A propósito de lo comentado en algunos artículos de esta bitácora (especialmente de aquéllos en los que he relatado las explicaciones que mi gato conspiranoico Mac
Namara me ha facilitado acerca de ciertas sorprendentes cosas que han ocurrido
o están ocurriendo en el mundo, aunque las instituciones nacionales o
supranacionales responsables de ellas suelen facilitar una versión “oficial”
que no concuerda con lo que luego relatan multitud de testigos de los hechos o con lo que dicta la
misma razón en la que suelen argumentar basarse) el erudito Sua Ilustrissima
Eminenza il Condottiero della Comedia del Arte me hacía llegar recientemente gracias a una de sus palomas mensajeras un
interesante artículo firmado precisamente por un anónimo conspiranoico norteamericano en el que
podemos leer cosas muy interesantes a partir de este titular: La CIA acuñó el término de
‘teorías de la conspiración’ en 1967 . No debería ser ninguna sorpresa, sobre todo para aquéllos que no se hayan tragado el lavado de imagen practicado por la Agencia Central de Inteligencia durante los últimos años a través fundamentalmente del cine y la televisión, donde se nos la muestra como un armatoste funcionarial y vetusto incapaz de dar una a derechas pero que hay que mantener porque, después de todo, son "nuestra gente, que protege a América y al mundo libre".
Poco importan los numerosos testimonios aportados en el Comité de Inteligencia del Senado o los propios documentos desclasificados por la CIA en los que se reconoce que, desde el mismo momento de su fundación, sus agentes no sólo se han limitado a recopilar y analizar información o perseguir a criminales sino que han dirigido o ejecutado personalmente incontables asesinatos de políticos de cualquier parte del mundo, secuestrado y torturado igual a buenos que a malos, organizado golpes de Estado, vigilado masivamente a poblaciones de todo el planeta, practicado experimentos humanos por ejemplo con drogas, financiado organizaciones paramilitares y hasta terroristas..., por citar lo más llamativo. Hoy, la Casa sigue siendo una de las más poderosas fuerzas mundiales más allá del control del propio gobierno al que se supone representa y al que parece que rinde cuentas a regañadientes. Con semejante curriculum, pues, ¿quién puede extrañarse de que diseñara las primeras acciones de desinformación contra aquellas personas con valor suficiente como para levantarse de su sitio prefijado y preguntar por todo aquello que no cuadra?
El artículo, que incluye la reproducción (a la derecha) de parte de estos documentos que
se hicieron públicos con fecha de 1976, explica cómo en los años sesenta del
siglo XX la Agencia reflexionaba seriamente sobre una “corriente de
opinión que preocupa al gobierno de los Estados Unidos, incluyendo a nuestra
organización”. Lo curioso es que esa corriente fue generada y alimentada por el propio gobierno de Washington a raíz de la escandalosa "investigación" del asesinato del presidente John F. Kennedy, resumida en la vergonzante Comisión Warren, cuya principal conclusión fue colocar la única responsabilidad del magnicidio en un exmarine desnortado y su viejo fusil capaz de disparar balas mágicas. Muchos ciudadanos estadounidenses y algunos europeos eran todavía en aquella época capaces de pensar por sí mismos (no como ahora, cuando el analfabetismo mental va in crescendo a ambos lados del Atlántico gracias al bombardeo de información basura, videojuegos y efectos especiales) y pusieron el grito en el cielo al conocer el resumen de los trabajos de investigación. Por eso, la CIA certificó la "necesidad" de facilitar todo tipo de ideas para
“contrarrestar y desacreditar” las “reclamaciones” de los “teóricos de la
conspiración”, en su propio país y también fuera de las fronteras de los
Estados Unidos. En principio, el objetivo eran los críticos a los resultados oficiales de la Comisión Warren, pero, a largo plazo, la misma metodología se podía aplicar a quienes tuvieran el valor de plantearse la validez de cualquier explicación gubernamental.
Veamos algunas curiosas recomendaciones de este documento.
Para empezar, los expertos de la CIA advierten de que no se debe iniciar ninguna discusión sobre estas
teorías si nadie la ha puesto en marcha ya, es decir, si no está presente en los medios de comunicación (lo que no sale en la tele, no existe es un viejo adagio periodístico). Sólo hay que actuar si el debate está planteado y no se puede eludir y, en ese caso, lo primero que hay que hacer es echar mano de los contactos “friendly elite” (es decir, los miembros
del poder especialmente sensibles y amigables, muchos de los cuales probablemente están ya "en el ajo" como suele decirse) citando en especial a políticos
y editores (reconociendo así lo que nunca se concede en público: el poder de los medios de comunicación para “orientar”
a la población) para que públicamente declaren que las teorías de los
“conspiranoicos” no tienen una base seria y no son más “especulaciones
irresponsables”. No tiene problemas en recomendar directamente el uso de
propaganda pura y dura contra los “críticos” y subraya el empleo de reseñas de
libros y artículos de fondo (ambos convenientemente modelados) como armas
“particularmente apropiadas” para manejar a la opinión pública. Entre los
argumentos de descalificación de las teorías de la conspiración, señala la
posibilidad de relacionarlas con intereses políticos o financieros (y por tanto
el crítico es un “traidor al pueblo” al que intenta engañar) o que su
investigación sea demasiado apresurada e inexacta (y por tanto el crítico es simplemente un necio desinformado). Llega incluso a sugerir ideas fuerza en frases
completas, como por ejemplo: “No ha aparecido ninguna evidencia significativa
que la Comisión no haya considerado” o “Los críticos suelen sobrevalorar
algunos datos concretos e ignorar otros; tienden a poner más énfasis en los
recuerdos de los testigos individuales, que son menos fiables y más
excénctricos” o “La conspiración a gran escala que se sugiere sería imposible
de ser ocultada en los EE.UU.” o “Los críticos son poseídos a menudo por una especie
de orgullo intelectual: plantean su teoría y se enamoran de ella”. Argumentos como éstos se siguen empleando en
la actualidad alegremente (¡lo sé bien: Mac Namara y yo mismo los hemos sufrido en nuestras propias carnes!) para tratar de
desacreditar (y de hecho a menudo lo consiguen) el trabajo de las personas que
descubren los fallos de las explicaciones oficiales, o simplemente osan preguntar en voz alta acerca de ellos.
Hay un argumento especialmente hiriente entre las recomendaciones y el es el que afirma que los críticos “utilizan acusaciones vagas como que más de diez personas han muerto
misteriosamente cuando siempre pueden ser explicadas sus muertes de manera
natural”. Esto es simple y llanamente mentira, además de un inmenso desprecio por la vida de las personas. No son diez, sino decenas, las personas que disponían de información diferente a la que dio por buena la Comisión Warren y murieron sucesivamente en un lapso comprendido entre unos pocos días y unos pocos años tras el magnicidio. Casi
todos perdieron la vida de una de estas cuatro maneras: por accidentes de circulación, por disparos, por la aparición de un cáncer no detectado antes o por un súbito ataque al corazón pese a no sufrir antecedentes de enfermedades coronarias.
El primero de la lista es el propio asesino de Oswald, Jack Ruby, quien denunció a sus
abogados que mientras estaba en la cárcel había sido inyectado con células cancerígenas y en
efecto murió de cáncer de hígado no mucho después (por cierto, sus abogados también), sin poder ampliar como había solicitado su testimonio para aportar "nuevos datos" sobre las personas implicadas en el caso. Que se sepa, el único enfermo declarado previamente de cáncer entre los implicados y/o testigos fue David Ferrie, el enlace de Oswald con Guy Banister y Clay Shaw, pero no murió de eso sino..., con el cuello roto. Al menos, según la primera
autopsia, porque la segunda decía que en realidad había sido por un colapso
cardíaco masivo provocado por un aumento de la tensión arterial. El médico forense
que firmó ambas autopsias también murió por entonces, así que se admiten apuestas sobre la verdader causa.
Como digo, la lista es enorme y los
disparos de bala abundan entre las causas de muerte, como por ejemplo, en el
caso de Bill Hunter, un periodista que falleció por un disparo “accidental”
de un policía cuando buscaba no se sabe qué en el apartamento de Jack Ruby poco
antes de que éste matara a Oswald. Con él murió otro periodista, Jim Koethe,
que resultó desnucado tras recibir un fuerte golpe en el cuello. Otra columnista que pagó cara su curiosidad fue Dorothy Mae Kilgallen, que
había entrevistado a Ruby durante un receso del juicio por el asesinato de Oswald
y que criticó duramente desde su columna en el New York Journal American la
actuación de la Comisión Warren hasta el punto de que sus editores censuraron
varios de sus artículos (viva la libertad de prensa en el país de la
democracia) y empezó en consecuencia a preparar varios textos para la prensa europea que
nunca llegaron a ver la luz. Poco antes de su muerte escribió: “Esta historia
no morirá mientras haya un verdadero periodista vivo..., y hay muchos de ellos
vivos”. No fue su caso, pues apareció muerta en su apartamento víctima
de una mezcla de barbitúricos y alcohol en un escenario muy preparado
(incluyendo un libro que parecía estar leyendo, aunque sus gafas no aparecieron
por ninguna parte y en realidad ya lo había terminado semanas antes, según una
testigo).
También murió Gary Underhill, un agente de la CIA que había
denunciado públicamente la vinculación de la CIA en el magnicidio y recibió un balazo en la cabeza: oficialmente, “suicidio”. Y William Whaley, el
taxista que llegó a Oswald a su supuesto lugar de disparo, que murió en un “accidente
de circulación” y se convirtió en el único taxista de Dallas muerto en servicio
hasta aquel momento. Y el capitán Frank Martin de la policía de Dallas que tras
decLarar que “tengo mucho que decir pero probablemente será mejor que no lo
diga” murió de otro cáncer repentino no detectado antes. Y..., hasta
contabilizar varias decenas.
En 1976, el Comité para Asesinatos de la Cámara de Representantes reabrió
el caso del asesinato de FJK. “Casualmente”, se desencadenó una nueva serie de
muertes sospechosas, la mayoría de ellas por disparos que, oficialmente, fueron
declarados “suicidios” o por oportunos ataques al corazón en personas que nunca
habían sufrido problemas cardíacos... El caso aún sigue siendo un clásico de la conspiración y, pese al carpetazo oficial, sigue ahí, a la espera de su aclaración definitiva que, si es por las instancias oficiales yankees, jamás llegará.
Volviendo a nuestro artículo, éste recuerda que de hecho las conspiraciones
son tan comunes que los propios jueces están entrenados para admitir las
alegaciones conspiranoicas como cualquier otro reclamo legal, siempre que haya
evidencia de su posible existencia. Tanto la ley federal como la de todos los
Estados de los EE.UU. reconocen la acusación de conspiración y prevén el
castigo consiguiente para la gente que la practica. El autor del artículo
revela que, sólo en Westlaw (una de las redes de investigación judicial
empleada por abogados y jueces en su país) encontró oficialmente más de diez
mil casos en los que la corte judicial empleó en su sentencia el término “culpable
de conspiración”. Es un término de búsqueda muy corriente en los pleitos
norteamericanos, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayor parte de las
decisiones judiciales no se publicitan íntegramente en su país. La búsqueda de
los mismos términos en documentos subidos a Internet daba como resultado casi tres millones doscientos mil casos. Con datos como éstos concluye que las
conspiraciones no son precisamente inventos de freakies desocupados sino que están cometiéndose
constantemente en EE.UU. , donde en los últimos años por cierto se han producido algunos casos escandalosos con condenas de conspiración como el de Bernie
Madoff o el de los responsables de la empresa Enron.
El articulista desmonta de paso un lugar común: eso de que “no puede haber
una conspiración masiva, en la que mucha gente tenga que callarse..., alguien terminaría hablando”. ¿De veras? Cita a Daniel Ellsberg,
quien explica la falsedad de esta idea ya que “la desconocida realidad para el
público y para la mayoría de los miembros del Congreso o de la prensa es que se
puede mantener grandes secretos (…) durante decenios (…) inlcuso aunque sean
conocidos por miles de participantes” en la conspiración. Y ahí está por
ejemplo uno de los más grandes secretos de la industria militar norteamericana
durante la Segunda Guerra Mundial: el Proyecto Manhattan para el desarrollo de
la bomba atómica. Nada menos que ¡¡¡130.000!!! personas en EEUU, Canadá y el Reino Unido
trabajaron en ello…, y a pesar de eso fue alto secreto durante años, incluso
después de la guerra.
Cita también un interesante documental de la BBC que explica el intento de
golpe de Estado que preparaba en 1933 en los Estados Unidos un grupo de
empresarios norteamericanos con el objetivo de derrocar al entonces presidente
Franklin Delano Roosevelt con ayuda de ¡¡¡medio millón!!! de veteranos de
guerra. Los conspiradores incluían a representantes de algunas de las familias
más conocidas del poder yankee como los propietarios de Heinz y Goodtea o el
abuelo de George Bush, Prescott, por cierto fundador de cierta conocida pandilla conocida con el nombre de Skull and Bones). Su
idea era quitar de en medio a Roosevelt para liberar a EE.UU. de la tiranía de la
Reserva Federal y aplicar las exitosas teorías financieroeconómicas del Tercer
Reich (las mismas que, a propósito, fueron la causa principal de este conflicto y de la posterior satanización icónica de la Alemania de la época: hay que evitar que alguien, en el futuro, se percate de que no sólo es posible sino que es completamente recomendable aplicar el patrón trabajo en lugar del patrón oro para sacar a un país del eterno ciclo de quiebras y recesiones generado por la gran banca internacional a través del mismo esquema de la finanza/deuda que funciona hoy por hoy especialmente en las "democracias" occidentales) con el objetivo de liberar a los
norteamericanos de los brutales efectos de la gran depresión como Hitler lo estaba haciendo con los
alemanes. Un personaje tan importante entonces como el General Butler explicó
que los ciudadanos aceptarían al nuevo gobierno impuesto por la fuerza, porque "estarían controlados por
los periódicos". Como bien recuerda el
articulista: ¿alguna vez oíste hablar de esta conspiración? Pues existió, y fue
sin duda muy grande. Aún más, las declaraciones de Butler nos permiten reflexionar a propósito de los media. Si ya entonces poseían ese poder, ¿qué pasa hoy con los medios de comunicación actuales, mucho más poderosos que los de
aquella época?
Como suele decirme Mac Namara: Bienvenido al proceloso mundo de la conspiranoia.
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Postdata:
Todo aquél que hable inglés podrá leer íntegramente el artículo aquí: http://www.zerohedge.com/news/2015-02-23/1967-he-cia-created-phrase-conspiracy-theorists-and-ways-attack-anyone-who-challenge