Estamos casi en luna llena, la luna llena de San Juan (estará plena el próximo sábado día 26), una de las dos fechas principales en los calendarios de todas las civilizaciones, en torno al solsticio de verano (para nadie es un secreto que la otra es el solsticio de invierno: lo que desde unos dos mil años a esta parte venimos llamando Navidad, aunque antes tuvo otros nombres como, por ejemplo, Yule). En esta época resulta especialmente interesante tumbarse en la noche clara para contemplar con calma esa especie de queso de plata suspendido allí arriba, sobre nuestras cabezas, observándonos en silencio y tal vez sonriendo en su discreción ante nuestra ignorancia acerca de lo que ella es, en verdad. Porque, como suele suceder cuando tenemos algo constantemente delante de nuestras propias narices, estamos incapacitados para ver lo que el cuerpo celeste más famoso por estos pagos (después del Sol) nos muestra con su sola presencia. Y eso que nos muestra se puede resumir en una sola palabra: misterio.
Para la inmensa mayoría de las personas, la Luna no es más que el satélite natural de la Tierra, que está allí desde tiempos inmemoriales, que influye sobre las mareas de nuestro planeta (y sobre los licántropos y naturalmente los lunáticos) y que posee un ciclo de fases de 28 días gracias al cual el ser humano compuso sus primeros calendarios. Se supone que es un cuerpo muerto, aunque en los últimos tiempos la NASA ha reconocido haber encontrado indicios de agua, y que no debe tener demasiado que ofrecernos si tenemos en cuenta que a mediados del siglo XX las dos superpotencias de entonces, EE.UU. y la URSS, libraron una llamada "carrera espacial" para ver quién llegaba allí antes (que habrían ganado los norteamericanos) y después de gastar un montón de esfuerzos y dinero, y las vidas de más de un astronauta, la dejaron allí olvidada para no volver jamás.
Se supone.
Dos científicos rusos (soviéticos, en aquella época) plantearon no obstante en los años sesenta del siglo pasado una serie de enigmas estrictamente científicos que, por increíble que parezca, medio siglo después y a pesar del avance de todas las ramas de la ciencia incluida la aeroespacial hemos sido incapaces de resolver. Enigmas que apuntalan con una solidez inquietante la hipótesis de que la Luna no es un satélite natural. Mijail Vasin y Alexander Sherbakov señalaron con rigor impecable una serie de claras anomalías respecto al comportamiento y la misma existencia de nuestro satélite, hechos de difícil encaje que posteriores investigaciones de otros expertos tanto de su país como de otros lugares del mundo han sido incapaces de explicar. O quizá no les han dejado hacerlo. Son los siguientes:
La Luna parece un satélite de diseño, pero de diseño de mesa de un superingeniero espacial. Su tamaño es absolutamente desproporcionado respecto al resto de lunas de los demás planetas de nuestro Sistema Solar (y hay unas cuantas, mucho más pequeñas respecto a su planeta "anfitrión"), puesto que representa una cuarta parte del de la Tierra.
Además, está situada a la distancia exacta como para que desde aquí abajo la veamos del mismo tamaño que el Sol, siendo éste último mucho más grande y ubicándose mucho más lejos. Gracias a ello podemos contemplar regularmente un espectáculo único en nuestro Sistema: el eclipse total de nuestro astro rey. Parece una coincidencia demasiado asombrosa y lo cierto es que estadísticamente está casi fuera de análisis puesto que la probabilidad de que dos cuerpos tan diferentes y a distancias tan distintas nos ofrezcan semejante visión es de una entre diez seguido de casi cuatrocientos ceros (!).
Nadie sabe exactamente desde cuándo nos acompaña nuestro satélite ni cómo llegó ahí. La comunidad científica ha planteado tres teorías básicas para explicarlo, pero ninguna de ellas resulta satisfactoria: 1º) la Luna es un pedazo de la Tierra que se desprendió por alguna causa, quizá un choque con un cometa gigantesco, en un momento dado (las enormes diferencias en la naturaleza de ambos cuerpos invalidan esta tesis); 2º) la Luna se formó al mismo tiempo que la Tierra, procedente de la misma nube de gas cósmico (pero la objeción principal es la misma); y 3º) la Luna era un cuerpo errante que fue atrapada por la gravedad terrestre (pero en ese caso su órbita sería excéntrica o como mucho elíptica: no absolutamente circular y cíclica como sucede en realidad; además nuestro satélite es un cuerpo demasiado grande para haber sido capturada sobre la marcha por un planeta del tamaño del nuestro).
Uno de los discos más famosos de Pink Floyd es The dark side of the Moon (La cara oculta de la Luna) en referencia a uno de los hechos más conocidos acerca de ella..., tanto que hasta lo aceptamos ya como normal, sin plantearnos lo que eso significa. Nuestro satélite mantiene una sincronía perfecta, casi de cronómetro, en sus movimientos alrededor de la Tierra, de manera que siempre vemos la misma cara, da igual cuándo y desde dónde la observemos. No existe ningún otro punto del universo conocido en el que una luna se comporte de esa forma con su planeta. Ninguno. Por si fuera poco, la cara oculta posee mucha más cantidad de montañas, cráteres y accidentes geográficos que la cara visible, mientras que en ésta se agrupan el 80 por ciento de los llamados "mares lunares" o extensiones gigantes de lava endurecida.
Por lo demás, la densidad lunar media es del 60 por ciento respecto a la Tierra, pero no resulta uniforme. Es decir, hay zonas de la Luna que poseen mayor atracción gravitatoria que otras (este hecho planteó serias dificultades para trazar las órbitas de los ingenios espaciales, que debían recalcular constantemente el dato ante el riesgo de acabar estrellándose o saliéndose de la órbita), lo que plantea seriamente la posibilidad de que buena parte de su interior sea hueca. Los puntos con mayor atracción son conocidos como Mascones (del inglés Mass Concentration o Concentración de Masa). Una de las anécdotas más famosas de los viajes espaciales se refiere a la misión del Apolo XIII ("Houston, tenemos un problema..."). Para regresar a la Tierra cuanto antes y evitar así perecer en aquel complicado trayecto, los astronautas norteamericanos se vieron obligados a desprenderse con urgencia de una serie de fragmentos del cohete modular que orbitaba ya alrededor de la Luna. Estos pedazos cayeron sobre el satélite y el impacto produjo una resonancia muy particular que fue captada por los sistemas de medición de la NASA; una resonancia según testigos "muy semejante a las vibraciones de una campana".
Otro enorme misterio de la Luna son sus cráteres, tan característicos. Los hay de todos los tamaños y en distintos puntos de este cuerpo celeste y sabemos que están producidos por los meteoritos que se han estrellado y siguen estrellándose contra su superficie desde Dios sabe cuándo, ya que carece de la atmósfera protectora que sí tenemos en la Tierra y que se encarga de desintegrar literalmente casi todos los meteoritos que nos bombardean a nosotros. El interrogante es: ¿cómo es posible que esos impactos sean tan poco profundos? Los científicos han medido cráteres de hasta 150 kilómetros de diámetro que no superan los 4 kilómetros de profundidad (!) cuando deberían tener al menos 50. Esto es algo absolutamente imposible, a no ser que el satélite esté "forrado" con un auténtico "chaleco antibalas cósmico" imperceptible desde nuestra posición, que sea de una materia extraordinariamente resistente.
Si cada uno de estos hechos por separado resultan llamativos, entenderemos el porqué de que Vasin y Sherbakov llegaran a la conclusión al examinarlos todos a la vez de que la Luna es un colosal satélite artificial colocado en órbita por seres inteligentes pertenecientes a una antigua civilización (humana o no pero obviamente mucho más avanzada que la nuestra desde el punto de vista técnico), hace miles de años. Un satélite construido con planchas montadas de titanio o un material similar (es interesante ampliar la foto de la izquierda y observar la superficie lunar con detenimiento), lógicamente hueco para poder ser empleado en el futuro, cuyas entrañas albergarían interesantes sorpresas. Quiénes, cuándo, cómo y por qué la construyeron son planteamientos que a la fuerza se les escapaban. Como buenos científicos, sólo estaban en condiciones de recoger pruebas y luego intentar darles una explicación lógica.
Como es natural, la inmensa mayoría de los científicos no quiso saber nada (de manera oficial) acerca de sus conclusiones. Sin embargo, a día de hoy nadie ha resuelto los misterios señalados por Vasin y Sherbakov.
Interesantísima entrada, y fascinantes estos y muchos otros misterios que nos plantea la Luna.
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