Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 24 de junio de 2016

No sabemos nada

La frase que más me gusta de la saga de Canción de Fuego y Hielo (lo que los hipsters televisivos conocen como Juego de Tronos) es "No sabes nada, Jon Nieve". Desde la primera vez que se la oí decir (se la leyendo) a Ygritte y vi la cara de tonto (se la vi leyendo también) que se le quedaba al famoso bastardo de los Stark, me llamó la atención, porque la situación describe muy bien lo que ocurre con el homo sapiens, siempre dispuesto a estropear sus posibilidades de triunfo al dejarse conducir por su soberbia, su narcisismo y su vanidad, ese trío de criminales disfrazados de elegantes consejeros, especialistas en traicionarnos a las primeras de cambio. Como Jon Nieve, cada cual está convencido de que sabe lo suficiente para atacar cualquier empresa, sobre todo las más importantes o peligrosas, con un mínimo conocimiento de la realidad sobre la que tiene que actuar que, además, suele estar alterado por una deteriorada capacidad de percepción. Y, cuando llega el fracaso, lo peor es que ni siquiera aprovechamos sus lecciones como el maestro que es sino que, además del dolor y las quejas, volvemos a desarrollar la misma estrategia si tenemos una nueva oportunidad de intentarlo. Como suele decir mi tutor en la Universidad de Dios: "el 'homo sapiens' actúa como quien va a un supermercado, hace una compra enorme, la paga y luego se va dejando allí las bolsas de comida". Y así, de fracaso en fracaso, hasta la derrota final.

Con todo lo que creemos saber, no sabemos nada de nada, como me recordaba el otro día un querido colega de mi clase en esta Universidad tan especial. Lo que parece una cosa, a la larga es otra y lo que nos enseñaron ayer como verdades inmutables, mañana serán tremendas falsedades. A pesar de que es fácil advertirlo en miles de ejemplos históricos de la antigüedad, en los que queda muy claro que el fanatismo religioso, político, económico o científico arruinó la vida de tantos de nuestros antepasados, hoy el personal no se comporta de una manera muy diferente y nos topamos en cada esquina con un puñado tras otro de fanáticos cortados por el mismo patrón que los que había en Nínive, Bizancio o San Petersburgo. O en tantos otros lugares y tiempos. La humildad y el escepticismo deberían orientarnos más a menudo pero estas virtudes han sido anatematizadas y expulsadas de nuestro entorno por los líderes de las creencias en boga, sean cuales sean. Me divierto mucho cada vez que algún sesudo intelectual o algún periodista canino de temas sobre los que escribir reflexiona en sus textos públicos sobre la existencia o no de sabios verdaderos en el mundo de hoy y llega a la "conclusión irrefutable" de que no porque, si existieran, qué duda cabe de que se manifestarían ante nosotros para "ayudar y enseñar a la humanidad a acelerar su evolución".

Si yo fuera un sabio de verdad lo único que sé seguro es que me cuidaría muy mucho de mostrarme ante las turbas hipnotizadas que oscilan entre el letargo y el enloquecimiento y que muy alegremente se autodenominan seres humanos (cuando está claro que no lo son, si uno se para a analizar los interminables casos de violencia, corrupción, guerra y demás divertimentos que nos ofrece este gran parque de atracciones) con el objetivo básico de preservar la vida. Y si quisiera de verdad ayudar a la humanidad, ya me preocuparía muy mucho de hacerlo sin llamar la atención. El método de enseñanza empleado por mi viejo maestro Sócrates, la mayéutica, se revela desde este punto de vista como una fórmula tan inteligente como eficaz.

Un ejemplo de lo poco que sabemos es nuestro propio hogar terrestre. Nos han insistido mil y una veces en que vivimos en una especie de páramo cósmico, donde la Tierra es un "milagro", el "único lugar habitado" del Sistema Solar y hasta puede que del Universo, en una especie de geocentrismo moderno en el que el Sol sigue representándose como una chincheta clavada sobre el tapiz estelar mientras los planetas forman círculos a su alrededor a distancias más o menos regulares. Todo ello ilustrado con frases del estilo "No sé qué me da más miedo: que estemos solos en el Universo o que no lo estemos". Pero resulta que la verdadera imagen de nuestro Sistema Solar, según nos ha mostrado la Ciencia, es la de una estrella lanzada a toda velocidad saltando una y otra vez sobre uno de los brazos de la galaxia como si fuera un delfín espacial y con los planetas describiendo espirales a su alrededor, no círculos, al girar y al mismo tiempo acompañarle en su carrera a través del universo. El conjunto (hay algunos videos animados en Internet donde se aprecia muy bien) recuerda al aspecto 
helicoidal de la cadena del ADN... Y, por cierto, teniendo en cuenta las llamadas "condiciones de habitabilidad" para considerar la existencia de vida tal y como ya la conocemos (es decir, sin incluir en la cifra otro tipo de seres que de momento no podemos entender y que podrían existir en formas que para nosotros son impensables) se ha calculado que sólo en nuestra galaxia hay miles de millones de planetas habitables (y la Vía Láctea es sólo una de las cientos de miles de millones de galaxias que existen). En otras palabras, sólo el trío de criminales citado en el primer párrafo puede justificar que alguien, a estas alturas llegue a pensar que de verdad podemos estar "solos" en el espacio.

Pero es que además ni siquiera sabemos qué hay a nuestro alrededor. Tenemos ya unos cuantos millones de fotografías y otros tantos millones de datos facilitados por las sondas, tripuladas o no, que hemos mandado "a las estrellas" (qué pretencioso suena eso cuando uno se para a pensar que Alfa Centauri, el sistema estelar más próximo a nosotros, se halla a más de 4 años luz, o sea más de 41 billones de kilómetros, y lo más lejos que hemos llegado ha sido con la Pioneer X a sólo 12.000 millones de kilómetros) y sólo con esto ya hay quien concluye que conocemos lo que hay dentro de la habitación..., pero seguimos tropezándonos con los muebles a las primeras de cambio.

Ha sucedido por ejemplo hace unos días, cuando la NASA confirmaba (por cierto, aprovechando que por primera vez en 68 años ha coincidido la luna llena con el solsticio de verano) lo descubierto a finales del pasado mes de abril por el telescopio Pan-STARRS 1 de Hawai: que la Tierra tiene una segunda luna, aunque tan pequeña que seamos incapaces de verla a simple vista porque es diminuta y está lejos.  Se trata de 2016 HO3 (los científicos norteamericanos, siempre tan románticos a la hora
de poner nombres a las cosas...) y mide menos de 40 por 100 metros. Su órbita es irregular, vagando a entre 38 y 100 veces la distancia de la Luna (la pongo en mayúscula para diferenciarla de la recién descubierta) pero al parecer lleva al menos un siglo girando alrededor de nosotros sin que nadie se haya percatado hasta ahora. Ni siquiera los poetas o los hombres lobo... Lo cierto es que desde finales del siglo XIX, varios científicos y otros que no lo eran tanto han asegurado sin éxito haber descubierto una segunda luna o al menos han sugerido su existencia: desde el francés Frederic Petit, en su día director del Observatorio de Toulouse, hasta el doctor Georg Waltemath de Hamburgo (Alemania), pasando por el astrólogo británico Walter Gornold. Incluso apareció a finales de los años 90 del siglo XX un firme candidato: Cruithne (fue descubierto por el australiano Duncan Waldron que, fiel a sus orígenes gaélicos, bautizó este cuerpo cósmico de apenas 5 kilómetros de diámetro con el nombre de un famoso líder de los pictos). Sin embargo, resulta que Cruithne no orbita alrededor de la Tierra, sino del Sol, más o menos a la misma altura que nuestro planeta, así que no es un satélite terrestre. En cambio, 2016HO3 sí que lo hace y por eso, aunque pequeñita, es una segunda luna en toda regla.

Volviendo a lo del páramo estelar, hemos escuchado una y otra vez que no existen planetas habitados dentro de nuestro Sistema Solar. Pero también que allí donde hay agua hay muchas probabilidades (casi todas) de que haya vida. Y he aquí que ya conocemos varios mundos en nuestro sistema que tienen agua, así que ¿de qué estamos hablando? El último en ser confirmado en este sentido ha sido Plutón. La sonda New Horizons encontró ya el año pasado evidencias de que podría haber tenido un océano líquido debajo de su corteza helada hace mucho tiempo pero una investigación  liderada por Noah Hammond y hecha pública hace unos días por la Universidad de Brown plantea la posibilidad muy real de que ese océano o parte de él sigue existiendo a día de hoy, y no necesariamente congelado. Y si eso es posible en un mundo tan alejado del Sol, "lo mismo puede suceder en otros objetos del cinturón de Kuiper". Más cerca de nosotros, Titán, la mayor luna de Saturno (que además
tiene una atmósfera seria) no sólo posee lagos de hidrocarburos en sus polos, donde los científicos creen que puede haber al menos vida microbiana, sino líquido en su interior. Otro de los satélites de este planeta, Encélado, atesora un océano tan gigantesco y vibrante bajo su corteza helada que incluso es capaz de provocar colosales erupciones de géiseres captados fotográficamente, como el de esta imagen. Y Europa, una luna de Júpiter, también tiene agua tanto en una capa externa en forma de hielo como líquida por debajo. Hemos conocido la existencia de agua en el mismo Marte, donde parece que puede haberla incluso al aire libre (o lo que haya de aire en la atmósfera marciana). Y, oh sorpresa, ¡también en la Luna! En su mismísima superficie, si bien en forma de partículas o granos minerales que proceden de las profundidades de nuestro satélite según la sonda Chandrayaan 1, confirmado también por la NASA...

Agua bajo tierra..., hummmm..., ¿y por qué no en nuestra propia Tierra? ¡Claro que sí! Julio Verne ya pronosticó en su Viaje al centro de la Tierra en 1864 que debajo de la corteza terrestre había una caverna de un tamaño colosal, capaz de albergar un océano entero, por el cual sus protagonista navegan en balsa, pescan y comen peces extinguidos en la superficie y se asustan con la lucha terrible entre un plesiosauro y un ictiosauro... Todo esto se consideró como una fantasía, especialmente desde que después de la Segunda Guerra Mundial, entre los numerosos parámetros científicos que se impusieron rompiendo con las tradiciones e investigaciones de siglos precedentes, se dictó como dogma la teoría (la teoría, que no la realidad porque, lo he escrito mil veces, nadie ha demostrado todavía que sea cierta ya que nuestro desarrollo científico no ha llegado tan lejos y ni siquiera hemos superado los 12 kilómetros de profundidad en las investigaciones contemporáneas) de que la Tierra es un planeta construido alrededor de distintas capas más o menos sólidas alrededor de un núcleo que se cree compuesto por hierro, níquel y otros elementos como azufre u oxígeno y con unas temperaturas incluso más elevadas que las de la superficie del Sol. ¿Y si en realidad no fuera así? Ahí viene lo grande: en marzo pasado un estudio geológico publicado por Nature adelantaba que, a unos 600 kilómetros de profundidad, la Tierra puede albergar otro gran océano. De hecho, ¡con más agua que toda la que hay en la superficie! Para hacernos una idea de lo que eso supone, recordemos que tres cuartas partes de ella están recubiertas de H20...

Todos estos datos mencionados en este artículo son apenas un puñado de los muchos que se están descubriendo (y a veces acallando públicamente, porque no concuerdan nada, pero nada, con la visión del mundo que nos ofrecen a diario los guardianes del statu quo) en estos últimos tiempos y que nos devuelven al comienzo de este texto. Con todo nuestro orgullo de "conquistadores" del planeta (cosa que tampoco somos, como demuestra cualquier hambruna, terremoto o impacto de asteroide, por citar sólo unos breves ejemplos de verdadero poder material), no sabemos nada, como Jon Nieve. O como Sócrates, que al menos era consciente de esta cruda realidad.



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Con este texto me despido de momento. Como quien no quiere la cosa, hemos llegado de nuevo al último viernes de junio, fecha en la que cesan las actividades y cierran sus aulas las instalaciones de la Universidad de Dios y los estudiantes abandonamos el campus con destino a nuestros hogares. Vuelvo, pues, a Walhalla y, en el mejor de los casos, no reapareceré por aquí hasta primeros de octubre. Me gustaría decir que Mac Namara se hará cargo del blog, al menos para dejar algún recordatorio durante los próximos tres meses, pero no me atrevo porque el año pasado mi gato conspiranoico decidió ejercer de lo que es, o sea un gato, y desapareció durante todo el verano. De hecho, este último curso ha estado también desaparecido la mayor parte del tiempo, lo cual no tengo claro si es bueno o malo.

Como dijo McArthur: Volveré.

O quizá no. ¡No lo sabemos!











viernes, 17 de junio de 2016

La oportunidad

Tempus fugit, decían los latinos, y fugit cada vez más deprisa, añado yo...  He vuelto a comprobarlo a propósito de la sobredosis de propuestas, especulaciones, sondeos, interpretaciones, promesas y demás diarreas mentales relacionadas con la política que inunda estos días (estos meses, estos años) el panorama informativo con vistas a las próximas elecciones de finales de junio. A propósito del pringoso debate sobre la corrupción, quise releer un artículo que, en mi memoria, había publicado hace unos pocos meses. Cuál ha sido mi sorpresa cuando, al rastrear en el historial de esta bitácora me he encontrado con que en realidad lo publiqué hace ya más de cuatro años... ¿Es posible que haya pasado tanto tiempo?, me pregunto atónito, antes de quedarme de nuevo asombrado cuando, por curiosidad, compruebo que Fácil para nosotros lleva ya casi siete años en marcha.

Una de las teorías más locas que se han publicado respecto al tiempo hacen referencia a la famosa Resonancia Schumann (RS), así llamada por el científico alemán Wilfried Otto Schumann (aunque el olvidado Nikola Tesla habló antes de este asunto, pero sigue siendo el gran ignorado de la ciencia moderna), quien a principios de los años 50 del siglo pasado predijo un fenómeno relacionado con los picos en la banda de la frecuencia extremadamente baja del espectro electromagnético de la Tierra, ondas que rebotan entre la superficie del planeta y la ionosfera y que pueden influir en algunas redes de transmisión eléctrica. La frecuencia más baja, que a la vez es la que tiene la intensidad más alta y que está ubicada más o menos en los 7,83 hercios, es la que fue bautizada con el nombre de Schumann.



En 2008 -poco antes de que arrancara este blog-, un autor norteamericano, Gregg Braden, lanzó la idea de que la RS había aumentado por primera vez desde hace miles de años (me gustaría saber cómo puede uno estar tan seguro de eso, teniendo en cuenta que no ha vivido todo ese tiempo) y que en 1980 se elevó hasta situarse por encima de los 12 hercios. Según sus cálculos, muy criticados obviamente por científicos de todo el mundo, los días que, antiguamente, solían durar 24 horas, desde finales del siglo XX duran sólo 16. Y por eso todo va mucho más rápido ahora y no nos da tiempo a nada. Sí, sigue habiendo oficialmente las mismas horas pero resulta, según su opinión, que van más deprisa. Braden es el arquetipo de escritor new age que tanto se ha estilado estos últimos años y que, aunque en un primer momento parece poseer información suficiente como para dar una explicación coherente al mundo, a la larga lo que hace es  incrementar la confusión entre aquéllos interesados en entender qué es lo que está ocurriendo realmente. Para ello combina denuncias por lo demás no muy novedosas (hace un año, poco antes de ofrecer una conferencia en España, decía que "la ciencia está secuestrada por las empresas, los políticos y las religiones" en una entrevista a La Vanguardia) con arriesgadas hipótesis difíciles de comprobar (como por ejemplo su planteamiento de que la polaridad magnética de la Tierra está alterada y cada vez va a ir a peor..., y que además eso tendrá efectos en el ADN humano) o directamente instaladas en la fantasía (con sus libros, artículos y conferencias fue uno de los responsables de la obsesión occidental con el presunto fin del mundo que se supone iba a llegar en 2012).

Las peculiares ideas sobre el paso del tiempo de Braden disfrutaron de un revival en nuestro idioma a partir de finales de 2013, gracias a lo cual pudimos leer todo tipo de especulaciones y declaraciones de personajes como un tal profesor Bannerjee de la Universidad de Nuevo México según el cual la fuerza del campo magnético terrestre también está en declive, ya que habría perdido hasta la mitad de su intensidad desde hace 4.000 años. Según todos estos teóricos de algo-pasa-con-el-tiempo-y-yo-sé-lo-que-escuando la RS llegue a los 13 hercios, alcanzaremos el Punto Cero y se producirá el brusco cambio de los polos magnéticos: la Tierra se detendrá entonces durante un par de días y luego comenzará a rotar al revés, con lo que veríamos, por ejemplo, el Sol saliendo por el oeste en lugar de por el este como ahora. Por supuesto, esto produciría gravísimos trastornos planetarios y podríamos disfrutar del apocalipsis de turno (creo que ya lo he dicho veinte mil veces pero los apocalípticos me aburren cada día más: en el fondo son unos flojos que están deseando jubilarse de la vida y buscan una excusa para hacerlo manteniendo su imagen, especialmente ante sí mismos). De hecho, la fecha "prevista" en la que esto se produciría sería el 12 de agosto de 2003 pero, como no pasó nada, pelotazo para delante y a esperar el siguiente fin del mundo, 20 años más tarde. O sea, que ya tenemos fijado el 2023 como fecha para un nuevo borrón y cuenta nueva.

Los cocineros de esta sopa de difícil digestión aprovechan para meter en ella todo tipo de ingredientes, desde el Nuevo Orden Mundial que se pondría en marcha justo en ese momento (como si no estuviera construyéndose desde hace tanto tiempo ya), hasta la irrupción de una nueva dimensión con todo tipo de fenómenos psíquicos extraordinarios, la construcción de un cuerpo humano "mejorado"con capacidad para acceder porque sí a dimensiones más sutiles, el cambio radical de tecnologías, la manifestación pública de los "hermanos del espacio" que vendrían a ayudarnos en nuestra evolución cósmica, el despertar de la conciencia planetaria y no sé cuántas zarandajas más... 
Todo esto hace tanto daño a la verdadera búsqueda del conocimiento escondido que se hace difícil no llegar a la conclusión de que en realidad los defensores de la new age y sus extravagancias no son sino colaboradores (a sabiendas o, la mayoría de ellos, más probablemente de manera inconsciente) de los que de verdad mandan para incrementar el desconcierto, la inseguridad y el miedo de la población en general (y por tanto su facilidad de control y manipulación). Lo cierto es que tanto el período de rotación como el de traslación de la Tierra están perfectamente medidos y remedidos casi desde que existe la ciencia como tal. De hecho, los astrónomos de las distintas civilizaciones que en el mundo han sido se han ocupado de averiguar estos datos desde el primer momento y por eso sabemos que el día viene durando casi 24 horas desde tiempos inmemoriales. Y que sigue durándolas.


Que Braden tenga la impresión de que hay menos horas en juego o que pasan más rápido tiene una explicación mucho más sencilla que se puede resumir tan gráficamente con facilidad: cuando uno es un niño de 2 años, 1 año de su vida es la mitad de la misma, motivo por el que cada uno de los meses y aún de los días que lo componen parece alargarse tanto; pero cuando uno es un adulto de 50 años, 1 año de su vida es sólo la cincuentava (sí, aquí sí está bien empleada la expresión) parte, un mes es sólo uno entre 600 meses vividos y un día es sólo uno entre 18.250, una larga serie, sin duda. Es evidente que esto afecta a la percepción temporal (igual que lo hacen otros criterios: cuando tu equipo de fútbol favorito gana por la mínima la final de un campeonato, los minutos que quedan hasta el final se hacen eternos mientras que si va perdiendo por la mínima, parece que volaran). Y a medida que somos más viejos los fragmentos de tiempo se "reducen" más y más aunque objetivamente sigan siendo los mismos...

A todo esto, el artículo que yo buscaba era el publicado el 2 de marzo y titulado Nosotros, en el que resumí los hipócritas lamentos de nuestra sociedad ante la corrupción y los abusos de los políticos, recordando que salen justamente de esa sociedad y que ese manido concepto de "nos merecemos algo mejor" es una  mentira muy piadosa. En realidad, tenemos lo que nos merecemos, porque la gente que está en el poder hoy en España hace lo que cualquiera de nosotros haría si estuviera en su lugar. No voy a repetir lo que escribí entonces, porque ahí sigue para quien quiera releerlo. Sólo diré que me hace gracia la ingenuidad (o el cinismo) con que algunas personas que se creen honradas (porque nunca han sido tentadas como lo han sido los que han tenido acceso a determinado grado de poder, han pecado y han sido luego descubiertas) opinan sobre este problema diciendo que ellos no caerían en la corrupción o las malas prácticas. De hecho, ni siquiera estamos ante un problema 

español, después de todo, sino de toda la especie homo sapiens. Más de un conocido extranjero me ha preguntado por qué estamos tan obsesionados en este país con el tema de la corrupción cuando aquí, me han asegurado, no hay más que en sus propios países (y me refiero ahora a algunos europeos de primera línea). Ojo, esto no significa obviamente que no haya que perseguir este crimen, como todos los crímenes. Simplemente, que no hay que hacer un drama de ello, ni emplearlo políticamente, pues todos los partidos (absolutamente todos, incluso los que se presentaron como "vírgenes" en las últimas elecciones, como así lo han demostrado desde que poseen poder municipal en repetidas ocasiones) terminan cayendo en ello. Y más, cuando más poder ocupen.

La "prueba del algodón" está muy bien resumida en un artículo que he encontrado recientemente en la web, que dice lo siguiente:


Cuando usted tiene la oportunidad de robar 30 céntimos sacando fotocopias personales en la fotocopiadora del trabajo, usted no pierde la oportunidad.


Cuando usted tiene la oportunidad de robar 1 euro llevándose para casa el bolígrafo del trabajo o del compañero, usted no pierde la oportunidad.


Cuando usted tiene la oportunidad de robar 5 euros a la cajera que le dio de más en la vuelta sin darse cuenta,  usted no pierde la oportunidad.


Cuando usted tiene la oportunidad de robar 100 euros de Microsoft al descargar un Windows crackeado de un sitio ilegal, usted no pierde la oportunidad.


Cuando usted tiene la oportunidad de robar 1.000 euros escondiendo un defecto de su coche al venderlo, engañando al comprador, usted no pierde la oportunidad. 


Usted no pierde ninguna oportunidad: de evadir impuestos, de pagar sin factura, de devolver una cartera quedándose el dinero, de...


Si usted trabajara en el gobierno y cayera en sus manos la oportunidad de robar 1 millón de euros, es seguro que de la misma forma tampoco perdería la oportunidad.


Nuestro problema no son sólo los políticos en el poder porque ellos son sólo el reflejo de una sociedad con mas de 40 millones de oportunistas educados en la permisividad y hasta en la justificación del pillaje. Los políticos de hoy fueron los oportunistas de ayer.


Será muy difícil cambiar esto, pero podemos empezar con cada uno de nosotros. Por no aprovechar las "oportunidades" y por recriminar a aquéllos que nos cuenten que lo hacen.


Vaya, ¿qué te parece? No soy el único que piensa de la forma en la que escribí mi propio texto hace ahora cuatro años. Ésta puede ser una buena oportunidad de empezar a cambiar las cosas, si de verdad todos nos ponemos a ello...






viernes, 10 de junio de 2016

El abandono de sí mismo

He leído multitud de artículos últimamente en los que se critica a las redes sociales de manera inmisericorde, acusándolas de ser una pérdida de tiempo y un perjuicio para la salud mental de sus usuarios. El último de ellos, hace unos días, llevaba el rimbombante título de Tres maneras en las que Facebook juega con tu cerebro e interpreta los resultados de un estudio elaborado con una pequeña muestra de personas en el que trabajaron investigadores de la Universidad de Edimburgo, en Escocia. Según la tesis de estos científicos (y de quien redactó la publicación), el uso compulsivo de este fabuloso método de espionaje y recopilación gratuita de información personal provoca nada menos que depresiones (porque vemos fotos de otras personas cercanas pasándoselo bien en momentos que no hemos compartido), serios problemas de estrés (porque nos irrita algunas cosas que leemos y ofendemos a otros con algunas cosas que escribimos) e inseguridad sentimental (porque genera tantos problemas en las relaciones de pareja que pueden llegar a romperlas, derivando en infidelidades, rupturas o divorcios). Además, alimenta la mentira y la deshonestidad (porque la mayoría de nuestros contactos omiten en sus publicaciones lo malo que hay en su vida y sólo escriben sobre lo bueno).

Podría decirse que Facebook es el mismísimo demonio encarnado, según el susodicho artículo. Y una persona de mentalidad inocente podría llegar a creerlo..., si no fuera porque cosas similares han sido escritas antes sobre muchas otras actividades humanas, desde la televisión hasta los juegos de rol o el consumo de carne roja, pasando por la práctica de la política o de la religión. El problema, naturalmente, no está en la actividad en sí, no está en el uso de Facebook tampoco, sino en la propia persona, cuando abusa de ello. O, como aseguraba el propio artículo (recordemos ese adjetivo concreto empleado por quien redactó la nota y que he citado en el párrafo anterior), cuando ese uso es compulsivo. Sin embargo, reconociendo que las redes sociales (da igual Facebook que Twitter, Instagram, LinkedIn o la que sea) son un magnífico instrumento de monitorización social y control de la población para las agencias de intel..., para las empresas que las mantienen, creer que uno es más libre por el hecho de no tener una cuenta abierta en ellas es seguir pecando de ingenuidad. Vivimos inmersos en una sociedad donde el Gran Hermano (el de Orwell, no el de la telebasura) existe de facto hace ya tantos años que es muy probable que las personas de mi generación seamos las últimas con capacidad para recordar con claridad esa época en la que todavía la privacidad no estaba considerada un lujo sino una condición natural para una persona común.

Esto no significa que haya que abrazar la fe tecnológica y entregarse a las hordas de Zuckerberg y compañía con armas y bagajes. Simplemente, que es preciso utilizarlas con prudencia y preferentemente para aquello que nos son más útiles: las relaciones puramente sociales y profesionales, y mejor a nivel superficial. Como cualquier herramienta, su supuesta bondad o maldad está en el destino que les deparemos, de la misma forma que un coche puede convertirse en un eficaz medio de transporte interurbano o en un arma sanguinaria, dependiendo de si su conductor es una persona relativamente equilibrada o un psicópata. Es decir, si Facebook o cualquier otra red de este tipo es dañina para nosotros, es porque nosotros mismos dejamos que lo sea.

Conviene recordar estas perogrulladas de vez en cuando porque si hay una fuerza que cumple implacablemente con su trabajo en el universo material es la de la entropía, que extiende su mensaje de caos y confusión con pasmosa tranquilidad y terrible eficiencia. Sobre todo si le dejamos pista libre para actuar, al caer en una de las tentaciones más frecuentes de esta época premedieval: la del abandono de uno mismo. La combinación de frases tan estereotipadas y sobreutilizadas, del estilo "no tengo tiempo", "estoy muy cansado", "eso es muy difícil" y "ya lo miraré en otro momento", genera situaciones patéticas no ya para la inteligencia sino para la dignidad humana. Recientemente tuve la oportunidad de comer con el presidente y varios miembros de una de las reales academias españolas y el primero (un hombre ya entrado en años) se quejaba, con razón, de que en las actuales universidades los jóvenes de veintipocos años no tuvieran los arrestos necesarios para soportar ni siquiera clases de una hora de duración, hasta el punto de que éstas se habían reducido a 50 minutos. Se indignó un poquito más cuando le comenté cómo varios especialistas en publicidad me confesaron hace tiempo que los eslóganes empleados en anuncios (de todo tipo: televisión, radio, prensa, internet...) no debían superar las seis u ocho palabras porque estaba comprobado que el cerebro de un ciudadano medio, hoy, no está capacitado para retener un mensaje más largo. De hecho, estos días he oído varias veces una cuña radiofónica de 20 segundos en la que el locutor se limita a repetir todo el rato el nombre de un negocio de automóviles y el eslogan (de sólo tres palabras) Compramos tu coche. Sin más.

El abandono de uno mismo adquiere a veces cierto carácter cómico, por lo infantil. Pongo aquí como ejemplo una situación con la que me he encontrado bastante a menudo en los últimos tiempos: debatir con otra persona en una red social (precisamente) acerca de un tema concreto y encontrarme con que, en lugar de argumentos o reflexiones maduradas por el "contrincante" a través de la experiencia, la reflexión, la lectura o los viajes personales, éste me obsequia con sucesivos enlaces a la wikipedia o a cualquier otra de sus páginas favoritas de Internet para demostrar la supuesta fortaleza de su posición ideológica o intelectual. Algo así como: "discute con el que ha escrito esto, que sabe mucho más que yo, que me limito a seguir bovinamente su bandera". Es impresionante la cantidad de gente (empezando por los más jóvenes, los más indefensos mentalmente) que ya no puede (o, mejor dicho, que se ha convencido a sí misma de que ya no puede, por culpa del abandono de sí misma al que se ha entregado sin darse cuenta del daño que ello le está produciendo) de pensar per se y llegar a conclusiones individuales en lugar de dejarse llevar, como los peces muertos, por la corriente.


Unas espeluznantes declaraciones hechas el año pasado por Robert Swartz, doctor del National Center for Teaching Thinking de los Estados Unidos dejaban bastante claro la gravedad del problema y tal vez por ese motivo el tema no se convirtió, pese a que lo merecía, en objeto de debate mundial. Swartz, que había acudido a España para participar en la XVII Conferencia Internacional sobre Pensamiento ICOT Bilbao 2015, advirtió de que entre ¡¡¡un 90 y un 95!!! por ciento de la población mundial "no sabe pensar, a pesar de que el progreso de la humanidad depende de ello". El problema principal a su juicio radica en la educación escolar porque "poca gente aprende allí a pensar de manera crítica y creativa, a razonar, a tomar una actitud proactiva..., generalmente sólo te enseñan a memorizar para aprobar". Y a veces ni eso, si hay que hacer caso a los desnortados que últimamente hemos leído en varios medios de comunicación españoles defendiendo el suicidio intelectual para los niños porque, según ellos, deben ir al colegio a "socializarse, integrarse y pasarlo bien" y "no a sufrir con el aprendizaje". Cualquiera con un poco de experiencia vital y cierto grado de honestidad sabe que no existe ningún aprendizaje fácil, ni siquiera de las materias que a uno le gustan. Pero este tipo de argumentos demagógicos para rebajar aún más la calidad educativa (no sólo en España, en el resto del mundo la situación no es muy diferente) y por tanto construir una futura sociedad progresivamente más manipulable se han hecho muy populares entre los partidarios de abandonarse a sí mismos. 

Otro efecto temible de este abandono es la destrucción de la capacidad memorística. ¿Para qué retener números de teléfono, direcciones, nombres de personas, citas, datos importantes..., para qué retener cualquier cosa en el cerebro, si puedes tener toda la información en "alguna parte" de tu ordenador y limitarte a buscarla cómodamente cada momento? Y entendemos por ordenador desde la tableta al teléfono móvil y hasta el "televisor inteligente", porque ahora se puede acceder a la nube desde muchos instrumentos y, en pocos años, será posible hacerlo desde muchísimos más, gracias al llamado Internet de las Cosas (si algún lector de esta bitácora no sabe lo que es, que se informe raudo). La alarmante disminución de la capacidad memorística del ciudadano contemporáneo asombraría a los antiguos filósofos griegos o a los lamas tibetanos o a los chamanes del norte o a tantos otros de nuestros antepasados acostumbrados a relatar de memoria textos largos y complejos, como si fuera los hombres libro de Ray Bradbury. Y supongo que algo tendrá que ver todo esto con el cada vez mayor número de dolencias relacionadas con la pérdida de las funciones cognitivas, como la demencia senil.

(Entre paréntesis, el énfasis con el que gobiernos, instituciones y empresas nos animan a subir datos a la nube y a gestionar cada vez más cosas a través de Internet no se debe exclusivamente al hecho de que es más fácil capturar y mercadear con información personal sensible supuestamente a salvo en servidores "seguros", sino que obedece a otro aspecto general de
la ingeniería social que se practica desde hace tiempo y que consiste en eliminar la propiedad privada, sin que se note mucho. No tengas películas en casa..., alquílalas sólo cuando quieras verlas en tu videoclub virtual. No tengas libros en casa..., ocupan mucho espacio, cuando puedes bajar cualquiera en tu lector y luego olvidarte de él. No tengas objetos personales que puedan traerte recuerdos molestos..., úsalos y luego véndelos en cualquiera de las muchas webs de segunda mano. Y, en el futuro inmediato, no viajes físicamente..., usa un programa de realidad virtual para visitar el país que quieras sin riesgo. Así todo. Nadie te dice, claro, que cuando te hayas adaptado al sistema por completo, sólo verás las películas, leerás los libros, usarás los objetos y visitarás los países o las zonas de los países que aquéllos que controlan las webs donde conectes te ofrezcan. Sólo ésos. Así consumirás exclusivamente lo que alguien quiere que consumas, además de perder amplias parcelas de decisión individual y sumarte al proceso de colectivización del termitero.)


Respecto a la memoria, Christopher Nolan estrenó en el año 2000 una curiosa película titulada Memento (por Memento mori, la famosa advertencia latina sobre la finitud del cuerpo material que literalmente significa Recuerda que vas a morir) en la que el protagonista, Leonard, ha sufrido un trauma que le ha desatado una amnesia anterógrada; es decir, la que impide recordar acontecimientos recientes a largo plazo. Como Leonard está metido en un siniestro caso de violación y asesinato de su mujer, del cual busca vengarse, se obliga a recordar lo que le sucede cada día a través de fotografías, notas escritas y tatuajes en su propio cuerpo. Parece un argumento demasiado complejo para ser real, pero resulta que sí, que hay personas que sufren de verdad esa enfermedad. No hace mucho tiempo se publicó el caso de Chen Hongzhi, un taiwanés de 25 años que sufrió un grave accidente cuando tenía 17 y pasó varios meses ingresado en un hospital en la unidad de cuidados intensivos. Pero cuando le dieron el alta todavía no había recuperado su capacidad de acumular nuevos recuerdos y, hoy, 8 años después, continúa sin superar este problema. Vive con su madre que todas las mañanas cuando le levanta le recuerda que no tiene ya 17 años y le entrega la libreta donde va apuntando todo lo que le sucede durante el día: con quién habla habitualmente, qué trabajo realiza -recoge envases de plástico, su cerebro no da para más- y cuánto cobra por ello, etc. Las anotaciones son complicadas porque este joven no recuerda bien cómo se escribe (una ventaja que sí tenía Leonard en la película de Nolan). A pesar de la buena voluntad de los vecinos, el padre murió recientemente y la obsesión de la madre es qué sucederá cuando ella ya no esté para cuidarlo...

Pero hay otras enfermedades del cerebro aún más extrañas (en apariencia) como el caso comentado hace poco por la BBC de un londinense llamado Matthew quien recuerda, completamente convencido de su veracidad, cosas que nunca han sucedido. Este hombre, también joven, era programador informático y tenía un carácter ambicioso y trabajador pero una lesión cerebral en la entrada de uno de los ventrículos de su cerebro le generó dolores de cabeza, visión doble y pérdida de sensibilidad en las manos. Operado de urgencia, durante su recuperación hospitalaria comenzaron los peores problemas pues su órgano pensante estaba más afectado de lo que parecía y olvidaba cosas de un momento para otro, de forma que su vida se convirtió en un permanente fallo de raccord. Por ejemplo, olvidaba el momento en el que alguien llamaba a su puerta y entraba en su habitación por lo que se llevaba unos sustos tremendos al encontrarse de pronto con una persona "materializándose", sin más, ante sus ojos. Cuando se reincorporó al trabajo, sus jefes y compañeros le recibieron cariñosamente y le mostraron todo su apoyo para que fuera recuperando su actividad normal, pero al abandonar la oficina estaba convencido de que no le querían y estaban a punto de despedirle.  Incapaz de reaccionar a la terapia del psiquiatra, decidió abandonarla bruscamente pero más tarde escribió un violento correo electrónico al médico preguntándole por que le había expulsado del tratamiento... El problema de Matthew es que la actividad de su cerebro ha quedado tan dañada que se dedica a inventarse recuerdos para sustituir los que es incapaz de asumir y recordar. Solución... otro cuaderno para ir apuntando allí los acontecimientos más importantes de su existencia.  


Un momento... ¿Es posible que nosotros mismos inventemos recuerdos al no saber interpretar los hechos que nos suceden en la vida diaria y no lo sepamos?¿Es posible que estemos inventando literalmente nuestra vida?


Esto va más allá de farsas como las de las falsas víctimas de atentados que vimos en un artículo anterior e incluso que la posibilidad de un gigantesco programa de telebasura al estilo de El show de Truman. Lo cierto es que todo, absolutamente todo lo que nos rodea podría ser cualquier cosa menos los que creemos que es. Podríamos ser seres humanos, o no, sumergidos en una ensoñación similar a la de los usuarios de droga en las casas de opio chinas, creyendo vivir una vida que en cuanto regresemos a un estado de conciencia normal se desvanecerá como el humo. O, ya que hablamos de chinos, recordando el viejo cuento de aquel sabio que no sabía si era un chino que soñaba ser una mariposa o una mariposa soñando ser un chino, toda nuestra existencia puede ser igualmente una mera pesadilla que olvidaremos al abrir los ojos. Y puestos a seguir con los cerebros, quizá no seamos otra cosa que simples y enormes cerebros flotando en tanques de nutrientes que, para entretenernos, creamos todo un mundo virtual en el que poder interactuar experimentando la sensación de tener todo un cuerpo con sus manos, sus piernas, sus órganos..., a nuestra disposición. O puede que seamos energía sin más... La materia y la energía, nos dicen los científicos, son estados diferentes de la misma cosa... ¿Y si somos cúmulos de energía individualizada que adoptamos una forma humana en determinadas condiciones físicas, igual que el vapor de agua se convierte en hielo cuando la temperatura baja lo suficiente?

Después de todo, puede que nuestros ancestros tuvieran razón cuando aseguraban que todo en este mundo es maya o ilusión, que nada existe realmente... ¿Ni siquiera nosotros? Alguien dijo aquello de Pienso, luego existo pero ¿acaso no hemos sentido esa sensación de realidad, de ser y de actuar de verdad, más de una vez en nuestros sueños, justo hasta el momento inmediatamente anterior al de despertarnos?

Con enigmas vitales tan fascinantes como éste, ¿quien es tan idiota como para abandonarse a sí mismo en lugar de asumir el exigido rol de explorador?







viernes, 3 de junio de 2016

El primer día de junio

Cuenta Bernat Desclot que el rey Pedro III de Aragón, más conocido como El Grande, derrotó al francés Carlos de Anjou, rey de Nápoles y Sicilia, en una batalla naval en la misma bahía napolitana en 1282, lo cual enfureció tanto a éste último que envió un par de emisarios a la corte del español para acusarle de haber penetrado en tierra siciliana no como "hombre leal y bueno" sino de forma "malvada e indebida". En aquella época, la palabra honor todavía significaba algo, así que ante semejante bofetada verbal, Pedro el Grande no pudo contestar más que de una sola forma: acusando de "falso y desleal" a Carlos y retándole a un combate cuerpo a cuerpo, dándole "la ventaja de armas que quiera". El de Anjou aceptó el reto y envió un nuevo mensajero en el que planteaba los términos de la batalla: de los cuarenta mejores caballeros de cada reino, cada monarca escogería a los seis mejores y éstos se enfrentarían entre sí en combate en territorio neutral. El escenario elegido era Burdeos, Francia, en ese momento bajo control del rey de Inglaterra. La cita se marcó para el primer día de junio y fijado quedó que aquél que faltara a ella, sería tenido a partir de entonces por el verdaderamente falso y desleal, además de verse obligado a renunciar a ser rey a partir de entonces y también a perder otros privilegios de su rango, como portar enseña y cabalgar acompañado.

Así que tras dejar cerrados algunos detalles de su despliegue militar, Pedro el Grande se embarcó rumbo a Burdeos. Pero el Mediterráneo se disfrazó de Atlántico y las naves se vieron impedidas de avanzar más allá de la isla de Cerdeña por culpa de las tormentas y el viento en contra. Temiendo no llegar a tiempo a su cita, el rey ordenó que enviaran dos galeras para continuar adelante a pura fuerza de remo. Embarcó en una de ellas y así alcanzó Menorca primero y, finalmente, Cullera en la costa valenciana. Acompañado de sus fieles caballeros Conrado Lanza, Blasco de Alagón y Bernardo de Peratallada, cambió entonces las velas por los caballos y galopó hacia el norte hasta Tarazona, en las fronteras de su reino de Aragón. Continuar viaje a partir de ese momento con escolta tan magra se hacía peligroso, así que decidieron disfrazarse. El monarca adoptó la identidad de mayordomo del comerciante de caballos aragonés Domingo de Figuera y sus hombres se transformaron en sirvientes. Despojados de sus ropas de nobles y con las armas ocultas, según Desclot la compañía mostraba un aspecto poco amenazador y digno de atención: un puñado de gentes humildes, mal vestidas y descalzas.

De esta guisa alcanzaron finalmente Burdeos y se alojaron en las afueras de la ciudad justo a tiempo para el combate. El "mayordomo" mandó llamar al senescal del torneo con el aviso de que un representante del rey de Aragón quería verle y el hombre acudió en compañía de otros cuatro caballeros y un notario. Pedro el Grande pretendía notificar su presencia y seguramente ganar tiempo hasta que llegaran el resto de sus caballeros o bien renegociar los términos del combate habida cuenta de que su tropa era menor de la esperada, pero se encontró con una sorpresa: el senescal le reconoció que no podía asegurar la neutralidad del terreno porque el rey de Inglaterra había cedido Burdeos al rey Felipe IV de Francia, que disponía en este lugar de tropas considerables. Además, Carlos de Anjou contaba también con nada menos que 8.000 jinetes. Conclusión: si el rey aragonés se dejaba ver por allí para cumplir con los términos del reto y lo hacía sin un ejército equivalente, le prenderían de inmediato o tal vez le matarían sin más. Claro que si no lo hacía, como todo parecía indicar, quedaría como un cobarde de acuerdo con el desafío lanzado semanas atrás.

Pero Pedro era hijo del gran Jaime I el Conquistador y, por si ello y su propio honor no pesaran lo suyo en la balanza de sus decisiones, había una cuestión doméstica que ya de por sí le habría impedido volverse sin más a casa. Su esposa Constanza era hija del rey Manfredo, de la casa de Hohenstaufen, que había sido derrocado y muerto por el propio Carlos de Anjou en la batalla de Benevento. Los excesos de los franceses en la isla italiana, una vez ocupada, provocaron la rebelión local en las conocidas Vísperas Sicilianas, en las que los soldados y funcionarios de Carlos fueron masacrados. Ante la inminente venganza del francés, los habitantes de la isla pidieron la ayuda de Pedro III y le ofrecieron la corona que le correspondía por derecho de matrimonio con la heredera de Manfredo. Acudió de buen grado para
recuperar el control del territorio, que volvería así al control familiar. Fue tras derrotar a los franceses cuando se produjo el sucedido de esta crónica... Ahora bien, tras meditar sobre la situación, el monarca aragonés, aún en su papel de mayordomo, le preguntó al senescal si el escenario del torneo estaba ya preparado. Él le reconoció que no sólo estaba ya todo listo sino que, para mayor humillación del aragonés si se presentaba, el rey Carlos había dispuesto el terreno junto a su campamento militar, lo que le garantizaba no sólo mayor comodidad sino la posibilidad de cerrar la trampa fácilmente. Pedro pidió al senescal que le llevara a ver y recorrer el campo del torneo, cosa que hicieron montados a caballo. Luego regresaron al alojamiento de los aragoneses y allí el rey mostró su verdadera identidad al senescal, quien asombrado le reconoció y alabó su estratagema para pasar inadvertido hasta aquel momento pero le rogó que se marchara de inmediato. El senescal era francés pero también tenía su honor y no estaba dispuesto a que el de Anjou capturara o matara con malas artes al español.

Pedro el Grande le dijo que marcharía de inmediato de regreso a su reino, pero no antes de que el senescal firmara una carta testimonial de que, en efecto, el día convenido él había estado allí en Burdeos, había recorrido el campo del torneo y se había marchado tras ser informado oficialmente de que no se podía garantizar la neutralidad del mismo, lo que invalidaba el enfrentamiento o, en el mejor de los casos, lo postergaba indefinidamente. El notario que acompañaba al senescal fue el encargado de redactar la documentación necesaria. Luego, tras despedirse de los aragoneses, que volvieron al galope por donde habían venido,  el mismo senescal fue a comunicar lo ocurrido al rey Felipe de Francia y al de Anjou. Ambos montaron en cólera y quisieron ordenar la persecución, pero Pedro III y sus caballeros se hallaban ya demasiado lejos para hacerles frente y pudieron regresar a España, con su honor completamente a salvo.

Los dos principales protagonistas de la disputa no llegarían a enfrentarse jamás en duelo. Ambos fallecieron poco después, en 1285: Carlos a primeros y Pedro a finales de año. Sus herederos continuaron su  conflicto, pero ésa es ya otra historia. Lo que nos interesa de este episodio histórico es la importancia que las sociedades antiguas daban al honor, como una de las características más estimadas en un hombre de bien y, especialmente, en un noble o en un rey. Pedro III llegó a poner en peligro su propia condición de monarca, según Desclot, para salvar su buen nombre. Una actitud que para el mundo de hoy, basado en el materialismo y la real politik, parece incomprensible: ¿alguien se imagina a Obama yendo a enfrentarse en un ring de boxeo con un puñado de marines contra Putin y un grupo de soldados especiales rusos, sólo para que nadie pueda decir de él que no es falso y desleal? Aún más, ¿se lo imagina disfrazándose de ejecutivo de segunda fila para entrar anónimamente en, digamos, Crimea, pensando que es un terreno neutral, sólo para encontrarse con que está copado por los rusos que han organizado una trampa para capturarle? ¿O a un funcionario tan honrado que aún siendo francés ayudara a Obama a huir de allí tras redactar un documento oficial, quizá con fotografías incluidas, para dar testimonio de su presencia..., en lugar de intentar sacar alguna rentabilidad económica a semejante información? Háblale de honor a un occidental contemporáneo. Lo más agradable que te dirá es que estás trasnochado o que eres un ingenuo y no tienes idea de qué va la vida.


Sin embargo, cuando uno ha vivido muchas existencias antes no puede por menos que sentir una honda tristeza por los tiempos que hemos escogido disfrutar en este principio del siglo XXI, así como una profunda nostalgia por la antigüedad. Por una época en la que las cosas eran más simples y más honestas, cuando el Monstruo que rige el mundo no había triunfado en su estrategia de confusión, cuando el homo sapiens no había degenerado tanto como en la actualidad: este momento en el que cree estar cerca de alcanzar el cielo sólo porque su progreso tecnológico ha llegado a cotas increíbles pero en el que a cambio ha entregado su alma al materialismo más rampante y nihilista, que le carcome por dentro.

En la tradición cultural alemana existe un término precioso, Bildung, que hace referencia al deber personal de uno consigo mismo para formarse de manera continua, para trabajar el propio interior en pro de la maduración del individuo tanto en su intelecto como en sus emociones y en su integración con la comunidad, que debe beneficiarse de ese crecimiento de cada uno de sus miembros. Es un proceso de transformación perpetuo, de índole filosófica. No se trata simplemente de adquirir unos determinados estudios sino de instruirse, y por tanto mejorarse, hasta el final de sus días. Probablemente, el concepto proceda de los Maestros que en su día actuaron en el seno de la civilización germánica, como sus colegas lo hicieran en otros países occidentales a los que viajaron para impedir que se perdiera la Tradición. Pero hoy, como ha sucedido con tantas otras cosas, también ha sido corrompido por la superficial indiferencia de la contemporaneidad y la Bildung ha pasado a ser formalmente un simple sinónimo de educación escolar, sin más.



Sin embargo, el concepto sigue ahí, en el mundo de las ideas como diría Platón, a la espera de volver a iluminar a las mentes que se atrevan a rescatar los valores de los tiempos pasados, hoy despreciados, tergiversados u olvidados en el desván del conocimiento. Para un guerrero espiritual, la Bildung resulta especialmente útil por lo que, si uno es capaz de recuperarla y practicarla con todas sus consecuencias, adquirirá una herramienta formidable para continuar plantando cara a los Amos desde el reducto de la individualidad particular. No es un camino fácil pero a veces ofrece sorpresas agradecidas. Por ejemplo, cuando uno se percata de que las enormes sombras de algunos perros de presa que amenazaban con descuartizarle se corresponden en realidad con los de desagradables pero inocentes chihuahuas que pueden ser apartados con suma facilidad por mucho que ladren a nuestro paso.


Así, buceando en la herencia de nuestros ancestros, podemos encontrar entre otras cosas el Discurso sobre la dignidad humana en el que el fascinante humanista italiano Giovanni Pico della Mirandola expresó los ideales, no ya del Renacimiento, sino del hombre libre: el derecho a pensar diferente, a profesar la fe o la cultura que desee, a crecer y a vivir su vida de acuerdo con su ideal personal y no de la opinión ajena o el poder de "los que mandan", sin estar sometido a cortapisas falsamente igualitarias y falsamente democráticas que en el fondo no buscan otra cosa que el control y la esclavitud del verdadero ser humano. Es imposible, para alguien que tiene algo más que sangre en sus venas, no emocionarse ante palabras como éstas, que nos conectan a través del tiempo y del espacio con este librepensador: "Que embargue nuestra alma una santa ambición de no contentarnos con lo mediocre. Hemos de ansiar lo más alto y tratar de conseguirlo con todas nuestras fuerzas" porque la versatilidad es "propiedad esencial" del ser humano, que puede aspirar a todo aquello que desee, de manera que "florecerá en cada hombre lo que cada hombre cultive en sí mismo". De esta manera, la Libertad con mayúscula se muestra una vez más como uno de los principales privilegios del hombre aristocrático en el mejor sentido del adjetivo. Como no podía ser de otra manera, es un privilegio caro, pero no tanto para quien practica o aspira a practicar las virtudes que conducen a ella, como el Valor, la Voluntad, la Responsabilidad, el Esfuerzo o la Lealtad. Una combinación de factores que además incluyen reconocimientos adicionales como el Honor, "el premio de la virtud" según dejara escrito Cicerón.

Más de 700 años después, tampoco es necesario que nos preguntemos si hubiéramos hecho lo mismo que Pedro el Grande ante el desafío de Carlos de Anjou. La vida misma se encargará de poner en nuestro camino, lo está haciendo ya, la ordalía adecuada para cada uno de nosotros. Sólo hay que tener los ojos abiertos para reconocerla.


Y el corazón fuerte y la sabiduría rápida para superarla.