Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Exodus, de Ridley Scott

Hubo un tiempo en que yo también consideré una especie de genio cinematográfico al británico Ridley Scott, un tipo que tal vez con los años podría llegar a rivalizar con mi director favorito desde siempre (Stanley Kubrick, ¿quién, si no?), pero ese tiempo pasó ya hace mucho. Y es una lástima, porque guardo bien y con cariño en la memoria (e incluso he llegado a ver varias veces, en esas extrañas, rarísimas ocasiones en las que me sobra el tiempo suficiente como para echar otro vistazo a una película ya vista) aquel trío de historias tan diferentes una de otra pero que tanto me gustaron cada una en su estilo: el terror de Alien, el octavo pasajero (donde descubrí no sólo al bicho extraterrestre sino a la larguirucha Sigourney), la ciencia ficción de Blade Runner (fabulosa recreación, más que adaptación, de la más famosa novela de Phil, nuestro paranoico favorito) y la fantasía de Legend (donde todo encajaba a la perfección, como en un sueño, incluso la incapacidad actoral de un Cruise jovencito). Luego tuve oportunidad de disfrutar Black Rain (esa historia de dos polis occidentales perdidos en un planeta lejano digo..., en Japón) e incluso su primer y napoleónico largo: Los duelistas.

Hasta ahí, bien. Pero de pronto en los años noventa del siglo XX las cosas empezaron a torcerse. El feminismo exagerado de Thelma y Louise. El machismo exagerado de La teniente O'Neil. La pesadez exagerada de 1492, la conquista del paraíso...  Quedaban detalles, brochazos aquí y allá, promesas incumplidas de lo que podría haber sido una historia interesante pero al fin frustrada por algo difuso, indefinido... Y llegó en el 2000 el mazazo de Gladiator. Aquélla pudo haber sido LA película de romanos de todos los tiempos, EL peplum mejor conseguido de la historia... En lugar de ello, acabó convertido en una peli más de romanos, con una dolorosa ambientación (esos pueblos germanos que son presentados como trogloditas de hace 45.000 años, esa Hispania que es más africana que europea, esa Roma en la que solo el palacio del emperador es ya de por sí más grande que la antigua Roma real) y un irritante discurso de lo políticamente correcto, a veces subyacente a veces en primer plano, que no hubiera firmado ni el brillante y generoso Marco Aurelio de verdad.

A partir de ahí, la calidad del cine de Scott ha sido más errática que el vuelo del helicóptero alcanzado en Somalia y sobre cuya historia se rodó Black Hawk derribado, tal vez la película más sólida de aquellos años (y tal vez la más estéril y aburrida para aquéllos a los que no les gusta el cine bélico sin más pretensiones). Personalmente, no le he perdonado  todavía que convirtiera a los templarios en una banda de incultos matones medievales en El reino de los cielos o que tomara el pelo con tanta naturalidad a todos sus fans en la más que fallida Prometheus. Pero lo que ha hecho con el cuento de Moisés y compañía en Exodus: dioses y reyes ya es para ponerle la cruz y despedirle definitivamente de mis afectos más próximos.

Por razones obvias para cualquier estudiante de la Universidad de Dios (aunque reconozco que esas razones no necesariamente han de ser tan claras para los que no conocen este centro de formación tan peculiar), mi interés por cualquier obra que incluya e interprete la figura de Moisés es automático. Después de todo, la humanidad está hoy en el lugar en el que se encuentra gracias a (o por culpa de) ese pacto tan peculiar que estableció este hombre de grandes conocimientos, nobles intenciones y chapuceros errores con un ser cósmico de desmesurado poder, negra alma y tiránico comportamiento. Ese monstruo que devora sangre y dolor diariamente en cantidades espantosas y que a pesar de ello se hace llamar dios a sí mismo, presentándose en el colmo del sarcasmo a sus distintos tipos de adoradores con caras diferentes, enfrentadas entre sí, como si fuera una "divinidad" distinta y rival de ella misma, para mantener constantemente encendidas las cocinas del infierno donde se alimenta...


Fui a ver Exodus con ciertas esperanzas. Después de todo, Scott ha cumplido ya los 77 años y posee toda una carrera (evaluable de una u otra forma pero que difícilmente puede ser re-juzgada en función del tiempo de vida que le quede) y, además, es inglés (garantía supuesta de independencia y arrojo). Si a ello sumamos sus inquietudes culturales personales y la información que una persona como él debería manejar, existía a priori cierto porcentaje de posibilidades de que tal vez osara desmontar el pastiche publicitario que Hollywood construyó desde sus mismos inicios en torno a ciertos acontecimientos veterotestamentarios y cuyo exponente más conocido sigue siendo seguramente Los diez mandamientos, la gigantesca producción de Cecil B. DeMille rodada en 1956 con unos tan colosales como maniqueos Charlton Heston en el papel de Moisés y Yul Brynner en el del Faraón (y a pesar de ello, una película a miles de años luz -para mejor- que Exodus).

Bueno, pues mi gozo en un pozo. Todo empieza a venirse abajo desde el primer momento, desde el mismísimo comienzo de la película cuando, para situar al incauto público, una voz en off nos lee unos carteles en los que se asegura sin sonrojo alguno que "la gloria de Egipto" pertenece en realidad a los "esclavos hebreos" que "llevan 400 años construyendo sus monumentos y sus ciudades".  Como si Egipto no tuviera miles de años de antigüedad, como si sus mayores glorias no se hubieran levantado antes siquiera de que al primer hebreo se le hubiera ocurrido emigrar a la Tierra Negra, como si en realidad hubiera habido algún esclavo hebreo alguna vez construyendo nada (todas las últimas investigaciones históricas y arqueológicas parecen indicar que las grandes construcciones, incluso las pirámides, fueron levantadas por ciudadanos libres y, por supuesto, egipcios). Para subrayar eso, a continuación nos hacen una panorámica con un montón de esclavos (aunque probablemente en aquella época en todo Egipto no había tanta población como la que se supone vive sólo en Menfis, la capital en el momento en el que se desarrolla la acción de la película) trabajando todos a la vez en multitud de obras, algunas de las cuales son completamente ridículas (como una gigantesca cabeza de faraón que está siendo labrada casi a pie de suelo en medio de un llano y que por supuesto nadie ha pensado cómo va a ser posible moverla y elevarla sobre el supuesto cuerpo que debe coronar).

A partir de ahí, las bofetadas históricas y culturales se suceden una tras otra sin solución de continuidad y, lo que es peor, la propaganda hace exactamente lo mismo, con lo que la macedonia final es más que indigesta. Por citar sólo algunas de las barbaridades de Exodus (cuyos productores debieron dedicar el dinero inicialmente destinado a los asesores históricos a organizar orgías de papas arrugás y vino del valle de Güimar), podemos señalar como ejemplos:

a) esos palacios que tienen más aspecto de grandes templos estilo Karnak que de residencias oficiales de una familia real, con un mobiliario que poco o nada tiene que ver con el que se usaba en aquel momento,


b) esas pirámides construidas ¡en medio de la ciudad! y en las dos orillas del Nilo a la vez..., o ese templo de Abu Simbel (uno de los monumentos hoy día más conocidos de Egipto) ¡¡usado como tumba faraónica para enterrar a Seti!!



c) esas espadas de hierro (¡¡¡de hierro, en plena Edad del Bronce!!! Y que conste que la fecha en la que suceden los hechos la eligen graciosamente los guionistas, porque no está demostrado de ninguna manera que el Faraón al que se enfrentó Moisés fuera, como se dice aquí, Ramsés II) que Seti regala a sus dos hijos, al auténtico y al "implantado", 

d) esa cínica sacerdotisa de no se sabe qué divinidad con unos modelitos dignos de John Galliano (en realidad, como los que "lucen" todos los protagonistas, tan feos como irreales) practicando unos rituales absurdos,

e) ese uso de la terminología moderna como si fuera corriente en la antigüedad (particularmente me mató aquello de "No puedes recibir al gobernador, no está en la agenda de hoy"), 


f) esos equipamientos militares egipcios que parecen sacados de un desfile del día del orgullo gay más que de la abundante documentación que poseemos sobre cómo eran de verdad..., y esa batalla de Qadesh que podría ser igualmente un enfrentamiento entre bandas de desharrapados en Tatooine o cualquier otro planeta del universo Star Wars

g)  ese Moisés organizando un primitivo Tsahal a espaldas del Faraón, un verdadero ejército de rebeldes que nadie sabe de dónde saca las armas o cómo puede entrenarse sin que se enteren los egipcios (por cierto, que hacen muy bien sus entrenamientos, acertando todas las flechas en los blancos y todo eso, pero luego nunca combaten de verdad),

Suma y sigue, todo lo que quieras.

En cuanto a la propaganda, es difícil encontrar una película donde los egipcios tengan un aspecto más nazificado que los propios nazis malvadísimos de las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. La vulgar visión de los sufridos y humildes hebreos tirando con largas cuerdas de las enormes piedras sobre trineos de madera (solución que se demostró hace mucho tiempo más que insuficiente en un mundo de arena) mientras el fustigador egipcio de turno disfruta latigazo va, latigazo viene, como si fuera un discípulo del Marqués de Sade, es lo de menos. Durante toda la película hay un mensaje machacón de los-egipcios,-como-los-alemanes,-son-lo-peor mientras que los hebreos son un pueblo-santo,-valeroso-y-humilde-al-que-no-se-le-ha-hecho-justicia. Un mensaje resaltado con secuencias muy estudiadas como el aspecto de Pitón, la ciudad llena de esclavos a la que se traslada Moisés y cuya primera imagen recuerda poderosamente las innumerables secuencias de canteras de campos de concentración donde trabajan en condiciones lamentables los prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial. O como las piras gigantescas donde son incinerados constantemente centenares de cadáveres de esclavos hebreos transportados por otros esclavos de la misma forma que en las susodichas películas veíamos a los prisioneros de rayadillo llevando cadáveres de rayadillo (y menos mal que estamos en Egipto porque, si no, apuesto veinte a uno a que Aarón y Moisés habrían mantenido la manida y sarcástica conversación de "¿Está nevando?" "No, son las cenizas de la incineradora"). O como la secuencia en la que Moisés
 se reúne con los "sabios" del pueblo que, harapos aparte, recuerda tanto a otras en las que el Schindler de turno se entrevista con el Consejo Rabínico de guardia. O como el ahorcamiento de una familia cada día, al más típico estilo de represalia militar en Ucrania. Por cierto, los mandamases egipcios son siempre blancos, de aspecto caucásico e incluso ojos azules.

En fin, para qué seguir... El único detalle interesante de toda esta larga (dos horas y media) y aburrida película es la caracterización del monstruo no como una zarza ardiente, una nube luminosa o un montón de rayos y truenos, que es la imagen de costumbre, sino como un niñato insolente y malencarado, que necesitaría ser sometido a una de las terapias del programa televisivo Hermano Mayor. Un niño llamado formalmente Malak (Mensajero), aunque ya sabemos que en las lenguas semitas las vocales hay que interpretarlas en función del contexto pues todas las letras son en realidad consonantes. Así, el nombre original MLK puede significar varias cosas. Si en lugar de aes, usamos es, por ejemplo, tenemos Melek (Rey), pero si en lugar de aes y es usamos oes, resulta que tenemos... ¡Oh, vaya, vaya, vaya...! ¡Mira lo que tenemos!

Eso, y dos secuencias concretas. La primera, cuando tras la muerte de todos los primogénitos egipcios el Faraón dice la única línea de guión seria que le ha tocado en toda la película: "¿Qué clase de fanáticos adoran a un dios que asesina niños?" y Moisés le contesta (y se queda tan tranquilo): "Ningún niño hebreo ha muerto esta noche." Este breve diálogo podría recordarnos que el dios veterotestamentario, el supuesto bueno de la peli, mata a casi toda la humanidad con un Diluvio y luego practica genocidios aleatorios (como los de Sodoma y Gomorra) además de alentar otros crímenes como el secuestro, el incesto o el sacrificio humano, mientras que el supuesto malo de la peli, la serpiente satánica, lo único que hace es ofrecer a Adán y Eva la vía a través de la cual convertirse en dioses ellos mismos y prácticamente no vuelve a molestar a la humanidad...  

La segunda secuencia es el cierre de la película: un final soso y sin gracia, aunque quizá sólo en apariencia... Después del despliegue de efectos especiales con la famosa ola que engulle al ejército egipcio, el pueblo hebreo se encamina hacia su "paseíllo" de 40 años antes de llegar a la Tierra Prometida (por la que tendrán que luchar, matar y aniquilar ciudades enteras..., menos mal que estaba prometida). En medio de la barahúnda, se ve un carro a bordo del cual viaja un Moisés progresivamente más anciano, sucio y despeinado. A solas con sus pensamientos y sus recuerdos, Moisés se deja conducir/es conducido por el polvoriento e interminable camino. Y es ése casi el único momento de la película en el que Christian Bale demuestra que es actor, cuando descubrimos de pronto la mirada, a medias perdida, a medias aterrorizada de su personaje.
  
Una mirada de comprensión

Probablemente porque en ese momento se ha dado cuenta del error que ha cometido: convertir a un demonio en un dios.







viernes, 12 de diciembre de 2014

Vampiros y plantas

Una de las más interesantes secuencias de una película per se muy interesante (Las aventuras del barón de Münchausen, de Terry Gillian)
porque se presenta como una especie de comedieta de aventuras juveniles y no lo es (o no es sólo eso, para ser exactos), nos muestra cómo la Muerte, en su imagen más tradicional para los humanos corrientes (esqueleto, guadaña y etcétera), se apodera del espíritu de las persona a través de una especie de místico e intangible beso que extrae la energía del moribundo de su boca y la lleva a la Cosechadora de Dios, por llamarla de algún modo. Luego, ella se marcha con su botín sagrado, en busca de nuevos objetivos.

Conocemos la historia de los vampiros: seres tan siniestros como parasitarios que, gracias a la estúpida educación contemporánea en la que ya no hay ni buenos ni malos de acuerdo con la doctrina políticamente correcta imperante del relativismo, se han convertido en lánguidas presencias del mundo de la ambigüedad, seres simplemente "diferentes", dignos al menos de compasión y comprensión, a los que no es posible "marginar" por más tiempo. Después de todo, ellos no tienen culpa de ser lo que son...

Pues sí, sí la tienen. En contra de la creencia generalizada hoy sobre todo entre los incultos adolescentes lectores de supuestos tratados vampíricos que harían carcajearse a cualquier estudioso serio del tema, no ya en estos tiempos sino en cualquier otro anterior, uno no "se hace" vampiro porque le muerdan en el cuello y le sorban la sangre, sin más. Con eso, simplemente uno se muere porque se queda sin sangre. Una cosa es ser una víctima de un monstruo como éste y otra, muy distinta, ser un aspirante a convertirse en uno de ellos puesto que los tratados más antiguos se refieren a los mismos como una "raza aparte". Es decir, uno nace vampiro o no. Esto, sin tener en cuenta el carácter simbólico de esta figura: Bram Stoker, el autor de Drácula, la obra de vampiros más famosa de todos los tiempos, describió en su poco conocido texto a cierto tipo concreto de parásitos de la sociedad de su época, que por cierto siguen existiendo en la actualidad igual que existieron mucho antes en todas las sociedades humanas y que, para su supervivencia, precisan el derramamiento de sangre de cierta forma ritual. Stoker tenía conocimiento suficiente para hablar de estas cosas, aunque la mayoría de sus lectores no hayan llegado a captar sus sutilezas por falta de información, pues no en vano fue miembro de la Golden Dawn, la sociedad discreta más popular en aquel entonces en el Reino Unido.

La sangre es un elemento preciosísimo no sólo desde el punto de vista físico (sin sangre no se mueve el corazón ni se transporta oxígeno a las células ni...) sino desde el punto de vista tradicionalmente esotérico, ya que según se cuenta en ella radica la energía vital imprescindible para vivir en este mundo (y por ello a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI diversos ocultistas han pronosticado reiteradamente que nunca se conseguirá "sintentizar" sangre artificial, una vieja aspiración de la medicina occidental, ya que haría falta disponer de algunos elementos no físicos que no están al alcance de la ciencia contemporánea). Desde este punto de vista, lo importante de la sangre no es ella misma sino lo que es capaz de contener y transportar. Por eso no existen tan sólo los "vampiros de sangre" (o más bien de esa sutil energía que corre por la sangre) sino los capaces de apoderarse de la misma con otro tipo de técnicas. Así lo hemos visto descrito en algunos cuentos de "fantasía" o en algunos libros de autoayuda donde se confunden a menudo los términos y los conceptos al hablar de éstas y otras cosas curiosas. 

Es cuestión de tiempo que la ciencia moderna confirme que las "supersticiones de nuestros antepasados" tienen su sentido después de todo, aunque sea dándoles un nombre diferente (como comentamos el otro día respecto al mesmerismo, hoy llamado sofrología e hipnosis) porque, nunca lo repetiremos lo bastante, nuestros antepasados no eran idiotas por el simple hecho de precedernos en el tiempo (más bien, es al contrario: tenían más tiempo que nosotros para pensar y razonar) y cuando una sociedad insiste en repetir ciertos ritos y creencias a los que se adjudica la capacidad de materializar cosas concretas, es porque esas cosas se materializan, porque esa manera de actuar funciona (independientemente de que se conozca o no la razón última de ese funcionamiento). Si no, habrían dejado de practicarlos con rapidez.

Pues hablando de vampirismo, resulta que un equipo de investigación alemán dirigido por el doctor Olaf Kruse, de la Universidad de Bielefeld, ha descubierto que algunas plantas pueden llegar a extraer energía alternativa de otras plantas. Es decir, pueden vampirizarse entre sí. La noticia aparecía en el Nature Communications, donde los científicos explicaban cómo confirmaron por primera vez que un alga verde, la Chlamydomonas reinhartii, no sólo utiliza la fotosíntesis como forma de conseguir la energía que precisa para vivir, sino que la puede robar a otras plantas próximas. Según esta publicación, lo más interesante del hallazgo es el planteamiento de que con las personas puede suceder algo similar. Así, el texto pronostica que "a medida que avancen los estudios energéticos en los próximos años, confirmaremos que esto se puede producir también con los seres humanos" porque su organismo "es muy parecido a una planta, al tomar la energía necesaria para alimentar los estados emocionales; esta esencia puede energizar las células".

Hablamos de bioenergía, por supuesto, un campo "en constante evolución" y que según la doctora Olivia Bader-Lee demuestra que "los humanos pueden curarse entre sí, simplemente a través de la transferencia de energía al igual que las plantas." En su opinión, los homo sapiens pueden apoderarse de esa energía mediante la aproximación a la Naturaleza, motivo por el cual acercarse a ella "es estimulante para tanta gente".

Bader-Lee sugiere cinco herramientas para garantizar que nadie nos roba esa energía: 1º) mantenerse centrado espiritualmente (lo que permite saber cuándo hay movimientos energéticos en nuestro entorno); 2º)  permanecer en la medida de lo posible en un estado de no-resistencia (similar al agua, de manera que cualquier energía negativa atraviese a la persona sin dañarla); 3º) Vigilar y controlar el espacio personal (el "aura" o, lo que es lo mismo, el espacio comprendido a una distancia máxima de cerca de un brazo alrededor de nuestro cuerpo); 4º) limpiarse periódicamente desde el punto de vista energético (hay diversas técnicas para eso); 5º) llenar nuestro espacio personal con nuestra propia energía (lo que supone la barrera más eficaz para impedir el paso de energías ajenas). 

De esta manera se puede evitar a los vampiros energéticos que, a menudo, ni siquiera son conscientes de ser tales. En realidad, el vampiro es básicamente un gandul, un irresponsable que se niega a asumir el esfuerzo de trabajar para conseguir su propia energía y se limita a robar la de los demás, sin importarle las consecuencias que eso tenga para ellos, aunque sea la muerte.








viernes, 5 de diciembre de 2014

Medicinas

No es mi siglo favorito, precisamente, pero hay que reconocer que a finales del XVIII se registraba una actividad especialmente interesante en Europa, dentro de la eterna guerra que enfrenta desde tiempos inmemoriales a "buenos" y "malos" a espaldas de los homo sapiens, que son incapaces de separar la mirada del escenario del teatro con el que se les entretiene todos los días. En aquella época, por ejemplo, claudicaba definitivamente uno de los ejércitos espirituales tradicionalmente asociados a los "buenos": una discreta sociedad que había sido infiltrada desde principios de siglo por los "malos" y que a partir de entonces sirve a éstos, aunque sus miembros inferiores (y aún bastantes en algunas jerarquías intermedias) sigan creyendo sinceramente a día de hoy que están ubicados en un lugar diferente... Fieles a su estrategia más habitual, los infiltrados fueron desviando el destino de esta sociedad con tanta lentitud como precisión, de manera que sus confiados integrantes no se percataran de que habían perdido el control primero y luego el rumbo de la nave hasta que ya no pudieron hacer nada por recuperarlo. Después, ya fue tarde para cualquier reacción. Esa época salvaje que muchos ignorantes siguen celebrando a día de hoy como si fuera una de las cumbres de la libertad y la sabiduría en el confuso devenir de la Humanidad ofreció la cobertura perfecta para hacer "desaparecer" a los elementos más molestos o peligrosos (aunque sólo fuera porque sabían lo que había ocurrido) que quedaban, acusándoles de contrarrevolucionarios. Así se completó la operación que, entre otros, permitió ejecutar a uno de los mejores músicos de la Historia conocida, perteneciente a esa sociedad y en el secreto de ciertas cosas..., aunque oficialmente murió por culpa de una enfermedad no aclarada.

En aquellos años turbulentos vivió un personaje muy curioso (uno de tantos, entonces) de origen alemán llamado Franz Anton Mesmer. Tuvo la fortuna de poder desarrollar su intelecto gracias a la educación en universidades jesuitas que (aparte del condicionante religioso) eran entonces como lo son ahora un grado más que elevado dentro de la enseñanza universitaria internacional. Mac Namara me ha sugerido en alguna ocasión que compaginó esa enseñanza oficial con otra más excéntrica en centros de enseñanza, digamos, un tanto etéreos. Lo cierto es que durante su carrera como médico comenzó a experimentar primero con imanes y más tarde con el magnetismo y el hipnotismo, con todo lo cual desarrolló lo que aún hoy se conoce como "mesmerismo" o "método mesmérico". Con él, alcanzó bastante éxito en la curación de algunas enfermedades (no todas) y ello despertó la irritación de los médicos "normales" que, en unos años donde el materialismo comenzaba a florecer, despreciaban sus peculiares métodos de tratamiento. Instalado en París, fue allí sometido a una suerte de juicio médico de "expertos" que destruyeron su credibilidad (ay, los franceses..., que siempre se venden como defensores de la libertad cuando a la hora de la verdad se han contado y siguen contando entre los mejores censores y sicarios del "lado oscuro").

Parece significativo que entre los miembros de la comisión que lo arruinó al decidir, no que sus métodos no servían para curar a la gente (esto no se pudo demostrar, por lo que se achacó la recuperación de la salud de sus pacientes al hecho de que habrían sido convencidos por Mesmer de que lo que les dolía antes de pasar por su consulta ya ni siquiera les molestaba un poquito), sino que el médico germano no había descubierto ningún fluido magnético natural de los animales, figuraban entre otros dos personajes de carrera también muy característica con claros muy conocidos y oscuros no tanto. Hablamos del médico Joseph Ignace Guillotin y el entonces embajador de los recién nacidos EE.UU. Benjamin Franklin. En todo caso Mesmer terminó abandonando París y se perdió, desprestigiada su figura, en las nieblas de los siglos...  Hoy, el valor terapéutico del mesmerismo está reconocido y de hecho se utiliza para distintos tratamientos, aunque ya no se llama así. Ahora se le llama sofrología y también hipnotismo, pero básicamente se trata de un método semejante.

Toda esta historia viene a cuento de tantos enemigos declarados que le han salido en los últimos años a la homeopatía, la acupuntura y otros tratamientos tradicionales que funcionan (por supuesto que funcionan: si no lo hicieran, hubieran dejado de practicarse hace mucho tiempo; la gente puede ser analfabeta pero no es idiota y nadie va a gastar su tiempo, su dinero y sus esfuerzos con algo que no haya tenido ocasión de comprobar fehacientemente) al margen del llamado "método científico" estrictamente materialista. Contrasta, además, cómo los mayores críticos de la medicina no controlada oficialmente hasta épocas muy recientes se desgañitan bramando contra la supuesta charlatanería de sus practicantes y la supuesta estupidez de sus beneficiarios mientras miran para otro lado en lo que respecta a las denuncias contra las crecientes irregularidades de la medicina oficial que, vaya, vaya, resulta no ser la panacea universal que se vende tan a menudo.

El pasado mes de septiembre se presentó en Madrid un libro especialmente llamativo en lo que se refiere a este asunto, con el indiscreto título de Medicamentos que matan y crimen organizado: cómo las farmacéuticas han corrompido el sistema de salud (Los libros del Lince) del danés Peter Gotzsche. Aunque la presentación fue en la sede de la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) no tuvo demasiada repercusión en los medios de comunicación..., aunque eso es decir que obtuvo alguna, lo que parece una entelequia en un país como el nuestro donde mucha gente se gasta la exigua cantidad de la que dispone para invertir en libros comprando auténticos buñuelos de nada, como las memorias de Belén Esteban o cualquiera de las innumerables secuelas de ese texto porno para mamás reprimidas llamado Cincuenta sombras de Grey. Sin embargo, Goztsche sabe de qué habla, puesto que además de conocimientos de química y biología ejerció la medicina en varios hospitales de Copenhague, la capital de su país... El caso es que su libro mete el dedo en el ojo de una manera un tanto molesta para el sistema pues denuncia con datos reales y casos prácticos algo que sólo las personas bien informadas (es decir, muy pocas) ya conocen: el inmenso negocio a nivel mundial que suponen los medicamentos y su comercialización. Una máquina capaz de imprimir tal cantidad de dinero  que, según cuentan algunos (empezando por el propio Mac Namara, que siempre ha sido muy rotundo al respecto), por su culpa siguen existiendo gravísimas enfermedades a día de hoy que podrían disponer de una cura..., y que no la poseen porque resulta mucho más rentable que siga muriendo gente afectada, gente que es tratada con medicinas ineficientes pero caras y que generan buenos beneficios.

Me hizo gracia encontrar en el libro un párrafo en el que Gotzsche recuerda cuando el directivo de una farmacéutica le dijo textualmente a un visitador médico que "debemos darle la mano a los médicos y susurrarles en la oreja que receten Neurontin para los dolores, Neurontin para el tratamiento con monoterapia, Neurontin para tratar el trastorno bipolar... ¡Neurontin para todo! Y no quiero escuchar ni una palabra sobre esa mierda de la seguridad." Me hizo gracia porque, de manera totalmente sorprendente tanto para mi gato conspiranoico como para mí mismo, el artículo sobre este medicamento que apareció en esta bitácora a finales de noviembre de 2009 es aún hoy, según las estadísticas informáticas, el más leído y comentado en toda la corta historia de Fácil para nosotros. Tal y como recuerda el autor de este fascinante texto, las consecuencias de la comercialización del Neurontin fueron la razón por la que la empresa Pfizer fue condenada en 2010 por cargos, textualmente, de "crimen organizado y conspiración"

La industria del medicamento invierte más del doble en mercadotecnia que en innovación, señalaba en aquella charla Gotzsche. Pero cuando hablamos de mercadotecnia no nos referimos sólo al diseño de los envases farmacéuticos.  Por ejemplo, cualquier periodista que se dedique a cubrir información sanitaria y tenga cierto peso en el sector o que, como un servidor, conozca a otros periodistas que trabajen en ello puede dar testimonio de la existencia de viajes fabulosos, auténticas vacaciones pagadas de una o dos semanas en verdaderos paraísos tropicales bajo la denominación oficial de "presentación del medicamento tal" o de la "solución médica de la pastilla cual". Durante esos días, el profesional de la información tendrá que cubrir una, a lo sumo dos ruedas de prensa no especialmente largas y quizá visitar alguna fábrica de medicamentos. Y dedicar el resto del tiempo a disfrutar de las vacaciones. ¿Alguien cree realmente que cuando vuelva el periodista a su casa va a hablar mal, no ya del nuevo producto medicinal, sino de la entera compañía que lo fabrica? 

El libro de Gotzsche da cifras. Por ejemplo, cuenta cómo en su propio país, donde viven unos 5,5 millones de personas se consumen ¡8 millones de dosis diarias! de medicación. Y que uno de cada 8 daneses toma al menos 5 medicinas cada día... También recoge la carta abierta al primer ministro británico David Cameron que firmaron varias decenas de científicos en la revista de este mismo país The Lancet (una de las "biblias" actuales de la medicina y la ciencia) denunciando que en la Unión Europea mueren cada año ¡casi 200.000 personas! por culpa de los efectos adversos de medicinas que se recetan o se venden sin más. En el caso de los EE.UU., los llamados fármacos antiarrítmicos provocan el fallecimiento de otros 50.000 pacientes anuales. Un solo producto, el rofecoxib, está según sus análisis tras la muerte por trombosis de 120.000 personas en todo el planeta... Tanto en la UE como en Estados Unidos, los medicamentos prescritos, recuerda, figuran como la tercera causa de muerte tras las enfermedades cardíacas y el cáncer.  Hay que tener en cuenta que el fenómeno no es nuevo: recordemos el caso de la talidomida, ese fármaco tan bueno para las embarazadas gracias al cual nacieron tantos niños malformados que, muchos años después, hoy día, siguen al menos en España reclamando en los tribunales una indemnización decente a la farmacéutica Grünenthal. Incluso en el caso de los tratamientos que funcionan sin contraindicaciones, la actitud de las empresas farmacéuticas, denuncia el autor del libro, es "mafiosa" porque todos los nuevos fármacos cuestan mucho dinero..., aunque no lo cuesten. Dice Gotzsche que no existe relación lógica alguna entre lo que cuesta elaborar un medicamento y lo que luego se cobra por ello.

En ese sentido, las instituciones encargadas de controlar estos artículos no protegen a los ciudadanos como debieran hacerlo: ni la europea ni la norteamericana. En el caso de ésta última, la FDA (Food and Drug Administration o Agencia para los Alimentos y los Medicamentos), uno de sus directores asociados, David Graham, reconoció que esta institución "desprecia la seguridad de un producto porque para ella no existen daños que no puedan controlarse con una vigilancia post-comercialización". Su manera de pensar es "no podemos tener un 95 % de seguridad sobre qué medicamento puede matar, pero lo asumimos y lo autorizamos". Y cita casos como los del vioxx, la warfarina o la cisaprida... Todo esto por no hablar de enfermedades prácticamente inventadas como el famoso TDAH (Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad) que según explica el autor del libro "no es más que un nombre..., carece de entidad biológica y se diagnostica principalmente a partir de quejas de los maestros; pero se le podría aplicar a muchas personas que no son niños en edad escolar". Los medicamentos que se aplican para "combatir" este diagnóstico "tienen un mecanismo de acción similar al de la cocaína o la anfetamina" pues el objetivo principal "no es mejorar los resultados académicos de los niños sino conseguir que sean más manejables en clase". Eso, al precio de reducir su capacidad de interacción social o su curiosidad y, a largo plazo, incluso como adultos, crearles cuadros de ansiedad, depresión, pérdida de interés sexual, menor tolerancia al estrés e incluso daños cerebrales.

Hay muchos más datos desasosegantes en este libro que recomiendo estudiar con calma. La conclusión de este científico danés es clara: no hay que tomar medicinas más que en un caso de extrema necesidad (personalmente, he visto a compañeros de trabajo y otros conocidos ingiriendo pastillas de ibuprofeno casi como si fueran gominolas, con cualquier excusa..., también he visto las graves consecuencias que este "alegre" consumo de medicamentos -drogas, al fin y al cabo- han producido en algunos de ellos).










viernes, 28 de noviembre de 2014

La revolución secreta

Hace unos días tuve la ocasión de hablar con una auténtica leyenda de la literatura popular española a fin de entrevistarle por su nueva novela titulada La Baronesa (Alberto Santos Editor). Se trata de Rafael Barberá, más conocido en el mundo por su seudónimo de Ralph Barby. Aunque las jóvenes generaciones de lectores celtibéricos no le conozcan, este hombre tiene una de esas trayectorias envidiables si uno es un autor que aspire a ser leído: durante su feraz existencia en el mundo de las letras ha publicado un millar de novelas y se calcula que ha vendido unos 15 millones de ejemplares de las mismas, sin contar las ediciones en otros idiomas. Ciencia Ficción, Oeste, Novela Negra, Bélica..., ningún género se le ha resistido a este hombre de la estirpe de los Marcial Lafuente Estefanía, Silver Kane o Corín Tellado. Durante la entrevista me comentó un par de cosas que me llamaron la atención a título particular porque, sin saberlo, yo hago lo mismo que él (¡aunque no he publicado, ni de lejos, el mismo número de novelas y ejemplares!).

La primera es la forma en la que se le presenta la historia que va a escribir. Su mejor momento para conectar con el Otro Mundo es por la noche. Digo conectar con el Otro Mundo porque es literalmente lo que hace. Es decir, no se sienta a imaginar y escribir, a especular sobre si hará una cosa u otra, y luego se dedica a cambiar la historia las veces que haga falta. No. Se acuesta y, en el momento de la duermevela, antes de caer rendido, es como si una gran pantalla se iluminara ante él y asistiera, como en una sesión de cine, a la historia que, al día siguiente y recordándola perfectamente, se limitará a copiar sobre la hoja en blanco. Su imaginación o tal vez su mística conexión con alguna clase de universo paralelo (ya puestos...) le permite asistir al desarrollo de toda la acción, prácticamente completa. De esta manera, Barby no conoce más que uno de los grandes sufrimientos del escritor: el de llevar sus historias al papel, esa sensación de un largo, inmenso parto, en el que la criatura empieza a asomar con la primera palabra pero no termina de nacer hasta que se escribe la última letra..., y eso genera una ansiedad creciente en el autor, mayor cuanto más tarda en salir todo lo que debe salir. El otro gran sufrimiento, previo a éste y que no afecta a todos los creativos, es el de poseer la idea más o menos completa de lo que uno va a redactar pero al mismo tiempo carecer de algunos detalles fundamentales, de ciertas piezas sin cuyo concurso el texto sabemos que queda cojo, maltrecho, sin terminar, y que obliga a revisarlo una y otra vez angustiosamente en busca de las piezas perdidas del rompecabezas. Como escritor, he de confesar que personalmente me sucede algo parecido: puede que no llegue a ver la idea completa cuando empiezo un texto como le pasa a Barby pero, una vez en marcha, es como si me limitara a transcribir una secuencia que se desarrolla mentalmente ante mí de manera fluida, protegida por su propia lógica y con independencia de mis deseos respecto a los personajes. Quizá conectamos ambos con el mismo multiverso... 

El segundo punto que me llamó de manera especial la atención en la entrevista con Barby es su afirmación rotunda de que nunca ha leído a sus 
contemporáneos, por temor a resultar influenciado por ellos y que algún día le pudieran acusar de copiar personajes, temas o incluso argumentos. Yo también padezco el mismo tipo de resquemor aunque no actúo de manera tan radical. Sí confieso que no suelo leer a mis contemporáneos..., en los mismos géneros en los que escribo. Por ejemplo,
recientemente leí la muy entretenida Corazón oscuro de León Arsenal y disfruté con sus aventuras medievales en torno al incidente del corazón perdido del verdadero Braveheart en el asedio de Teba. Pero no me agrada (aunque el gozo literario siga existiendo cuando las tengo entre mis manos) leer sus historias de Ciencia Ficción porque temo apoderarme inconscientemente de algún fragmento de su obra y luego reflejarla en la mía. Todo esto puede sonar un tanto infantil visto desde fuera. Al fin y al cabo, estamos influidos por un montón de circunstancias diarias que se despliegan a nuestro alrededor y nos influyen, queramos o no. Sin embargo, esta forma de ver las cosas tiene que ver con el ansia de originalidad, de creatividad personal, de marcar un estilo propio e individual que probablemente nunca llegue a existir después de todo pero..., ¡qué diablos! ¡La búsqueda de la excelencia tiene estas manías, tan épicas y absurdas como otras!

Bien, el caso es que entre razonamiento y razonamiento sobre libros ajenos, hoy voy a hacer una excepción en mi política de no leer y mucho menos hablar acerca lo que tengo a mi alrededor (entre otras cosas porque luego siempre hay quien se queja de que por qué hablas de uno y no de otro...) para recomendar una novela que acabo de terminar: La revolución secreta, de Claudio Cerdán (Editorial Alrevés). Lo hago porque me ha parecido una de las mejores novelas de autor español que he leído en esta temporada y, sin duda, la mejor con diferencia de este colega de aspecto distraído y pluma como bisturí que un día decidió dejarse bigote para que le tomaran de una vez por todas en serio cuando pedía un whisky doble en la barra. Claudio empezó en la Ciencia Ficción publicando un par de novelas que pronto le convencieron de que por ese camino iba mal si lo que pretendía era vivir de su obra escrita (ese oscuro objeto del deseo o, más bien, ese oscuro objetivo de todos los que antes empuñábamos la pluma y ahora nos enfrentamos al teclado del ordenador, sobre todo cuando contamos historias de cf) así que sobre la marcha saltó de 
tren igual que antes que él lo hicieran otros ilustres del género (como César Mallorquí, que encontró su exitoso destino en la Literatura Juvenil o el propio Arsenal, que lo hizo con la Histórica) si bien en su caso optó por la Literatura Negra. Con su primer texto en este nuevo territorio, El país de los ciegos, ganó el Premio Novelpol a la mejor novela negra del año, además de ser finalista del Lengua de Trapo y del Silverio Cañada. Después llegaría Cien años de perdón, otro finalista en este caso de los Premios LeeMisterio.com y del Novela Pata Negra de Salamanca. El tercer texto policíaco, igualmente finalista en este caso del Valencia Negra, fue Un mundo peor. Para entonces, nuestros caminos se habian cruzado gracias a España Negra, la antología dirigida por Pablo Sebastián en la que publicamos nuestros respectivos relatos junto al resto de los Plumas Negras.

Durante la gira de presentación de aquella antología, creo que estábamos en Palma de Mallorca, Claudio me confesó que tal vez se había equivocado al renunciar a su puesto de trabajo "normal" para hacer realidad su sueño de ser un escritor profesional. Veía la dificultad de ganar el suficiente dinero como para vivir holgadamente de ello (le remordía la conciencia tener que depender económicamente de su pareja) en un país como España donde el uso más común que se le da a las palabras no es para disfrutar de ellas sino para arrojárnoslas unos a otros en forma de insultos, chismes y descalificaciones. Casi todos (dejo el "casi" como un complemento un poco tonto) los escritores que participábamos en aquella antología nos veíamos obligados a trabajar "de otra cosa" (generalmente, en el Periodismo) para ganarnos las lentejas diarias y dedicar el poco tiempo libre de cada cual a nuestro verdadero (y mal pagado) oficio sentimental, el de escritores. Traté de animarle citándole el caso de los autores (pocos, pero alguno hay) que se la habían jugado a esa carta de dejarlo todo por la escritura y al final, aunque siendo una jugada arriesgada, les había funcionado bien. No recuerdo si logré tranquilizarle porque, igual que en el resto de destinos promocionales, cerramos la jornada al estilo "autor español" (que es más o menos similar al estilo "actor español" en cualquier sarao equivalente), o sea comiendo y bebiendo (y riendo si es posible) en el restaurante de moda..., y tonto el último.


Cuando recibí por correo La revolución secreta, fue una sorpresa para mí. Primero, porque Claudio se hubiera pasado a la Histórica. Segundo, porque precisamente en los últimos tiempos he estado leyendo material relacionado con la época en la que está centrado el argumento (que siempre me ha parecido tan interesante como mal explicada, en especial en los textos españoles). Inicialmente, coloqué la novela en uno de los tres o cuatro montones de libros "urgentes para leer" que adornan mi piso en el campus de la Universidad de Dios (y que Mac Namara se divierte desmoronando y mezclando con otros títulos que ya he leído) y ahí se quedó durante algunas semanas mientras terminaba alguno de los seis o siete textos que leo al mismo tiempo según las circunstancias (hay libros que se leen bien en la cama antes de dormir, otros son perfectos para llevar en el metro o el autobús, unos terceros son como delicatessen que hay que devorar con extrema lentitud...). Confieso que ya me había olvidado de la existencia de La revolución secreta (igual que del resto de libros urgentes, cuya urgencia recuerdo de inmediato al verlos de nuevo) cuando hace unos días me tropecé con él en lo alto del montón de obras (milagrosamente, Mac Namara lo había respetado) y, sin pensarlo dos veces, lo tomé y empecé a leerlo allí mismo. Me enganchó en aquel mismo instante, y ya no lo solté hasta terminarlo.

La revolución secreta es fiel al estilo habitual de su autor, desnudo y completamente despiadado (de hecho, suele tratar a sus personajes como si  fuera un cenobita de los de Hellraiser machacando a los poseedores de una caja de Lemarchand), capaz de crear una situación con escasos recursos descriptivos y dejando simplemente que los bien dibujados protagonistas de sus historias fluyan con naturalidad en medio de un decorado austero. En este caso, la Rusia desangrada por la guerra civil que desató la revolución soviética, inmensamente fría por el invierno, inmensamente blanca y desolada en sus paisajes nevados, inmensamente sangrienta y cruel ante la devastación de la guerra. Inmensa, como es Rusia. En medio de tan apabullante panorama, se mueven como hormigas los principales y desagradables héroes del cuento: tratando de cumplir su propósito de llegar indemnes al hormiguero pero pisoteadas y aplastadas casi aleatoriamente por un coloso que no conocen y cuya acción en un momento dado apenas pueden intuir...  Uno de los puntos fuertes del texto es la mezcla o bastardización de géneros, eso que ahora se llama fusión, que funciona estupendamente, lo que tampoco es sencillo de conseguir. La mayoría de los libros que he leído en los que su autor busca el éxito tocando varios palos al mismo tiempo con la esperanza de que al menos uno o dos le gusten al lector suelen ser decepcionantes porque resulta muy complicado caminar por cuatro o cinco senderos al mismo tiempo: queriendo contentar a fans de distintos géneros, lo normal es no contentar a ninguno. Sin embargo, en este caso la mezcla de Histórica con Negra con Terror y unas gotas de Fantasía engrasa los ejes de la carreta y le da una velocidad que da gusto, sin chirriar ni siquiera en los momentos más delirantes de la historia.


El principal protagonista es Aleksandr Strahov, un oficial del Ejército Blanco recién ascendido a capitán y al que prometen una mayor graduación si es capaz de frenar la ofensiva roja en una miserable aldea perdida en medio de la inmensa (¿lo he dicho ya?) Rusia. Strahov es una de las claves de la novela porque se trata de un personaje muy bien construido y que demuestra la documentación de Claudio para esta novela, en apariencia minimalista, pero en la práctica muy eficaz. Es el perfecto prototipo de oficial de carrera europeo proveniente de una familia de estirpe militar y habitualmente con tierras, más o menos emparentada con la nobleza. Es serio, legalista, patriótico, valiente, frígido, inteligente y desdeñoso con los inferiores. Un verdadero burgués armado y entrenado para la guerra..., y orgulloso de dedicarse a ello. Un tipo realmente muy común en la Europa de comienzos del siglo XX en el Reino Unido, Francia, Italia, incluso Rusia..., aunque en las películas y los libros de siempre sólo suele aparecer este modelo de personaje identificado con los Junkers de Alemania y en pleno proceso de transformación hacia el nacionalsocialismo. Strahov acepta encantado la misión, aunque conoce las dificultades de la misma y el hecho de que tendrá que cumplirla enfrentándose a un problema añadido: los bestiales asesinatos cometidos, tanto entre sus unidades militares como entre la población civil, por uno o varios salvajes que se mueven a sus anchas por los escenarios de la guerra, el hambre y la miseria. Sus crímenes parecen en un principio cometidos por un hombre lobo y, más tarde, por un grupo de satanistas y, más tarde aún, por un grupo de hombres lobos y satanistas al mismo tiempo y, más tarde..., no lo voy a contar porque reviento el final.

La otra gran clave de la novela es una extraña pareja de una fuerza arrolladora que trabaja casi diría que de forma gestáltica. Está compuesta por el Maestro y el Aprendiz. El primero es un violento y sarcástico cazador de monstruos que ha recorrido todo el mundo envuelto en su propia cruzada personal para liberar al mundo de la presencia de Satán y sus criaturas y que además hace profesión de fe con sus propias armas, que incluyen una dentadura metálica para mejor desgarrar al engrendro de turno. Se puede describir con facilidad: un Rasputín con katana. El segundo, como su nombre indica, sigue fielmente los pasos de su profesor y es como un Maestro en chiquitín, un miniyo más aterrador aún si cabe porque demuestra una eficacia asesina, un sectarismo y una frialdad similares al de su mentor pero encarnado todo ello en el cuerpo de un chaval preadolescente... El Maestro (y su Aprendiz) trata durante todo el libro de mantener la alianza con Strahov, que no le soporta, para cazar y destruir al hombre lobo. A él no le interesa la guerra más que como escenario en el que los monstruos pueden manifestarse con mayor facilidad por la discreción que conlleva la abundancia de muerte y destrucción. Pero el oficial zarista no cree en ese tipo de criaturas. Está más bien convencido, con su propio fanatismo racionalista, de que aquello con lo que luchan sólo parece un  hombre lobo, pero no lo es.

Hay varios personajes más que adquieren diversos grados de protagonismo, además de varias subtramas complementarias que arman la novela como el viejo truco de un tesoro escondido, un viejo enfrentamiento con un antiguo amigo o la existencia de ciertos grupos desconocidos, además de la propia marcha de la guerra civil..., pero el pulso básico es el que mantienen Strahov y el Maestro. ¿Quién de los dos tiene razón? ¿Luchan contra una superstición hecha carne o contra alguien aún más gélido emocionalmente que ellos dos juntos que emplea la imagen de esa superstición para sus desconocidos propósitos? Hay que leerlo hasta el final para descubrirlo.

Por cierto que hay un par de detalles más de la novela que a mí personalmente me han encantado, aunque no sean especialmente relevantes. El primero de ellos, ponerle un título a cada capítulo. Cuando yo era más joven (en esta reencarnación) las novelas tenían su título y, en la mayoría de ellas, cada capítulo tenía el suyo. Esa costumbre no sólo servía para reconocer mejor en qué parte del libro se había dejado la lectura la vez anterior en una época donde no existían tantos marcapáginas vendidos como objetos de regalo, sino para resumir los capítulos leídos y saborear con anticipación los que uno estaba a punto de leer. En la medida de lo posible, he intentado mantener esa costumbre en mis propias obras, porque eso de titular simplemente Capítulo 1 o, lo que es peor, I, me parece literariamente escuálido. Pues bien, Claudio hace también lo propio y titula, con mayor o menor acierto pero los titula, cada uno de los capítulos de la novela... El segundo detalle es el final con Efecto Connery. La primera vez que escuché esta expresión fue hace ya unos cuantos años al colega periodista y literario Julián Díez, en referencia a la espectacular (e inesperada) aparición final de Sean Connery interpretando un breve cameo como rey Ricardo Corazón de León, en plan deus ex machina en la pésima versión de Robin Hood rodada en 1991, en la que Kevin Costner usurpa el papel del inmortal arquero del bosque de Sherwood. Estos finales inesperados y fuera de contexto he de confesar que me fascinan y yo mismo los he utilizado más de una vez sobre todo en mis relatos cortos, aunque sé perfectamente que no todo el mundo los aprecia..., más bien todo lo contrario. No obstante, son una guinda divertida para un pastel.
 
Y, en el caso de La revolución secreta, para un sabroso pastel histórico relleno de sangre, miedo y vísceras.
 









viernes, 21 de noviembre de 2014

El río como testigo

Tendemos a pensar que no hay justicia en el mundo y probablemente sea así, puesto que el homo sapiens es fundamentalmente un homínido en general bastante alejado de esa imagen de ser humano con la que le gusta disfrazarse a menudo. Pero lo que sí existe es la Justicia, la que se escribe con mayúsculas porque no depende del entorno común y corriente. La he visto actuar tantas veces a lo largo de los años que no tengo absolutamente ninguna duda de que tarde o temprano los responsables de los impuestos cósmicos cuadran sus cuentas con todos y cada uno de los habitantes de este planeta, pagando lo que se debe en algunos casos y cobrando también lo que se debe en otros. Claro, eso dejando aparte el pequeño detalle de que esta especie de funcionarios estelares quitan y reparten de acuerdo con sus propios horarios e intereses, que nada tienen que ver en general con los nuestros. Por eso, a menudo no se entiende, ni siquiera se advierte (y en consecuencia no se agradece), su forma de intervenir en los distintos casos pendientes del planeta con el objetivo de mantener el orden y el equilibrio. 

En algunas ocasiones, no obstante, actúan de manera casi automática, si bien su forma de hacerlo siempre es peculiar y llamativa. Hablábamos sobre ello el otro día en la Universidad de Dios con nuestro brillante y divertido profesor de Misticismo y Paradojas, el mulá Nasrudin, quien aprovechó para ilustrarnos sobre la administración de Justicia relatándonos un sucedido al que se enfrentó hace bastantes años...

"Cierto hombre pobre paseaba junto al río lamentando la mala fortuna con la que la vida le había tratado porque, a pesar de ser honrado, trabajador y amable con sus vecinos, vivía solitario y con necesidades. En su deambular había llegado muy lejos del pueblo, junto hasta la única zona de la orilla donde crecían cañas. Entonces, se fijó  en que había algo medio enterrado en el fango. Se acercó y descubrió que era un cofre de buen tamaño repleto de monedas de oro. Sorprendido y desbordado por la alegría, empezó a dar gracias a la Providencia y a echarse en cara a sí mismo el haberse atrevido a dudar de que el Cielo cuidaría de él y terminaría recompensándole por sus desvelos. Mientras admiraba una y otra vez las monedas y pensaba en la mejor manera de invertirlas preparándose para decir adiós a la pobreza, un banquero pasó por allí subido cómodamente en su burro. Al ver el cofre con el oro en manos del pobre, se acercó enseguida y le preguntó con aire de preocupación:

- ¿Dónde has encontrado ese oro?

- En la orilla del río, junto a las cañas -contestó el otro, ingenuo.

- Enhorabuena, se ve que eres un hombre afortunado. Pero no conviene abusar de la suerte. Te advierto de que esta zona es muy  frecuentada por ladrones y delincuentes. Y muy solitaria, es difícil que alguien te ayudara si te encontraras con dificultades... Ten en cuenta que es muy probable que lo que hayas desenterrado sea parte de un antiguo botín y, si los malvados que lo sepultaron descubren que te lo has llevado, te cortarán la cabeza como castigo. También es posible que se encuentren contigo en el camino desde aquí a tu casa y al ver tu tesoro traten de robarte y, en ese caso, igualmente te decapitarán durante el asalto...

El pobre se puso entonces muy nervioso y el banquero aprovechó para tentarle:

- Yo viajo en burro y, si lo pongo al trote, puedo llegar rápidamente al pueblo sin que nadie pueda detenerme. Ni siquiera los ladrones. Si quieres, dame el cofre y me adelanto, lo llevo a tu casa y, una vez allí, espero a que llegues para devolvértelo. Ni siquiera tendrás que esforzarte en transportarlo.

Aliviado, el pobre fue tan inocente que le entregó el cofre y animó al banquero a que se marchara cuanto antes, sin preocuparse de la hora a la que él podría llegar de regreso.

Cuando al fin volvió a su pueblo, se encontró con que nadie le esperaba en su humilde choza, así que se encaminó hacia el palacio donde vivía el banquero pero cuando le exigió la devolución del cofre con las monedas de oro éste le contestó que no sabía de qué le estaba hablando.

- La verdad es que hace dos o tres semanas que no te veía -argumentó con gran desfachatez el banquero delante de otros visitantes de su casa, antes de amenazar al pobre con echarle a patadas si no se iba él de buen grado.

Quizás en otra ocasión, el pobre se hubiera ido a llorar la injusticia que había sufrido, sin más, pero no sucedió así en ésta. De pronto, era muy consciente de que debía luchar por su tesoro, ya que la Providencia había decidido rescatarle de su vida anterior y sabía que aquella oportunidad era única: no volvería a haber otra semejante.

En consecuencia, el pobre se presentó ante el juez del pueblo que, por aquella época, era el cargo que me tocaba desempeñar. Yo conocía bien a ambos hombres y, cuando me contaron sus respectivas historias (el pobre denunciando el robo del banquero y el banquero negando haberse encontrado siquiera con el pobre) no tuve duda de a quién creer..., pero necesitaba pruebas para dictar justicia, así que pregunté:

- ¿No hay testigos de los hechos?

- No hay ninguno, para mi desgracia -se quejó el pobre-. Encontré el tesoro junto al río, en una zona única, donde no había un solo testigo.

- Pues ve al río, háblale como si fuera un hombre y pídele que comparezca ante este tribunal -ordené al pobre, quien me obedeció, sorprendido. 

Durante un rato muy largo la corte judicial aguardó constituida el regreso del pobre. Todos esperábamos: los abogados, el tribunal, el público asistente... El banquero estaba, como todos, deseando irse a su casa, así que iba de un lado para otro quejándose y haciendo aspavientos. Cuando le vi al borde del hartazgo, le pregunté:

- ¿Crees que todavía tardará mucho más?

Y el respondió:

- La verdad es que sí, porque ese tramo del río, el de las cañas, está realmente lejos...

Tras semejante confesión de un hombre cansado y aburrido que no había medido sus palabras, mandé detener al banquero. 

Cuando regresó el pobre, enfadado y cansado, se lamentó:

- Le pedí al río que viniera, le rogué, le ordené, le supliqué..., hasta que me cansé de repetirlo. Pero no se movió de allí.

- Sí lo hizo -contesté yo mostrándole al banquero ya en prisión-. Entró un momento mientras tú ibas y volvías y atestiguó que este hombre es, en efecto, un verdadero ladrón."






viernes, 14 de noviembre de 2014

Persia y la leche

Ser conspiranoico es un estilo de vida. Esto lo he aprendido de mi gato Mac Namara. Nadie puede ser un poco o un mucho conspiranoico de la misma manera que una mujer no puede estar un poco un un mucho embarazada: lo está o no lo está. Pues esto es lo mismo..., uno lo es o no lo es. Entre otras cosas, porque cuando cualquier incauto empieza a preguntarse realmente, con interés, por la verdad de las cosas que se esconde hábilmente tras el decorado que nos presentan a diario como realidad no tardará en encontrar las pistas que le han de conducir ante revelaciones cuando menos chocantes. Y, si perservera en esas pistas, si es capaz de no arredrarse ante la descarga de descalificaciones y topes externos (y aún peor, de los internos, implantados en nuestra manera de ser y ver lo que nos rodea desde la más tierna infancia merced a la astuta capacidad de quien realmente gobierna los destinos del ignorante homo sapiens), acabará llegando a ciertas habitaciones cerradas y comunicantes cuyas puertas se pueden abrir consecutivamente, aunque a un precio elevado cada una de  ellas (más elevado cuanto más se profundice). Es algo similar a lo que advertían los antiguos acerca de los riesgos que supone ver a Isis despojada de sus siete velos y completamente desnuda, entre los cuales la muerte no era el más temible. 

- Lo malo de las conspiraciones es que cuesta "un congo" demostrarlas..., es como esos terroristas que sabes que lo son pero no tienes pruebas suficientes para detenerlos  -le comentaba esta mañana a Mac Namara.

- A veces me pregunto por qué sigo perdiendo el tiempo contigo -me contestó, entre aburrido e indiferente mi felino hablador-. A estas alturas deberías tener ya material suficiente para hacer tambalear los pedestales de los escépticos sin tener que recurrir a mis portentosos conocimientos.

- A ver... Hay multitud de cosas en el 11S que... -comencé, tratando de defenderme, pero él me interrumpió bufando y añadió:

- Siempre con lo "importante", siempre con lo "importante"...  No es que no haya pruebas para destapar lo "importante", y de hecho en lo relativo al 11S lo increíble es que haya tanta gente corriente que siga creyéndose la insostenible versión oficial, sino que si empiezas a hacerlo vas a desaparecer rápidamente de circulación. Es más sencillo destapar hechos menos llamativos pero igual de curiosos a fin de que los agnósticos y los escépticos los examinen por su cuenta y lleguen a sus propias conclusiones. Así, abrirán su cabeza y, una vez lo hagan, podrán enfrentarse por sí mismos a lo "importante"...

 Así que me he pasado toda la mañana escuchando ejemplos de conspiraciones reales que se pueden demostrar como tal y sobre las que se puede encontrar información con cierta facilidad. Por ejemplo, cómo y por qué fue derrocado el entonces primer ministro de Persia (hoy, Irán) Mohammed Mossadegh. 

En 1953, un golpe de Estado se llevó por delante al que fuera la gran esperanza política de los ciudadanos persas o iraníes. Mossadegh era un patriota que luchaba por construir una democracia laica y moderna en su país, al estilo de lo que había logrado Mustafá Kemal Atatatürk en su Turquía natal. Había desembarcado en la alta política sólo diez años antes, en 1943, tras ser elegido diputado por Teherán. Era una época turbulenta. Reinaba ya desde hacía dos años el Shah Mohamed Reza Pahlevi (aquí, a la derecha, con unos años más), al que británicos y soviéticos habían impuesto en el trono tras obligar previamente a abdicar a su padre, el Shah Reza Pahlevi (que tiene su propia historia, porque no provenía de un linaje real sino que inicialmente fue un oficial de la brigada cosaca, de nombre Jan Mirpany Savadkuhí, que se apoderó del trono mediante su propio golpe de Estado veinte años antes y que en 1941 fue obligado a hacer la maleta por los británicos debido a sus simpatías hacia el Tercer Reich), en un territorio que no sólo poseía un valor estratégico importante sino que además contaba con la maldición de poseer inmensas cantidades de petróleo fácilmente extraíble en su subsuelo. Ambas circunstancias le convertían en objetivo del imperialismo (anglosajón, en este caso) que al estilo mafioso "protegía" al país a cambio de controlar la región y de paso llevarse el ansiado petróleo a un precio más que asequible. 

En 1951, las cláusulas del contrato, que beneficiaban claramente a los intereses imperiales en perjuicio de los ciudadanos persas o iraníes (al estilo de lo que ocurre en diversos países árabes en la actualidad, donde el dinero generado por el crudo es disfrutado -y derrochado- sólo por su clase dirigente local), se hicieron públicas durante el proceso de ratificación de un anexo al tratado original firmado en 1933. Eso llevó a la dimisión consecutiva  de dos primeros ministros en Teherán. El tercero en asumir el cargo, el comandante del ejército iraní, insistía en ratificar este documento pero para entonces Mossadegh ya había crecido políticamente lo suficiente como para asumir el cargo de presidente de la Comisión del Petróleo del parlamento persa aparte de ser el líder del Frente Nacional, una de las principales organizaciones políticas del momento. Eso le permitió comprender el problema en profundidad y decidió actuar por su pueblo, declarando públicamente nulos los leoninos contratos impuestos por los británicos y exigiendo la puesta en marcha inmediata de la nacionalización de tan importante recurso energético. Londres reaccionó como de costumbre: oficialmente protestó con buenas, educadas y diplomáticas maneras y extraoficialmente utilizó todas las tretas sucias a su alcance (en particular las de índole financiero, que tan bien manejan los verdaderos dueños del Reino Unido, que por supuesto no son sus sufridos ciudadanos sino los siniestros dueños de la  hoy en apariencia inexpugnable City londinense).

El comandante del ejército y primer ministro persa murió entonces en un atentado supuestamente obra de una organización llamada Fedayines del Islam (ahh..., esas banderas falsas, qué bien han servido a los intereses oscuros desde hace tantos años, y qué bien siguen sirviéndolos en la actualidad) pero en aquella época la gente estaba más acostumbrada a la dureza de las pruebas de la vida y no se asustó como sucede hoy en Occidente (donde la inmensa mayoría del acomodado rebaño es capaz de vender a su madre no ya si se le amenaza de muerte sino si se le amenaza siquiera con sufrir algún tipo de dolor). Al contrario, la población se sublevó contra la bota "británica" (en realidad, la de los usufructuarios de la imagen británica) y Mossadegh fue elegido primer ministro. Una de las primeras decisiones oficiales que puso en marcha, por supuesto, fue decretar la nacionalización del petróleo apoyado en la mayoría parlamentaria de Teherán. Londres se enfureció y amenazó con enviar su flota de guerra (no lo hizo porque la época no era propicia: la Guerra Fría ya había comenzado) aparte de "denunciar" lo ocurrido ante la Corte Internacional de La Haya y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Ni corto, ni perezoso, Mossadegh defendió tan bien los derechos de Irán a disponer de su propio petróleo, que ni siquiera los títeres de la ONU y mucho menos los de la Corte Internacional se atrevieron a fallar en su contra. De pronto, el primer ministro persa se convirtió en un tipo muy popular en todo el mundo y hasta fue nombrado "hombre del año" por la revista norteamericana Time. A medida que crecía la popularidad de Mossadegh lo hacían de manera proporcional la envidia y el miedo del Sha, quien sin duda estaba muy presionado por sus "amigos" anglosajones que le mantenían en el poder entre otras cosas para que les garantizara que el petróleo fluyera en la dirección adecuada... El enfrentamiento creció hasta tal punto que apenas un año después de llegar al cargo de primer ministro, Mossadegh fue destituido directamente por el Shah. Pero la gente estaba con él, entendía su lucha, la apoyaba y le quería al frente del gobierno. Hubo movilizaciones enormes en todo el país y Reza Pahlevi no tuvo más remedio que reponerle en el poder. Fue el momento del gran triunfo para Mossadegh: exigió poderes para transformar radicalmente su país en otro mucho mejor y los obtuvo. Desarrolló cerca de un centenar de leyes de todo tipo desde mejoras de la salud y promoción de la vivivienda hasta lucha contra la corrupción, fortalecimiento de las fuerzas armadas y desarrollo de las libertades civiles. Igual que había hecho con el petróleo, nacionalizó también entre otras cosas la actividad pesquera, que en aquellos días estaba en manos de la URSS.

El país se sentía fuerte, optimista, dispuesto a todo..., y el prestigio de Mossadegh crecía dentro y fuera del país. Hasta que a mediados de agosto de 1953 se produjo un golpe de estado militar que le derrocó y devolvió al Shah todos los poderes sobre Persia o Irán. La "justicia" militar le condenó a tres años de prisión y, posteriormente, al confinamiento en su villa personal hasta el final de sus días, que se produjo 14 años después por un cáncer.

¿Es que los militares persas eran idiotas? Es obvio que no. ¿Fue un golpe impulsado/pagado/dirigido/ordenado por el Shah? Es obvio que sí..., en parte, porque hoy sabemos lo que durante muchos años sólo se atrevieron a comentar en voz medianamente alta los conspiranoicos: que el golpe fue diseñado y ejecutado con la intervención directa de los servicios secretos británico (MI6, al servicio de..., vaya usted a saber) y norteamericano (CIA, esa simpática agencia a la que ha pertenecido hasta Indiana Jones, según pudimos saber en la cuarta entrega del peculiar héroes spielbergiano). Sin su decidida aparición en el escenario, jamás habría habido militares suficientes para detener a Mossadegh, ni siquiera entre los fieles al Shah.

Y lo sabemos porque muy recientemente The New York Times (por cierto, el mismo diario que en 1953 contó todo esto de manera muy diferente como se puede apreciar en la imagen) publicó el informe oficial sobre este golpe de Estado en el que se relataba como los norteamericanos habían convencido a los británicos de no usar las armas directamente sino emplear otro tipo de estrategias "por la espalda" para evitar enfrentamientos con los soviéticos. Por ejemplo, lograr que Mossadegh fuera derrocado por "su propio pueblo". Según el documento del diario estadounidense fue el gabinete del general Dwight D. Eisenhower el que dio el visto bueno al plan de golpe de Estado diseñado por los británicos, poco después de ser elegido presidente en noviembre de 1952. CIA y MI6 lo prepararon todo minuciosamente, incluyendo la elección de quien sería sucesor de Mossadegh: Fazlollah Zahedi, un general retirado que ya tenía experiencia en conspiraciones con los británicos debido a su ambición de poder. El informe cuenta, entre otros detalles, cómo se utilizó la propaganda y diversas actividades clandestinas para tratar de erosionar la imagen del primer ministro persa, cómo fue sobornado un número concreto de parlamentarios en Teherán para oponerse a la aplicación de las leyes dictadas por el gobierno o cómo fueron pagados los suficientes agitadores entre los dirigentes religiosos para organizar manifestaciones de protesta contra el sesgo marcademente laico y democrático del primer ministro. 

Se gastó una importante cantidad de dinero (más de un millón de dólares de la época) en pagar a tirios y troyanos para sacar adelante el proyecto que fracasó en primera instancia, como vimos antes, por las protestas del pueblo cuando exigió al Shah que restituyera al depuesto Mossadegh en un primer momento. La CIA y el MI6 no dudaron en utilizar en todo momento dos de sus armas favoritas: las operaciones negras y las falsas banderas, con tal de hacer creer tanto dentro como fuera de Persia que lo que estaba sucediendo era una cosa muy diferente de lo que en realidad pasaba. Sus agentes fueron además los encargados de guiar a las manifestaciones "espontáneas" hacia los puntos más calientes de Teherán en todo momento. El resultado de todas estas maniobras orquestales en la oscuridad ya lo conocemos...

Hoy nadie se acuerda de Mossadegh, probablemente ni siquiera en el mismo Irán (nombre horrible para un país que hasta la llegada del régimen de los Ayatolás siempre fue conocido en todo el mundo como Persia), pero si hubiera logrado sobrevivir a estos ataques y hubiera convertido su país en esa "nueva" Turquía, en un estado musulmán democrático e independiente, es evidente que el equilibrio de fuerzas en la región sería muy diferente. La misma historia de la Guerra Fría y todo lo demás, también podría haber sido diferente. Pero lo más importante es esto: su caso es el claro ejemplo de una conspiración sobre la que algunos "locos" se atrevieron a insinuar cosas durante muchos años pero sin pruebas para poder demostrarla que, ahora (porque a alguien, por alguna razón, le ha interesado divulgar lo ocurrido pues si no esas pruebas hubieran seguido sin aparecer), se demuestra públicamente que lo fue. Es una entre muchas otras. ¿Cuántas conspiraciones se están desarrollando en este mismo momento ante nuestras narices aunque según fuentes oficiales sean "cuentos de conspiranoicos"?

- Con estos precedentes, te puedes imaginar que el desembarco de ese demente llamado Jomeini y el derrocamiento del inútil de Reza Pahlevi en Persia tampoco fueron hechos accidentales. Roma no paga traidores... -añadía Mac Namara mientras yo asentía, atento-, pero ésa es una historia que te contaré otro día.

Y luego concluyó:

- Si el líquido es blanco, huele y sabe a leche y aparece envasado en una botella como las que se usan para llevar leche, lo más probable es que sea leche..., aunque no venga identificado como tal.