Se supone que sabemos un montón de cosas pero no sabemos nada. Ejemplo: La Biblia es el libro más vendido del mundo o, para ser exactos, la colección de libros más vendida del mundo. Allí encontramos de todo y escrito por muchas manos: desde los mitos de los antiguos pueblos mesopotámicos hasta las reglas para convertirse en una persona honesta y bondadosa, pasando por toda suerte de sucesos, asesinatos, incestos, guerras, aventuras y hasta posibles abducciones extraterrestres. Lo mejor y lo peor de la manera de ser del homo sapiens. Cuando le preguntamos a alguien (al menos en Occidente) si conoce La Biblia y la ha leído, por lo general suele decir que sí pues conserva algún ejemplar de sus mayores o incluso el suyo propio; en todo caso puede consultarla íntegra en Internet. Sin embargo, esta afirmación es real sólo en parte, porque lo más probable es que conozca únicamente los episodios más populares de los distintos libros que la componen. Y ni siquiera en profundidad. Veamos un ejemplo clásico.
¿Quién no ha oído hablar de los famosos sueños del faraón interpretados por José, aquél que fuera vendido como esclavo por sus propios y envidiosos hermanos? Según El Génesis, ninguno de los oráculos del rey egipcio supo interpretar el significado de sus visiones oníricas (lo cual es una de las innumerables pruebas acerca de las groseras manipulaciones que contiene el texto bíblico, puesto que si algo sobraba en la Antigüedad en Egipto eran magos e iniciados de todos los tipos y tamaños, incluyendo expertos intérpretes de sueños) acerca de las siete novillas gordas y las siete flacas (y las siete espigas grandes y lustrosas junto con las siete espigas flacas y macilentas) que equivalían a la predicción de siete años de gran prosperidad y otros siete de hambruna. Sólo José habría atinado con la correcta traducción de estas ensoñaciones, lo que le hizo ganar el favor del faraón y le dio la oportunidad de hacer una meteórica carrera en su administración hasta el punto de convertirse en su mano derecha: el hombre más poderoso de todo Egipto, después de él... Cuando se recuerda este episodio al común de los mortales, éste suele concluirlo tirando de su frágil memoria de la siguiente manera: "Gracias a la advertencia de José y a su atinada administración durante los siete años de gran prosperidad, se pudo acumular comida suficiente para afrontar sin problemas los siguientes siete años de hambruna dando de comer al pueblo necesitado". Y colorín, colorado, final feliz.
Pues no.
Aquéllos que, resumiendo lo que cuenta el texto bíblico, se quedaron con esta impresión demuestran que o bien jamás han leído este libro (o al menos este fragmento del libro) o lo leyeron tan mal que ya ni se acuerdan. Copio textualmente de la edición bíblica que tenemos en la Universidad de Dios, una versión crítica sobre los textos hebreo, arameo y griego editada por la BAC (Biblioteca de autores Cristianos) firmada por el catedrático en lengua hebrea Francisco Cantera Burgos y el profesor del Instituto Bíblico de Roma Manuel Iglesias González en el año 1979 (los paréntesis aclaratorios son míos):
"... el hambre arreció mucho y estaban agotados por el hambre el país de Egipto y el país de Canaán (ya habían pasado los siete años de bonanza y acababan de empezar los siete de miseria). Así, pues, José recogió toda la plata que pudo hallarse en el país de Egipto y en el país de Canaán a cambio del grano que estos compraban; e ingresó José la plata en el erario de Faraón (vamos, que José y el faraón se hicieron de oro o, mejor dicho, de plata, vendiendo a buen precio el grano acumulado durante el período de abundancia). Cuando se hubo acabado la plata de Egipto y del país de Canaán, vinieron todos los egipcios a José diciendo: '- ¡Danos pan! ¿Por qué hemos de morir a presencia tuya por falta de plata?' José contestó: '-Entregad vuestro ganado y yo os daré pan a cambio de vuestro ganado, si falta la plata'. Trajeron, pues, su ganado a José y José dióles pan a cambio de los caballos, de los hatos de ganado menor, de los hatos de ganado vacuno y de los asnos, proveyéndoles de pan en aquel año a trueque de todo su ganado" (o sea, tras embolsarse todo el dinero disponible, José completó el negocio con el faraón apoderándose de los bienes más preciados de la gente de aquella época: su ganado).
Hay algo aún más grave, pues al siguiente año el hambre seguía y los egipcios no tenían con qué pagar su sustento. Su desesperación llegó a tal punto que se presentaron ante José y dijeron: "'...pues se ha acabado la plata y los hatos del ganado han ido a parar a mi señor, no queda a disposición de mi señor sino nuestro cuerpo y nuestro suelo. ¿Por qué habremos de perecer ante tus ojos nosotros y nuestro suelo? ¡Cómpranos, pues, con el suelo nuestro a cambio de pan, y nosotros y nuestro suelo seremos esclavos de Faraón! (venderse a sí mismo o a algún familiar como esclavo en caso de carecer de un medio estable de supervivencia era una costumbre común en la Antigüedad y duró de esa manera al menos hasta la época del imperio romano: Hollywood rueda de tanto en tanto alguna película donde se ve cómo el héroe progresa desde el estado de esclavo al de liberto pero rara vez muestra el proceso inverso, mucho más común) ¡Danos semilla, para que podamos vivir y no muramos y la tierra no quede yerma!' (atención a esta frase, porque es clave en la conclusión del presente artículo) Así adquirió José todo el suelo de Egipto para Faraón, porque los egipcios vendieron cada uno su campo, ya que el hambre pesaba fuertemente sobre ellos. Quedó, pues, la tierra propiedad de Faraón y al pueblo lo redujo a esclavitud de un extremo de la frontera de Egipto hasta el otro. Sólo la tierra perteneciente a los sacerdotes no compró, porque los sacerdotes se beneficiaban de un decreto de Faraón y comían de la renta que Faraón habíales asignado. Por eso no vendieron su propiedad rústica" (de donde se deduce que, antes de las disposiciones de José, la mayoría de los egipcios eran ciudadanos libres, pero no les quedó más remedio que someterse a la esclavitud para seguir viviendo y, como suele suceder en estos casos, el poder fáctico de la religión organizada de turno se libera de este tipo de ataduras recibiendo una atención especial).
Para concluir, cuando José había puesto ya a todos los egipcios bajo su yugo aún tiene la desfachatez de soltarles lo siguiente: "'... He aquí que os he adquirido hoy a vosotros y vuestro suelo para Faraón. Ahí tenéis semilla para que sembréis el suelo. A cada cosecha entregaréis el quinto a Faraón y las otras cuatro partes serán para vosotros, para sementera del campo y alimento vuestro y de quienes moren en vuestras casas y para que coman vuestras familias' (...) José impuso, pues, por ley hasta el día de hoy sobre el suelo de Egipto, el dar a Faraón un quinto." De esta manera queda definitivamente al descubierto el carácter miserable y ruin del simpático José porque, sólo después de haber despojado y arruinado a los egipcios con el visto bueno del primero que debía haber cuidado del bienestar de su pueblo (el corrupto faraón), sólo después de haberles reducido a la esclavitud (¡habiendo sido esclavo él mismo!) y además imponerles impuestos gratuitamente (un quinto de las cosechas), sólo entonces les facilita la semilla que precisaban los ciudadanos para sus campos y de la cual ellos no disponían por los siete años de malas cosechas. No obstante, esa semilla existía en cantidades enormes desde hacía años y estaba controlada por José pues, según recoge previamente la obra: "... amontonó José trigo en mucha cantidad, comparable a la arena del mar, hasta el extremo de tener que cesar de computarlo, pues era innumerable."
En resumidas cuentas, lo que se nos está detallando en esta narración es una de las mayores estafas de la Historia Antigua, con dos tiparracos que disponían de lo que hoy llamaríamos información privilegiada (el faraón y José, los únicos que sabían lo que iba a ocurrir durante los catorce años siguientes) y se aprovecharon de una tremenda calamidad pública para enriquecerse hasta límites obscenos a costa de todo el pueblo. Aún más, con lo que José había acumulado en sus graneros, podía no sólo haber dado de comer a la gente sino, si hubiera sido de verdad un gobernante honesto y bueno, facilitarle la semilla suficiente para sembrar de nuevo los campos durante los sucesivos años de hambre. Pero esto lo hace sólo al final, cuando la tiene ya bajo sus botas. En cuanto a los poderes fácticos, que podrían haber ayudado al pueblo, prefieren mirar hacia otro lado: la administración y el ejército, porque están pagados por el faraón y José; y los religiosos, porque disponen de un "convenio especial", una especie de concordato que les permite seguir viviendo más o menos bien a pesar de la penuria general...
Sí, claro, es sólo una historia, sin ningún tipo de prueba científica para corroborarla. Nadie ha demostrado que existiera realmente José, que los sueños se hicieran realidad y todo lo demás..., pero lo importante no es el hecho histórico sino la relevancia que conceden, La Biblia primero y sus exégetas después, a lo largo de los milenios e incluso a día de hoy, tanto en las sinagogas como en las iglesias, a todo el relato. Recordemos para los despistados que, tanto en el Judaísmo como en el Cristianismo contemporáneo, ésta y el resto de historias contenidas en el libro más vendido del mundo (al menos en su primera parte, justo donde sus protagonistas cometen una barbaridad tras otra, la mayor parte de ellas ante la paciencia e incluso complacencia de su dios) son dogma de fe a partir del momento de que se trata de un texto "sagrado" por haber sido "revelado" por Dios... Y lo más importante, lo más inquietante: ¿todo lo ocurrido en el relato no nos resulta tremendamente familiar? ¿Acaso no estamos viviendo en este momento en todo el mundo, y en especial en Occidente, unos duros momentos (¡años, ya!) de novillas flacas después de haber disfrutado de otros de novillas gordas, mientras nuestros modernos faraones y contemporáneos Josés siguen ganando dinero a espuertas y se agranda cada día que pasa la brecha entre los muy muy ricos y el resto de la población, víctima de la esclavitud financiera?
Insisto: sabemos mucho pero no sabemos nada.