Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Agnotología

Robert Proctor, profesor de la Universidad norteamericana de Historia de la Ciencia en la siempre motivadora universidad de Stanford, publicó en 2008 junto con su mujer Londa Schiebinger un libro muy interesante titulado Agnotology: the making and unmaking of ignorance (Agnotología: la construcción y destrucción de la ignorancia) a propósito del cual la revista Muy interesante publicó una de las entrevistas más interesantes (valga la redundancia) que han aparecido en sus páginas a científicos contemporáneos, por lo general muy monocordes en la defensa de sus dogmas y fanatismos redactados en manuales universitarios que en el fondo no se diferencian tanto de los que siglos atrás poseían los inquisidores, ya que no se les puede tocar ni una coma en las teorías vigentes.

Proctor es uno de esos tipos extraños al que merece la pena escuchar porque su postura ante el mundo es verdaderamente científica: abierta a cualquier posibilidad y a la experimentación personal para la comprobación de los hechos y las leyes en el mundo que nos rodea. Él define la agnotología como el estudio de la política de la ignorancia (y cómo ésta se genera activamente a través de políticas deliberadas, empleando datos científicos para defender lo indefendible) y asegura que empezó a documentarse al respecto por la atracción que para él supone la combinación de la ciencia con la política y la ética. Sus investigaciones le permiten analizar tanto los problemas actuales como los del pasado. Como él bien dice: "me sorprende que la gente no sea curiosa, me educaron para pensar que la vida consiste en hacerse preguntas constantemente y darse cuenta de que siempre hay más cuestiones por resolver". ¡Exacto, amigo: ésa es la clave! Sin embargo, él mismo también ha demostrado con sus estudios cuál es el gran problema y es que hoy ya no se educa a la gente para hacerse preguntas sino para todo lo contrario: obedecer, y hacerlo con las anteojeras bien puestas.

Lo sé muy bien. Parte de mi trabajo desde hace años pasa por la formación de becarios como futuros periodistas y es asombroso (y verdaderamente triste) constatar el bajón de año en año en las sucesivas generaciones. Y, como diría cierto formador que conozco, no es una cuestión de aptitud, sino de actitud. Atención al cambio de una sola letra. No se trata de que los jóvenes periodistas (o científicos, o políticos, o lo que sea) no sean aptos para desarrollar un trabajo pues al principio nadie lo somos: todos hemos tenido que colocarnos la L de Learning (Aprendiendo) como los conductores novatos, hasta llegar al nivel que exige el mercado para catalogarnos como trabajadores mínimamente preparados. No es eso, entonces, sino la actitud: el afán de querer hacer cosas nuevas y diferentes, de preguntarse por qué el mundo funciona así y si sería posible que lo hiciera de otra manera, y si podríamos ser nosotros quienes lo cambiáramos, el plantearse retos a uno mismo para ver hasta dónde uno puede llegar... Cada vez es más difícil encontrar personas (ya no me limito a los jóvenes, aunque en teoría debería ser más fácil al comienzo de la vida laboral, cuando se supone que no estamos todavía tan rígidamente condicionados por las circunstancias empresariales y las responsabilidades personales) con la disposición precisa.

He aquí tres de las ideas más destacables de la entrevista que publicó Muy Interesante con Proctor:

* "La 'fabricación de ignorancia' es un fenómeno frecuente" en nuestro mundo contemporáneo en el que encontramos gente que "ha desarrollado y perfeccionado durante mucho tiempo las técnicas de fabricación de dudas, que después se han exportado a otros sectores. Hay cientos de empresas que hoy usan estrategias de confusión con la intención de minimizar sus riesgos económicos. Una de sus metas es cuestionar los datos proporcionados por las estadísticas".

Proctor cita por ejemplo a la industria del tabaco (donde está calificado como persona non grata puesto que fue el primer científico que destapó seriamente sus tejemanejes propagandísticos) y también la polémica del calentamiento global, pero se puede aplicar prácticamente a cualquier área del conocimiento pues es bien sabido que casi cualquier estudio de la realidad puede presentarse ante el público como algo positivo o como algo negativo según se resalte un aspecto concreto del mismo y se calle otro. Cualquier periodista con un mínimo de años de profesión puede relatar sus propias experiencias acerca de la forma en la que la industria manipula una serie de datos concretos para apoyar sus tesis, y sus productos, y cómo él mismo ha colaborado en ello. Me viene a la mente por ejemplo el caso de cierta empresa farmacéutica que organiza anualmente (no es la única: todas, a partir de cierto nivel, lo hacen) un viaje de lujo a un país caribeño con periodistas españoles con un mínimo de influencia para presentar allí sus nuevas y revolucionarias medicinas cura-lo-que-sea. Programa del viaje: una rueda de prensa de una hora para presentar las medicinas y una visita de un par de horas a uno de los centros de la empresa..., intercalados entre una semana de playa, mojitos y fiestas. ¿Quién se resiste luego a hablar mucho y bien de las medicinas, y de la misma empresa?

* "Las malas ideologías pueden producir buena ciencia y viceversa (...) Por ejemplo, todos pensamos que los nazis estaban locos pero, como sabes, hicieron a veces ciencia extraordinaria, no sólo a pesar de su ideología sino precisamente a causa de ella (...) Y en mis estudios sobre los orígenes del ser humano demostré que el antirracismo 'progre' también puede producir muy mala ciencia."

Éstas son palabras extremadamente raras y rentables intelectualmente por al menos dos razones. Una: siempre que se habla de la época del Nacionalsocialismo alemán se destacan sus sombras pero son pocos (por miedo a la censura y el sambenito de los sacerdotes de lo Políticamente Correcto) los que, como Proctor, se atreven a recordar que también tuvo sus luces; y una de ellas fue el desarrollo de importantes investigaciones en favor de la salud humana que, después de la Segunda Guerra Mundial, sirvieron como base para la mejora de la salud en todo el mundo (en la imagen, su libro The nazi war on cancer: La guerra de los nazis contra el cáncer). Dos: es cierto que también hubo "científicos locos" e incluso sádicos declarados en sus filas (de hecho, es la imagen habitual que tenemos del investigador nazi gracias a las películas) pero no lo es menos que científicos locos y sádicos han existido también en las Democracias, entre los "buenos". Y lo que es peor, incluso aterrador: siguen existiendo y actuando con total impunidad. En los últimos años hemos conocido gravísimos y criminales experimentos realizados en nombre de la Ciencia por los gobiernos occidentales sobre sus propios ciudadanos, algo a lo que no se atrevieron los propios nazis que "sólo" usaron para sus experimentos a los considerados como "enemigos del Estado"... Desde los efectos de la radiación de la bomba atómica que el gobierno francés estudió sobre sus propios y desdichados soldados, hasta las consecuencias de la expansión de diversas gripes inducidas a través de los túneles del metro que el gobierno británico llevó a cabo en Londres capital o el estudio del efecto placebo en personas de raza negra enfermas de sífilis a las que no se les trató con medicación adecuada en Estados Unidos para ver lo que tardaban en morir. Y, en efecto, mucha gente murió o quedó enferma o mutilada en los últimos decenios por las investigaciones de científicos "demócratas" alentadas y financiadas por políticos "demócratas" que, ni unos ni otros, jamás han penado con la cárcel el empleo de sus conciudadanos como cobayas.

* "Sigo tres principios emocionales en mi trabajo: el asombro, la compasión y la crítica. son virtudes de distintas disciplinas que no suelen combinarse (...) son buenos principios. Los científicos suelen estar implicados en trabajos muy concretos que son pequeñas fracciones de un gran cuadro (...) pero es necesario contemplar la escena completa de la realidad porque cuando se decide financiar un tipo de investigación en vez de otra se está tomando una opción política y social: es una decisión colectiva sobre lo que queremos considerar importante (...) La especialización puede ser la muerte de la investigación intelectual."

Si ya es anómalo encontrar un científico que reconoce seguir empleando la capacidad de asombro en sus investigaciones (a pesar de que en teoría ésta es una característica de cuantos se dedican al estudio) en lugar de limitarse a repetir las rutinas de laboratorio, cuando habla de la necesidad de la compasión se deben haber disparado todas las alarmas en el rígido sistema contemporáneo. Y sin embargo tiene mucha razón. Resulta muy fácil (y aún más deshonesto) criticar a posteriori la forma de actuar de nuestros ancestros, fueran científicos o no, porque nosotros sí sabemos lo que ocurrió durante su época y a consecuencia de ella, mientras que ellos tuvieron que tomar decisiones, casi siempre difíciles, sobre la marcha y por lo general a ciegas. Sólo con compasión, como bien saben los maestros de los cuentos orientales, podemos ponernos en el lugar de nuestros antepasados y tratar de entender por qué hicieron lo que hicieron, bueno o malo, así como asumir que nosotros seguramente no hubiéramos hecho nada distinto. De hecho, no lo hacemos, si somos capaces de aplicar la escala a nuestra vida diaria.

En cuanto a la especialización, es evidente que no hay nada peor para un ser humano que aspire verdaderamente a comprender lo que es la vida, que dedicarse en exclusiva a una sola rama de la investigación. Solemos calificar de "renacentistas" a las personas que, aún hoy, no se limitan a un campo de la experiencia sino que, al estilo del gran Leonardo, lo mismo son capaces de dibujar que de estudiar las estrellas, tocar la guitarra, escribir un tratado de cocina o construir estanterías para su hogar. En suma, que no se cierran a la amplia gama de posibilidades que nos plantea la vida. Lo cierto es que no es que los renacentistas sean personas superiores a nosotros. Es que nosotros, porque queremos y somos unos vagos acomodaticios, voluntariamente nos ponemos por debajo de ellos.

En todo caso, la ignorancia siempre va a existir, porque existen además fuerzas poderosas que se aprovechan de ella y la impulsan constantemente ya que les conviene que el animal humano sea cada vez menos humano y más animal. En la batalla por el conocimiento, nada podemos hacer por mantener (mucho menos, por elevar) el nivel general si no es el cultivo personal de cada uno de nosotros, la experimentación sobre nuestra propia trayectoria y el desarrollo de nuestros dones y capacidades (todos tenemos algunos dones y capacidades: el problema es que muchas personas no se toman la molestia de buscarlos ni, una vez hallados, ponerlos en marcha). Y eso sólo está en manos de cada cual.

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