Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 27 de octubre de 2017

Narcisos

Hace unas semanas leí una noticia muy reveladora de por dónde andamos a estas alturas de la película. Hablaba sobre una mujer llamada Laura Mesi, residente en la zona de Monza, en el norte de Italia. Esta buena señora había invitado a cerca de un centenar de amigos y familiares para celebrar con ella el día de su boda. Y digo bien: para celebrar con ella. Sólo con ella, porque se casó..., consigo misma. Tenía vestido blanco, tenía velo de tul, tenía brillantes Swarovski, tenía marcha nupcial de Mendelssohn, tenía padrino que era su hermano, tenía anillo de oro, tenía ramo de flores para tirar a sus amigas solteras, tenía banquete nupcial... Hasta tenía una tarta de tres pisos. Pero no un novio con el que casarse. Y no es que éste la dejara plantada en el altar. No lo tenía porque no quería tenerlo, por decisión propia de la mujer.

Obviamente, fue todo una performance. Una simulación (nunca olvido que, para los antiguos -y verdaderos- gnósticos, el poder máximo del Demiurgo es precisamente ése: la simulación, el hacer que las cosas parezcan ser de una manera que en realidad no son; por ello detesto la deshonestidad como concepto) de ésas tan de moda ahora, como la soberana incongruencia de celebrar una primera comunión civil. Eso sí, Mesi se gastó unos 10.000 euros en este teatrillo, que incluía un viaje de bodas a Egipto. Más tarde, explicó que había sufrido mucho con sus relaciones de pareja y que, como había cumplido ya los 40 años sin encontrar su "alma gemela", ni siquiera a un "príncipe azul" (madre mía, cuánto daño puede hacerle a una persona no saber interpretar los códigos secretos escondidos debajo de los 'cuentos para niños'...) que llevarse al catre, había decidido casarse consigo misma y prometido amarse para toda la vida y "acoger a todos los hijos que la Naturaleza quiera donarme". Ignoro a lo que se refería en este último caso: si pensaba tener "donaciones" vía fecundación in vitro, decantarse por las adopciones o incluso intentar la partenogénesis.

Lo único sensato que le leí, aunque no sé si ella misma comprendía bien lo que estaba diciendo, es cuando comentó que "si en el futuro encuentro un hombre con el que proyectar una vida en común, estaré contenta, pero mi felicidad no dependerá de él". Y es que cualquiera con dos dedos de frente y un poco de experiencia en la vida debería saber que nunca, jamás, bajo ningún concepto, ¡en ningún caso!, nadie debería buscar su felicidad en su relación con otra persona. Ser feliz es un estado sumamente escurridizo y sólo existe una forma de abrazarlo de modo, digamos, regular: a través del trabajo interior, en un camino que bien podemos calificar de espiritual y cuya meta no es otra que conocerse a sí mismo, como bien advertían en el viejo Templo de Delfos. Si alguien no es capaz de ser feliz solo, con la única compañía de su propio ser, jamás podrá serlo en compañía de otro, por más que la ilusión de los sentidos pueda darle esa impresión..., en la primera etapa de su relación. 

Lo he visto muchas veces. Recuerdo, todavía muy vívidamente aunque hace de esto más de 30 años, a una pareja de colegas periodistas con los que no había manera de irse de fiesta a ningún lado porque, fuera donde fuera nuestra pandilla de aquella época, ellos siempre terminaban "perdiéndose" para desfogarse sexualmente con unos bríos muy propios de Pan y sus silenos. No les obligábamos a venir: ellos juraban y perjuraban que les interesaban nuestros planes..., pero no lo podían evitar. Rebosaban felicidad, en apariencia. Estaban tan enganchados el uno con la otra que, para relacionarte de una manera más o menos normal con ellos tenías que hacerlo por separado, aprovechando los momentos en los que estaban alejados entre sí. En cuanto se reunían de nuevo, el efecto era el mismo que el de un imán con un pedazo de metal y se olvidaban del resto del mundo. A no mucho tardar, se fueron a vivir juntos, se casaron..., qué felices parecían.

Creo que no duraron juntos ni dos años. Ése fue el tiempo que tardaron en quemar el poderoso magnetismo que intercambiaban durante sus relaciones y la verdadera causa de su mutua atracción, lo que no tenía absolutamente nada que ver con el amor y la consecuente felicidad que creían experimentar. Porque todo se redujo a una gran borrachera de magnetismo aunque, por supuesto, ellos jamás aceptarían esta explicación. En su opinión, simplemente "se acabó el amor entre nosotros" como si el amor de verdad, perdón, el Amor de verdad, pudiera terminarse alguna vez. Como si no fuera la Fuerza más poderosa -y tal vez más incomprendida por el homo sapiens- en el Universo. En el fondo, estaban echando mano de una excusa clásica, que vemos todos los días en las portadas de las revistas del corazón, donde los famosos de diverso pelaje justifican sus cambios de pareja confundiendo constantemente el sexo (y su magnetismo invisible al ojo humano) con el amor. Otra excusa muy manida es la de "es que empezamos a vivir juntos y mi pareja cambió, ya no era como antes", cuando la realidad es más bien que "es que empezamos a vivir juntos, mi pareja no pudo mantener más tiempo la máscara (o no pude hacerlo yo) y le vi como realmente es, no como se me mostraba antes (o me vio como soy yo) (o nos vimos mutuamente)".

Sería interesante saber qué hubiera pasado si los protagonistas de Romeo y Julieta (la famosa tragedia de Shakespeare parece estar inspirada en hechos reales: algunos autores afirman que las familias Montesco y Capuleto no sólo existieron sino que mantuvieron una rivalidad política y comercial real, en el marco del conflicto entre güelfos y gibelinos) hubieran podido casarse o al menos satisfacer sus urgencias sexuales.  Lo más probable es que nunca hubieran pasado a la historia como uno de los paradigmas del más sublime amor, como César y Cleopatra, Orfeo y Eurídice 
o John Lennon y Yoko Ono (aunque una investigación exhaustiva de la "felicidad" cosechada en estos "sublimes" amores suele arrojar resultados decepcionantes). Por cierto que según una recientísma encuesta de un portal digital de bodas, la tontería de la sociedad contemporánea es ya de tal calibre que los ejemplos de pareja no se buscan en el mundo real, histórico o  siquiera mitológico, sino..., en los videojuegos. Mario y Peach, de la saga Super Mario de Nintendo, es el ejemplo más popular.

A pesar de su extravagancia, Laura Mesi no es un caso único de personas casadas, aun sin validez jurídica, consigo mismas. En el Reino Unido, Sophie Tanner hizo lo mismo a los 38 años en Brighton, por ejemplo. Y, de regreso a Italia, se conoce el caso de un hombre, también de 40 años y en este caso natural de la zona de Nápoles, en el sur de Italia, que también actuó igual. Nello Ruggiero, el susodicho, usó varias justificaciones formales para defender su decisión. Desde que lo había hecho por sus ancianos padres, cuyo sueño era verle casado, hasta su interés por evitar la marginación que decía sufrir por seguir soltero a esa edad. En cierto momento se le escapó la verdadera razón: "estoy convencido de que no podré amar a nadie como me amo a mí mismo". Le honraba esa sinceridad, si bien utilizó mal la referencia del objeto de sus amores. Porque Ruggiero, como Tanner, como Mesi y como tantas otras personas que dicen amarse a sí, en realidad lo que aman es a la imagen de sí. Estamos ante casos de manual de narcisismo puro y duro.

Supongo que todos los presentes en la sala conocen la historia de Narciso, pero por si acaso la resumo con rapidez. El gran Ovidio fue quien popularizó esta historia que ya conocían los griegos antes que los romanos y en la que una ninfa llamada Eco se enamoró perdidamente del bellísimo Narciso, hijo de un dios del río y de otra ninfa. Con semejante pedigrí, Narciso se comportaba con extremada suficiencia, mirando por encima del hombro a los demás. En cierta ocasión en la que se encontraba de caza, Eco le siguió por el bosque, henchida de amor y deseosa de dirigirle la palabra pero muy tímida y consciente de la maldición que soportaba y que la impedía hablar primero en un diálogo: sólo podía repetir la última palabra de su interlocutor (de ahí, su nombre). Pronto, Narciso se percató de que le seguían y, volviéndose sobre sí mismo preguntó: "¿Quién está ahí?" Eco, sobresaltada, permanecía escondida entre los árboles, pero contestó: "Ahí". Extrañado y creyendo ser objeto de alguna broma, él intentó emprender una conversación pero cada vez que hacía una pregunta o afirmaba algo, se encontraba con respuestas desconcertantes, que incluían la última palabra que previamente había pronunciado.

Finalmente, Narciso ordenó a la joven ninfa que se mostrara ante él y Eco abandonó su escondite y apareció radiante, abriendo sus brazos y dispuesta a achuchar a su amado..., que la rechazó cruel y vanidosamente. Tan afectada quedó ella por su desprecio, que fue consumiéndose durante el resto de sus días de manera literal, hasta que sólo quedó de ella su voz. Por eso, a día de hoy nadie puede ver a Eco pero todos podemos todavía oírla cuando decimos algo y ella nos contesta en determinadas circunstancias, por ejemplo, ante uno de los barrancos por donde ella sigue paseando melancólicamente. Los dioses se enfadaron con la actuación de Narciso y decidieron castigarle ejecutando la maldición que pesaba sobre él y de la cual el famoso vidente Tiresias había prevenido a su madre cuando todavía era un niños: le dijo que su hijo viviría muchos años siempre y cuando no llegara a conocerse a sí mismo (en este caso, era anti Delfos). 

Así pues, Némesis, la diosa de la justicia (y de la venganza), engañó a Narciso conduciéndole hasta un río. Allí consiguió lo que quería: que se viera reflejado en su superficie. De inmediato se enamoró de su propia imagen de belleza, fuerza y perfección. Narciso no se dio cuenta de que aquél era su propio aspecto y pensó estar ante un ser distinto a sí mismo, con lo que intentó entablar conversación y tirarle los tejos (o "tirarle fichas", como dicen las nuevas generaciones ahora). Sin embargo, el reflejo no era más que eso y no podía corresponderle, ni siquiera contestarle. Lo intentó durante mucho tiempo, sin resultados, hasta que cayó en la desesperación: 
 en la misma desesperación que él había causado en Eco y, probablemente, en otras aspirantes a ser objeto de su amor en episodios previos. Al final, había alcanzado tal grado de desmoralización, que decidió darse muerte. En algunas versiones sobre su final se cuenta que intentó besar a su imagen y se ahogó al caer al río, si bien la más popular es que se suicidó para no alargar su  tormento..., que para su desgracia continuará en el otro mundo, donde según los grecolatinos continúa condenado a mirar eternamente su imagen si alcanzarla. Ah, por cierto, en el sitio donde murió nació una flor nueva que fue bautizada precisamente con el nombre de narciso (aunque siempre he pensado que esta parte de la historia era simplemente una forma de atenuar la amargura de la misma).

Y así seguimos viviendo a día de hoy, cada vez de forma más obvia: en un mundo habitado por multitud de narcisos enamorados de su respectiva imagen (es importante recalcar esto: el narcisista no está enamorado de sí mismo sino de la imagen que da de sí mismo, que es algo muy diferente..., porque siempre será mucho más hermosa, casi perfecta, que la propia realidad). Narcisos que se ofenden por cualquier cosa (véase cualquier red social en cualquier momento), que exigen recibir constantemente (dando muy poco a cambio, dando nada si es posible), que no están dispuestos a sacrificar su tiempo y mucho menos su vida por su familia, ni por su comunidad, ni por su país (aunque de puertas para afuera presuman de participar en un número indeterminado de "buenas causas" o, como se dice ahora, en causas "solidarias"), que esperan que los demás se pongan permanentemente a su servicio o al menos a su disposición (sin hacer ellos lo propio), que siempre tienen la razón (argumentando sin rubor todo tipo de incoherencias y falsedades) y farfullan desde lo alto de su pedestal de superioridad moral (ahhh, ese viejo y conocido usted-no-sabe-con-quién-está-hablando)... 

Mucho de lo que está ocurriendo en Cataluña ahora mismo (más allá de las verdaderas razones de fondo y de los meandros ocultos por donde transitan y actúan personajes muy diferentes a los muñecos que vemos en la televisión que presumen de ser -y no son- los protagonistas de esta cuestión tan de moda en los últimos días) podría explicarse por este narcisismo enfermizo que posee a los homo sapiens con suma facilidad y que se manifiesta de forma tan obvia en aquéllos que se creen distintos que el resto de los españoles y, por tanto, mejores que ellos. Puesto que, es evidente, nadie quiere separarse de un grupo si no se cree mejor que el resto de los integrantes de ese grupo.

La mitología es un arma muy potente para desentrañar este mundo de ilusiones por el que transitamos. En sus enseñanzas, se lee lo que sucederá mañana porque es lo mismo que sucedió en el pasado. Narciso murió víctima de su propia vanidad. No le mató ninguno de sus enemigos sino que se mató él a sí mismo. Hoy, como ayer, es sólo cuestión de tiempo ver como algunos vanidosos terminan igual.













viernes, 20 de octubre de 2017

El rubí

Parto de la base de que de que Jim Carrey es un actor que nunca me ha interesado demasiado. Como profesional, siempre me pareció muy amanerado, histriónico y sobreactuado en exceso. Y sus películas, demasiado banales. Quizá por eso me sorprendió tan agradablemente su interpretación en El show de Truman, un largometraje más que recomendado en la filmoteca de la Universidad de Dios, aunque no tanto por su papel protagonista como por la historia en sí, que en el fondo es la de prácticamente cualquier homo sapiens contemporáneo. No olvido que se trata de una de las contadas obras dirigidas por Peter Weir, un tipo muy interesante que ha firmado entre otros títulos recomendables El club de los poetas muertos o Camino a la libertad, y que cuenta también como aliciente con uno de mis actores favoritos, Ed Harris. No olvido tampoco que el guión es de Andrew Niccol, otro autor a seguir de cerca, con historias como las de Gattaca o In time.

En El show de Truman, Carrey fue capaz de dotar a su papel de la necesaria credibilidad a medida que su personaje, Truman Burbank, se va dando cuenta de que cuanto le rodea no es como se lo han contado -y él se creyó sin más- durante toda su vida. Descubre así que su existencia no es otra cosa que una farsa televisada desde incluso antes de que él naciera, un gigantesco reality show -no sé si es la primera referencia pública explícita y masiva a este tipo de programas que después surgirían como hongos en las televisiones europeas- que dura ya treinta años y que está dirigido por un demiúrgico productor ejecutivo llamado Christof que transmite las 24 horas de su día a día gracias a miles de cámaras estratégicamente situadas a su paso. De hecho, la ciudad en la que vive y que nunca ha podido abandonar, Seahaven, es un inmenso decorado. Su padre muerto o su novia mudada a otra población son simples personajes que se han quedado sin papel y por ello se les ha eliminado del guión. La comida con que se alimenta, la ropa que viste, los objetos que usa..., son patrocinios publicitarios. Todo, absolutamente todo, es falso.

El doloroso proceso de descubrimiento del gran engaño en el que vive inmerso (ese parque de atracciones tan similar al que paseamos nosotros, los espectadores de la película) es un necesario paso del héroe por el infierno antes de poder ascender al cielo que, en el caso de Truman, supone escapar de Seahaven y acceder por primera vez al mundo normal y corriente como un true man (en inglés, un hombre de verdad) y no un simple personaje... Esta película es un ejemplo del curioso movimiento de despertar que sacudió Hollywood a finales de los años 90 con guiones en apariencia diferentes pero que hablaban de las mismas cosas. El show de Truman es de 1998, igual que Dark City, mientras que Matrix y Nivel 13 son de 1999, por citar las más conocidas.

Aún me impresionó gratamente Carrey como protagonista en otra película, bastante menos conocida pero también curiosa: El número 23, basada como el título indica en este número cuyos enigmas fueron difundidos especialmente por el gran Robert Anton Wilson, del que ya hemos hablado en alguna ocasión, y cuya obra más conocida (no necesariamente la mejor) es la trilogía The Illuminatus!, un dato que conviene recordar a medida que avance este artículo. Por resumir mucho la historia, la idea es que el 23 es una cifra tan especial, incluso tan potente desde el punto de vista mágico, que está, de una u otra forma, relacionada con todo lo que es en verdad importante en el mundo. Eso incluye desde los 23 pares de cromosomas del ADN hasta los 23 grandes maestres que tuvo la Orden del Temple, pasando por las 23 letras del alfabeto latino clásico o..., la propia productora de Carrey, que se llama JC23 Entertainment. Ni qué decir tiene que la película empezó a filmarse un 23 -de enero de 2006- y se estrenó otro 23 -de febrero de 2007-.

En El número 23, Carrey es Walter Sparrow, un anodino empleado municipal encargado del control de animales que empieza a leer un libro cuyo protagonista, el detective Fingerling, se enfrenta a una serie de turbios y acontecimientos con muertes incluidas que giran en torno al famoso número. Sparrow descubre coincidencias entre su vida de Sparrow y la de Fingerling y se obsesiona también con el 23. No faltan las referencias bíblicas, tan queridas por los productores de Hollywood como la división de 2 entre 3, que es igual a 0,6 periódico o lo que es lo mismo 0,666 (aaaah..., ya tardaba en salir el deseado Número de la Bestia, con un cero y una coma por delante) o a la referencia final al versículo 23 del capítulo 32 en el veterotestamentario libro de Números... 


Después de esto, Carrey se esfumó de mis intereses particulares hasta finales de 2014, cuando protagonizó un hecho muy particular. El 13 de noviembre de ese año participó en un programa de la cadena ABC, uno de esos característicos talk shows de la televisión norteamericana, presentado por Jimmy Kimmel, también actor, además de guionista y productor televisivo. Había acudido para promocionar la película que había terminado entonces: Dos tontos todavía más tontos, una banal secuela de otra producción de título muy similar y contenido completamente prescindible, coprotagonizada con Jeff Daniels. Todo iba bien hasta que,
de pronto y sin previo aviso, Carrey se puso
a despotricar contra..., los Illuminati. Y soltó ideas como éstas: "La gente de la televisión ha sido contratada por el gobierno para despistar a la población, para distraerte, hacerte reír, feliz y dócil, para que no sepas lo que está pasando realmente". Ante el despiste de Kimmel  Carrey dijo estar "enfermo y cansado de los secretos y las mentiras" que trataban de convertir a las masas en "drones de consumo". Luego empezó a hacerles burla colocando sus manos en forma de triángulo y sacando la lengua entre ellas, a lo que el presentador se sumó sin saber muy bien que hacer y entre las risas del público que pensaban que todo era una broma. ¿Lo era? Finalmente, el actor dijo que le llamaban por teléfono y tras atender durante unos segundos volvió a hablar con Kimmel con una voz robótica y un gesto distinto, como si hubiera sido puesto "bajo control" y dijo que ya sólo quería hablar de la película y "del nuevo iPhone 6 plus". Nuevas carcajadas y nuevos aplausos de un público convencido de estar ante la versión más alocada de su extravagante ídolo cinematográfico.

Desde luego, como estrategia publicitaria para que se hablara de él, funcionó muy bien. Estados Unidos es la patria de la conspiranoia, como suele repetirme a menudo Mac Namara, mi gato -justamente- conspiranoico. Eso es lo bueno de muchos yankees: siguen sin fiarse de la burocracia y las administraciones, a las que los europeos sin embargo nos rendimos con armas y bagajes hace ya tanto tiempo que se nos ha olvidado la época en la que no éramos esclavos de funcionarios oscuros con sus propios intereses al margen del bien común. La grabación de la intervención televisiva de Carrey en el programa de Kimmel corrió como la pólvora en las páginas de internet y es fácil de encontrar. Y le granjeó un inesperado apoyo popular de muchos que empezaron a defender la idea de que el actor era una especie de "luchador por la verdad para desenmascarar a los malos". Pero, ¿lo es?


Cierto suceso luctuoso ocurrido más tarde pareció dar la razón a los defensores de esta teoría. Diez meses después del programa televisivo, la novia de Carrey, Cathriona White apareció muerta en su apartamento de Los Ángeles. Dos amigas se encontraron el cadáver y unas píldoras a las que se achacó su muerte, que habría sido un suicidio por exceso de medicamentos o ingesta de drogas. El actor sería uno de los encargados de portar el féretro de la mujer el día de su entierro. A día de hoy, aún existen dudas y sombras sobre lo que pasó realmente, aunque la explicación oficial (¿es la real?) dice que la frágil Cathriona no soportó por más tiempo el difícil carácter y los vaivenes emocionales de su novio, quien la trataba alternativamente como a una reina y luego como a un trapo. El propio actor ha reconocido que sufre, entre otros problemas personales, de depresiones extremas. El hecho de que la mujer muriera el 28 de septiembre de 2015, a la edad precisamente de 28 años y justo con una luna de sangre (cuando nuestro satélite se ve de color rojo durante un eclipse lunar, al situarse la Tierra entre ella y el Sol) en lo alto del cielo estrellado no ayudó precisamente a serenar los ánimos. Más bien fue la "confirmación" de que el "asesinato" de Cathriona era el "castigo" infligido por los Illuminati por su insolencia al reírse de ellos en público. Y el hecho de que durante un tiempo largo el actor desapareciera literalmente de escena sin participar en ninguna película fue la guinda del pastel para "corroborar" esta hipótesis.

Recuerdo que, cuando comentamos este suceso, Mac Namara no quiso darle demasiada credibilidad a la teoría del Carrey valiente-luchador-contra-el-Mal y se inclinaba más bien por la del Carrey controlado-mental-empleado-para-desinformar-ingenuos.

- Si los Illuminati tuvieran que ir castigando a todos los que hablan mal de ellos en público ahora mismo, el mundo se llenaría de muertos y se convertiría en un infierno -dijo, con rotundidad.

- Bueno, ¿y no sucede así? -le contesté, casi sin pensar, y tuve la inmensa satisfacción de callarle la boca por una vez, a él, que tanto le gusta quedar por encima; giró la cabeza muy dignamente y desapareció por el pasillo adelante.

Más tarde, sin embargo, me acordé de un símil que mi gato conspiranoico me había planteado en otra ocasión acerca de la estrategia que los Amos y sus sociedades secretas/discretas vienen empleando en los últimos años con bastante éxito, ante la imposibilidad de seguir manteniendo la misma estrategia de silencio, en boga hasta la segunda mitad del siglo XX, antes de que se produjera la gran revolución de las telecomunicaciones...

- Imagina que posees un gran secreto -sugirió-. ¿En qué cabeza cabe que pueda estar a la vista de todo el mundo, si es tan importante y tan secreto? Y, no obstante, ¿no es el mejor lugar para esconderlo, ya que a nadie se le ocurriría que algo tan notable estuviera a la vista y al alcance de cualquiera? Ejemplo: piensa que posees un exótico rubí, del tamaño de un puño, el más preciado del mundo. Todo el mundo lo desea, en secreto muchos anhelan arrebatártelo. ¿Cómo lo protegerás mejor? Puedes guardarlo en algún lugar supuestamente seguro: un banco, una cámara acorazada..., pero siempre habrá algún plan audaz para apoderarse de él. En cambio, puedes construir diez mil réplicas de plástico del rubí y distribuirlas por el mundo, cada una con una tonalidad diferente -carmesí, coral, vino, tomate, fucsia, etc.- y un tamaño diferente -un puño de niño, un puño de hombre, un puño de mono, un puño de golem, etc.- ¿Quién podrá diferenciar el rubí real del verdadero?

Es decir, ante la imposibilidad de seguir guardando secretos en un mundo donde casi cada persona tiene una cámara y una grabadora (un teléfono "inteligente") en su mano y acceso a una red mundial (internet) donde difundir de inmediato sus revelaciones, lo que hay que hacer es multiplicar los señuelos, las copias, los clones. Que las cosas parezcan algo que no necesariamente han de ser..., aunque en realidad esta idea no es tampoco muy novedosa.

Hace un mes, Carrey reapareció para promocionar la última película en la que ha intervenido: un documental titulado Jim & Andy: the great beyond, producida por Spike Jonze y dirigida por Chris Smith, sobre la película Man on the moon de Milos Forman en la que Carrey interpretaba al cómico Andy Kaufman. Sabiendo lo que sabemos a estas alturas, no deja de llamar la atención tanto el título de la película de Forman (en español, El lunático) como el del documental (en español, Jim & Andy: el más allá..., también título de una de las canciones de la banda sonora. En diversos medios digitales se ha especulado sobre si el actor estaba recuperado e incluso si estaba en sus cabales, habida cuenta algunas de las declaraciones que ha hecho en algunas entrevistas.

Por ejemplo, cargó directamente una vez más contra Apple y concretamente contra Face ID, el nuevo software que equipará el iPhone X, que es capaz de grabar literalmente el rostro del usuario y almacenarlo en su memoria, con el objetivo formal de que sólo la persona dueña del teléfono sea capaz de desbloquearlo y utilizarlo poniéndose simplemente ante su pantalla. En teoría, ese rostro no saldrá del smartphone o, como mucho, de los servidores de Apple pero ¿quién puede garantizar eso en la era del hackeo universal? ¿Alguien puede garantizar si todas las huellas digitales impresas por los respectivos usuarios de otros tantos teléfonos móviles y supuestamente a salvo en el interior de los mismos siguen sólo ahí? Carrey dijo que Face ID era una tecnología diseñada para "esclavizar a la humanidad" e "inaugurar un Nuevo Orden Mundial totalitario" que permitirá "por ejemplo identificar a los manifestantes, averiguar si alguien está deprimido o es un maníaco". Y no se olvidó de lanzar una especial referencia a la genial 1984, lectura obligatoria en el primer curso de nuestra Universidad de Dios. Textualmente: "si George Orwell escribiera '1984' hoy día en lugar de hacerlo sobre comunistas lo habría hecho sobre las compañías tecnológicas que gobiernan un estado totalitario, donde las tiendas serían las plazas de la ciudad y sería obligatorio comprar los teléfonos que leen la cara". Si yo fuera la novia actual de Carrey tendría mucho cuidado con quién me mira mal durante los próximos meses...

Más interesantes fueron otras declaraciones en las que aseguraba que hacer películas es "una oportunidad maravillosa para ser otra persona y darse cuenta de que ninguno de los dos, persona o personaje, es real" porque, al hacerlo, "te preguntas ¿quién eres tú mismo?" A continuación, afirmaba que los seres humanos "somos un conjunto de tetraedros que están programados con ideas de ti mismo" y que "hay que admitir que a lo que estamos mirando es a una realidad virtual. Nada de esto es real, no es más que la conciencia bailando para sí misma (...) cuando alguien de tu familia sufre, cuando parece que nuestra civilización está en riesgo..., me siento tan impelido como cualquier otra persona a jugar mi papel y estar en el lado correcto. Pero nada es real". Y así Carrey parece retomar su carrera como gurú-anti-malvados y gran-guerrero-por-la-verdad-ascendiendo-en-la-senda-espiritual: el bufón reconvertido en caballero andante. Pero, ¿lo es?

Mac Namara me bufa cuando le insisto para que me lo aclare.

- Deberías haberlo averiguado ya tú solito.















viernes, 13 de octubre de 2017

Arcontes


En su lecho de muerte, el hombre contemplaba angustiado a su esposa, mientras ella trataba de contener las lágrimas, sin saber cómo aliviarle. Él ya no sentía dolor en la herida. O no sólo allí. La infección, y con ella el dolor agudo, se había extendido tanto que le oprimía casi en cualquier otra parte de su cuerpo mucho más que en el muñón. Cerró los ojos, como si al dejar de contemplar el mundo éste pudiera desaparecer y él lograra adquirir por fin un poco de paz. No le quedaba mucho. No le gustaba la idea de morir, pero su vida no había sido ningún camino de rosas y pensaba que, si existía un Dios al que dirigirse, pronto podría echarle en cara que le hubiera hecho sufrir tanto. Podría preguntarle qué sentido había tenido todo aquello: tanta hambre, tantos golpes, tantas humillaciones, tanto miedo, tanta incertidumbre, tantos esfuerzos vanos, tanta falta de amor. 

¿Qué se llevaría él de todo eso? ¿Para qué había servido la experiencia de su vida?

Había nacido y crecido pobre, en una familia de escasos recursos que vivía en una población olvidada de todos y donde podía disfrutar de pocas alegrías. Durante muchos años, su único horizonte había sido la labor en el campo. Siempre a rebufo de lo que el tiempo, caprichoso, quisiera hacer con los que se dejaban los lomos en la labranza. Incluso en los mejores años de cosecha, todo el trabajo de la temporada podía perderse de un día para otro por culpa de una inesperada visita del granizo o las lluvias torrenciales. A veces tenía que encargarse de los animales. No podía encariñarse con ninguno de ellos. Incluso en los años buenos para el ganado era bastante común que apareciera una partida de bandoleros o un recaudador de impuestos agobiado por sus superiores ante las necesidades siempre inagotables de la administración y dispuesto a requisar los animales que hiciera falta para cuadrar sus cuentas.

Mucho trabajo, poca comida, demasiados accidentes y enfermedades, nulas perspectivas de que el día a día cambiara en la comunidad...

Hasta que un día un hermano de su padre llegó de visita, con su uniforme colorido, sus armas impresionantes, su bolsa medio llena de dinero y sus palabras repletas de viajes y aventuras. Quiso irse con él casi de inmediato. Si alguien de la familia había logrado escapar de aquel pozo en el que llevaba toda la vida encerrado, él también podía hacerlo. Cuando le expresó su deseo a su padre, éste se negó en rotundo a quedarse sin dos brazos más en los trabajos de la granja y le dio una paliza. Por eso se escapó, siguiendo a su tío sin que éste se diera cuenta, cuando éste terminó su permiso y regresó con su ejército.

Se enroló sin pedir permiso a nadie y sin que tampoco le hicieran demasiadas preguntas: el imperio era grande y todos los hombres eran bienvenidos. Fue trasladado lejos de su tierra. En las filas militares encontró mejor atención y alimentación, además de formación, pero también aprendió lecciones duras acerca del rango y las exigencias para los soldados. Entró en guerra no mucho después y su bautismo de fuego fue muy común: terminó bañado en sangre ajena y orina propia, con los nervios destrozados, temblores en las manos, un horror inmenso en el alma y un enorme sentimiento de culpabilidad.

A partir de ahí, su vida no mejoró mucho más. De país en país, de guerra en guerra, de saqueo en saqueo. Mejoró como soldado y aprendió a matar cada vez más, cada vez mejor, hasta que llegó a ejercer su profesión sin sentir culpabilidad por ella, como si fuera el matarife que en su pueblo se dedicaba a degollar los cochinos. Aunque dejaron de impresionarle los muertos, el pozo que se abrió en su propio interior nunca volvió a cerrarse y por eso no le gustaba quedarse solo pues inevitablemente miraba hacia el agujero y contemplaba con espanto la posibilidad de caer en su interior. 

Tuvo amigos o, mejor dicho, camaradas. Al final, en una guerra terminas luchando no por tu bandera ni por tu rey, sino por los que están contigo, codo con codo, frente al enemigo. Por los que están empapados de barro y muertos de miedo como tú, aguardando la carga de los que están en frente. Por los que te echarán una mano si resbalas o te hieren, como tú harías con ellos. Por los que comparten tus raciones, tu munición, tu gloria y tu derrota.

Conoció a muchas mujeres, algunas apenas durante unas horas y contra su voluntad durante los permisos de saqueo de las ciudades enemigas, pero jamás encontró el amor con ninguna. Terminó por casarse con una de las barraganas que seguían al ejército. No era especialmente hermosa, ni por fuera ni por dentro, pero decidieron unirse en matrimonio porque congeniaban bien, tenían el mismo sentido del humor pleno de escepticismo y sarcasmos y se hacían mutua compañía especialmente en los días más duros de las campañas. 

Y su vida fue la del cereal, triturado una y otra vez por el molino de la existencia.

Hasta que aquella bala de cañón le arrancó la mayor parte de su pierna izquierda. Permaneció en el suelo lo que le pareció un tiempo muy largo, un período indefinido durante la mayor parte del cual perdió la conciencia, aunque no debió de estar mucho rato porque se habría desangrado y lograron rescatarle de primera línea. Le habría dolido menos si hubiera muerto entonces. La herida se le infectó y los días siguientes fueron terribles.

Con la frente brillante por el sudor y presa de fuertes temblores, abrió los ojos y miró a su esposa una última vez. "Qué vida más absurda, nada tiene sentido", pensó para sí una vez más, antes de maldecir a Dios. Cuando estuviera delante de Él, si es que realmente existía, le iba a decir cuatro cosas, hasta quedarse a gusto. De todas formas, con todos los crímenes que había cometido en las guerras del imperio ya estaba más que condenado al infierno, así que no temía contrariarle.

Finalmente expiró.




.......



- ¿Qué tal la experiencia? -preguntó el arconte manipulador, mientras terminaba de reanimar al arconte viajero de almas.

- ¡Fabuloso! ¡Me ha encantado! -contestó el viajero, todavía aturdido, luchando por recuperar su conciencia completa.

- ¿Es la primera vez que viaja a la Tierra? -se interesó el manipulador, masajeando al viajero tras ayudarle a incorporarse y quedar sentado.

- Sí, me habían hablado muy bien de esta experiencia pero no estaba muy convencido..., hasta ahora. No tiene nada que ver con los plácidos recorridos por mundos más desarrollados que llevo probando toda la vida. Se me hacían muy aburridos ya.

- Aquí es todo mucho más material.

- ¡Sí, deliciosamente primitivo! He experimentado un montón de cosas: el dolor, el sexo, el odio, la amistad, la rabia..., todo tipo de apetitos. ¡Hasta he tenido miedo! ¿Se da cuenta? ¡Miedo! Me siento completamente revitalizado.

- Los homo sapiens son muy animalescos todavía, muy poco desarrollados. Siempre se nos escapan algunos, es inevitable, pero en general se puede trabajar con casi todos. Y se les puede extraer casi el 100 por 100 del jugo de su experiencia. Si le gusta el miedo en especial, puedo recomendarle varios viajes concretos a otras épocas y lugares de la Tierra.

- Sí, por favor. 

- Bien -dijo el manipulador dando por terminado el masaje-, pues vístase y, cuando termine, venga a verme y reservamos una fecha para insertarle de nuevo. 










viernes, 6 de octubre de 2017

Soy un 'kuros'

 Sí, ya sé que mis lectores más acérrimos (no son muchos pero sí muy fieles: muchas gracias) me han echado de menos en esta bitácora. Sí, ya sé que McNamara ha hecho mutis por el foro y no se ha dignado hacer acto de presencia por aquí (ni siquiera estaba en el apartamento del campus, cuando he regresado esta semana de mi última estancia en Walhalla). Sí, ya sé que tres meses parecen muchos para estar por ahí de vacaciones rascándose (aparentemente) la barriga. Pero... En realidad, de vacaciones han tenido poco, demasiado poco. No voy a airear mis penas por aquí. Sólo repetiré algo que creo que he dicho una docena de veces y es que no termino de entender a la gente que dice que su vida es aburrida. O sí: si alguien tiene la osadía de decirme algo parecido, suelo preguntarle si está muerto. A veces se me ofenden mucho cuando digo eso pero es que no se me ocurre cómo alguien puede aburrirse en esta vida con lo entretenida que es. 

Como cada vez dispongo de menos tiempo, especialmente para mis cosas, he dedicado buena parte de lo que me queda a uno de mis vicios favoritos: leer. Estas últimas semanas he leído algunos textos curiosos, otros apenas entretenidos y algunos francamente desechables. Entre todos ellos, me he encontrado con una sorpresa deliciosa: el libro del filósofo británico Peter Kingsley titulado En los oscuros lugares del saber.


Confieso que lo conocía desde hace tiempo pero nunca le había hecho ni caso. De hecho fue editado por Atalanta nada menos que en 2006. Su peculiar portada en tonos azules con la efigie de un kuros dotado de su característica y mefistofélica sonrisa arcaica es muy llamativa y había visto el libro en varias de mis innumerables visitas a esos antros de perdición que para mí son las librerías (las califico así porque cada vez que entro en una salgo con varios textos bajo el brazo y luego MacNamara me llama la atención, y con razón, porque no caben en el apartamento donde vivimos). Sin embargo, nunca llegué a interesarme por el libro. Quizá porque este tipo de esculturas nunca me han gustado demasiado y la portada me echaba para atrás, quizá porque intenté hojearlo un par de veces pero no hubo manera de hacerlo pues la editorial lo ponía a la venta enfundado en un fino plástico que hacía imposible echarle un vistazo a gusto, quizá porque acababa de comprar algún otro texto ese mismo día y no quería castigar más mi economía, quizá porque... 

No, en realidad, no me interesé por él porque no era el momento de interesarme por él. Es lo que suele suceder siempre: todo llega cuando uno está dispuesto para recibirlo. No antes.

Un compañero de clase en la Universidad de Dios me lo recomendó encarecidamente justo antes del verano. "Acabo de leerlo y me ha gustado mucho. Léelo, estoy seguro de que te va a encantar", me dijo totalmente convencido. Y, según recibí su consejo, ni siquiera me tomé la molestia de acercarme físicamente a una librería. Lo encargué vía Internet y lo compré. No es que yo haga mucho caso a lo primero que me dice un amigo..., es que en este caso estoy hablando de un compañero especialmente querido, al que admiro a título personal, y que lleva más tiempo que yo de alumno en este centro universitario tan especial, aunque ambos coincidimos en la actualidad en el mismo curso (ya he contado en otras ocasiones lo complicado que resulta progresar en la carrera de Dios). Confío por completo en su criterio porque le conozco muy bien y él, a mí. Somos muy parecidos. Así que adquirí el ensayo de Kingsley y me lo llevé a Walhalla para leerlo con tranquilidad.


Lo primero que me llamó la atención al abrir el libro fue la encuadernación interior, con un par de esfinges en los mismos tonos azules abriendo camino hacia el texto, como si fueran las guardianas de un templo de papel. Y, nada más comenzar la lectura, en su segundo párrafo, el autor desvela sin ambages que su obra "trata, sobre todo, del engaño: del engaño absoluto del mundo en que vivimos, así como de lo que hay detrás". Un comienzo prometedor, pensé, antes de encontrarme con la siguiente declaración de intenciones: "Esta vida de los sentidos no puede satisfacernos, aunque el mundo entero nos diga lo contrario. Su propósito nunca fue satisfacernos. La verdad es sencilla, de una hermosa sencillez: si queremos crecer, convertirnos en verdaderos hombres y mujeres, tenemos que enfrentarnos a la muerte antes de morir. Tenemos que descubrir lo que es para poder escabullirnos entre bastidores y desaparecer." ¡Caramba! Kingsley hablaba como un alumno de la Universidad de Dios. Y, un poco más adelante, defendiendo esa acertada idea de que los europeos que aspiran a seguir un camino espiritual no necesitamos peregrinar al Tíbet ni consumir peyote ni dibujar mandalas orientales ni someternos a ninguna otra cháchara ajena, "lo que no se nos ha dicho es que, en las mismas raíces de la civilización occidental reside una tradición espiritual confeccionada por unos místicos que paradójicamente eran intensamente prácticos. Tan prácticos que hace miles de años sembraron las semillas de la cultura occidental y dieron forma a la estructura del mundo en que vivimos".
  
Después de esto, el amigo Kingsley me tenía ya en el bote. Me leí el libro de un tirón y, como otros textos que he recomendado en el blog, me limitaré ahora a reproducir algunos fragmentos que me han gustado sobremanera. Ha sido una selección difícil porque querría haber incluido unos cuantos más. Sin embargo, me he forzado a refrenar mis ansias porque, si no, al final tendría que incluir aquí prácticamente un pdf del libro entero y eso no tiene ninguna gracia. Si un autor ha escrito algo interesante, o lo ha filmado, o lo ha grabado, o lo ha reproducido de la manera que sea, debe ser recompensado por ello a través de la compra de su obra. Así que, sin más, aquí van estas píldoras extraordinarias:

* "En general, lo que no tenemos delante de los ojos es más real que lo que vemos. Eso es así en todos los niveles de la existencia. Pero la ausencia es demasiado difícil de soportar de manera que en nuestra desesperación inventamos cosas para echarlas de menos (...) el mundo nos llena de sucedáneos e intenta convencernos de que nada falta, pero nada tiene la capacidad de llenar el vacío que sentimos en nuestro interior, de manera que tenemos que ir sustituyendo y modificando lo que inventamos mientras nuestro vacío proyecta su sombra sobre nuestra vida..."

* "Parménides, conocido como 'el padre de la filosofía', escribió un poema (...) la última parte del poema empieza con las palabras de la diosa: 'ahora voy a engañarte' y a continuación pasa a describir en detalle el mundo en el que creemos vivir..."

* "Para la sabiduría, es una combinación perfecta ocultarse en la muerte. Todo el mundo huye de la muerte, de manera que todo el mundo huye de la sabiduría, excepto quienes están dispuestos a pagar el precio e ir contra la corriente (...) morir antes de morir exige un valor tremendo. Nuestros anhelos pocas veces son gran cosa, apenas consisten en ir de un deseo a otro, nos dispersamos por todas partes buscando una cosa u otra, satisfacer nuestros deseos sin satisfacernos a nosotros mismos. Y nunca podemos estar satisfechos..." 

*"'Kuros' es una palabra antigua, más incluso que la lengua griega (...) no se refiere sólo a un joven, a alguien menor de treinta años, sino al héroe, al hombre de cualquier edad que todavía veía la vida como un desafío. Al que se enfrentaba a ella con todo su vigor y pasión, que todavía no se había retirado para ceder el paso a sus hijos. La palabra indicaba la calidad del hombre, no su edad. Y estaba también estrictamente relacionada con la iniciación, pues el 'kuros' se encuentra en la frontera entre lo humano y lo divino, tiene acceso a ambos mundos, ambos lo aman y reconocen. Sólo como 'kuros' pueden superar los iniciados la prueba del viaje al más allá (...) Descender a los infiernos cuando se está muerto es una cosa. Ir allí mientras se está vivo, preparado y consciente, y aprender de la experiencia, es otra bien distinta."

* "El éxtasis de Apolo era distinto del éxtasis de Dionisos. No tenía nada de desenfrenado o inquietante. Era intensamente privado, personal. Y tenía lugar en una inmovilidad tal que podía no advertirse o podía tomarse por otra cosa (...) uno de los nombres que se daba a esos sacerdotes de Apolo era 'caminantes celestes' (...) Una de las señales que marcaba el punto de entrada a otro mundo es que se oye una profunda vibración producida por un sonido de flauta, silbato o siseo, como el de la serpiente (...) los textos místicos griegos explican que este siseo o sabido, este sonido del silencio, es el sonido de la creación. Es el ruido que hacen las estrellas y los planetas mientras giran en sus órbitas (...) un himno órfico da incluso al Sol el título de 'syriktes', el flautista..."

* "Tiene mérito: hemos conseguido crear la ilusión de que somos más sabios que las gentes de tiempos anteriores (...) El hecho es que estas cosas tienen una manera asombrosa de protegerse. E incluso lo que en algunos momentos podría parecer obvio, al siguiente no lo es en absoluto. Eso es exactamente lo que sucede cuando uno se vincula con una realidad que, como la de los héroes, pertenece a otro mundo."

* "Un 'fata' -en árabe- o 'javanmard' -en persa- es un 'hombre joven' igual que el griego 'kuros' y con el mismo significado de hombre de cualquier edad que ha ido más allá del tiempo y el espacio en un viaje iniciático en el que ha llegado al corazón de la realidad, donde había encontrado lo que nunca envejece ni muere. Entre los sufíes y otros místicos, especialmente en Persia, se decía que estos 'hombres jóvenes' siempre existen en algún lugar de la tierra, sin vinculación a país o religión concretos, por una sencilla razón: porque el mundo en el que vivimos no podría sobrevivir sin ellos. Sólo a través de ellos el hilo que une a la humanidad con la realidad permanece intacto (...) se expresaban en acertijos porque no estaban interesados en dar respuestas fáciles o teóricas. Su objetivo era hacer que uno percibiera dentro de sí mismo aquello sobre lo que otros podrían limitarse a pensar o hacer. Tenían la capacidad de transformar a la gente, de conducirla a través de un proceso de muerte y renacimiento hasta lo que está más allá de la condición humana, de llevar a los huérfanos de regreso a la familia a la que siempre habían pertenecido..."



¿Acaso no bastan estos prometedores párrafos para llamar la atención sobre el pedagógico contenido del libro de Kingsley? Si yo hubiera leído uno sólo de ellos cuando el texto se editó por vez primera, lo más probable es que no hubiera esperado tantos años a leerlo: me lo habría comprado en aquel momento. Pero ya digo: las cosas vienen como vienen.

Aún me gustaría añadir un párrafo más, para terminar, de En los oscuros lugares del saber porque creo que encaja a la perfección con el tiempo en el que vivimos y rearma moralmente a los que llevamos tanto tiempo luchando contra la tiranía ejercida por las hordas del buenismo y lo políticamente correcto. Y es ese fragmento en el que el filósofo británico desmiente la falsedad según la cual es necesario rendirse sin condiciones (como un frágil judeocristiano frente a los hambrientos leones del coliseo) ante culturas y tradiciones foráneas, así como respetar la opinión ajena aunque ésta sea venenosa, malvada y criminal. Kingsley recuerda que los miembros de las antiguas Escuelas de los Misterios, como los pitagóricos (y seguramente como el propio Parménides), "luchaban si era necesario defender su vida, sus leyes y sus tradiciones: contra las tribus locales y también contra la amenaza ateniense (...) La historia del armamento en Occidente se desarrolló gracias a ellos. Inventaron distintos tipos de artillería basados en los principios de la armonía y el equilibrio que se convirtieron en la forma habitual de esas armas durante casi dos mil años. Para ellos, hasta la guerra era una gran armonía que ejecutaba el comandante de artillería y se oía en las cuerdas de la catapulta. En lo que a ellos respectaba, la armonía no era ningún ideal celestial. Y no tenía nada que ver con las ideas sentimentales de dulzura y paz". Eran, en consecuencia, guerreros integrales. En lo físico también, aunque principalmente en lo espiritual.

Saludos. Aquí comienza un nuevo curso en la Universidad de Dios.