El principio de Polaridad es uno de mis favoritos entre los recogidos en las leyes herméticas descritas en su día por el gran (o, para ser exactos, por el tres veces gran) Hermes Trismegisto. Recuerdo que este principio el que dice aquello de "Todo es doble; todo tiene dos polos; todo tiene su par de opuestos; semejantes y antagónicos son lo mismo y los opuestos son idénticos en naturaleza pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son semiverdades y todas las paradojas pueden reconciliarse". O, lo que es lo mismo, que todo se manifiesta en el universo con dos caras. De hecho, el universo mismo existe gracias a esa rivalidad/colaboración entre aparentes fuerzas opuestas porque, si no fuera por la polaridad, la vida carecería de ritmo y seríamos incapaces de comprender la existencia de muchas cosas al no poder contrastarlas con sus respectivos opuestos. ¿Quién sería capaz de decir que algo está bien si no sabe lo que está mal? ¿Cómo podría uno confirmar que es valeroso si no ha conocido el miedo? ¿Dónde empieza la luz y dónde la oscuridad? ¿Cuándo se puede afirmar que hace calor y cuándo que hace frío? La Polaridad también esconde un irónico misterio, que Gérard Encausse, alias Papus, señaló en su día al definir al Demonio como "el culo de Dios".
Sin embargo, los extremos siguen siéndolo aunque podamos describirlos como grados opuestos de una misma escala. Y cada uno de ellos se caracteriza por propiedades particulares, que se manifiestan en todo su esplendor sólo en su propio territorio. Así, una de las grandes diferencias entre los citados Dios y Demonio resulta ser su capacidad para el acto de la creación en el mundo material. El primero imagina, engendra y designa la vida. El segundo la corrompe, la destruye y la descompone. No sabría decir si las actividades de uno son más importantes que las del otro, porque trabajan, digamos, al unísono. Hasta la ciencia reconoce que la energía ni se crea, ni se destruye; tan sólo se transforma. En consecuencia, si el Demonio no se encargara de pulverizar lo creado, Dios se quedaría sin escombros que reciclar para crear algo nuevo y continuar así el juego eterno. Por eso es relativamente sencillo ver cuál de las dos fuerzas está actuando en cada momento si uno está lo bastante atento para ello, aunque el homo sapiens apenas es capaz de analizar lo que le pasa y, si lo logra, suele ser cuando ha transcurrido ya tanto tiempo que la información que puede destilar de poco le vale.
Creo que los lectores habituales de esta bitácora entienden (pero es posible que algún lector ocasional no, por eso hago esta salvedad) que utilizo las palabras Dios y Demonio de manera conceptual, para identificar sendas fuerzas cósmicas, y no descriptivas. Si queda alguien en la sala que sigue creyendo en un dios barbudo con túnica blanca sentado en una nube y un demonio rojo, con cuernos y patas de cabra que vive bajo tierra, que haga el favor de abandonar este sitio y marcharse antes de que este texto le haga daño.
En los cuentos y leyendas de nuestros ancestros se describe con profusión de detalles otras formas de reconocer si el poder que se está desplegando ante nuestros ojos está más escorado hacia un lado o hacia otro. Pese al rampante desprecio que los contemporáneos suelen exhibir hacia nuestros antepasados, por el simple hecho de haber vivido antes y con una tecnología más rudimentaria que la nuestra, hay algo que ni el erudito a la violeta más exquisito de nuestros tiempos puede negar (al
menos en su fuero interno) y es el hecho de que su mente estaba bastante más limpia que la nuestra. ¿Eran fanáticos y supersticiosos? Sin duda lo eran, la mayoría de ellos... Exactamente igual a como lo son los homo sapiens actuales (echemos un vistazo al fanatismo religioso o deportivo, por ejemplo, o apreciemos la cantidad de supersticiones políticas y culturales que les ahogan a diario). Pero al menos su mente no estaba aturdida por el exceso de información, pervertida por el consumismo o confundida por el materialismo. Eso les permitía ver (y vivir) la realidad bastante mejor de lo que, en general, la vemos hoy nosotros que, además, estamos empeñados en oscurecerla y alejarnos cada vez más de ella mediante el uso masivo de las tecnologías informáticas y de comunicación.
En esos cuentos, quedaba siempre claro quién era el héroe y quién el villano, entre otras cosas porque el héroe debía comportarse de una manera determinada para ser considerado como tal. No se consideraba tan importante que fuera joven, guapo y fuerte, sino más bien que fuera capaz de ejercer (o aprender y luego ejercer) una serie de cualidades como la valentía, la tenacidad, la prudencia, la templanza, la bondad, la educación, el honor y otros tesoros personales e intransferibles que, además, costaba bastante esfuerzo adquirir. Incluso cuando el héroe lograba adornarse con todas estas virtudes, ello no le garantizaba la victoria, que debía pelear hasta el final poniendo su vida en riesgo para matar al dragón o al gigante o al caballero negro o a la bruja o al monstruo de turno. De esta manera, una de las principales lecciones de estos mitos para los hijos de aquellas sociedades era que la vida es implacable y uno debe convertirse en un guerrero de los pies a la cabeza si de verdad quiere sacar algo de ella.
Porque es que la vida realmente es implacable. Cualquiera con años y experiencia suficientes puede dar fe de ello. Y de que, como bien dice esa quintaesencia de la sabiduría popular que es el refranero: "De esta vida sacarás lo que metas nada más". Nadie puede robar nada. Nada. Aunque a veces lo parezca, alguien en alguna parte (y es evidente que no me refiero a seres humanos) lleva la cuenta de lo que debemos o de lo que nos deben y tarde o temprano esa cuenta es saldada. Personalmente, he tenido el privilegio de ver a los dioses ajustando esas cuentas en muchas ocasiones. La última, esta misma semana, cuando una persona (no voy a entrar en detalles, pues es probable que pueda leer esto) que conozco bien y que se comportó mal hace dos años, está ahora recibiendo exactamente el mismo trato (con intereses, por supuesto: el mercantilismo cósmico es lo que tiene) que ella
prodigó a otros. Lo he visto en primera fila y con todo lujo de detalles, por razones que tampoco voy a explicar. Sin embargo, no he sentido alegría por la aplicación de esa Justicia con mayúscula sino compasión por la persona afectada. Porque lo más triste es que a día de hoy ella es incapaz de ver por qué le está ocurriendo lo que le está ocurriendo y no acepta que se ha labrado su propio infortunio. Lo que significa que el día de mañana volverá a repetir los mismos errores..., y volverá a pagar por ellos. Resulta escalofriante ver cómo el granjero ordeña a las vacas con la mayor tranquilidad.
En la sociedad actual abundan los mamarrachos que consideran las virtudes de los héroes como cosas "anticuadas" y "superadas" y a los que sólo les preocupa "ir a lo práctico". Es decir, tratar de encarnar en su persona ese viejo y cínico dicho de "Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos", exigiendo recibir todo y dando lo menos posible a cambio. Estas gentes se abandonan a sus caprichos y sus vicios al estilo de aquella famosa frase de Oscar Wilde (quien dijo aquello de que "la única forma de librarse de la tentación pasa por dejarse caer en ella"), actúan con un cinismo a menudo rastrero, traicionando sin pudor a propios y extraños (traicionándose a sí mismas, en primer lugar), ansían la riqueza financiera, la fama y los honores aunque sean injustificados y, siempre, eluden cualquier tipo de esfuerzo, trabajo o desafío que pueda purificarlas. Naturalmente, son las primeras en reírse de esas otras personas que aún a pesar de todo mantienen el Fuego en su interior (lo sepan o no) y buscan una vida útil y provechosa basada en la honestidad, la rectitud y la virtud.
(Entre paréntesis, virtud es una palabra preciosa, una de mis favoritas, que la ignorancia y la mala fe han transformado en sinónimo de blanda beatería o de santurronería ajada, cuando en realidad para los antiguos romanos estaba relacionada con la valentía, la sobriedad y el bien familiar y del Estado; aún hoy la definición de la Real Academia de la Lengua la relaciona con fuerza, vigor, valor, integridad, bondad, bien, verdad, justicia y belleza. Una persona virtuosa es, por definición, una persona buena, digna de ser llamada ser humano)
Volviendo a los cuentos y leyendas, una de las claves que nos enseñan para reconocer qué tipo de fuerza está actuando pasa por averiguar si ésta lo hace de manera natural o artificial. Digamos, grosso modo, que Dios actúa a través de lo natural y el Demonio, de lo artificial. Esto último implica la aparición de brujerías, tecnologías u objetos dotados de algún tipo de poder antinatural, por maravilloso o materialmente eficiente que pueda parecer en un momento dado. Un ejemplo reciente, y muy a propósito de todo esto, lo hemos leído hace apenas unos días en una artículo de un diario español que defendía las bondades de nuevas drogas de diseño (convenientemente camufladas bajo el seudónimo de fármacos) para "mejorar" a las personas. El periódico citaba la opinión de varios investigadores, de ésos a los que les gusta trabajar con ciencia pero sin conciencia y que no se sienten en absoluto responsables de los efectos que puedan tener sus teorías y sus experimentos, ansiosos por violar lo que llaman "la nueva frontera del dopaje moral" con argumentos que no resistirían ni diez minutos de conversación frente a un sofista griego.
Uno de ellos es Guy Kahane, de la Universidad de Oxford, donde ejerce como subdirector del Centro Uehiro de Ética Práctica, quien está convencido de que estamos más cerca que nunca de desarrollar drogas que permitirán "controlar nuestros instintos más innobles" y tiene el cuajo de decir cosas como ésta: "Es como si descubriéramos una pastilla milagro contra la obesidad y, en vez de dársela a los enfermos, les dijéramos: 'eso es demasiado fácil, mejor corre y haz dieta, aunque fracases una y otra vez". O sea, en lugar de esforzarte y trabajar contigo mismo y levantarte cuando fracases para intentarlo de nuevo, sí, una y otra vez, hasta que triunfes y aprendas a dominarte y resolver el problema..., en lugar de eso, tómate la pastilla mágica que hará el trabajo por ti con toda comodidad. ¡Y el tipo se dedica a la ética! Otro de estos "nuevos moralistas" es Brian Earp, del Centro de Neuroética también en la Universidad de Oxford (viva Cambridge, caramba), quien afirma que aunque las drogas puedan alterar la capacidad de la persona para tomar decisiones, esa persona no es que deje de ser libre, sino que "te hacen aún más libre porque en vez de ser presa de tus instintos tienes margen para comportarte de acuerdo con tus valores íntimos. Tomar una droga que te ayuda a ser mejor persona es una decisión puramente moral". Earp es partidario de usar "fármacos" también con "quienes sufren ataques de ira y hacen cosas de las que luego se arrepienten". Supongo que en su visión del mundo, todas las personas deberían tener una cajita con pastillas ordenadas y útiles para cada ocasión. ¿Para qué tomarse la molestia de aprender a ser paciente, a controlarse uno mismo, a actuar con amabilidad y respeto hacia los demás y a tantas otras tonterías que, total, lo único que hacen es mejorarnos como seres humanos, cuando basta con tomarse la pastilla de turno de forma puntual mientras seguimos instalados en nuestra cómoda e inconsciente animalidad?
Otro ejemplo de la fuerza anterior en acción es la obsesión de algunos investigadores por crear vida artificial, como si fueran dioses de verdad. Y ya no basta con la inteligencia artificial de las máquinas..., también se busca la vida humana (o presuntamente humana) artificial. Este mes de octubre, Nature publicaba que unos científicos japoneses de la universidad de Kyushu han creado óvulos fertilizables de ratón en laboratorio a partir de células madre, por primera vez en la historia conocida de la ciencia. Como suele suceder en estos casos, para tranquilizar al personal se dice que la aplicación clínica del experimento aún es lejana, pero al mismo tiempo se desliza que ya se está pensando en usar este método para crear óvulos "a partir de células madre de personas que no los pueden producir, como por ejemplo una pareja estéril o de dos hombres". Sumemos esta noticia a la publicada en abril de este mismo año acerca de la posibilidad de crear espermatozoides en el laboratorio y echémonos a temblar. Por cierto, que uno de los grupos de científicos que están trabajando en esta línea pertenecen al Instituto Valenciano de Fertilidad que al parecer ya han logrado generar espermátides a partir de una simple muestra de piel de un varón. La noticia que recogía esta información especificaba que los científicos "no llegaron a fecundar un óvulo para probar si sería viable y fértil, sin embargo, cada vez queda menos tiempo para que alguien se atreva a dar este paso." Perdón por pensar mal pero tiendo a creer que alguien, aquí o en cualquier otra parte, lo ha hecho ya. Otra cosa es que se haga público. La sociedad aún no está lo bastante atontada para aceptar algo así sin más.
La justificación oficial de estos peligrosos experimentos que, en el fondo, juegan con el mismo concepto de lo que es ser humano, consiste en defender que lo que se busca es solucionar la infertilidad de algunas personas. Pero, ¿acaso la infertilidad es de verdad un problema, cuando estamos siendo bombardeados regularmente con el mensaje de que hay demasiada gente en el mundo y que la superpoblación amenaza al futuro del planeta por la escasez de recursos? ¿Para qué vamos a desarrollar técnicas que nos permitan un mayor número de nacimientos? ¿Qué hay, de verdad, detrás de esas investigaciones? Se me ocurre alguna que otra razón, tan poderosa como dramática y por supuesto conspiranoica pero a estas alturas el artículo ya es un poco largo para ir a consultar con McNamara...