Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 21 de mayo de 2010

Iberia unida: el sueño

Un estudio elaborado por la Universidad de Salamanca con el apoyo del Centro de Investigación de Estudios de Sociología de Lisboa y que se ha presentado esta mañana alimenta las esperanzas de los partidarios de una utopía que en ciertos momentos históricos fue una realidad y que muy probablemente redundara en el beneficio de todos si algún día se llegara a materializar una vez más: es la Unión Ibérica, la fusión de España y Portugal, que hoy figuran en los mapas como dos países diferentes cuando durante buena parte de su existencia, sobre todo en los tiempos antiguos, los habitantes de estas tierras se reconocían hijos y hermanos (eso sí, como hermanos en plan Caín y Abel, cada uno en su tribu, que para eso somos muy nuestros) de la misma y universalmente conocida como Piel de Toro o Península Ibérica. Según el informe, casi la mitad de los portugueses son partidarios de esta integración mientras que al menos un tercio de los españoles ven la idea con buenos ojos.

El documento propone cuatro fórmulas de integración, que obtienen mayor apoyo a los dos lados de la frontera según su nivel de flexibilidad. Un Estado unitario y jacobino al estilo francés es el que menos atrae (un 3 y pico en una escala del 0 al 10 tanto en España como en Portugal). Un Estado federal supera ya el 4 entre los lusos aunque no llega a esa cota entre los españoles. Un Estado confederado (al estilo de Suiza) eleva la cifra casi al 5 en el caso de nuestros vecinos y sube por encima del 4 en nuestro caso. Y una alianza con plenos derechos políticos reconocidos a los ciudadanos de cada país residentes en territorio del otro (una fusión estilo Unión Europea, digamos) nos lleva por encima del 6 a los españoles y cerca del 7 a los portugueses. En una escala de 0 a 10, insisto. Es una puntuación similar a la que se obtiene ante la propuesta de crear una alianza similar con la UE o con Iberoamérica.

A lo largo del estudio se plantea el nivel de aprobación en la colaboración actual entre ambos países y la posibilidad de profundizar en él: los porcentajes son elevados. Quizás el más alto sea la posibilidad de estrechar la colaboración policial, judicial y militar (por encima del 93 por ciento). También se plantea la percepción de los vecinos. Los españoles les vemos simpáticos, trabajadores, orgullosos de ser lusos y responsables individualmente. Particularmente, yo siento a los portugueses como una comunidad más de la familia peninsular, de eso que, de manera significativa, se conoció en siglos pasados como Las Españas..., porque lo de las CC.AA. no es nuevo, sino una expresión política moderna de un sentimiento que siempre ha existido entre nosotros: cada uno se siente de su pueblo, pero todos con una base común de la que sentirnos honrados. Por cierto que los portugueses nos ven también simpáticos, con un elevado nivel cultural, mentalidad abierta y orgullosos de nuestra nación.

Si nos caemos tan bien y nos gusta nuestra mutua vecindad, ¿por qué no seguimos siendo un solo país, como lo fuimos hasta la época en la que los antiguos romanos desembarcaron en nuestra península decididos a destruir, saquear y borrar del mapa la viejísima civilización que aquí habitaba aún entonces y de la que tantas cosas robaron (porque por desgracia tuvieron pleno éxito)? ¿O por qué no lo somos al menos como lo fuimos con los visigodos, que lograron reunificar casi toda la península en su momento tratando de recuperar la antigua gloria arrasada por los buitres de Roma?

Evidentemente, porque no le interesa a los poderes que manejan el mundo en este momento. Es un hecho que cuando España o, digamos mejor, la Península Ibérica en general, españoles y portugueses unidos, ha estado unida ha llegado a adquirir una fuerza y una proyección que le ha convertido en una potencia impresionante capaz de hazañas que países más grandes o con más recursos ni siquiera llegaron a intentar. Por eso el arma empleada siempre para doblegar y dominar a los españoles ha sido fomentar su división, alimentar eso que por desgracia tan bien conocemos que es el enfrentamiento entre Villaarriba y Villaabajo. La misma Historia de nuestro país no es en cierto modo más que una sucesión de traiciones y guerras civiles de las que el episodio de 1936-39 no es más que (de momento) el último conocido. Los que manejan los hilos saben que es necesario tenernos entretenidos pues no hay deporte que nos guste más que matarnos unos a otros..., pero, si en lugar de eso, adquirimos de pronto un poco de cordura y decidimos que preferimos entrelazar las manos mirando todos juntos hacia delante nos convertimos de nuevo en algo peligroso e incontrolable. ¿Algún país en el mundo ha conseguido lo que ha conseguido España en los últimos 35 años: pasar de una férrea dictadura subdesarrollada en muchos aspectos a convertirse en una de las naciones más avanzadas y donde mejor se vive del mundo, a pesar del paro y las dificultades económicas (y el que no quiera verlo, que haga la maleta y viaje por ahí: no hace falta ir muy lejos)? Y esto en sólo 35 años de respetarnos los unos a los otros un poquito... ¡Qué no podríamos conseguir con un siglo de paz entre españoles!

Pero no nos van a dejar. No, hay que frenar a estos celtíberos orgullosos, hay que pararles antes de que se lo crean. ¿Y cómo vamos a hacerlo? Pues como siempre: primero, cegándoles en su conocimiento (¡ay, por desgracia nunca fue una virtud mayoritaria entre los hispanos el gusto por leer y aprender cosas nuevas!) y en la memoria de lo que son y de lo que fueron; y segundo, separándolos, enfrentándolos entre sí, estableciendo falsas fronteras entre ellos.

Dentro de la segunda estrategia se incluye la ofensiva de eso que se ha dado en llamar nacionalismo catalán que siempre ha servido (lo supieran o no sus militantes) a intereses no sólo ajenos a los españoles sino a los propios catalanes. Un nacionalismo fundado sobre un montón de mentiras y tergiversaciones históricas (fáciles de implantar en las mentes de los más pequeños a través de unos programas educativos que dan vergüenza ajena) para soliviantar a unos españoles contra otros. La carta firmada por 62 articulistas catalanes (la mayoría de los cuales, conocidos en su casa a la hora de comer) y publicada hoy por 9 diarios de Cataluña en plan tremendista y con titulares como Secesión o Involución ante la posibilidad de que el Tribunal Constitucional (organismo al que su actual presidenta María Emilia Casas, en la imagen, ha sumido con empeño digno de mejor causa en una inoperancia delirante) invalide buena parte del nuevo Estatuto de Autonomía (votado por cierto por una minoría de catalanes) daría risa si no fuera porque estos lacayos a sueldo de los caciques que dominan políticamente la región son herederos de otros títeres que contribuyeron con sus escritos igualmente "dignos" y "conscientes" a preparar el clima que hizo posible el estallido de violencias y matanzas de épocas pasadas. No es exageración, es Historia: las hemerotecas (y los escritos que contienen) están para quienes quieran tomarse la molestia de estudiar las advertencias que contienen..., pero ya comentamos que no es la lectura afición favorita por estas tierras.

En el caso catalán, es especialmente sangrante lo que se está haciendo pues probablemente no existe una región más española (a excepción del País Vasco, de donde descendemos todos los españoles) que ésta que incluso comparte con el reino de Aragón (eso sí que es una "comunidad histórica", no el pequeño condado de Cataluña que históricamente perteneció a la Corona Aragonesa), con el de Valencia y con Baleares la misma bandera que con el resto de España. Pues en efecto la famosa senyera (leyendas medievales aparte) no es otra cosa que una versión de la rojigualda: los colores del Sol, rojo y amarillo, siempre fueron los que distinguieron a los pueblos peninsulares cuyos emblemas y banderas iban adornados con los tonos del astro rey (incluso la bandera republicana escogió como tercer color el púrpura, otra tonalidad solar). Todas las sociedades antiguas, desde Egipto hasta Grecia, desde Roma hasta Asiria, conocieron a la península como el Finis Terrae, el lugar donde moría el Sol, y por ello la mayoría de las enseñas y pendones de nuestro país estuvieron siempre decorados con sus colores.

En un librito minúsculo pero apasionante titulado Catalanes y castellanos, un mismo origen, un mismo nombre, un mismo pueblo, nuestro conocido Jorge María Ribero Meneses desmonta filológicamente el cuento de los catalanes como pueblo distinto del resto de españoles. Distinto..., y por tanto mejor, porque cuando alguien se dice distinto de otro es porque implícitamente se considera por encima de ese otro. Si no, no querría ser diferente. En esta obra citada, el prehistoriador y filólogo recuerda un puñado de verdades, constantemente ocultas (o puede que hasta ignoradas, tampoco me extrañaría) por los nacionalistas catalanes. Por ejemplo que los mapas de Ptolomeo dibujados hace 1.800 años muestran ya entonces a buena parte de Cataluña poblada por la tribu de los castellani (la idea de que castellanos son los habitantes de los castillos medievales y que Castilla se llama así porque hay muchas edificaciones de este tipo se revela una auténtica estupidez cuando uno considera que el resto de España y toda Europa están llenas de castillos y no hay una sola región, excepto la española, con ese nombre). Ese nombre evolucionaría posteriormente a cattalani y de ahí al actual catalanes. Castilla, Castellón y Cataluña son distintas evoluciones del mismo nombre para designar a las mismas gentes ocupando unos u otros territorios.

Otro dato interesante recogido por este texto: a finales de 1999 se hizo público el descubrimiento de una placa de bronce (reproducida aquí al lado) en Bembibre, en León, con una antigüedad exacta de 2020 años. Tal precisión es posible porque su contenido es un edicto del emperador Octavio Augusto en el que se refiere de manera específica a los castellanos paemeiobrigenses, tribu que le había permanecido fiel durante sus guerras con los pueblos autóctonos del norte peninsular. Hasta cuatro veces repite el término en este documento, para que quede claro que no se trata de una errata. Lo cual, por cierto, destroza la teoría generalmente aceptada de que Castilla es un invento de origen medieval porque, como vemos, sus habitantes se remontan bastante más atrás en el tiempo y es lógico suponer que a su tierra le llamarían como se llamaban ellos..., si no es que ellos se llamaban así porque el nombre de su tierra era, ya entonces, precisamente ése.

Y un tercer dato, para no aburrir, es el de la lengua. El famoso problema de la lengua (rotular en catalán) que tanto "diferencia" a los catalanes del resto de los españoles. Pues, como bien explica Ribero Meneses, el catalán es "una lengua absolutamente hermanada con la castellana de la que es un auténtico calco" hasta el punto de que "resulta difícil encontrar un término catalán que no tenga su paralelo y su precedente en el castellano más arcaico que, merced a los más viejos textos literarios, resulta posible documentar". Igual que sucede con la toponomia, la cuestión es que la lengua catalana lo que ha hecho ha sido "conservar las más viejas formas del castellano, ahbiendo evolucionado fonéticamente menos que éste y manteniendo por ende algunas de las peculiaridades que éste tuvo en épocas pretéritas". O lo que es lo mismo: "las lenguas catalana y castellana son exactamente la misma, en dos estadios distintos de evolución" por lo que aquéllos que emplean la existencia del catalán como argumento principal para acreditar la presunta nacionalidad de Cataluña no se dan cuenta (no se quieren dar cuenta) de que "lo que esa lengua acredita y documenta es justamente lo contrario: la absoluta identidad de origen de catalanes y castellanos."


No hay comentarios:

Publicar un comentario