Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 3 de junio de 2011

El tenebroso caso de las hormigas zombie

Uno pensaría que a estas alturas de la película el ser humano ya debería haber adquirido un cierto nivel de humildad (y de prudencia) al comprender su pequeñez en el orden de las cosas. Aunque sólo sea porque en nuestros días tenemos la posibilidad de contemplar con pasmosa nitidez la inmensidad del universo en el que flotamos como un guisante más de la sopa cósmica cuyo caldero remueven periódicamente los Dioses Primigenios. La actual generación de humanos es la primera, en la Historia conocida, que puede hablar con propiedad de lo que hay “a nuestro alrededor” siendo conscientes de estar inmersos en ello sea lo que sea, en lugar de “allá afuera” como si el cielo y las estrellas estuvieran hechos de una materia distinta a la de la piedra sobre la que viajamos a tanta velocidad y con un destino ignoto. Es también la primera generación que sabe científicamente lo poco que sabe, ya que ha certificado que más del 90 por ciento de lo que existe en este universo es “materia oscura”, que es una forma de decir que no sabemos lo que es.

Pues no. A pesar de éstas y otras certezas como por ejemplo el reconocimiento de las pavorosas limitaciones de nuestra capacidad de percepción, resulta que existe una enorme cantidad de personas, mayoría tal vez, que insisten en presentarnos un panorama de desolación absoluta en la que el hombre (la vida misma en la Tierra) aparece como un náufrago solitario, una rareza de la existencia, que ha surgido en este planeta por pura casualidad y que está condenado a mirar con tristeza y presa de la soledad hacia un infinito que ni comprende ni cree que le pueda comprender jamás. Es una visión tan narcisista, sobre todo sabiendo lo que sabemos (insisto), que me resulta incomprensible cómo puede haber recabado tanto apoyo. A propósito de ello, Fred Hoyle, el astrofísico y matemático británico al que vemos aquí tan sonriente y que popularizó la teoría de la panspermia, escribió con clarividente contundencia: “La formación de una célula viva a partir de una sopa química inanimada es tan probable como el ensamblado de un 747 por un torbellino que pasa a través de un depósito de chatarra”. 

Cada día que pasa nos ofrece nuevas pruebas de que el ser humano no es más que otra pieza en un engranaje cuya estructura general desconocemos (si acaso ha sido místicamente explicada a través de la sabiduría secreta de las Escuelas de Misterios) pero en la cual no ocupamos, ni muchísimo menos, ese rango supuesto de “amos de la Tierra” que tan alegremente nos hemos autoconcedido. Entre las novedades de los últimos decenios, hemos aprendido, por ejemplo, que no somos los únicos en desarrollar cultura (otros animales como los monos también la tienen a un nivel más primitivo) ni civilizaciones (como nos demuestra el muy fascinante mundo de las hormigas). Y que ni siquiera somos la más poderosa de las especies: en caso de catástrofe cósmica o de guerra nuclear o de cualquier otro tipo de suceso-brutal-a-gran-escala, nuestra especie se iría al garete con increíble rapidez (sobre todo los acomodados contemporáneos que tanto dependen de la nevera, la televisión y el coche) mientras que otras como las ratas o los insectos se apoderarían del mundo…, con permiso de sus verdaderos dueños que parecen ser los virus y las bacterias.

Sí, la verdad es que no somos más que otra piececita del conjunto general, que puede ser atornillada, engrasada o sustituida según las necesidades del momento. Ni siquiera nuestras pesadillas son originales. Una de las más recurrentes en la cultura pop del momento son los zombies. Es impresionante la cantidad de libros sobre zombies que han aparecido publicados en los últimos dos o tres años, por no citar el número de películas sobre el tema (que han llegado a extremos delirantes como el de rodar una película con ¡nazis zombies!). La deteriorada industria
cultural seguirá produciendo títulos sobre zombies hasta que agote la veta, como ha sucedido con otros monstruos clásicos. No hay más que ver cómo hemos reducido al siniestro y parasitario vampiro a la categoría de nenaza adolescente peinado con gomina y vestido a la moda, o la terrorífica y vengativa momia a un montón de vendas sucias de comportamiento incoherente, o al poderoso y retador hombre lobo a un macarra de pelo en pecho que no se lava los dientes… 

Pero resulta que los zombies tampoco los hemos inventado los humanos. Como tantas otras cosas, los hemos copiado de la Naturaleza. Y es que en los últimos meses un equipo de investigadores de la Universidad de Pensilvania, en los EE.UU., ha descubierto en la selva del Amazonas la existencia de cuatro nuevas especies de hongos del género Ophiocordyceps que tienen una capacidad sorprendente: la de infectar a las hormigas para transformarlas en esclavos a su servicio, como auténticos zombies, manipulándolas para que les ayuden a reproducirse y luego matándolas y devorándolas. Parece una película de terror, ¿no? Pues los detalles los tendremos en la revista estadounidense American Naturalist del próximo mes de septiembre. Lo que sabemos de momento es que estos hongos brotan en las hojas inferiores de la parte noroeste de las plantas que crecen en el suelo del bosque, donde aprovechan el grado perfecto de humedad y luz para su desarrollo..., y además tienen más posibilidades de infectar hormigas.

Existen cuatro tipos diferentes de hongos, cada uno de ellos especializado en zombificar una especie distinta de este insecto. No se conoce todavía la forma exacta de actuar de los hongos; es decir, cómo logran apropiarse del cerebro de las hormigas, pero su manipulación ya ha sido definida como “tenebrosa” por los científicos. Para capturarlas, arrojan sobre ellas unas esporas que, al caer sobre una hormiga, se enganchan a ella. A partir de ese momento, no hay escapatoria a la trampa mortal. La espora genera un filamento que crece fuera y dentro de la hormiga y la va devorando (en la imagen de la izquierda) poco a poco. Cuando el filamento llega al cerebro del insecto, le engaña haciéndole creer que hay feromonas donde no las hay: en una planta hacia la que le obliga a trepar, zombie total, y agarrarse con la mandíbula con todas sus fuerzas.

Una vez enganchado, el insecto muere y el hongo disuelve al animal en azúcares que le sirven como abono para crecer, al tiempo que le recubre de una fina película para asegurarse de que es el único beneficiario de la presa, y que no se la arrebata ningún otro hongo o bacteria. Lo último que se come son los músculos de la mandíbula, para que el cadáver quede bien prendido de la hoja, sin caerse, hasta el final. Una o dos semanas después, las esporas del hongo se desprenden de nuevo para rociar la víctima siguiente...

 La relación de las hormigas con los hongos es muy conocida. Los hormigueros poseen auténticos huertos de hongos que estos insectos cultivan para alimentarse y se sabe que cuando las hormigas reina jóvenes abandonan el nido para establecer una nueva colonia se llevan consigo brotes de hongos para que sirvan como embrión de sus propios huertos en un nuevo hormiguero, pero este descubrimiento de los hongos zombificadores no tiene nada que ver con lo que sabíamos hasta ahora acerca de las relaciones entre ambas especies.

Y, por cierto, toda esta historia me recuerda muchísimo a Amos de Títeres de Robert Heinlein.

 

1 comentario:

  1. ¡Joder, joder, perdón, vaya zombirato! ¡Veo más racional, quizás como todos nos falte amplitud en las muestra estadística -estábamos viendo, a estas alturas algo con microscopio electrónico(pero microscopio...), faltaba con macroscopio y
    ampliar visión estadística al "infinito" o casi- eso de "universo es un todo", planeta un todo, el ser vivo, el atractor huracán caribeño un ser vivo más de la cadena: panteos. Aquí ya con lógica, interactuando todos: las hormigas con sus vacas-pulgones y sus hongos, los hongos con sus hormigas, los virus con los demás, los demás con los virus ("virofagos"...), la cadena de la vida, la evolución en sus múltiples infinitas y paradógicas posiblidades, pero al fin y al cabo, y al rabo, je,je, vida, el átomo de carbono levógiro, dextrógiro, sus distintas posiciones espaciales, je,je,... vida. ¡Y nosotros, creyéndonos el rey del mambo!

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