Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 29 de mayo de 2015

Como los infusorios ante los hilos del bastidor

La llegada de la luz eléctrica al mundo moderno fue una bendición, pero también una maldición. Igual que sucede con cualquier otra circunstancia de la vida, porque la ley fue así escrita desde el principio de acuerdo con su propia lógica sobrehumana: hasta lo aparentemente más inocente y hermoso esconde hebras de maldad, mientras que hasta lo supuestamente más terrible y cruel incluye murmullos de amor. Como esos postres de yogur que hay que saborear hasta el final para encontrar, debajo de una gruesa capa de blancura deliciosamente agria, el fondo laminado, coloreado y dulce, de fresa o melocotón. Está magistralmente descrito en ese símbolo universal aportado por los sabios del Tao que conocemos como el círculo del Yin y el Yang.

La luz eléctrica, artificial y generada por el propio hombre, nos permitió independizarnos de la del Sol, olvidarnos de las velas de duración finita, de los reflejos lunares e incluso de otras formas más rústicas de alumbrarnos, de manera que cualquier persona puede trabajar, divertirse o simplemente dejarse estar durante toda la noche en una habitación perfectamente iluminada, como si fueran las doce del mediodía de cualquier jornada despejada. Para los que tenemos un alma inquieta y creativa, disponer de luz de acuerdo con nuestras necesidades supone una gran oportunidad pues amplía y mejora el tiempo disponible para construir 
nuestras obras, cuya inspiración depende de los caprichosos deseos de las Musas. También es cierto que las ciudades derrochan enormes cantidades de dinero y energía en mantener absurdamente iluminadas sus calles y edificios, por dentro y por fuera, de día y de noche, en ese loco afán por querer igualarlo todo, a todas horas. La oscuridad, que había acompañado (y atemorizado) (e inspirado) al homo sapiens durante toda su existencia desapareció como por arte de magia..., sólo en apariencia. En realidad, quedó arrinconada, agazapada, a la espera de recuperar su sitio. A veces lo consigue, como cuando el urbanita acostumbrado a todo tipo de bombillas, fluorescentes y luminosos se marcha de acampada a un lugar lejano y, al caer la noche, se reencuentra con el manto profundo de Nix y se ve por ello embargado de un temor ancestral que desearía dominar aunque generalmente no pueda hacerlo.

El hombre occidental contemporáneo actúa con la noche de la misma forma
que con la vejez, la muerte y otros conceptos para él incómodos pero en verdad imprescindibles para comprender cómo funciona el Juego: ha intentado desterrarla, hacerla desaparecer de su existencia, porque en el fondo es un niño que necesita rutinas y está obsesionado con la utopía de la seguridad. Pero la seguridad no existe. No hay nadie seguro en ninguna parte. Sonrío cada vez que veo esos enormes despliegues de policías y militares para proteger a los grandes prebostes políticos, financieros, económicos, religiosos o sociales en cualquier parte del mundo..., o cuando una aseguradora intenta hacerme creer que no importa lo que suceda porque responde por cualquier problema que uno pueda tener..., o cuando un hipocondríaco se obsesiona con hacer esto pero no lo otro para vivir aunque sea unos años más..., o cuando un sinvergüenza trata de convencerme de que sacrifique parte de mi libertad para aumentar mi seguridad... 

Jugamos a estar seguros pero podríamos estar muertos ya o a punto de morir y no lo sabríamos hasta el último instante, o quizá ni siquiera entonces. La luz que recibimos del Sol tarda seis minutos en llegar a la Tierra. Es decir, los rayos que nos calientan amablemente el rostro, por ejemplo durante una mañana de primavera, fueron emitidos desde el astro rey hace un largo rato. En consecuencia, el Sol podría haber estallado ahora mismo, y no nos enteraríamos de ello hasta seis minutos más tarde. Más fácil aún: recuerdo el caso de una persona a la que conocí hace unos cuantos años. Un hombre de 40 años, trabajador, buena persona, con familia, emprendedor, fuerte y saludable, de buen humor... Pocos meses después, durante una comida de trabajo como otra cualquiera en la que charlaba agradablemente con unos clientes, sufrió un infarto y murió en el acto: cayó sobre el plato de comida sin decir ni "ay", como en las películas. Fin de su vida. Sin avisar, sin tiempo siquiera para hacer una última llamada a su mujer, a sus hijos, sin poder despedirse, sin nada. Fin. Su historia es la de cualquiera de nosotros, en cualquier momento. Entonces, ¿qué tontería es ésa de la seguridad?

Volviendo a la noche, la luz eléctrica nos privó del contraste. Nos robó el conocimiento de lo que significan el amanecer y el crepúsculo así como el
placer de contemplarlos. Escondió las estrellas, que hoy vemos (si es que acertamos a levantar la vista cuando salimos a la calle en las horas nocturnas) en un número diminuto a simple vista, en comparación con todas las que podíamos apreciar antes de que la iluminación artificial nos cegara. Nos alejó de las criaturas de la penumbra, que están allí desde siempre compartiendo el mundo con nosotros, y las relegó al corral materialista de lo oficialmente inexistente. Los antiguos irlandeses decían que ese momento de transición tan especial entre el día y la noche era el mejor momento para ver danzar a las hadas o para acechar al leprechaun, porque la luz peculiar de aquél a quien los egipcios llamaron Ra Horakhty, el dios solar del horizonte, permitía vislumbrar siquiera por un instante la frontera entre los mundos y ver a los habitantes del Otro Lado. Ésos que el hombre corriente sólo ve, hoy, en algunos de sus sueños, que por lo demás olvida con rapidez.

No es casual que los antiguos ritos de iniciación, incluyendo los de las religiones institucionales, tuvieran que ver con la oscuridad y el aislamiento, con la noche, las cavernas, los pozos oscuros, la bajada a los infiernos, la ausencia de luz. Hay una sabiduría muy específica que sólo puede adquirirse en el viaje al inframundo de ambiente sombrío y tenebroso. Hay incluso una luz de otro universo que sólo unos pocos privilegiados conocen en la actualidad. Una luz negra de un Sol negro, o que parece tal a quien no la conoce, porque es tan brillante y poderosa que ciega a todo el que tiene la osadía de mirarla de frente. No es, tampoco, casual, que hoy por hoy resulte tan complicado encontrar el Camino, ya que la luz artificial nos deslumbra y nos impide acercarnos a la oportunidad que nos da la ausencia de luz. Conozco a pocas personas que sean capaces de dormir completamente a oscuras y en silencio absoluto: la mayoría no puede conciliar el sueño sin ver alguna rendija luminosa, siquiera los números de un reloj despertador digital, y sin oír algún ruido de fondo, como los coches en la calle o un tedioso programa de radio y hasta de televisión.  

Así, los seres humanos van adquiriendo el carácter de lo que algunos estudiosos antiguos como C.W.Leadbeater y la gente de su época, a caballo entre el siglo XIX y el XX, llamaban "infusorios": unos microorganismos diminutos que hoy día suelen encuadrarse en el reino Protista y que están provistos de cilios, una especie de "patitas" con aspecto de párpados con los que se desplazaban en un medio líquido. Leadbeater escribía en su interesante El otro lado de la muerte que "Nuestro concepto ordinario del espacio entraña la idea del límite (...) pero todos cuantos son capaces de elevarla a los planos superiores de la naturaleza saben que hay un nivel más allá del cual no existen ni el tiempo ni el espacio según el concepto común. En estado de conciencia física no podemos concebir otra línea perpendicular a las tres citadas (se refiere a las dimensiones de alto, ancho y largo) pero esta imposibilidad no prueba que no exista la cuarta línea, sino que nuestra mente no es capaz de imaginarla. Este problema ha de resolverse precisamente por analogía, es decir, estableciendo términos de comparación con un ser viviente que tan solo perciba dos dimensiones así como nosotros percibimos tres (y aquí es donde hace referencia a los infusorios). Si suponemos uno de estos infusorios sobre una hoja de papel, no habrá para él otro mundo que la superficie en que se mueve, ya que no sólo no podrá elevarse sobre la hoja ni hundirse bajo ella, sino que también desconocerá nuestros conceptos de arriba y abajo pues, aunque esté sobre la superficie, no sabrá que sea tal superficie. Si este inusorio razonase, ¿descubriría la tercera dimensión que absolutamente invisible para él escapa a toda experiencia que pudiese llevar a cabo?"

Es una interesante cuestión, que desarrolla de manera muy gráfica al explicar cómo "una línea de tiza trazada en la hoja de papel sería para el infusorio insuperable obstáculo y, si la línea pasara de uno a otro borde de la hoja, quedaría la superficie, o sea, el mundo del infusorio, dividida en dos partes por el espesor de la tinta sin que le fuese posible salvar la frontera que le separa de la otra parte de su mundo, esencialmente idéntica a la en que se halla, ni tampoco tener conciencia de cuanto ocurre más allá de aquel límite, no obstante su estrecha cercanía. Desde el espacio de tres dimensiones, observamos nosotros el mundo del infusorio y nos es fácil producir fenómenos que a la entidad microscópica le parecerían maravillosos. Si tomáramos un objeto de este otro mundo y lo traspusiéramos hasta el suyo por encima de la línea divisoria, sería para el infusorio aparición inexplicable. Si dibujáramos un cuadrado alrededor del infusorio, quedaría éste preso dentro de un espacio limitado por todas partes en direcciones desconocidas y le parecería inconcebible que otra entidad pudiese entrar en el cuadrado sin trasponer uno de sus lados, por más que a nosotros nos sería sumamente fácil colocar de pronto un objeto junto al infusorio durante el tiempo necesario para que se convenciera de su realidad y retirarlo después con la misma prontitud."

Leadbeater advierte de que todos los que han observado los fenómenos espiritistas o similares han podido observar hechos "análogos" a los que él describe, con desapariciones de objetos del interior de una caja cerrada o apariciones ectoplásmicas, entre otros sucesos. Es cierto que alrededor de la actividad espiritista han proliferado la estafa y el engaño, aprovechándose de la desesperación humana por intentar volver a tomar contacto con los conocidos que fallecieron, pero de la misma manera que la estafa y el engaño se han enseñoreado del resto de las actividades humanas (por poner un ejemplo reciente, ahí tenemos la corrupción política: hoy probablemente hay más personas que usan el concepto
de político como sinónimo de corrupto que  las que usan el de espiritista como sinónimo de estafador). Sin embargo, no todos estos fenómenos son falsificaciones ni todos los médiums son listillos especialistas en tomar el pelo y quedarse con el dinero de sus tristes víctimas. Hay una película que cuenta muy bien algo de esto aunque fue necesario disfrazar el argumento con toques de melodrama y humor para que el público la aceptara (y, por cierto, la convirtiera en un éxito de taquilla en su momento) y no es otra que Ghost, dirigida en 1990 por Jerry Zucker. Toda la trama que gira en torno al personaje interpretado por Whoopi Goldberg es particularmente elocuente acerca de cosas que suceden en la realidad. Lo explicaba Leadbeater: "si existe esta cuarta dimensión, todo ser conocedor de sus leyes que en ella actuase podrá tratarnos como tratamos nostoros al infusorio, que tan sólo concibe dos, y realizar fenómenos que nos parezcan prodigios sin contravenir de ningún modo las leyes naturales". 

Va más allá, al sugerir un tipo de comunicación que sólo ahora los científicos contemporáneos están empezando a comprender y aceptar como posible. Atención a estas palabras, escritas hace ciento y pico años:  "si señalamos un punto cerca de cada uno de ambos bordes paralelos de la hoja de papel, su distancia será para el infusorio la anchura máxima de su mundo y no podrá trasladarse de uno a otro punto sin atravesar toda la superficie. Nuestro conocimiento de las tres dimensiones nos permite doblar la hoja de papel de modo que se aproximen y aún se toquen los puntos, pero el infusorio no concibe semejante dobladura, porque para ello es preciso que el papel se mueva por un espacio del que no tiene idea. Sin embargo, el infusorio hallaría, por virtud de nuestra intervención, que los puntos antes lejos se han aproximado, de suerte que no necesita atravesar toda la 
superficie de la hoja para ir de uno a otro. Esto le parecería otro milagro opuesto, desde su punto de vista, a las leyes de la naturaleza." ¿No está describiendo el autor británico el funcionamiento de lo que hoy conocemos como "agujeros de gusano", esa posibilidad de viaje interestelar para recorrer grandes distancias, cuya posibilidad real se plantean hoy los físicos y los astrónomos? Pero, ¿y si esos agujeros, o mejor dicho, si esos miniagujeros existieran ya a nivel, digamos, planetario? ¿Y si fueran la explicación física "materialista" de determinados fenómenos hoy inexplicables, incluyendo los de algunos llamados hechos "paranormales"?

Aún un paso más allá, Leadbeater expone: "Si el infusorio en lugar de vivir
sobre una hoja de papel lo hiciera sobre una delgadísima lámina de cera, podríamos pasar a su través un hilo bramante y mantenerlo tirante con una mano por encima y otra por debajo. Si el hilo está en posición perpendicular a la lámina y lo movemos hacia arriba y hacia abajo, no podrá comprender el infusorio por qué ni cómo se mueve sino que tan sólo se dará cuenta del agujero abierto en la superficie de la lámina de cera y de la porción de bramante que lo atraviese en aquel momento. Si el hilo fuese en algunos trechos más recio que en otros o estuviese diversamente coloreado, entonces el infusorio advertiría los cambios de tamaño y color de la partícula a su alcance, pero sin tener noción del bramante en conjunto. Si hiciéramos pasar un cono por la lámina de cera, introduciendo primero la cúspide, le parecerá al infusorio un pequeño círculo que de modo misterioso va agrandándose progresivamente hasta desaparecer con igual presteza. Si disponemos el bramante, en lugar de perpendicularmente, en ángulo de 45 grados igualmente tenso a través de la lámina y movemos las manos también verticalmente como antes y no en dirección oblicua produciremos en la lámina una ranura en vez de un orificio y, si la cera se soldara apenas pasado el bramante, el movimiento de nuestras manos produciría en la lámina de cera un agujero movedizo cuya variación de lugar sería tanto más rápida cuando mayor fuese la inclinación del bramante."

Y el paso lógico para llegar a la conclusión definitiva: "Supongamos ahora que en vez de uno tenemos centenares de hilos colocados en un bastidor y dispuestos en el mayor número de ángulos posibles, entrecruzados unos con otros de modo que formen multitud de nudos en los puntos de contacto. Al infusorio le parecerá que se mueven infinidad de puntos independientes entre sí como un verdadero caos en las direcciones más opuestas y sin embargo ésta, para él, fortuita confusión de átomos es en realidad el lento pero seguro movimiento ascendente y descendente de los hilos colocados en el bastidor, cuya existencia desconoce el pobre infusorio. Tal es alegóricamente el caso en que nos hallamos, porque cuantos movimientos vemos a nuestro alrededor y la aparente confusión y embrollo de las vidas humanas son ciertamente una parte del poderoso movimiento de evolución presidido por la ley divina." O, lo que es lo mismo, el trabajo de las Nornas.



viernes, 22 de mayo de 2015

Matt Groening


Hay algunos personajes por ahí en el mundo a la vista de todos que parecen ir en una dirección cuando en realidad van en otra. O quizá sí marchan realmente hacia donde uno cree, sólo que dando rodeos. O tal vez se limitan a caminar en círculo sin que nos demos cuenta utilizando el viejo y sencillo truco de dar un pasito más corto con un pie que con el otro con lo que, aunque teóricamente vayan andando en línea recta, en realidad lo que están haciendo es dar una amplísima vuelta a la noria. Son objetivos codiciados en mi propia lista de presas intelectuales a los que un día me gustaría cazar para tener una larguísima entrevista con ellos (unos dos o tres días hablando sin parar) pero no con intención de publicarla sino para averigüar qué saben realmente sobre el Gran Juego. A algunos, he tenido ocasión de semicazarlos, como por ejemplo a Franco Battiato, con el que he podido hablar en tres ocasiones en sendas entrevistas profesionales donde apenas pude meter una o dos preguntas de las que realmente me interesaban (no para publicar) antes de que el perro mastín de turno..., digo..., el tipo encargado de las relaciones públicas, cortara la oportunidad de cuajo aduciendo que todavía había una larga lista de periodistas esperando su turno. A otros, sigo estudiándolos desde la distancia esperando mi oportunidad. Como por ejemplo a Matt Groening.

El creador de Los Simpson es un tipo fascinante (o bien trabaja con una gente fascinante), conclusión a la que llego no porque le conozca sino por el análisis de algunos de los capítulos de esta serie de dibujos animados tan especial que sigo con bastante atención desde hace muchos años. No desde que empezó, ya que en un primer momento me pareció demasiado chocante y con esa repelente estética feísta enfocada específicamente para adolescentes gamberros. Sin embargo,  un día pasé frente a un televisor encendido y me llamó la atención cierta escena en la que algunos personajes comentaban algunas cosas que no tienen nada que ver con los mensajes habituales en este tipo de series. Cosas que seguramente no estaban entendiendo ni siquiera los adultos (o la mayoría de ellos) que veían el capítulo. Desde luego no lo hacían los que lo estaban viendo ante mí, pues por sus reacciones estaba claro que sólo se quedaban con la parte superficial y humorística..., la que escondía las reflexiones importantes, algunas de las cuales son tabú en nuestra democrática sociedad contemporánea. A partir de ese momento, les presté más atención y empecé a descubrir mensajes muy interesantes.

No tiene Groening muchos secretos en su conocida biografía (lo cual es como decir que es el candidato perfecto para tenerlos), según la cual nació en Oregón, en Estados Unidos, hijo de una maestra y un escritor, dibujante y cineasta. Su familia, de manifiesto origen alemán dado su apellido (Gröning significa Jardinería) y con antecendentes familiares menonitas, le regaló una educación bastante liberal. Como aspirante a escritor y dibujante, recorrió el clásico camino del selfmade man norteamericano trabajando en todo lo que le iba surgiendo hasta que le llegaron la fama y el dinero: desde lavar platos hasta vender muebles o trabajar de chófer. Empezó a describir su vida en una serie de caricaturas y así apareció Life in Hell (La vida en el infierno), título inspirado en sus dificultades laborales en Los Ángeles, que debutó como tira cómica en el diario de Los Angeles Reader en abril de 1980 y se volvió popular de inmediato. De hecho, las tiras y chistes con los conocidos conejitos malencarados para los que todo en este mundo no es sino un sinónimo del infierno (qué demiúrgico, ¿eh?) siguen publicándose hoy en unos 250 periódicos y, más tarde, en recopilaciones de libros. 

Un éxito conduce a otro y éste llevó a un productor y guionista de Hollywood, James L. Brooks, a contactar con Groening en 1985 para desarrollar un proyecto de animación. De la colaboración entre ambos y otro guionista y productor, Sam Simon, nacerían Los Simpson, cuyos nombres se corresponden con la propia vida de Groening. Homer era el nombre de su padre y Marge, el de su madre, Lisa y Maggie se llaman igual que dos de sus hermanas y, como no se atrevió a llamar Matt al mayor de los hijos, optó por Bart como anagrama de brat, que en inglés significa malcriado. Abraham, el abuelo de los Simpson, tiene el mismo nombre que el de los Groening. El jefe de policía Wiggum se apellida igual que su madre de soltera. Y muchos de los apellidos de sus personajes, como los de Flanders, Lovejoy o Quimby fueron tomados
de los de las calles de su Portland natal. Curiosamente, Groening no es el autor directo de la mayoría de los guiones aunque como productor ejecutivo y consultor creativo sí aporta muchas ideas..., quizá las más interesantes. Es difícil decirlo, dada la cantidad de gente que trabaja en una producción televisiva (mucho más numerosa de lo que imagina cualquiera que no haya visto una por dentro). No obstante, la serie contiene muchas cosas interesantes, e incluso algunas "profecías" como el famoso capítulo en el que la familia Simpson se traslada a Nueva York de viaje turístico tras ver un cartel muy simbólico. Un capítulo que se emitió pocos meses antes del mordisco que los Amos dieron a la Gran Manzana impunemente y echando la culpa de ello a un puñado de infelices de Oriente Medio que apenas tenían unas horas de vuelo con avionetas... O, aprovechando que citamos la zona favorita para enfrentar a las tres religiones del Libro, ¿no es ese dibujo que vemos aquí al lado muy similar a los Toyotas armados
que utilizan indistintamente el "ejército" de "rebeldes" en Siria y el de los "fanáticos islámicos" que ensucian el nombre de la gran diosa Isis haciéndose llamar como ella? Oh, vaya... ¿y no es esa bandera que lleva el coche del dibujo animado la misma que emplean hoy los rebeldes? ¿Sí? Qué curioso, porque este episodio es de 2001..., cuando todavía no existían ni el "ejército" de "rebeldes" en Siria ni los "fanáticos islámicos" que embarran a la diosa. Y, por poner un ejemplo más, remontémonos al año 1998 en el que todavía no existían ni Facebook ni su pesadísimo juego de Farmville y en el que la realidad virtual era todavía el sueño de algunos autores de Ciencia Ficción (ni siquiera se había rodado todavía la premonitoria película Proyecto Brainstorm, que llegaría en 1983)... Pues en ese año se
 proyectó el capítulo en el que los alumnos de la escuela elemental de Springfield tenían acceso a un simulador virtual de jardinería (mira..., como el apellido de Groening...), utilizando además un modelo de gafas de visión virtual similares a las que la tecnología Oculus ha puesto a disposición de los ciudadanos corrientes y molientes hace apenas unos meses...

Pero éstas son sólo algunas de las impresiones visuales más llamativas. Los guiones contienen textos aún más jugosos para el que sabe escucharlos y que no voy a transcribir ahora. Primero, por falta de tiempo y espacio. Y segundo, por el placer que supone para quien tiene ojos y oídos el descubrirlos personalmente. Así que el que quiera seguir un curso de conspiranoia, que se ponga la serie entera desde el primer capítulo y se vea los 23 años de producción. Supongo que a más de uno se le atragantaría el café al ver en la tele ciertos episodios como los que contenían estas imágenes o los que recogían los guiones aludidos (Estados Unidos sigue siendo, a día de hoy y pese a quien le pese, uno de los pocos países del mundo donde todavía existe algo parecido a la libertad de expresión..., algo que en Europa desapareció hace tiempo y hoy por hoy es una auténtica utopía, por más que este derecho aparezca recogido y supuestamente protegido en las constituciones contemporáneas), pero Los Simpson alcanzaron una popularidad tan enorme en tan poco tiempo que hubiera resultado demasiado escandaloso hacerlos desaparecer de un plumazo. ¿Solución? Introducir guionistas encargados de "enriquecer" la serie. Léase: de destruirla desde dentro rebajando la calidad de los capítulos progresivamente y sustituyendo las ideas-que-no-deberían-estar-ahí por otros temas más acordes con la agenda de lo políticamente correcto para modelar y ablandar la sociedad contemporánea; temas que tampoco voy a citar ahora porque están en la práctica totalidad de las insoportables teleseries de producción actual.

Como es lógico, Groening se dio cuenta de la maniobra y trató de apoyarse en la serie alternativa que había creado tras asociarse con David X. Cohen: Futurama, una muy divertida mirada al siglo 3000 con personajes inolvidables como Bender, el robot canalla, o la cabeza del presidente Nixon conservada en una solución líquida (¡también aparece el siniestro entre los siniestros Henry Kissinger!), y en la cual podía aprovechar para seguir mandando algunos mensajes interesantes. Pero para entonces este creativo estaba demasiado controlado. La serie tuvo problemas de continuidad y sin muchas explicaciones, fue cancelada a los 4 años, si bien por exigencias del fandom pudo resucitar durante algunas temporadas más hasta que en 2013 fue definitivamente cancelada con las mismas pocas explicaciones.

Hay una tercera vía para seguir denunciando cosas..., aunque fue la primera y, por desgracia, en el mundo audiovisual de hoy no tiene la misma fuerza: el comic. Groening creó el Bongo Comics Group empleando el nombre de uno de sus personajes de Life in Hell. Con sus socios Steve Vance, Cindy Vance y Bill Morrison, trata de seguir vertiendo ideas llamativas, pero su capacidad creativa se agota a sus 61 años de edad y además el alcance del "cine para pobres" es notablemente inferior. Mientras tanto, su principal creación, Los Simpson, languidece en sus episodios más modernos, dotados por cierto de un dibujo diferente en teoría más limpio pero en la práctica más anodino. No hace falta ser vidente para augurar que la serie tiene los días contados. 

¿Tendré tiempo de cazar a Groening y charlar con él? Esta misma semana se producía uno de esos curiosos fenómenos que suceden de vez en cuando en Internet y que me hacen pensar mal acerca de ciertas "bromas" que más bien parecen advertencias mafiosas. Alguien creó una página de Facebook anunciando su muerte, víctima del cáncer. En la página, que recogió más de un millón de "Me gusta" en pocas horas, se leía: "Le vamos a extrañar, pero nunca le olvidaremos. Por favor, mostrad vuestra simpatía y condolencias a través de vuestros comentarios en esta página". En Twitter, también fue "trending topic" o tendencia durante varias horas la frase "Murió Matt Groening". Sin embargo, en el momento de escribir estas líneas sigue vivo y perfectamente saludable.





















viernes, 15 de mayo de 2015

Los "No-es-verdad-que..."

Es muy cierto que, en la mayoría de ocasiones, la realidad supera a la ficción, que las cosas no suelen ser lo que parecen y que existen multitud de tópicos vigentes que aceptamos porque sí, porque todo el mundo los acepta y "quiénes vamos a ser nosotros para cuestionarlos si los medios de comunicación nos dicen que son verdad de la buena". Qué gran error. Los mismos que ponen el grito en el cielo contra la superstición, el fanatismo y los abusos de la fe en los que incurren sistemáticamente las religiones del  mundo (todas ellas, no conozco ni una sola que se salve) son los mismos que defienden la superstición, el fanatismo y los abusos de las creencias políticas, o de las científicas, o de las económicas y las financieras, o de las sociales. 

O también de las históricas. Es muy sorprendente y a menudo desagradable la sensación que se le queda a uno en el cuerpo cuando lee novelas y relatos, e incluso supuestas obras serias de ensayo (por no citar el circo de las delirantes adaptaciones cinematográficas), sobre distintos períodos históricos que ha tenido la oportunidad de experimentar de primera mano por sus propios trabajos de investigación, sus viajes y sus entrevistas personales a verdaderos especialistas e incluso a antiguos protagonistas de los hechos, todavía vivos. Por lo general, la persona se encuentra con una versión deformada o muy deformada de la realidad en la que prima la ideología del autor del texto y su propio sistema de valores sobre el análisis objetivo de lo que sucedió efectivamente, de manera que lo que se nos presenta no es la verdad, ni tampoco la mentira, sino algo mucho peor: una mezcla de ambas que conduce, antes que después, a la incomprensión absoluta de los hechos. Un lector desinformado (lo somos todos porque, por más que queramos saber, siempre habrá muchas más cosas que ignoremos que las que hayamos podido examinar y entender) terminará la lectura sin saber por qué pasó lo que pasó. Y qué fue lo que pasó, de verdad.

Esa situación conduce así al desconocimiento de los hechos reales e inevitablemente al prejuicio y la ignorancia, que suelen ir unidos a la creación del tópico y la discordia. Ergo, al conflicto gratuito.

Para tratar de comprender qué sucedió, la única manera seria que tenemos de aproximarnos a los hechos es trasplantarnos mentalmente a la época de la que estamos hablando y empezar a pensar en la medida que podamos como lo hacían las gentes de aquel momento de acuerdo con su formación, con el Zeitgeist de su época..., aunque no nos guste su visión del mundo o no compartamos su cultura social. No hay personajes más ridículos que los que, estando inmersos en unas coordenadas x/y, son obligados por los autores a comportarse como si vivieran en las coordenadas w/z. Y tenemos multitud de ejemplos: los oficiales romanos de la época imperial simpatizantes de esclavos cristianos (porque entonces la esclavitud no estaba considerada como algo malo per se, siempre que uno no cayera víctima de las cadenas, y mucho menos si era un victorioso hijo de la Loba que dominaba el mundo), las valientes luchadoras por la libertad de la mujer que hacen frente al abuso de hombres en posición dominante en cualquier época posterior a la judeocristianización hasta principios del XX (porque las mujeres fueron absoluta y totalmente destruidas desde el punto de vista cultural por los herederos de
Saulo de Tarso que se asentaron en la misma Roma y no se atrevían a levantar la voz contra sus maridos, pero tampoco contra sus padres o hermanos..., sólo en los últimos decenios han empezado a recuperar su posición natural, de tú a tú con el hombre, justo a medida que comenzaba la descomposición de las iglesias fundadas falazmente en nombre de Jesús el Cristo, que por supuesto nada tiene que ver con ellas por mucho que usen su imagen y sus presuntas palabras. Y esto en Europa..., para qué hablar de otras culturas del mundo donde se les equipara literalmente con el ganado) o los educados y contemporizadores aventureros británicos que se enamoran de mujeres exóticas y hacen amistad con colaboradores asiáticos o africanos (porque si existe una cultura que ha practicado el racismo y la xenofobia, y sigue haciéndolo hoy día aunque de manera más oculta que hace un par de siglos, cuando era lo más "natural" del mundo, ha sido la anglosajona).

No recuerdo ahora si fue García Márquez u otro autor de la misma hornada de escritores iberoamericanos quien dijo aquello de que la memoria que uno tenía de su vida no solía tener nada que ver con lo que había sido de verdad, sino con lo que uno recordaba (o, mejor dicho, lo que quería recordar) que había sido. Estoy convencido de que, si a cualquiera de nosotros nos sentaran delante de una pantalla para ver una proyección resumida y objetiva de los hechos más importantes de nuestra existencia, nos llevaríamos más de una sorpresa al descubrir que no guardamos recuerdos de muchos de ellos y llegaríamos a negar que algunos hubieran sido en verdad protagonizados por nosotros, aduciendo que en la imagen estaban reinterpretados por algún desconocido Doppelgänger.

Desde el punto de vista histórico, hay una enorme montaña de hechos que damos por ciertos, cuando hoy sabemos a ciencia cierta que no lo fueron o que, al menos, no fueron tan "ciertos" como nos los cuentan. Pero siguen enseñándose como si fueran reales en las novelas, en las películas, en las escuelas, en los diarios... No es verdad que Colón viajara a América pensando que iba a la India y sin saber si el océano se acababa o no al otro lado del Atlántico (existen numerosas pruebas de que
 muchos antes que él habían viajado entre ambos continentes y que él sabía a dónde iba). No es verdad que Alemania perdiera la Primera Guerra Mundial (nunca se pegó un solo tiro en territorio germano y el ejército que liberó tras la rendición rusa en el este iba a ser decisivo en el frente del oeste, pero no se llegó a emplear porque se firmó el armisticio o empate técnico con el que finalizaron las hostilidades en 1918 y fue, un año después, cuando el diabólico Tratado de Versalles decidió, porque sí, que la perdedora era Alemania). No es verdad que la Inquisición española ejecutara a decenas de miles de brujas y herejes (tan sólo a ciento y pico personas..., una cifra bastante menor comparada con los varios miles de "pecadores" que fueron ajusticiados acusados de cargos idénticos por las autoridades religiosas del Reino Unido o Francia). No es verdad que Aníbal fuera un general negro, líder de una civilización negra cuya capital era Cartago (Aníbal era tan blanco como los generales romanos contra los que luchó y, al final, fue derrotado mientras que Cartago era una ciudad muy similar a Roma y de cultura netamente europea, por más que se asentara en la costa norte de África, en lo que hoy es Túnez). No es verdad que...  

Cada día descubrimos más "no-es-verdad-que...", a medida que los hechos que tanto importaron en un momento dado van quedando atrás y algunos investigadores con la mente abierta rescatan valiosas informaciones que, objetivamente analizadas, destruyen un mito tras otro. Por ejemplo, en los últimos meses se han hecho públicos varios datos que demuestran que no es verdad que los ingleses tuvieran ese dominio del mar que aseguran haber tenido desde la época de Felipe II (otro personaje histórico acosado por las difamaciones que lo presentan como un tipo recluido, archicatólico y fanático, cuando resulta que su corte acogió a cabalistas, magos, ocultistas y rosacruces de todo tipo y pelaje, que poseía la mayor biblioteca del mundo en su época dedicada al conocimiento oculto y que mandó construir uno de los edificios más esotéricos de la península ibérica: el Monasterio de El Escorial), cuando los famosos "elementos" destrozaron la Armada "invencible".

No hace falta citar aquí a Blas de Lezo, que causó a la armada británica la mayor (y más humillante) derrota de su historia durante el sitio de Cartagena de Indias en 1741, porque ya está contado en otro artículo de este blog. Y digo que no hace falta recordar su caso porque hace poco se publicó un libro muy esclarecedor sobre la potencia real de "los perros de la reina" Isabel I: Tercios de España: la infantería legendaria, firmado por Fernando Martínez Laínez y José María Sánchez de Toca. Este texto aporta entre otras cosas un dato demoledor: entre 1540 y 1650, el poco más de un siglo durante el cual se produjo el mayor traslado de oro y plata desde el imperio americano hacia España, unos 11.000 barcos hicieron este viaje y de ellos se perdieron 519, pero la mayoría se hundieron por culpa de las tormentas u otros motivos considerados como "naturales" y sólo 107 fueron presa de ataques piratas. Eso significa que ni siquiera llega al 1 % el porcentaje de los barcos que fueron atacados con éxito por los piratas, corsarios y bucaneros de origen (la mayor parte de ellos) inglés, francés u holandés. O sea, que la carrera de los Francis Drake, John Hawkins y el resto de delincuentes de turno al servicio de los enemigos de España puede decirse que fue bastante más pobre de lo que suelen alardear incluso a día de hoy los historiadores británicos, en general maestros de la propaganda, en contraposición con los historiadores españoles, en general maestros del masoquismo. De hecho, un examen exhaustivo de sus "victorias" navales puede reducirse, salvo escasas excepciones, a fáciles ataques contra puertos indefensos del Caribe o contra barcos pesqueros o mercantes de poca monta.

Martínez Laínez y Sánchez de Toca explican que, tras ser tomados por sorpresa por los primeros ataques piratas, los españoles aprendieron pronto cómo defenderse de estos terroristas marinos. A pesar de que Hollywood insista en presentárnoslos como personas "libres", "valientes", "alegres" y, en general, buenas gentes dignas de admirar y de seguir su ejemplo, la inmensa mayoría de los piratas fueron unos criminales crueles y miserables, la hez social de la época, que atacaba de manera cobarde sólo cuando tenían ventaja para ganar y que, entre otras herencias, nos dejaron lo que hoy conocemos como "paraísos fiscales" en varios países de mentira ubicados en el Caribe. La fórmula que utilizó la armada española se basaba en dos ingredientes: un barco de guerra, el galeón, muy mejorado para proteger a los mercantes y un sistema de transporte, el convoy, que se convirtió en el modelo a seguir durante siglos hasta el punto de que los buques que cubrían el Atlántico entre Estados Unidos y el Reino Unido durante las dos guerras mundiales del siglo XX lo hicieron siguiendo el mismo método para protegerse de los ataques de los submarinos alemanes. Ambas medidas las puso en marcha el propio Felipe II, a partir de los planes diseñados por el capitán Menéndez de Avilés. El monarca también dio el visto bueno al plan de viaje de la llamada Flota de Indias dos veces al año. Partiendo de Sanlúcar de Barrameda y tras hacer escala en La Gomera, la escuadra cubría así el trayecto hasta las islas Dominica o Martinica que solía durar en torno a un mes.

Por cierto que también de la época de Felipe II es la fascinante historia de Juan del Águila, un capitán de los Tercios de Flandes que obtuvo espectaculares victorias, incluyendo un auténtico ataque relámpago en la zona de Cornualles donde con tan sólo tres compañías a su mando derrotó a todas las fuerzas inglesas de la zona, desmanteló dos de sus fuertes y saqueó varios pueblos. Su carrera es larga de contar aquí pero verdaderamente interesante. Si este hombre, en lugar de haber nacido en un pueblo de Ávila, lo hubiera hecho en uno del condado de York, de la zona de Burdeos, del estado de Montana o incluso en algún suburbio de Florencia, hoy existirían mil libros publicados sobre sus hazañas y aventuras, además de varias películas, una serie con personajes reales y otra con dibujos animados. Pero tuvo la mala fortuna de nacer español y hoy es completamente desconocido pese a su inteligencia y valentía.

El problema es que a la inmensa mayoría de los homo sapiens no les importa en absoluto nada de esto, porque consideran esos hechos como poco relevantes para su vida. Suelen serlo, en el particular nivel de su minúscula existencia cotidiana, pero al mismo tiempo resultan determinantes, en el nivel familiar y nacional: si ellos son así, si viven hoy de esa forma, es porque antes pasó todo lo que pasó y no otra cosa... Somos lo que nuestros ancestros han hecho de nosotros. De ahí viene el famoso y exacto refrán de que El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla, lo que en el fondo viene a ser un resumen de toda la Historia del planeta, porque no hacemos más que encadenar guerras, conflictos y desastres que, examinados uno por uno y en sus condiciones iniciales, está visto que podrían haber sido evitados si la gente de cada momento hubiera conocido un poquito, sólo un poquito, del pasado de su pueblo.





viernes, 8 de mayo de 2015

El olor de los espárragos en la orina

La obsesión por la inmortalidad está llegando en los últimos tiempos a límites patéticos. No hay más que dejarse avasallar por la batería de anuncios con que nos bombardea la televisión enviando una y otra vez el mensaje de que la vejez es algo evitable, o al menos fácilmente retrasable, gracias al consumo de todos los productos que despliega ante nosotros.  La presión es inmensa, casi diría que insoportable, sobre todo para las mujeres: parece mentira que haya tanta presunta "feminista" alardeando de tal por el mundo y no sean capaces de unirse para levantar la voz contra la avalancha de mensajes del estilo "ponte-esta-crema-para-parecer-que-tienes-25-años-aunque-estés-rozando-los-60" (entre paréntesis, como si cumplir los 60 fuera malo...), que se extiende a champúes, depilaciones, alimentos "facilitadores del tránsito", dentaduras, verrugas, circulación sanguínea, viajes especiales para la "edad de oro" y, en general, todo lo que se le pueda ocurrir a alguien para engañar al personal haciéndoles creer que no sólo es deseable sino que se puede seguir siendo joven durante un tiempo indefinido.

Eso, en lo que se refiere al público en general, porque luego está la versión extendida para los geeks, nerds y demás fauna hipertecnológica que sueña con la estupidez de eternizarse por el expediente de transformarse en un androide mezclando su cuerpo físico con un montón de chips y tornillería. O peor, la idea de los Amos y algunos de sus siervos que están pagando auténticas fortunas (está pasando ahora mismo, otra cosa es que no nos lo cuenten en los grandes medios de comunicación) para "reconstruirse" físicamente por dentro, considerando que los órganos del cuerpo humano son una especie de meros repuestos periódicamente intercambiables ad infinitum. A esta gente en concreto me hubiera gustado presentarles a los embalsamadores del antiguo Nilo, que tenían motivos ciertamente poderosos (no, no los puedo revelar..., por eso me gustaría presentárselos: para que tuvieran una charla con ellos) para extraer y guardar con mucho cuidado los pulmones, el estómago, los intestinos y el hígado de la persona que iba a ser momificada en los correspondientes vasos canopos dedicados a Hapy, Duamutef, Qebehsenuf y Amset. Y el corazón, ni tocarlo.

En el mundo físico hay algunas criaturas que parecen acercarse a ese estado supuestamente ideal de no morir jamás y por ello están recibiendo atención extrema últimamente, aunque dudo mucho que alguien con dos dedos de frente quisiera parecerse de verdad a esas criaturas. Por ejemplo, ¿a quién le gustaría ser un gusano, aunque fuera eterno? Porque los gusanos planos o planaria, según los estudios de un grupo de investigadores de la británica universidad de Nottingham publicados en la revista científica PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences), son prácticamente invencibles por la edad. Y no porque duren mucho sino por su
capacidad de regeneración, en apariencia ilimitada, que les permite calcarse a sí mismos sin cesar. Uno de los expertos que participó en este trabajo reconocía su sorpresa tras comprobar que, tanto los gusanos que se reproducen por la vía sexual como los que no (éstos son más aburridos, simplemente se dividen en dos de tanto en tanto) pueden regenerarse con el crecimiento de músculos, piel, vísceras e incluso el cerebro entero (en fin, no es que tengan un gran cerebro, pero...) todas las veces que haga falta. Los seres humanos también podemos hacer eso, pero tenemos un límite. Cuando las llamadas células madre se dividen, por ejemplo para crecer físicamente o para curar una herida, pierden fuerza de manera progresiva hasta que llega un momento en que no dan más de sí. Ahí comienza el envejecimiento propiamente dicho.

Todo esto tiene que ver con los telómeros, una parte del cromosoma (el mecanismo que contiene y traspasa la vital información del ADN) que, cada vez que se divide la célula, reduce su tamaño. En el momento en que ha sido demasiado recortado por la división, pierde la capacidad de reproducción. Lo que han hecho los científicos británicos ha sido confirmar que los gusanos planarias tienen la capacidad de mantener la longitud de sus telómeros indefinidamente, con lo cual pueden duplicarse y reduplicarse las veces que les dé la gana: en teoría, hasta el fin de los tiempos (si es que ese concepto mesiánico y absurdo existiese realmente). Ni que decir tiene que los Amos y compañía están dispuestos a invertir cantidades astronómicas en la línea de trabajo de cualquier investigador que les prometa un resultado verificable de que a) ha encontrado el mecanismo exacto que permite a estos gusanos mantener intactos sus telómeros y b) es capaz de trasladarlo y reproducirlo con seres humanos.

Hay otros seres parecidos, como la medusa Turritopsis nutricula, un hidrozoo que no mide ni un centímetro de longitud y que se comporta de forma muy similar a los gusanos mencionados porque, tras llegar a su estado de animal adulto, no decae hasta la muerte, sino que es capaz de volver sobre sus pasos, como si su edad fuera una goma elástica y "rejuvenecer" regresando a su forma de vida juvenil para repetir su ciclo vital. Y esto, todas las veces que haga falta, gracias a un proceso de transdiferenciación: en pocas palabras, una manera de modificar sus células una vez que éstas se han diferenciado, para retroceder a fases anteriores a su especialización. Este bichejo, procedente de los mares caribeños pero que hoy parece haberse extendido prácticamente en todos los oceános del planeta, es conocido desde hace no demasiados años, pero quien descubrió tan sorprendente capacidad fue una bióloga de la norteamericana Universidad de Pennsylvania, María Pía Miglietta, que trabajaba con análisis genéticos practicados sobre abundantes ejemplares de la medusa. Su descripción de la forma de funcionar del animal es simple: "es como si una mariposa pudiera volver a convertirse en una oruga a voluntad"

Entre los gusanos y las medusas, hay un tercer trabajo científico reciente que también llama la atención. El dirigido por el doctor James Vaupel del danés Instituto Max Plank y publicado en Nature en el que se analizan los patrones de envejecimiento y reproducción en 46 especies distintas de seres vivos, que incluye una conclusión especialmente llamativa y es que algunas especies de animales (inscritas en las categorías de moluscos o corales, entre otras) y vegetales (entre las plantas o algas) prácticamente no envejecen a lo largo de su vida, francamente muy longeva. Incluso, al contrario, con el paso del tiempo se incrementan algunas de sus capacidades incluyendo la reproductiva. ¿Cómo es posible eso, si se supone que todo nace, crece, se reproduce y muere, como siempre se ha enseñado en el colegio? Está claro que la Naturaleza aún guarda muchos más secretos de los que estamos realmente por la labor de admitir, aunque particularmente no creo que ningún ser pueda sobrevivir desde el punto de vista físico a lo largo de la eternidad. La materia es, después de todo, un estado demasiado frágil para la vida.

Conociendo que estoy en la Universidad de Dios, a menudo me han preguntado qué se siente siendo inmortal y siempre contesto lo mismo: en realidad, deberíamos partir de la base de que todos los somos, si bien la mayoría de la gente no lo sabe (lo que tampoco es cierto, según mi tutor el Gran Thoth, pues existen personas que sí son inmortales y realmente lo ignoran pero también hay otras que no lo son aunque suelen sospecharlo...; no obstante, no seré yo quien ande por ahí revelando el futuro del personal y frustrando así su experiencia en el aquí y el ahora).

Muchas tonterías se nos quitarían de la cabeza si dejáramos de hacer caso a viejos chalados y jóvenes fanáticos que viven, conjuntamente, de meter miedo a la gente contándole historias de terror sobre cosas de las que nada entienden. Lo cierto es que la vida material, tal y como la conocemos, es tan emocionante y divertida como una buena partida de rol. Es un fabuloso parque de atracciones cuyo único riesgo verdadero consiste en olvidar que es precisamente eso y a continuación
 convencerse a uno mismo de que somos los papeles que interpretamos. Por lo demás, tiene de todo: alegrías, tristezas, aventuras, peleas, romances, muerte y destrucción, familia, enemigos, sexo, traición y muchas otras cosas más, todas ellas interesantes y aprovechables. Porque todo es oro, para quien sabe ver y tratar cada situación, sin importar lo que parezca a simple vista. Como dice el genial Franco Battiato en Testamento, una de las colosales canciones de su maravilloso último (por el momento) disco Ábrete Sésamo, acerca de su vida mortal: "me gustaba todo, hasta el olor que le daban los espárragos a la orina".


viernes, 1 de mayo de 2015

Máquinas

Pocas cosas hay que me fastidien más en la vida corriente que relacionarme con máquinas. Todavía recuerdo el tiempo en el que iba a la gasolinera a llenar el depósito de combustible del coche y había un señor encargado de ello (que de paso te limpiaba el parabrisas o te inflaba una rueda si iba baja de aire) en lugar de tener que lidiar uno con el fría y desagradable dispensador de gasolina. O cuando llamaba por teléfono a una oficina cualquiera y me respondía una voz humana al otro lado, no una grabación como las actuales, con la misión de "orientar" a quien llama (incluso me acuerdo de cuando atendía una llamada y me encontraba con un vendedor que trataba de aturdirme con su palabrería para que acabara dando el visto bueno a sus productos, no como en la actualidad cuando suena el teléfono, lo descuelgas y al otro lado te encuentras una grabación contándote las excelencias de tal o cual basura de producto). O cuando iba a un banco y me atendía una persona a la hora de revisar mis cuentas y aceptar mis ingresos o pagar mis requerimientos de efectivo, en vez de enfrentarme a una pantalla con la que me relaciono tocando teclas y cuyo programa está preparado para despedirse, al terminar la transacción, con un saludo pretendidamente cariñoso. 

A tenor de lo que veo a mi alrededor, debo ser de las pocas personas que quedan por aquí que odian (cordialmente, eso sí) relacionarse con las máquinas y prefieren hacerlo con seres humanos, porque a la inmensa mayoría de gentes que conozco les fascina, incluso les apasiona, estar todo el día enganchadas con alguna de ellas. Es muy difícil escapar a su influjo. Los teléfonos son "inteligentes", los coches son "inteligentes", las ciudades son "inteligentes"... Todo es inteligente salvo, según parece, el homo sapiens que deposita cada vez más alegremente su destino en manos de circuitos integrados y chips miniaturizados y que está empeñado en crear lo que pomposamente ha bautizado como Inteligencia Artificial, a pesar de que pensadores y creadores vienen advirtiéndole desde hace ya mucho tiempo de lo que sucederá el día en el que las máquinas aprendan a pensar por sí mismas. Lo hemos visto en tantas películas de Ciencia Ficción, en las que un puñado de desesperados seres humanos tratan de luchar contra el creciente y prácticamente indestructible imperio de lo mecánico. Y lo que sucederá, por muchas leyes robóticas asimovianas que se les inserte a las futuras máquinas androides en cuyos proyectos se derrocha hoy tanto dinero y tanto talento, es que las máquinas destruirán al hombre. No por maldad, ni por envidia, ni por ambición..., ni siquiera por error. Lo destruirán porque no es rentable.

Un aperitivo claro de lo que nos espera si seguimos por el mismo camino es lo que de hecho está sucediendo ya en los mercados bursátiles de todo el mundo, donde las máquinas mandan. No entraremos ahora a considerar el hecho de que la Bolsa fue uno de los grandes inventos modernos de los Amos para controlar y deteriorar a placer la economía real a través de la finanza. Sólo quiero recordar que la imagen clásica de los inversores con chistera o con manguitos pujando todos juntos por comprar o vender determinadas acciones antes que sus colegas para conseguir un buen negocio hace tiempo que pasó a la Historia. Sigue habiendo agentes de Bolsa, brokers (entre paréntesis, ¿no resulta particularmente gracioso que la forma de denominar a estos manipuladores de dinero irreal en inglés sea tan similar a diversos tiempos verbales relacionados con el verbo to break, que en español se traduce por romperdestrozar hacer pedazos?), pero las grandes operaciones financieras, las que arrojan muchos millones de beneficios, las manejan unos programas específicos de ordenador muy sensibles a los altibajos del mercado. Estos programas están diseñados precisamente para detectar las tendencias de fondo y reaccionar en milésimas de segundo comprando o vendiendo en un instante, empleando para ello exclusivamente criterios de rentabilidad. De esta forma, antes de que un corredor de bolsa humano se dé cuenta de la oportunidad que ofrece tal o cual valor y decida invertir en él una cantidad concreta, la máquina ya habrá hecho y deshecho a su antojo. 

Pensemos lo que eso significa dentro del perverso modo de actuar de la Bolsa, donde a menudo se compra o se vende no en función del valor o la productividad reales de la empresa cuyas acciones se manejan, sino de lo que los compradores y venderos esperan que pueda suceder con ella según las creencias o rumores del momento, de forma que una compañía puede trabajar de manera normal con un futuro razonablemente asegurado e incluso con previsión de exitoso y aún así ser hundida por completo en cuestión de horas si se produce una crisis de credibilidad respecto a su evolución. Aún más, pensemos en el valor de los bonos expedidos por compañías o incluso países en apuros, que están intentando resolver una mala racha y podrían contar con la esperanza de no ser masacrados por los inversores bursátiles humanos (esperanza corta de todas formas..., no en vano uno de los calificativos más utilizados para brokers es el de tiburones). Éstos podrían llegar a considerar otros aspectos más allá de la simple pérdida o ganancia del dinero, pero las máquinas no. Para ellas, es una fría cuestión de más o menos. Pueden hundir cualquier institución sin importarles lo más mínimo las consecuencias, sólo por ganar un puñado de dólares.

Un ejemplo de ficción, pero muy gráfico igualmente, de los riesgos de entregarse a las máquinas por su "perfección superior al hombre" lo tenemos en la película Robocop, dirigida en 1987 por Paul Verhoeven y cuyo éxito generó varias secuelas cinematográficas, televisivas y de historietas. Los robots policiales, como bien se muestra aquí, son incapaces de diferenciar entre el cumplimiento de la ley y su infracción en un sinnúmero de situaciones que no son blanco ni negro, sino que se pierden en el inmenso campo del gris. Por ejemplo, un niño de tres años pisa la hierba de un parque en un sitio donde hay un cartel bien grande indicando que no se puede pisar. Un policía humano entenderá que es un niño sin entendimiento suficiente y lo que hará a lo sumo es llamar la atención a sus padres para que estén más pendientes de él. Un policía robot podría detener al niño, porque sólo ve a alguien que no está cumpliendo con la normativa vigente.

Retomando la idea antes planteada, el día en el que las máquinas tengan poder suficiente como para reconocerse a sí mismas, repararse y antoconstruirse y en general funcionar por sí mismas sin necesidad de supervisión humana, ese día, será el definitivo principio del fin. Porque ya no será más que cuestión de (poco) tiempo que la inteligencia robótica analice, compare y resuma la actividad humana para llegar a la conclusión de que no es una especie digna de conservar. ¿Para qué, si las máquinas pueden hacer mucho mejor y más rápido que ella las actividades de la civilización?

A pesar de ello, periódicamente recibimos informaciones acerca de los últimos adelantos en robótica o en el diseño de androides cada vez más parecidos a los humanos. Por ejemplo, hace unos días, unos grandes almacenes de Tokyo, la capital japonesa, presentaban a Aiko Chihira, una dependiente robot de aspecto humanoide desarrollada por Toshiba, encargada de trabajar como recepcionista con su kimono y todo saludando a los clientes a su llegada. Habla japonés, verbalmente y por signos, pero puede ser preparada para expresarse en otros idiomas. La idea es que vaya asumiendo poco a poco nuevas responsabilidades y seguramente acabará sustituyendo a los vendedores. El público que ha tenido oportunidad de interactuar con esta máquina se declara "asombrado""emocionado" y "deseoso de conocer lo que vendrá después de esto" sin percatarse de lo espantoso de esta noticia. ¿De verdad es tan deseable sustituir a los seres humanos por máquinas? Los nipones parecen víctimas propiciatorias para introducir este tipo de máquinas en nuestra sociedad. El año pasado, Nestlé también anunció que introduciría a su propio robot humanoide diseñado por Softbank, Pepper, en las tiendas de menaje de este país para que ayudara a vender cafeteras...

Aún más terrible que someternos al imperio de las máquinas, es destruirnos a nosotros mismos hibridándonos con ellas.  Sin embargo, la mayoría de la gente ve esta posibilidad como algo útil o incluso divertido y por supuesto recomendable. Uno de los últimos desnortados que va por ahí haciendo publicidad de qué-guay-es-ser-un-androide es un tipo llamado Seth Wahle, ingeniero de APA Wireless y experto en seguridad, que se ha implantado un chip NFC entre el pulgar y el índice de su mano izquierda. El chip tiene la particularidad de poder conectarse con teléfonos móviles que lleven un sistema Android. Si el usuario de uno de ellos acepta su petición de conexión, el chip le instala un fichero que permite a Whale acceder a las opciones del teléfono "inteligente" desde su propio ordenador; es decir, le permite hackearlo. Es más, el chip es indetectable por todos los sistemas de seguridad que existen hoy por hoy y sólo se puede confirmar su existencia mediante una radiografía de la mano de Whale. Pero hay muchos más "visionarios" deseando experimentar consigo mismos mientras preparan el terreno hacia la posibilidad de la perfecta dictadura mundial que supondría la obligación futura de que todos nos insertáramos chips similares bajo nuestra piel con la eterna excusa de la seguridad y la eficacia. Algunos son tan indefinibles, como el "artista" Anthony Antonellis que se implantó un chip RFID en la mano para mostrar la posibilidad de los "tatuajes digitales". Su implante contiene sólo una imagen en formato GIF, que se puede ver únicamente cuando se le acerca un "smartphone". 

Y ya puestos a mecanizarnos por completo, qué decir del proyecto SenseX, anunciado en un reciente congreso de Corea por un equipo de la Universidad británica de Sussex, según el cual las emociones humanas pueden ser ¡transferidas! por medio de una tecnología ultraháptica, sin necesidad de contacto físico. Se trata de unos dispositivos que estimula zonas concretas de la mano a través de la proyección de ráfagas de aire, con lo que se consigue transmitir sentimientos como la felicidad, el miedo o la tristeza. Por ejemplo, la estimulación moderada de la parte externa de la palma y la zona alrededor del dedo meñique genera pena y pesar. Tan bien funciona que la responsable del equipo, Marianna Obrist, ha recibido un millón de libras esterlinas del Consejo Europeo de Investigación para ampliar sus trabajos a los sentidos del gusto y el olfato, además del tacto, durante los próximos cinco años. Según Obrist, a no mucho tardar será posible diseñar experiencias "verdaderamente atractivas y multifacéticas" a través de medios tecnológicos que evocarán sensaciones a través de los sentidos.

¿Por qué al homo sapiens le gusta tanto las máquinas?

Acaso (como bien explicara hace tiempo en la Universidad de Dios mi tutor el Gran Thoth) porque después de todo no es más que una máquina él mismo. Un robot de carbono, dentro del cual el ser humano real se adormece y sólo despierta poco antes de que aparezca en su pantalla el cartelito de Game Over.