Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Libros de 2017

Cuando era (más) joven que ahora -estoy hablando de esta reencarnación- y miraba hacia el año 2000 en el calendario, pensaba que ése sería un gran año porque vería cosas maravillosas, avances científicos espectaculares, un desarrollo nunca antes alcanzado por el ser humano. Me arropaba una antigua canción de Miguel Ríos en cuyo estribillo el rockero granadino berreaba: "Año 2000, llega el año 2000 y el milenio traerá/un mundo feliz, un lugar de terror o simplemente no habrá/vida en el planeta..." Nunca me creí que para ese año fuera a terminarse la vida en la Tierra. Nunca me he creído ninguno de los aproximadamente 287 apocalipsis que he oído profetizar en balde a lo largo de esta última existencia. Que si el planeta errante Hercólubus que iba a impactarnos en 1983, que si el efecto 2000 de los ordenadores que iba a crear el caos mundial, que si el 2012 maya que iba a traernos el fin del mundo..., por citar sólo los más famosos de una larga lista.

Y no me lo creí, porque por aquel entonces ya era consciente de que la vida en la Tierra no depende del ser humano, por mucho que la soberbia de nuestra especie se empeñe en otorgarnos un papel excesivo en el ecosistema. Porque no somos algo aparte de la Naturaleza, que deba ser evaluado de una manera específica y distinta respecto a una galaxia, una vaca, un ficus o una cucaracha, sino un fragmento más de esa misma Naturaleza. Y la razón por la que estamos aquí no es la de imponer nuestra "santa" voluntad con objeto de "conquistar" el planeta para explotarlo y hacernos los "dueños" definitivos del mundo (nunca lo hemos sido y nunca lo seremos, pese a los megalomaníacos de turno que hemos soportado en épocas sucesivas), antes de lanzarnos a una campaña de depredación interplanetaria. Que la vida exista o no en la Tierra no depende de nosotros, ni siquiera con las amenazas de la guerra nuclear o las grandes catástrofes de cualquier otro tipo pendientes sobre nuestras cabezas (hay que ver cómo disfrutan los sadomasoquistas de la Universidad de Chicago y sus fieles seguidores con la tontería inmensa del "reloj del juicio final" que está siempre tan cerca de su medianoche simbólica). Hay fuerzas muy poderosas, y muy desconocidas en general, por encima de la humana actuando desde antes de que apareciéramos por aquí y decidiendo qué sucederá y cuándo. Nuestro poder de influencia sobre ellas debe ser más o menos el que tenemos para exigirle al viento que deje de soplar o al océano que produzca olas de sólo medio metro...,y que nos hagan caso.

(Entre paréntesis, lo del apocalipsis es un ejemplo excepcional de cómo, quien sabe hacerlo, puede ocultar información valiosa al resto del mundo con suma facilidad: basta con cambiarle el nombre a las cosas. Apocalipsis es una palabra de origen griego que significa Revelación, no Fin del mundo o Catástrofe, como cree tanta gente. Si se disocia en el imaginario popular un término concreto de su significado real y se le relaciona con otro durante el tiempo suficiente, no pasará mucho hasta que la sociedad acepte como bueno ese reemplazo. Los Amos son expertos en este tipo de prácticas. En el caso de esta palabra, se popularizó gracias al último libro del Nuevo Testamento, o sea, el Apocalipsis de San Juan, -imagino que la mayoría de los presentes en la sala lo habrá leído y, el que no lo haya hecho, ya está tardando- que hace referencia precisamente a las revelaciones divinas que tuvo el autor a través de una serie de visiones y símbolos durante su destierro en la isla de Patmos. Por lo demás, el concepto mismo de lo apocalíptico con su juicio definitivo y su final de la existencia para siempre -palabra muy pesada, ésta- no es europeo en absoluto, sino parte del veneno oriental inoculado en su día en nuestra ingenua civilización, que desde tiempos inmemoriales conocía la ley del eterno retorno y la aventura interminable, aunque hoy casi todos sus descendientes lo hayan, tristemente, olvidado.)

Volviendo a la canción de Miguel Ríos, tampoco me creí nunca lo de que el mundo del futuro pudiera llegar a ser un lugar feliz. Cualquiera que tenga dos dedos de frente podría llegar enseguida a la misma conclusión. Además, gracias a los dioses, tuve la oportunidad de leer pronto la novela homónima de Aldous Huxley (Un mundo feliz: eso sí que es una profecía..., autocumplida) y su perfecto complemento, 1984, de George Orwell, que describen lo que para ellos era entonces el mundo futuro y para nosotros viene siendo, cada vez más, el día a día. Así pues, no es felicidad lo que hallarán los homo sapiens atados al mundo material, aunque es verdad que un ser humano puede llegar a disfrutar de cierta cantidad de ese néctar en momentos puntuales. Eso sí, siempre que no confunda felicidad con placer o con prosperidad, entre otras ideas. 

En cuanto a la tercera opción, la de "un lugar de terror", la rechacé también en cuanto empecé a formarme para afrontar la selectividad especial que da acceso a la Universidad de Dios. Es verdad que en esta vida hay muchos personajes y muchas situaciones que, no es que metan miedo, sino que generan auténtico pavor a cualquiera que ande por ahí un poco despistado o que no haya crecido lo suficiente en como persona. Los homo sapiens son, en general, como los niños que tratan de entender el mundo de los adultos: esos gigantes de fuerza descomunal y voz tronante que no suelen tener tiempo para jugar y que van todo el rato corriendo de un lado para otro hacia lugares aparentemente importantes, excepto cuando se dejan hipnotizar delante de una pantalla y entonces es mejor no molestarles. El niño es incapaz de comprender por qué el adulto actúa como lo hace y nunca lo hará, hasta que crezca y él mismo se convierta en uno de ellos... En el caso que nos ocupa, el mundo proyecta sombras enormes que pueden atemorizar mucho, hasta que uno descubre que, para que se genere cada una de esas sombras, hace falta una luz equivalente que la proyecte previamente.

No, tampoco vivimos en un mundo terrorífico, como no lo es feliz, por más que tanta gente intente asustarnos diariamente diciéndonos que sí y mostrándonos imágenes tremendas. Por más también que a veces la vida nos sorprenda con situaciones tan impactantes como la enfermedad, el dolor o la muerte, de manera que uno puede caer en la tentación de pensar que realmente carecen de sentido. Oh, si hay algo que he aprendido en esta vida es que TODO, absolutamente todo, tiene sentido. Nada sucede al azar, todo tiene un porqué, incluso el dato más en apariencia fuera de lugar. Sólo hace falta elevarse sobre la situación (desgraciadamente, no todo el mundo sabe elevarse) para poder ver el cuadro general o, en el peor de los casos, dejar pasar el tiempo suficiente y de pronto las cosas adquieren una claridad absoluta y uno se explica por qué ocurrió esto o lo otro. Pero lo que nos descuadra y nos irrita es que, teniendo la Vida cientos de miles de palabras en su vocabulario, apenas conocemos el significado de unas decenas y, como carecemos de paciencia, pretendemos usar su alfabeto como si fuéramos oradores expertos, siendo así que apenas hemos aprendido a balbucear su idioma.

Lo que uno termina descubriendo es que vivimos en un auténtico parque de atracciones y que podemos aprender muchísimo en cada una de ellas, si logramos controlarnos a nosotros mismos lo bastante como para no dejarnos impresionar por su movimiento ni por sus decorados. Hay que reconocer que no es fácil mantener el recuerdo de uno mismo mientras uno está sometido al traqueteo de los vagones de una montaña rusa, camina confundido en el interior de un laberinto de espejos o se deja arrastrar medio mareado por un carrusel de figuras, luces y musiquita estridente.

Vivimos en un mundo lleno de aventuras fabulosas, que nos parece horrible porque no sabemos descifrar pero que, si aprendemos a leer, se transforma en un lugar precioso, prácticamente perfecto hasta en sus detalles en apariencia más sórdidos o peligrosos. Para entender esto, nada mejor que ponerse frente a una tablilla sumeria, grabada con la incómoda escritura cuneiforme. ¿Hay algo más feo y aburrido, a primera vista? Los jeroglíficos egipcios tienen un aire divertido y hasta familiar, las letras medievales están "iluminadas" con pequeñas ilustraciones..., pero ¿el alfabeto cuneiforme, con sus triangulitos y sus rayitas indescifrables? Y, sin embargo, si conociéramos sus signos, si estudiáramos su alfabeto y pudiéramos leer los textos de la tablilla y descubriéramos allí, por ejemplo, la asombrosa epopeya de Gilgamesh, ¿acaso no se transformaría ese pedazo de arcilla pintarrajeado en un mapa maravilloso hacia otra parte?

Leo siempre por estas fechas que éste es el momento de hacer el balance del año: qué tal nos ha ido, qué hemos hecho mal, qué queremos hacer mejor para el año próximo... Ay, el perezoso, el holgazán y remolón homo sapiens... ¡Eso no hay que hacerlo a final de año, sino al final de cada uno de nuestros días, justo antes de dormir, para mejor guiarnos a nosotros mismos!

Sin embargo, por seguir la tradición anual, formularé un brevísimo balance de 2017. Y diré que este año que termina me ha sido en general bastante propicio. En realidad, como todos los años anteriores, si lo pienso bien. Me trajo amor, alegría y -sí, también- algún pedazo de felicidad. También me regaló problemas, dolores y algunas penurias y, por esto último, me dio la oportunidad de hacerme más fuerte puesto que uno nunca crece si no es ante la adversidad. Ya he citado otras veces aquí a Hölderlin, ese bardo maravilloso, cuando decía que allí donde está el peligro, crece también lo que nos salva. Este Friedrich, casi tan grande como otro Friedrich -mi viejo amigo: el Gran Fritz, conocido entre los hombres con el apellido de Nietzsche-, supo muchas cosas y por eso pudo dejar por escrito que "sí, es verdad que nací mortal, pero mi alma se ha prometido a sí misma la inmortalidad".

Desde el punto de vista literario, 2017 ha sido especialmente fecundo. Aparte de las decenas de artículos escritos para éste y otros foros, he visto tres libros publicados. El primero fue Errores militares de la Segunda Guerra Mundial (Redbook ediciones), mi tercer ensayo sobre esta época histórica con el que completo una trilogía (tras Lucharon en batallas decisivas y Fugas y evasiones de la Segunda Guerra Mundial). Es un momento que me interesa particularmente por muchos motivos y no es el menor de ellos el hecho de que lo ocurrido haya condicionado, y sigue haciéndolo mucho más de lo que podríamos imaginar, el mundo contemporáneo. El conflicto que arrasó al mundo durante la primera mitad de los años 40 es, probablemente, uno de los momentos cumbre de la Historia universal (la que conocemos al menos, la que todavía no hemos olvidado) debido a las fuerzas que entraron en juego y a la apuesta sobre la mesa. A menudo, tengo la sensación de que la SGM no terminó después de todo, aunque lo parezca: tantas cosas parecen ser de una forma y luego son de otra... Por ello, no descarto volver al tema con algún nuevo texto en el futuro. Desde luego, estoy convencido de que la SGM no es, en el fondo, más que una de las muchas batallas que viene librándose desde que el mundo es mundo en una guerra de dimensiones mucho mayores, en múltiples planos a nuestro alrededor. 

En todo caso, los futuros lectores de este texto pueden estar tranquilos, porque Errores militares de la SGM no es un libro para místicos, sino para aficionados al género bélico y, por qué no, al estudio del ser humano en sí mismo. Recoge historias curiosas de equivocaciones y pifias de todos los colores. Algunas son ya conocidas pero de obligado recuerdo. Otras, son auténticas rarezas para los que se acerquen al asunto como neófitos. Recojo allí desde pequeños errores sin importancia más allá de para las personas directamente implicadas hasta grandes decisiones que influyeron en la marcha general de la guerra.

El segundo libro que vio la luz en 2017 es uno de mis proyectos más queridos de los últimos años. Se trata de una novela de lo que ahora se llama Dark Fantasy (Fantasía oscura) que se titula Tuerto y constituye la primera parte de las Crónicas del dios demente (Alberto Santos Editor). Estoy trabajando ahora en la segunda parte, que se llamará Muerto, y puedo adelantar ya que el nombre de la tercera será Eterno. Creo que es la primera vez en mi vida que pongo título no ya a un texto, sino a tres al mismo tiempo y, además, antes de terminar de escribirlos (Tuerto se llamó así desde el principio). Por lo general, actúo exactamente al revés, aunque esté trabajando con un micorrelato. Sin embargo, en este caso he tenido la idea muy clara desde el primer momento, conozco cómo se desarrollará todo el arco argumental y cómo terminará la historia. Si me alargué varios años escribiendo la primera obra de esta trilogía fue por la necesidad de definir previamente hasta el más pequeño detalle posible el mundo que serviría de escenario a las aventuras de los personajes. Y, por supuesto, por la falta de tiempo para sentarme a redactar. Puede parecer paradójico que un inmortal diga esto pero me falta tiempo, me falta mucho tiempo para hacer todo lo que quiero hacer y, desde luego, todo lo que quiero escribir. Ésa es, de hecho, la gran amenaza que siempre ha pendido sobre Fácil para nosotros: aunque esta bitácora publique una entrada semanal, que en principio no parece demasiado, le dedico mucho a cada una de ellas. Y toda esa dedicación podría estar invirtiéndola en mis libros. Por eso he pensado más de una vez cerrar el blog.

El tercer libro de 2017 fue el Diccionario del Universo Fantástico (Kokapeli Ediciones) que, en realidad es una nueva versión (corregida, ampliada y mejorada, eso sí) del texto del mismo nombre que publiqué en 2002 con Acento Editorial, hoy ya desaparecida. Un buen repaso a los términos más importantes del género fantástico, que a la fuerza bebe de la mitología y la leyenda, parajes siempre estupendos y de mis favoritos. Está publicado en formato de libro electrónico aunque también se puede pedir impreso bajo demanda. Ha sido muy grato ver la resurrección de este texto que era inencontrable desde hace bastantes años, como el resto de títulos de mitología que publiqué en la misma editorial y que se cotizan a precios elevadísimos en el mercado de segunda mano. He llegado a ver algunos de ellos a 300 y a 400 euros el ejemplar, cuando en su día salieron a la venta por unos 6 euros. Quién lo diría...

Finalmente, este año he descubierto que tengo dos hijos literarios que no conocía, dos auténticos bastardos. El primero es As chaves de O Simbolo Perdido, versión 
 brasileña de claves de El símbolo Perdido, un ensayo que me pidió en su día Planeta y en el que analicé la novela de ese mismo nombre de Dan Brown. El segundo título, más exótico, es Wielcy zdrajcy w dziejach swiata, la versión ¡¡¡polaca!!! de Las traiciones que hicieron historia que había publicado con RobinBook y que esta editorial publicó sin avisarme (y por supuesto sin abonar un duro por la venta de derechos para el mercado de Polonia). No es extraño que quebrara en su día por mala gestión. Un grupo de trabajadores de esa empresa mantiene hoy RedBook, precisamente donde he publicado los libros sobre la SGM.




En fin, hemos llegado no ya al año 2000 de Miguel Ríos, sino más allá: al 2017 y, dentro de poco, al 2018. Por estas fechas recojo mi petate y me vuelvo a Walhalla para pasar allí los días más alegres del año, que corresponden con la celebración de las festividades del Sol Nuevo. Es lo que voy a hacer también ahora. Lamentablemente, los homo sapiens han bastardizado estos días de diversas formas (y no lo digo por el nombre; cada cual que los llame como le dé la gana: Navidad, Yule, Solsticio, etc.) sino porque los han convertido en una orgía de fanatismos y de consumo, privándoles de su sentido original de fiesta solar, de comunión con el espíritu del Sol. Así que, también como de costumbre, dejo aquí mi vela roja y me retiro discretamente por el momento. Hasta el año que viene.





viernes, 15 de diciembre de 2017

Independencia

El honorable canciller marciano Karl Burrp observó con indisimulada insatisfacción el caótico panorama de Esperanza, la capital de la ya ex colonia humana en el planeta rojo, desde el gran ventanal polarizado de su despacho en el Palacio de San Jorge. Las llamas habían calcinado al menos la cuarta parte de la ciudad y una humareda sucia cubría parte del cielo. Los enfrentamientos en las calles se habían generalizado desde hacía horas, aunque la gran plaza frente al edificio, tantas veces rebosante de enfervorizados seguidores, estaba tranquila y semidesierta. Sólo se veía, aquí y allí, a algunos de los fornidos agentes de la policía local, la Guardia Escarlata, que se paseaban con tranquilidad charlando sin aspavientos. ¿Cuántos habían muerto ya aquella tarde, sólo en Esperanza? ¿Mil personas? ¿Dos mil? ¿Diez mil? Cualquier número de vidas humanas perdidas le parecía barato, teniendo en cuenta que estaban viviendo un momento histórico: la independencia de la Tierra. A partir de aquella jornada, Marte había asumido un nuevo papel como república planetaria libre, independiente y próspera, nunca más estrangulada por las garras de la corrupta democracia terrestre. No era descabellado suponer que pronto se convertiría en el mundo más importante del Sistema Solar.

Recordó sus tiempos jóvenes, cuando todavía se creía los cuentos, las invenciones y las manipulaciones de los degenerados políticos terrestres. Se habían aprovechado durante tanto tiempo de él y del resto de los patriotas marcianos... Sus padres habían sido terrestres pero él tenía el orgullo de haber nacido en el estupendo Hospital del Valle del Carbón, el primero construido en el planeta para atender las necesidades de los mineros que en aquella época empezaron a explotar los enormes yacimientos del peculiar carbón marciano, de similar poder calorífico al terrestre pero con una composición interna mucho más ligera que reducía sus emisiones contaminantes en más de un 40 %. Aquel hospital funcionó muy bien, al principio. Las hordas de inmigrantes terrestres que se habían sucedido durante el último medio siglo, sin embargo, lo habían saturado. Como todos los servicios de Marte. Pero..., sonrió con malicia, pronto volvería a funcionar estupendamente. Todos los servicios volverían a hacerlo.

Repasó su carrera mentalmente, deleitándose en los momentos de dificultades que había atravesado desde que abrazara la fe independentista, más de treinta años terrestres atrás -eso también iba a cambiar: la necesidad de calcular siempre con los años de otro planeta que no fuera el propio Marte, que contaba en su calendario con casi el doble de días que la Tierra-. Su época como agitador encubierto, su errático paso por los medios de comunicación, su primer reclutamiento para un partido moderado en favor de obtener mayor poder local, su crisis personal por aquel lío de faldas y cómo otra falda mucho más joven que él vino a arreglar la situación, su ingreso en cierto grupo discreto en el que encontró el apoyo político, económico y moral que necesitaba para afrontar la heroica tarea nacional que tenía ante él .., y sobre todo los últimos cinco años terrestres, llenos de creciente tensión y enfrentamiento con el gobierno de la Tierra, reacio a reconocer la realidad: los marcianos no sólo eran más inteligentes, más emprendedores y más productivos que los terrestres, sino que, en general, eran claramente superiores a éstos últimos. En todos los campos que a uno se le pudiera ocurrir. Sólo por eso, merecían ser tratados como nativos del planeta diferente que eran. Aún más, la Tierra debería ser una colonia de Marte y no al revés. 

- Honorable canciller... -el holograma le sacó de sus pensamientos; su secretaria personal, transfigurada en una imagen de luz sedosa y trémula, sonreía ante él sin moverse, a la espera de recibir respuesta.

Burrp se acercó a su mesa de trabajo y presionó el botón de creación de hologramas. Ahora una imagen suya se habría formado delante de su secretaria real, tres pisos más abajo en el edificio, y ella sabía que estaba atendiéndola. No dijo nada, se limitó a mirarla.

- Honorable canciller -retomó ella la palabra-, el mayor comandante Turpin, de la Guardia Escarlata, ha llegado al edificio.

- Estupendo, estupendo... Hágale subir a mi despacho -contestó Burrp con magnánima displicencia y, a continuación, cortó la comunicación y se aisló de nuevo con rapidez.

No quería que su secretaria se diera cuenta del temblor que se acababa de apoderar de sus manos, ni del sudor que había empezado a resbalar por su frente. Hasta aquel momento, había tomado todas las decisiones sin titubear, incluso las más duras, como el apresamiento a deshoras y sin previo aviso de los dirigentes políticos de los partidos a favor de mantener la unión con la Tierra. Alguno de ellos se había mostrado, digamos, un poco exigente con los agentes de la Guardia Escarlata que habían acudido a detenerle y en consecuencia había recibido un contundente correctivo físico que, según le habían comunicado, probablemente le impediría volver a caminar en su vida. Ese imbécil de Rivers... Se lo tenía merecido: él y sus mentiras ante la opinión pública habían sido el principal problema político para avanzar más rápidamente en el camino hacia la libertad de Marte. Recordó la última conversación en aquel mismo despacho, hacía sólo cuatro días.

- Eres un enfermo, Karl -le había llegado a decir, el insolente de Rivers-, tú y todos los independentistas sois unos auténticos enfermos. Creéis que los terrestres nos explotan y viven de fiesta en fiesta gracias a vuestro trabajo y que nos sangran financieramente..., pero, de verdad, ¿cuánto tiempo hace que no has ido a la Tierra? Y la última vez que fuiste, ¿te pasaste por alguna parte que no fueran los lujosos hoteles, los lujosos restaurantes, los lujosos centros comerciales, sólo al alcance de las élites y donde tan cómodo te sientes..., tan cómodos os sentís tú y los vuestros, que no habéis trabajado de verdad en vuestra miserable vida? ¿Por qué te crees que en Marte no os apoyan los trabajadores ni los obreros: sólo vuestros funcionarios, vuestros empleados públicos o vuestros desocupados? Maldito ignorante, ¿quién te crees que sostiene Marte? ¿De verdad piensas que este planeta sobreviviría él solo? ¿Con qué productos agrícolas nos alimentarás a los que vivimos aquí? ¿A quién venderás la tecnología o las materias primas de las tierras marcianas? ¿Crees que no hay competencia? ¿No has oído hablar de las nuevas explotaciones de los asteroides?

- Si yo y los míos somos enfermos, tú y los tuyos sois unos traidores -le había replicado Burrp, enfurecido-, habéis traicionado al planeta que os vio nacer, a sus tradiciones, a sus gentes... Nosotros somos mucho mejores que los terrestres, somos...

- ¡No digas más estupideces! -le interrumpió el político unionista- ¿Cómo podéis haber olvidado con tanta facilidad tantos siglos de lucha en la Tierra contra la xenofobia, contra el diferente? ¡Tantos siglos tratando de hacer la paz entre los propios seres humanos, para hermanarlos y poder afrontar juntos la exploración y la conquista de otros mundos! Tú no eres marciano, Karl Burrp, los auténticos marcianos vivieron en este planeta hace millones de años y desaparecieron entonces, hemos encontrado los restos de su cultura y lo sabemos a ciencia cierta. Tú sólo eres un terrestre que vive en Marte: eso es lo único que te diferencia de los terrestres que viven en la Tierra, porque por lo demás eres exactamente igual. Con los mismos miedos, las mismas esperanzas, las mismas ilusiones, las mismas preocupaciones... Y, por lo que veo, la misma soberbia.

Le había echado del despacho, rojo de ira. O se había ido el propio Rivers, congestionado por la discusión. No lo recordaba bien.

En todo caso, era por su culpa por lo que se estaba derramando tanta sangre en el planeta rojo que, hoy más que nunca, respondía realmente a su nombre. Si Rivers y los suyos no hubieran enardecido a los tibios, a los descreídos, si no hubieran animado a tantos a enfrentarse contra el maravilloso sueño de la independencia, no habría sido necesario desplegar tanta violencia como la que habían empleado los cuerpos paramilitares entrenados y armados en secreto por la propia Guardia Escarlata, que habían tomado por la fuerza el control de distintas poblaciones marcianas cuyos ciudadanos habían apoyado a los unionistas para seguir siendo una simple colonia. Idiotas consumados. La Historia, con mayúsculas, les había arrollado. Y la Historia la estaba haciendo él, dirigiendo aquel movimiento de ilusión, de optimismo, de libertad..., hacia una nueva era de prosperidad y maravilla para los marcianos.

Turpin. 

Turpin subía y le traía una información importante, que necesitaba conocer cuanto antes: ¿había conseguido su equipo de élite apoderarse por sorpresa de la base militar terrestre de Marvin? Aquel punto era crucial para el triunfo de la independencia. En esa base estaba el único PCD o Portal de Conexión Directa con la Tierra que no estaba bajo control civil y que por tanto no había sido neutralizado desde primera hora por los patriotas marcianos. Este tipo de accesos rápidos entre planetas, basados en tecnología de miniagujeros de gusano, permitían el paso casi instantáneo desde un punto a otro del sistema solar. Podías empezar a caminar en la Tierra y, dos pasos más allá, estar ya transitando en Marte o en la Luna o en alguno de los satélites jovianos y saturninos donde también había colonias terrestres. Pero su manejo era muy delicado y exigía una coordinación extraordinaria entre el punto de salida y el de llegada. Al comienzo de la revolución, los independentistas habían cortado de inmediato todos los accesos desde la Tierra y desde cualquier otro lugar del sistema solar. Para evitar que grupos de unionistas pudieran tomar el control de algún PCD, habían destruido todos, en lugar de limitarse a tomar el control y cerrar el acceso. Marte había quedado, así, aislado por completo y la única posibilidad de llegar al planeta rojo en ese momento radicaba en hacerlo a bordo de una nave espacial. Debido a la evolución de sus órbitas, la Tierra y Marte se encontraban ahora mismo a unos 300 días terrestres de distancia uno del otro. Y eso, suponiendo que la nave en cuestión pudiera despegar en aquel mismo instante.

Los mediocres políticos terrestres no se habían atrevido a desplegar unidades de combate en el planeta rojo en su momento, por temor a una revolución abierta, y en las últimas semanas se habían limitado a enviar a algunas unidades especiales de la Federación Policial Mundial que, nada más llegar, habían mantenido una relación muy tensa y más de un roce con la Guardia Escarlata, aunque no había pasado a mayores..., hasta el comienzo de la revolución aquella misma tarde. La resistencia de los agentes de la Federación a someterse al nuevo orden marciano y el apoyo que habían recibido de ciudadanos unionistas había desatado el enfrentamiento puro y duro. Burrp y los suyos contaban con ventaja, llevaban mucho tiempo planeando aquello y jugaban en casa. Pero, para el triunfo definitivo de la independencia marciana, era preciso apoderarse de la base de Marvin e inutilizar también su PCD. En caso contrario, la Tierra podría enviar de inmediato, a través de ese medio, todo tipo de unidades militares con sus correspondientes pertrechos y munición a las que sería difícil hacer frente y que frustrarían la independencia.

Ahora bien, en el caso de que la unidad especial de la Guardia Escarlata hubiera triunfado, Marte quedaría aislado por tiempo indefinido. Aunque sólo fueran esos 300 días, contarían con un tiempo precioso para consolidar sus posiciones, deshacerse de todos los no patriotas e imponer sus condiciones como planeta libre frente a la tiranía terrestre, organizando incluso unas elecciones generales que permitieran fundar la primera Asamblea Parlamentaria Marciana completamente independiente. Sería muy difícil, por no decir imposible, que la Tierra volviera a esclavizarles tras un año terrestre de libertad, a no ser que les declarara la guerra. Y prácticamente a nadie en la cómoda, decadente y corrupta sociedad terrestre le gustaba ya la guerra.

Un leve toque a la puerta del despacho devolvió al honorable canciller a la realidad. Se metió las manos en los bolsillos para que no se apreciara fácilmente su temblor y adoptó la pose más serena que pudo.

- Adelante -dijo, sin levantar mucho la voz y tratando de parecer entero.

El mayor comandante apareció ante él, con cara de preocupación, y Burrp se temió lo peor.

- Honorable canciller, yo...

- ¿Qué sucede? ¿Ha caído la base de Marvin? ¿Habéis logrado destruir el PCD?

- Sí, hemos tenido un completo éxito. Les hemos cogido por sorpresa y hemos neutralizado enseguida el portal de los militares. Hemos tenido algunas bajas, pocas, pero nos hemos apoderado de toda la base y...

Burrp no se contuvo más tiempo. Cruzó a grandes zancadas el espacio entre ambos y, alegre como nunca en su vida, gritando de contento, abrazó a Turpin con fuerza. ¡La nueva república planetaria estaba salvada! ¡La independencia estaba a punto de coronar su proceso con total éxito!

No prestó atención al hecho de que Turpin no le devolviera el abrazo. Se acercó a un pequeño dispositivo frigorífico en el despacho y extrajo una botella de vino espumoso.

- Ahora vamos a brindar. Estoy guardando esto desde... ¿Qué sucede, Turpin?

El mayor comandante se dejó caer pesadamente en uno de los sillones frente a la mesa del despacho de Burrp, mientras éste dejaba la botella sobre la mesa y se acercaba, preocupado.

- No lo va a creer, honorable canciller.

- ¿Qué pasa? ¡Ya sé! Esos canallas de los militares terrestres tenían otro PCD oculto y no habéis podido...

- ¡Olvídese por un momento de ellos! Los va a echar de menos... Olvídese y escúcheme. Sí, hemos tomado el PCD de la base de Marvin y lo hemos destruido, como todos los demás. No hay un sólo portal operativo en todo Marte. Estamos completamente aislados, lejos de todo y de todos.

- Pero entonces, no entiendo que...

- ¡Maldición! ¡Ponga su visor en marcha, entérese de lo que está pasando de verdad, más allá de sus ensoñaciones independentistas! -bramó el mayor comandante empleando el mando a distancia de la gran pantalla en la pared contigua al dispositivo frigorífico.

El visor se iluminó y apareció una reportera en primer plano, delante de unos edificios en llamas. Al principio, Burrp pensó que estaba trasmitiendo desde algún punto donde hubiera enfrentamientos entre la Guardia Escarlata y agentes de la Federación, pero cuando empezó a prestar atención a las palabras de la reportera, sintió un escalofrío recorriendo su espalda.

-...han llegado a las afueras de Esperanza, después de destruir por completo las poblaciones del sur de la capital marciana. Hemos hablado con fuentes oficiales de la Guardia Escarlata, que nos han confirmado que no tienen nada que ver con los traidores unionistas ni con las brutales fuerzas de ocupación de la Federación Policial Mundial sino que son -su voz tembló un instante- seres..., seres alienígenas. No sabemos si han llegado desde el espacio exterior o estamos ante una raza que habitaba Marte cuando la humanidad llegó por primera vez y que se había mantenido oculta hasta ahora, pero hemos comprobado que se trata de unos seres muy peligrosos, destructores y asesinos, que no respetan nada ni nadie y...

La reportera terminó su informe de urgencia abriendo mucho los ojos y gritando de pavor mientras la cámara que la enfocaba caía al suelo y la imagen se desvanecía lentamente, como si el mundo fuera engullido por una neblina tenebrosa. Antes de quedar completamente a oscuras, los espectadores pudieron ver los pies de la mujer intentando huir de una masa amorfa y purulenta que saltó sobre ella y la derribó. Duró menos de dos segundos. La imagen cambió y ofreció un plano medio del presentador del programa para el que trabajaba la reportera. Estaba pálido e inmóvil, en shock. Alguien con mayor entereza decidió cortar la emisión y empezar a programar anuncios.

- ¿Qué..., era..., eso? -preguntó Burrp, sin apartar la vista del visor.

- ¿Es que no lo ha escuchado? ¡No lo sabemos! -contestó Turpin a la desesperada- ¡No tenemos ni idea! Aparecieron de pronto, hace menos de una hora, en todo Marte. O, al menos, en todas las zonas de Marte donde hay gente. No tienen aspecto humano, ni tampoco animal. Son como..., como una especie de grandes y asquerosos flanes que se deslizan con una rapidez extraordinaria y que atacan sin atacar: simplemente reptan sobre sus propias babas y caen sobre ti y te destrozan porque están compuestos de algún tipo de elemento químico que quema el cuerpo humano. Les disparas o les golpeas y les da igual: absorben tus balas y tus golpes. Les arrojas una granada y explotan en mil pedazos, pero eso tampoco los mata. Los pedazos siguen su rumbo, cada uno por su lado, destrozando y haciendo daño según su mermada capacidad, mientras tienden a reunirse de nuevo para recuperar el tamaño original. Maldita sea, ni siquiera sabemos si son inteligentes. 

- Y..., ha dicho..., la mujer ha dicho que estaban en las afueras de la capital...

- Sí, he visto los suburbios del sur. Han matado a todo el mundo. No sólo a la gente: arrasan todo, también animales y plantas. Y queman igualmente los materiales comunes. Destrozan los pilares o los muros de carga de edificios y convierten a éstos en un montón de escombros en cuestión de pocos minutos. ¿No se da cuenta de lo que todos esto significa? ¡No podemos detenerlos, nos matarán a todos! Es horrible, ¡horrible!

- ¡Hay que organizar la evacuación! -reaccionó el honorable canciller- ¡Hay que sacar a la gente de aquí, empezando por mi gobierno! Esos seres maléficos no podían haber llegado en el peor momento, para destruir el sueño de la nueva república planetaria marciana, pero lo primero es lo primero y debemos salvar a la sociedad marciana, debemos movilizarnos de inmediato por la gente. Turpin, emplearemos los vehículos policiales para trasladar a los ciudadanos a los PCD más cercanos y sacarlos de Marte. No, usaremos la mitad de los PCD, la otra mitad será para que la Tierra nos envíe tropas de inmediato para que se encarguen de este problema. ¿De dónde han salido estos extraterrestres anormales?

El mayor comandante no se movió del sillón. Le miró con ojos cansados y empezó a reír quedamente.

- ¿Qué demonios le pasa ahora Turpin? -protestó Burrp.

- ¿Se está oyendo a sí mismo, honorable canciller? La mitad de los portales para evacuar y la otra mitad para traer a soldados de la Tierra. Eso hace un total de cero PCD para una tarea y cero PCD para la otra. Porque le recuerdo que, siguiendo sus órdenes, los hemos destruido todos. Estamos a 300 días de distancia de la Tierra. No..., a más, porque allí no saben lo que está sucediendo ahora mismo. Y cuando lo sepan, cuando lleguen aquí dentro de un año o más, ya llevaremos todos muertos mucho tiempo.

El honorable canciller Karl Burrp había soñado con hacer de Marte la gran república planetaria que iluminara como un nuevo sol la política del sistema solar, pero acababa de comprender que sólo podría aspirar a la categoría de estrella fugaz.





viernes, 8 de diciembre de 2017

Sangre negra

Uno de los primeros recuerdos que conservo de cuando era pequeñito y tenía poquita voz (como diría la Gran Matriarca Ojos de Hielo) y empezaba a interesarme por el entorno de este planeta -al que habían vuelto a enviarme por enésima vez debido a ciertas travesuras juveniles cometidas mucho tiempo atrás en el sistema de Aldebarán- es un libro de los que antes se llamaban "de Ciencias Naturales" en el que leí la primera explicación acerca del origen del petróleo. En el libro había varias ilustraciones que representaban el mismo lugar en distintas épocas históricas. E incluso prehistóricas, porque el primer dibujo mostraba a varios dinosaurios en una de esas selvas lujuriosas y pantanosas con las que se asocian sistemáticamente en el imaginario popular. El siguiente mostraba a los mismos dinosaurios muertos, hundiéndose en el pantano. Los demás explicaban que, a medida que los cuerpos de las grandes bestias se iban descomponiendo, se convertían en petróleo. El último dibujo mostraba una inmensa mancha negra, una bolsa de crudo, ubicada bajo tierra porque el antaño selvático y pantanoso paisaje había sido cubierto por sucesivas capas de sedimento y en la capa de la superficie había gente caminando y alguna casa con dos o tres árboles.

"Caramba", recuerdo que pensé para mí, "cuántos dinosaurios tuvo que haber en la antigüedad para que ahora podamos usar tanto petróleo, con la cantidad de coches que hay en el mundo." Esto pensaba, con total inocencia, en una época en la que había muchos menos coches que hoy y se usaba mucho menos petróleo que hoy. Y no sólo para convertirlo en gasolina o gasóleo sino en un montón de productos (asfalto, aceites lubricantes, gases licuados como el butano..., y plásticos, muchos plásticos) que la mayoría de la gente no se para a pensar que tienen el mismo origen que ese líquido oscuro, viscoso y maloliente por el que tantas guerras se ha librado y tanta sangre se ha derramado en los últimos ciento y pico años.

Hoy las definiciones científicas del petróleo son bastante más amplias que la de aquella vieja lectura y ya no se achaca el origen del petróleo exclusivamente a los restos de los dinosaurios. Está oficialmente descrito como un líquido bituminoso de origen natural compuesto a partir de distintas sustancias orgánicas (o sea, no sólo de sesos de Tiranosaurio desechos, como me imaginaba siendo niño) en una mezcla compleja cuyos procesos químicos de transformación no están del todo claros. Las reservas que podemos explotar son las más próximas a la superficie: grandes cantidades de crudo contenidas dentro de "trampas geológicas", como inmensos lagos subterráneos que contienen este preciado elemento para el desarrollo de nuestra actual civilización. Sin embargo, en realidad el origen del crudo está por aclarar, como tantas otras verdades que se toman como tal por defecto, debido a que una mayoría de técnicos están de acuerdo en la definición aunque no exista una confirmación inapelable al respecto. Pero, ¿y si el llamado oro negro no es exactamente lo que nos dicen?

Por cierto, el mismo libro donde aparecían los dibujos de dinosaurios-transmutados-en-petróleo también incluía una siniestra profecía acerca de las reservas disponibles. Según su advertencia, para el año 2.000 se habrían consumido por completo o estarían en vías de agotamiento sin solución y el mundo se enfrentaría a una crisis sin precedentes ante la necesidad de seguir consumiendo energía, cada vez en mayores cantidades -ahí si acertó-, y la imposibilidad de disponer de más crudo. O se encontraba alguna energía alternativa con rapidez o nos esperaba un futuro apocalíptico. Cuando leí esto por vez primera faltaban unos 30 años para terminar el milenio. Luego lo he vuelto a leer muchas más veces, pero los sucesivos profetas han ido chutando el balón hacia delante (es curioso, pero ha pasado algo parecido con la "conquista" de Marte: dijeron que los astronautas llegarían al Planeta Rojo antes del 2000 y luego lo han ido retrasando, con planes cada vez "mejor diseñados" pero que lo único que han hecho ha sido ir retrasando la fecha "probable" diez o veinte años más adelante, sin que el viaje termine de llegar). Hace unos días, por ejemplo, un experto como tantos otros decía que, como mucho, teníamos reservas hasta 2.050 y que seguramente ya habíamos pasado el peak oil (pico petrolero), un concepto que se ha puesto muy de moda en los últimos años y que hace referencia al punto de máxima extracción a precios competitivos. Se supone que, una vez superado ese pico, la curva de consumo petrolero comenzará a descender porque cada vez habrá menos bolsas petroleras que explotar y será más difícil y menos rentable hacerlo, por su profundidad o por su calidad o por ambas cosas.

Bueno, el caso es que, a día de hoy, viernes 8 de diciembre de 2017, el precio del barril de petróleo de las dos variedades de referencia en Occidente está en torno a los 60 dólares -a 62,58 el Brent al cierre del mercado de Londres y a 57,07 el WTI al cierre del de Nueva York-, en una tendencia alcista que según los que dicen saber de estas cosas es preocupante. ¡Eh! ¿Ya nadie se acuerda de que hace tres años el precio del barril superaba con holgura los 100 dólares? En julio de 2008 ¡llegó a los 145 dólares por barril! En aquella época, se dijo que ese precio se debía a "tensiones internacionales" (que es uno de esos argumentos que los oscuros analistas internacionales utilizan para todo, igual que, cuando los arqueólogos encuentran un objeto de una antigua civilización que no cuadra mucho con lo que se sabe de ella, suelen recurrir a la explicación de "seguramente es una pieza ceremonial") y algunos citaron los problemas en Nigeria o Paquistán, el mayor consumo de energía en China e India o la debilidad del dólar. 

Hoy día hay bastantes más problemas que los de Nigeria o Paquistán (otro día hablamos de cómo se están poniendo las cosas en Oriente Medio, por ejemplo), China e India consumen más todavía que hace un decenio y el dólar tiene menos credibilidad como moneda que nunca (menos en las películas de atracos de Hollywood, donde nunca veremos complejas operaciones para conseguir enormes botines en euros, yenes o incluso bitcoins). Y además han pasado diez años. A pesar de eso, un bien que se supone es tan escaso y está en vías de agotamiento como es el petróleo no sólo no tiene un precio más elevado sino que es algo más de un 50 % más barato. ¿Qué está sucediendo aquí?

Las explicaciones más comunes hablan de una combinación de tecnología y otras energías. En cuanto a la primera, hoy disponemos de tecnologías muy superiores a las utilizadas durante todo el siglo XX que nos permiten, primero, localizar antes y mejor las grandes bolsas de reservas petroleras (y aumentar así las previsiones de las susodichas reservas); segundo, extraer y transportar de forma más rápida y eficiente el crudo de esas bolsas; tercero, optimizar la rentabilidad de ese producto a la hora de refinarlo y utilizarlo con distintos objetivos. En cuanto a la segunda, en estos últimos años no sólo han mejorado las expectativas de la industria petrolera sino de otras industrias energéticas que pueden competir ya en muchos casos con éxito: desde la electricidad, cada vez más presente en todas partes, hasta (¡por fin!) las renovables, que han crecido en Europa en los últimos años (y podrían haber crecido mucho más si los mismos gobiernos europeos que dicen ser tan ecologistas no estuvieran integrados por algunos personajes dispuestos a venderse a los intereses de las grandes multinacionales y boicotearan su desarrollo, porque las renovables podrían poner mucha energía barata al alcance de todo el mundo, lo cual no interesa a quienes controlan los mercados internacionales). 

Hay en la actualidad distintas investigaciones en marcha para conseguir energías limpias y baratas, constantemente saboteadas para no salir adelante porque conseguirían que la energía dejara de ser un arma para controlar el planeta. Por ejemplo, el motor de agua. La fórmula del agua es H20 porque cada molécula del líquido elemento contiene dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. ¿Hay algo más sencillo que diseñar un motor que descomponga esos átomos y permita usar el hidrógeno como combustible y expulsar el oxígeno como residuo (de manera que, además, se conseguiría aire más limpio cuanto más se utilizara)? De hecho, no; como han demostrado distintos inventores que a lo largo de los últimos años han desarrollado esta idea e incluso la han llegado a presentar públicamente, pero ninguno ha conseguido que la industria la llevara a la práctica en la vida real. Particularmente, conozco el caso de un señor de Madrid que, al menos hasta hace muy poco, seguía utilizando su propio coche (que había utilizado como prototipo) con un motor de agua, sin consumir absolutamente ninguna gasolina. No podía alcanzar velocidades de Fórmula 1, pero para ir a 80 ó 90 kilómetros por hora ya le daba. Este hombre vendió su idea registrada a una conocida marca petrolera que le pagó mucho dinero..., para guardarla en un cajón, donde continúa bajo llave.

Hay también diversos estudios para conseguir petróleo sintético. La mayor parte del combustible que utilizó Alemania durante la Segunda Guerra Mundial era sintético, conseguido a partir de carbón hidrogenado. Y entre los experimentos en marcha en los últimos años tenemos, precisamente en España, el llamado petróleo azul, a base de algas y dióxido de carbono.

Pero vayamos un paso más allá: ¿y si el petróleo no fuera una energía fósil? ¿Y si no estuviera compuesto realmente de materia orgánica? ¿Y si fuera un recurso, no inagotable (porque nada lo es en el mundo material) sino mucho más grande de lo que nos imaginamos? En 2o14, un geólogo y periodista finlandés llamado Konstantin Ranks habló de esta posibilidad, a partir de los estudios de varios científicos americanos y rusos. De ellos sacaba la conclusión de que existe una capa de agua sobrecalentada y vapor bajo la corteza terrestre, que contendría más líquido que todos los océanos y mares en la superficie de la Tierra y que explicaría tanto el movimiento de las placas tectónicas como el de las erupciones volcánicas. La versión formal que hoy se maneja sobre lo que hay en el interior del planeta no contempla algo similar, pero ya hemos comentado por aquí en más de una ocasión acerca de lo poco que se sabe (decir que sabemos poco es decir que sabemos algo) sobre la composición del interior de la Tierra, que sigue siendo, a pesar de las teorías formales en boga, un misterio. 

Ranks se basaba en las trazas de ringwoodita (un mineral de nombre exótico, descubierto por primera vez en 1969 dentro de un meteorito -el Tenham- y que puede encontrarse vinculado con otros minerales como el vidrio de silicato de magnesio; de hecho, se trata de un nesosilicato como el topacio o el circón, del grupo del olivino) descubiertas por unos científicos canadienses de la universidad de Alberta en un diamante encontrado en Brasil en 2008. El diamante procedía del interior de un volcán brasileño y, según los  investigadores, había sido generado a una profundidad original de 643 kilómetros. Aún así, los restos de ringwoodita del diamante contenían una cantidad llamativa de agua. ¿Cómo era posible? Un trabajo publicado en 2014 Science por el equipo del geólogo e investigador Gonzalo Preto, con personal de las universidades de Northwestern y Nuevo México, llegaba a la conclusión de que el manto terrestre poseía enormes cantidades de este material y que éste resultaba imprescindible para el ciclo del agua en la Tierra. En su opinión, actúa como una especie de esponja para contener agua en forma química, lo que unido al hecho de que es muy abundante en los meteoritos, le entronca con la teoría, que ha venido cobrando fuerza en los últimos años, de que el agua llegó a nuestro planeta a bordo de estos mensajeros del espacio.

Científicos del Instituto Siberiano de Geología y Mineralogía encontraron también huellas de petróleo, no sólo de ringwoodita, en varios diamantes. Sumando ambos hechos, Ranks llegaba a la conclusión de que el verdadero origen del petróleo es..., inorgánico.  Se formaría a partir de procesos químicos naturales que se producen a altísimas temperaturas y presiones en el interior del planeta. Y lo haría constantemente, para aflorar poco a poco hacia las regiones superiores, más próximas a la superficie terrestre. Esta visión del crudo es muy diferente de la que tenemos actualmente: un producto almacenado en cantidades concretas y embolsadas en puntos determinados que, una vez consumido, quedaría agotado. En opinión de Ranks, estaríamos ante un recurso inagotable, siempre que fuera gestionado con cabeza, sin sobreexplotación ni derroche.

¿Y si el petróleo fuera la sangre de la Tierra?










viernes, 1 de diciembre de 2017

Gudaris en Guadalcanal

No deja de asombrarme que el homo sapiens común considere la Historia como una materia aburrida y que sólo sea capaz de acercarse a ella a través de ficciones más o menos elaboradas en forma de novelas de aventuras o, más corrientemente, de películas y teleseries donde el escenario histórico sirve de mera ambientación a una relación romántica y/o pasional con los consabidos clichés del folletín adaptados a cada época. ¡Pero si hay pocas cosas más apasionantes que el estudio de la vida de nuestros antepasados, que en el fondo  (y en la forma, para los que somos inmortales) es también la nuestra! Y, por cierto, también hay pocas cosas más divertidas que desmontar los cuentos que sobre ellos nos inventamos...

Un ejemplo, entre otros muchos. Hace pocos años, una gran mayoría de medios de comunicación españoles -especialmente, los vascos- se hicieron eco de una curiosa historia que contenía el libro Los españoles en la Guerra del Pacífico sobre la presencia española en este frente durante la Segunda Guerra Mundial. No era nueva, pero se puso otra vez de moda al ser rescatada por este texto, según el cual, el ejército de EE.UU. empleó el euskera junto a varios idiomas de nativos norteamericanos para cifrar sus mensajes en la zona y evitar así que los japoneses pudieran entenderlos en caso de interceptarlos. Los especialistas en la materia (por ejemplo los del Instituto Smithsonian) ya habían documentado desde hacía tiempo que las tropas yankees emplearon las muy minoritarias lenguas (en el caso de algún dialecto, apenas se utilizaba entonces en un puñado de aldeas) de comanches, kiowas, pawnees, hopis o cherokees, entre otras tribus indias, como verdaderos códigos secretos para transmitir informaciones militares secretas por radio. 

Quizás el caso más conocido sea el del idioma navajo, empleado por los marines para la perfecta encriptación de sus mensajes por dos razones principales. En primer lugar, casi nadie lo habla (y en aquella época, aún menos porque a pocas personas les interesaba conservar la herencia cultural nativa, tradicionalmente despreciada y ninguneada en los Estados Unidos, aunque hoy está muy de moda) y, en segundo, como este idioma carece lógicamente de términos contemporáneos para definir el armamento moderno, fue necesario crear un código dentro del código: un metalenguaje. Por ejemplo, un torpedo se describía como "pez con cáscara" y una bomba teledirigida como "huevo volador". Así, los nipones se enfrentaban a un triple reto: primero, interceptar el mensaje. Segundo, traducirlo del navajo. Tercero, averiguar qué diablos significaban exactamente los términos utilizados. Fracasaron en el empeño y, de hecho, las transmisiones les funcionaron tan bien a los militares norteamericanos que, de apenas una treintena de navajos reclutados en mayo de 1942 por el ejército de los Estados Unidos, se pasó a los al menos 400 que estaban en activo al final de la guerra.

 En medio de este panorama, ¿qué pintaba el euskera? ¿Tan incultos eran los militares norteamericanos que pensaban estar ante otro idioma indio?

Por supuesto que no. Según el relato divulgado por la edición mexicana de Euzko Deya (una publicación originalmente vasca y mantenida en América por el gobierno autonómico vasco, entonces en el exilio tras la última guerra civil española), la posibilidad de emplear el euskera como código incomprensible para los japoneses habría surgido gracias al capitán estadounidense Frank D. Carranza, nacido en México pero, aquí está la gracia, de padres vizcaínos. En la misma fecha en la que se estaba reclutando a los navajos (y a otros nativos) para enviarlos al Pacífico, Carranza estaba junto al general Leberfeld, en el cuartel general de la flota norteamericana instalado en San Francisco. Llegaron entonces a la base en torno a medio centenar de jóvenes reclutas procedentes de Idaho, Nevada, Montana, Oregón y la propia California que eran, como él mismo, hijos de vascos emigrados y con conocimientos de pastoreo. Según esta publicación, casi todos "hablaban un mal castellano, un inglés regular y un buen vascuence". Fue entonces cuando a Carranza se le encendió la bombilla y decidió que el euskera podía ser tan bueno o mejor que los idiomas indios para burlar las escuchas japonesas.

Formado y entrenado el equipo a sugerencia del capitán, que tomó a su mando al también capitán Nemesio Aguirre y a los tenientes Fernández Bacaicoa y Juanana, los nuevos responsables de comunicaciones probaron su idioma en distintos ensayos. Finalmente, empezaron a usarlo en serio durante los viajes de los convoyes de carga que navegaban por el Pacífico, de acuerdo a una plantilla en la que se empleaban diversas lenguas: al euskera le tocó los lunes y viernes, mientras que el martes y el jueves era el turno del oswego, el miércoles  se usaba el iroqués, el jueves se hablaba en lakota o sioux y el sábado se empleaba un código especial que no fue revelado. El éxito de esta iniciativa llevó a plantear el empleo del euskera durante la batalla de Guadalcanal y el primer mensaje que se radió durante esta campaña vital para el resultado final del conflicto en este frente fue, el 1 de agosto de 1942: "Egon, arretaz X egunari" que en euskera significa "Atención al día X" en referencia al 7 de agosto, cuando comenzó la ofensiva con el desembarco de los marines en Guadalcanal, Tulagi y Florida, al sur de las islas Salomón.

A partir de ahí, los euskoamericanos transmitieron mucha información ante la desesperación de los nipones, con el propio Carranza desplegado en el asalto. Algunas de las órdenes transmitidas fueron recogidas en la publicación, como por ejemplo "Sagarra eragintza zazpi" ("La Operación Manzana -el desembarco de los marines- empezará a las siete"),"Gabaumba gudari-talde asko 100.000" ("Las tropas japonesas suman 100.000 soldados") y "Hondartzak aurretatu" ("Es imprescindible remontar las playas").

El propio Carranza confirmó la historia, ya teniente coronel, durante una visita a Vitoria en 1952, camino de la ciudad germana de Wiesbaden donde estaban instaladas parte de las tropas de ocupación yankees que desde el final de la Segunda Guerra Mundial mantiene el país de las barras y estrellas en Europa bajo distintas fórmulas de legalidad. El diario Deia, heredero en cierta forma del Euzko Deya, publicó más tarde, en abril de 1979, que el perspicaz Carranza sobrevivió "sin un rasguño" a la batalla de Guadalcanal y posteriormente fue trasladado a Europa, donde combatió también a las tropas alemanas pero..., "acaba de morir atropellado por un coche a la salida de su casa en la Quinta Avenida neoyorquina". Un final a lo Lawrence de Arabia, vaya.

¿No es una historia emocionante? En realidad, lo sería..., si fuera verdad. Existieron los soldados norteamericanos de origen nativo que utilizaron sus idiomas en Guadalcanal y en todo el Pacífico. Existieron los japoneses desesperados por no saber interpretarlos. Existieron algunos militares alistados de orígenes vascos en 1942 aunque ninguno trabajó en comunicaciones. Existió el Euzko Deya y existe el Deia. Lo que no existió fue el batallón especial de transmisores en euskera: ni Carranza, ni Aguirre, ni Fernandez Bacaicoa, ni Juanana, ni ninguno de los demás participó jamás en una unidad de este tipo. Entre otras cosas porque ninguno de ellos existió jamás. Todos son inventados y nadie sabe muy bien por qué, aunque visto desde la distancia todo indica que estamos ante la típica operación de desinformación con fines desconocidos en las que la OSS, posteriormente 
conocida como CIA, siempre ha sido una maestra. Dos investigadores (precisamente vascos), Pedro J. Oiarzabal y Guillermo Tabernilla, han demostrado la falsedad de este cuento en una investigación publicada por la revista digital Saibigain. Ambos examinaron todos los documentos habidos y por haber en los archivos de los servicios de inteligencia y otros de Estados Unidos, el Reino Unido e incluso en la documentación oficial del País Vasco y su conclusión fue que no existía absolutamente ninguna fuente real, primaria, que confirmara esta "hazaña bélica" de la que se viene hablando desde hace más de sesenta años como si de verdad fuera real. En la que mucha gente sigue creyendo ahora mismo y probablemente seguirá haciéndolo en el futuro, hasta que poco a poco se imponga la verdad, si es que se impone más allá de los estudiosos y los eruditos en la materia. Eso de destruir mitos nunca ha sido un oficio popular.

 ¿No es apasionante el tema histórico? O, mejor dicho, de las mentiras históricas. Estoy recordando ahora que hace ya unos cuantos años, creo que en los inicios de esta bitácora, cité por vez primera los interesantes trabajos del matemático ucraniano Anatoli Fomenko, reconvertido en historiador por una de esas casualidades de la vida que tienen aspecto de ser más bien causalidades inspiradas por vaya usted a saber qué circunstancias concretas. Su fascinante hipótesis, la recuerdo para los recién llegados, es que no vivimos en la época en la que pensamos vivir. Es decir, ahora mismo no estamos en diciembre de 2017 sino de un año muy anterior del calendario porque a éste le faltan, literalmente, varios siglos, según sus investigaciones. El fragmento de tiempo inexistente más largo que detectó este científico fue entre el 614 y el 911 d.C.: casi tres siglos que, no es que alguien los haya robado de un día para otro sino que, simplemente, no existieron en la realidad, pese a lo que diga la versión oficialmente aceptada (por lo demás, cualquier lector habitual por aquí conoce el respeto que le tenemos en ésta, nuestra dimensión paralela particular, a las versiones oficialmente aceptadas). Aunque en cierto momento de sus trabajos se plantea si en realidad lo que nos falta no son tres siglos sino casi mil años, entre el siglo I y el X. Puede parecer una barbaridad, pero Fomenko no habla por hablar. Trabajó durante muchos años, de forma harto minuciosa, escarbando en más de 1.500 fuentes diferentes y publicó varios gruesos volúmenes en los que, entre otras cosas, demostraba la absoluta imposibilidad de fechar con precisión ni un solo acontecimiento histórico anterior al siglo XI d.C., un hecho verdaderamente impactante.

Ni qué decir tiene que tanto él como sus discípulos, que desde su primera publicación han proseguido su labor (silenciada sistemáticamente en Occidente) son ignorados o, en el mejor de los casos, desprestigiados con el uso de esa expresión tan en boga ahora mismo según la cual lo que hacen es "practicar una pseudociencia para engañar a la gente". Aunque, si uno se pone a diseccionar la acusación, lo cierto es que no queda muy claro con qué propósito querrían engañarla porque el hombre, que ya es un anciano, no se ha hecho precisamente millonario con esta tesis. Y, si era fama lo que buscaba, hay que decir que muy poca gente le conoce por sus tesis históricas sino más bien por sus labores matemáticas, más que reconocidas, hasta el punto de que le supusieron recoger diferentes premios (como el de la Sociedad de Matemática de Moscú en 1974 y el estatal de la Federación Rusa en 1996) y ocupar desde 1994 uno de los puestos de miembro numerario de la Academia de Ciencias de Rusia. ¿De verdad es creíble que un matemático de trayectoria reconocida y prestigiosa se dedique a las pseudociencias?

Pero me temo que no es la lógica lo que prima aquí, sino el miedo, si es que no existen otros intereses ocultos detrás de la negativa siquiera a plantearse la posibilidad de esta tesis ante "el volumen de trabajos previos de la comunidad de historiadores", "la fuerza de las pruebas arqueológicas" o "la existencia de evidencias de otras civilizaciones no europeas". Porque, ¿y si tuviera razón? ¿Y si Fomenko hubiera encontrado la fórmula de desmontar la versión oficial? 

Los tres argumentos que se oponen a la tesis del ucraniano carecen de la fuerza real con la que se les quiere dotar. En cuanto al primero, ¿cuántos historiadores han hecho una investigación histórica digna de ese nombre, en lugar de limitarse a copiar o, mejor dicho, documentarse, en los textos de sus predecesores para llegar a sus propias conclusiones sin saber en verdad si estaban equivocados o no? (ejemplo: el famoso error de Dionisio el Exiguo a la hora de datar el año cero se descubrió hace pocos años, pero nadie se atrevió a dudar de sus cálculos durante siglos). En cuanto al segundo, ¿cuántos objetos podemos datar con verdadera precisión? (ejemplo: el famoso escándalo artificial en torno a la supuesta "medievalidad" de la "falsificada" Sábana Santa, cuando existen multitud de investigaciones con conclusiones definitivas de que, sí, este lienzo se remonta realmente a la época de Jesús -otra cosa es que envolviera o no su cuerpo-). En cuanto al tercero, ¿de verdad pensamos que no puede haber errores, manipulaciones o directamente falsificaciones en las evidencias de civilizaciones ajenas a Europa, cuando no somos capaces de eliminar estos problemas al cien por cien en las del Viejo Continente? (ejemplo: las famosas momias de gentes caucásicas, rubias y pelirrojas en la zona china de Sinkiang, con todos los enigmas que plantea su existencia, cuyos restos fueron ocultados por las autoridades asiáticas hasta que unos estudiosos europeos las dieron a conocer).

El caso es que últimamente estamos viendo otras voces discrepantes respecto a la versión autorizada, en distintos países. Por ejemplo, uno de los historiadores germanos que dudan de la versión oficial (y por tanto han sido criticados a placer, sobre todo en Internet) es Herbert Illig. Como su colega ucraniano, Illig cree que faltan esos cerca de 300 años, de forma que, en lugar de en 2017, estaríamos viviendo en 1720, ¡en el auténtico siglo XVIII! Necesito un poco de 
rapé... Se basa entre otras cosas en el cálculo del tiempo a partir de los anillos de los troncos de los árboles y del planteamiento de varias cuestiones de índole 
lógica como por ejemplo, ¿por qué tenemos tantos restos arqueológicos romanos, griegos y egipcios de la antigüedad pero no hay textos, pinturas, esculturas o construcciones dañables en las épocas "desaparecidas"? Otra pregunta curiosa en este sentido: ¿por qué hay noticias de contactos entre Canarias y Europa o África desde la época de los fenicios hasta el siglo III d.C., pero no desde este último siglo al XIII? ¿Acaso el archipiélago de las islas afortunadas estuvo casi mil años aislado? Un historiador británico especializado en arqueología, Peter James, habla también de la pérdida de 300 años, pero entre la Edad del Bronce y la histórica, entre 1.175 a.C. y 850 A.C. Otro tunecino, Youssef Sedi, ha demostrado la existencia de un idioma árabe escrito "bastante homogéneo" en inscripciones halladas en Siria, Arabia, Yemen, la zona mesopotámica..., desde la época helénica hasta el III d.C. pero no hay forma de encontrar documentos escritos desde ese último siglo hasta el IX d.C.: ¿se olvidó todo el mundo de escribir durante ese período? Podríamos seguir con la lista, pero es cada vez más larga y este artículo ya es bastante extenso.

Seguro que si le pregunto a Mac Namara me daría una (o varias) explicaciones conspiranoicas para explicar todo esto pero, sinceramente, creo que no hace falta. Sólo es una cuestión de lógica: la forma que tenemos de medir el tiempo hoy día es muy moderna. Eso de que seamos capaces de decir que son las 22:50 del 1 de diciembre de 2017 es un brindis al sol, porque nuestro calendario contemporáneo es, como quien dice, de antes de ayer y no hay forma humana de saber si esta fecha en la que decimos vivir es cierta. A lo largo de los siglos casi nadie ha tenido conciencia de en qué momento estaba viviendo porque le daba exactamente igual. La gente era consciente de vivir en el año 12 del reinado de tal monarca, o en el 562 de la fundación de su ciudad, pero poco más. Sabía si era más o menos mediodía o si el crepúsculo estaba próximo, pero ignoraba la hora exacta. Contaba las semanas porque había un día festivo en el que se suponía que la religión le permitía no trabajar. Contaba los meses porque el ciclo lunar era el menstrual y porque necesitaba saber la época del año en que vivía para ajustarse a las labores del campo, no por otra razón. A nadie le preocupaba en absoluto la fecha o la hora exactas. Sólo un puñado de estudiosos, sabios y científicos a lo largo de toda la Historia han intentado organizar el tiempo humano, pero adaptándolo a su momento particular, sin vocación real de continuidad a lo largo de los siglos o los milenios. 

Esa obsesión que hoy tenemos por marcar cada instante no existió hasta muy recientemente. En el fondo, me da la impresión de que es la mejor prueba de la decadencia y desmoronamiento definitivo a corto plazo de nuestra sociedad. A nuestros antepasados sólo les interesaba un tiempo, el de la inmortalidad, mientras nosotros vivimos obsesionados por registrar cada segundo, como si intuyéramos que ya nos quedan pocos...