En el Día Mundial de la Libertad de Prensa que hoy se conmemora, todos los medios de comunicación aprovechan para hacer su reflexión sobre los tópicos de siempre: esos periodistas arriesgándose a que les vuelen la cabeza en los frentes de guerra en todo el mundo, o jugándose el pasaporte en las fronteras de los regímenes no democráticos aquí y allá, e historietas épicas similares. Pocos han hecho una reflexión profunda sobre los verdaderos riesgos que la Prensa Libre sigue corriendo hoy día y que se ocultan, principalmente, dentro de la propia profesión, no en el curso de su ejercicio.
Para el caso, recuerdo la célebre anécdota (célebre, en su día; muchos profesionales del Periodismo hoy día la desconocen, porque podrían haberse dedicado a esto como a conducir un metro o a vender ropa en unos grandes almacenes, con todo el respeto para estos otros dos oficios) de John Swinton, jefe de redacción del The New York Times durante varios años y que, a principios del siglo XX, durante un almuerzo en su honor por la recién alcanzada jubilación, se atrevió a revelar lo siguiente, cuando uno de sus colegas quiso hacer un brindis por la independencia de la Prensa:
"No existe una Prensa independiente, a no ser que estemos hablando de una pequeña ciudad de provincias. Vosotros lo sabéis y yo lo sé. No hay ni uno solo entre vosotros que se atreva a escribir su honesta opinión y, si lo hubiera, sabéis perfectamente que vuestro texto nunca sería publicado (...) El oficio de periodista en New York, y en toda América, consiste en destruir la verdad, en mentir abiertamente, en pervertir, en envilecer (...) Somos las herramientas y los criados de los hombres ricos que se ocultan tras el escenario. Somos unos simples títeres: ellos tiran de los hilos y nosotros bailamos (...) Somos unos prostitutos espirituales."
Palabras duras aunque ciertas, si bien pueden sonar exageradas a aquéllos que no conozcan a fondo esta profesión o que, aún trabajando en ella, sean tan ingenuos y/o poco experimentados como para no saber el terreno que pisan y vivir arrebatados por la romántica imagen del periodista como "defensor del pueblo". No importa..., a ellos, el tiempo les enseñará. Es peor el caso de los que creen realmente comportarse de forma independiente, informar con objetividad plena, convencidos de que a ellos no les manipula nadie: no hay persona más esclavizada que la que se cree libre.
Sin entrar en honduras, ni en grandes casos de manipulación, un claro ejemplo de lo dirigida que está la Prensa actual es la inexistencia de buenas noticias. ¿Es que acaso no pasan cosas buenas en el mundo? ¿No hay más que actos terroristas, terremotos, estafas bancarias? Por supuesto que las hay, pero no interesa publicarlas porque la información destinada al gran público, como tantas otras cosas en nuestros días, se emplea como un arma más. En este caso para generar estados de ansia, miedo o tensión destinados a movilizar a las grandes masas en determinada dirección. Y para generar esos estados es necesario inyectar todos los días, a todas horas, toda la preocupación posible. Es como esos programas de "testimonios" que nos ofrece la telebasura vespertina en los que nunca aparecen personas normales con relaciones normales sino sólo analfabetos emocionales e intelectuales con problemas estúpidos o, en el mejor de los casos, realmente extravagantes. Las simpáticas y monas presentadoras de estos desfiles de monstruos y freakies se empeñan en presentarnos los casos más bizarros como si fueran los de cualquiera de nuestros vecinos y nos muestran sus delirantes formas de actuar casi como ejemplo a seguir.
Todos los grandes medios de comunicación tienen agendas negras con asuntos informativos que se pueden tratar y con los que no. Y sobre todo cómo hay que tratarlos. Tomemos el caso del medio ambiente, la "información verde" tan de moda en estos tiempos saturados de ecologistas de salón. Por citar un hecho concreto, la semana pasada se generó una noticia no buena, sino extraordinariamente buena para el medio ambiente, y no la he visto precisamente publicada con grandes titulares en las portadas de los principales medios nacionales e internacionales. Resumiendo: el viernes pasado el director general de Medio Natural de la Junta castellanoleonesa José Ángel Arranz (en la foto de la izquierda) presentó el “Mapa de vegetación de Castilla y León”, una publicación nueva de carácter divulgativo con información detallada sobre las especies que pueden encontrarse en esta región, que por cierto es la más grande de España con sus 94,223 kilómetros cuadrados (más del 18 y medio por ciento del territorio nacional).
Arranz reveló que la superficie vegetal de Castilla y León aumentó en más de un tercio a lo largo de los últimos 40 años (¡en solo 40 años!), gracias entre otras cosas a la eficaz gestión que ha permitido repoblar diversas zonas y convertir los 1,8 millones de hectáreas que había en 1970 en 2,9 millones que hay hoy. Según los datos facilitados por Arranz, se ha plantado una media anual de 15.000 hectáreas de superficie forestal, por encima de la media de la que se quemó en los sucesivos incendios de estos años, de aproximadamente 5.000. Aumentaron las poblaciones de las especies arbóreas más características de la región como los pinos (silvestre, negral, piñonero y laricio), los chopos, los rebollos, los quejigos, las encinas, los castaños, las hayas y las sabinas. En total, se ha repoblado unas 413.000 hectáreas.
Este cargo de la Junta concluía que gracias a este Mapa se puede desmentir ese mito tan extendido de que los bosques desaparecen en nuestro país por culpa de nuestra indolencia. Desde luego, no están despareciendo ni en España ni en la Unión Europea, donde otras administraciones de nuestro entorno (con más dinero y, sobre todo, con más sensibilidad hacia el medio ambiente) llevan más años que nosotros recuperando el entorno en silencio, sin que nadie hable de ello.
Pues no he escuchado todavía a ninguna organización ecologista felicitar alto y claro, no al gobierno castellanoleonés sino a todos los habitantes de esta región, por su ejemplar labor en favor de la recuperación del medioambiente natural durante los últimos cuatro decenios. Sí las oigo, por ejemplo (y veo a los periodistas dándoles voz cada vez que lo hacen), berreando contra el problema de la deforestación que se produce en otras zonas del mundo, como por ejemplo la Amazonia, como si los españoles tuviéramos la culpa de lo que está haciendo el gobierno de Lula da Silva, ese en apariencia simpático amigo de los trabajadores y de los oprimidos y cuyas últimas grandes decisiones, aparte de aumentar su propia cuenta corriente muy por encima de lo que nunca soñó, han sido meter a Brasil en una nueva carrera armamentística (¿para defenderse de qué “poderoso” enemigo?) y apoyar con todo tipo de recursos precisamente a las empresas que se dedican a destrozar los bosques amazónicos (entre otras cosas para producir los mal llamados biocombustibles, en los que tanto dinero han invertido algunos de sus amigos como Al Gore, aunque no está nada clara su real utilidad como sustitutivos del petróleo y además han contribuido a la hambruna mundial de los países más pobres). Volviendo a Castilla y León. Noticias como ésta, y como otras de corte positivo que se han dado en este sector de la información se silencian sistemáticamente, se dejan a un lado, se (¿por qué no decirlo?) censuran habitualmente porque sólo hay cabida para las otras noticias, las que derivan de profecías apocalípticas construidas a partir de hipótesis de trabajo que se venden al público como realidades inalterables: "Va a suceder este desastre y usted no podrá hacer nada por evitarlo, y encima será culpa suya, mala persona"... Por ejemplo, esa sequía terrible y esa africanización que se supone va a sufrir España este verano (¡no hay más que ver el nivel de nuestro pantanos y el de nuestros termómetros a estas alturas del año!) por mor del fantasmal “cambio-climático-provocado-por-el-terrible-depredador-humano”.
Y si esto sucede con algo en teoría tan light como la información medioambiental, imaginemos por un momento lo que está ocurriendo con la información política o la financiera... Lo más terrible de todo es que, en este momento, es en la mayoría de los casos el propio periodista (o, digamos, el profesional que se supone ejerce como periodista pero en realidad es un simple títere, como decía Swinton) el que procede directamente a la autocensura sin necesidad de la vigilancia de su jefe inmediato. Tan castrados están ya sus instintos, sacrificada su independencia (lo sepa él o no) en el altar de lo Políticamente Correcto, que lo que debería ser una de las profesiones más nobles y hermosas del mundo hace tiempo que se ha convertido en algo muy diferente.
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