Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 30 de marzo de 2018

La llave

Uno de los cuentos más antiguos que conozco de mi profesor de Misticismo y Paradojas en la Universidad de Dios, el mulá Nasrudin, tiene tantos años que la primera vez que lo escuché me lo contaron como un chiste protagonizado por un borracho y me pareció una solemne tontería. Creo que hoy lo entiendo un poco mejor.

Es muy tarde por la noche y Nasrudin está dando vueltas alrededor de una farola buscando algo en el suelo. Entonces aparece un vecino y le pregunta:

- ¿Qué te pasa? ¿Has perdido alguna cosa?

- Sí, la llave de mi casa. Estoy buscando a ver si la encuentro.

El vecino le echa una mano pero la llave no aparece. Al rato, aparece otro vecino.

- ¿Qué os sucede, que estáis rastreando como si fuerais perros en busca de un hueso?

Le cuentan lo sucedido y el segundo vecino se pone a buscar con ellos.

Aparece entonces una vecina y se repite la historia. Al cabo de un rato, hay ocho o diez personas dando vueltas alrededor de la farola sin encontrar nada. Al final, uno de ellos se planta y dice:

- Oye, Nasrudin. Somos muchos buscando la llave. Si estuviera aquí sin duda la habríamos encontrado. ¿Estás seguro de que la perdiste junto a la farola?

- No -contesa el mulá-, en realidad creo que la perdí en el callejón que baja desde el zoco.

- ¿Entonces por qué la estamos buscando aquí? -pregunta, asombrado, el vecino.

- Es que en el callejón está muy oscuro y no se ve nada, y aquí hay una farola.

En este mundo tan caótico en el que vivimos, en especial durante estos días tan entretenidos, distintos elementos de muy diversa catadura -algunos incluso puede que bien intencionados- nos invitan constantemente a ir a la farola a buscar. Pero la llave sigue estando en el callejón oscuro. ¿Cuántos serán capaces de encontrarla?








viernes, 23 de marzo de 2018

Arte

Hace pocas semanas se publicó un libro de Susana Frochtmann titulado El hombre de las checas (editorial Espasa) que relata los recuerdos de esta mujer respecto a uno de los muchos miserables que pulularon por la piel de toro durante la última de la larga serie de guerras civiles -la de 1936/1939, en concreto- sobre las que se ha construido la Historia de España. El tipo en cuestión se llamaba Alfonso Laurencic, nacido en Francia de padres austríacos y con una trayectoria personal aventurera y un tanto errática, si bien digna de un auténtico superviviente. Sin embargo, no fue un héroe: su mayor aportación conocida fue para el Museo del Mal y consistió en el diseño de algunas de las más siniestras checas impulsadas por los líderes republicanos de izquierdas del Frente Popular.

(Entre paréntesis, creo que ya iría siendo hora de despejar de una vez por todas las telarañas de tantos cerebros, especialmente los de muchos jóvenes que han sido gratuitamente educados con la idea de que la II República Española fue algo así como la actual democracia, pero sin rey: un período de prosperidad, paz y derechos ciudadanos que fue aniquilado de un guantazo por Franco, el Supervillano Local del siglo XX.  Ya he comentado en alguna ocasión lo que me parece esto que hoy llamamos régimen democrático, pero la II República no tuvo nada que ver: fue todavía peor. Exceptuando varias leyes puntuales, como las que reconocieron algunos derechos a las mujeres, y mucha palabrería bonita -pero palabrería al fin y al cabo- como la de Azaña, hablamos de una época de disturbios, violencia, desórdenes y corrupción que desembocó en una guerra civil casi a la fuerza. La mejor prueba de que el régimen republicano no era en absoluto querido por la mayor parte de los españoles fue el hecho de que tanta gente se sumara a la causa de los sublevados desde el primer momento, a pesar de que contaban con menos tropas y peor armadas -pero mejor organizadas-. La historia del XIX y los primeros años del XX en España nos muestra una asonada tras otra que, en su gran mayoría, no llegaron a ninguna parte porque muy pocos apoyaron a los sucesivos grupos de militares golpistas. Pero el levantamiento de 1936 sí recibió ese apoyo generalizado. Por algo sería.)

La historia relatada por Frochtmann tiene su miga, porque su encuentro con el Laurencic personaje -con el cual se topó cuando se estaba documentando para escribir un libro sobre las mujeres de Barcelona en la época de la guerra civil- le trajo a la memoria el Laurencic real que ella había conocido. Descubrió que aquel tipo sórdido era el mismo marido de la institutriz que había cuidado de ella y de sus tres hermanas durante muchos años. Un hombre de buen aspecto, bien vestido, seductor, capaz de hacerse entender en varios idiomas, viajero, músico, editor..., que, según descubrió la autora, actuó como doble agente de los dos bandos en guerra, robó fondos del Servicio de Investigación Militar de la República, vendió pasaportes falsos... Y construyó las checas de peor fama de Barcelona: las de las calles Vallmajor y Zaragoza.

Una de sus "mejoras de construcción" fue la creación de "celdas psicotécnicas", que también fueron conocidas como "neveras", "campanillas" o "de inútil reposo". Un ejemplo de su diseño aparece en los dibujos y planos adjuntos. El avance que suponían estas celdas respecto a las normales es que estaban especialmente pensadas para romper no ya el cuerpo sino el alma de los cientos -¿miles?- de personas torturadas en ellas. Eran unos zulos de dos metros de altura por metro y medio de ancho, a menudo alquitranados para convertirlos en auténticos hornos gracias al calor solar. El cajón que el recluso podía intentar utilizar para dormir tenía una inclinación de unos 20 centímetros para que se resbalara por él y le resultara complicado, cuando no imposible, descansar. Si caía al suelo, podía hacerse daño porque allí habían colocado ladrillos de canto que, junto con el suelo ondulado, dificultaba caminar o moverse dentro del siniestro cuartucho. Pero lo más interesante de todo esto es cómo decoró "artísticamente" estas celdas: con formas geométricas y obras abstractas que en Centroeuropea estaban muy de moda con movimientos como la Bauhaus y cuyo objetivo era marear y descentrar visual y mentalmente a los presos. Algunos motivos estaban dibujados, otros eran proyectados. Una de las proyecciones empleada era la más demencial escena de la más demencial película (por llamar de alguna manera a esa sucesión de delirios) de Buñuel, Un perro andaluz, en la que el mismo cineasta interpreta a un personaje que le raja el ojo a una mujer con una navaja de afeitar. Francamente, nunca he entendido cómo puede considerarse una obra de arte esta película... 

Miento, ahora sí sé por qué y precisamente ésa es la razón de este artículo, como explicaré enseguida.

Laurencic no escapó con bien de sus crímenes. Fue detenido en febrero de 1939, juzgado, sentenciado a muerte y ejecutado. A decir verdad, el libro de Frochtmann no es el primero que cuenta su historia pero este tipo de temas no son muy populares entre los lectores actuales. Algunos investigadores han apuntado que los republicanos utilizaron celdas como las de este perverso individuo en otros puntos de España, como Valencia o Murcia, aunque no está claro si se construyeron con los mismos planos. En todo caso, parece probado que estos cuartos de tortura entraron en funcionamiento al menos a partir de la primavera de 1938 y, como es obvio, jamás fueron mostrados a los periodistas extranjeros. A éstos, sólo se les invitaba a conocer celdas normales en prisiones normales y con reos sin importancia a los que, por tanto, no hacía falta torturar.

Pero volviendo al tema del arte, el caso es que esta información ha coincidido en el tiempo -aaay, las serendipias..., troleándome desde mi más tierna infancia- con la lectura de un libro que me llegó muy recomendado de parte de Mac Namara. Firmado por la profesora de Historia del Arte y de Historia del Traje Pilar Baselga, lleva el sugerente título de Arte, profanación y magia negra

- No llega a las 200 páginas, pero creo que te interesará echarle un vistazo porque merece la pena leerlas y estudiarlas una por una, a ver si empiezas a centrarte de una vez -me dijo mi gato conspiranoico, con sus característicos aires de suficiencia.

- ¿Te parece que no estoy centrado? -le pregunté, un poco sorprendido.

- Tocas demasiados palos al mismo tiempo. Deberías quedarte con lo importante.

Es su opinión, por supuesto. Pero, ¿qué va a saber un gato, por mucho que hable, por muchos conocimientos que atesore y por muy brujo que sea, acerca del ansia inagotable de conocimiento de los seres humanos? Nosotros pasamos la vida buscando, explorando, yendo siempre más allá y si es posible colonizando..., nos volvemos locos por saber qué habrá detrás del próximo horizonte. Y la máxima aspiración de Mac Namara es tumbarse encima del radiador, desperezarse y saltar al radiador de enfrente para tumbarse encima.  

En cualquier caso la contraportada del libro de Baselga me pareció muy sugerente y me interesó automáticamente: "¿Por qué una cama deshecha, un pene de látex colgado de un alambre o una cabeza de ternera putrefacta llena de moscas se exponen como obras de arte? ¿Por qué la obra señera del siglo XX es un urinario atribuido a Marcel Duchamp? ¿Quién lo decide? ¿Y por qué el público espera horas para ver todas esas porquerías?"  Exactamente, yo me había preguntado lo mismo durante mucho tiempo y me había dado algunas respuestas creativas a mí mismo, muchas de las cuales me ha sorprendido gratamente ver escritas por la autora con otras palabras pero con el mismo sentido y con mayor autoridad, porque para eso es experta en arte. No sólo eso, sino que además defiende una visión holística del mundo, no compartimentada ni fragmentaria como se empeña en orientarnos la (mala) educación contemporánea, que le permite comprender el mundo como lo hacían nuestros ancestros. Esto es, de una forma global, más próxima a la verdad.

Es difícil explicar el contenido del texto sin destriparlo, pero digamos que es un brutal encontronazo con la realidad para todos aquellos ingenuos que creen en la "pureza" del arte o, mejor dicho, del negocio artístico, implicado en realidad con distintas tramas de poder político y económico,  corrupción, manipulación social y especulación financiera -por no citar crímenes más sórdidos como la pedofilia- de los Amos, hasta límites inimaginables para los neófitos.

Por citar una de las partes más "amables" del texto, la autora denuncia la existencia de miles de falsificaciones recientes de "obras de arte" hoy colgadas en museos públicos y colecciones privadas ante la ignorancia de propios y extraños. Explica que "durante un paseo por las salas de un importante museo madrileño, un marchante de arte alemán me comentó alegremente: 'este cuadro es falso, aquél también...' Ante mi sorpresa, el marchante me explicó: 'lo sé porque conozco al falsificador'." Y recuerda los casos de algunos de los más famosos falsificadores conocidos, aunque el gran público no suela prestar mucha atención a este tema, como Wolfgang Beltracchi que fue condenado en 2011 a seis años de prisión por falsificar al menos 300 obras de distintos autores, por ejemplo del Expresionismo alemán. El propio Beltracchi declaró en una entrevista que "siento cierta excitación cuando visito museos, incluso el MoMA y puedo contemplar en ellos mis propios cuadros".

Elmyr de Hory reconoció haber vendido más de 1.000 falsificaciones y Tom Keating, más de 2.000. Han Van Meegeren llegó a vender un falso Vermeer (por cierto, uno de mis pintores favoritos) a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Eli Sakhai era un marchante de falsificaciones en serie producidas en un taller ilegal de inmigrantes chinos. John Myatt, Tony Tetro Eric Hebborn y Mark Landis también colocaron miles de falsificaciones de gran calidad. Así las cosas, hay que hacerse esta pregunta: "¿alguien recuerda algún museo que haya retirado públicamente alguna obra falsa de sus salas?"  Y ello a pesar de que todos en el mundo del arte saben que se han vendido miles de falsificaciones...

Un ejemplo concreto de todo esto mencionado en el libro es el supuesto Picasso incautado por la Policía española en 2015 en el yate de Jaime Botín, hermano del banquero Emilio, cuando se lo llevaba a Londres. Fue calificado por los expertos del Museo Reina Sofía, nada más verlo, como una obra "única" para el patrimonio Histórico y de "excepcional importancia" para la colección de esta institución. Sin embargo, Baselga la analiza con detenimiento -es un retrato de mujer- y la compara con otros cuadros de Picasso de la misma época para llegar a la conclusión de que el cuadro tiene toda la pinta de ser más falso que un billete de tres euros. Hay diferencias en el tipo de cejas, de frente y de nariz que el pintor malagueño ejecutaba en aquella época, en las pinceladas, en la composición... El cuadro no viajaba guardado en el fondo de una maleta sino en su bastidor, como llamando la atención a propósito. Su precio era de 25 millones de euros cuando un lienzo similar de Picasso en esa época no bajaría de los 80 millones... Y todo esto por no mencionar que no figuraba en ningún libro, registro, ni catálogo previo antes de la adquisición por parte de su propietario. La conclusión de Baselga: "si yo hubiera querido convertir en auténtico un cuadro falso para multiplicar su precio estratosféricamente hubiera hecho exactamente lo que hizo Botín: montar un escándalo".

Pero, insisto, ésta es sólo la parte más digerible de un texto muy valiente en el que se habla, entre otras cosas, de la institución del arte como nueva religión laica, la poderosa influencia de los símbolos y el uso malvado que pueden tener -y que tienen de hecho- ciertas obras, en manos de los Amos. Y no sólo ahora, sino desde hace tiempo. No me resisto a comentar uno de los cuadros más terribles -al menos, a mí siempre me ha impresionado mucho- en este sentido: el Saturno devorando a su hijo de Rubens. Aunque suele comparársele con la obra del mismo título de Goya, en realidad no tienen mucho que ver. Digamos que tratan el mismo tema, pero de una forma muy diferente: lo que en uno es una denuncia, en el otro es regodeo. Y es que la versión del sordo de Fuendetodos formaba parte de sus Pinturas Negras, en las que recopiló, por voluntad propia y con una alta dosis de pesimismo -y cierta desesperación-, un catálogo de los horrores de los que son capaces los seres "humanos", de muchos de los cuales, si no de todos, fue seguramente testigo. La de mi homónimo flamenco, sin embargo, fue encargada por el rey Felipe IV para su uso y disfrute personal en la Torre de la Parada, un pabellón de caza ubicado en el Monte del Pardo, a las afueras de Madrid. Pero, sinceramente, ¿quién puede disfrutar contemplando un cuadro semejante? El lienzo de Goya muestra un Saturno pesadillesco e irreal, con el rostro de la locura y con el niño ya despedazado de forma que casi es indistinguible de cualquier animal. En el de Rubens, sin embargo, Saturno es muy verídico, expresa una maldad espantosa y se aprecia perfectamente el mordisco sobre la carne del pequeño, también muy realista, cuyo rostro es una poderosa mezcla de horror y dolor. Es toda una experiencia comparar con tranquilidad y con detalle ambos cuadros, en lugar de pasar por encima de ellos, en brazos del rutinario "qué grandes pintores eran Goya y Rubens". Aquí no entraré en otros detalles curiosos, como la vara o las tres estrellas de la pintura de Rubens.



Gran aficionado a la caza -¿sólo a la de animales?-, Felipe IV mandó construir la Torre de la Parada para descansar en sus correrías de diversión. El principal atractivo de este palacete siempre residió en las pinturas encargadas a Rubens en 1636 con escenas expresamente solicitadas, que el pintor holandés no reproduciría en el resto de su obra. Es muy aleccionador echar un vistazo al catálogo de lienzos sobre temas oficialmente basados en la mitología que adornaron este "lugar de solaz privado" para el monarca, porque recogen escenas de canibalismo (como El banquete de Tereo), violaciones en grupo (como Ninfas sorprendidas por los faunos) o sodomía (como El rapto de Ganímedes; por cierto que Rubens pintaría otro cuadro con este mismo título pero de muy diferente composición, como también apreciará el lector atento que compare ambos). ¿Qué clase de persona se relaja con estas imágenes? La estrategia de colocar a estos cuadros el adjetivo de "mitológicos" ha ayudado durante mucho tiempo, y sigue haciéndolo, a desviar la atención sobre las intenciones ocultas detrás de ellos. La Torre de la Parada fue destruida por un incendio -muy adecuado para un lugar con este regusto infernal- durante la Guerra de Sucesión Española en 1714 y hoy sólo quedan ruinas, pero en el Museo del Prado podemos admirar estas peculiares obras de arte.

Tanto por lo que cuenta como también por lo que no cuenta pero deja entrever, el libro de Baselga merece estar en la biblioteca de la Universidad de Dios (donde creo que Mac Namara ya se ha encargado de llevar un ejemplar; o eso dice él, al menos).







viernes, 16 de marzo de 2018

Una niña orando

Si algún día decidiera tener mi propio escudo de armas, no estoy muy seguro de los símbolos que plasmaría en él... O sí. Al menos, uno de ellos: el triskel, que me acompaña en esta vida por lo menos desde los siete años de edad. Lo que tengo absolutamente claro es el motto que adornaría mi Casa nobiliaria. No es ningún secreto, porque lo he contado muchas veces en público y en privado. Sería la frase: Las cosas nunca son lo que parecen. Eso sí, escribiría mi lema en latín. O en alemán. Sólo para que vistiera más.

El despiste y el camuflaje está a la orden del día y hasta lo que creemos conocer más o menos bien rara vez tiene que ver con la realidad. Por poner un ejemplo, ahí tenemos el número 13: un número que el común de los mortales asocia siempre con la mala suerte, los problemas, las desgracias..., cuando su significado oculto en Numerología es muy diferente. ¡Numerologías, supersticiones..., socorro, el autor se ha vuelto irracional!, oigo por ahí, al fondo de la sala -como si no supieran que soy bastante irracional desde siempre-. Recuerdo que en mi ensayo Historias de supersticiosos, que publiqué hace casi veinte años en Ediciones del Prado, el primer capítulo comenzaba precisamente en la página 13, después de agradecimientos, dedicatorias, índices y demás zarandajas previas. En este texto escribí, entre otras cosas, que "La mayoría de nosotros somos incapaces de reconocer de buenas a primeras que lo somos (supersticiosos) pese a que a lo largo de nuestra vida diaria ofrecemos sobradas muestras de actuar de acuerdo con determinadas creencias irracionales, aun sin percatarnos de ello. (...) Todos nos reímos de la superstición ajena, pero nadie de la propia."


Pues a propósito del 13, resulta que su significado secreto es muy otro al comúnmente aceptado. En realidad, se trata de un número místico, relacionado con el cambio y el nacimiento -y, por tanto, del renacimiento, también del espiritual-. Su presencia hace referencia a la oportunidad, el crecimiento y el "salto más allá" de nuestra posición inicial. No es casualidad que en la Última Cena hubiera (simbólicamente, pues en verdad es probable que el número de personas presentes fuera superior, aunque no es éste el momento para hablar de ello) 13 personas: los doce discípulos más Jesús elevan este peculiar cónclave un grado por encima de una simple reunión de  importancia. Tampoco es casualidad que la Orden de la Mesa Redonda estuviera integrada por 12 caballeros más el rey Arturo. O que el calendario más exacto creado y utilizado en algún momento por los humanos (entre ellos, los egipcios, los celtas, los incas o los mayas) sea el de 13 lunas. O que la carta número 13 del Tarot sea la Muerte (y, sin embargo, este naipe no es malo, porque indica transformación y cambio; la carta verdaderamente mala es la número 15, correspondiente a Aker o el Demonio). Podríamos seguir hablando un rato largo del 13, pero con estos ejemplos podemos ver que no es tan "mal chico" como suele pensarse.

Esto de que parezca suceder algo cuando en realidad está pasando otra cosa muy diferente es un clásico del día a día. Estamos rodeados de manipulaciones, ilusiones y trampantojos: vivimos en medio de uno muy grande, aunque los tenemos de todos los tamaños. Así, en las últimas fechas sin ir más lejos, el observador atento ha tenido ocasión de disfrutar -por así decir- fácilmente en vivo y en directo de la observación de una serie de manejos de la opinión pública de todos los estilos y todos los colores a través de todos los medios posibles de difusión, tanto en España como fuera de ella. Algunos de ellos han sido confeccionados con una factura excepcionalmente burda, pese a lo cual, legiones de zombies mentales -e incluso espirituales- se han estremecido y han bailado al son de las flautas de hueso de su correspondiente bokor.

El último episodio a la hora de escribir estas líneas es la que ha montado el Partido de la Ignorancia y la Mala Baba en Madrid este mismo viernes a raíz de la muerte por paro cardíaco de un inmigrante africano que llevaba doce años instalado ilegalmente en España. Como tantas otras personas en su condición este hombre vivía sometido a esas pequeñas mafias que nadie parece muy interesado en desmontar y que emplean a los sinpapeles como manteros en las grandes ciudades españolas para vender productos ilegales. En otros puntos del país, este tipo de inmigrantes sobreviven también, mal pagados y mal alimentados (aunque en comparación con sus países de origen están bastante mejor: por eso aguantan) en trabajos agrícolas, de la construcción o similares.

En lugar de ayudar a estas gentes a integrarse, a educarse, a formarse profesionalmente y a tener un futuro de verdad, estas mafias los usan como carne de cañón para sus negocietes aprovechando su desesperación. Al mismo tiempo, les cuentan todo tipo de historietas irreales para convencerles de que son unas víctimas por el mero hecho de existir y que tienen derecho a todo sin pagar absolutamente por nada. También les animan a montar asociaciones que no suelen llegar a ninguna parte -para que estén entretenidos, en lugar de investigando por sí mismos cómo podrían mejorar de verdad su situación personal- porque la culpa la tiene, ya sabemos, "el sistema capitalista" y no "las personas pobres e inocentes".


En las últimas horas hemos escuchado declaraciones sonrojantes de supuestas personas (siempre he dicho que no todos los que visten como personas y se comportan, al menos aparentemente, como personas son de verdad personas) pertenecientes y/o simpatizantes del susodicho Partido de la Ignorancia y la Mala Baba culpabilizando a la Policía por la muerte de este inmigrante que presuntamente huía de varios agentes cuando le dio el infarto y llamando a las barricadas y los incendios. Y eso, incluso después de conocerse gracias a varios testigos, incluidos algunos de sus propios amigos, que no, que no estaba huyendo de nadie, que caminaba por la calle tranquilamente cuando  falló su corazón. Que, incluso, varios agentes trataron de salvarle la vida practicándole ejercicios cardiorrespiratorios de recuperación, aunque no lo lograron.

Uno, ingenuamente, puede pensar: "Menuda panda de sinvergüenzas y manipuladores,  éstos son los que venían a hacer política nueva y a expulsar a los corruptos y a mejorar la vida de todos y... ¡Ya no les voto otra vez! En las próximas elecciones me buscaré otro partido."  Pero luego mira a su alrededor y comprende que esto es una tarea complicada. ¿A quién entregar con confianza la sacrosanta papeleta de la Voluntad Popular, esa entelequia? ¿A los representantes del Partido Corrupto en el Poder, que siguen forrándose el riñón entre dudas y gimoteos, diciendo una cosa y haciendo otra, a costa de la mayoría del pueblo al que afirman representar? ¿A los del Partido Corrupto en la Oposición, cuya descomposición interna hiede ya a kilómetros de distancia y cuyo tan ambicioso como desnortado líder oficial no está preparado ni para ser presidente de su comunidad de vecinos? ¿A los del Partido Veleta según el Viento que sople que ayer opinaban de una manera sobre la prisión permanente revisable (entre otros temas), hoy de otra y mañana de una tercera diferente, en función de lo que venga mejor para subir en las encuestas?


Hace mucho tiempo, Mc Namara me dijo que los partidos políticos de los humanos eran como los dedos de una mano humana. Es decir, el pulgar puede ser muy diferente al meñique o al corazón, pueden estar enfrentados unos con otros incluso..., pero los cinco están unidos a la palma y, ésta, a la muñeca. "Podréis elegir el dedo que más os guste, pero siempre estará sostenido por la misma muñeca".  

Entonces, ¿no es posible cambiar nada? Ya sabemos que a los Amos les gusta emplear, especialmente, dos herramientas muy eficaces para controlar el patio: la culpa y, sobre todo, el miedo.  Se aplican de distintas formas. Así, algunos investigadores hablan de la "indefensión aprendida" como técnica para evitar cualquier tentativa de cambio. Como ejemplo clásico de ello aparecen los informativos de televisión (ya que es, tristemente -porque atonta al usuario más y mejor que la radio y, aún más, que el periódico-, el medio por el cual se informa mayor número de personas), donde a diario se machaca a la audiencia con historias de crímenes, delitos, desastres naturales, guerras, accidentes..., cuanto más brutal sea el hecho, mejor. Subrayando las emociones de dolor, sufrimiento, tristeza, soledad, pánico..., y, al mismo tiempo, ocultando las noticias buenas, los casos de éxito, las mejoras de cualquier tipo..., se inocula en los espectadores una sensación de temor permanente.

De esta forma, según los estudios basados en la Terror Management Theory (Teoría de la gestión del terror), cuando una persona es sometida durante un tiempo al bombardeo de informaciones que le inspiran miedo a la muerte, siempre tenderá a elegir comportamientos conservadores y autocensurará sus propias ganas de cambio, su rebeldía personal, su ansia de libertad. Se abrazará a aquel conocido y terrible refrán que sentencia Más vale malo conocido que bueno por conocer y no levantará la cabeza para quejarse. Habrá interiorizado que no hay salida y que tampoco hay que protestar porque todo podría ser aún peor. Y esto no afecta sólo a personas mayores de voto conservador sino a la inmensa mayoría de los ciudadanos, incluyendo los jóvenes y los que se creen muy progresistas y muy avanzados a su tiempo..., porque aquí no se trata de opciones políticas sino de manipular el mismo concepto de la diaria existencia. Como dice la famosa frase de guión del jefe de los replicantes en Blade Runner: "Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo".

 Sólo un puñado de personas (entre cuyas características comunes encontramos el hecho de no tener miedo a morir) se resiste a día de hoy a estos manejos y la Ciencia oficial está dedicando mucho dinero en todo el mundo en múltiples estudios del cerebro para averiguar exactamente por qué... Qué bonito sería pensar que lo hace para que el resto de la sociedad pudiera imitarles, pero tengo la sensación de que el objetivo final de estas investigaciones se orienta más en el sentido de encontrar el "interruptor" que permita "apagar" esa vocación de independencia y poder así "reeducar" a los "resistentes".

Insisto: ¿se puede cambiar algo, en estas condiciones? Hace ya un tiempo, me fui a ver a mi tutor el Gran Thoth para preguntarle. Perseveré muchísimo, me puse verdaderamente pesado. Después de un rato largo, aceptó contestarme.

Me dijo:

- Sí, se puede cambiar. Pero sólo una cosa: a uno mismo.

Me quedé mirándole con cara de pez y volví a la carga, con perplejidad:

- ¿Y de qué vale cambiarse a uno mismo, si no cambia nada más alrededor? 

Él, a su vez, me contempló con aire de sorpresa, como si esperara que yo hubiera sido lo bastante inteligente para que me bastara con su respuesta inicial, y me contó una breve historia.


- Una vez, hace mucho tiempo, los ángeles se presentaron ante Dios y le suplicaron que destruyera la Tierra. No aguantaban por más tiempo la malevolencia, la corrupción, la perversión y la deshonestidad del ser humano -en realidad, se referían al mono sapiens, pero no me atreví a interrumpir al Gran Thoth mientras me contaba esto-. En su opinión, era una criatura completamente descarriada y lo mejor que cabía hacerse era aniquilar el planeta y a todos sus habitantes con él, recuperar la energía invertida allí e intentarlo de nuevo en un mundo nuevo. Dios les escuchó con una sonrisa paciente y les indicó que contemplaran cierto punto del planeta. Los ángeles lo hicieron y descubrieron, en una pequeña habitación de cierta pequeña ciudad, a una pequeña niña que estaba arrodillada, orando. Era una muchacha pura en el mejor de los sentidos, alegre, simpática, llena de luz interior... No lideraba ninguna cruzada, no entretenía a otros niños, no creaba grandes obras de arte, no cuidaba enfermos, no parecía hacer nada de una importancia suprema: sólo oraba. Dios dijo entonces: "Por ella, y sólo por ella, no destruiré la Tierra". Y los ángeles comprendieron, y no volvieron a molestarle con sus demandas.

 Miento si no reconozco que tardé un tiempo en comprender esta historia, pero cuando lo hice me quedé muy tranquilo. Y sigo tranquilo, a pesar del diario desfile de los monstruos.









viernes, 9 de marzo de 2018

La brevedad de Gracián

Es curioso cómo acelera su velocidad la vida a medida que pasan los años. Los días y las semanas interminables (no digamos ya los años) de nuestra niñez y adolescencia se arrastran con una lentitud exasperante y todo tarda una eternidad en llegar, mientras que el mismo período durante la madurez se nos escapa entre los dedos con extraordinaria celeridad. Un marino que conocí lo explicaba de esta manera: "cuando eres un niño de un año, seis meses se te hacen eternos porque equivalen a la mitad de tu vida; cuanto tienes sesenta años, seis meses es un fragmento mucho más pequeño, la 120 parte..., todo es una cuestión de percepción". En cierto modo tenía razón: hay insectos que viven uno o dos días, como las efímeras, de nombre tan obvio.  Si tuvieran conciencia de sí mismos y les tocara vivir un día lluvioso en medio de una larga temporada de sequía, en su lecho de muerte podrían soltar un discurso a sus herederos en estos términos: "prepárate a mojarte durante toda tu existencia porque la Tierra es un planeta donde siempre llueve".

Todo es cuestión de percepción, sí, aunque hoy pienso que la razón de esa diferencia de velocidad en el tiempo tiene más que ver con el nivel de conciencia de uno mismo. Cuando uno es niño y mantiene todavía cierto grado de pureza e incluso de conexión con el Otro Mundo (no en vano los niños más pequeños y los ancianos de mayor edad tienen mayor facilidad para vivir experiencias "extrañas" con seres invisibles para el común de los mortales y cuya existencia suele despreciar éste, tildándolos de "amigos imaginarios" en el primer caso y "delirios de viejos" en el segundo), vive cada momento con mayor intensidad. Diría que incluso lo saborea, captando matices y ángulos que se le escapan a la mayoría de los adultos. Después, a medida que uno crece y se ve más y más embriagado por el abanico de distracciones de este parque de atracciones por el que deambulamos, a menudo sin saber muy bien hacia dónde, pierde la capacidad de autocontemplación y su atención se queda enganchada en cualquier tontería. Hay muchas: de todos los tipos, tamaños y colores, para todos los gustos. A partir de ese momento, sólo de vez en cuando nos despertamos y descubrimos c0n sorpresa todo el tiempo que ha pasado desde la última vez que nos recordamos pero, antes de que podamos preocuparnos por ello y empecemos a pensar seriamente cómo podríamos evitarlo, volvemos a dormirnos de nuevo.


Particularmente, entendí esto hace muchos años (lo cual no evita que, a día de hoy, me siga durmiendo con extraordinaria facilidad, aunque la experiencia me ha enseñado unos cuantos trucos para despertar más a menudo y mantenerme cada vez más tiempo despierto) gracias a la primera versión de un videojuego que luego se hizo muy famoso: Civilization. Esta creación de Sid Meier, que tiene seis títulos y una treintena de versiones, es un entretenimiento de estrategia pura y dura. El jugador comienza como el líder de una civilización compuesta por una pieza: un humilde colono, en un mapa completamente a oscuras. A partir de ahí, tiene que ir explorando territorios, que se van iluminando a medida que pasa por ellos, y fundando ciudades para extender su propia civilización, en competencia con otros jugadores (bien artificiales, aportados por el ordenador, bien on line). Hay que desarrollarlo todo: agricultura, pesca, carreteras, unidades militares, religiones, artes, oficios, sistemas comerciales y económicos, ocio, etc., a través de los siglos y de los milenios, hasta derrotar al resto de imperios y conquistar todo el planeta. 

La primera vez que jugué con Civilization, me senté frente al ordenador poco antes de las cinco de la tarde. Había hecho un sol radiante durante todo el día y por eso, al cabo de un rato -lo que creí un rato- me extrañó la falta de luz en la habitación, máxime cuando estaba sentado junto a una ventana. "¿Se ha nublado?", pensé. Y, al levantar la vista, comprendí con asombro que estaba oscureciendo. ¿Cómo era posible, a esa hora? Miré mi reloj y descubrí que no eran las cinco y cuarto o las cinco y media como me indicaba mi percepción, sino ¡las nueve y pico de la noche! Entonces comprendí que llevaba más de cuatro horas jugando y que el tiempo había, literalmente, volado... Como este videojuego me gustaba mucho y pensaba seguir usándolo (y, de hecho, jugué mucho y durante muchos años con él), tomé la determinación, que cumplí a rajatabla por precaución a partir de entonces, de usarlo siempre con un despertador al lado. Lo conectaba con el tiempo que deseaba invertir ante el ordenador, generalmente entre una y dos horas, y así me garantizaba a mí mismo que no volvería a estar más de lo que quería estar. Siempre que sonaba el despertador me sobresaltaba y pensaba: "¿ya? pero si acabo de empezar..." 

En la vida hay infinidad de distracciones de este tipo. Son las que nos tienen ocupados permanentemente hasta que, de pronto, uno abre los ojos y dice: "¿Cómo es posible? ¿Ya tengo 30, 40, 50, 60... 80 años? ¡No puede ser, si no me he dado cuenta!" Esto tiene una razón de ser, naturalmente. Igual que el sueño que nos adormece. El tiempo que no somos conscientes de lo que hacemos es tiempo que pertenece a otros seres: los que se alimentan de nosotros, de nuestras experiencias y energías, igual que nosotros vivimos de comernos a plantas y animales. Los que nos cultivan y pastorean, igual que nosotros hacemos con nuestros huertos y ganados.


Tal vez por ello Baltasar Gracián nos lanzara, a mediados del siglo XVII, aquella famosa advertencia de "lo bueno, si breve, dos veces bueno" y su segunda parte, menos conocida, de "y aún lo malo, si poco, no tan malo". Seguramente trataba de avisarnos de que no debemos perder el tiempo en todas esas distracciones que nos plantea la vida. No podemos detenernos indefinidamente en cada etapa del camino si pretendemos alcanzar nuestro destino, en lugar de limitarnos a dar vueltas a la noria, como el borriquillo que camina y camina sin llegar nunca a ninguna parte.

Era un tipo muy interesante, Gracián, pese a lo cual no disponemos de una biografía exhaustiva de su vida. No obstante, una lectura atenta de sus libros sugiere que tenía ciertos conocimientos al alcance de poca gente. Y no me refiero a la posibilidad de saber leer y escribir o a una mera erudición. Para empezar, era un jesuita (ahhh, los jesuitas..., cuántas cosas interesantes habrán visto los jesuitas y, en especial, los primeros compañeros de Ignacio de Loyola) y, como en su época probablemente todavía no se había perdido del todo la verdadera esencia con la que se fundara su orden un siglo antes, pudo tener acceso a determinados niveles de comprensión. Los estudiosos le consideran un hombre más de letras que de oraciones y la mayoría de los títulos que publicó dan fe de ello. Su obra más famosa es El Criticón que, según los cánones, es una de las novelas más importantes de la literatura española, equiparable a Don Quijote de la Mancha o La Celestina, aunque mucho menos conocida y aún menos leída, principalmente por su densidad filosófica.

El Criticón, que por cierto fue la causa de su caída en desgracia ante los poderes eclesiales de su época, cuenta la historia de Critilo, un viajero que naufraga ante las costas de la isla de Santa Elena pero logra llegar a tierra y allí encuentra a Andrenio, un joven criado en estado salvaje al que adopta y educa. Rescatados por barcos españoles, juntos recorren el mundo buscando a la bella Felisinda, una alegoría de la Felicidad, y tras un largo periplo aventurero alcanzarán la Isla de la Inmortalidad.

Gracián sabía que esa inmortalidad -o la "salvación" si preferimos llamarla así- no está al alcance de todo el mundo. De hecho, está completamente fuera del alcance del conjunto de los mono sapiens, por más que éstos se desgañiten gritando consignas igualitarias, religiosas o libertarias, pues como nos advierten todos los sabios de la Antigüedad sólo puede ser aprehendida por individuos. Cada uno puede llegar a salvarse a sí mismo, merced a un duro y continuado trabajo interno, pero sólo a sí mismo. Por más que puedan rogar, exigir, amenazar, lloriquear o clamar los aprendices de seres humanos, nadie (ni siquiera el que ya se salvó) puede salvar a otro, aunque sea la persona más querida para él. Éste y otros mensajes básicos incluidos en la obra del jesuita le convirtieron en un auténtico influencer de varios de los más importantes filósofos alemanes posteriores como el gruñón de Schopenhauer o mi querido Viejo Fritz (conocido en el mundo mortal como Nietzsche).

No deja de ser interesante que el primer libro publicado por Gracián se titulara El héroe. Como indica el título, se trata de un tratado descriptivo del ideal de hombre excepcional, con las virtudes y cualidades morales que debería poseer según el autor todo aquél que aspire a ser reconocido por sus valores en la sociedad en la que vive (aunque el camino del verdadero héroe siempre es solitario y, más que jaleado por sus contemporáneos, suele ser ignorado, cuando no vejado y perseguido y puede que hasta crucificado). En este texto curioso, alaba los dones de la Areté griega, esa virtud moral que ya hemos mencionado en otras ocasiones, y diferencia entre los valores que uno trae de nacimiento como la inteligencia o el tesón y los que se puede y debe adquirir a través de la voluntad propia como la adquisición de nuevos conocimientos y la educación del gusto. Y advierte: "de las prendas, unas las da el Cielo y otras la industria" y no basta un solo tipo de ellas para "realzar un sujeto". En El héroe, Gracián emplea ya el estilo espartano y sentencioso que caracterizará todos sus escritos y que tanto molesta a los intelectuales modernos, sólo felices cuando habitan en la charca de la indefinición permanente, donde todo es relativo. Pero lo más interesante es que, en ésta y en casi todas sus obras, propone una aplicación práctica de todo lo que fue aprendiendo durante su vida acerca de la forma de ser del hombre y cómo mejorarla. Es ésta la filosofía real, la útil, la verdadera. La que poseían nuestros ancestros y la que la sociedad perdió en algún momento a lo largo de la Historia cuando los filósofos auténticos fueron sustituidos por filósofos de salón, preocupados por las tonterías más sublimes.


Su libro más lacónico y sentencioso es el Oráculo manual y arte de prudencia, con el que coronó su lista de “manuales del vivir” para una persona decente y cuerda, entre los que figuran su Arte de ingenio, tratado de la agudeza o El Discreto. Este peculiar "oráculo", compuesto por unos 300 aforismos comentados en los que orienta al lector para afrontar la vida, es un texto que impresionó especialmente al Viejo Fritz, quien lo alabó con estas palabras: “Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral”. Es motivo de reflexión el hecho de que Gracián considerara este libro como útil para que sus contemporáneos pudieran afrontar lo que consideraba una época compleja y en crisis. Qué diría si viera los lodos entre los que chapoteamos casi cuatro siglos después...

Quiero rescatar ahora algunas de las joyas de este libro. He actualizado algunas de las palabras que emplea, para facilitar una rápida lectura, intentando no alterar el sentido. En todo caso, el original es fácilmente accesible a través de Internet. Me tienta comentar sus palabras. En realidad, lo he hecho en un borrador previo de este artículo, pero luego he eliminado mis comentarios y aclaraciones. Cada vez entiendo mejor que es preferible que resuene, con toda su potencia, la voz del autor original. Y más en este caso por su recomendación de brevedad.

Dice Gracián:

* "Más se requiere hoy para un sabio que antiguamente para siete. Y más es menester para tratar con un solo hombre en estos tiempos que con todo un pueblo en los pasados".  

* "No se nace hecho, cada día se va perfeccionando la persona en su actuación hasta llegar al punto de ser consumado. (...) Algunos nunca llegan a ser cabales porque les falta siempre algo, otros tardan en hacerse. El varón consumado es sabio en dichos y cuerdo en hechos".  

* "El hombre desapasionado es de la mayor altura de ánimo. Su superioridad le redime de estar sujeto a la impresiones más vulgares. No hay mayor señorío que el de sí mismo, de sus afectos, que llega a ser triunfo sobre el albedrío." 

* "No consiste la perfección en la cantidad sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre poco y raro, es descrédito lo mucho. (...) Estiman algunos los libros por la corpulencia, como si se escribiesen para ejercitar antes los brazos que los intentos. La extensión sola nunca pudo exceder de medianía y es plaga de hombres universales, por querer estar en todo, estar en nada".

* "La infelicidad es, de ordinario, crimen de necedad y de participantes. No hay contagio tan pegadizo. Nunca se le ha de abrir la puerta al menor mal, que siempre vendrán tras él otros muchos, y mayor, en celada. La mejor treta del juego es saberse descartar: más importa la menor carta del triunfo que corre que la mayor del que pasó. En la duda, resulta un acierto acercarse a sabios y prudentes porque tarde o temprano copan con la ventura."

* "Requiérese, pues, para obtener la benevolencia ajena, la beneficencia: hacer bien a manos llenas, buenas palabras y mejores obras, amar para ser amado. La cortesía es el mayor hechizo político de los grandes personajes."

* "Sentir con los menos y hablar con los más. Querer ir contra la corriente es tan imposible al desengaño cuanto fácil al peligro. (...) La verdad es de pocos, el engaño es tan común como vulgar. "

* "Hombre con fondos, tanto tiene de persona. Siempre ha de ser otro tanto más lo interior que lo exterior en todo. Hay sujetos que sólo tienen fachada, como casas por acabar porque faltó el dinero: tienen la entrada de un palacio y la habitación como una choza (...) Engañan éstos fácilmente a otros que tienen también la vista superficial, pero no a la astucia que, como mira por dentro, los halla vacíos"

* "Nunca perderse el respeto a sí mismo. (...) Sea su misma entereza norma propia de su rectitud y deba más a la severidad de su dictamen que a todos los preceptos externos. Deje de hacer lo indecente, más por el temor de su cordura que por el rigor de una autoridad ajena. Llegue a temerse a si mismo y no necesitará del ayo imaginario de Séneca".

* "Nunca descomponerse. (...) Son las pasiones los humores del ánimo y cualquier exceso en ellas causa indisposición de cordura y, si el mal saliera a la boca, peligrará también la reputación. Sea pues tan señor de sí, y tan grande, que ni en lo más próspero ni en lo más adverso pueda alguno censurarle perturbado y sí admirarle superior".

* "Más seguros son los pensados (...) Lo que luego se hace, luego se deshace. Pero lo que ha de durar una eternidad, debe tardarse otra en hacerse (...) Lo que mucho vale, mucho cuesta, que aun el más precioso de los metales es el más tardo y el más grave".

* "Saber negar. No todo se ha de conceder ni a todos. Tanto importa como el saber conceder y, en los que mandan, es atención urgente. Aquí entra el modo: más se estima el 'no' de algunos que el 'sí' de otros, porque un 'no' dorado satisface más que un 'sí' a secas".

* "Menos dañina es la mala ejecución que la irresolución. No se gastan tanto las materias cuando corren como si se estancan. Hay hombres incapaces de decidir, que necesitan de ajena premonición en todo, y a veces su actitud no nace tanto de la perplejidad de juicio, pues lo tienen perspicaz, cuanto de la ineficacia. Ingenioso suele ser el que pone dificultades pero más lo es el que halla salidas a los inconvenientes."

* "La necedad siempre entra de rondón, que todos los necios son audaces. Su misma simplicidad, que les impide primero la advertencia para los reparos, les quita después el sentimiento para los desaires. Pero la cordura entra con grande tiento. son sus batidores la advertencia y el recato (...) Hay grandes vacíos hoy en el trato humano: conviene ir siempre calando sonda."

* "Atención al informarse. Vívese lo más de información. Es lo menos lo que vemos: vivimos de fe ajena. Es el oído la puerta segunda de la verdad y principal de la mentira. La verdad ordinariamente se ve, extravagantemente se oye. Raras veces llega en su elemento puro y menos, cuando viene de lejos. Siempre trae algo de mezcla, de los afectos por donde pasa: tiñe de sus colores la pasión cuanto toca, ya odiosa, ya favorable."

* "Arte para vivir mucho: vivir bien. Dos cosas acaban presto con la vida: la necedad y la ruindad (...) Así como la virtud es premio en sí misma, así el vicio es castigo de sí mismo. Quien vive aprisa en el vicio acaba presto de esas dos maneras, quien vive aprisa en la virtud nunca muere. Comunícase la entereza del ánimo al cuerpo."

*  "No hay que ser un 'libro verde': señal de tener gastada la fama propia es cuidar de la infamia ajena. Querrían algunos con las manchas de los otros disimular, si no lavar, las suyas. O se consuelan con ellas, lo que es el consuelo de los necios. Huéleles mal la boca a éstos, que son los albañales de las inmundicias civiles."

*  "Nunca quejarse, pues la queja siempre trae descrédito (...) El varón atento nunca publica ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para tener amigos y contener enemigos."

* "Hay que hacer, pero también hacer parecer. Las cosas no pasan por lo que son sino por lo que parecen. Valer y saberlo mostrar es valer dos veces. Lo que no se ve es como si no fuese (...) Son muchos más los engañados que los advertidos, prevalece el engaño y júzganse las cosas por fuera. Hay cosas que son muy otras de lo que parecen."

* "Sin mentir, no decir todas las verdades. No hay cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del corazón. Tanto es menester para saberla decir como para saberla callar. Piérdese con una sola mentira todo el crédito de la entereza (...) No todas las verdades se pueden decir. unas porque me importan a mí, otras porque al otro."

He seleccionado veinte fragmentos, pero igual hubiera podido seleccionar doscientos. Se leen rápido y parecen llenos de lógica, no hace falta debatirlos mucho..., en apariencia. Sin embargo, cada uno de ellos merece la pena como propuesta de reflexión calmada, para meditarlo con tiempo. Y hay muchos más en este peculiar "oráculo".

Los textos de Gracián duermen hoy injustamente en el fondo del cajón. No sé si a propósito (lo cual no me extrañaría en absoluto, teniendo en cuenta el significado profundo que encierran, a menudo tan opuesto a la visión decadente de la vida que hoy se nos impone en todos los ámbitos de la sociedad) o por simple ignorancia de nuestros intelectuales contemporáneos (lo cual tampoco me sorprendería, pues el Alzheimer, la manera en que hoy llamamos a aquéllos que han tenido la desgracia de beber las invisibles aguas del Leteo, no afecta sólo a los seres humanos sino a las sociedades y España es el mejor ejemplo de ello). Libros como el Oráculo manual y arte de prudencia, convenientemente editados y actualizados para los lectores modernos (en su mayoría desgraciadamente incapacitados para seguir un texto con un estilo tan alejado de la estética publicitaria con la que se redactan tantas cosas hoy día), pueden ser un filón económico interesante para editoriales osadas, que además beneficiarían a los ciudadanos con su publicación y difusión. No deja de llamar la atención que ediciones modernas, traducidas al inglés y publicadas en el Reino Unido y Estados Unidos, hayan tenido un impacto de ventas notable, mientras que en el país que le vio nacer pocos recuerdan a su autor.

Y ya termino, porque este artículo no sé si puede considerarse bueno pero, desde luego, no ha sido breve, que es lo que se supone que debería mejorarlo...





viernes, 2 de marzo de 2018

Aristóteles y la democracia

Gracias a la erudición cinematográfica de Sua Ilustrissima Eminenza il Condottiero della Comedia del Arte, descubro que existe (y la veo) una película que se llama La hora del cambio. Es una producción italiana estrenada el año pasado, dirigida y protagonizada por dos comediantes muy populares en su país: Salvatore Ficarra y Valentino Picone. Las crónicas cuentan que fue un gran éxito de taquilla en Italia y alguna crítica ha llegado a afirmar que su guión recupera "el espíritu crítico de las grandes comedias a la italiana de los años 60". Si hay que juzgar por el guión, yo más bien la calificaría de comedia discreta y, además, tímida porque no se atreve a tocar algunos de los problemas más acuciantes de la Italia contemporánea (y de toda la Unión Europea) como los generados por la migración africana masiva y completamente descontrolada, la expansión del Islam y en especial su vertiente radical o la creciente polarización política de su población. Todos ellos brillan por su ausencia en la trama, pese a contar con un amplio coro de personajes. Sin embargo, la idea del largometraje en sí me parece genial y es absolutamente recomendable para ilustrar el problema de la corrupción política en la sociedad actual. Y digo bien: la corrupción de la sociedad, no ya de la clase política.

La película cuenta la historia del pueblo italiano de Pietrammare, ubicado en Sicilia (por cierto, también brilla por su ausencia la presencia de la Mafia, tan agobiante en algunas regiones italianas como, por ejemplo, esta isla), que vive con especial pasión unas elecciones municipales históricas: las que aspiran a dar al traste con el veterano gobierno del alcalde Patané, el clásico político corrupto, bien trajeado y encorbatado, que se pasa el día sonriendo y repartiendo dádivas a diestro y siniestro para favorecer sus intereses personales. Patané está convencido de que va a ganar los comicios tan fácilmente como lo hizo en los anteriores y no se cansa de hacer publicidad de su "extraordinaria" gestión municipal mientras enumera las bellezas de su pueblo. La verdad es que éste soporta un tráfico excesivo y sin control, genera tanta basura que se acumula en las calles, tiene un elevado porcentaje de impuestos impagados por parte de los vecinos que eluden sus obligaciones fiscales, posee un puerto enorme pero inútil porque no tiene actividad y dispone de una fábrica propia que da trabajo a un montón de personas pero que genera graves problemas de contaminación..., entre otros pequeños inconvenientes. La gente está harta de que no se solucione nada y de que sólo los amigos y conocidos de Patané se beneficien de sus múltiples corruptelas, pero los votantes son bastante escépticos ante la posibilidad de que cambien las cosas si gana el candidato de la oposición ya que, como dice un personaje, "todos los políticos hacen lo mismo: cuando ganan y llegan al poder, se olvidan de sus promesas electorales".

Sin embargo, esta vez se equivocan. El candidato alternativo a Patané es Natoli, un profesor honesto y bienintencionado que está de verdad dispuesto a cambiar las cosas si consigue ganar en las urnas. Su discurso de esperanza le atrae el voto, primero, de los jóvenes y, después, del resto del pueblo. Finalmente gana las elecciones y se convierte en el nuevo alcalde en medio de una desbordante alegría popular... Y ahí comienzan de verdad los problemas para los ciudadanos de Pietrammare, porque Natoli aplica sus reformas drásticamente y todas a la vez desde el Ayuntamiento. 

Así, frena el paso a los coches y en su lugar crea carriles bici que limpian el caos de circulación, mientras sus guardias municipales comienzan a multar a los conductores que estacionan ilegalmente o en segunda fila -lo que venían haciendo toda la vida sin que nadie les molestara-, obliga a seleccionar y reciclar toda la basura implantando varios cubos en cada hogar -lo que pone de los nervios a los ciudadanos, que se preguntan dónde tirar "las servilletas con manchas de salsa"-, derriba las construcciones ilegales al lado del mar -con la rabia consecuente de todos los que disfrutaban de ellas desde hacía muchos años-, obliga al párroco de la ciudad a pagar por su negocio particular de bed and breakfast -con la consiguiente tentación de éste de excomulgar al alcalde-, cierra la fábrica contaminante que tanto afecta a la salud -y con ello deja en el paro a muchos vecinos-, sube los impuestos para recuperar el dinero perdido durante tantos años y financiar sus mejoras -incluyendo el Impuesto sobre Bienes Inmuebles o su equivalente en Italia- e incluso fuerza el cierre del quiosco/terraza que tienen sus dos cuñados -interpretados por los propios Ficcarra y Picone- en la plaza del pueblo porque no tenían permiso para el negocio, en lugar de permitirles la remodelación y ampliación a la que aspiraban y que pensaban sería una realidad con Natoli mandando.

En pocas semanas, el nuevo alcalde sufre un espectacular bajón del apoyo popular, a pesar de estar cumpliendo fielmente con los compromisos establecidos en su campaña electoral para limpiar, modernizar y ordenar Pietrammare. Hasta sus cuñados terminarán volviéndose en su contra y urdiendo un plan, con el visto bueno de los descontentos más activos, para montar un escándalo falso que le desprestigie incluso a nivel nacional y le obligue a presentar su renuncia. Para ello cuentan con el apoyo y consejo de "alguien de Roma" preocupado porque la "epidemia de honradez" pueda extenderse hacia el norte de Italia... La escena del discurso de Natoli, apoyado por su hija y frente a la multitud reunida delante del Ayuntamiento, resulta deliciosamente cínica, pues los votantes escuchan sus explicaciones y admiten que sí, que el pueblo ha mejorado con su gestión y es mucho más bonito, pero de todas formas le exigen que dimita de una vez y que Patané vuelva a la alcaldía. Así, todo podrá volver a a ser como antes: más vale malo conocido que bueno por conocer...

Y ése es el meollo de la cuestión. El problema de la corrupción no está en los corruptos, porque en el mundo siempre va a haberlos, sino en quien les apoya pensando que va a obtener beneficio de ellos y por eso les permite perpetuarse en el poder. El pervertido argumento no pasa por quiero-alguien-honrado, como tan a menudo suele esgrimirse en el debate, sino más bien por no-quiero-sus-corruptos-sino-los-míos. Y, por supuesto, a coste cero. Los ciudadanos que eligen a Natoli pretenden beneficiarse de su presencia en la alcaldía pero además que acabe con los problemas del pueblo de forma gratuita, mágica, chascando los dedos..., porque al igual que los niños pequeños (y los adultos que piensan como niños pequeños) no entienden que todo en esta vida tiene un precio y que lo valioso nunca es gratis. Quieren que el tráfico se arregle, pero no están dispuestos a prescindir del coche a todas horas, dejándolo donde les dé la gana. Quieren que desaparezca la basura de las calles, pero no colaborar en su reciclaje para facilitar esa desaparición. Quieren que el Ayuntamiento actúe en todos los frentes, pero no les parece bien asumir el coste económico que ello conlleva y del que se han librado hasta el momento por el mero expediente de evadir impuestos y actuar en la ilegalidad. Y así todo.

Hay, por cierto, un juego de palabras en el título que se pierde en la traducción española, ya que el original es L'ora legale, que tiene un doble sentido. Por un lado, se refiere a que es la hora de volver a la legalidad, a ser honestos y a empezar a cumplir como ciudadanos virtuosos, todos unidos y con seriedad. Por otro lado, el término se utiliza en Italia para definir el horario de verano, por lo que el regreso de Patané a la alcaldía supone dejar la hora legal y regresar al horario "real", al del pasado...

Si alguien quiere ver alguna similitud entre el pueblo de ficción siciliano que aparece en esta película y cualquier pueblo de verdad de cualquier país del sur de Europa -ya sea español, francés, griego, etc.- no tendrá ningún problema en encontrarla. Esto no implica exonerar a los pueblos del centro y del norte de Europa, cuyos habitantes tampoco son santos y tienen sus propios defectos, aunque la verdad es que el mal ejemplo suele cundir con mayor facilidad que el bueno y, con la imposición a marchas forzadas del globalismo, las maldades que se le ocurran hoy día a alguien en cualquier punto del mundo tardan cada vez menos tiempo en ser imitadas en cualquier otro lugar, por alejado que esté físicamente... Ahora bien, ¿podemos aprender de esta película? ¿Podría servir para hacer reflexionar a la gente? ¿A esos votantes reales que en Italia apoyaron a Berlusconi porque le envidiaban y querían ser como él? ¿A esos otros que, por la misma razón, en Cataluña votan todavía hoy -a pesar de que el independentismo catalán ha demostrado ser una inmensa estafa en la que los primeros timados son sus propios votantes- a Puigdemont y compañía?

Sinceramente, lo dudo. Aristóteles definió en su día la existencia de seis formas de gobierno, diferenciando las formas puras (las que gobiernan para el bien común) de las impuras (las que emplean el poder en beneficio de una parte de la población y no de todo el pueblo). Por orden, de mejor a peor, son: monarquía, aristocracia, república, democracia, oligarquía y tiranía. En su opinión, la mejor es la primera porque el gobierno de una sola persona que base su actuación exclusivamente en el interés público ejercerá una autoridad indiscutible y libre de trabas que permitirá progresar enormemente a su pueblo. Tiene un gran riesgo, por supuesto, y es que el monarca acabe corrompiéndose y utilice el poder para su beneficio personal.

En segundo lugar figura la aristocracia, que básicamente viene a ser lo mismo que la monarquía pero, al estar el gobierno en manos de varios hombres virtuosos en lugar de en las de uno solo, debe ser más estable ya que por lógica resulta más difícil corromper a un grupo de hombres buenos que a uno. De hecho, se trata de los mejores de la comunidad, tal y como reza la etimología original aristos (el mejor), una palabra griega que nace del concepto de Areté (la excelencia, la virtud moral). Tras esta fórmula, plantea en tercera posición la república, que es el gobierno de la mayoría y cuya principal ventaja es el equilibrio entre los intereses de los más ricos y de los más pobres, en beneficio de una clase intermedia más amplia. En este caso, todos los ciudadanos intervienen de alguna forma en la gestión del poder, pero se requiere que esos ciudadanos tengan un nivel moral, educativo y social mínimamente elevado.

De acuerdo con Aristóteles, las formas puras son siempre las más adecuadas para gobernar a un pueblo, aunque no deja de advertir de un destino fatal: cada una de ellas contiene el germen de la desviación y tarde o temprano conducirá a su respectiva forma impura. Así que las tres primeras, en lo alto, se reflejan como imágenes en un charco en otras tres, equivalentes pero de inferior rango. 

Continuamos, pues, descendiendo la escalera y entonces nos encontramos con la cuarta forma de gobierno: la democracia. Aristóteles distingue varios tipos de gobierno democrático pero, en esencia, lo considera una deformación de la república porque de acuerdo con su descripción supone que la mayoría gobierna en beneficio exclusivo o contra una minoría. Según sus propias palabras, la democracia surge "cuando tienen el poder los indigentes" en lugar de la clase intermedia. Digamos que la intención de partida era buena pero se tuerce porque una cosa es predicar y otra dar trigo. Y, si la democracia es una desvalorización desprestigiada de la república, la oligarquía lo es de la aristocracia, ya que el grupo de dirigentes de la sociedad la administran únicamente en función de sus intereses personales, mientras que la tiranía lo es de la monarquía y, de hecho, la califica como una "monarquía ejercida despóticamente".

Aristóteles creía en la existencia de ciclos en las sucesivas formas de gobierno, de manera que a cada una de las tres formas puras le seguía, sí o sí, su equivalente impura. Antes que él, Platón consideraba cuatro formas impuras que iban degradándose de esta manera: timocracia (del griego timé, que significa valor, y gratia o la cualidad de poder) o sea el gobierno de los que tienen mucho dinero, y luego las tres ya citadas de oligarquía, democracia y tiranía. Aristóteles fundió la timocracia con la oligarquía.

Como vemos, los pensadores de la Antigüedad no tenían en especial estima a la democracia y además razonaban el porqué (esto es sólo un pequeño resumen, recomiendo leer sus razonamientos completos y en especial La República de Platón). Esto puede ayudarnos a comprender algunos de los motivos por los que los responsables de Educación de nuestros democráticos Estados occidentales actuales están suprimiendo descaradamente y con mayor o menor rapidez del curriculum escolar cualquier rastro no ya de los idiomas clásicos como el griego y el latín, sino de la Filosofía, la Historia, el Arte y, en general, cualquier disciplina relacionada con las Humanidades que pueda ayudar a nuestros contemporáneos a pensar por sí mismos. Pensar por uno mismo es muy peligroso para los Amos, porque la persona que se entrena en este ejercicio termina abriendo los ojos y empieza a plantearse ideas indeseables. Por ejemplo, si el último siglo y lo que llevamos de éste no son, desde el punto de vista político, más que una inmensa estafa.

Como suele decir Mac Namara, el mercado de las ideas lleva mucho tiempo vendiéndonos una insulsa variedad de achicoria vulgar pero con la etiqueta del más exquisito de los cafés colombianos. Y quien no ha probado el producto real antes que su sucedáneo no podrá darse cuenta de esto nunca, al menos por sí mismo. Aún más: si algún día llegara a beber una taza auténtica de café, le sabría a rayos, no querría volver a ingerirla y se pasaría el resto de su vida vociferando contra él.

Lo más divertido de todo es que en Occidente en general y en España en particular (por no hablar de otros países del mundo que han importado el sistema) ni siquiera disfrutamos de una democracia real, por más que ostente orgullosamente ese nombre. Algunos analistas inventaron una palabra que puede usarse para definir el estado de cosas en el que vivimos: la partitocracia, porque no son los ciudadanos sino los partidos políticos los que mandan (tampoco es así, en realidad, ya que los partidos son a su vez manejados por otras fuerzas externas, pero para este somero análisis vamos a dar por válida la definición). Y sucede así de hecho. Si uno ha nacido en Estados Unidos, por poner un ejemplo internacional, puede presentarse a las elecciones presidenciales como candidato a la Casa Blanca. Lo cierto es que cada cuatro años se presentan muchos candidatos a ocupar esta poltrona, algunos verdaderamente peculiares. Pero desde hace mucho tiempo todo el mundo sabe que sólo podrá ganar el candidato del Partido Republicano o el del Partido Demócrata y de ninguna otra formación política. La campaña es tan larga y tan cara, que ningún partido distinto tiene fuerzas suficientes para cambiar eso. Así que si uno quiere realmente ser presidente de EE.UU. a la fuerza debe militar en uno de ellos.

Si lo que queremos es un ejemplo nacional, ahí tenemos la imposibilidad de que los votantes españoles puedan elegir a los parlamentarios que quieren, uno por uno, seleccionados según sus preferencias. En lugar de eso, se ven obligados a escoger la lista completa, sin excepciones y en el orden de poder que se le presenta previamente en cada uno de ellos, del Partido Corrupto en el Poder, del Partido Corrupto en la Oposición, del Partido Veleta según el Viento que sople o del Partido de la Ignorancia y la Mala Baba, por citar sólo a los cuatro más importantes (aunque pasa lo mismo con el resto de formaciones políticas españolas, con independencia de su alcance nacional o autonómico). Ojo, no se puede satanizar a todos los que trabajan dentro de sus filas. Personalmente conozco a gente muy valiosa, incluso honesta, en cada uno de los cuatro..., pero siempre queda relegada por las presiones internas y los intereses particulares de los que están por encima, los que mandan de verdad.

¿Que quienes son ésos? A estas alturas de la película, cualquiera con dos dedos de frente (y no necesito mencionar a los lectores habituales de esta bitácora) lo sabe. Para los recién llegados, tengo una pista: el recuerdo muy vívido del momento en el que, en 2008, el entonces presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, despertó por fin de su mundo de entonaciones infantiles para reconocer formalmente que sí, que España también estaba en crisis, igual que el resto del planeta, y que no quedaba más remedio que afrontarla (entre paréntesis, desde el principio se habló de crisis económica cuando en realidad siempre ha sido una crisis financiera). Así que ZP alzó una ceja y convocó una primera reunión que fue filmada y fotografiada profusamente y cuyas imágenes pudimos ver todos en los medios de comunicación. ¿Quién aparecía sentado cómodamente en los sillones del Palacio de La Moncloa al lado del jefe del ejecutivo, participando en esa reunión? ¿Los dirigentes del resto de partidos políticos? ¿Los líderes sociales y religiosos? ¿Las organizaciones empresariales y sindicales?


No: los banqueros, los máximos representantes del Banco de Santander, BBVA, Banco Popular, Cajamadrid, La Caixa y Unicaja, las principales entidades financieras españolas en aquel momento. Y a poca gente le chirrió aquello.  

Jean Jacques Rousseau, el único de los ilustrados al que alguna vez he considerado con cierta simpatía, definió a mediados del siglo XVIII los requisitos que debía tener una democracia. En su opinión, esta forma de Estado sólo podría hacerse realidad en un país "muy pequeño, en donde se pueda reunir el pueblo y en donde cada ciudadano pueda, sin dificultad, conocer a los demás", donde todos vivan de acuerdo a "una gran sencillez de costumbres" y exista una "gran igualdad en los rangos y en las fortunas, sin lo cual la igualdad de derechos y de autoridad no podría prevalecer mucho tiempo; y, por último, poco o ningún lujo". Por tanto, la consideraba inviable para la mayor parte de los Estados. Ya entonces sabía, como lo han sabido siempre los politólogos más serios, que la democracia es un estado más ideal que real, un nivel utópico de gobierno. 

Personalmente, de todas las formas de gobierno, la aristocracia me ha parecido siempre la mejor fórmula con diferencia, y así lo he defendido en diversos debates, a menudo en medio de la rechifla general. Porque la mayoría de las personas, cuando piensan en aristócratas, evocan a empolvados y empelucados señoritingos del siglo XVIII o a similares cortesanos inútiles y corruptos de otras épocas. Y, sin embargo, la aspiración a la Areté es una de las grandes herencias morales del mundo antiguo: para un ser humano es imposible alcanzar la excelencia, esto es un hecho, y aún así es nuestro deber no desfallecer ante la dificultad e intentarlo una y otra vez, no rendirse jamás. Nacer, morir y volver a nacer para volver a morir..., para volver a nacer. Levantarse después de haber caído y acometer la tarea heroica, por muchas veces que haya hecho antes, es lo que da valor a la vida porque es en este proceso donde no sólo se forja el carácter y se educa el alma sino que se adquiere la comprensión de la existencia que permite lograr la trascendencia de uno mismo y, por ende, la inmortalidad.

Aristóteles sabía esto, aunque sólo fuera por influencia familiar, como demuestra su propio nombre que incluye la palabra aristos y también teleos (fin), lo que viene a significar "el que busca el mejor fin". Y, por cierto, el nombre de su maestro -también mío- Platón -en realidad, un apodo que significa "el de anchas espaldas" debido a su corpulencia y fortaleza física- era Aristides: de nuevo aristos y, además, eidos (aspecto), o sea "el que tiene mejor aspecto o apariencia".

Realmente, el único gran problema real que plantea la aristocracia es decidir quién es aristócrata y quién no. En una sociedad primitiva, con una población limitada demográficamente y escasa movilidad, resultaba hasta cierto punto sencillo reconocer a los mejores. Todo el mundo conocía a todo el mundo y podía opinar con bastante justicia sobre las cualidades ajenas -de ahí, también, la suspicacia ante la aparición de viajeros y forasteros, desconocidos ajenos a la "familia" social y política-. Además, nuestros antepasados partían de la idea de que no todos las personas son iguales: diferenciaban entre los hombres de oro, los de plata y los de bronce en función de sus cualidades, aunque concedían cierto margen de corrección a la educación... En nuestra época de muchedumbres compuestas por individuos paradójicamente más aislados que nunca unos de otros (¿cuántos somos capaces de nombrar tan solo a diez vecinos de nuestra propia comunidad? ¿cuántos hemos compartido con al menos tres de esos vecinos algo más que un "buenos días" ocasional en la escalera?), ¿cómo podemos distinguir a los mejores? Sobre todo, cuando en su ingenuidad la inmensa mayoría se cree la consigna de igualdad machacada día sí y día también por los altavoces del sistema, como si realmente pudiéramos equiparar en el mismo nivel a un pederasta corruptor de menores y a un profesor honesto y esforzado, a un criminal y a un trabajador, a un pervertido y a un virtuoso..., como si valiera lo mismo un asesino que un santo. Tal vez nuestra sociedad contemporánea se crea tan delirante aserto, pero la Naturaleza es un juez justo e implacable y cualquiera con los ojos abiertos y los suficientes años de experiencia puede dar fe de que tarde o temprano corrige esa "igualdad" y "cuadra las cuentas" con todo el mundo.

Para aprender a distinguir a los mejores de entre nosotros y llegar a un sistema político útil hace falta mucha voluntad y aún mucha más honestidad: dos cualidades que no abundan precisamente. Y, además, es preciso destruir la asociación tan extendida del concepto de aristocracia con la idea de "clase privilegiada", con todos los conceptos peyorativos adjuntos. También, hay que desterrar la idea de que existen varios tipos de aristocracias: la hereditaria nobiliaria, la política, la intelectual, la financiera... La Tradición sólo reconoce una, en realidad, y es la aristocracia del espíritu. Se trata de un estado individual que no es heredado ni heredable, pero que está al alcance de cualquiera que esté dispuesto a forjarse a sí mismo a través de un arduo camino interno de mejora y que sólo puede, de hecho, ser alcanzado por mérito propio gracias a la virtud personal.

Sólo aquella persona que tiene está en condiciones de dar a los demás.