Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 12 de mayo de 2010

In memoriam Frank Frazetta

Sabes que te vas haciendo viejo porque la gente que está a tu alrededor va muriendo. Luchas junto a tus camaradas de armas contra las legiones de orcos, trolls y demás subhumanos que avanzan sedientos de sangre dispuestos a arrasar el mundo. Subes tu cansado brazo una y otra vez, con tu espada, tu maza o tu hacha de combate resbalando en la mano sudorosa y manchada de sangre, mientras las flechas y las lanzas del enemigo silban a tu alrededor y ves cómo los que están más avanzados y aislados caen aquí y allá, sepultados por la marabunta. Te preguntas si tú serás el siguiente. En los últimos meses han caído varios efectivos en mi entorno, pero esta semana estoy especialmente desolado, porque ha muerto Frank Frazetta. Ha muerto un dios. Ha muerto su cuerpo mortal, por supuesto, ya que no su espíritu guerrero y vitalista y, sobre todo, su obra maravillosa a través de la cual tantos mortales (y algunos inmortales) tuvimos el privilegio de rasgar los velos del espacio-tiempo y contemplar con nuestros propios ojos, en este mundo "real", lo que hasta entonces habíamos intuido sólo a través de la imaginación... Por ejemplo, devorando los relatos del druida Robert E. Howard, pues nadie como el viejo Frank interpretó jamás con mayor fidelidad la esencia de su principal creación: Conan, ese héroe analfabeto que todos quisimos ser (que todos fuimos) pero noble y valiente, tan educado con las damas (¡sólo con las damas!) como implacable con los malvados.

Tenía 82 años, no andaba especialmente bien de salud y, como tantos otros norteamericanos entrados en años buscaba el buen tiempo en su residencia de Fort Myers, en Florida. Pero hasta el final, y con su sempiterna camiseta negra, estuvo desarrollando su don: la capacidad de trasladar a imágenes visibles para los demás los fascinantes cuadros que captaba a través de su poderoso ojo interior y que le llevaron a convertirse, en palabras del también notable Wally Wood, en "el mejor portadista del mundo".

Hijo de emigrantes sicilianos, Frank nació en Brooklyn en febrero de 1928 y ya desde pequeño destacó por dos cosas: su habilidad con los lápices y la pintura y su cuerpo atlético que le permitió aspirar durante cierto tiempo a convertirse en una figura del béisbol en los Giants de Nueva York. Por fortuna para todos, su carrera deportiva no duró demasiado, si bien durante la mayor parte de su vida gozó de una figura musculada que incluso le permitió tomarse a sí mismo como modelo en algunas de sus magníficas ilustraciones (en la imagen de la derecha podemos ver una forma habitual de prepararlas: retratando primero las figuras reales para después reinterpretarlas con los colores) . Pintaba tan bien desde pequeño que uno de sus profesores se planteó enviarle a Italia a estudiar Bellas Artes, pero el hombre falleció antes de que pudiera concretarse el proyecto. Y seguramente esto nos salvó también de perderle, pues la Pintura habría ganado un pintor más pero la Ilustración se hubiera creado sin su Maestro de Maestros.

Una de las anécdotas más conocidas del joven Frazetta, contada por él mismo, lo sitúa en la revista Standard, donde el director artístico Ralph Mayo le reprochó su pobre capacidad para dibujar la anatomía humana y le dejó un libro con ilustraciones para que aprendiera. Él se lo llevó a su casa y pasó la noche copiando uno por uno todos los dibujos. Al día siguiente le devolvió el libro a Mayo con estas palabras: "Muchas gracias, ya he aprendido anatomía". Vaya si lo hizo: sus figuras heroicas son espectaculares pero también era capaz de dibujar cuerpos "normales" como demuestran algunos otros aspectos menos conocidos de su profesión (los carteles que confeccionó para varias películas como What's new, Pussycat? -¿Qué tal Pussycat?-, Hotel Paradiso -Hotel Paraíso- o The fearless vampire killers -El baile de los vampiros- dan prueba de ello). Nadie como Frank consiguió detener el tiempo en un momento exacto, en un dibujo preciso arrancado a la secuencia temporal y congelado, inmortalizado, con los movimientos del cuerpo perfectamente nítidos hasta en su más pequeño detalle.

Nuestro hombre ganó fama mundial a partir de la ilustración de las novelas sobre Conan el Cimmerio que empezó a editar Lancer Books en los años sesenta, donde además dio un paso importantísimo para el futuro de los dibujantes e ilustradores de su época: el contrato con la editorial le garantizaba que se le devolverían los originales. Hoy es común que los artistas (al menos, los que están ya medio "instalados" en el sector) exijan el control sobre su obra e incluso sobre el merchandising que genera, pero en aquella época todavía era corriente que las editoriales se quedaran con sus dibujos y luego los distribuyeran a su antojo: regalándolos a sus amistades, vendiéndolos en convenciones de aficionados o incluso tirándolos a la basura tras su publicación. Gracias a Frank, esto cambió (y de hecho, fue una de las razones por las cuales nunca pasó hambre en su vejez, ya que le permitió instalar un lucrativo negocio familiar de venta de sus propias obras a partir de Frazetta Prints, la empresa que fundó su mujer, Ellie, para distribuir sus dibujos en forma de poster o de portafolios a los aficionados).

La influencia de Frank en la cultura popular contemporánea es inmensa. En los años setenta, numerosos grupos de rock le pidieron ilustraciones para sus discos (se cuenta por ejemplo que el guitarrista de Metallica llegó a pagar un millón de dólares por una reedición de una de las portadas de los libros de Conan) y la publicación de Bantam Books de The fantastic art of Frank Frazetta -El arte fantástico de Frank Frazetta-, con más de 40 impresionantes láminas, se convirtió en un best seller al vender en apenas unos meses más de 400.000 ejemplares en seis reimpresiones consecutivas. Luego vendría el cine, con colaboraciones como la que reseñamos antes y amistades como la de Clint Eastwood. Incluso rodó con el director Ralph Bakshi una interesante película de dibujos animados, Fire and Ice -Fuego y Hielo-, empleando algunos de sus personajes y aprovechando para el argumento algunos de los conceptos clásicos de la cosmogonía nórdica. Tal vez su trabajo más conocido en su última etapa de colaboración con el Séptimo Arte fue el cartel que pintó para Dusk till dawn -Abierto hasta el amanecer- de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino.

Numerosos artistas posteriores aprendieron de él, se inspiraron en sus obras e incluso las copiaron sin ningún tipo de rubor. Bernie Wrighston, Boris Vallejo, Jeff Jones y muchos otros. También el cine lo hizo. La versión de Las Crónicas de Narnia de C.S. Lewis dirigida por Andrew Adams y rodada en 2005 (bastante aburrida, por cierto) copiaba de manera bastante burda una de las reconocidas como mejores ilustraciones de Frank, The Silver Warrior -El guerrero de plata-, que vemos aquí a la izquierda, para el trineo de la Bruja de las Nieves que aparece a la derecha.

La decadencia física se apoderó del maestro en 1986 cuando el trabajo intensivo con un aguarrás de mala calidad derivó en problemas de salud que le llevaron de médico en médico durante varios años hasta que una prueba detectó un mal funcionamiento del tiroides. Más o menos recuperado tras seguir el tratamiento que se le prescribió, continuó trabajando en diversas líneas (la revista Mad, las portadas de los tebeos de terror como Vampirella, Creepy o Eerie, la comercialización como personaje de comic de su personaje Death Dealer, subastas de sus obras en Sotheby's y en Christie's, exposición de sus pinturas en galerías de arte neoyorkinas...) hasta que, esta vez el corazón, empezó a fallarle y le restó movilidad con la mano derecha. A ello se sumó más tarde una serie de problemas con sus hijos por culpa del dinero ("er mardito parné" como dice la copla) generado por su obra. Se puede decir que los últimos años de su vida, a pesar de su fabuloso éxito profesional y el cariño de sus fans, fueron bastante amargos..., hasta que un derrame cerebral se lo llevó definitivamente el pasado lunes 10 de mayo.

Por si todo lo anterior no fuera suficiente para guardarle en mi altar personal de Grandes Hombres, Frank también me enseñó a dibujar a mí que, desde pequeño, me entretenía como él pintando lo que veía y, sobre todo, lo que no veía (o mejor dicho, lo que no veían los demás). Aprendí anatomía (precisamente) estudiando a sus personajes. Y también composición apreciando el extraordinario dinamismo de sus obras. Yo no me dediqué profesionalmente a la ilustración porque en cierto momento hubo que escoger y no se podían recorrer todos los caminos a la vez (quien diga que la vida es aburrida y que no hay nada interesante que hacer es que ya está muerto). También, porque nunca tuve su talento. Pero esta tarde, recordándole, he pintado esto. Aunque no se vea demasiado bien, la cara del guerrero es una reinterpretación del famoso autorretrato que se hizo en los años sesenta. Es un mínimo (y pobre) homenaje y un reconocimiento a su obra, pero es el mío.

Nos veremos en las estrellas, Frank.



2 comentarios:

  1. que bueno lo que esribiste...un inspirirador de muchos ilustradores...su obra sigue viva...

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  2. Magnífico Frank... el único ilustrador que iba a cobrar sus derechos de autor cuando usaban sus ilustraciones sin permiso, con una pistola.

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