Existen multitud de leyendas acerca de Walt Disney, lo cual es un indicio claro de que realmente fue un tipo muy interesante. O, por decirlo de otra manera, que tenía una historia detrás muy diferente de la que se suele proyectar de forma oficial acerca de su persona. Sólo la gente que tiene algo que decirle al mundo se ve envuelta en esa neblina de mitos, habladurías y equívocos que terminan difuminando su imagen y cambiándola aleatoriamente de lugar, como esos espejismos que se dice contemplan los desesperados cuando languidecen en pleno desierto. Se sabe que al hombre le interesaba el conocimiento oculto desde muy joven (aquéllos inspirados sinceramente en las Cosas del Otro Mundo lo son casi siempre desde temprana edad, pues de alguna forma parecen conservar un recuerdo más claro del antes de su caída en este planeta en lugar de ver oscurecida su memoria como los hombres corrientes) puesto que perteneció en su juventud a la Orden DeMolay, una organización paramasónica no muy conocida así llamada en honor al último de los grandes maestres del Temple. Posteriormente, Disney ha aparecido incluido en numerosas listas de libros relacionados con la que hoy sea probablemente la más conocida de las sociedades discretas a la que habría pertenecido. Esto último, de todas formas, no es en sí mismo una gran prueba de nada, puesto que esa organización suele apropiarse alegremente de la memoria de hombres famosos del pasado para darse prestigio a sí misma, hayan o no pertenecido a la misma.
No obstante, cualquiera que tenga ciertos conocimientos y sea capaz de analizar algunas de las obras más poderosas de la fábrica Disney se percatará de inmediato de que, al igual que los Minnesänger y los trovadores provenzales, esos "inocentes" cuentos "para niños" son en realidad formidables máquinas simbólicas destinadas a conservar y transmitir significados profundos que el mundo de pega en el que vivimos ha tratado de sepultar denodadamente para mejor esclavizar al homo sapiens. No se habla aquí de todas las películas, obviamente, y mucho menos de
los cortos: el número de personas que intervenían en el desarrollo de la industria de la animación y decidían si se hacía esto o lo otro creció exponencialmente con el éxito de sus producciones familiares y en cierto momento dejó de estar bajo control. Pero sí hay ciertos títulos como sus versiones de Blancanieves, Pinocho o La Bella Durmiente que cualquier peregrino en poder de las claves necesarias disfrutará mucho más que todos los niños del mundo juntos. Incluso más allá de la muerte de Walt Disney, algunos de sus antiguos colaboradores lograron sacar adelante una película de visión obligada para todo aquél que verdaderamente aspire a comprender qué es y para qué sirve el camino espiritual: La bella y la bestia, en una versión tan exquisitamente disimulada como película "romántica" para los cerebros más romos.
Examinar con detenimiento los aportes simbólicos de este maestro de luz cinematográfica requeriría un tiempo y un espacio del que no disponemos, pero saber que él se dedicaba a algo más que un simple juego de espejos para el divertimento animado puede explicarnos el porqué de las luchas soterradas tras su muerte (¿murió? ¿está criogenizado? ¿han traspasado su alma a un dibujo animado en una ceremonia satanista?) para controlar su imperio de creatividad. Los nuevos gestores impulsaron un giro progresivo en las historias hasta desvirtuarlas por completo respecto a su versión original. El resultado es que los niños que crecieron con las primeras películas Disney tenían una mentalidad diferente (yo creo que mejor) a los que lo hicieron con las películas rodadas tras su desaparición física: los mensajes con valor y significado útil dejaron paso a los vulgares y huecos clichés de la estúpida contemporaneidad.
Un ejemplo claro es el personaje del Tío Gilito, originalmente la perfecta parodia de John D. Rockefeller. Ya Walt Disney sabía lo mismo que otras pocas personas con conocimientos antes que él pero que nadie hasta su llegada había sido capaz de condensar exitosamente en un arquetipo básico, en una caricatura dibujada comprensible tanto para adultos como para menores: la verdadera naturaleza de los seres parásitos que ofician a través de las grandes riquezas amasadas sobre la corrupción, la estafa usuraria y el trabajo esclavo de millones de personas y que, a través de un limitado grupo de entidades bancarias manejadas por un exclusivo puñado de familias, dominan el mundo a su aire, inspirados y sostenidos por el Demonio al que adoran. Los Amos.
El Tío Gilito, Scrooge McDuck en el original, es un personaje despreciable, egoísta y perpetuamente malhumorado, desconfiado y descortés, codicioso y siempre obsesionado con el dinero físico que acumula en un gigantesco almacén blindado donde utiliza sus incontables toneladas de monedas para bañarse entre ellas como si fuese una piscina. Pero eso es en sus ratos libres, porque habitualmente está ocupado comprando empresas e industrias, invirtiendo en Bolsa, buscando petróleo y, en general, haciendo negocios. Sólo cuando aparece su sobrino, el Pato Donald, cambia su horizonte pues, muy a su pesar, acaba involucrado en cualquier tipo de aventura extravagante.
Tras el cambio de manos de la propiedad Disney, la imagen de este elemento se ha suavizado muy notablemente. En lugar de compartir aventuras con Donald u otros personajes, suele preferir acompañar a sus inteligentes sobrinos Jaimito, Jorgito y Juanito, gracias a los cuales adquiere un rol de abuelo-benefactor-que-instruye-y-cuida-de-los-más-jóvenes. En las historias modernas ya no es tan avaro. Antes bien, actúa a menudo como un generoso mecenas de diversas causas y se muestra inteligente, prudente y valiente. Incluso amable. Sigue conservando la costumbre de bañarse en su dinero pero, con el impresionante cambio de look que se le ha aplicado, este detalle es hasta simpático y por supuesto se le perdona... Así es como Tío Gilito ya no existe: ha desaparecido sustituido por un personaje completamente diferente pero con el mismo nombre y la misma apariencia física. Es curioso que los Amos empleen la misma técnica de vaciado y sustitución del significado de las palabras para actuar en el mundo "serio" de los adultos igual que en el de los niños.
Sin embargo, me acuerdo de un comic Disney de cuando el Tío Gilito todavía era él mismo. Lo leí hace decenios pero creo recordar que se titulaba La luna de oro y el argumento giraba precisamente en torno a la aparición de un cuerpo cósmico completamente hecho de oro que llega viajando por el universo hasta las inmediaciones del Sistema Solar. De inmediato se organiza una competición de naves espaciales para apoderarse de semejante tesoro y entre los competidores figura el cohete espacial de Gilito, que recluta a Donald y sus tres sobrinos para la tripulación con el fin de que le ayuden, aunque por supuesto no tiene intención ninguna de compartir el premio con ellos. Tras una bizarra carrera, su nave llega primera a la luna y plantan su bandera para reclamar la propiedad de la luna de oro... Pero resulta que ésta ya tiene dueño. Aparece tras una colina un extraterrestre que es su verdadero poseedor y que sólo estaría dispuesto a venderla a cambio de algo que no cree que lleven consigo los viajeros: un simple puñado de tierra. Por azares de la historieta, resulta que sí llevaban esa tierra a bordo y se la entregan al extraterrestre. Éste, muy excitado, les cede la propiedad de la luna ipso facto mientras introduce la tierra en una extaña máquina que de pronto empieza a vomitar material. Con gran rapidez, la máquina utiliza los elementos contenidos en la tierra para crear todo un planeta lleno de vida al que salta el extraterrestre despidiéndose de Gilito y compañía al grito de: "Ahora sí que soy rico de verdad. Antes, sólo tenía oro, pero ahora tengo de todo." El pato millonario se queda pensativo, pensando si no ha hecho el peor negocio de su vida.
Por cierto que la receta para construir un duplicado exacto de la Tierra no es tan complicada. Courtney Dressing, del centro de astrofísica norteamericano Harvard Smithsonian, presentó hace unos meses la fórmula exacta de los ingredientes que debe tener un mundo rocoso como el nuestro para salir adelante. Durante una reunión de la Sociedad Astronómica Americana facilitó la siguiente relación para confeccionar el "pastel": 1 taza de magnesio y otra de silicio, 2 tazas de hierro y otras tantas de oxígeno, media cucharadita de aluminio y también de níquel y de calcio, un cuarto de cucharadita de azufre y un chorrito de agua. Mezclados bien todos los ingredientes, se obteniene una bola redonda que después sólo hay que colocar en la llamada (por razones evidentes) "zona de habitabilidad" alrededor de una estrella joven. La receta se completa calentando la bola con la luz y el calor de ese sol durante millones de años y luego dejando que se enfríe y sazonándola con agua y compuestos orgánicos. Y, zas, ahí aparecerá la primera y delgada película de vida que andando el tiempo podrá llegar a pensar por sí misma y continuar el juego del parque temático en el que nos manejamos más o menos.
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Y así llegamos a la última entrada de junio. La Universidad de Dios está ya cerrada para el verano y Mac Namara no sé dónde se ha metido..., lleva un año muy guerrero e independiente. Ni siquiera le he podido encargar que se ocupe del blog durante el verano mientras yo regreso a mi casa en Walhalla, así que a día de hoy ignoro si alguien redactará algo por aquí durante los próximos meses hasta mi regreso en octubre. Bueno..., si regreso. Ahora mismo tengo grandes planes encima de la mesa y me pregunto si no será el momento de concentrar fuerzas en estos planes para sacar adelante ciertos proyectos que las ocupaciones diarias (incluyendo los siete años que lleva este blog en marcha) tanto han retrasado. Sería interesante conocer la opinión de los lectores...