Tras muchos años de estudio concienzudo del carácter de los españoles, he llegado a la conclusión de que su principal defecto psicológico es, sin duda, la envidia. La envidia constituye uno de los mayores lastres mentales que puede arrastrar una persona: un autohechizo que nos pone a nosotros mismos en un estadio inferior respecto a los demás (nadie envidia al que está más abajo o en peores condiciones) y boicotea inconscientemente cualquier objetivo que nos fijemos como meta. Es el peor de los llamados siete pecados capitales pues conlleva un importante sufrimiento no compensado por algún placer asociado (como el disfrute sexual en la lujuria, el gastronómico en la gula o el intelectual en la soberbia, la descarga física en la ira, el dolce farniente en la pereza o la acumulación de un “tesoro” en la avaricia).
La envidia se aprecia fácilmente cuando alguien destaca en cualquier actividad. En un país medianamente civilizado, los conciudadanos de la persona que ha alcanzado algún tipo de logro personal controlan su envidia sublimándola como admiración y como motivación para su propio progreso…, o simplemente apoyándole para obtener su propio beneficio del éxito ajeno. En España, lo sabemos bien, en cuanto alguien destaca vamos todos a por él, a degüello. Porque si ha conseguido algo sólo puede haberlo hecho gracias a que es un chulo, un recomendado o un suertudo (o las tres cosas a la vez) en el caso de ser un hombre y una prostituta (y nada más) en el caso de ser una mujer.
Establecido este punto, también he ratificado que la principal tara, esta vez física, de los españoles es la falta de memoria. Por algún motivo genético que se me escapa, los habitantes de la Piel de toro están dotados de una memoria RAM ridícula, limitadísima en comparación con la de cualquiera de nuestros vecinos europeos o de otros lugares del planeta. Esto a veces tiene alguna aplicación buena. Por ejemplo, es más fácil olvidar, en aras de la convivencia, las tragedias del pasado (al menos hasta que viene algún imbécil de la estirpe de Caín dispuesto a removerlas con el ánimo del y-tú-más escondido bajo palabras bonitas como solidaridad o justicia). Sin embargo, las pequeñas ventajas de poseer una tan minúscula capacidad para el recuerdo no compensan, ni mucho menos, las graves y trágicas consecuencias que para nuestro país (por lo demás compuesto en su inmensa mayoría por gentes que tienen otras virtudes pero a las que la lectura, el estudio y la investigación les importa un rábano) ha supuesto, y supone a día de hoy, esta triste deficiencia.
El ejemplo más evidente de todo esto es el absoluto desprecio que no sólo nuestra casta política sino el ciudadano medio muestra por la historia de España (por conocerla y por conservarla) cuando se da la circunstancia de que nuestra península es uno de los territorios más antiguos habitados por el ser humano, si no el que más (hablo del ser humano, no de cualquier hombre-mono perdido en la noche de los tiempos y presunto predecesor del verdadero ser racional), y en el que se han desarrollado muchos de los dramas (y comedias) de mayor importancia a lo largo de los milenios. Gracias a esa indiferencia y a su amiga la ignorancia, derivadas ambas de la tara de la escasa memoria a la que antes me refería, sinvergüenzas y caraduras siguen haciendo su agosto hoy en distintos puntos de España vendiendo a diversas “tribus” contemporáneas que su región o su comunidad autónoma no es “en esencia” española como demuestra su tocado característico en forma de barretina o de txapela o de lo que sea, sino que ha sido “conquistada” por los “colonos” españoles y es preciso liberarse de ellos y “volver” a ser “libres”. No hay nada más español que, siéndolo, declararse en contra de ello. Pero esto no es lo más importante. Lo verdaderamente esencial nos lleva mucho más atrás en el tiempo.
Países como Egipto poseen una gran riqueza arqueológica entre otras cosas porque existe un celo profesional por desenterrar los restos de sus antepasados, extraerlos y exponerlos, todo ello acompañado por un colosal aparato propagandístico que nos recuerda constantemente la existencia de una vieja civilización (más vieja y menos “egipcia” de lo que los egipcios actuales quisieran, pero ellos hacen muy bien esta labor publicitaria, sobre todo porque redunda en su principal “industria” fuente de divisas: la turística).
Sin embargo, en España, no sólo no se buscan y desentierran vestigios arqueológicos siendo como es un país con una riqueza excepcional en ese sentido (un país que, por citar un par de ejemplos que me vienen a la cabeza, cuenta con la ciudad habitada más antigua de Europa –Cádiz- y con los dólmenes también más antiguos probablemente del mundo –los de Antequera-) sino que, si surge algo, se destruye de inmediato para que no moleste a la edificación de la nueva fase de chalecitos o el negocio de turno y, lo que ya existe, ni se cuida ni se mantiene adecuadamente “por falta de presupuesto” (que se dedica a invertir en los chalecitos o el negocio de turno).
Los crímenes contra la verdadera Memoria Histórica de España que se han cometido en nuestro país no tienen nombre, aunque sí responsables directos, que pasean su analfabetismo cultural y su codicia propia de Tío Gilito con absoluta impunidad, precisamente porque los ciudadanos normales sufren esa amnesia de la que hablamos que les impide valorar de verdad la inmensa riqueza arqueológica que todavía hoy y aunque parezca increíble se esconde bajo nuestro suelo.
Los dos últimos (y escandalosos) casos que hemos conocido nos conducen a Galicia y a Cantabria. En el primer caso, a la parroquia de Burgueira, en Oia, donde su alcalde Alejandro Rodríguez, cuyo gesto de hombre cultivado se ve aquí al lado, ha demostrado ser un perfecto ejemplo de ese analfabetismo y esa codicia mencionados en el párrafo anterior. ¿Por qué? Pues porque una empresa agrícola llamada "Kiwi Atlántico" mostró su interés en montar en 18 hectáreas de superficie de este municipio un cultivo de kiwis. Cuando preparaban el campo para este objetivo, los conductores de la maquinaria pesada encargados de despejar la zona se toparon con unos valiosísimos grabados rupestres de forma circular bien conocidos por los expertos, que los tenían datados como una de las escasas muestras de petroglifos sobre xisto (una piedra pizarrosa que no abunda en la costa) y que entorpecían los trabajos. Con bastante más sentido que el tal Rodríguez, los operarios interrumpieron su labor y consultaron qué hacer y ¿qué dijo el alcalde? Que arrasaran "las cuatro piedras". Dicho y hecho: los grabados son hoy un montón de escombros. Cuando la delegación provincial de Patrimonio Cultural se enteró del asunto (tarde) abrió un expediente por lo ocurrido y ordenó la paralización de la plantación mientras investigaba el caso y ¿qué hizo el alcalde? Ignorar la orden.
La sentencia de Alejandro Rodríguez: "El único que puede paralizar esa obra es el alcalde (hablando en tercera persona de sí mismo, como Julio César) y no lo ha hecho porque Oia tiene que mirar al futuro, no al pasado, y unas piedras no pueden ser un obstáculo para que se pueda producir". ¡Unas piedras! Se podrá ser corto... ¡Segovianos, respirad tranquilos porque este tipo es alcalde de Oia y no de Segovia, que si así fuera el Acueducto habría desaparecido hace tiempo, con lo "molesto" que resulta ahí en medio de la plaza!
El segundo caso es aún más grave que el anterior y sus protagonistas son dos reconocidos advenedizos de la política nacional, sin categoría contrastada (como tantas veces han demostrado) para ejercer sus respectivos puestos a los que ambos llegaron de rebote: la actual ministra de Cultura Ángeles González Sinde y el presidente autonómico de Cantabria Miguel Ángel Revilla, a los que podemos contemplar en esta imagen con sus gestos de sesudos intelectuales.
Ambos son las máximas autoridades y responsables en España en lo que se refiere a la conservación de uno de los más grandes tesoros culturales de la Humanidad: las pinturas de las cuevas de Altamira (son los máximos responsables..., con excepción del jefe de gobierno y del jefe del Estado, pero da la impresión visto el silencio que guardan desde que se supo esta noticia de que a éstos dos últimos les sucede lo mismo que a la mayoría de españoles: su flaca y selectiva capacidad memorística les lleva a abstenerse de la labor de recuperación y protección de nuestra historia más antigua).
Pues bien, ambos han decidido incumplir su obligación y sacrificar las cuevas y sus pinturas al altar del dios-demonio Dinero (no en vano el presidente del Banco Santander Emilio Botín es uno de los impulsores directos del proyecto) reabriendo el lugar a las visitas públicas a pesar de que todos los informes de especialistas advierten contra ello y recomiendan mantener cerrado este sancta sanctorum del arte paleolítico (no estamos hablando de cualquier cosa: las pinturas de Altamira son la manifestación más antigua conocida de la civilización humana en Europa, quizá del mundo, miles de años anteriores a la presunta primera civilización mesopotámica) igual que lo ha estado durante los ultimos ocho años (incluso para científicos expertos en el área) como único medio de conservarlas para la posteridad. Y para que quede claro que el único interés de estos dos es el crematístico, con la presunta riada de dinero que ha de regar su región gracias al turismo, Revilla ha anunciado que el primero en visitar las pinturas una vez se abran de nuevo a las visitas sea... ¡El presidente de EE.UU. Barack Obama!
Si nuestros ancestros levantaran la cabeza... ¡Nuestros políticos construirían sobre sus tumbas una autovía de doble carril e iluminación halógena!
¡Menudo país de retrasados!
ResponderEliminarexcelente..!!!...aunque la envidia no es solo patrimonio de los españoles.....:-)
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