opinión pública no se enteraba (o eso creía él: parece mentira que a estas alturas de la aldea global, nuestros dirigentes sean tan cortitos como para no darse cuenta de que todo se acaba sabiendo en la Red).

El simulacro de referéndum independentista culminaba el domingo en Barcelona después de ¡¡¡cuatro meses!!! de propaganda de campaña con votaciones en distintas poblaciones catalanas (la inmensa mayoría de los que participaron lo hicieron, claro, a favor de la separación de España: en el "censo electoral" figuraban desde menores de edad a extranjeros residentes temporalmente en la zona pasando incluso por inmigrantes ilegales, lo que da una idea de la seriedad de la plataforma que organizó este show de títeres). Y después de esos cuatro meses, sólo consiguieron la participación de ¡¡¡un 18,14 por ciento!!! de la población. Un 18,14... 

Según los organizadores, esto es "un hecho histórico" que "nunca, ni en el más remoto de nuestros sueños, habíamos imaginado conseguir". Por ese motivo, dirigentes del nacionalismo catalán, incluyendo CiU, aseguraban que "asumiremos la bandera de esta reivindicación" porque "el pueblo así lo quiere". Veamos, mi formación en esta reencarnación es de Letras Puras (Latín y Griego) pero sé las suficientes matemáticas para deducir que si el 18,14 por ciento de los barceloneses están a favor de la secesión, ¡el 81,86 por ciento está absolutamente en contra! A no ser que consideremos ese 18,14 como los verdaderos barceloneses, el verdadero pueblo, frente al 81,86 de advenedizos que dicen ser catalanes pero vaya usted a saber de dónde son realmente. Este razonamiento me suena a un tipo de pensamiento muy poco democrático, por decirlo con cierta finura...

  La poca vergüenza de Mas y los suyos se verá reflejada con mayor crudeza este próximo miércoles en el Parlamento Autonómico de Cataluña, donde los independentistas presentan una Ley de Independencia en toda regla a la cual CiU ya ha dicho que no piensa apoyar y que por tanto no saldrá adelante. Claro, una cosa es jugar con fuego y otra muy diferente atreverse a tomar la antorcha en las manos..., aunque los niños no deben jugar con las llamas pues es bien sabido que tarde o temprano acaban quemándose (o haciéndose pipí, que es más humillante).

 No deja de ser chocante que precisamente sea entre los más españoles de los españoles (los vascos, en cuya tierra comenzó la historia de España, y los catalanes, hijos primogénitos de los vascos que, bajando por el Ebro, llegaron hasta el Mediterráneo, según ha demostrado una y mil veces un viejo conocido nuestro, el filólogo y prehistoriador Jorge María Ribero Meneses) donde haya prendido con más fuerza el fanatismo independentista del siglo XX que ha llevado a tantos a renegar de su propia herencia histórica, ¡de la que descienden el resto de españoles! Y es que una de las características que mejor define al español medio es la tendencia a criticar y arrastrar por el lodo a su propia patria (a no ser que en ese momento aparezca una persona de otro país, un francés o un inglés por ejemplo, y se sume alegremente a la crítica: en ese caso el extranjero observará asombrado cómo cambia de inmediato la postura del español y éste empieza a defender a su país, al que sólo él tiene derecho a criticar).

Mi gato Mac Namara dice que los que gobiernan de verdad el mundo (no los papanatas que aparecen todos los días en la televisión y en los periódicos) emplean una estrategia diferente para controlar cada nación, basada en una palabra concreta. Por ejemplo, en Alemania se aplica la Culpa, con mayúsculas. Los alemanes, siempre tan moralistas, tan rectos, tan empeñados en hacer bien las cosas, tan místicos incluso, no soportan que alguien les saque los colores, les diga que no han sido todo lo buenos que se esperaba de ellos, hablen mal de su proceder... Así que se les controla con la culpa. A la Alemania de principios de siglo XX se le culpaba de querer crear un imperio para gobernar el mundo (y curiosamente quienes le culpaban de ello era los que de verdad tenían imperios y lo estaban gobernando de hecho: Reino Unido y Francia) y a la de finales del XX y principios del XXI se les culpa por el régimen nazi y lo que les pasó a los judíos (a buenas horas les preocupa a los rusos que alguien les recuerde que Stalin mató muchos más rusos -judíos incluidos-, o a los belgas que su rey Leopoldo mató a todos los congoleños que mató..., porque como dice mi gato conspiranoico cada país tiene su idiosincrasia y su tecla para manejarlo: su fórmula mágica).

En el caso español, la palabra es División. Divide y vencerás. El orgullo y la envidia son los principales pecados capitales de los españoles: todos y cada uno de ellos se creen los mejores y los más dignos de encabezar cualquier proyecto, al mismo tiempo que nunca se conforman con lo que tienen sino que siempre quieren más (a ser posible, más que el vecino). Así que hay que fomentar la división..., pero sin permitir que ésta se materialice, para que la tensión se mantenga perpetuamente y frustre todas las expectativas. Una España sin Cataluña o sin alguna otra región que quisiera escindirse, no se hundiría. Todo lo contrario: libre de independentismos estaría mucho más unida entre sí, y por tanto se fortalecería y crecería hasta límites impensables (aunque siempre por debajo de aquéllos a los que puede llegar si consigue mantenerse unida como hoy, o incluso crecer junto con Portugal). Y eso "no se puede permitir" según Mac Namara, porque podría quedar fuera de control. Entonces, el truco es mantener el juego indefinidamente, al estilo CiU: hoy me voy, hoy no me voy.

El antídoto contra la corrupción política lo cantó hace años el dominicano Juan Luis Guerra en una de sus preciosas letras: se trataba de "sembrar banderas en los corazones". Pero en nuestra decadente cultura contemporánea el concepto de la bandera (como el de la patria y otras palabras que antaño simbolizaban valores mucho más importantes de lo que las mezquinas mentes de hoy son capaces de imaginar) suena caduco, populista y, naturalmente, peligroso para los que se benefician del actual statu quo.

1 comentario:

  1. No se quien escribe esto, pero he lesido solo un par de articulos y en mi opinion deberias documentarte aunque fuera solo un poquito porque desde luego no tienes ni idea de lo que hablas ;)

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