Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 30 de enero de 2012

Las civilizaciones perdidas del Amazonas

Pese a la seguridad con la que los libros de texto insisten en reconstruir la historia de nuestro planeta a partir de la interpretación de los restos materiales que el implacable paso del tiempo ha ido reduciendo a escombros (en el mejor de los casos) , lo cierto es que no tenemos ni la más remota idea de qué cosas han pasado, ni cuándo, ni cómo. Son todo especulaciones, opiniones de expertos cuya validez se basa a menudo más en la cantidad de libros que se han metido en la cabeza (como archivos hemos cargado en un ordenador) que en la calidad de sus razonamientos a partir de tanta información y que sin embargo se presentan como poseedores de la verdad. 

De entrada, vemos el mundo a nuestro alrededor y pensamos que siempre ha sido así. La vida de los homo sapiens resulta tan breve y su conciencia, tan limitada, que pocos se toman la molestia no ya de investigar en serio sino siquiera de imaginar con un mínimo de coherencia y con la mente libre de prejuicios los actos previos que se desarrollaron en la tragicomedia en la que participamos desde que alguien alzara el telón hace..., ¿quién sabe cuántos millones de años?

Un ejemplo claro radica en el Sahara: el desierto más conocido del mundo y, por cierto, uno de los lugares más recomendables (por lo sobrecogedor) para sentarse y reflexionar tranquilamente acerca de los porqués de la existencia. Este devastado escenario de soledad y temperaturas extremas, poblado de dunas fantasmales y hoy tan poco apetecible para la inmensa mayoría de los mortales (a no ser para sacarse unas fotos turísticas en plan Lawrence de Arabia) fue no obstante el mayor Edén de la Tierra, mucho tiempo atrás.

Sólo muy recientemente se ha comprobado que los hoy extensos, baldíos y desolados territorios del Sahara estuvieron en su día poblados por grandes selvas fertilizadas y alimentadas por grandes ríos tropicales, de manera que la región albergaba una riqueza de flora y fauna similar (o superior tal vez) a la de las actuales junglas. Un vergel lujurioso que, hoy se calcula, pudo terminar de desecarse y desertizarse hacia el año 8.000 ó 5.000 antes de Cristo, aunque nadie sabe cómo ni por qué. Resulta difícil, observando hoy ese monótono y estéril paisaje amarillento, creer que todas esas toneladas de arena es lo que queda de un paisaje una vez paradisíaco. 

Paisaje en el que, además, también vivió el hombre, que pobló aquellos lugares con diversas tribus cuya evolución nos es prácticamente desconocida: ¿Llegaron a construir ciudades o fueron simples nómadas errantes? ¿Construyeron alguna civilización de importancia, hoy sepultada bajo las arenas (hace poco nos han descubierto las ruinas de los garamantes, aunque éstos son mucho más próximos en el tiempo, en la hoy castigada y semianiquilada Libia)? ¿Qué sabían del mundo y de sí mismos? Aquellos hombres dejaron rastros de sí mismos en diversas muestras de arte prehistórico, la más interesante de las cuales es la que encontramos en la meseta argelina de Tassili N'ajjer, con la representación de los misteriosos "Cabezas Redondas", incluyendo al Gran Dios Marciano (Henry Lothe dixit) que data de hace más de 8.000 años...

Otro ejemplo de que la Antigüedad esconde multitud de secretos, incluyendo la existencia de civilizaciones y culturas acerca de las que nada sabemos aunque tantas fatuas y arrogantes cátedras de las universidades contemporáneas prediquen que lo tenemos todo "bajo control", lo encontramos en Brasil. Un ganadero de 62 años llamado Edmar Araújo descubrió en su heredad familiar de Río Branco, en el Amazonas brasileño, una serie de líneas trazadas sobre la tierra cuya existencia ignoraba y que en principio atribuyó a las trincheras cavadas en el conflicto que enfrentó a los habitantes de la región con los bolivianos a comienzos del siglo XX, ya que la profundidad de algunas de ellas es de hasta seis metros. Un análisis detallado del lugar demostró que no era así. 

El académico brasileño Alceu Ranzi, que contribuyó a descubrir y catalogar estos extraños dibujos sobre el suelo (cuadrados, círculos, óvalos, rectángulos y hasta octógonos) como los que aparecen en esta imagen de la derecha comparó los geoglifos con las tan famosas como enigmáticas Líneas de Nazca, ubicadas en el sur del Perú.

¿Quién cavó esas líneas? ¿Por qué lo hizo? ¿Cuándo? ¿Y qué significan? Misterio...

Los geoglifos aparecieron gracias (o por culpa de) la deforestación que en los últimos decenios ha arruinado gran parte de la naturaleza virgen del entorno amazónico. O de lo que hasta hoy se consideraba naturaleza virgen, porque su existencia demuestra que las junglas en teoría no habitadas de la región pueden haber albergado, quién sabe cuándo, una presencia humana importante. El escritor norteamericano Charles C. Mann plantea en su obra 1491 la posibilidad de que determinadas regiones amazónicas hubieran servido como "residencia" de poblaciones importantes (habla de miles de personas) en ciudades interconectadas por redes de caminos que nunca fueron halladas por los conquistadores españoles o portugueses en un primer instante, ni por sus descendientes criollos más tarde... Recordemos la cantidad de historias sobre ciudades perdidas que han florecido en la región. Desde la búsqueda de El Dorado hasta la desaparición del británico Percy Fawcett en 1925 cuando buscaba la Ciudad Z o la crónica de Tatunca Nara y los Ugha Mongulala que conocimos en los años 80 del siglo pasado.

Ranzi y otros investigadores de diversas nacionalidades han descubierto ya, gracias a las imágenes vía satélite de alta resolución y a sus más cercanos avistamientos aéreos con avionetas, cerca de 300 geoglifos en el estado brasileño de Acre, 30 más en los de Amazonas y Rondonia y otros 70 en el fronterizo territorio boliviano. Uno de los científicos actualmente encargados del asunto, el arqueólogo Denise Schaan, de la universidad federal de Para, afirma que las pruebas de radiocarbono dan a las líneas una antigüedad de entre mil y dos mil años. No parece mucho tiempo para que la selva hubiera crecido como lo hizo hasta esconderlos por completo (y teniendo en cuenta que sólo la deforestación volvió a dejarlos al descubierto), aunque también es posible que hubieran sido reconstruidos varias veces durante ese tiempo.


Paradójicamente, el descubrimiento de estas enigmáticas líneas puede suponer también su desaparición en un país como Brasil cuya administración amazónica ha demostrado en numerosas ocasiones estar plagada de inútiles y de corruptos: no hay más que ver cómo han fracasado sucesivamente todos los "brillantes" planes políticos trazados desde Brasilia para frenar la deforestación. Y es que los geoglifos estuvieron a salvo mientras la jungla los ocultaba pero en este momento muchos de ellos están siendo afectados ya por los ganaderos y terratenientes que construyen caminos sobre ellos o los llenan de agua para utilizarlos como abrevaderos de su ganado. 


Sumemos a todo esto los cerca de 130 bloques de granito, algunos de ellos de hasta tres metros de altura, descubiertos en 2006 alrededor de una colina como si formaran una colosal corona de unos 30 metros de diámetro, y ya definitivamente tendremos que expulsar de la cabeza la idea de que los únicos habitantes del Amazonas, antes de la llegada de los conquistadores europeos, fueron unos pocos indios con cerbatana y sin tecnología ninguna. Estos restos líticos fueron encontrados también en territorio brasileño amazónico, aunque en este caso en un lugar muy diferente: cerca de la frontera de la Guayana francesa. Como todas las construcciones pétreas y enigmáticas de este tipo, el primer uso que se ha sugerido para ella es el de grandioso observatorio astronómico. Y es que parece que en el solsticio de invierno, justo el 21 de diciembre, uno de los bloques se alinea con el Sol, de manera que su sombra desaparece en cuanto el astro rey se coloca perpendicular a él y sólo reaparece cuando empieza a ocultarse. La antigüedad de este complejo es de hasta 2.000 años: coincidente, pues, en el tiempo con las líneas del estado de Acre.





viernes, 27 de enero de 2012

Del multiverso al plano astral sin solución de continuidad

La existencia de universos paralelos es uno de los grandes temas de la Ciencia Ficción y, en los últimos años, una de las obsesiones de físicos, cosmólogos y otros científicos empeñados en comprobar si de verdad existen copias del universo en el que nosotros existimos (o creemos existir) y si es posible interactuar de alguna forma con ellos. Hay quien opina que existen infinidad de estos universos, todos al mismo tiempo, pero que sólo cobran vida a medida que nos trasladamos de uno al otro. Por ejemplo, una mañana nos despertamos tarde y salimos de casa hacia el trabajo con cinco minutos de diferencia: al cruzar el paso de cebra somos atropellados por un conductor despistado y acabamos en el hospital con varios huesos rotos. Si nos hubiéramos despertado como siempre y en consecuencia hubiéramos salido de casa a la misma hora habríamos cruzado el paso de cebra sin problemas porque para entonces al conductor todavía le faltarían cinco minutos para llegar allí (a no ser que justo ese día el mismo conductor se hubiera levantado antes y hubiera salido justo cinco minutos antes de la hora, con lo que nos hubiera alcanzado igual..., ¡pero esto sería ya rizar el rizo!). La conclusión sería que ambos universos existen al mismo tiempo: tanto aquél donde nos atropellan como aquél en el que no. Pero existen sólo como posibilidad y sólo uno de ellos cobra realidad a medida que nos desplazamos por él.

Los universos paralelos podrían explicar también la clásica paradoja de la máquina del tiempo: qué sucede si viajamos hacia el pasado y por accidente (o premeditadamente..., ¡quién sabe lo colérico que puede ser un espacionauta!) matamos a un antepasado nuestro, por ejemplo a un abuelo. Si nuestro abuelo ha muerto siendo niño, no podrá engendrar al padre o a la madre de los que descendemos y en consecuencia nosotros no existiremos y, si no existimos, no podríamos haber viajado hacia el pasado... Sin embargo, si existieran muchos universos paralelos probablemente lo que ocurriría es que nosotros no existiríamos o dejaríamos de existir en uno de esos universos, justo en el que ha fallecido nuestro abuelo, pero no en el resto de ellos. O, al menos, no en el nuestro original, donde nuestro abuelo habría tenido una vida normal sin cruzarse con su nieto viniendo del futuro. Una curiosa película dirigida por James Wong, protagonizada por Jet Li y titulada El único narra la historia de un ex policía del multiverso que mata a uno de sus yoes en un universo y en consecuencia adquiere su poder, así que se dedica a saltar de universo en universo para matar a los demás y convertirse en un único yo superpoderoso
 
A finales de 2007, un par de equipos rivales de científicos, uno en la Universidad de California en Santa Cruz y otro en la Universidad de Nueva York plantearon la posibilidad de encontrar universos paralelos e incluso verlos, a través del desarrollo de la teoría del Big Bang. Se supone que poco después de producido éste (si es que de verdad se produjo, lo que personalmente dudo mucho) se desarrolló la conocida como Inflación: un período de expansión rápida que agrandó el universo en muchos y diferentes órdenes de magnitud. Pero esta Inflación no sólo se habría producido una vez sino varias, a lo largo de la historia del cosmos, y aún hoy en alguna parte del mismo seguiría generando los llamados "universos burbuja", adyacentes al nuestro pero diferentes y con propiedades seguramente distintas. Si tuviéramos alguno cerca, los investigadores creen que podría dejar una huella en el Fondo Cósmico de Microondas, la radiación que se supone dejó el Biga Bang y que es progresivamente enfriada, y por tanto sería hasta posible que ya hubiéramos visto algún universo paralelo en las maravillosas y cada vez más potentes imágenes captadas por nuestros telescopios..., sin saber lo que era. Lo identificaríamos quizá con una simple perturbación del Fondo de Microondas, cuando a lo mejor tenemos ante nosotros la visión de otra dimensión.

Aún más interesante es especular con lo que podría ocurrir si dos universos distintos, con propiedades distintas (aunque sólo fuera ligeramente) se encontraran entre sí, aunque sólo se rozaran, sin llegar a colisionar. ¿Qué ocurriría entonces? ¿Explotarían ambos al chocar las leyes de uno con las del otro? ¿Devoraría el universo más grande o más poderoso al más débil? ¿Se entrelazarían sutilmente y no nos enteraríamos de la existencia del otro universo hasta que no nos ocurriera algo verdaderamente extravagante como por ejemplo encontrarnos con nuestro propio yo (con el yo del otro universo que es como nosotros pero que no es nosotros)? ¿O en realidad los universos coexisten enlazados unos con otros desde siempre?

Estudiando las últimas novedades sobre este tipo de investigaciones recordé un interesante librito escrito nada menos que en 1896 y que de alguna manera está hablando de lo mismo pero con otras palabras. El texto (de lectura obligatoria en la Universidad de Dios para todos aquéllos que empiezan a experimentar la proyección de la conciencia fuera del entorno meramente físico) se titula El plano astral y está firmado por Charles Webster Leadbeater: uno de esos turbios personajes del ocultismo británico a caballo entre los siglos XIX y XX que mezcló experiencias y conocimientos extraordinarios con actuaciones personales ridículas. Discípulo de la polémica y misteriosa Madame Blavatsky, con el tiempo Leadbeater se convertiría junto a Annie Besant en uno de los grandes popes de la Sociedad Teosófica. 

Resumiento mucho, Leadbeater defiende la existencia real de los universos paralelos, aunque él no los llama así. En su opinión, existen en el mismo espacio diversos planos en los que subsiste el ser humano pero éste no tiene conciencia (ni capacidad de contacto) de los que se encuentran por encima, a no ser que sea un psíquico muy sensible, en cuyo caso podrá percibir o experimentar alguno de ellos. Los nombres de los planos conocidos, considerados desde el más denso o grosero en lo que se refiere a la materia hasta el más sutil son: físico (el que empleamos en este mismo instante), astral, mental, búdico, nirvánico, monádico y ádico. Y aclara que "la materia de cada uno de estos planos o mundos difiere de la del inmediato inferior en modo análogo, aunque de muchísimo mayor grado, de cómo los gases difieren de los sólidos (...) los estados de materia a que llamamos sólido, líquido o gaseoso no son en realidad más que las tres subdivisiones inferiores de la misma materia física". En este texto, él se centra en el llamado plano astral, el más próximo al físico y por tanto aquél en el que "es natural que en él tengamos nuestras primeras experiencias superfísicas".

En su libro, indica que el plano astral está dividido a su vez en siete subplanos, cada uno con un grado de materialidad distinta pero, atención, aquí hay una clave de los universos paralelos: "no hemos de incurrir en el error de creer que estos sublanos son separados lugares en el espacio (y lo mismo ha de entenderse de los siete planos de nuestro sistema solar) o que están unos encima de otros como estantes de una librería o capas de una cebolla (...) la materia de cada plano o subplano interpenetra la materia del plano o subplano inmediatamente inferior en densidad, de suerte que aquí mismo, en la superficie de la tierra están entreverados todos los planos, aunque la sutiles modalidades de materia se extienden tanto más allá del mundo físico cuanto mayor es su sutileza (...) cuando decimos que un hombre pasa de un plano o subplano a otro no significamos con ello que se mueve en el espacio para subir o ascender, sino que transfiere su conciencia de uno a otro nivel, de manera que poco a poco deja de responder a las vibraciones de la materia de mayor densidad a la vez que responde más y más a las de la materia más fina. Y así desaparece lentamente de su vista el escenario de un mundo con sus habitantes, y en su lugar aparece otro mundo de superior carácter."  

Muy sugestivo, ¿no? Su descripción de este multiverso nos permite imaginar un espacio bullicioso a nuestro alrededor, lleno de entidades de todo tipo (aunque creamos estar solos) vibrando en niveles diferentes de realidad según la densidad de la materia. Seres con los que no podemos relacionarnos porque no vibramos en el mismo nivel, de la misma forma que no podemos contactar con los peces de una pecera, de cuyo medio ambiente nos separa un cristal..., a no ser que nos metamos en el agua, o que de alguna forma tengamos acceso a ese plano astral, el único según Leadbeater a nuestro alcance, mediante determinadas técnicas que nos permitan alterar nuestra vibración. El concepto no es tan ajeno a nuestra comprensión. Pensemos en las ondas. Vivimos sumergidos en un mar de ondas de todo tipo, aunque no las veamos y sólo podamos sentirlas si las sintonizamos de alguna forma con un aparato diseñado para ello. Por ejemplo, si empleamos una radio podemos sintonizar la programación de una emisora a través de las ondas hertzianas que la transportan. Pero si apagamos la radio y la sintonización se esfuma, esas ondas no desaparecen: siguen ahí, aunque ahora fuera de nuestro alcance.

Leadbeater cuenta también que la visión en el plano astral es diferente a la habitual pues "se ven los objetos de todos lados a la vez y el interior de un sólido es tan visible como la superficie por lo que no es extraño que un visitante inexperto tropiece con dificultades para comprender lo que realmente ve y que luego además se agrave la dificultad al expresar su visión en el inadecuado lenguaje de los idiomas corrientes". ¿Acaso las visiones astrales inspiraron el Cubismo? Y apunta el gran problema para el visitante ocasional de este plano, que no es otro que "no sólo aprender a ver correctamente sino a transferir de uno a otro plano el recuerdo de lo que vio (...) transportar ininterrumpidamente su conciencia del plano físico al astral y del astral al devachánico o mental y regresar sin cambio de conciencia al mundo físico" pues si no es capaz de mantener la conciencia entre estos mundos "sus recuerdos se perderán en parte o se tergiversarán durante el intervalo en blanco que separa los estados de conciencia en cada uno de los planos".

La parte más llamativa de El plano astral es aquélla en la que el autor describe a sus habitantes y/o visitantes, clasificados en varias listas. En el primer grupo, el de seres humanos con vida física en el mundo material, afirma la existencia de iniciados (tanto del Bien como del Mal) y sus discípulos, psíquicos que van por libre y gente corriente. En el segundo grupo, ya aparecen algunos personajes más inquietantes: son los seres humanos muertos o, por decirlo de manera menos impresionante, vivos pero ya sin cuerpo humano. Según él, podemos encontrar a los nirmanakayas (seres casi angelicales), magos negros, discípulos a la espera de su próxima reencarnación, gente corriente después de su muerte (y más o menos consciente de ella), sombras, cascarones, vampiros y lobos (categorías un poco tenebrosas para contarlas aquí en detalle) y suicidas y víctimas de accidentes. Un tercer grupo, de entidades no humanas, lo compondrían elementales, cuerpos astrales de animales (amantes de las mascotas, estáis de enhorabuena), espíritus de la naturaleza y devas. Y finalmente, el cuarto grupo incluye a los habitantes artificiales: elementales formados consciente o inconscientemente y otros.
 

miércoles, 25 de enero de 2012

¿Seguir al corazón?

En los melodramas cinematográficos, especialmente en los de origen yankee rodados en los últimos veinte o treinta años (y sobre todo si el protagonista es un o una adolescente que, como todos los de su edad, naufragan constantemente en un mar de dudas), hay una secuencia que nunca falta. Es ésa en la que el personaje se enfrenta a una elección difícil y se debate entre tomar una decisión u otra sin saber muy bien por dónde tirar. Se supone que, si toma la correcta, crecerá interiormente o al menos progresará hacia el mundo de los adultos, aunque sea a costa de un gran dolor personal o de la renuncia a parte de su pasado. Entonces, otro personaje que hace el papel de "maestro" y que puede ser su padre o su madre o su hermano mayor o su profesor favorito del colegio o alguno de este estilo, pronuncia la frase mágica: 

-Déjate guiar por tu corazón...

Y nuestr@ adolescente pone cara de tragedia griega pero no se lo piensa más: sale corriendo mientras el realizador nos obsequia con un fundido a negro de la escena. Al momento siguiente, la película ya nos revela qué decisión tomó y las consecuencias de ello, pero se supone que siempre hace lo correcto porque -éste es el mensaje- el corazón es una guía infalible para escoger entre el cable rojo que detona la bomba y el cable azul que la inutiliza...

Pues bien, mi profesor de Filosofía, Epícteto, tiene una idea muy diferente respecto a esta creencia popular recogida por las películas. Él suele decir que el corazón no es en absoluto un pathfinder fiable a la hora de recorrer los sinuosos caminos de la vida..., a no ser que uno haya alcanzado un elevado nivel de realización espiritual personal. En caso contrario, como les sucede a la inmensa mayoría de los adolescentes (peliculeros o no), seguir los consejos de la emoción es embarcarse directamente en el próximo Titanic, puesto que su corazón no está forjado por la experiencia ni abrillantado por su uso consciente.

Por ello Epícteto prefiere que sea la Diosa Razón la que impere y recomienda consultarle sólo a ella a la hora de actuar. Así que "cuando hagas algo, tras reconocer previamente que era lo que debías hacer, no te escondas ni evites ser visto haciéndolo, aunque la mayoría de las personas tengan mala opinión por tus actos. Pues, si tú sabes que la acción es mala, ya desde el principio decidirás no hacerla y, si sabes que es buena y la haces, no debes temer reproches injustos". Eso sí: hay que enfrentarse siempre a las circunstancias con las que estemos capacitados para lidiar: "Si tomas un rol, el que fuere, superior a tus fuerzas, tu proceder es torpe por partida doble. Por cumplir mal éste y por no haber tomado el que habrías cumplido bien". O, como dice la sabiduría popular: "Más vale ser una buena sardina que un mal tiburón".

Especialmente importante es recordar, siempre, quiénes somos en realidad. Esto es: "así como cuando andas te cuidas de no pisar un clavo o torcerte un tobillo, procura también no dañar nunca cuando camines por la vida la parte maestra de ti mismo, la razón profunda que te conduce. Si así actúas, te conducirás con gran seguridad". 

Y respecto al asunto del dinero y la riqueza, siempre tan tentadores: "el propio cuerpo es la medida de las riquezas para cada cual, como el pie es la medida del zapato. Aténte a esta regla para guardar siempre la justa medida pues, si no lo haces, perderás todo y acabarás rodando como si cayeras por un precipio en el que nada te detiene. Sucede, entonces, como con el calzado: tu pie requiere un zapato adecuado, pero si excedes la medida de lo necesario, querrás zapatos de oro, y luego adornados con joyas, etc., pues, cuando se ha rebasado la medida una vez,  ya no hay límites. Hasta el desastre final". 


¡Equilibrio, equilibrio...!, que cantaba sobre aquella chalupa inestable el viejo Ramírez, alias Tak Ne...


 

lunes, 23 de enero de 2012

No le digas a mi madre que soy periodista

Dice Mac Namara que uno no se puede fiar de los periodistas porque la mitad de lo que publican los medios de comunicación es mentira y la otra mitad no es cierto. La verdad es que mi gato conspiranoico es muy radical en sus definiciones pero en este caso me veo obligado a asentir, entre otras cosas porque llevo ya más de treinta años de esta reencarnación dedicado al ejercicio del Periodismo y esto es suficiente para: a) plantearse si alguna vez existió realmente este oficio de acuerdo a la definición habitual -por ejemplo, la del DRAE: "Captación y tratamiento, escrito, oral, visual o gráfico, de la información en cualquiera de sus formas y variedades"- y  b) constatar que, en todo caso, el periodista contemporáneo tiene más de asesor de gabinete de prensa o de redactor publicitario o propagandístico que de periodista. 

El desolador panorama se debe a dos graves disfunciones profesionales. La primera se refiere al poder último de los medios, que no está como suele creer el neófito en manos del periodista -y aquí vuelvo al punto a) del párrafo anterior: ¿alguna vez lo estuvo?- sino del empleador del periodista. Es el dueño del medio de comunicación en el que trabaja uno quien decide de verdad lo que se publica y lo que no. Por supuesto, no lo hace en persona, ni siquiera suele pasarse físicamente por la redacción. El superpoderoso-amo-del-cotarro no va a ir controlando información por información a cuáles de ellas se les da el visto bueno y cuáles van a parar al cajón rotulado como "esto mejor no lo tocamos", sino que establece una adecuada cadena de mando que alecciona a los sucesivos niveles de control para que nadie se desvíe de una serie de tabúes prefijados pero no escritos en ninguna parte, no vaya a ser que alguien ponga en duda la "sacrosanta libertad de expresión" de la que se supone gozamos en la actualidad y que, en realidad, es inexistente. 

El nivel de control del periodista presuntamente libre es tal, que la mayoría de las veces ni siquiera hace falta ejercerlo porque él mismo se aplica un aún más eficaz autocontrol: uno acaba sabiendo lo que se puede decir y cómo decirlo..., si pretende no ya mantener su puesto de trabajo sino poder trabajar en el futuro en otro medio, ya que hay listas de tabúes particulares (según el medio en el que uno trabaje) y generales (que afectan a todos los medios de comunicación, con independencia de su teórica línea editorial). Una conocida historia de periodistas es la de John Swinton, jefe de redacción durante bastante tiempo en el The New York Times quien, al jubilarse a principios del siglo XX, fue homenajeado por sus colegas con un almuerzo de despedida. Al llegar a los postres, uno de sus compañeros, poseído por el entusiasmo de la épica informativa, levantó su copa pidiendo un brindis por la independencia de la prensa, el cuarto poder y todas esas tonterías. Swinton se levantó, pidió silencio, y pronunció un breve pero demoledor discurso que aún resuena, lúgubre, en la memoria de cuantos alguna vez nos hemos preocupado por estas cosas.

Dijo Swinton: "...No existe una prensa independiente, a no ser en alguna pequeña y lejana ciudad de provincias. Vosotros lo sabéis. Yo lo sé. Ni uno solo de vosotros se atrevería a escribir su honesta opinión sobre las cosas porque, si lo hiciera, sabéis de sobra que jamás publicaría su texto (...) El oficio de periodista en Nueva York, y en toda América, se basa en destruir la verdad, mentir abiertamente, pervertir, envilecer (...) Es una locura brindar por una prensa independiente cuando somos herramientas y criados de hombres ricos que se ubican tras el telón. Somos simples títeres: ellos tiran de los hilos y nosotros bailamos. Nuestros talentos, nuestras posibilidades y nuestras vidas son propiedad de otros hombres. Somos unos protitutos espirituales..."

 Conozco varias historias similares a la de Swinton, más cercanas en el tiempo y, algunas de ellas, españolas. Tienen un elemento en común: sus protagonistas son todos personas mayores, que se jubilan y abandonan definitivamente este trabajo, y por ello quieren dejar sobre la mesa esta peculiar advertencia a sus sucesores, tal vez porque se sienten culpables de no haber levantado jamás la cabeza o tal vez porque para lo que les queda de vida poco les importa ya. Conozco incluso dos casos concretos de periodistas que fallecieron "por causas naturales" cuando quisieron ejercer su profesión real y se salieron del habitual modus operandi para dedicarse a investigar por su cuenta cosas que está prohibido investigar. 

Es así y hay que sobrevivir con ello porque nadie, por mucho que se indigne o pretenda rebelarse, podrá cambiarlo mientras el mundo siga siendo como es: las fuerzas en juego son mucho más poderosas de lo que parece desde fuera (y desde ahí ya parecen ser bastante poderosas).

La segunda disfunción profesional se manifiesta como esa mezcla de soberbia, ingenuidad e ignorancia que por desgracia prima entre tantos periodistas sin importar su nivel laboral, pues se da de la misma forma entre grandes estrellas de los medios como entre becarios recién llegados. Es un combinado emocional narcisista que le hace a uno pensar que es más importante de lo que realmente es, que puede servir como puente entre los que mandan y los demás, que su opinión sobre casi cualquier cosa resulta interesante de verdad para una mayoría de personas y que posee esa mítica y necesaria independencia (además de otras mitológicas cualidades, como la objetividad o las fuentes informativas cualificadas y desinteresadas) que se supone debe enarbolar para revelar orgullosamente al mundo cómo se gana la vida. Todo esto a lo que ayuda en realidad es a recrear, a menudo sin que ellos mismos lo sepan, el autocontrol antes citado que anula a los periodistas más activos y preparados. 

A mediados de 2001 empezó a circular una historia por Internet que llegó a publicarse en los medios de comunicación más "prestigiosos". Hacía referencia al informe elaborado por el Instituto Lovenstein de Pensilvania, EE.UU., en el que un equipo de científicos aseguraba que el presidente George Bush junior era el inquilino de la Casa Blanca con un menor cociente intelectual del último medio siglo. El tal instituto estudiaba desde 1973 la inteligencia de los presidentes norteamericanos. Partiendo de un cociente intelectual medio de 100 puntos y del hecho de considerar como normales a las personas que puntuaban entre 90 y 110, consideraba a Bill Clinton como el más inteligente de los analizados, con 182 puntos, como si fuera un verdadero superdotado (se considera como tal a las personas que sobrepasan los 140 puntos: como referencia, el enigmático y polémico Bobby Fisher, considerado el mejor ajedrecista de todos los tiempos, marcaba 180 puntos). Después de Clinton, el documento reseñaba a Jimmy Carter con 175, JFK con 174, Nixon con 155..., y en la parte baja de la tabla, los dos George Bush: el padre con 98 puntos y el hijo con 91. 

Cualquiera con dos dedos de frente debiera de haber pensado que había algo muy extraño detrás de este informe. Para empezar, dotar con una puntuación de superdotados a gente como Clinton o Carter, cuya capacidad intelectual real siempre ha sido muy limitada como pueden atestiguar tantos de sus colaboradores (y al menos en el caso de Clinton alguna de sus becarias), resulta chocante. Casi tanto como considerar poco menos que tonto de remate -en comparación con los otros presidentes- a George Bush padre, uno de los tipos más listos, hábiles y peligrosos que ha alumbrado públicamente la administración norteamericana en la segunda mitad del siglo XX... Incluso George Bush hijo no puede ser considerado como un simple paleto texano, a pesar de sus declaraciones estúpidas y sus actuaciones incomprensibles que contribuyeron a que la mayoría de la gente confeccionara enseguida una auténtica caricatura que contribuyó a ocultar su verdadera personalidad. Ningún simple paleto texano llega a presidente de los Estados Unidos. De hecho, una persona especialmente inteligente podría adoptar sin problemas la máscara de perfecto imbécil si con ello pudiera ejercer el poder y desarrollar su agenda, por impopular, precaricadora o criminal que resultara, sabiendo que nunca se le echaría la culpa porque es un tipo "limitado".

A pesar de ello, todo el mundo se creyó a pies juntillas el informe Lovenstein y se publicó y se volvió a publicar como un estudio científico con todas las garantías... Periodistas de todo el mundo emplearon el dato para criticar a George Bush junior y de paso machacar a los norteamericanos como nación por haber sido capaces de encumbrar a semejante elemento como su presidente. En España, importantísimos comunicadores vertieron descalificaciones y sarcasmos en tertulias memorables en las que se recordaban una y otra vez las mayores meteduras de pata, recopiladas y vueltas a recopilar por gentes como Michael Moore, ese extraño bufón tan parecido a Peter Griffin, a sueldo de no se sabe muy bien quién para contar según qué cosas a medias.

Lo cierto es que el Instituto Lovenstein no existía

Sí, poseía una página web, en la que se presentaba como un think tank, uno de esos contenedores de analistas o laboratorios de ideas en el que un grupo de expertos (psiquiatras, sociólogos, historiadores, etc.) se dedican a exprimir los hechos e interpretarlos, para influir de una u otra forma sobre las tendencias políticas, económicas y sociales del mundo. Sin embargo, la web era una colección de informaciones y desinformaciones críticas contra el entonces presidente que el lector podía reenviar sistemáticamente por correo electrónico a todo aquél que deseara. Es más, el estudio comparativo del cociente intelectual de los presidentes (además de dejar en mejor lugar a aquéllos que habían ocupado el cargo siendo del Partido Demócrata y en peor lugar a los que eran del Partido Republicano) estaba firmado por unos psicólogos que no existían..., como tampoco existía por cierto ningún think tank registrado con el nombre de Lovenstein entre las decenas de miles que constan en los Estados Unidos. ¿Quién estaba entonces detrás del Instituto Lovenstein? Eso es una interrogante dentro de un enigma envuelto en un misterio...          

La guinda de esta historieta es que lo que sí existe es un estudio formal del cociente intelectual de Bush. Se le realizó durante su etapa en el Ejército de los EE.UU. y marcaba su índice de inteligencia en unos nada desdeñables 120 puntos, bastante por encima de la media. Y la guinda de la guinda es que, pese a todo lo aquí resumido, la inmensa mayoría de los periodistas que en su día comentaron este informe más o menos jocosamente, nunca se han enterado de que fue una de las miles de manipulaciones con que nos obsequian los medios de comunicación prácticamente a diario. Peor: siguen pensando que era una información real.


 





viernes, 20 de enero de 2012

También pasan cosas divertidas

El buen humor es la mejor medicina para combatir las dos principales armas (repetición de la jugada una vez más: esas armas son el miedo y la culpa) con las que hace tiempo que sabemos que los mandamases de este parque de atracciones llamado planeta Tierra se dedican a apretar las tuercas al personal. La persona alegre, capaz de relativizar la importancia de cualquier suceso y de sonreír incluso ante la adversidad (especialmente ante la adversidad) es muy peligrosa para los susodichos mandamases, porque es consciente de que los monstruos más espantosos no son más que muñecos de feria, escobazos del tren de la bruja, que no pueden hacerle un daño real en la parte que verdaderamente le interesa en sí mismo.

En realidad, no es esa persona la que representa el mayor peligro para los pastores con cayado de hierro que conducen el ganado humano con  la ayuda de sus enloquecidos y sanguinarios perros de dentaduras convenientemente afiladas. No lo es porque su misma actitud, que tanto contrasta con la general (y por tanto es considerada “anormal”), ayuda a desprestigiarle y arrinconarle con suma facilidad, a convertirle en otro “chiflado” extravagante al que “no merece la pena hacerle caso” porque “no sabe ni de lo que habla”. No, lo verdaderamente problemático es que este individuo “no computable”, esta auténtica oveja negra, pueda contagiar su actitud positiva a otra gente, incluso a una mayoría que llegue a ser lo bastante amplia en el rebaño como para cuestionarse el orden establecido y se plantee alterarlo. Al fin y al cabo hay muchísimas más ovejas que pastores y perros así que, si se produjese una rebelión ovejuna convenientemente planeada y ejecutada, su victoria sería muy probable.

Es divertido ser una oveja negra, siempre que uno sea consciente de ello y actúe en consecuencia. Y no sólo por molestar a los siniestros moruecos de la
raza humana, sino porque todos los días tenemos motivos para sonreír, incluso para soltar más de una carcajada. Las orejeras instaladas por el sistema insisten en orientar nuestra mirada exclusivamente hacia la tristeza, la rabia y el desasosiego con imágenes ad hoc destinadas a atrapar nuestra atención. Pero la cabeza que sostiene las orejeras es nuestra y podemos moverla hacia donde queramos. De hecho, la clave consiste en dejar de mirar a donde mira todo el mundo, al escenario, y empezar a contemplar nuestro alrededor: el patio de butacas, el pasillo, el techo, las paredes, las puertas de entrada en el teatro… Lo ideal es incluso levantarse y atreverse a curiosear donde el común de los mortales no va: la parte trasera del telón, los camerinos, las taquillas. Y ya, si podemos salir del teatro, la visión va a ser espectacular, hasta el punto de que para entonces nos habremos arrancado las orejeras sin darnos cuenta, ávidos de disfrutar de tantas cosas que nos tenían (teníamos) prohibidas, y nos preguntaremos cómo es posible que no hubiéramos descubierto antes la riqueza de lo que nos rodea.

(En realidad, todos los descubrimientos parecen una tontería una vez descubiertos, pero nunca antes. Recientemente falleció uno de los españoles más ingeniosos de los últimos decenios, Manuel Jalón, que entre sus numerosas aventuras como emprendedor incluyó la invención de la fregona. Ponerle un palo al trapo húmedo para limpiar el suelo sin tener que arrodillarse parece hoy algo de Pero Grullo pero hasta que no llegó él, aplicó el concepto y empezó a vender su invento, no se le había ocurrido a nadie. Es seguro que Jalón consiguió mirar más allá de las orejeras.)

El mundo nos ofrece a diario su ración de diversión, y generalmente viene acompañada por una lección al respecto. Citemos, por ejemplo, sólo tres informaciones que hemos conocido el día de hoy:

1º.- Una de las cocineras más populares de los Estados Unidos, gracias a la televisión, se llama Paula Deen (en esta imagen a la izquierda la vemos en
acción). A sus 64 años, es una de las principales defensoras y promotoras de las recetas de elevado contenido calórico como por ejemplo las hamburguesas entre donuts: un plato que haría las delicias de Homer Simpson. Sus recetas, inspiradas según ella en la cocina sureña, están saturadas de azúcar, mantequilla y otras delicias gastronómicas que a la larga funcionan como una bomba de relojería para el organismo, pese a que ella insista en que su recetario no es perjudicial para su salud siempre que se consuma con la adecuada moderación…  Lo grande del caso es que esta semana ha reconocido ante su público televisivo que ¡padece diabetes desde hace tres años! Es decir, que a pesar de su enfermedad (generada o alimentada al menos por su forma peculiar de entender la alimentación) ha seguido alegremente promocionando el mismo tipo de cocina que no se puede decir le haya beneficiado a ella misma…, si bien según sus propias declaraciones “si tienes diabetes puedes tomar un trozo de tarta, aunque no la tarta entera” (la verdad es que yo conozco varios diabéticos y ninguno de ellos toma ni siquiera la guinda de la tarta). La ironía se completa con este otro dato: Deen es la imagen de marca de una compañía danesa llamada Novo Nordisk ¡que comercializa un tratamiento contra la diabetes! Siembra y recogerás.

2º.- Otra noticia divertida que acaba de llegar aunque hace días que es la auténtica comidilla e incluso ha causado un cierto escándalo en Colombia, afecta a un presunto chamán llamado Jorge Elías González, que se ha descubierto estaba a sueldo del gobierno del presidente Juan Manuel Santos para colaboraciones puntuales de rituales mágicos. Y es que el
popularmente conocido como “el Señor de la Lluvia” (a la derecha, inmerso en sus peculiares ceremonias) es un especialista en el control de los elementos y parece que puede evitar que llueva, de la misma forma que puede hacer llover. O así se "vende". Los dos actos más importantes de su colaboración con el gobierno colombiano, por la información que ha trascendido hasta ahora, consistieron en mantener los cielos limpios y despejados para que la lluvia no estropeara la toma de posesión del propio Santos ni la final del Mundial de Fútbol sub 20. Por este último ritual cobró según se ha sabido ahora 4 millones de pesos colombianos: al cambio unos 1.700 euros. Lo más grande de este asunto es que este tipo de personajes no es, como algún listillo podría creer, patrimonio exclusivo de “países atrasados” sino que surgen como hongos en todas partes. Sin ir más lejos, si la opinión pública conociera en España la cantidad (y la –presunta- calidad) de brujos, videntes y mercachifles similares de todo pelaje que asesoran a altos cargos (incluso a altísimos cargos) responsables de tomar las más importantes decisiones para la conducción del país, se llevaría las manos a la cabeza. O tal vez no: tal vez lo que haría sería pedir el teléfono de la tarotista de turno para pedir hora… ¿A qué nos referimos realmente cuando criticamos a nuestros antepasados tratándoles de "supersticiosos"?

3ª.- El remate de la jornada es la surrealista historia de una aldea de menos de 300 habitantes ubicada en las montañas del centro de China, tan lejos de todo y de todos que la gente de las localidades más cercanas siempre han dicho de ella que sólo los perros se tomaban la molestia de ir a visitarla…, y eso para defecar.
Por ello el pueblecito tomó el nombre de Goushi, que en chino significa... Caca de perro, literalmente. Hay que ponerse en la mente de esta gente y tratar de imaginar cómo les ha marcado personalmente el hecho de vivir en una localidad con semejante "denominación de origen". Tras siglos de humillación, en mayo del año pasado una nueva y moderna carretera unió por primera vez Goushi con "el resto del mundo". A raíz de ello, un grupo de vecinos tomó el aliento suficiente para exigir al gobierno que cambiaran el nombre de su villorrio..., y fueron escuchados. Tras darle muchas vueltas y sopesar varias docenas de nombres, las autoridades chinas decidieron renombrarlo al fin como Jinxin que se traduce como Feliz y Próspera. No me cabe la menor duda de que la gente que nazca y viva a partir de ahora en esta localidad será mucho más feliz. El nombre marca a la gente, como bien sabían todas las culturas de la Antigüedad, muchas de las cuales rebautizaban o apodaban a los miembros de su comunidad cuando éstos protagonizaban, ya de adultos, algún acontecimiento memorable. 

Son sólo tres historias, las tres de hoy, pero hay muchas más esperando mostrarse ante nosotros para hacernos reír y pensar. Y ayudarnos a ser un poquito más libres cada día.




miércoles, 18 de enero de 2012

El nombre de la cosa

Sólo una diminuta parte de la Humanidad ha leído los principales libros, o al menos algunos de ellos, cuyas ideas y contenido han determinado la historia conocida de nuestra civilización. Es cierto que resulta francamente difícil elaborar una lista más o menos completa a la vez que exigua y suficiente de los volúmenes que debieran integrar ese compendio al estilo Umberto Eco. Digamos "los diez libros imprescindibles". Sobre todo, teniendo en cuenta ese tan falso como fortísimo prejuicio según el cual lo que se escribe hoy debería tener un plus de prioridad sobre los textos de nuestros antepasados, ya que éstos eran un hatajo de supersticiosos e ignorantes. Personalmente, cuanto más aprendo más me convenzo de que es justamente al revés: la gente que nos precedió en la Historia lejana sabía mucho más sobre el mundo y sobre su lugar en él de lo que hoy sabemos nosotros acerca de cuanto nos rodea y aún sobre nuestra propia naturaleza. Hay más verdad y comprensión acerca de la posición humana en el universo en La epopeya de Gilgamesh, las Analectas o por supuesto la Tabla de Esmeralda que en cualquiera de los sesudos tratados de Einstein, Heisenberg o Hawking (aún más, después de que los propios científicos contemporáneos insistan en dictarnos cómo se supone que es el mundo cuando luego ellos mismos reconocen que el 90 por ciento de lo que observamos está compuesto por materia oscura..., ¡que es como llaman a aquello sobre lo que no saben absolutamente nada!)

Ni siquiera el llamado "libro de los libros", la Biblia, que aparecería en cualquier selección de los textos más importantes jamás publicados, es lectura corriente en la actualidad fuera de los eruditos o, peor, de los fanáticos de ciertas confesiones religiosas que toman como realidad la abigarrada y mitológica colección de leyendas y cuentos de muy diverso origen alegremente compilada y patentada por un numeroso grupo de escribas judíos y más alegremente aún alterada y deformada a lo largo de los siglos por otro grupo más numeroso de judíos, cristianos, musulmanes y otro tipo de creyentes. No conozco a nadie (y mira que conozco a gente) que haya leído directamente el que paradójicamente está considerado como mayor best seller de la Historia. Casi todo el mundo tiene cierta idea acerca de lo que contiene: que si la serpiente tentando a Adán y Eva, que si la bronca entre Caín y Abel, que si el Diluvio Universal, que si los juicios de Salomón, que si las advertencias de los profetas, que si el nacimiento de Jesús, que si su vida pública, calvario y crucifixión... Pero todas esas historias las conocen de oídas: porque han visto películas en las que se cuentan o han leído novelas donde aparecen o se las han oído comentar a un sacerdote o, como mucho, han tenido acceso a parte de ellas en catecismos o textos similares. 

Para más inri (nunca mejor dicho), ni siquiera son conscientes de que la Biblia contiene los textos de dos religiones diferentes, agrupados en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, lo cual resulta evidente para cualquiera que lea con atención los escritos que aparecen en un lado y en otro. Nada tiene que ver el dios "de los ejércitos", vengativo, furioso, tronante, vanidoso y "mala persona" (hasta el punto de eliminar con sus "rayos de la muerte" a un par de ciudades en un instante o de cometer un auténtico genocidio ahogando a la casi totalidad de la raza humana -y también a las razas animales- en un interminable aguacero) exclusivo de un solo pueblo, que se describe en la primera parte de la Biblia, con el dios del amor, la compasión, la bondad y el perdón que desea extender al mundo entero una era de paz que aparece en la segunda parte... No hemos leído este libro inmenso, ni mucho menos lo hemos analizado en profundidad debido a nuestra comodidad, nuestra desidia o nuestro desinterés..., así que en este sentido no nos diferenciamos en absoluto de todos aquellos antepasados nuestros que tampoco lo hicieron, aunque en este caso porque, casi hasta el día de ayer, la Iglesia lo prohibía estrictamente ya que sólo sus sacerdotes tenían derecho a leer e interpretar sus textos (de todas formas, la gente corriente no hubiera podido leerla aunque quisiera, debido a su elevado índice de analfabetismo y porque además el texto estaba escrito en latín, dialecto privado durante siglos de la casta sacerdotal). 

Pues si resulta que somos incapaces de leer la Biblia, que tenemos a nuestro alcance con tanta facilidad a día de hoy, imaginemos textos más abstrusos o intelectualmente más exigentes (cuando no de difícil acceso por diversas circunstancias) como sucede con algunas de las obras que se consideran clásicos contemporáneos publicados entre finales del XIX y principios del XX, como El origen de las especies de Charles Darwin, El Capital de Karl Marx o Mi lucha de Adolf Hitler, entre otros. Se trata de volúmenes de estilo aburrido y cansino de leer para las frívolas mentes del día de hoy (por lo que tienen en común que sólo un reducido número de personas se los ha leído íntegros y aún menos los han comprendido e interpretado), aunque cada uno de ellos influyera en su día de manera espectacular en el desenvolvimiento de los acontecimientos históricos, políticos, económicos, sociales, religiosos y hasta ociosos de los últimos decenios. En el caso del último libro citado, el Mein Kampf en el original, aparece además un elemento perturbador ya que este texto hoy maldito, la "biblia nazi" como la califican algunos creadores de opinión, fue el fundamento del régimen del Tercer Reich pero paradójicamente corre el riesgo de convertirse en el inesperado símbolo de una de las libertades hace tiempo perdidas por el ser humano (que tan libre cree ser, el muy iluso): la libertad de expresión.


Sucede que según publica el semanario alemán Der Spiegel un editor británico, Peter McGee (aquí a la derecha), quiere hacer negocio poniendo a la venta en los quioscos germanos, antes de que acabe este mismo mes, una tirada inicial de cien mil ejemplares de una edición comentada de Mi lucha en formato de revista. Se comercializarían como suplemento de Zeitungszeugen, una colección de facsímiles de la época hitleriana publicados por el mismo McGee. Su objetivo sería no editar el libro íntegro, sino una selección de fragmentos y además, comentados, ya que la idea del editor británico es la de demostrar que se trata de "un libro extremadamente malo" y cuyo "mito como manifiesto ideológico puede ser destruido".

El problema radica en que los derechos editoriales del volumen se encuentra todavía en poder del gobierno federado (autonómico) de Baviera, depositario legal de estos derechos desde la capitulación del Tercer Reich, y la administración alemana contemporánea no está por la labor de reeditar el que fuera en su país el libro más vendido durante los años treinta del siglo XX. Pero es que, además, está prohibido. Aunque parezca increíble, la que el vulgo supone poderosa (políticamente) y determinante (económicamente) democracia alemana de 2012 no es libre por completo: entre otras cosas sigue rigiéndose todavía hoy por las leyes impuestas por Estados Unidos en 1945. En aquel entonces, las tropas norteamericanas de ocupación impusieron al gobierno germano que surgió de la derrota de la Segunda Guerra Mundial una serie de limitaciones a su actividad, entre las cuales figuraba la obligación de impedir la difusión de cualquier texto susceptible de convertirse en propaganda nazi. Desde entonces está estrictamente prohibido investigar, publicar y debatir sobre según qué ideas y qué símbolos relacionados con aquel convulso período. Otra prohibición similar (pero ésta fue convenientemente pasada por alto con el visto bueno de EE.UU. cuando le convino a Washington: a partir de la guerra de Iraq) es la de movilizar a soldados alemanes fuera del territorio alemán (y lo mismo sucede con el también derrotado ejército de Japón, hoy reconvertido en las cómicamente denominadas Fuerzas de Autodefensa).


Así que ahí tenemos a McGee debatiendo con el Ministerio de Finanzas del gobierno de Baviera, que detenta el poder legal sobre Mi lucha hasta 2015, cuando se cumplirán 70 años de la muerte oficial del Führer en Berlín y caducarán los derechos de autor. Algunos historiadores conocidos como Hans Mommsen o Sonke Neitzel están ya trabajando en una edición comentada del libro para entonces, aunque su obra no tiene la garantía total de poder aparecer publicada, igual que la del británico, ante el veto legal a la "propaganda nazi". Ese veto, que en los últimos años se ha extendido progresivamente al resto de Europa de forma más o menos encubierta, se sustenta sobre el miedo a que las ideas de Hitler puedan encontrar eco en la sociedad contemporánea y fructificar hasta el punto de encumbrar en un futuro al poder a alguien como él (que, no olvidemos, llegó a la presidencia alemana tras ganar legalmente las correspondientes elecciones) y que éste pueda instalar una especie de Cuarto Reich... Hay que reconocer que semejante actitud arroja, como mínimo, un triste balance sobre nuestra opinión acerca del sistema político de moda en la actualidad: la democracia. ¿Tan malo es en realidad este sistema, a pesar de las alabanzas que se repiten acerca de ella día tras día en los mass media, como para que las autoridades teman que la gente se vuelva a echar en masa en brazos del nacionalsocialismo por el hecho de que se reedite libremente Mi lucha?


La ridícula prohibición de publicación física de éste y otros libros escritos por prominentes nazis de la época queda en un simple brindis al sol en un momento en el que Internet ofrece todos estos textos y muchos más con la misma facilidad con la que uno pueda conectarse a la red y tomarse la molestia de leerlos. Lo importante de toda esta situación, lo que es realmente grave aunque tantas personas sigan sin advertirlo, es el concepto de falta de libertad en sí, la censura a la que estamos sometidos los ciudadanos "libres". ¿No somos todavía lo bastante mayorcitos y responsables para formarnos nuestro propio criterio? ¿No tenemos derecho a elegir qué deseamos leer y qué no, por simple curiosidad o por la más encomiable idea de formarnos nuestro porpio criterio? ¿No vivimos en un sistema político democrático que nosotros mismos definimos como "de libertades"

De momento, parece que podemos seguir recordando al viejo Winston Smith, quien sabía que "paz es guerra, libertad es esclavitud e ignorancia es fuerza"...
 


lunes, 16 de enero de 2012

La tentación de hybris

Un hombre puede llegar a ser un dios, pero no sólo es necesario estar dispuesto a pagar el alto precio que se exige sino que es condición sine qua non superar asombrosos obstáculos. Los propios dioses se encargan de tentar a los aspirantes, de probarles continuamente e inducirles por el camino de su propia destrucción, en especial a través de la estimulación de su hybris, antes de admitirles en su cofradía eterna. Y es que tampoco es buena cosa que haya demasiados dioses como no es bueno que existan más leones que antílopes en un ecosistema.

Se cuenta que un antiguo brujo adquirió grandes poderes sobre el mundo y la naturaleza hasta el punto de convertirse en la persona más temida y admirada de la Historia, incluso más que el rey o cualquiera de sus más famosos héroes. En su arrogancia, este brujo se atrevió a invocar en su propio torreón a uno de los dioses para exigirle paso franco a la Ciudad de Oro y convertirse él mismo en inmortal. La deidad reconoció el trabajo realizado por el brujo pero le avisó:

- Aún te falta el punto más importante, que no es otro sino adquirir grandes poderes..., también sobre ti mismo. Sólo una vez que poseas éstos, podrás validar los que ya tienes sobre las cosas del mundo. Sólo entonces deberás operar la ceremonia que te dictaré a continuación y culminarla con las palabras mágicas "Abracadabra, pata de cabra".

El brujo tomó atenta nota del ritual, palabra por palabra, aunque en su prepotencia obvió la principal advertencia del dios y se dispuso a desarrollar el ritual esa misma noche pues no deseaba pasar un día más como una persona común y corriente. Él aspiraba a asumir su nueva condición divina para ejercer el dominio, no ya sobre el reino sino sobre todo el planeta. Se convertiría en un superhombre, rey de reyes, emperador de todos los seres humanos, y suyo sería el poder máximo sobre cada ser vivo de la Tierra.

Aquella noche fue tormentosa y los testigos recuerdan que varios relámpagos iluminaron violentamente el torreón del brujo después de invadirlo a través de sus estrechas y largas ventanas, mientras de fondo se escuchaban gritos guturales y gemidos impíos. Una súbita explosión que hizo temblar toda la construcción silenció aquellos ruidos espantosos. Al día siguiente, los servidores del torreón encontraron el cadáver del brujo, horriblemente carbonizado y desplomado sobre un círculo mágico trazado con tiza y sangre sobre el suelo. A pesar del mal estado de sus restos se había conservado casi intacta la parte superior de su cabeza. Por ello pudieron observar la mirada desorbitada, llena de pavor, de sus ojos muertos, y el rictus desencajado de su rostro al comprender demasiado tarde lo que había querido explicarle el dios invocado.

No muy lejos, yacía el diario del brujo, chamuscado y arrinconado grotescamente contra la pared del torreón como un esqueleto engrilletado en una celda de castigo. Estaba abierto por la última página y recogía las últimas palabras del brujo antes de iniciar la ceremonia que había terminado tan brutalmente con su vida:

- ... este dios ignorante que se manifestó ante mí. Así que finalizaré el ritual con las palabras mágicas "Abracadabra, pata de chivo".




viernes, 13 de enero de 2012

Lo entretenido de ser un policía en Dyfed Powys

A día de hoy mucha gente sigue refiriéndose (e identificando, de hecho) al Reino Unido de la Gran Bretaña como Inglaterra, pero esto es tan erróneo como si para hablar de España la denominásemos con el nombre de Castilla. Como su nombre indica, el Reino Unido (o Subyugado, según sensibilidades) lo constituyen diversas porciones de territorio de las llamadas Islas Británicas que tienen bastantes cosas en común pero también sus diferencias entre sí. Inglaterra es en efecto la más importante de estas regiones, sobre todo porque fue quien construyó a su alrededor el reino como tal y porque (según cuenta MacNamara) a día de hoy sigue “rulando las waves” a través del control financiero cuasimundial (incluyendo el de la REserque se ejerce desde la tan poderosa como tenebrosa City, la ciudad dentro de la ciudad que se parapeta dentro de Londres y donde anidan algunos de los elementos más peligrosos del mundo contemporáneo, convenientemente disfrazados de gentes elegantes, correctas y bien asentadas.


Además, de Inglaterra, el Reino Unido está compuesto por Escocia al norte, Gales al oeste e Irlanda del Norte al noroeste. Cada uno de estos territorios fue anexionado por la fuerza en diversos momentos históricos (aunque en el caso del Ulster, se trata del último pedazo de una tarta aún mayor: la entera isla verde, ocupada por los violentos barones normandos a las órdenes de los Plantagenet en general y del ambicioso Enrique II en particular, y que sólo consiguió sacudirse la brutal dominación inglesa de cerca de ocho siglos gracias a los patriotas de Eire que acabaron triunfando –a medias- a comienzos del siglo XX) y tiene un interesante recorrido propio.

Por aquello de las difíciles relaciones entre imperios, y porque España y el Reino Unido (viejas rivales, aunque los estudios genéticos han demostrado hasta la saciedad que todos los británicos de origen europeo –esto es, sin contar los inmigrantes o descendientes de inmigrantes de cualquier parte del imperio- descienden de colonizadores prehistóricos de origen ibérico), son dos de los no más de cinco países europeos sobre los que se ha construido la historia conocida de Occidente, tenemos por aquí una vaga idea y conocimiento de por dónde respiran los súbditos de la Pérfida Albión. Nuestro estereotipo de los ingleses los define como estirados, intolerantes y sarcásticos, el de los escoceses los califica como bravucones, tacaños y desconfiados y el de los irlandeses como simpáticos, borrachines y grandes aficionados a la música. Pero, ¿y los galeses?


Gales resulta ser, en efecto, la gran desconocida para la mayoría de los españoles, a los que el nombre les suena sólo porque el heredero de la corona de Inglaterra, el príncipe Carlos, ostenta el título de príncipe de Gales (igual que, en España, el heredero es el príncipe de Asturias).  Irónicamente, conocemos a un gran número de galeses famosos, aunque desconociéramos su origen hasta el momento de estudiar su biografía: desde el mismísimo rey Arturo hasta el pirata Henry Morgan, pasando por el el poeta Dylan Thomas , el escritor de best sellers Ken Follet, el cantante Tom Jones, el explorador Henry Stanley (el de “¿Livingstone, supongo?”), la actriz Catherine Zeta-Jones, el actor Anthony Hopkins, el autor Roald Dahl, o el enigmático militar, arqueólogo, explorador y místico Lawrence de Arabia…, entre muchísimos otros.

Como Irlanda, Gales fue invadida por los normandos y para el siglo XIII ya estaba en poder de los ingleses, aunque hubo que esperar algunos cientos de años más, hasta 1536, para que se firmara el Acta de Unión que creó legalmente el territorio unido de Inglaterra y Gales. Sin embargo, los galeses siempre han conservado (además de buena parte de su cultura y su sonoro y musical lenguaje) una particular forma de ser, que desde Londres se ve como “paleta” (o “limitadamente rural” en el mejor de los casos) aunque las autoridades turísticas prefieren calificarla de “romántica” o “anclada en el pasado y en la naturaleza”. Digamos que muchos galeses han conseguido mantener cierto contacto con la tierra que se ha perdido por completo entre los urbanitas y cosmopolitas ingleses, siempre más preocupados de conquistar nuevas plazas por el mundo adelante que de pararse un momento a considerar el solar en el que viven.

Es por todo ello por lo que hoy día en Gales pueden seguir sucediendo cosas fascinantes que en otra parte del Reino Unido sería imposible siquiera de imaginar (después de todo, la bandera galesa es un maravilloso dragón rojo sobre fondo blanco y verde). La última de esas cosas, tan interesantes como
naturalmente descalificadas por las autoridades racionales, es un curioso informe hecho público a finales de 2001 y elaborado por la Policía de Dyfed Powys (los nombres galeses son verdaderamente llamativos): una mancomunidad que incluye las zonas no excesivamente urbanizadas de Ceredigion, Carmarthenshire, Pembrokeshire y Powys. En este documento, el jefe policial, Ian Arundale, se queja de que sus agentes se han visto obligados a invertir (“a malgastar”, dice) a lo largo del año nada menos que 240 horas en la investigación de casos y consultas sobre… ¡manifestaciones de fantasmas o demonios, avistamientos de ovnis, actuaciones de brujas y magos y amenazas de hombres lobo, vampiros y hasta zombies! Verdaderamente, un paraíso para Fox Mulder y Dana Scully…

Arundale ha facilitado pocos datos concretos sobre los casos recogidos, pero se sabe que los fantasmas son la principal preocupación de los galeses de la zona ya que hay casi treinta informes registrados al respecto, seguidos por los catorce de ovnis y los once de brujas. La verdad es que la mayoría de las investigaciones no han arrojado demasiada luz sobre lo que vieron o experimentaron los denunciantes, quizá porque los propios policías no se toman demasiadas molestias en estudiar declaraciones que no les merecen credibilidad. Y citan como ejemplo una de las denuncias de presencia de zombies que resultó ser el rodaje de una película de terror en Pembrey.
Sin embargo, la ley obliga a los agentes de Dyfed Powys a responder a cualquier denuncia de un ciudadano por extravagante que parezca, empleando hasta 18 horas para encontrar la información necesaria con que redactar un informe para el que responder cada petición. Por ejemplo, constatar el rastro de una especie de Big Foot o Yeti local, encontrar el ataúd en el que se refugia un posible vampiro o establecer una posible relación entre los signos zodiacales de los ladrones de automóviles de la región y los de los propietarios de los coches desaparecidos. Como comparación, en España la Policía no está obligada a contestar a los ciudadanos ni dar cuenta de sus pesquisas si no lo considera oportuno (aunque pueda investigar también “cosas raras” y en ese sentido sería curioso tener un informe parecido para conocer públicamente los casos que manejan las autoridades policiales por aquí, algunos de los cuales son también llamativos) sino que las notificaciones corren a cargo del juzgado. Por eso Arundale, que aparece en esta imagen en su moderno despacho, pide cambios en la ley para acabar con “las solicitudes frívolas” que “cuestan una fortuna y hacen perder el tiempo a la Policía”.

En lugar de quejarse, la verdad es que las agencias de viaje locales podrían muy bien rentabilizar este informe. Estoy convencido de que mucha gente pagaría un tour convenientemente montado para pasear al visitante por los parajes misteriosos donde se han divisado criaturas infames, proveerle de todo tipo de remedios naturales contra hechicerías y otras presencias satánicas y, tras una excursión nocturna a la caza de avistamientos ufológicos, alojarle finalmente en la casa encantada de turno…  Aunque con estas cosas hay que tener cuidado
y nunca descartarlas alegremente, porque es fácil reírse de las “supersticiones” ajenas cuando la experiencia me ha demostrado en tantas ocasiones que, quien más quien menos, posee una historia “rara” que contar acerca de “aquel extraño suceso” que vivió hace un tiempo y para el que, a día de hoy, continúa sin explicación…