Algo más de medio centenar de personas han participado durante el pasado mes de mayo en un estudio pionero en Sevilla, Santiago de Compostela y Valladolid para analizar el llamado "síndrome del miembro fantasma" y cuyos resultados esperamos conocer lo antes posible. Tal y como explica su propia definición, esta sensación aparece cuando se le amputa un miembro a alguien pero la persona no sólo sigue percibiéndolo como existiera, sino que además lo sufre: es decir, le duele. A veces lo siente como si le quemara, o bien como si se le estuviera congelando, en otras ocasiones como si estuviera siendo triturado en ese momento, o simplemente nota que el miembro existe..., pero no está físicamente en ninguno de los casos. Este síndrome puede durar días, meses, años..., toda la vida en algunos casos, para los cuales la solución que suele aplicar la ciencia médica son las bombas analgésicas subcutáneas.
No existe todavía una prueba científica definitiva y clarificadora para diagnosticar este tipo de dolor. Es el médico el encargado de estudiar el historial clínico, practicar un profundo examen físico y comparar las circunstancias, síntomas y señales que se produjeron antes y después de la amputación el que debe aconsejar a su paciente cómo enfrentarse a esta desconcertante situación. Según los datos hospitalarios disponibles, entre el 50 y el 80 por ciento de las personas que sufren una amputación experimentan esta situación, aunque también le ocurre a personas que nacieron ya sin alguna parte de sus extremidades.
Este estudio en concreto, dirigido por el director de departamento de deporte e informática de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla Francisco José Berral de la Rosa (aquí a la derecha), lo promovía la Asociación Nacional de Amputados de España y en él se han realizado diversas pruebas a los afectados: biolóticas, psicológicas y sensoriales. Entre ellas, una termografía para tomar la temperatura superficial e interna de piernas o de brazos y tórax en función de la parte del cuerpo que padeciera la amputación. El propio presidente de la Asociación, Carlos Ventosa, es un caso claro de este tipo ya que hace 28 años (que ya es tiempo) sufrió unas amputaciones por culpa de un accidente y a día de hoy continúa con dolores y calambres en sus ya inexistentes miembros. E, igual que sucede con tantas personas operadas pero que no han llegado a perder ninguna extremidad, nota esta incomodidad sobre todo cuando cambia el tiempo.
La mayoría de los especialistas afirma que este síndrome es un simple engaño de los sentidos, una sensación psicológica creada por el propio individuo que lo padece, aunque algunos médicos creen que existe una razón física para que se materialice: los impulsos que continúan generándose en los nervios próximos a los puntos de la amputación y que siguen fluyendo a través de la médula espinal con destino al cerebro. Además, se han señalado algunos factores de riesgo como por ejemplo la existencia de dolor en el miembro previamente a su amputación, la existencia de coágulos sanguíneos o infecciones antes de la intervención o daño previo en la médula espinal o nervios periféricos. Un detalle interesante es que se da con mayor frecuencia en adultos que en niños.
El síndrome del miembro fantasma es uno de esos enigmas médicos para el que surgen diversas explicaciones al margen de las limitaciones científicas (a las que, tal vez, gracias a este estudio en varias ciudades españolas se pueda aportar algo de luz). Una de las más empleadas la han popularizado los grupos más o menos esotéricos, que parten de la idea de que el ser humano está compuesto por diversos cuerpos que se superponen unos con otros vibrando en diferentes niveles, de los cuales el físico es el más basto y fácilmente accesible a nuestros sentidos pero en modo alguno el único. Aunque la persona pierda parte de su cuerpo físico, no sucedería lo mismo con sus otros cuerpos, que continuarían íntegros en su nivel vibratorio particular y que de alguna forma podrían ser sentidos por sus poseedores con mayor facilidad tras la amputación (mientras el cuerpo físico se mantuviera íntegro, las sensaciones producidas por el mismo ocultarían a la persona las generadas en el resto de los cuerpos a no ser que se tratara de alguien con una sensibilidad especial).
Ya los antiguos egipcios hablaban de los mundos internos del ser humano con distintos nombres. Muy resumidamente: Djet era el cuerpo físico (Jat si se trataba de un cuerpo momificado); Ka era la chispa vital, el espíritu inmortal; Ba, el equivalente al alma occidental; Sahu, el cuerpo espiritual sólo a disposición de los iniciados que con su duro y largo trabajo interno lograban de alguna manera dotar de inmortalidad a Ba y fundirlo con Ka y muy probablemente tenía relación con otro concepto, el Akh, representado por un ibis crestado, el ave sagrada de Thoth, divinidad del conocimiento (y mi tutor por cierto en la Universidad de Dios); Ib era la sede de emociones y pensamientos, el alma del corazón, por así decir; Sheut era la sombra, una parte desconocida de nosotros conectada de alguna forma con el mundo de la muerte; Ren era el nombre real de la persona, que debía ser oculto a los enemigos para que no adquirieran poder sobre la propia alma; Sekhem era una forma de manifestación del poder divino que también podía ser puesto a disposición de ciertos altos iniciados.
En todo caso, el síndrome del miembro fantasma nos demuestra, igual que el dominio de los fakires sobre el dolor o la insensibilidad que pueden producir las prácticas hipnóticas, que nuestra existencia se basa generalmente en las sensaciones externas y que éstas pueden engañarnos con suma facilidad. Creemos que sabemos el terreno que pisamos porque vemos, oímos, olemos, gustamos y sentimos, pero todos esos estímulos que nos impactan cada día (según los expertos, ¡atención a la enormidad del dato!, hasta 200.000 estímulos diferentes cada segundo de nuestra vida) no son suficientes para ofrecernos una descripción creíble y confiable de la realidad. El decorado en el cual transcurre nuestro día a día en el fondo no es más que un escenario consensuado por los grupos humanos para interpretar los papeles que hemos elegido representar. Si pudiéramos ver más allá de los focos que iluminan el escenario pero que nos deslumbran cuando tratamos de mirar hacia el patio de butacas nos llevaríamos sorpresas. Muchas sorpresas.
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