Circulan por ahí noticias francamente divertidas que demuestran lo fácil que es tomar el pelo al homo sapiens, simplemente invocando el principio de autoridad (ojo, que esto lo está diciendo alguien "importante") y ofreciendo una pátina de seriedad a las palabras (en general, utilizar términos rimbombantes o poco utilizados para una sociedad cada vez más inculta). Una de esas informaciones apareció a mediados de este mismo mes de marzo con el descacharrante titular Cada vez somos más listos, aunque a tenor de la lectura posterior debería haberse titulado mejor Cada vez somos más inteligentes. En cualquiera de los casos, se trata de una tan alegre como tonta conclusión, como puede razonar cualquiera que verdaderamente tenga dos dedos de frente...
La información aludía a un estudio de la universidad King's College de Londres dirigido por un investigador profesor de neuropsicología de nombre Robin Morris y publicado por Intelligence, en el que se analiza la evolución de los datos recogidos en todo el mundo en relación con el IQ o, lo que es lo mismo, Intelligence Quotient: el famoso Cociente Intelectual que todos los ignorantes del mundo quieren tener lo más elevado posible como si fuera garantía de felicidad cuando por lo general suele ser indicativo de lo contrario. Según el documento, aproximadamente dos tercios de la población mundial se sitúan ahora mismo entre los 85 y los 115 puntos de IQ. Uno superior a los 130 y, sobre todo, a los 140, se considera excepcional, digno de un genio. Pues, según Morris, desde 1950 la media mundial se ha elevado en 20 puntos, lo que le lleva a la conclusión de que sí, que ahora somos más inteligentes que nuestros padres, abuelos y demás antepasados.
Para llegar a sus conclusiones acerca de lo que hemos "superado" hoy día a los que nos precedieron en el tiempo, Morris ha analizado más de 400 trabajos de los últimos 64 años en casi medio centenar de países, con pruebas de conocimiento a más de 200.000 personas. Según sus conclusiones, el IQ aumenta una media de 3 puntos por decenio, si bien este incremento es irregular desde el punto de vista geográfico y por ejemplo en países como China o India es "más notable" que en los países desarrollados. Las causas de este aumento en "inteligencia y sabiduría" (ay, que me parto de la risa) mundial tampoco están muy claras y, como suele suceder, hay multitud de opiniones, teorías e ideas al respecto. Salen los planteamientos habituales: una buena dieta, una buena salud en la infancia... Y los políticamente correctos como una mayor y mejor escolarización de acuerdo a métodos contemporáneos. Y por supuestos los técnicos: el desarrollo tecnológico y en especial el de los dispositivos del estilo de ordenadores han influido enormemente en el conocimiento humano... Al final, Morris resume los elementos de influencia prioritarios en la genética, el medio ambiente y la enseñanza o formación.
He aquí una de las falacias favoritas del hombre moderno, especialmente, el de los últimos cien o ciento cincuenta años, convencido por su soberbia y su capacidad tecnológica de que nuestros ancestros eran una banda de tarados mentales o, en el mejor de los casos, unos paletos, brutos e ignorantes y por supuesto analfabetos. Es el desprecio y el olvido por los logros de nuestros antepasados una de las razones de fondo por la que hemos desembocado en la actual miseria espiritual, social y política, que a su vez nos ha conducido al desastre financiero y económico. ¿Dónde están hoy, ahora mismo, los Sócrates o los Platón capaces de elaborar argumentos filosóficos vitales como los suyos? ¿Dónde, los ingenieros capaces de levantar monumentos tan macizos como las pirámides o tan estéticos como el Partenón? ¿Dónde están los Velázquez capaces de capturar el alma humana en un retrato como el del Papa Inocencio X o los Bellini tan hábiles para convertir el mármol en carne como en El Rapto de Prosperpina? ¿Dónde, puestos a apurar, están hoy los monarcas con la visión de Estado que tuvieron los Reyes Católicos o los políticos con la sagacidad de Nicolás Maquiavelo? Llegando incluso al nivel más popular: ¿en qué podemos decir que somos mejores desde el punto de vista intelectual nosotros, ciudadanos comunes, a los ciudadanos comunes de otras épocas que disponían de menos dispositivos y máquinas y por tanto debían usar bastante más y mejor su cerebro para resolver los problemas del día a día?
El problema radica, naturalmente, en identificar Cociente Intelectual con Inteligencia. Y escribo esta última palabra en mayúscula porque en realidad el IQ es un sistema de medición inventado a principios del siglo XX para medir la inteligencia con minúscula. Es decir, un fragmento de la Inteligencia general, lo que en esa época se consideraba como tal, a través de una serie de tests o pruebas de habilidad. El asunto se ha ido complicando a medida que han ido pasando los años y la definición ha ido difuminándose hasta el punto de que los "listos" contemporáneos no tienen nada claro en qué consiste realmente esta cualidad (que por lo demás no es exclusivamente humana) ya que, como reconoce el propio Morris, "los hay que creen que la inteligencia es la capacidad para abstraer ideas, resolver problemas y razonamientos e incluye también el pensamiento creativo; otro aspecto es la inteligencia emocional, que no está siempre relacionada con las otras formas de inteligencia..."
Por ejemplo, otro estudio anunciado antes que el de Morris, en enero de este año, por un grupo de investigación psicolingüística de la Universidad española Rovira i Virgili y publicado en Cognition and Emotion advierte por ejemplo de que las palabras con contenido emocional, ya sea positivo o negativo (como amor, muerte o felicidad), se recuerdan mejor que los vocablos neutros (como silla o bolígrafo), sin que tenga que mediar ninguna relación semántica entre ellas. La autora principal del trabajo, Pilar Ferré, aseguraba que el efecto en sí mismo que tiene el contenido emocional se debe muy probablemente a que "es importante para la supervivencia" y por ello capta la atención y se recuerda mejor, sin mediación de la parte inteligente de nuestro cerebro.
Experimentos como este último muestran que aún desconocemos muchos mecanismos de funcionamiento de nuestro cerebro. Es más, a día de hoy, son mayoría los científicos que han llegado a (y publicado en numerosos artículos) la misma conclusión: uno de los puntos centrales de investigación del siglo XXI será, y está siendo de hecho, la mente humana y su expresión a través del cerebro. No tenemos todavía una visión completa de sus capacidades y posibilidades, más bien estamos lejos de ella todavía. Aunque poseemos un marco general y aceptamos ciertas líneas y conceptos comunes, el trabajo en este campo es inmenso y los descubrimientos, cuando lleguen oficialmente, serán fabulosos. A pesar de ello, actuamos como si realmente controláramos la situación, como si supiéramos de qué va, como si los tests de IQ fueran ciertamente garantía de algo... Es como si no hubiéramos abierto jamás una naranja y la juzgáramos alegremente sin tener ni idea de lo que contiene bajo la piel.
Los muy inteligentes y sabios homo sapiens de hoy, los más inteligentes y sabios probablemente de toda la Historia según Morris y compañía, son precisamente los más faltos de voluntad e iniciativa personal, los más dormidos y dependientes de una serie de instituciones que controlan su vida desde la cuna a la tumba y los que mayor y mejor catálogo de armas de destrucción han logrado poseer a lo largo del tiempo. De hecho, los únicos capaces, que sepamos, no ya de destruirse a sí mismos o al pueblo de al lado, sino a todos los habitantes de la Tierra e incluso al planeta mismo, con armas nucleares, virus mutados, contaminación generalizada, desarrollo descontrolado de inteligencia artificial y otras pequeñas minucias.
Y somos inteligentes, dicen.