La primera vez que tuve oportunidad de pisar la hermosa tierra escandinava fue hace ya unos cuantos años, durante un viaje periodístico en el que seguía como enviado especial al entonces presidente del gobierno español Felipe González durante su visita oficial de un par de días a Estocolmo. Lo más sorprendente de aquel viaje para todos los periodistas españoles que desembarcamos en la capital sueca por vez primera fue el programa oficial diseñado por las autoridades locales, con gran actividad concentrada por la mañana (incluso a primerísima hora de la mañana, para protesta de los más dormilones) y nula actividad a partir de las 18:00 horas, e incluso antes. Teniendo en cuenta las interminables jornadas a las que estábamos acostumbrados en España, con declaraciones y ruedas de prensa incluso a última hora de la noche, lo de cruzarse de brazos por la tarde resultó muy chocante.
Pero es que la bella capital de Suecia, ya a partir de las 17:00 y a pesar del buen tiempo y los cielos soleados que disfrutamos y que propiciaban la proliferación de ciclistas, se despobló progresiva y rápidamente..., y en muy poco tiempo caminábamos solos por sus limpias calles, preguntándonos dónde se había metido todo el mundo y recordando que en España era justo por la tarde cuando el personal salía a dar una vuelta y a encontrarse con los demás, con la sociedad entera: en el parque, de compras, en las terrazas tomando algo...
Así las cosas, encontrar un lugar donde cenar fue una auténtica odisea pues los restaurantes estaban en su mayoría cerrados ya que sólo abrían por la noche durante los fines de semana. El único lugar que encontramos abierto era pequeño y estaba literalmente atestado. Así que el grupo de periodistas y periodistos, poco más de media docena de personas, vagamos atónitos por Estocolmo con el estómago rugiendo y comentando la aburrida vida del ciudadano sueco medio (aunque algunos sugerimos que quizá no salían a la calle porque lo que les esperaba en casa era demasiado bueno para perdérselo).
Lo cierto es que acabamos cenando en un extraño local medio vacío y en penumbra, donde todas y cada una de las mesas estaban montadas con velitas y dos cubiertos, especial parejas, así que tuvieron que juntar varias para que cupiéramos todos (con las correspondientes miradas de curiosidad de los escasos comensales, todos hombres, que se vio satisfecha en cuanto escucharon el característico torrente de palabras y risotadas desinhibidas y en voz más alta de la necesaria: "- Ah, españoles..."). La mayoría optamos por las delicias culinarias del entorno (en mi caso, fue la primera vez que probé la carne de reno aparte de la cerveza local) aunque hubo algún colega que tuvo el cuajo de pedir al camarero (por cierto, un argentino emigrado que trabajaba allí) unos huevos fritos con chorizo y una botellita de vino de Rioja. A la salida descubrimos que habíamos estado cenando en un restaurante especializado para público homosexual. Regresaron los comentarios sobre las diferencias entre suecos y españoles, en este caso respecto al concepto de "noche loca" que tenían los primeros, que se conformaban con una educada y tranquila cena mientras que los segundos, con independencia de su orientación sexual, podían escoger diversos (y crecientes) grados de diversión de todo tipo.
De esta anécdota (y de la diferencia de caracteres entre el norte y el sur de Europa) me he acordado cuando he leído esta mañana que la llamada Comisión Nacional para la Racionalización de Horarios ha propuesto en Toledo nada menos que cinco pactos nacionales (¡cinco!) para conseguir una auténtica utopía: equiparar a los españoles con los europeos más desarrollados, a la hora de aprovechar el tiempo para incrementar la competitividad, reducir los gastos innecesarios y mejorar la vida personal y familiar. No se trata de trabajar más horas, sino mejor, porque después de todo resulta que los españoles figuramos en todas las encuestas en el grupo de los europeos que más tiempo dedicamos al trabajo y que disfrutamos de menos fiestas laborales (sí, estamos incluso más esclavizados que los alemanes). La clave radica en la diferencia entre trabajar realmente y estar en el trabajo. La iniciativa la ha planteado Ignacio Buqueras y Bach (en la foto de arriba) durante unas jornadas de formación de la Asociación Nacional de Centros de e-Learning y Distancia, justo en el viernes en el que la susodicha comisión celebraba el octavo aniversario de su puesta en marcha.
La primera propuesta de horario racional de la comisión es empezar a trabajar entre las 07:30 y las 09:00 para terminar entre las 16:00 y las 18:00, al estilo sueco (y alemán, y francés, y británico, y...) pero para eso hacen falta algunas condiciones que obligarían a cambiar la idiosincrasia del español de a pie. Para empezar, un desayuno fuerte en casa antes de marcharse al trabajo, lo cual va en contra de dos características demasiado habituales entre nosotros: la primera, no tener tiempo para desayunar (porque aprovechamos para dormir hasta el último minuto antes de levantarnos de la cama, debido a que la noche anterior, da igual que fuera entre semana, nos acostamos a las tantas por una razón o por otra) y la segunda, en caso de desayunar, limitarse a un café bebido rápidamente (porque la "gracia" del desayuno es tomárselo compartido con los colegas, una vez ya en el trabajo: no por el hecho de estar con ellos, sino porque así entre todos se disimula mejor el absentismo del puesto laboral durante veinte minutos..., o una hora si hace falta).
Este horario racional también va en contra de cierta mala costumbre muy española sintetizada en el "ahora vengo, no tardo nada", que se traduce en otros cuarenta minutos u hora y pico de nuestro horario laboral empleado en hacer recados personales (yo he visto a todo un redactor jefe, que por cierto se quejaba mucho de que sus superiores no le tenían en cuenta, abandonar su puesto para irse a cortar el pelo o al dentista tranquilamente). Por último, esa propuesta de horario tampoco será bien recibida teniendo en cuenta que recomienda emplear cuarenta y cinco minutos para "comer una saludable dieta mediterránea" en un país como éste en el que tardamos una hora y media en comernos una hamburguesa con patatas (es decir, unos minutos en la comida propiamente dicha y el resto en el "no me atosigues").
Otro pacto propuesto por la organización de Buqueras y Bach incluiría a las organizaciones empresariales y sindicales, para que no se firme ningún convenio que no refleje adecuadamente la necesidad de unos horarios que mejoren la productividad sin olvidarse de la conciliación y la igualdad. Lo cual está muy bien..., si uno tiene algo que conciliar. He conocido a multitud de personas que echan horas y horas y horas en el trabajo por no volver a casa con tiempo suficiente para ver a su familia ya que no soportan estar con ella: su vida sentimental y familiar es tan patética que prefieren mantener la ficción y justificar con el trabajo las pocas horas en las que están juntos que admitir que han fracasado y tratar de reorganizar su vida con otras personas.
En cuanto a lo de la igualdad, me río en la cara de las Pajines, las Aídos y las demás politicuchas (y politicuchos) de bajísimo nivel que pululan en nuestra clase política y que, mientras imponen legalmente cuotas absurdas y descerebradas reglas de discriminación "positiva", son absolutamente incapaces de afrontar el problema real de machismo que padece la sociedad española y del que lamentablemente he sido testigo directísimo en el caso de varias amigas mías, personas preparadísimas e ideales para puestos concretos pero maltratadas laboralmente y vetadas para el ascenso en igualdad de condiciones por el simple hecho de ser mujeres.
Una de las iniciativas se dirige de manera especial a las televisiones, tanto públicas como privadas, a las que se pide que revisen la programación ya que España es el único, ¡el único! (ni siquiera Italia padece esta pésima costumbre), país europeo en el que los programas "normales" terminan pasada la medianoche. Otro motivo para, volviendo al primer pacto, justificar el acostarse tarde (lo que conlleva estrés y aumento de siniestralidad por falta de descanso, así como mayor absentismo laboral y menor productividad). Esta propuesta es especialmente ingenua, teniendo en cuenta que los programadores televisivos españoles violan sistemáticamente ante la pasividad de las autoridades cualquier norma preestablecida: desde la ausencia de violencia, sexo y expresiones malsonantes en horario infantil, hasta las limitaciones a la hora de emitir publicidad, pasando por la obligatoriedad de fijar una programación y mantenerla sin cambiar tus emisiones en función de lo que haga el de enfrente para arañarle los puntos de audiencia que se pueda...
Buqueras y Bach pone otro dedo en la llaga al señalar que muchos trabajadores españoles se quedan en su puesto "calentando la silla" durante horas, no para trabajar o producir sino para que el jefe de turno les vea allí y tenga una buena impresión de ellos. En ese sentido, paradójicamente, una persona que acuda a trabajar cuatro o cinco horas a tope es peor vista que otra que se pasa diez o doce aunque esté rascándose la barriga. También conocí a cierta colega de profesión con más cara que espalda cuyo puesto de trabajo estaba muy próximo a una piscina municipal y que en verano tenía la costumbre de dejar su bolso, su agenda y sus papeles desparramados encima de la mesa de trabajo mientras desaparecía y se iba a tumbar al sol (literalmente) un par de horitas en horario de trabajo. Si alguien preguntaba por ella cuando no estaba, sus compañeros le tomaban el recado comentando: "Habrá ido al baño o estará grabando algo... Desde luego, estar, tiene que estar por aquí, porque todas sus cosas están sobre la mesa".
A pesar de la inocencia de algunas de las propuestas de esta comisión, sus ideas deberían ser tenidas en cuenta si de verdad se pretende llegar a algún tipo de reforma eficaz que mejore la productividad española, muy necesitada de una revisión de arriba a abajo.
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