Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 27 de junio de 2011

Carpe diem

Siempre pensé que la vejez debería ser la parte más tranquila y mejor aprovechada en la vida de cualquier ser humano pues, aunque es cierto que suele venir acompañada de achaques físicos, para entonces uno debería poder disfrutar plenamente de la sabiduría acumulada por su experiencia a lo largo de los años. Se supone que, si uno llega como debe llegar a esta etapa postrera, ha vivido ya las suficientes cosas como para comprender el Gran Juego en el que estamos metidos y por supuesto para darse cuenta de lo que tiene verdadero valor en la existencia, así como para poder ayudar a los que van (con los consejos del que ya ha vuelto de todas partes). Sin embargo, cuantas más personas mayores conozco, más sorpresas me llevo porque la inmensa mayoría de los ancianos con los que he tenido ocasión de hablar de este tipo de asuntos no están precisamente en paz consigo mismos. Más bien al contrario: se quejan amargamente de lo rápido que pasa el tiempo, descalifican la existencia en su conjunto sin ser capaces de recordar los momentos buenos que tuvieron y fijándose excesivamente en los malos, y sugieren que alguien les ha robado su vida en sus mismas narices sin que ellos se dieran cuenta.

No es el caso de la Universidad de Dios, naturalmente. Todos los profesores y alumnos que cursan estos particulares estudios nos hemos despreocupado por completo del factor tiempo ya que una vez que hemos alcanzado estos magnos salones de sabiduría sabemos que somos inmortales, así que no nos importa trabajar en importantes proyectos a largo, a larguísimo plazo. Sólo los damos por terminados cuando todas las piezas encajan en su sitio con milimétrica precisión. No obstante, el ser humano común no es inmortal, aunque malgasta la mayor parte de sus días persiguiendo futilidades como si de verdad lo fuera. A no ser que la Naturaleza le pegue un gran susto que le haga reconsiderar brutalmente su camino personal, no suele ser consciente de su finitud hasta aproximadamente los cuarenta años, cuando alcanza más o menos la mitad de su vida (la famosa crisis de los cuarenta), y entonces se vuelve medio loco intentando hacer todo aquello que no se atrevía a hacer, por loco o extravagante que sea, más por satisfacer sus sueños que por pensar que haciendo eso pueda darle un sentido real a lo que le rodea.

 Luego, de pronto, un día se da cuenta de que tiene sesenta, setenta, ochenta años, y que ya no logrará ascender las cumbres que, cuando tenía quince, pensaba habría conquistado antes de los treinta. Tempus fugit. Es muy significativa la anécdota de Julio César llorando ante la tumba de Alejandro Magno, pero no en honor del gran macedonio que falleció tan joven (yo le acompañé en su viaje hacia el Este, en su épica empresa destinada a destruir la gran fortaleza de los malvados, pero nos quedamos a las puertas y tuvimos que dar vuelta antes de que fuera finalmente asesin..., antes de que falleciera víctima de las fiebres en la traicionera Babilonia) sino en un descarado ejemplo de autocompasión y egoísmo. César lloraba porque a los 33 años Alejandro había sido el dueño del imperio más grande que por entonces recordaban los libros de Historia, mientras que a esa edad él, el "divino Julio", apenas era cónsul de Roma.

Así que el hombre suele malgastar sus días y, si por algún mérito inesperado, descubre de pronto el Secreto de la existencia, se encuentra desesperado con que se ha quedado sin tiempo para actuar. De forma inconsciente, esta urgencia por aprovechar nuestros días ha hecho presa de las compañías modernas y cada vez son más las que implantan sistemas de control y gestión de tiempos..., aunque no se utilizan para el encuentro con uno mismo sino para incrementar la productividad de los trabajadores. En todo caso, estos sistemas han generado diversos estudios para saber en qué empleamos exactamente los años que nos han sido dados.

La revista Muy Interesante publicó hace poco una de estas listas de actividades sobre la forma en la que distribuimos este recurso tan limitado. Suponiendo una persona que viva 75 años, éstos se repartían, acumulando los dedicados a la misma actividad, más o menos así:

* 24 años durmiendo (y el que diga que dormir no sirve para nada es que jamás ha padecido de insomnio).

* 12 años trabajando (aunque este porcentaje indudablemente ha aumentado ya y es más que probable que siga haciéndolo en el futuro, teniendo en cuenta la idea de alargar el período computable para la jubilación).

* 6 años y medio viendo la televisión (éste me parece uno de los mayores índices de desperdicio de nuestra vida, francamente).

* 6 años y medio conduciendo (mira que me gusta conducir, pero creo que es otro de los índices de pérdida estúpida del preciado recurso temporal).

* 5 años y medio utilizando Internet (porcentaje variable según si se aplica a un hombre de mediana edad o a un joven de nuestra época).

* 5 años comiendo y bebiendo (viva la slow food).

* 4 años hablando (la estadística no recoge todos los años que nos pasamos hablándonos a nosotros mismos mentalmente, con el eterno run-run de nuestra cabeza, que es aún peor que el oral).

* 3 años en actividades varias (no especifica, así que esto es un enigma para mí).

* 2 años y medio enfermos (deberíamos cuidarnos mejor para no perder tampoco tanto tiempo en una actividad que no nos reporta beneficios).

* 1 año y medio haciendo deporte (el que lo hace, porque por aquí hay mucho aficionado al levantamiento-de-vidrio-en-barra y al tendido-en-plancha-de-sofá, más que a otra cosa).

* 1 año cocinando (lo perdono, igual que los años comiendo y bebiendo; lo reconozco, es una debilidad personal).


* 1 año de fiesta (supongo que este porcentaje también varía según las personas).


* 10 meses en la ducha (qué inmenso placer)


* 180 días hablando por teléfono (insoportable..., sólo por acabar con los teléfonos merece la pena desarrollar la telepatía).


* 140 días de compras (otra cosa que no me apetece nada, pero nada).


* 110 días practicando sexo (sí, lo siento mucho: sólo te quedan esos pocos días que estás pensando...).


* 90 días cepillándose los dientes (y a pesar de eso se acaban poniendo pochos y cayéndose: ésta sí que es una actividad tan inútil como cortarse las uñas).




* 3 días mirando el reloj (otra prueba de que nuestra civilización contemporánea es netamente inferior a la de nuestros antepasados, que no andaban siempre pendientes de la hora que era).


Otro estudio publicado por la misma revista en un número anterior, incluso precisaba más en algunas actividades realmente tontas en las que perdemos mucho tiempo. Examinándolas con detalle en la Universidad de Dios descubrimo la forma de ahorrar el tiempo perdido en estas acciones, y aportamos el siguiente decálogo.

Teniendo en cuenta una vida de 70 años, será preciso:


* Utilizar mocasines o chancletas aunque estés en lo más crudo del crudo invierno (y así ahorrarás los 20 segundos invertidos en hacer el nudo de los zapatos cada día, lo que a lo largo de la vida supone una pérdida de 6 días).

* Usar sólo ropa con cremallera o que se pueda quitar y poner al estilo de las camisetas (y así ahorrarás los 15 segundos invertidos en abrochar diariamente los botones de la camisa, lo que a lo largo de la vida supone una pérdida de 3 días).

* Cortarse las manos a la altura de las muñecas y sustituirlas por otras biónicas tipo Robocop (y así ahorrarás los 5 minutos invertidos en hacerte la manicura semanal, lo que a lo largo de la vida supone una pérdida de 13 días; también si eres chica ahorrarás otros 5 minutos invertidos para pintarte las uñas semanalmente, lo que supone otros 13 día).

* Desarrollar el superpoder de volar al estilo de Supermán (y así ahorrarás los 58 segundos invertidos en esperar que cambie el color del semáforo para poder cruzar, lo que a lo largo de la vida si lo haces cuatro veces diarias supone uan pérdida de 69 días).


* Comer caramelos de café (y así no tendrás que preparártelo con lo que ahorrarás el minuto invertido si tomas dos tazas al día, lo que a lo largo de la vida supone una pérdida de 35 días).


* Ayunar como Gandhi o tomar sólo papillas (y así ahorrarás los 8 segundos que tardas en masticar cada bocado, teniendo en cuenta que lo haces unas 59 veces al día, a lo largo de la vida supone una pérdida de 14o días).


* Tomar la decisión de hacer públicos todos tus documentos de ordenador, tengas lo que tengas guardado (y así ahorrarás los 6 segundos que tardamos en introducir una contraseña en el ordenador, lo que si se hace tres veces al día a lo largo de la vida supone una pérdida de 5 días).



Bueno... Y ahora, ¿qué vas a hacer con tanto tiempo libre?

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario