Y aquí estamos, un año más, celebrando Yule, o el Solsticio de Invierno, o el Día del Sol Invicto, o la Navidad, o tantas y tantas otras fórmulas culturales y/o religiosas ideadas por la humanidad a lo largo de distintos períodos históricos para recordar y celebrar al espíritu del Sol, el principal responsable de mantener el terreno de juego en el que nos entretenemos durante esos sucesivos y breves períodos de tiempo, esos chispazos de existencia material, que los homo sapiens describen como "vidas"... Esos parpadeos cósmicos que sólo los jugadores más expertos reconocen y aprovechan como lo que realmente son: ventanas de oportunidad para cosechar el néctar que alimenta el camino hacia la eternidad.
Manipulados como las marionetas que para su desgracia son, al servicio de fuerzas e intereses que no entienden y sobre cuya existencia ni siquiera llegarán a sospechar hasta el final de sus días al suponer que actúan con entera "libertad", los homo sapiens cumplen los rituales cuidadosamente
programados para ellos porque, como los bebés, necesitan una rutina externa para mantener la falsa sensación de seguridad que permite mantenerlos bajo
control. En estas fechas, el ceremonial incluye la reproducción de mecánicos mensajes y gestos de amor y felicidad hacia el mismo prójimo que el resto del año ignoran, desprecian o incluso atacan con saña, además de gastar los recursos económicos que tienen (y a veces los que no tienen) en consumir todo tipo de productos en general prescindibles y que poca cosa van a aportar a su limitado destino. Uno de esos comportamientos obligados para los próximos días incluye la entrega de regalos a los niños. Regalos lo más grandes y aparatosos posible, envueltos con papeles de colores y lazos brillantes, con los cuales se alimenta su ilusión y también la de los adultos que los entregan, incapaces de comprender que, en cierto modo, ellos también son niños, a otro nivel, que reciben regalos de otro tipo de adultos para mantener hasta el último minuto esa misma ilusión sobre el sentido verdadero de su existencia.
Pues bien... Como estamos en época de regalos, yo también voy a obsequiar a todos los lectores de este blog con una serie de imágenes que probablemente les devuelvan (como a mí me hicieron mientras las obtenía) a la época en la
que eran todavía niños de verdad y jugaban con soldaditos en miniatura que
montaban y pintaban pieza a pieza con marcas de leyenda como Tamiya o Airfix. Atención, estoy hablando de hace unos cuantos decenios, cuando todavía no estaba mal visto jugar con ellos... Si hoy por hoy en España se le ocurre a alguien regalar a un menor alguna maqueta militar o un simple paquete de soldados, aun de plástico, para que desarrolle su imaginación enseguida le pueden tachar de fascista o poco menos... Está mucho mejor visto regalar videojuegos de un realismo apabullante en el que ese mismo menor puede sumergirse virtualmente en la más brutal de las batallas para destripar a sangrientas cuchilladas las entrañas de sus enemigos o convertirse en uno de esos mismos soldaditos ametralladora en mano dispuesto a matar y matar y matar...
Hace unos días y por razones personales estuve de nuevo en Valencia y allí pude al fin visitar un museo del que había oído hablar en reiteradas ocasiones pero que por unas razones u otras no había tenido ocasión de conocer en persona: L'Iber, el museo de los soldaditos de plomo. A pesar de su nombre, el palacio de estilo gótico de los Marqueses de Malferit que alberga su impresionante colección no sólo tiene soldaditos y no sólo son de plomo,
aunque sí es cierto que éstos poseen el mayor protagonismo de las alucinantes exposiciones que me hicieron disfrutar como un enano durante las horas que pasé sumergido en la contemplación de sus fondos (los que se exhiben, que son unas 90.000 piezas, aunque por simple cuestión de falta de espacio conservan guardadas 1.200.000 más), hasta que literalmente me echaron por haber llegado la hora del cierre. El museo se fundó a partir de la colección particular del empresario valenciano Álvaro Noguera y muestra todo tipo de figuras, algunas de las cuales se remontan a los años cuarenta del pasado siglo XX. Incluyo a continuación, pues, algunas fotografías seleccionadas de los varios cientos de imágenes que capté allí, empezando por este detalle del espectacular torneo medieval descrito en la famosa novela de caballerías del siglo XV Tirant lo Blanch de Joanot Martorell...
En las sucesivas salas se pueden contemplar fascinantes exposiciones de todas las épocas. Desde un detallado aeródromo militar alemán durante la Segunda Guerra Mundial...
... hasta una monumental reproducción de la batalla de Almansa, uno de los hitos de la llamada Guerra de Sucesión española...
... pasando por la visita de la reina Victoria Eugenia a Valencia en 1924...
...las recreaciones de las batallas napoleónicas de Austerlitz y Waterloo, la campaña de Egipto, el 2 de mayo de 1808, la retirada de Rusia y por supuesto el Estado Mayor del Pequeño Corso...
...la visita a países lejanos como el Pekín de siglos pasados...
... las guerras de los conquistadores españoles contra los belicosos aztecas...
... el colorido mundo de los personajes de comic, incluyendo a los superhéroes Marvel, el Far West de Lucky Luke o ciertos inconfundibles y enloquecidos galos de Armórica...
... los espectáculos en los locales "de mala nota" con el can-can y el cabaret...
... los toros, el fútbol, el circo y la ópera, representación de Lohengrin incluida...
... y mis salas favoritas: las de la Antigüedad. Allí encontraremos desde una representación de la carrera de cuádrigas en la inolvidable versión de Ben-Hur firmada por William Wyler...
... hasta escenas cotidianas en los campamentos romanos como el castigo a un legionario, probablemente por quedarse dormido haciendo guardia...
... los idus de marzo con el asesinato de Julio César, las fiestas de Tiberio en Capri, el incendio de Roma con Nerón tocando el arpa o el suicidio inducido del filósofo Séneca...
... la batalla de Gaugamela, con Alejandro Magno triunfante sobre Darío III...
...y hasta una mitológica orgía con faunos incluidos...
... sin olvidar el asalto de las tropas de Nabucodonosor a Jerusalén...
... las recepciones de los faraones egipcios a los embajadores extranjeros...
... los paseos junto a la Puerta de Isthar en Babilonia...
... o las expediciones de carros sumerios.
Sí, es un museo que merece la pena y que volveré a visitar en cuanto tenga oportunidad y ojalá con más calma, aunque todavía hoy no tengo demasiado claro por qué me gustó tanto: si porque me devolvió a mi niñez de esta reencarnación o porque por un instante tuve la sensación de encarnar al Demiurgo, entretenido en ver cómo juegan, y se matan en ese juego, sus ciegas y esclavizadas criaturas...
Feliz Sol Nuevo: me voy a Walhalla a pasar las fiestas y volveré en 2014.