Juan Brom es un académico de la Universidad Nacional Autónoma de México que, como tantas personas con vidas más o menos intensas pero en el fondo corrientes (las personas con una vida verdaderamente interesante nunca publican su autobiografía: reservan el néctar que hayan podido extraer de la existencia para sí mismos), ha creído necesario escribir su autobiografía, recién publicada en Grijalbo con el título De niño judío alemán a comunista mexicano. Puede ser de todas formas un libro curioso de leer, si es que profundiza en las ideas que empleó el pasado fin de semana durante su presentación pública en México D.F. y que no vienen sino a confirmar lo que otros pensadores de mayor o menor proyección social y, en realidad, cualquiera que tenga un poco de olfato histórico, puede detectar con cierta facilidad: vivimos el final de una época y nos espera, a la vuelta de la esquina, algo muy diferente a lo que conocemos y para lo cual la inmensa mayoría de las personas no está preparada (aunque no tendrá más remedio que someterse o perecer).
¿Qué significa exactamente el final de una época? Viajemos un poco en el tiempo y pongámonos en la piel de un patricio romano en su villa de Hispania, o de Galia, o de Tracia, o de cualquier parte del imperio, en la época de su decadencia. Con un poco de conocimiento de cuáles eran las circunstancias vitales en ese momento no es difícil comprender la mezcla de sentimientos (angustia, congoja, nostalgia, rabia...) con que ese patricio podría añorar un orden (y la fuerza militar que lo sostuvo, y la gloria que de las conquistas devino) de acuerdo con el cual su familia vivió durante generaciones y que fue lo bastante sólido (en aparicencia) para dotar de cierto sentido a su vida de persona común, aun en una escala elevada, perfectamente integrada en la sociedad de su época. Un orden que en esos momentos estaba desapareciendo, desvaneciéndose en medio del caos económico, la corrupción política, las invasiones bárbaras y otro tipo de factores que, para su pesar, estaban transformando su existencia y la de sus descendientes para siempre.
Y es que la caída del imperio romano suele representarse como una invasión de bárbaros furiosos (mongoles, por lo general) que entra a saquear la capital a sangre y fuego y se lleva como esclavo a todo aquél al que no ha asesinado en su criminal avance, pero ésta es una imagen falsa, como la de la mayoría de las estampas históricas que nos "venden", de lo que ocurrió. En realidad, no fue tanto una caída de un día para otro como un desmoronamiento progresivo, gradual a través de los años, en el que todos tuvieron algo que decir.
La Antigua Roma fue destruida desde sus propios cimientos gracias a su podrida casta política (empezando por la serie de sinvergüenzas que ocuparon el trono imperial, en ocasiones durante apenas unos meses), pero también y sobre todo debido a la acomodada, indiferente y ciega ciudadanía a la que no le interesaba otra cosa que holgazanear y seguir los juegos cada vez más brutales y sangrientos del Coliseo. Eso, sin olvidar a los comerciantes financieros cuyo único interés era hacerse más y más ricos a costa de quien fuera, al elevado número de viajeros procedentes de todas las partes del imperio con el único objetivo de medrar personalmente sin pensar en nadie más y aun a costa de la destrucción de las instituciones en las que conseguían penetrar, a los fanatismos religiosos que destruyeron los últimos restos de moral (muchos de los primitivos cristianos no fueron precisamente ejemplo de santidad, por mucho mártir que hubiera entre sus filas, sino más bien ejemplo de fanáticos apocalípticos convencidos de que el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina y por tanto decían que resultaba "agradable a Dios" ayudar a destruir el orden para facilitar la Parusía) y a la excesiva avalancha de inmigrantes hambrientos y deslumbrados por el poder romano (aunque fuera decadente) llegados de más allá de las fronteras imperiales con el objetivo de hacerse un hueco en el "paraíso".
¿A alguien le suena todo esto?
- Sí, claro -interviene Mac Namara-. Se parece sospechosamente a cierto momento histórico que conoce bien cualquiera de tus (escasos) lectores. De hecho, yo también he tenido esa sensación de encontrarnos en plena decadencia del imperio occidental y al borde de una segunda Edad Media.
- Exactamente eso es lo que ha dicho Brom -le contesto, tratando de parecer indiferente a su desagradable comentario sobre mis escritos-. En la presentación de su autobiografía aseguró que la Humanidad está a las puertas de una "nueva Edad Media" que además será "muy prolongada y muy dolorosa" a través de un "régimen muy cerrado, muy autoritario", aunque extremadamente eficiente desde el punto de vista del control, ya que impedirá la discusión, el debate o los movimientos sociales con un fuerte componente antidemocrático en el ejercicio del poder.
- ¿Y dijo algo del control por microchips de la población? -pregunta mi gato conspiranoico.
- No especificó mucho pero sí recordó que los medios tecnológicos existentes en la actualidad permiten un control total, imaginado pero no conseguido por dictaduras anteriores. "Los nazis y los soviéticos utilizaban tarjetas para vigilar y documentar a la gente bajo su control pero hoy día los sistemas automatizados permiten contar con información detallada de millones de personas en unos cuantos disquitos" (discos duros), son sus palabras.
- No está mal el análisis. ¿Y qué más? ¿A quién echó la culpa él de lo que ocurre?
- Pues..., como buen teórico de izquierdas, Brom apunta a las crisis del capitalismo, en combinación con la globalización (que multiplica sus efectos) como responsables principales del desmoronamiento actual y asegura que el problema nace de la desaparición de los llamados países socialistas, a partir de la cual el mundo entró en una peligrosa situación de crisis permanente en una u otra región.
- Como buen teórico de izquierdas, Brom equipara capitalismo con liberalismo y por tanto se equivoca, puesto que buena parte de lo que está sucediendo en la actualidad es obra del capitalismo, sí, pero ¿qué es en realidad el capitalismo sino otra versión del socialismo que parece añorar en su discurso?
- Explícame eso, Mac.
- Una cosa es el liberalismo: el libre mercado, la ley de la oferta y la demanda con un control intermedio de un gobierno independiente para evitar los desmanes de los poderosos. Otra muy diferente, aunque la gente se confunde y cree que es lo mismo, es el capitalismo hoy rampante en el que el gobierno (y el resto de los partidos políticos) es un guiñol al servicio de las mismas fuerzas del mercado entre otras cosas porque le deben una cantidad impagable de millones en préstamos y por tanto sólo actúa cuando le dejan u ordenan. Piensa que el ideal del capitalismo es crear empresas cada vez mayores hasta que llegue un momento en el que una sola megacorporación lo controle todo (como en los regímenes socialistas, sólo que en ellos la megacorporación se disfrazaba con el nombre de Estado) y los ciudadanos pasen a ser todos iguales (consumiendo lo mismo, trabajando lo mismo, pensando lo mismo) unidos bajo el control de un mando único a nivel mundial, destruidos sus intereses particulares tanto a nivel político, como religioso, social o familiar. El famoso simulacro que conocimos como Guerra Fría no fue más que un experimento para ver cuál de los dos métodos, el capitalismo o el socialismo, servía mejor al plan de control directo de la población en general mientras de paso se minaba y destruía el liberalismo. En todo caso, la culpa de lo que está ocurriendo no es tanto de los -ismos como de los mismos ciudadanos, en su inmensa mayoría ignorantes y/o cobardes, que se dejan comer el terreno por los "malos" y son incapaces de hacerles frente aun siendo mucho más numerosos.
- Si tú lo dices...
- Yo lo digo, que sé más que tú. ¿Y qué propone el tal Brom para salir de todo esto?
- Según él, la sociedad debe "generar un gran movimiento mundial" que ofrezca una "salida a los problemas actuales, pero no bajo el prisma capitalista pues ya se ha visto que el actual sistema no ofrece más que desempleo y explotación, expoliación de los recursos del planeta, y pobreza". Algo que permita a la sociedad adquirir el dominio de sus recursos básicos y "no el control de un simple taller o microempresa, sino de medios fundamentales para organizar la producción y la distribución en beneficio de toda la Humanidad", aunque reconoce que "éste es un tema de largo plazo, porque la inmensa mayoría de la población no aspira actualmente a una sociedad socialista o a algún nuevo sistema tenga el nombre que tenga".
- Palabrería entonces. No me dice nada nuevo -sentencia Mac Namara-. Si eso es todo, prepárate para desembarcar en una nueva Edad Media, y a no mucho tardar. Prepárate para un nuevo sistema feudal, unas nuevas cruzadas, una nueva época de hambrunas y pestes, una nueva Inquisición...
No medito. Contesto de inmediato:
- Está bien. Me prepararé para formar parte de una nueva orden templaria o teutónica o de cualquiera otra clase de caballería. Me prepararé para construir de nuevo catedrales que enmudezcan a los príncipes de este mundo. Me prepararé para resucitar a los minnesänger y los trovadores y dedicar mi corazón a una dama que lo merezca... Y no me importa el mundo que me depare el futuro: lo conquistaré por la fuerza de mi espíritu, sea con la ayuda de un teclado de ordenador o con la de una espada desenterrada de una piedra.
Por un momento, sólo por un momento, detecto en los ojos de Mac Namara un leve destello de aprobación, tan raro en él como el Rayo Verde. Pero se da media vuelta para que no le mire y se aleja meneando su cola, impasible. Y me deja, como de costumbre, pensativo.