Los diversos niveles de la Administración invierten cada año sumas fabulosas de dinero en publicitar campañas contra el consumo de drogas, poner en marcha talleres con exdrogadictos o personas en riesgo de caer en este vicio, desplegar expertos en colegios de toda España, desarrollar tratamientos médicos especializados para los afectados..., y muchas otras actividades destinadas todas ellas a concienciar a la población en general del peligro de los estupefacientes y a combatirlo en la medida de lo posible. Hoy es prácticamente imposible encontrar a una sola persona que no tenga acceso regular a los medios de comunicación y un mínimo de raciocinio que no sepa que la ingesta de cualquier tipo de droga (sí, incluso del en apariencia "inocente" hachís) lleva aparejado serios riesgos para la salud. ¿Lo es?
En principio depende de a lo que llamemos droga. La mayoría de las personas asocia el término con preparados notablemente dañinos y/o con gran potencial de adicción, como la heroína o la cocaína. Droga-adicción o, por síncopa, drogadicción es la dependencia enfermiza, física y psíquica, de sustancias de este tipo que afectan a las funciones cerebrales y también al sistema nervioso central y que producen alteraciones en la percepción de los sentidos, con todo tipo de consecuencias: desde euforia hasta depresión, desde alucinaciones hasta ralentización del tiempo pasando por la locura y, en última instancia, la muerte. Sin embargo, en Farmacología, se conoce como droga a "toda materia prima de origen biológico que permite directa o indirectamente elaborar algún tipo de medicamento sobre la base de un principio activo o sustancia responsable de la actividad de la droga". Es decir, desde un punto de vista técnico, una aspirina, un ibuprofeno o cualquier otra medicina de uso corriente es también una droga.
En la actualidad, existen varias formas de clasificar las drogas y la más habitual en ésta nuestra época ambigua en la que no se puede descalificar ni siquiera la actividad más perversa no vaya a ser que haya alguien en alguna parte que vaya a molestarse por nuestro juicio de valor es de acuerdo con los efectos que producen en el sistema nervioso central. Según esta clasificación, se puede hablar de tres tipos de sustancias: 1º) depresores o psicolépticos (que inhiben de manera anormal el funcionamiento del sistema nervioso central, como el alcohol, la heroína, la morfina, la metadona, las benzodiacepinas o los barbitúricos); 2º) estimulantes o psicoanalépticos (que activan exageradamente todo el sistema, como la cocaína, las anfetaminas, la nicotina, la teobromina, la cafeína o la teína); 3º) alucinógenos o psicodislépticos (que alteran el estado de conciencia y deforman la percepción como el LSD, la psilocibina, el peyote o las conocidas como drogas de síntesis).
Un dato especialmente interesante es el nivel de adicción que provocan. Curiosamente, la nicotina figura en primer lugar absoluto de la clasificación (de donde se puede deducir la dificultad de dejar el tabaco) y el valium o diazepam, esa "inocente" y "benéfica" pastillita con la que nos "relajamos" tan fácilmente ocupa la quinta posición, detrás del principio activo del cigarrillo, la metanfetamina fumada e inyectada y el crack.
Todo este amplio prólogo era preciso antes de enfrentar la siguiente información que no he visto haya sido difundida con demasiado interés por los medios de comunicación, a pesar de su importancia: el diez por ciento de la población española (¡Uno de cada diez ciudadanos, nada menos! ¡Eso supone casi cuatro millones y medio de personas!) está polimedicada o, lo que es lo mismo, toma más de seis medicamentos diarios. Aún más, el setenta por ciento de las personas mayores de 65 años (en este momento 17 de cada 100 españoles superan esta edad) también lo está. ¿No es una estadística brutal? Sobre todo, teniendo en cuenta que esconde otra aún mucho más alarmante, puesto que la polimedicación significa tomar varias medicinas cada día, pero sólo se considera en esta categoría a aquellas personas que toman un mínimo de media docena. ¿Cuántas hay que toman, por ejemplo, tres medicinas diarias, o cuatro, o cinco (o incluso una sola)..., pero no aparecen en la estadística?
Estos datos son oficiales y se han hecho públicos en una jornada bautizada Polimedicación y Envejecimiento organizada por el Ministerio de Sanidad y la Organización Médica Colegial (OMC) con la intervención del secretario general de Sanidad, José Martínez Olmos, el vicepresidente de la OMC, Ricardo Gutiérrez, y el tesorero de la organización, José María Rodríguez. Jornada en la que se ha advertido de que con la ingesta de tantos medicamentos diarios existe un riesgo serio de interacción entre ellos y, de hecho, según revelaba Martínez Olmos, cerca de un 30 por ciento de los casos que son atendidos en las urgencias de los hospitales españoles se debe al abuso de medicinas.
¿Necesitamos realmente tomar tantas medicinas? Nuestros antepasados no tomaban ni la mitad de la mitad de las que consumimos hoy para sobrevivir. Y las que utilizaban estaban basadas en hierbas naturales recogidas y preparadas por personas que con el tiempo fueron acusadas de "brujas" (y perseguidas y asesinadas) para eliminar la competencia de la reciente y corporativa profesión de cuidador-de-enfermos (atención, el negocio no está en curar a los enfermos, sino en cuidarlos: esto es, mantenerlos el mayor tiempo posible suspendidos en ese hilo delgado entre la enfermedad y la salud para entre tanto venderles nuestra atención y nuestros productos).
"¡Eh, oiga! Nuestros antepasados sufrían muchas más enfermedades y morían antes porque no tenían los niveles de protección médicos y el arsenal químico del que disponemos en la actualidad", dice el espontáneo de la tercera fila, levantándose indignado. ¿Seguro? ¿No sería más bien que sufrían esas enfermedades por las deficientes condiciones de alimentación e higiene, por no hablar de su constante reclutamiento para todo tipo de enfrentamientos bélicos? Y en cuanto a morir antes, ¿no estamos ante las mismas causas? Es posible que un griego antiguo o un hombre de la Edad Media tuviera una esperanza de vida de 30 años..., si pertenecía al pueblo normal y corriente. Si era un rey, un aristócrata, un funcionario o un religioso de alto nivel y podía evitar el riesgo de la guerra, llegaba a vivir tanto como cualquiera de nosotros, hombres contemporáneos. Y quizá más: en el Antiguo Testamento tenemos relatos claros acerca de los viejos patriarcas que llegaron al siglo de edad, y aún muchos más años, según los asombrados testigos de su propia época.
¿Qué se esconde entonces detrás de todo esto? Parece bastante evidente: la diferencia entre un "porro" o una "rayita" y un comprimido cualquiera recetado por nuestro médico de cabecera o por el especialista no es, después de todo, más que una cuestión de legalidad. Alguien decide que unos productos pueden estar a libre disposición y otros no (porque de esta manera se pueden amasar grandes fortunas con la compra-venta de la sustancias ilegales), pero la mayoría de ellos (probablemente todos, en las dosis adecuadas) resultan con el tiempo adictivos. Y por tanto son un gran negocio por partida doble: 1º) ayudan a mantener bajo control a la sociedad (que reclama estas sustancias, no puede prescindir ya de ellas) y 2º) genera inmensas cantidades de dinero al vender los distintos tipos de medicamento (para la gripe, para el dolor de espalda, para las hemorroides, para la astenia, para las jaquecas, para el síndrome postvacacional y para lo que haga falta).
Y cuanto antes enganchemos al ciudadano, mejor. Oficialmente, la polimedicación va acompañada de la edad y el deterioro físico por culpa del cual se generan diversas dolencias que es preciso tratar de forma crónica. Pero el enorme negocio que se esconde detrás de esta práctica de hacer ingerir a la población medicinas como si fueran gominolas o caramelos de menta se siembra ya en la infancia... Como lo demuestra el primer formulario universal estandarizado de medicamentos para niños de entre 0 y 12 años que hoy mismo ha presentado la Organización Mundial de la Salud (OMS). Se supone que es un texto informativo acerca de cómo usar ¡más de 240 fármacos "esenciales" (lo siento, pero no me creo que un niño, ni ningún ser humano normal, precise 240 medicinas básicas diferentes)! para el tratamiento de enfermedades y dolencias. En realidad, es una guía de cómo recetar más medicinas a los niños de las que ya se les receta hoy día e incrementar el negocio farmacéutico. Y cómo hacerlo con seguridad para evitar los riesgos de la polimedicación, ya que la OMS explica que hay fármacos tan comunes como el ibuprofeno que provoca efectos negativos si se combina con 21 de los medicamentos "esenciales" incluidos en este documento.
Reflexionando sobre esto podríamos llegar a conclusiones interesantes del porqué de la cruzada emprendida por la grandes industrias farmacéuticas con el apoyo de la OMS y otras instituciones públicas contra las nuevas "brujas". Es decir, contra todas aquellas personas que practican y aplican la medicina natural, la homeopatía y otras prácticas de salud alternativas que han demostrado su eficacia en no pocas ocasiones pero a las que se les sigue negando el pan y la sal, acusándoseles de superchería y "esoterismo" barato y a las que se fríe a leyes e impuestos para dificultar y, a la larga, aniquilar su actividad.
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