Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 31 de marzo de 2017

El significado de la conversación

Una de las principales enseñanzas sobre las que insiste prácticamente a diario el mulá Nasrudin en sus clases de la Universidad de Dios es en la necesidad de comprender por qué las cosas son como son, por qué suceden unos hechos y no otros, cuál es la razón oculta que se esconde tras el devenir en apariencia irrelevante de los sucesos más vulgares. "Podéis pensar que da igual salir cinco minutos antes o después de vuestra casa", decía hace poco, "pero ese lapso de tiempo determina lo que sucederá durante el resto de la jornada... Cuando los antiguos explicaban que a quien madruga Dios le ayuda no andaban equivocados y, si no me creéis, haced la prueba. Madrugad un día sin tener necesidad de hacerlo, sólo por un esfuerzo de vuestra voluntad. Y ved qué ocurre ese día y en qué se diferencia de los demás..."

Mi profesor de Misticismo y Paradojas insiste, una y otra vez (y yo le creo), en que "todo tiene un significado, absolutamente todo; pero estamos tan dormidos que no lo comprendemos hasta mucho tiempo después..., si es que alguna vez llegamos a comprenderlo". Y también: "todo aquél de entre vosotros que logre desarrollar de verdad la capacidad de ver por debajo de lo aparente, de no quedarse pegado en la imagen, de comprender el significado de lo que le sucede más allá de lo que parece que le sucede, se habrá apoderado de un arma formidable para conseguir cuanto desee en su vida". Ni qué decir tiene que todos los alumnos nos hemos puesto como locos a intentar adquirir esta visión profunda de la existencia, este poder alquímico de quintaesenciar nuestras vivencias.

Para que apreciáramos mejor el valor de comprender y saber interpretar lo que nos pasas en el día a día, nos relató una de sus historias, de cuando vivía en Bagdad en la corte de un califa que le apreciaba mucho por su peculiar sabiduría. Por ese motivo, justamente, los eruditos locales le envidiaban y trataban de meterle en problemas siempre que podían. Un día llegó a la ciudad un eminente sabio procedente de la India exigiendo discutir importantes asuntos teológicos con la persona más docta que residiera en Bagdad. Ninguno de los eruditos estaba dispuesto a arriesgarse a ese debate pues temían que le indio supiera más que ellos y les dejara en evidencia. Tras considerar el asunto, propusieron al califa que encargara a Nasrudin de esta conversación de prestigio. Pensaban que sería fácilmente derrotado por el indio y que, al verse deshonrado, sería desterrado de la corte.

Nasrudin aceptó el reto con naturalidad, como de costumbre, pero no hablaba la lengua del indio ni éste la suya y, como se trataba de un debate personal que debía transcurrir sin intérpretes, los eruditos propusieron que se desarrollara gestualmente, comunicándose ambos contendientes por señas. Aquello, pensaron, despistaría aún más al mulá y le llevaría a cometer más errores.

Así que la discusión comenzó cuando el indio dibujó en el centro de la sala un círculo y luego esperó la respuesta de Nasrudin. Éste se acercó y trazó una línea que lo partió en dos mitades. El indio no dijo nada y, a continuación, Nasrudin dibujó otra línea, ahora perpendicular, que lo dividió en cuatro pedazos. Señaló tres y a sí mismo e hizo un gesto para apartar la cuarta.

El indio asintió y movió sus manos. Luego empezó a abrir sus palmas y agitar los dedos arriba y abajo. Nasrudin respondió señalando el círculo y el sabio visitante asintió de nuevo. Se dio unas cuantas palmadas en el estómago y Nasrudin sacó un huevo cocido de un bolsillo e hizo movimientos ondulantes con una mano.

Después de eso, el indio se humilló humildemente ante Nasrudin, le besó las manos y se retiró.

El califa estaba entusiasmado. No había entendido nada de lo ocurrido (ni tampoco los sabios, todo hay que decirlo, que estaban muy decepcionados por el fracaso de su plan) pero era evidente que Nasrudin había derrotado al sabio extranjero, así que ordenó cubrirle de oro. Luego hizo llamar al indio antes de que se marchara de su palacio para una recepción privada en el curso de la cual le preguntó, a través de un traductor, de qué habían hablado exactamente. Esto contestó el indio:

- Durante los últimos años he viajado por todo el mundo para hablar con las personas más cultas e inteligentes que he podido encontrar. Sé que a ellos les preocupaba cómo es la Tierra. Por ejemplo, qué forma tiene: redonda o plana. Quise saber lo que tenían que decir vuestros estudiosos porque hasta ahora no había encontrado en estas tierras nadie digno de mis conocimientos. Así que delante de Nasrudin dibujé un círculo para expresarle mi opinión de que la Tierra es redonda. Y él no sólo estuvo de acuerdo en esto, sino que primero la partió en dos para indicar el norte y el sur y a continuación en cuatro porciones, de las que se quedó con tres y apartó otra. Indudablemente, se refería a las tres cuartas partes del mundo que son océanos y sólo una es tierra emergida. Algo que no conocen todas las personas ilustradas con las que he tratado...

- ¡Y todo eso sin palabras: es maravilloso! -exclamó el califa- ¿Qué os dijisteis en la segunda parte de la conversación?

- Le pregunté por esa cuarta parte, donde crecen las plantas y donde vivimos nosotros. Como los árboles y las cosechas son tan importantes, pues animales y seres humanos vivimos gracias a los vegetales, moví mis manos imitando la ondulación y el crecimiento de las plantas y con los dedos imité los rayos del sol y a la vez la lluvia del cielo indicando que gracias a ellos existimos. Nasrudin señaló el círculo para recordarme que la vida en todo caso sólo puede existir en nuestro planeta, gracias al designio divino. Entonces me toqué a mí mismo para saber qué opinaba sobre los seres humanos y él sacó ese huevo del bolsillo para recordarme que nacemos tan frágiles como los pollos dentro del cascarón. Y, para terminar, hizo esos movimientos ondulantes con su mano al objeto de explicar que nuestro destino es crecer desde esa condición de pollos para poder volar cuanto más alto mejor, como el águila... La verdad es que vuestro hombre es muy sabio, estoy contento de haberle conocido y de que le hayáis recompensado y me marcho satisfecho por saber que también entre vuestro pueblo hay gente tan juiciosa.

La respuesta satisfizo sobremanera al califa quien pensó en ampliar la recompensa para Nasrudin. Despidió amablemente al indio e hizo llamar al mulá para que acudiera a otra audiencia particular con el fin de conocer su interpretación de este extraño diálogo. Y esto fue lo que contó:

- El indio no era un sabio sino un hombre codicioso con mucho apetito. Antes de que pudiéramos discutir de nada serio, dibujó un círculo en el suelo para pedir que le diéramos un plato grande de arroz con pollo y especias. Dibujé una línea para dividir el plato y así sugerirle que, si luego íbamos a polemizar, deberíamos compartir la comida. Pero él no se dignó contestar así que le amenacé con quedarme con tres cuartas partes del plato y dejarle sólo la cuarta porción. Sin arredrarse, este glotón levantaba sus manos como pidiendo pasar directamente al plato de estofado. Así que le señalé de nuevo el círculo recordándole que primero debíamos resolver qué hacíamos con el primer plato porque es de mala educación pedir el segundo sin haber siquiera empezado el anterior. Aún así, insistió dándose palmadas en el estómago para indicar el hambre que tenía..., así que tuve que sacar el huevo cocido que metí esta mañana en mi bolsillo para comer aquí en palacio sobre la marcha porque no tuve tiempo de desayunar en mi casa. De esta manera le demostré que tenía más hambre que él y, por tanto, razón. ¡Creo que le convencí definitivamente, porque se retiró después de inclinarse ante mí!


viernes, 24 de marzo de 2017

La ingenuidad de Robert Clayton Dean

Tony Scott rodó en 1998 una película de la que ya algo se ha comentado por aquí con el título de Enemy of the State (Enemigo del Estado, literalmente) y que se estrenó en español con otro nombre menos sólido: Enemigo público. Es uno de esos largometrajes que rara vez programan en las parrillas televisivas donde proliferan sin embargo las cintas de violencia gratuita, pesimismo vital o simplemente sin sentido. Y es atractiva porque relata muy bien el despertar de un homo sapiens corriente a la realidad del país y del mundo en el que vive, tan alejada de lo que había supuesto hasta el momento. El protagonista es Robert Clayton Dean (interpretado por un Will Smith sobseactuado, como de costumbre), un abogado de Washington D.C. de trayectoria modélica, vida familiar y acomodadas preocupaciones pequeñoburguesas. Este hombre conservador, que obedece fielmente las normas de su sociedad, desestima con paternalismo las dudas y críticas de su esposa Carla -otra profesional reconocida- hacia el creciente control ciudadano, que se manifiesta de múltiples formas. "No me importa que tengan mis datos o me controlen. No he hecho nada malo y nadie va a venir a detenerme" dice, iluso él, mientras sonríe condescendiente a su mujer.

Pero... Un día se ve involucrado por azar en un asesinato de Estado cometido por agentes de la NSA (atención: esta película se rodó hace casi 20 años, cuando muy poca gente hablaba de la NSA o conocía incluso la existencia de esta superagencia secreta que, por lo demás, sigue siéndolo a fecha de hoy, entre otras cosas gracias a la cantidad de noticias que periódicamente se generan para desviar la atención hacia la CIA). Estos individuos matan en un parque a un congresista de los EE.UU. y una inoportuna cámara camuflada para el seguimiento de aves capta el dramático momento Por una serie de peripecias, la grabación del asesinato acaba -sin saberlo él- en el bolsillo del amigo Robert, que empieza a ser perseguido por toda la ciudad pues los agentes de la NSA quieren recuperar las imágenes para evitar que lleguen a la prensa y se monte el gran escándalo... Lo cierto es que, aunque en este tipo de películas todo se solucione llevando "las pruebas" de lo que hacen "los malos" a "los periódicos" para que alguien indefinido -¿el sistema? ¿la justicia? ¿el presidente de los EE.UU.?- les castigue, en la vida real esto da exactamente lo mismo, y cada vez más. En la prensa diaria de los últimos años hemos visto diferentes tipos de sinvergonzonerías protagonizadas por servicios secretos de varios países y no ha pasado nada, más allá de algún que otro cambio puntual del alto cargo de turno. Los ciudadanos contemplan estas historias como las vacas ven pasar los trenes, sin darle la menor importancia y terminar de entender su significado. En el mejor de los casos, se entretienen viéndolas en la tele como si estuvieran en el cine con sus palomitas y sus refrescos disfrutando de una historieta de 007.

El caso es que el bueno de Robert tiene que huir de su casa, dejando a su familia, y poner tierra por medio mientras la NSA se inventa toda una historia sobre él, le acusa públicamente de cuanto se le ocurre y le persigue con todo tipo de material de inteligencia que, en la época en la que se estrenó esta película, podía sonar casi a ciencia ficción pero hoy parece obsoleto a ratos: ¡pocas escenas cinematográficas resisten peor el paso del tiempo que aquéllas en las que podemos ver los teléfonos o los ordenadores que usan sus protagonistas y los comparamos con los que usamos en la actualidad! Cuando vi esta película pro primera vez, todavía estaba en fase de construcción la mitología de Osama Ben Laden y Al Qaeda. De hecho, ese mismo año de 1998 se le achacaron los atentados simultáneos con bomba a las embajadas norteamericanas en Nairobi y Dar es Salaam, que costaron más de 220 muertos y miles de heridos. Recuerdo que pensé, sonriendo, lo sencillo que debería ser localizar al ya entonces enemigo público número 1 de EE.UU. empleando sólo la parte de la tecnología que aparece en la película que ya se sabía que existía.

Al final, Robert se ve obligado a recurrir a la única persona que le puede ayudar a resolver el entuerto: Edward Lyle, alias Brill (un seudónimo ambiguo, puesto que en inglés igual puede referirse al diminutivo de brillante que al rodaballo), que vive obsesionado por evitar la vigilancia de la NSA, enclaustrado en una extravagante residencia al estilo del personaje de Mel Gibson en Conspiracy Theory (otra película que hay que ver y analizar con detalle). Brill (cuyo papel corre a cargo de un excelente Gene Hackman) es un ex agente, sabe cómo funcionan sus antiguos colegas y, en uno de sus diálogos, explica al abogado perseguido que en el mundo contemporáneo "la única privacidad que queda es la que está en nuestras mentes". Esta idea, que en aquel momento algún crítico reseñó como una "exageración", ya no lo es en absoluto. Probablemente no lo fuera incluso en 1998. Ah, se me olvidaba..., el "malo" está interpretado por John Voight, padre de Angelina Jolie y asociado en algunos mentiremos con ciertos grupos de poder en la sombra... En cuanto al final de la historia, no es muy difícil predecir lo que sucede: a Hollywood le chiflan los finales felices o, al menos en aquella época, todavía le chiflaban.

Hay una serie más moderna, producida por el canal de televisión norteamericano CBS y que ha sido emitida en España con frecuencia y horarios irregulares, en distintos canales, que trata temas parecidos: Person of Interest (Persona de interés, si bien por aquí se emitió con uno de esos títulos forzados medio en español, medio en inglés, que fue Vigilados: person of interest). Con guión de J.J. Abrams y Jonathan Nolan y protagonizada por Jim Caviezel (en el papel de John Reese, ex boina verde y ex agente de la CIA, dado por muerto pero reclutado por ) y Michael Emerson (que asume el papel del misterioso millonario Harold Finch, con un excepcional talento para el desarrollo de software y que de hecho ha desarrollado un programa informático fabuloso con el cual se puede predecir quién será víctima y quién agresor en un crimen por suceder), duró apenas cinco temporadas pese a su creciente número de fans..., quizá porque contaba demasiadas cosas.

El programa de Finch permite acceder a la Máquina, otro nombre para el sistema Echelon -u otro similar que estén empleando en estos momentos las principales agencias norteamericanas-. Es decir, una especie de Gran Hermano o sistema de vigilancia programado para registrar datos de todo el mundo y analizarlos a nivel masivo. En la serie, a los servicios secretos sólo les interesa los datos recogidos por la Máquina relacionados con el terrorismo y el resto se eliminan, pero Emerson con su programa tiene acceso a estos otros actos criminales y se dedica a resolver los casos que generan, con ayuda de Reese. Y entonces surge una conspiración gubernamental, conocida como El Programa...

(Entre paréntesis: ya en 1995, antes del estreno de Enemigo público, Irwin Winkler había rodado y estrenado una película más modesta protagonizada por Sandra Bullock con el título The Net -La Red- en la que advertía contra lo que se nos venía encima. Bullock interpretaba a Angela Bennett, una aburrida analista informática especializada en detectar virus y anomalías en los sistemas, que descubre un programa de acceso a bases de datos secretas. Se ve así envuelta en la trama conspirativa de rigor, en la que pasa por una experiencia similar a la del Robert del largometraje de Scott: con sus tarjetas inutilizadas, su imagen empañada con crímenes que nunca cometió pero que se le achacan oficialmente, etc. Una denuncia temprana del poder de las interconexiones informáticas que tampoco fue tomada como tal, sino como simple entretenimiento.)

Hace un par de años, leí una breve entrevista al alemán Udo Helmbrecht, por entonces director ejecutivo de ENISA, la agencia Europa de control y seguridad de redes informáticas y comunicaciones electrónicas, en la que se refería a asuntos como las medidas adoptadas por varios países de la UE para vigilar de manera masiva y extrajudicial las comunicaciones privadas con la excusa del control antiterrorista. Helmbrecht reconocía que tras lo del 11-S se tomaron tantas medidas que "si comparamos la Europa de 1995 con la de 20 años después, ha cambiado" aunque la privacidad y la seguridad a nivel europeo estaban, a su juicio, "equilibradas". Eso sí: "no existe una seguridad al cien por cien" porque, por aparentemente sólido que sea un sistema criptográfico "estoy perfectamente seguro de que alguien encontrará algoritmos para vulnerarlo" porque "matemáticos inteligentes hay por todos lados". Preguntado por lo que aconsejaría a un ciudadano europeo para resguardar sus comunicaciones electrónicas legales, se mostraba tajante: "si quiere seguridad, no utilice internet"...

A día de hoy, el panorama es aún más orwelliano si cabe, puesto que ya sabemos (y aceptamos, sin darnos cuenta de lo que eso significa realmente) que no es que podamos ser espiados sino que estamos siendo constantemente espiados y ya no sólo por nuestros teléfonos "inteligentes" o nuestros ordenadores, sino por cada vez un mayor número de objetos. Por ejemplo, los televisores. ¿Quién, con un mínimo grado de lucidez paranoica, no ha mirado alguna vez de reojo al televisor de su casa preguntándose si, de la misma forma que desde el salón se podía ver lo que hacía la gente en otros lugares a veces muy lejanos, no habría alguien mirándonos a nosotros desde el otro lado?  Hubo rumores de televisores espía durante varios años hasta que se ha confirmado recientemente que sí a través de los expedientes de Wikileaks, que la CIA puede emplear los sistemas de los televisores "inteligentes" de la marca Samsung -y de alguna más, seguramente- para captar y recibir las conversaciones y quizá las imágenes de sus usuarios. En la clásica novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451, publicada en 1953, ya se explicaba cómo podía funcionar un Gran Hermano de este tipo con el televisor como canal de participación en ambas direcciones. En esta obra, se describía una sociedad estupidizada y manipulada por la imagen en las pantallas, que odiaba y destruía los libros y el proceso de reflexión generado por ellos, de una manera muy parecida a la que estamos viviendo ya en la actualidad.

Y los televisores son el primer paso. No hay más que ver las novedades tecnológicas para apreciar como "nos venden la moto" respecto a lo "maravilloso" que va a ser disponer del conocido como Internet de las Cosas mediante el cual cada vez más y más objetos de nuestro entorno cotidiano "aprenderán de nosotros" y empezarán a intercambiarse información y a cuchichear sobre lo que debemos o no hacer. Estas máquinas llegarán supuestamente para servirnos, realmente lo harán para controlarnos cada vez más. Coches que nos llevarán solos, neveras que decidirán por nosotros lo que comprar, calefacciones que se encenderán cuando lo juzguen oportuno, programas que nos indicarán cuándo salir, a dónde y qué hacer para "facilitarnos" la vida. En verdad, para deshumanizarnos progresivamente, mientras nuestras actividades, nuestros gustos, nuestros placeres, nuestros documentos, nuestras decisiones..., nuestro todo pasa a formar parte de un expediente individual en el que se va construyendo un perfil personal muy detallado que ignoramos quién manejará en el futuro y para qué. Un perfil que, por si fuera poco, nos encargamos de completar voluntariamente facilitando todo tipo de datos en teoría privados a través de nuestro tránsito imprudentemente expansivo por las redes sociales (una web de investigación norteamericana publicaba realmente que Facebook dispone de una media de una docena de proveedores de datos por cada uno de sus usuarios, sin contar las opiniones directas que damos o los simples like que tecleamos). 

Ah, y no olvidemos la huella digital: últimamente se presenta como lo más moderno y lo más cool de todo utilizar smartphones que sólo pueden abrirse y quedan protegidos con la huella de su usuario. ¿Nos damos cuenta de lo que eso significa? Hasta no hace tantos años, que alguien te tomara las huellas equivalía a estar siendo fichado como delincuente y por tanto puesto bajo control policial. Ahora, incluso esa parte tan íntima de nuestro cuerpo (distinta en cada persona, pues no existen dos huella digitales iguales) la entregamos sin más, junto con todo el resto de informaciones que nos definen. "Tranquilos, las huellas no salen del terminal", dicen los fabricantes, y yo me acuerdo del ingenuo de Robert Clayton Dean...

En estos momentos, el gran problema para el espionaje mundial masivo al que estamos siendo sometidos no es recopilar los datos, sino organizarlos. Existe tal volumen de información disponible, que hace mucho tiempo que se convirtió en imposible para un ser humano manejarla, organizarla y analizarla por sí mismo, sin ayuda de las máquinas. Por eso hay tanta gente trabajando en el diseño de nuevos algoritmos y en el manejo de eso que se ha dado en llamar Big Data. Es sólo cuestión de tiempo que alguien consiga la fórmula del Little Data, por así decir -si es que no se ha conseguido y se está empleando ya, por ejemplo en las agencias de inteligencia-. Esto es, la manera no ya de sacar rendimiento a grandes volúmenes de datos obtenidos de un montón de personas, sino a los datos de una sola de ellas.

"No soy tan importante como para ser perseguido por la NSA o la CIA", es el pensamiento burlón que puedo escuchar desde aquí. Pero es que no hace falta que uno sea importante, en ningún sentido. Basta con que uno haya sido radiografiado, evaluado y archivado, como si fuera una cosa en lugar de un ser humano, para que alguien, en alguna parte, pueda utilizarle a discreción en el futuro, en las circunstancias adecuadas. O para ser quitado de en medio, discretamente -"que parezca un accidente"- si resulta molesto. No deja de asombrarme la desmemoria del homo sapiens contemporáneo acerca de las enseñanzas históricas que son, en su mayor parte, enseñanzas acerca de las distintas formas de tiranía que han dominado a esta especie desde que tenemos recuerdo de su existencia...


 



viernes, 17 de marzo de 2017

Haz bien...

Eso de que vivimos en el mundo de las postverdades y las fake news y que ya no podemos fiarnos de nadie no es exactamente cierto. Es decir, sí..., pero no es que haya pasado en nuestra época contemporánea sino que ha sido así siempre. Llevamos toda la vida -o sea, toda la Historia- viviendo y actuando en un mundo de mentira, hábilmente disfrazado para parecer como si fuera de verdad. Pensamos que las cosas son de una manera y creemos que han sucedido como nos las cuentan, pero si uno se toma la molestia de comprobarlo por sí mismo termina descubriendo -y más pronto que tarde- que en realidad esas cosas son de otra manera muy diferente y que mucho de lo que nos han contado pasó exactamente al revés. El show de Truman es la película que conviene recordar en este caso. Con el tiempo, se acaba descubriendo que ni siquiera uno mismo es quien toda la vida ha pensado ser. Ése es el grado de inflexión definitivo para los discípulos aventajados en la conspiranoia, como mi gato Mac Namara sin ir más lejos. Y, en ese momento, una de dos: o tu cabeza explosiona y tu vida sale disparada como un cohete sin rumbo que terminará quemándose como parte del espectáculo general de fuegos artificiales o tu cabeza implosiona y tienes una -frágil, pequeña y limitada, pero la tienes- oportunidad de averiguar quién eres y qué estás haciendo aquí. El camino de la Sabiduría es, ciertamente, peligroso pero eso ya nos lo contaron Jasón, Orfeo, Herakles y tantos otros, así que deberíamos sabernos a lo que nos exponemos.

No, no podemos fiarnos de nadie, se lamenta el coro de homo sapiens, y la prensa nos ofrece una tras otra, la larga lista de evidencias que así lo demuestra. El último caso, este mismo mes de marzo, ha sido el de Francisco Sanz, un tipo que se dedicaba a lloriquear por las redes sociales lamentándose de los "dos mil tumores" que le aquejaban y amenazaban su vida desde hacía un par de años así como de la inmensa cantidad de dinero que necesitaba reunir para curarse. Decía padecer Síndrome de Cowden, una enfermedad genética que amenazaba con matarle en cualquier momento por cáncer, y consiguió conmover el corazón de algunos famosetes como los actores José Mota y Santi Rodríguez o los presentadores Jesús Vázquez y Pedro Sánchez Aguado, que le apoyaron en distintas campañas para recaudar donaciones. "No quiero perder la esperanza en la solidaridad de la gente", repetía como un mantram mientras se llenaba los bolsillos con dinero ajeno para poder, decía, someterse a una terapia experimental en EE.UU. que le permitiera tratar su dolencia y curarse. Le detuvieron hace unos días acusado de estafa, blanqueo de capitales y apropiación indebida.

Llovía sobre mojado, porque el pasado mes de diciembre se descubrió la presunta estafa organizada por los padres de la niña Nadia Nerea con los mismos elementos -y uno más para añadirle dramatismo al caso: se trataba de una menor de edad, que eso agita aún más las conciencias-: afectada por una enfermedad genética, la tricotiodistrofia, que le abocaba a una muerte inminente a no ser que lograra reunir una cantidad astronómica de dinero para ser tratada por eminentes médicos extranjeros. Como muchos medios de comunicación, especialmente los televisivos, andan desesperadamente a la caza de personajes vendibles para incrementar su audiencia (y hay que ver lo que vende -y engaña- todo lo relacionado con la solidaridad, o lo que la gente cree que es la solidaridad), el caso se hizo un hueco en varios de ellos y permitió recaudar, según el propio padre de la pequeña, Fernando Blanco, 153.000 euros en cuatro días. También contó con el apoyo de otro grupo de famosetes como Belén Esteban, Ana Pastor o Alejandro Sanz. Y eso que el caso en sí no era nuevo: Blanco viene contando su historieta en los medios desde 2008. Periódicamente, ha reaparecido pidiendo más fondos para los tratamientos y operaciones que aseguraba necesita su hija y, a medida que ha ido pasando el tiempo, ha complicado aún más el guión en un intento por darle credibilidad..., aunque bastaba con fijarse un poquito para darse cuenta de que ha conseguido justamente lo contrario.

De hecho, varios detalles de sus últimas apariciones en los media hacían que su historia oliera muy mal, aunque casi todo el mundo pasó por encima de ellos porque, cuando uno se para a reflexionar en lo que significan la "luces rojas" que nos encontramos a veces en el camino, se ve obligado a despertar y, por lo general, la gente prefiere vivir arrobada en sus dulces sueños antes que enfrentarse a la dura e implacable realidad. Por citar sólo un par de esos detalles, recordemos cuando Blanco contaba que la operación a que debía someterse la niña "haciéndole varios agujeros por la nuca" estaba "prohibida en España" (!) o cuando insistía en su peregrinaje internacional para "fichar a los mejores especialistas" en países tan dispares como Guatemala, India, Rusia, Brasil, Cuba, Chile... En ellos habría reclutado un "grupo secreto" de científicos de vanguardia incluyendo, cómo no, algunos investigadores militares y liderado por un médico de la NASA supuestamente llamado Ed Brown que ahora se reunían periódicamente para tratar el caso de su hija. ¡Incluso se había trasladado a Afganistán, donde decía haber pasado un mes "bajo las bombas" con objeto de encontrar la cueva donde se escondía uno de los principales especialistas del mundo! Si llega a decir que ese especialista se llamaba Osama Ben Laden hubiera colado igual, porque cuando el homo sapiens se desborda emocionalmente está dispuesto a creer en cualquier tontería y, cuanto más grande, con mayor facilidad.

 El constante recurso a los supuestamente importantísimos especialistas internacionales, generalmente norteamericanos, que se emplea para adornar este tipo de historias demuestra un brutal desconocimiento, tanto por parte del timador como por parte de la audiencia que se deja timar, del elevado nivel del que goza la sanidad española. No necesitamos irnos a ninguna parte. Disponemos aquí de una sanidad que, con sus problemas y sus defectos, no sólo se encuentra entre las mejores del mundo sino que además lo es también desde lo público. Justo ahí, por cierto, radica su gran talón de Aquiles puesto que no sólo padece un grave problema de recorte financiero en sus presupuestos sino, aún peor (aunque no se puede insistir en esto en voz alta porque la-secta-de-los-políticamente-correctos te llama de todo si lo haces),  una sobresaturación que debemos a nuestra "simpática" clase política, empeñada en construirse una imagen humanitaria a base de derrochar una cantidad indecente de millones de euros en tratar de resolver los problemas de todos los desposeídos del mundo, antes que atender a los propios nacionales.

Por cierto, no sólo hay caraduras en España. Hay muchos jetas sueltos por el mundo viviendo de la  solidaridad o, mejor dicho, de la credulidad ajena. Ahí está el caso del venezolano Frank Serpa, acusado de estafa y falsedad documental tras embolsarse al menos 12.000 euros en España con otra historia de falso cáncer. O el del británico Eli Stewart que, con sólo 19 años (habiendo empezado tan joven a timar a sus semejantes, este tipo promete), fingió padecer otro cáncer terminal que iba a poner fin a su vida en apenas unos meses por lo que, ohhhh qué lamentable, no podría cumplir su "sueño de ser un cantante". O el de la australiana Belle Gibson, que se inventó un cáncer cerebral del que se habría curado gracias a terapias alternativas como la medicina ayurvédica y una dieta sin azúcar y sin gluten (!), y a la que los jueces de su país han condenado ya por engañar a la opinión pública y multarán en breve con una cantidad que podría alcanzar los 156.000 euros.

Detrás de todos estos casos se ocultan razones económicas, claro, las de los timadores..., pero también algo más profundo: la proyección ajena y el miedo a la muerte. La mayoría de las personas que donaron alguna cantidad de dinero a los protagonistas de estas estafas lo han hecho, seguramente, con la esperanza de que a ellos les suceda lo mismo si algún día se ven en esa situación. "Eh, yo he sido solidario. Sedlo vosotros conmigo cuando lo necesite, 'quid pro quo'...", piensan en su interior (y no suelen hacerlo precisamente en un nivel consciente). Es una especie de pacto sobreentendido, como cuando llega una ambulancia con la sirena puesta y las luces parpadeando: ¿cuántos de los conductores se apartan por verdadera compasión y respeto hacia la persona en riesgo grave de salud que es transportada a bordo y cuántos lo hacen para mantener la costumbre de que todos los conductores lo hagan siempre, pensando en que si a ellos les llega el momento de viajar como paciente también serán respetados y les franquearán el paso? Estamos ante una pura proyección.

Y es, también, miedo a la muerte. La inmensa mayoría de cuentos que utilizan los profesionales de la "venta de penalidades" giran en torno a la muerte como gran amenaza. "Ayudadme, porque si no me voy a morir sin poder cumplir mis sueños". Como si los donantes, como si todo el resto del mundo, no fuera a morir también en algún momento, quizás incluso antes que la persona a la que entregan ese dinero, y, en un porcentaje abrumador, sin cumplir sus propios sueños. En esos casos queda bastante a la vista la ceguera interior y la falta de educación moral y espiritual -no religiosa- de tantas personas que se han creído el cuento de que la vida física es el mayor bien a su disposición.

En la Universidad de Dios, mi tutor el Gran Thoth suele repetirnos, entre otras, una sentencia muy aplicable en estos casos: "Haz bien..., pero mira muy bien a quién."



viernes, 10 de marzo de 2017

Un camino solitario

Cierto experimento científico llevado a cabo hace pocos años demostró lo sencillo que resultaba educar a un grupo de primates para que hicieran lo que los investigadores deseaban que hicieran, habiendo educado previamente sólo a uno de ellos. Por resumirlo mucho, se trataba de introducir un chimpancé nuevo en un grupo de cuatro o cinco acostumbrados a reaccionar de una manera determinada ante un estímulo concreto. El nuevo aprendía de los anteriores y, en muy poco tiempo, estaba haciendo lo mismo por absurdo que fuera el comportamiento. Luego se le dejaba solo y seguía respondiendo de la misma manera. La última etapa del experimento consistía en introducir otros chimpancés diferentes que, a su vez, aprendían del primero. Recuerdo esto ahora porque el otro día vi un video que contenía la misma experiencia científica pero ahora aplicada a primates "superiores", vulgo homo sapiens. Se trataba de una mujer que llegaba a una consulta médica donde había otras personas esperando. Se sentaba ella también pero entonces sonaba un timbre y todos los que estaban allí se levantaban un momento y volvían a sentarse, sin dar más importancia al hecho. Al principio, la mujer se queda muy sorprendida, pero pronto empieza a imitar al resto de los presentes (todos ellos, por supuesto, son ganchos que colaboran en el experimento) que, poco a poco, empiezan a ser llamados a la consulta y se van. En un momento dado, la mujer se queda sola en la sala de espera pero sigue levantándose cuando suena el timbre. Entonces, empiezan a llegar nuevas personas (que no son ganchos) que, a su vez, imitan a la primera mujer. Cuando ella finalmente es llamada a consulta, los nuevos siguen haciendo lo mismo: levantándose con el timbre.

Mucha gente se ha tomado a risa este video, aunque refleja muy bien la eficacia de las respuestas condicionadas. Son incapaces de comprender su verdadera importancia puesto que ésa es exactamente la forma con la que somos educados y, desde hace tantas generaciones, que ya lo hemos olvidado. Actuamos, reaccionamos, incluso pensamos, de manera mecánica, según nos han enseñado a actuar, reaccionar y pensar aquéllos que nos precedieron, a los que tampoco podemos culpar de nada porque a su vez lo aprendieron de los que vivieron antes que ellos, quienes a su vez...

Aún más. Contemplando lo sencillo que resulta condicionar y acostumbrar a alguien a comportarse de una forma determinada, el panorama que enfrentamos en la actualidad es todavía más pavoroso que el de nuestros ancestros pues, al fin y al cabo, su forma de adaptarse a la vida la desarrollaron  a lo largo de la experiencia de los siglos, por transmisión de conocimiento de padres a hijos, y, si la mantuvieron, fue precisamente porque les funcionaba. Desterremos ya de una vez esa delirante idea moderna de que nuestros antepasados eran idiotas por el mero hecho de haber vivido antes que nosotros (lo he dicho ya muchas veces, pero lo repetiré las que haga falta). No es así. Los antiguos serían antiguos, pero no eran idiotas ni, desde luego, más analfabetos que nosotros, por más que no supieran leer o escribir, pues entendían otros lenguajes útiles para la supervivencia, de los cuales la mayoría de nosotros no conoce ni su existencia.

De hecho, un inmenso porcentaje de nuestros antepasados podía arreglárselas para sobrevivir de una manera u otra en medio de la Naturaleza, mientras que nosotros somos cada vez más débiles, más llorones, más pasivos, más infantiles..., y si nos dejaran abandonados en medio del campo para ver cómo salimos de la situación, lo primero que haríamos sería ver si nuestro teléfono móvil tiene cobertura para pedir que alguien venga a buscarnos. Siempre he admirado la épica del colono norteamericano, abandonado a su suerte en un rancho en medio de la nada, con el vecino más próximo a no sé cuántas millas a caballo, y con la obligación de resolverse sus propios problemas. Hoy, la inmensa mayoría de los ciudadanos occidentales se pasa el día llamando al electricista, al fontanero, al pintor, al técnico del gas, al..., para que le arregle lo que se siente incapaz no ya de arreglar sino de intentar aprender a arreglar.

Decía antes que el panorama hoy es más pavoroso, porque el patrón de pensamientos y comportamientos de nuestros ancestros había sido construido al fin y al cabo por las generaciones anteriores: éramos lo que nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos y el resto de familiares habían hecho de nosotros. Pero ahora no sucede así. El patrón que nos esclaviza hoy día nos ha sido impuesto desde fuera. Y desde fuera se puede cambiar las veces que haga falta, con mucha más sencillez que nunca. Nos han cambiado los hilos de la marioneta por chips ultrarrápidos. No vemos los hilos y pensamos que por primera vez en la Historia somos por fin libres..., cuando en realidad estamos más robotizados y bajo control que nunca.

La técnica para conseguir transferir el control sobre los homo sapiens es sencilla y está explicada en otros artículos de esta bitácora con distintos ejemplos. En resumen, se trata de impulsar cambios pequeños, imperceptibles, a los cuales la gente se vaya acostumbrando lentamente para luego ir apoyándose en ellos y profundizar. Atornillar poco a poco, sin mucha molestia puntual, si bien a la larga el dolor se volverá insoportable. Para romper una gran roca de granito, una vieja técnica de cantería consistía en hacer un pequeño agujero en ella y meter una cuña de madera que, al mojarse, se hinchaba y hacía presión hasta resquebrajarla. Naturalmente, una sola cuña poco daño podía hacer. Pero si se practicaban los agujeros suficientes en los ángulos indicados, se introducían sendas cuñas y luego se mojaban todas, el resultado era que la gran roca se fragmentaba a no mucho tardar y sin más esfuerzo.

Un ejemplo de como funciona esto en nuestra sociedad actual: las autoridades de los distintos países necesitan cada vez más dinero para pagar la trampa de la usura, absolutamente impagable, con la que los Amos dominan hoy a tantos gobiernos a través de la deuda externa (resulta interesante que ningún gran medio de comunicación hable nunca del asombroso hecho de que todos los países del mundo tienen deuda externa y no es entre ellos sino que todos deben al mismo reducido número de personas por lo que, pensando un poco, la solución a este problema podría ser relativamente sencilla...). En consecuencia, es necesario inventar nuevos impuestos constantemente. Pero los ciudadanos están ya esquilmados y no admiten pagar más con facilidad. Así que es necesario inventarse excusas cada vez más imaginativas. Ir, por ejemplo, a por su corazón. Y así, últimamente, funciona bastante bien entre los ingenuos homo sapiens la extorsión basada en las causas "solidarias" y "humanas", como la ayuda a los refugiados de donde sea (en lugar de ayudar a los pobres del propio país, que sería seguramente más barato y eficaz), la salvación del bosque tropical de donde se nos ocurra (en lugar de salvar los ecosistemas locales, que a menudo están en una situación de mayor amenaza por la contaminación, la urbanización o la sobreexplotación), o la educación de los nativos pobres de donde nos parezca (en lugar de dedicar esfuerzos a educar de verdad a los chavales autóctonos, a los que la gente lleva al colegio no a aprender sino "para que sean felices", aparte de a imponerles ciertas ideologías), por poner algunos casos.

Decidida la causa solidariahumana que se quiere utilizar como coartada (como si el dinero recogido fuera a ir destinado ahí realmente o como si fuera a solucionar el problema cuando, tal y como recordaba hasta el mismísimo Jesús en el texto neotestamentario, "pobres va a haber siempre pero a mí no me tendréis mucho más entre vosotros") se impone un pequeño impuesto. Nada oneroso, perfectamente asumible: unos céntimos para cada litro de gasolina, un euro al día para una organización de ayuda a lo que sea... Es algo mínimo. Sin embargo, en el momento en el que se ha instalado ese impuesto, ya no hay vuelta atrás, la gente se acostumbra a pagarlo porque "después de todo, es tan poca cosa..., y se puede hacer tanto bien con lo recaudado..." pero sólo será cuestión de tiempo que vaya aumentando progresivamente hasta que, termine convirtiéndose en confiscatorio e imposible de pagar. La naranja exprimida hasta la cáscara. Véase lo sucedido en España con ciertos impuestos relacionados con el hogar. Nuestros antepasados construían una casa pero no pagaban luego por ella. La vivienda se transmitía después de padres a hijos y era "la casa familiar". Sólo a medida que las gentes fueron agrupándose para vivir en comunidades, los vecinos empezaron a ponerse de acuerdo para aportar conjuntamente a las distintas mejoras de cada grupo de viviendas. Pero hoy existe un Impuesto sobre los Bienes Inmuebles, el IBI, que sube regularmente (o, en las mágicas palabras del Ayuntamiento de turno, "se actualiza") y que, en caso de no poder llegar a abonarlo, puede llevar incluso al embargo de la casa, aunque esté pagada y requetepagada. Lo hemos visto en tantos casos dramáticos de personas mayores con una pensión miserable que no pueden hacer frente a ese pago y se quedan, literalmente, viviendo en la calle. Es un robo legal, muy bien adornado, pero un robo.

Otro caso es el del impuesto sobre Sucesiones y Donaciones que, en algunas regiones españolas, se ha convertido en un sangrante pillaje de las administraciones que, se supone, tienen que velar por sus administrados y en lugar de eso prefieren humillarles además de atracarles legalmente. El tema es tan sencillo como el hecho de que los padres de una persona trabajan toda su vida para pagar una casa o un terreno que desean poder dejar a su  hijo en herencia y, al morir, el hijo se encuentra con que, si quiere heredar lo que es suyo, lo que es por ley de su familia, debe pagar al gobierno autonómico de turno (las autonomías: otro de esos grandes errores que cometieron los "padres de la patria democrática" que diseñaron la famosa Transición...) una cantidad tan desorbitante que queda fuera de sus posibilidades económicas. Ante su desesperación, se ve obligado a abandonar la casa de sus padres en manos de la susodicha administración...

Volviendo al asunto original que ha motivado toda esta disquisición, el masivo desplazamiento de gente a las ciudades que se dio desde el siglo XIX en Occidente y luego, progresivamente, en el resto del mundo (en España, más del 75 % de los ciudadanos vive ya en núcleos urbanos) en una serie de migraciones (que no sólo llevaron a mucha gente desde el campo a la ciudad sino desde su país a otro muy diferente) produjo el desarraigo necesario para que los Amos pudieran poner en marcha sus experimentos de ingeniería social y alterar así con relativa facilidad (pero a lo largo de años de ejecución, lo que los ha convertido en imperceptibles) los valores, los comportamientos, las ambiciones, los miedos y hasta los pensamientos de la gran mayoría de las personas...

Pero, ¿que ocurriría si las cosas no son como creemos que son? ¿Y si gran parte  -quizá la mayor parte, quizá todo- de lo que sabemos o pensamos, lo que nos han enseñado o demostrado que es así, que tiene que ser así, no fuera cierto realmente? ¿Y si la versión de la vida que manejamos estuviera desenfocada o incompleta por razones que ignoramos pero que están perfectamente definidas pues obedecen a ciertos propósitos concretos? Dicho de otra manera, si los  homo sapiens tuvieran una enfermedad generalizada que, precisamente por eso, no se considerara enfermedad, ¿cómo podríamos combatirla, si ni siquiera sabemos que la padecemos? Si, digamos, el 95 % de lo que se autodenomina Humanidad no lo fuera sino que imaginara serlo cuando en realidad se trata de una especie diferente, ¿cómo podría saberlo? O, aún desde otro ángulo, imaginemos que a nuestro alrededor vivieran personas invisibles que no pueden tocarnos ni relacionarse con nosotros si no es a través de la palabra..., y ese mismo 95 % de homo sapiens tuviera un defecto auditivo que les impidiera escucharlos y por tanto responderles. ¿Creerían en la existencia de la gente invisible? ¿Qué pensarían del 5 % de personas que sí pueden oír esas voces y relacionarse con personas que no se pueden ver?

Aunque en verdad tiene un sentido perfectamente lógico que se escapa a la percepción de ese 95 % de homo sapiens, el mundo es deliciosamente peligroso e inestable, sigue siendo un inmenso secreto fuera de nuestro alcance, por más que algunos líderes de opinión contemporáneos se engolen intentando convencernos de que nuestra ciencia y nuestra técnica son dignas de tener en cuenta por estar tan desarrolladas y que cada vez sabemos más y mejor acerca de lo que pintamos en medio del Universo (o lo que nos dicen que es el Universo). No es cierto. No sabemos nada. Ésa es la gracia: para eso hemos venido a este parque de atracciones, a descubrir quiénes somos en realidad y a actuar en consecuencia. Y ése es un descubrimiento individual y por completo personalizado. No existen los salvadores ni los mesías. Nadie nunca va a hacer el trabajo que tienes que hacer tú para explicarte tu identidad y tu destino. Jamás caigas en la trampa de esperar que venga alguien a sacarte del barro. Primero, porque hay muy pocas personas (parecen simples personas) que puedan hacerlo. Segundo, porque de nada serviría que te lo dijeran pues ni lo creerías ni les harías caso. Es cierto que existen pistas, luces rojas en la ruta, e incluso algunos caminantes aventajados que pueden darte consejos muy útiles porque ya han pasado por donde estás tú ahora, pero éste es un camino que debes encontrar (y recorrer) solo.











viernes, 3 de marzo de 2017

Silencio...

No hace mucho tiempo el mago Gran Gran Houdini me comentó durante una de nuestras charlas de café que si algún chaval me pedía consejo sobre qué debería estudiar para garantizarse un puesto laboral en el futuro le respondiera que se especializara en tratamientos para el oído y que, si pudiera, invirtiera en una empresa fabricante de audífonos o en un negocio que se dedicara a venderlos. Gran Gran Houdini no hablaba por hablar pues tiene un sinfín de contactos en el mundo de la medicina y está muy al corriente de las patologías más comunes, especialmente aquéllas cuya afección va en aumento en nuestra sociedad contemporánea.

- Vivimos rodeados de ruido y a un volumen cada vez más elevado. ¿Cuánto tiempo hace que no has ido al cine, por ejemplo? -me preguntó- Las películas, los anuncios publicitarios y las autopromociones de las propias salas se proyectan cada vez a mayor volumen para "provocar una sensación envolvente en el espectador" según la publicidad. En realidad, para aturdirle con más facilidad y apoderarse así de su atención durante el tiempo que está en la sala...

- Voy muy de tarde en tarde, cada vez menos -reconocí-. Siempre me ha gustado mucho el cine, pero me echaron de allí dos factores: los precios y los otros espectadores. Los precios, porque me parece una estafa cobrar el dineral que cobran por cada entrada con unas instalaciones que a menudo resultan incómodas o insuficientes y teniendo en cuenta que en pocos meses tendré la película en el mercado -debo ser el único tipo honrado de mi ciudad, que no se "baja" las películas gratis en esos servidores de Internet que están arruinando la industria creativa en todo el mundo, sino que se compra el DVD si está interesado en algún título concreto-. Los otros espectadores, porque hasta hace unos años podías encontrarte a algún maleducado hablando en voz alta, contando chistes o eructando en la sala pero hoy día lo raro es encontrarse a alguien que respete a los demás y contemple la película sin molestar al resto del público.

- Bueno, pues no es sólo el cine. También, el volumen empleado para ver la televisión o la radio. La manía de ir con auriculares a todas partes y siempre con la música muy alta, para aislarse del entorno. Los teléfonos móviles..., ¿has visto la cantidad de gente que grita por la calle hablando por su teléfono móvil? Bueno, y los que no necesitan el teléfono, los que gritan porque sí, porque es su tono de voz. Muchos espectáculos públicos tienen ejemplos de impulso a la sordera. Y el tráfico..., cómo nos gusta darle al claxon aunque no haga falta...

- Sí, ya sé que España es el segundo país del mundo con un nivel de ruido más elevado, sólo superados por Japón.

- Exactamente. Pues aunque mucha gente no lo sabe o, mejor dicho, no se lo cree, el ruido ya está teniendo efectos devastadores sobre su salud. Desde la lógica pérdida parcial o total de la audición hasta las alteraciones del sueño, la depresión, la agresividad, el estrés, las alteraciones en el metabolismo o en la memoria... Las mujeres embarazadas que soportan altos niveles de ruido a partir del quinto mes de gestación dan a luz niños con un tamaño inferior a la media y que luego se ven muy afectados a su vez por el ruido. En los pequeños, la educación en sitios con excesivo bullicio producen entre otras cosas un retraso en el aprendizaje de la comunicación verbal y la lectura, así como un nivel más reducido de sociabilidad.

- Menudo panorama...

- Por eso, en un futuro muy próximo la venta de audífonos y, en general, de tratamientos contra la sordera se multiplicará hasta niveles nunca antes vistos y desde edades mucho más tempranas de lo que hasta ahora estamos acostumbrados.

Pensando sobre este asunto, recordé la importancia que, a lo largo de la Historia, han concedido prácticamente todos los sistemas religiosos y filosóficos a la práctica del silencio, el recogimiento y la meditación. Quizás el caso más conocido sea el de la Escuela de Crotona fundada por Pitágoras. Este iniciado en los Misterios en Grecia, y especialmente en Egipto, fundó una Escuela en la que tenía alumnos de distintos niveles -como en todas las Escuelas de verdad- y sólo a los de su "círculo interior" les sometía a  pruebas concretas de purificación, sacrificios necesarios para alcanzar cierta sabiduría y ejecutar con éxito determinadas prácticas vetadas a los humanos corrientes. Tal vez, la prueba más impactante era la exigencia de 5 años de silencio absoluto antes de ser admitido al grupo de discípulos de confianza. 5 años. ¿Nos vemos a nosotros mismos capaces de callar durante 5 años seguidos? ¿Nosotros, a quienes nos encanta intervenir en las conversaciones ajenas para opinar sobre lo que sea, que estamos deseando contar a nuestros familiares y amigos lo que nos ha pasado a lo largo del día, que respondemos a cualquier insulto con otro aún mayor y por duplicado, que le hablamos a la televisión como si nos pudiera escuchar, que cantamos por pasar el rato o para ocultar nuestros nervios o nuestro miedo? En cierta ocasión, durmiendo plácidamente con una persona en una casa aislada cerca del mar, lejos del pueblo más cercano, la persona que estaba conmigo me despertó, asustada, precisamente porque le daba miedo no escuchar nada, aparte del leve rumor de las olas...

Varios estudiosos modernos han planteado que no todos los discípulos se sometían a los 5 años de silencio, sino que esta cifra era una media, pues algunos alumnos especialmente despiertos no necesitaban ir más allá de los 2 años de práctica. Aún así, hablamos de 2 años en silencio... ¿Cuántas personas resistirían eso a día de hoy, cuando sabemos que uno de los mayores castigos concebidos en la cárcel es el de ser encerrado en una celda de castigo, es decir, de aislamiento total? (si alguna vez fuera a la cárcel, creo que me dedicaría a hacer el mayor número de barbaridades posible para que me encerraran en una de esas celdas: ¡qué oportunidad de oro para reencontrarme y conversar conmigo mismo con total tranquilidad y sin que nadie me molestara!) Los alumnos que no conseguían mantenerse en silencio durante el tiempo requerido, eran expulsados con la fórmula ritual: "si no has logrado cambiar, has muerto para mí"...  Sin embargo, los que lograban pasar la prueba eran honrados con el título de Matemáticos, ya que la escuela pitagórica le daba suma importancia al número -pero éste es otro tema que ahora mismo no nos interesa- e iniciados y, a partir de aquel momento, podían ver y relacionarse directamente con su maestro... De todas formas, no podrían olvidarse del silencio de ahí en adelante, pues el conocimiento que adquirían les obligaba al secreto.

Se han dicho muchas tonterías sobre el secreto en las Escuelas de Misterios. Recuerdo haber leído el ingenuo -o malintencionado- razonamiento de más de un articulista argumentando que, si las intenciones de una persona o de un grupo de personas son buenas y razonables, no necesitan ser mantenidas en secreto. De donde se deduce que todas las sociedades secretas son grupos de conspiración guiados por el Mal, encaminados a la dominación mundial y etcétera. Es un argumento que un niño pequeño podría rebatir pero, de alguna forma, un enorme porcentaje de personas supuestamente adultas de nuestra sociedad contemporánea se muestra incapaz de ver que ¡estamos rodeados de secretos por todas partes y sabemos que muchos de ellos no esconden una amenaza!

Hay, por ejemplo, personas que han ganado importantes cantidades de dinero en los juegos de azar y lo guardan en secreto gastando con discreción, porque saben que, en cuanto hicieran pública su fortuna económica, se expondrían a un constante acoso por parte de amigos, conocidos y desconocidos que acudirían a pedirles dinero para todos los propósitos imaginables, por no mencionar que se convertirían en objeto de deseo de muchos criminales. Hay, otro ejemplo, muchas empresas que se enfrentan a un entorno competitivo, especialmente complicado por la crisis, que les obliga, si quieren sobrevivir, a mantener en secreto la mayor cantidad posible de información sobre sus actividades -en realidad, casi todos los empresarios que he conocido hacen públicas cifras distintas de las reales, pero no por esconder dinero a Hacienda sino por proteger sus negocios y mantenerlos en marcha: para la gente que siempre ha estado a sueldo de alguien, es difícil comprender lo que cuesta tener en pie una empresa porque nunca se ha dedicado a ello-. Hay, un tercer ejemplo, que mantener forzosamente en secreto la verdadera potencia militar y de seguridad de un país si éste no quiere convertirse en una pieza apetecible para sus vecinos más expansionistas. Y así podríamos citar mil y un ejemplos más.

Las Escuelas de Misterios -las reales, no los clones que hoy florecen como setas tras la lluvia- guardan en secreto, en estricto silencio, sus conocimientos por dos motivos fundamentales. Primero, para protegerse ellas mismas de la codicia de los homo sapiens, siempre ansiosos de depredar todo lo ajeno para su propio beneficio. Segundo, para proteger a los mismos homo sapiens pues es muy cierto, aunque parezca un lugar común, que la sabiduría mal utilizada se transforma automáticamente en una pesadilla pavorosa. En alguna parte de esta bitácora citamos en su momento la versión Disney de El aprendiz de brujo de Paul Dukas -compuesta a partir de la idea original contenida en un poema del gran Goethe-, recogida en la película Fantasía. La lección más clara de esta historia es que la misma magia que, en manos del maestro, es capaz de bellísimas realizaciones se convierte, en las del alumno inexperto, en un arma terrible y descontrolada que amenaza la vida del propio alumno.

Los alumnos de Pitágoras no sólo guardaban el silencio y el secreto, sino que todas las noches, antes de dormir, debían meditar sobre sus acciones a lo largo del día, evaluando su comportamiento bueno o malo y lo que habían experimentado y comprendido durante la jornada. No, la meditación no es una técnica importada de Oriente, como nos insisten los supuestos connoisseurs esotéricos con que nos tropezamos tan a menudo por todas partes en estos días del Kali Yuga. Ya existía en Occidente y, probablemente mucho antes, aunque las vicisitudes históricas ocultaran éste y otros antiguos conocimientos a la mayoría de los ciudadanos con el velo del olvido.


Crotona es sólo un caso. El poder del silencio ha sido muy valorado entre "la gente que sabe" en todas las épocas y en todas las regiones del mundo. Tan valorado como, al mismo tiempo, era poco estimado o incluso despreciado por las sociedades en las que vivieron esas gentes con sabiduría... Pero es que resulta que un equipo de investigadores del Centro de Investigación de Terapias Regenerativas de Dresden, en Alemania, ha descubierto ahora que el silencio es realmente importante para el cerebro, desde el punto de vista meramente físico. Estos científicos experimentaron con el cerebro de ratones a los que dejaban en silencio durante dos horas al día, mientras a otro grupo de ratones les sometían a los ruidos normales. Descubrieron que, en aquellos roedores que disfrutaban del silencio diario, su hipocampo generaba nuevas células, lo que no ocurría con los otros. Esas células eran además capaces de diferenciarse e integrarse en el sistema nervioso central y cumplir allí distintas funciones. El hipocampo es una región cerebral relacionada con el aprendizaje, la memoria y las emociones. 

El significado de esta experiencia es sumamente interesante, entre otras cosas porque nos permite probarlo en nosotros mismos y observar los resultados: ¿qué pasaría si fuéramos capaces de reservar un par de horas diarias para retirarnos a nuestro interior y guardar ese silencio? ¿Qué encontraríamos allí dentro? ¿Cómo mejoraría nuestro cerebro y, con él, nuestra calidad de vida? Quizá sea mucho pedir empezar por dos horas diarias, pero seguro que cualquiera de nosotros puede, si así lo desea, reservar diez o quince minutos para comenzar a experimentar.

Otro equipo de investigadores, esta vez de la norteamericana Universidad de Harvard, estudió la red cerebral que se encarga de examinar la información que hemos acumulado a lo largo del día, para asimilarla definitivamente o eliminarla. Lo hace durante el sueño. De hecho, parece que dormir -y soñar- es tan necesario para nosotros porque durante ese tiempo, nuestro cerebro hace la digestión de la monumental cantidad de datos y estímulos que ha recibido a lo largo de la jornada. Es un proceso similar al de nuestro sistema digestivo, en el que el estómago procesa y prepara la comida ingerida para que, luego, a través de los intestinos, el cuerpo pueda asimilar los nutrientes y eliminar en forma de heces el sobrante. En ese sentido, nuestras heces mentales se manifestarían en forma de sueños irrelevantes. Pues bien, los investigadores yankees descubrieron que esa red que actúa durante nuestro sueño, también lo hace y de una manera particular cuando nos paramos a meditar y reflexionar sobre nosotros mismos. La red se activa siempre que no hay estímulos para distraerla; es decir, cuando estamos con los ojos cerrados..., y en silencio.

Se dice que el hombre inteligente habla poco, mientras que el sabio no habla (lo que, sobre la marcha, me descarta a mí como una cosa o como la otra, porque me paso el día hablando). Ahora que tenemos el fin de semana por delante, puede ser una buena oportunidad para probar a entrar en el reino del silencio y ver qué descubre cada cual dentro de sí mismo.