Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 28 de junio de 2013

Más allá de Némesis

Juan Miguel Aguilera es uno de los cinco mejores escritores vivos de Ciencia Ficción en activo en España. No voy a nombrar a los otros cuatro, por una razón obvia: ellos ya lo saben y decir su nombre públicamente sólo serviría para ganarme la enemistad del resto de los otros aproximadamente doscientos cincuenta y siete mil ochocientos y pico autores del Fantástico que escribimos regularmente en este país, donde se da la paradoja (o al menos a mí me lo parece) de que existen muchos más escritores que lectores, al menos dentro de nuestro género. A muchos de los "consagrados" (lo pongo entre comillas porque a ninguno le gusta que se le describa así, por larga, prolífica o brillante que sea su trayectoria particular) les conozco, si bien no con toda la profundidad que debiera, por un simple azar histórico: empezamos a escribir y a publicar más o menos en las mismas fechas, allá por los hoy tan mitificados años ochenta del pasado siglo, y por tanto coincidíamos en las mismas tertulias de cafetería, los mismos restaurantes chinos y las mismas HispaCones.


Compartíamos rarezas muy llamativas en aquel momento, por no citar el hecho mismo de que a todos nos gustara leer y escribir: dos características suficientes para ser condenados desde tiempo inmemorial en este país por la Santa Inquisición y, hoy, por sus sucesores. Además de la insolente manía de cultivar nuestra imaginación y por tanto arriesgarnos a construir mundos alternativos al de la monótona y exigente realidad, teníamos la costumbre de perder el tiempo discutiendo sobre si los marcianos de Ray Bradbury podían considerarse realmente marcianos, tratando de encontrar el país moderno equivalente a los territorios que ocupaban los antiguos reinos que recorría Conan (España era Argos, eso seguro, aunque nos hacía gracia lo de Zamora, la "ciudad de los ladrones", que no estaba ubicada allí sino más al noreste), valorando si los guiones de Espacio 1999 compensaban sus pésimos efectos especiales o si Thunderbirds se podía considerar una teleserie de Ciencia 
Ficción para adultos, debatiendo cuál era el mejor capítulo de la serie de terror de la Hammer, rastreando el mejor diccionario posible para aprender élfico o klingon (según la rama del Fantástico al que uno se sintiera más próxima), venerando a los "primigenios" que nos habían precedido en aquella extravagante comunidad de intereses como Domingo Santos o Carlos Saiz Cidoncha y preguntándonos con asombro cómo era posible que todos aquellos asuntos no les interesaran, salvo rarísimas excepciones, a las chicas. Sí, éramos frikisfrikis auténticos, no como los de ahora que, no sólo se enorgullecen de ello (en aquella época, más que orgullo existía cierto complejo sentido de culpabilidad por no ser como la mayoría), sino que incluso se disfrazan sin problema de sus personajes favoritos e incluso tienen hasta su día oficial para celebrarlo.

Por diversas razones que no vienen al caso en este momento (tal vez una de las más importantes fuera el hecho de que ya entonces el tiempo se me reveló como la riqueza más escasa y valiosa: tantas cosas por hacer y tan cortos los días...), mis relaciones con mis colegas frikis, muchos de ellos autores en ciernes, se circunscribían al campo "profesional". Y siguen ahí, bien que lo siento a menudo porque me gustaría conocer algo más de las vidas íntimas de, por lo menos, algunos de los que siento más próximos. Quiero decir, salvo honrosos casos muy contados, no he podido mantener demasiadas relaciones personales con estos compañeros de letras y fatigas, más allá de compartir intereses literarios. De la mayoría de ellos ignoro aún hoy si están emparejados, casados, solteros, viudos, divorciados o practican habitualmente la bacanal; si tienen familia y/o mascota; si creen en Dios, en el Demonio o en el Queso de Bola; en qué trabajan para ganarse la vida (¿acaso hay alguien en España que pueda vivir decentemente sólo de escribir, máxime cuando hablamos de este género?) y tantas otras cosas que sirven para comprender y en consecuencia apreciar más a otro ser humano. Esta escasez de lazos personales y los diversos avatares vitales, incluyendo los propiamente literarios que me apartaron durante años del cultivo de la ficción fantástica para volcarme en otros géneros, acabaron por conducirme en cierto sentido a terminar siendo una especie de friki entre los frikis: un metafriki, si vale la palabra.

Pero lo cierto es que nunca he dejado de sentir el Fantástico muy de cerca: más que como mi género favorito, como mi género. A secas. He seguido leyendo y he seguido escribiendo sobre él, sacando tiempo de donde no lo había (para ello me han venido muy bien algunos truquitos aprendidos en la Universidad de Dios). Y en los últimos años he podido terminar algunas cosas y empezar otras que poco a poco irán viendo la luz.


Una de ellas, de hecho, acaba de hacerlo. Se trata de una colaboración en Más Allá de Némesis, la antología de relatos magníficamente editada por Sportula y coordinada como es lógico por el antes citado Juan Miguel Aguilera, que se ha publicado estos días y que en breve se presentará en distintos escenarios literarios. Digo lo de "como es lógico" porque el origen de este libro se halla en Némesis, la reelaboración contemporánea de El refugio, novela mítica de la Ciencia Ficción española escrita hace ya bastantes años por el propio Aguilera y su habitual "pareja de baile" Javier Redal, que también ha sido publicada ahora por la misma editorial. En Némesis, la Tierra es (literalmente) destruida de un momento para otro por un misterioso rayo procedente de la Nube de Oort. Sólo un puñado de humanos logran salvarse y la mayoría de ellos se concentran en las colonias marcianas (donde reside una de las claves del misterio) aunque la responsabilidad principal de la investigación de lo ocurrido recae en los componentes de una heterogénea expedición que en el momento del apocalipsis terrestre se encuentra a bordo de una nave con destino a cierto cometa helado. Serán ellos los encargados de descubrir quién y por qué ha atacado la Tierra..., y si se puede hacer algo por evitarlo.



La idea de Más Allá de Némesis, como su nombre indica, es la de brindar el marco de la historia general e incluso de sus personajes principales a otros autores distintos a Aguilera y Redal para ver qué hacen con ellos y hasta dónde pueden dar una vuelta de tuerca al escenario, como en aquel álbum de homenaje a Uderzo (y, aunque no nombrado, también a Goscinny) en el que, en 2007, diferentes dibujantes contemporáneos (desde Manara a Baru, pasando por Hidejem, Kuijpers, Rosinski & Van Hamme..., e incluso Forges) reinterpretaron con su propio estilo a Astérix y Obélix. Y el resultado es ciertamente variopinto, compuesto por trece relatos de diferente factura y objetivos particulares, cada uno de acuerdo con el estilo de su autor (o autora, que hay tres féminas, nada menos: una proporción que puede parecer pequeña pero que hace treinta años era directamente impensable en una antología de este tipo). El orden de los relatos es el siguiente:


Adversus Techgnosticas Haereses, de José Manuel Uría
El honor del samurái, de María Zaragoza
Omega, de Sergio R. Alarte
Érebo, de Carmen Moreno
Calipso, de Sofía Rhei
El bosque de Hielo, de Juan Miguel Aguilera (que no ha resistido la tentación de participar también en la antología)
No estamos solos, de Eduardo Vaquerizo
El centro muerto, de León Arsenal
Walhalla, de Pedro Pablo G. May (vaya, este nombre me suena...)
Hybris, de Rafael Marín
Nox Perpetua, de Javier Negrete
Némesis del tiempo, de J. Javier Arnau
Os disparo, de Rodolfo Martínez


Los cuentos están organizados de tal manera que existe cierta continuidad entre ellos. Ninguno de los autores recibimos instrucciones concretas acerca de lo que debíamos hacer, pero según cuenta Aguilera, y también el editor Rodolfo Martínez, a medida que fueron recibiendo las narraciones descubrieron que contenían una especie de lógica interna, absurda pero real, de tal manera que sin pretenderlo expresamente fueron encajando como piezas de un rompecabezas. El mismo Rodolfo Martínez se encargó de limar asperezas y terminar de enganchar unos con otros escribiendo unos pequeños textos introductorios a cada cuento, así como el remate final. El libro contiene además una guinda característica: unos códigos QR que, en cada narración, completan y amplían las informaciones que han servido para documentar cada una de ellas.

Personalmente, me he divertido escribiendo mi Walhalla y espero que os guste, igual que el resto de cuentos de mis colegas. Ha sido también para mí un honor poder compartir portada con todos estos autores. Cuando era pequeño, tenía una sana sensación de envidia (bueno, de sana no había nada, en realidad: era envidia pura y dura, envidia verde, malvada y asquerosa envidia...) al contemplar las antologías de Ciencia Ficción de autores norteamericanos e incluso europeos en las que nunca había rastro de escritores españoles y, lo peor, no daba la impresión de que pudiera haberlo jamás, por mucho que se expandiera eternamente el Universo. Hoy, la situación es muy otra. No sólo hay numerosos autores escribiendo en español sobre mundos y tiempos fantásticos, sino que además muchos de sus relatos poseen una calidad, al menos, equiparable a la de la mayoría de los escritores más conocidos allende nuestras fronteras. Vale, todavía no tenemos entre nosotros gigantes de la talla de un Asimov, un Clarke, un Sturgeon, un Matheson..., pero al ritmo que vamos creo que no tardaremos muchos años más en desarrollarlos.


A no ser que un maldito rayo procedente de la Nube de Oort interrumpa nuestra fulgurante trayectoria hacia las estrellas.









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Con este artículo, doy por finalizado el curso 2012-2013 en Fácil para nosotros. Julio está a la vuelta de la esquina y el cartel de "Vacaciones" está ya colgado en la Universidad de Dios. La mayoría de los estudiantes han abandonado el campus esta semana y un servidor lo hará en breve, de regreso a Walhalla (al mío, al de verdad, no al del cuento del mismo título antes citado). Mac Namara queda, a pesar de sus bufidos, a cargo del blog durante los meses de verano. Y, si los dioses (mayores) así lo estiman necesario, yo volveré por aquí en octubre.















miércoles, 26 de junio de 2013

Retorno a los orígenes

 Hong Zicheng, también conocido como Hong Yingming, fue un señor que vivió a finales del siglo XVI y principios del XVII en China, en la última época de la dinastía Ming. Destaca como uno de los más principalísimos filósofos de la tradición taoísta-confucionista-budista. Sin embargo, con estos datos es probable que la inmensa mayoría de los connoisseurs de la Filosofía ignoren por completo de quién se trata. Yo mismo no tenía ni idea de que se llamaba así, pues toda la vida le había conocido como Huanchu Daoren, el autor de Retorno a los orígenes (también conocido como Retorno a las raíces), aunque bien es cierto que sin profundizar demasiado en su historia personal, de la que tampoco se sabe mucho. Y como a Mac Namara no le va mucho la tradición oriental, pues tampoco tuve ocasión de conocer vías alternativas para acercarme a él. Ha tenido que ser nuestro implacable profesor de Destrucción del Paradigma a través de la Educación Física, Lee Jun-fan, quien nos ha revelado el otro día que lo de Huanchu Daoren era un seudónimo que venía a significar algo así como Adepto-taoísta-retornando-al-origen (de ahí el título de su obra más famosa: una recopilación de meditaciones basada en la comparación de la experiencia vital con el cultivo de los vegetales: éste requiere paciencia, tranquilidad y austeridad, cualidades que recomendaba aplicar de la misma forma en el ser humano) y despertó mi interés por volver a leer algunos de sus textos, interesantes para el momento que hemos elegido vivir. 

Aquí copio algunas de sus, a mi juicio, más jugosas meditaciones:


* "Las plantas enterradas no tienen atractivo, pero se transformarán en brillo resplandeciente al brotar a la luz de la luna de verano. De la misma forma, sabemos que lo puro surge de lo impuro, que la luz nace en la oscuridad."

* "Si estás apegado al mundo sólo levemente, leve será también el efecto que el mundo ejerce sobre ti. Si estás enredado en diversas ocupaciones de manera intensa, también sus enredos se intensificarán sobre ti. He aquí por qué para las personas iluminadas lo simple es superior a lo refinado y la libertad, preferible al sometimiento a las formas."

* "La tranquilidad en medio de la quietud no es real. Si puedes estar calmado en medio de la acción, ése si es el verdadero estado de tranquilidad. De la misma manera, la felicidad en la comodidad no es real. Si puedes estar feliz en medio de la adversidad, ése si es su verdero estado."
 
* "Si temes que la gente sepa que has hecho algo malo, hay algo bueno en tu maldad. Si estás ansioso porque la gente reconozca que has hecho algo bueno, hay algo malo en tu bondad."

* "Cuando estás en medio de la adversidad, todo cuanto te rodea es como una medicina que te ayuda a mejorar tu conducta, aunque no te des cuenta de ello. En las situaciones agradables, puedes enfrentarte a armas que te despedazarán, aunque no seas consciente de su existencia."

* "Quienes viven de manera virtuosa pueden verse afligidos durante un tiempo pero quienes viven adulando al poder se encuentran desamparados siempre. Aquéllos que han despertado ven más allá de las circunstancias corrientes y reflexionan sobre la vida y la muerte. Pueden así experimentar la desdicha pero de un modo pasajero, no permanente."

* "Son puros de corazón aquéllos que no se acercan al poder y la fama, pero los más puros de todos son quienes pueden convivir con estas cosas sin verse afectadas o dominadas por ellas. Son personas de espíritu elevado los que ignoran cómo intrigar y conspirar contra otros pero son aún más elevados quienes, sabiendo como hacerlo, no lo hacen."
* "Los que saben cómo cambiar las cosas y hacer que éstas les sucedan, no se regocijan con sus ganancias ni se lamentan con sus pérdidas: el mundo entero es el espacio por donde pasean. Los que son utilizados por las cosas que les suceden sin tener ellos control odian que los acontecimientos vayan en su contra y aman que lo hagan a su favor. Lo más insignificante puede suponer una gran atadura."

  * "Agradece oír ofensas contra tu persona o enfrentarte a asuntos irritantes pues es en ese momento cuando dispones de una piedra de afilar para desarrollar tu carácter. Si sólo oyes palabras dulces y de tu agrado y sólo actúas en lo que te gusta, entierras tu vida en un veneno mortal."
 
* "Las bendiciones pueden también generar desventuras, así que, si las cosas te van bien, no te descuides. El éxito puede lograrse tras fracasar primero, así que no abandones aunque vivas un momento de decepción."


Me recuerda mucho a lo que dice mi profesor de Filosofía, Epícteto. Tal vez Huanchu Daoren no fuera, después de todo, mas que una reencarnación suya en China.




lunes, 24 de junio de 2013

50

Estrella. Hogar. Espíritu. Allí. Vida. Belleza. 
Despertar. Miedo. Dibujo. Triskel. Memoria.
Ella. Música. Narración. Viaje. Delfín. Cambio.
Dolor. Comunicación. Maestro. Conciencia. 
Magia. Ritmo. Amor. Espada. Voluntad. Gato.
 Océano. Sol. Mente. Enseñanza. Guerra.
Arte. Error. Humor. Honor. Razón. Caballero. Secreto. Iniciación. Thoth. Lobo.
Sacrificio. Familia. Ley. Dioses. Nostalgia.
Águila. Filosofía.
Inmortalidad.













 

viernes, 21 de junio de 2013

Las tres preguntas del obispo

Lo más frustrante de los cuentos populares es que aspiran a servir de ejemplo y orientación para la vida diaria, pero luego demasiado a menudo resulta difícil, por muchas vueltas que le des, aplicar sus recomendaciones en la realidad, ya que ésta tiene sus propias reglas. Hay uno en concreto que me da vueltas a la cabeza estos días. Es la historia de un monasterio donde cada uno de los frailes estaba encargado de una labor concreta y particular, aparte del tiempo dedicado al estudio y la oración: uno era el encargado de las cocinas; otro, el de la biblioteca; otro, el responsable de la botica, etcétera. Y por supuesto el fraile que más mandaba era el abad.

Pero el abad era un completo incompetente. No una persona especialmente malvada o siquiera malintencionada: sólo un incompetente máximo, un tonto.  Lo cual, como sabe todo el mundo, es mucho peor y más peligroso que ser un malvado, pues la gente que practica el mal puede ser atraída hacia el bien y, además, sus actos suelen tener bastante de inteligencia, aunque estén orientados hacia la satisfacción de sus deseos. Sin embargo el tonto es irrecuperable y lo mejor que sabe hacer es trabajar como un diligente peón empedrando hacia el infierno todos los caminos que puede.
El obispo se dio cuenta del riesgo que suponía el abad e informó de ello al Papa, pero éste no quería ni oír hablar de semejante acusación, puesto que la familia del abad le había servido bien en el pasado y, además, siempre que iba a visitarle, le colmaba de regalos procedentes del monasterio a partir de productos confeccionados por los frailes: quesos, tisanas, miel..., hasta una fuerte cerveza roja elaborada en un almacén adyacente al edificio religioso.

A pesar de las reticencias del Papa, el obispo decidió desenmascarar al abad y le hizo llamar a su presencia. 

- La gente habla y habla y no parece muy contenta contigo -le dijo.

- No puedo evitar que me critiquen, aunque por otro lado la gente critica a todo el mundo, incluso al señor obispo -contestó, tontamente, el abad, sabedor de la poderosa influencia que le protegía.

- En efecto -asintió el obispo, satisfecho por la suficiencia de tu interlocutor, antes de cerrar la trampa con las siguientes palabras-: Por ello quiero callar la boca a todos aquéllos que se meten contigo sin razón. He organizado una audiencia pública para que todo el mundo pueda comprobar tu idoneidad para el cargo. Ahí tienes un pergamino con tres preguntas inscritas en él. Tienes tres meses para resolverlas, uno por cada pregunta. Al cabo de ese tiempo debes volver ante mi presencia y darme tus inteligentes respuestas a mis planteamientos. No dudo de que lo harás muy bien y, de esta manera, podré confirmarte públicamente y nadie volverá a decir nada malo de ti nunca más.

- Que así sea -aceptó el reto el inútil del abad, sin darse cuenta todavía de lo que acababa de suceder.

Tomó el pergamino y se lo llevó consigo a un aparte, pero después de leerlo y releerlo un buen rato empezó a sudar frío. Las tres preguntas que figuraban en el texto le parecían las más difíciles del mundo. Eran las siguientes:

1ª) Si decidiera abandonar el palacio arzobispal para dar la vuelta al mundo, ¿cuánto tiempo tardaría?

2ª) Si yo quisiera venderme a alguien, ¿cuánto debería exigir por mis servicios?

3ª) ¿En qué estoy pensando ahora mismo que no es verdad?

El abad marchó de regreso a su monasterio y, cuanto más caminaba, más se agobiaba por la prueba que, ahora se daba cuenta, tenía ante sí. Tardó más del triple de lo habitual en llegar hasta el edificio de su comunidad, porque a cada rato se detenía para desenrrollar el pergamino, volver a leer las preguntas y quedarse un rato pensando. Sin embargo, no se le ocurrió ni una sola contestación adecuada.

Al fin llegó al monasterio y se encerró en su habitación, ordenando que nadie le molestara. Extendió el pergamino sobre la mesa para no perder de vista los enigmas en ningún momento y se sentó ante él para continuar sus cavilaciones. Con la mente en blanco, buscó inspiración incluso en la biblioteca, lugar donde apenas había entrado un par de veces durante todo el tiempo que llevaba como abad, en busca de algún texto que pudiera iluminarle, pero nada consiguió. Durante los días siguientes continuó dándole vueltas al asunto: rezó, ayunó, se enfadó, canturreó, habló en voz alta consigo mismo, se quedó sin dormir..., hasta llegó a maldecir en voz alta, pero lo único que logró fue que se le levantara un monumental y permanente dolor de cabeza.

Así se fue consumiendo el plazo dado, mientras crecía en él la rabia por el hecho de que el obispo hubiera encontrado la forma de ponerle en evidencia y, sobre todo, por no haber sabido dar contestación adecuada a la ordalía que le había planteado. El día antes de que se cumplieran los tres meses y se viera forzado a ir a rendir cuentas, el abad decidió dar un paseo por el campo para calmar su deprimido y a la vez desesperado estado de ánimo. Allí se encontró con uno de los frailes más trabajadores y esforzados de la comunidad, que tenía varias habilidades y las ejercía por turno. Aquella semana le tocaba pastorear a las ovejas del monasterio y estaba a ello dedicado cuando al abad se le ocurrió al fin una idea. Una idea un tanto indigna, pero idea al fin y al cabo. Le llamó ante sí y le dijo:

- Me han hablado de tus muchos conocimientos y sé que tienes fama de, entre otras cosas, poseer una mente ágil y buena facilidad de palabra a la hora de presentar argumentos -le alabó.

- No soy tan bueno como creéis, sólo un humilde servidor de Dios que hace cuanto se le encomienda lo mejor que puede -contestó el fraile, temiendo la incompetencia del abad y sabedor de que, cuando un superior directo empieza una conversación contigo alabando tu trabajo, por lo general es para utilizar esa loa como una excusa con la que encargarte más.

- Pues te voy a encomendar una tarea nueva, que espero resuelvas a satisfacción por tu bien y por el mío -sentenció.

El abad tenía información de que los ancianos padres del fraile vivían, junto a otras personas de avanzada edad, en un anexo al monasterio donde eran alimentados y cuidados como un acto de caridad. Los pobres carecían ya de fuerzas para trabajar ni poseían bien alguno con el que sobrevivir, con lo que dependían enteramente de la buena voluntad de la comunidad religiosa. Así que le planteó al fraile una dura alternativa, tras explicarle la prueba que le había presentado el obispo.

- Pues bien, quiero que vayas mañana en mi lugar al palacio arzobispal y que contestes con inteligencia y buen razonamiento a las tres preguntas que me impuso el obispo. Dirás que esas respuestas tan adecuadas te las dicté yo personalmente y que te envío a contarlas porque me encuentro indispuesto y no estoy en condiciones de viajar en este momento. Y más vale que lo hagas bien, porque si el obispo no queda satisfecho, sabe que a tu regreso serás castigado y, además, expulsaremos a tus padres del monasterio e incluso de estas tierras.

 Después, el obispo se retiró a su habitación satisfecho consigo mismo. Si aquel fraile era la mitad de bueno de lo que decían sus compañeros, le sacaría del apuro y él quedaría en buen lugar ante el obispo asumiendo como propias sus brillantes contestaciones. Y, si lo hacía mal, siempre podía decir que se había equivocado al transmitir las respuestas y tratar de componer alguna a partir de lo que hubiera dicho ante el obispo, apelando a su "indisposición" para justificar palabras poco adecuadas. En todo caso, ganaba tiempo para seguir pensando.

Al día siguiente, el fraile se presentó en el palacio arzobispal, dio la versión oficial de la enfermedad de su superior y se dispuso a contestar a las tres preguntas públicamente. El obispo se irritó sobremanera por lo ocurrido, pues había convocado para la ocasión a todas las gentes del lugar, e incluso al Papa, con objeto de que quedara al descubierto la incapacidad del abad. Contaba también con que éste pusiera una excusa para no presentarse a responder, lo que le habría dejado en mal lugar, pero lo que no había pensado es que pudiera enviar un sustituto con lo que, afirmaba, era el fruto de sus reflexiones. 

- Veamos entonces la contestación de tu abad a las preguntas -dijo el obispo, malhumorado-. La primera era: si decidiera abandonar el palacio arzobispal para dar la vuelta al mundo, ¿cuánto tiempo tardaría?

- Si su eminencia pudiera caminar tan deprisa como el Sol, sólo tardaría 24 horas en completar su viaje -contestó el ingenioso fraile. 

Todos los presentes aplaudieron y alabaron la respuesta mientras el Papa sonreía ante ella y el obispo tuvo que darle el visto bueno.

- Muy bien. Ésta es la segunda: si yo quisiera venderme a alguien, ¿cuánto debería exigir por mis servicios?

- Como máximo debierais exigir quince monedas de plata, pues Nuestro Señor Jesucristo fue vendido por treinta monedas de plata y es lógico suponer que, por buena que sea cualquier persona del mundo, el Salvador vale el doble que ella -dijo con rapidez.

De nuevo los presentes acogieron la respuesta con aprobación y, esta vez, hasta el propio obispo tuvo que admitir que el razonamiento era impecable. Lo cual le hizo sospechar muy seriamente que aquellas respuestas eran demasiado buenas para haber sido realmente elaboradas por el abad.

- De acuerdo. Ésta es la tercera pregunta: ¿en qué estoy pensando ahora mismo que no es verdad?

- Su eminencia piensa que yo soy el abad del monasterio, cuando en realidad tan sólo soy el fraile que cuida de las ovejas.

Semejante contestación de doble filo no sólo propició un aplauso de todos cuantos le escucharon y agradó sobremanera al obispo, que confirmó así quién era el autor real de las respuestas, sino que forzó también al Papa a reconocer lo que estaba ocurriendo. Al final, tuvo que dar su brazo a torcer y admitir que el abad no era una persona adecuada para el cargo que ostentaba. Así que, cuando el  fraile regresó al monasterio, lo hizo con un documento bajo el brazo que acreditaba que a partir de ese momento él era el nuevo abad del monasterio mientras que el antiguo abad era reducido a fraile corriente, encargado de cuidar las ovejas.

 Hasta ahí, muy bien. Este cuento popular es muy aleccionador y anima mucho al lector, al mostrar cómo actuar y cómo deberían pasar las cosas lógicamente cuando uno hace lo que debe de hacer. Ahora bien: ¿qué sucede cuando el fraile cumple su papel y el obispo también..., pero el Papa se empecina en no abrir los ojos y actuar en consecuencia?

Pues que uno queda reducido al papel del sargento Steiner. Es decir, expuesto a recibir en cualquier momento el siguiente pisotón o directamente la puñalada del inútil del capitán Stransky, que ni siquiera sabe cargar su fusil ametrallador y va por ahí exigiendo que le regalen una Eiserne Kreuz.



 
 
 
 
 
 
 
 

miércoles, 19 de junio de 2013

Cambios, cambios...

Decía Aristóteles que el hombre es, antes que nada, un zoon politikon, o sea un animal político, un ser que no puede ser si no es socialmente y en compañía de otros, con los que se siente obligado a relacionarse para poder vivir sin angustias. Estoy de acuerdo en que el hombre, en general, es un animal (no hay más que ver las noticias de cada día), pero yo lo definiría más bien como de costumbres, antes que político. Hay que ver lo que le gusta al homo sapiens permanecer encerrado en su cuadrícula personal y lo díficil que se le hace afrontar cualquier cambio, sea éste el que sea y en la edad que sea. Lo pasa muy mal cuando es niño (etapa en la que todos los expertos recomiendan la implantación de rutinas para darle seguridad, aunque los mismos especialistas reconocen que entre el nacimiento y los 3 años de edad es el momento de la vida en el que más cosas aprende: mucho más que desde entonces hasta su muerte), lo pasa muy mal cuando es adolescente (y no sabe muy bien hacia dónde mirar o encaminarse, de quién fiarse o qué quiere en su propio interior), lo pasa muy mal cuando es adulto (y tiene que enfrentarse a multitud de problemas que desearía ver desaparecer con un chasquido de dedos para simplemente vivir tranquilo sin que nada ni nadie lo angustie) y lo pasa muy mal cuando llega a la vejez (especialmente cuando mira hacia delante y se percata de que el mayor cambio de todos está a la vuelta de la esquina). Como bien reconoce la famosa sentencia (incluida como tantas otras en mi libro favorito para orientarme en este planeta: El refranero popular, permanentemente instalado en mi mesilla de noche): "Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer".

Esto es una realidad incuestionable: el homo sapiens le tiene verdadero pánico al cambio, siendo así que, como advierte la sabiduría china en uno de sus textos imprescindibles, el I'Ching o Libro de las Mutaciones, el cambio es lo único que no cambia en la vida. Es decir: sólo hay una cosa segura y es que nada es permanente. Como ya comentamos en cierta ocasión en esta misma bitácora, la actitud errónea a la hora de afrontar esta existencia plena de aventuras grandes y pequeñas que elegimos experimentar en su día es precisamente la más adoptada por la mayoría de la población y consiste en pasársela construyendo una fortaleza presuntamente impenetrable que mantenga "las cosas como están". Como en el chiste aquél de "Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy",  muchas personas sólo se atreven a buscar (o a aceptar) el cambio sólo si su situación es verdaderamente desesperada. Por ejemplo, he conocido a multitud de insatisfechos con su puesto laboral (y no sólo en esta época de crisis sino durante el último medio siglo, sin remontarme más allá) que, sin embargo, son incapaces de mover un dedo para intentar mejorar su posición. A pesar de sus quejas, su trabajo les da para vivir medianamente bien y sin crearles demasiados problemas y no están de verdad dispuestos a sacrificar la tranquilidad de su monótona y mediocre seguridad ni aunque tengan a la vista el empleo de sus sueños. Igual sucede con sus ruinosas relaciones sentimentales, su decadente estado físico o sus frustrados proyectos vitales en general. La frase que más veces he oído en ese contexto es: "Me gustaría mucho intentarlo pero..." y a continuación se añade la excusa favorita de cada cual.

Y ahí siguen: acumulando ladrillo sobre ladrillo en la construcción de sus inútiles fortalezas que, en cualquier momento y de forma inesperada, se vendrán abajo con estrépito en cuanto la Vida decida regalarles un terremoto aunque sea de baja intensidad. O, quién sabe, tal vez tengan "suerte" y puedan construir un castillo poderosísimo y enorme, que les libere de peligros externos..., y que les ahogue y aplaste bajo su peso. O que acabe petrificándoles, invirtiendo el orden de lo ocurrido en la leyenda del Golem y convirtiéndoles en seres de piedra.

No será porque todo a nuestro alrededor no deje de hablarnos de cambio, empezando por el día corriente: cada momento de la jornada es muy distinto del siguiente. No nos encontramos igual al levantarnos por la mañana que al desarrollar actividad al mediodía o al acostarnos por la noche, de la misma forma que tampoco vivimos de la misma manera el tiempo caluroso que el frío o el lluvioso. Gentes con las que nos relacionábamos hace muy poco tiempo de pronto han dejado de tener influencia e incluso presencia en nuestra vida y otras de las que nunca antes habíamos oído hablar se convierten en referentes indiscutibles para bien o para mal. Sufrimos un esguince en el tobillo y ya no podemos movernos como lo hacíamos hasta entonces. Se muda un vecino insoportablemene ruidoso al piso de al lado y empezamos a echar de menos al discreto vecino anterior. Un pantalón se nos queda viejo y se descose y hemos de tirarlo y comprarnos otro...

Cada segundo de nuestra vida nos trae cambios y no podemos evitarlos. Al contrario, están ahí para aprender de ellos y para aprovecharlos.

Un ejemplo del miedo que provoca en el homo sapiens la palabra "cambio" lo tenemos en la nueva religión laica del cambio climático. Una serie de científicos a sueldo y un grupo de ecologistas que deberían aprender un poco de verdadera Ecología llevan años metiéndole el terror en el cuerpo a la mayor parte de la población más o menos informada respecto a las "terribles consecuencias" de ese presunto gran desbarajuste que se va a producir en breve en nuestro planeta y al que se supone la Humanidad está contribuyendo de manera inevitable. Como si la Tierra hubiera sido un idílico paraíso durante miles de años hasta que en los últimos dos siglos se nos ocurrió construir ciudades cada vez más grandes y conducir coches cada vez más contaminantes. No es que esto último sea muy recomendable, pero precisamente lo que sabemos (que es bien poco) acerca de la evolución de este planeta nos dice todo lo contrario a lo que suele creer el común de los mortales: que su estabilidad y su continuidad como marco adecuado para el desarrollo humano no son otra cosa que un mito. Y que en absoluto dependen del ser humano. Hay demasiados factores que gobiernan este mundo que están fuera de su alcance (y que, lo siento por el narcisismo de tantos científicos actuales, me da la impresión de que siempre van estar fuera de su alcance). De hecho, la historia de la Tierra es la historia de sucesivas convulsiones de todo tipo, incluidas las climáticas, a las que el ser humano se ha visto obligado a adaptarse continuamente para sobrevivir como ha podido. Nuestras comodidades contemporáneas nos hacen perder la perspectiva con rapidez, pero la última glaciación, en términos planetarios, fue hace un par de días. Y los trabajos de muchos investigadores (casualmente, los que no están a sueldo de la ONU) apuntan a que la próxima está al caer.

Por lo demás, deberíamos afrontar la llegada del cambio climático con alegría, por la oportunidad que supone. Es al menos la conclusión que se deduce de un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona, en colaboración con la de Cardiff y el Museo de Historia Natural de Londres, que acaba de publicar la 
revista Nature Communications. Según este trabajo, fue justo un cambio brusco de clima con la llegada masiva de precipitaciones lo que propició los importantísimos avances tecnológicos y culturales del homo sapiens hace entre 40.000 y 80.000 años. Los firmantes del estudio recuerdan que a lo largo del último millón de años el clima global ha oscilado entre períodos glaciales e interglaciales (nosotros estamos ahora mismo en uno de éstos, que suelen ser más breves respecto a los primeros) con cambios climáticos "abruptos, a veces en tan sólo unos decenios, con variaciones de hasta 10 grados en la temperatura media en las zonas polares" y no precisamente por culpa del ser humano sino por razones naturales como por ejemplo cambios en la circulación de las corrientes oceánicas.

Esta conclusión no debería sorprendernos mucho. La civilización se ha desarrollado con mayor rapidez y eficacia en momentos de crisis que en períodos de calma. Y en lugares con temperaturas extremas y difíciles condiciones de vida, con mayor facilidad que en otros donde se puede vivir bien sin tomarse demasiadas molestias. Por eso, por ejemplo, los europeos conquistaron América a partir del siglo XV en lugar de ser los americanos los que conquistaran Europa. Otro ejemplo muy próximo lo tenemos en la Segunda Guerra Mundial, donde la necesidad obligó a agudizar el ingenio, de manera que durante los escasos pero dramáticos años que duró el conflicto armado se generaron más avances teóricos y prácticos en cuestiones tecnológicas de todo tipo que en todos los años que han pasado desde que terminó la guerra hasta el día de hoy.

Claro que lo del cambio climático es lo de menos. Hay otros cambios en lontananza más interesantes (aunque ninguno como el cambio interior: desgraciadamente, éste se haya todavía al alcance de muy pocos). O, como advertía Bob Dylan en Times they are a changing:

Venid gentes de todas partes
de donde quiera que seáis
y admitid que las aguas 
a vuestro alrededor han crecido.  
Y aceptad que pronto
estaréis empapados hasta los huesos.
Si valoráis en algo
vuestro tiempo,
es mejor que empecéis a nadar
u os hundiréis como una piedra.
Porque los tiempos están cambiando...







 

lunes, 17 de junio de 2013

Una advertencia muy seria

Hace ahora algo más de un par de años resumíamos en esta bitácora la historia de Skull and Bones, la curiosa sociedad secreta universitaria con sede en la universidad de Yale que ha servido, y sigue sirviendo, de semillero de directivos de gran poder personal en los Estados Unidos (empezando por varios presidentes de este país y continuando por un amplio abanico de altísimos cargos del mismo). Hace mucho tiempo que Mac Namara me contó cómo funcionaba la que calificó como "una más de las capas de la cebolla" que envuelve el misterioso "núcleo duro" de los Amos verdaderos de este planeta. Mi gato conspiranoico me explicó que durante años estuvo literalmente prohibido hablar de este grupo: tan prohibido, que algunos investigadores norteamericanos que se dedicaron a investigar sus actividades sufrieron oportunos fallecimientos de todo tipo. 

Lo mismo ha sucedido con otros buscadores de información que se acercaron demasiado a grupos relacionados de una u otra forma con ese tipo de poder oscuro: otras "capas" como los bildelbergers o el Council of Foreing Relations...  Sin embargo, la revolución de las comunicaciones aportada por el mundo informático y, en especial, por Internet, ha dificultado enormemente seguir ocultando este tipo de cosas. Así que la estrategia ha cambiado por completo: ahora no se trata de ocultar las informaciones reveladoras sino de clonarlas y multiplicarlas ad infinitum en cuanto alguien las filtra. Eso sí, introduciendo errores garrafales en ellas para que el lector serio las descalifique en su totalidad en cuando advierta esos errores. A pesar de ello, la oportunidad actual es inmensa. Sí: es cierto que Internet se usa para espiarnos masivamente, pero no lo es menos que gracias a la red el hombre corriente dispone de la mejor posibilidad de toda su Historia (hasta que a los Amos no se les ocurra cómo cerrarla definitivamente al gran público sin levantar protestas) para acceder a informaciones hasta ahora al alcance de un grupo muy escogido y limitado de personas relacionadas con los que mandan.

En España tuvimos nuestro propio y extraño caso de investigador eliminado de un día para otro. En realidad, no ha sido el único, pero sí el más significativo. Hablo por supuesto de Andreas Faber Kaiser, uno de los mejores periodistas e investigadores de "cosas raras" que jamás ha dado la piel de toro. Un hombre apasionado por su trabajo, con una curiosidad y tenacidad características, que se recorrió medio mundo tratando de desentrañar todo tipo de enigmas y que fundó la (y esto es una opinión personal) mejor revista del misterio que jamás se ha editado en España, teniendo en cuenta los recursos disponibles, la época en la que existió y los desafíos a los que tuvo que hacer frente: Mundo Desconocido. Prueba de su extraordinaria labor con ella es la porfía con la que hoy día los autodenominados (e, increíblemente, orgullosos de serlo) "escépticos integrales", colaboran consciente o inconscientemente con los Amos en la labor de denigrar sus publicaciones periodísticas escupiendo sobre su memoria, magnificando sus errores y, sobre todo, escondiendo sus muchos y espectaculares aciertos. Éste es un buen ejemplo de que sólo una persona importante merece importantes enemigos.

 Poco antes de fallecer, enfermo de una neumonía que habría sido presuntamente generada por el virus del SIDA, Faber Kaiser publicó uno de los artículos más estremecedores que jamás he leído, viniendo de quien venía. Fue en octubre de 1993, en el número 56 de la revista que hoy se considera como heredera más exitosa de la que él puso en marcha: Más Allá de la Ciencia. Se titulaba Entre la vida y la muerte, con el antetítulo de Confesiones de Andreas Faber Kaiser. Recopilo aquí algunas de las reveladoras declaraciones de ese texto, que escribió desde el lecho del dolor:

* "...En el hospital de Sant Pau, en Barcelona, estuvieron a punto de ingresarme, de hacerme una transfusión de sangre, y habían decidido ya que debía hacerme una broncoscopia, aparte de que me insistieron hasta casi la amenaza en que debía tomar inmediatamente el Retrovir o AZT. Me negué rotundamente a las cuatro cosas. Solamente accedí al tratamiento con 'Septrin forte' (...) me fui a descansar al campo a casa de un amigo homeópata y sanador integral (...) a pesar de no haberles hecho caso, al cabo de tres semanas cuando escribo estas líneas sigo estando a tiempo. Y ello precisamente porque he optado por la medicina alternativa..."

(El amigo al que se refiere era André Malby, quien le acogió y trató en su propia casa, con bastante éxito a juzgar por el estado en el que se encontraba cuando abandonó el hospital, en la antesala de la muerte, y el que mostraba poco tiempo después en las fotografías de una entrevista con el propio Malby, anexa al artículo; por cierto que Faber Kaiser poseía ya en aquel momento importante información acerca de la naturaleza del peligrosísimo AZT, capaz de matar las células cancerígenas..., y también las sanas, como tuvieron ocasión de comprobar -y sufrir por ello- muchas personas tratadas con esta terrible medicación.)

* "...A lo largo de mi vida he pasado por auténticas ocasiones de peligros, pero siempre externos, que permitían que la inteligencia, la intuición, la prudencia, la decisión de acción y, en último caso, la violencia física, te sacaran de la situación comprometida (...) pero nunca había experimentado la realidad implacable de que mi cuerpo se iba consumiendo desde dentro sin freno..."

(Los trabajos periodísticos de nuestro hombre le habían enfrentado con situaciones enormemente complicadas en distintas partes del mundo. Él solía contar algunas anécdotas acerca de esos momentos de verdadero riesgo para su propia vida de los que había logrado salir indemne gracias a las cualidades enumeradas y a su propia fortaleza física, jamás cuestionada hasta el momento de la publicación de este texto.)

* "...Nunca había estado realmente enfermo en mi vida. Y aquí es donde nacen unas reflexiones íntimas siniestras (...) Mayo de 1987: me paso éste y los siguientes meses en Madrid y poblaciones de Castilla investigando las implicaciones criminales de determinados estamentos oficiales, entre ellos los sanitarios españoles y extranjeros, en la intoxicación masiva del Síndrome Tóxico de 1981. Un mes después de iniciar la investigación, o sea en junio de 1987, tras donar sangre para la madre de una amiga mía, el análisis rutinario siguiente muestra la existencia en mi sangre de anticuerpos contra el VIH. Me sumo, pues, a la serie de de investigadores, médicos y hasta autoridades, como por poner un ejemplo Juan José Rosón (exministro de Interior en el gobierno de UCD que falleció con sólo 53 años en 1986, oficialmente de un cáncer de pulmón), que murieron o quedaron afectados de repentinos e inexplicables cánceres y otras dolencias durante la investigación que hacían del Síndrome Tóxico..."

(Las investigaciones sobre las que hablaba dieron lugar a Pacto de silencio,  tremendo libro que publicó al año siguiente y que planteaba la verosímil hipótesis de que el aceite de colza no fue la causa del Síndrome Tóxico que a partir de la primavera de 1981 mató a cientos de personas y provocó diversas afecciones a decenas de miles. A su juicio, el envenenamiento habría sido culpa de unos tomates tratados por una combinación de pesticidas dentro de un ensayo de guerra química desarrollado en secreto en España por los Estados Unidos. Este libro llegó a ser citado en las sesiones del juicio oficial por este caso y sin embargo, como señala Faber Kaiser, en su artículo: "...ninguna de las muchas autoridades que cito y cuya actitud punible especifico en el el libro mueve un solo dedo para iniciar una querella contra mí, porque son conscientes de que con ello sólo lograrían que yo tire todavía más de la manta que oculta su complicidad en un crimen masivo...")

* "...este año, 1993, publico casi seguidos en esta misma revista, 'Más Allá', dos artículos extraordinariamente críticos con los sistemas sanitarios oficiales, no solamente españoles sino también mundiales. Nuevamente, las advertencias de mis amigos, pero sigo sin hacerles caso. Pero al cabo de poco tiempo me aparece la neumonía que estuvo a punto de acabar con mi vida hace unas semanas..."

(Sin duda, una siniestra coincidencia. Una persona fuerte, sana, sin ningún problema físico, que se ve afectada por una dolencia tan terrible justo después de publicar estos textos.)
 
*  ..."Tampoco puedo sacarme de la cabeza el hecho de que mi íntimo amigo, compañero de investigación y auténtico hermano, el periodista argentino Alejandro Vignati, murió ahora hace once años, de muerte no aclarada aún hasta hoy, en un hotel de Caracas desde donde estaba investigando para mi publicación 'Mundo Desconocido' los últimos experimentos norteamericanos en el campo de las armas químicas y bacteriológicas. Al cabo de dos meses escasos de su muerte me vi obligado a suspender la publicación de la citada revista..."

(Otra curiosa coincidencia.)
 
* "... de momento, he tomado la firme decisión de no publicar lo que era una bomba periodística, un reportaje que titulo 'Noches de Blanco Satán-Satán en la Casa Blanca' y que desvela con abundancia de documentación las implicaciones de determinados sectores de la Casa Blanca, sin excluir al anterior presidente, en una ultrasecreta y restringida secta satánica nacida en una cripta de la Universidad de Yale, con ramificaciones en altos sectores de la industria, la economía y el periodismo norteamericano, con prácticas de ritos satánicos, pedofilia, perversión de menores, etcétera. Demasiada gente que sabía de ellos en los EE.UU. ha fallecido ya de muertes repentinas -accidentes de coche y otras- en el curso de sus investigaciones..."

(Al presidente norteamericano al que se refiere es George Bush padre y la secta satánica no es otra que Skull and Bones, de la que, en aquella época, poca gente sabía algo en EE.UU. y aún menos, en España.)

* "... yo albergaba la ilusión de dar a conocer públicamente estos hechos abominables de quienes gobiernan nuestro planeta y nuestras vidas. Más la decisión ahora es clara: no daré publicidad a este informe. Habéis ganado. Pero seguiré vivo (...) Lo que más me importa es la vida."

Cinco meses después de publicadas estas líneas, Andreas Faber Kaiser estaba muerto. Su recuperación se truncó, por causas que desconocemos, y falleció en el hospital barcelonés de Can Ruti, en el Hospital Universitario Germans Trias i Pujol el 14 de marzo de 1994. Es obvio que no aceptaron el trato que proponía. Sabía muchas cosas y podía terminar publicándolas por sí mismo o a través de personas interpuesta. No se fiaban de él (sobre todo, porque en su artículo añadía al final, retador: "jamás he caído en la desesperanza y he sabido encauzar cualquier conato de claudicación hacia una nueva esperanza de futuro"; lo cual era como decir: "me rindo, pero poco").


Tenía 49 años de edad. 

 




viernes, 14 de junio de 2013

Forrest Gump: una película de terror

Una de las películas de terror más exitosas que se rodaron a mediados de los años noventa del pasado siglo (cómo suena eso de "el pasado siglo", ¿eh?) es Forrest Gump, de Robert Zemeckis. El público corriente la vio como un simple melodrama pseudohistórico que recorría los últimos decenios de la vida de los Estados Unidos, a través de los ojos de uno de esos protagonistas como les gusta a los guionistas de ahora: absolutamente antiheroico (todos esos "intelectuales" contemporáneos que se preguntan asombrados en voz alta por qué nuestro mundo actual está tan deteriorado moral y socialmente siguen sin tomarse la molestia de comprender que los modelos a seguir que nos proponen masivamente el cine, la televisión, los libros y los medios de comunicación en general están bastante lejos de los antiguos héroes: gente arrojada, valiente, idealista, viril, capaz de sacrificarse por los demás... No, hoy lo que se nos propone como ideal es un tipo turbio, a menudo al otro lado de la ley, más a menudo fracasado, todavía más a menudo superado por las circunstancias... En el mejor de los casos, se ensalza la figura del "hombre común", miedoso, atolondrado, confuso y completamente materialista. Presentar a un héroe como "los de antes" se interpreta hoy como algo pasado de moda y también como poco políticamente correcto, o incluso directamente fascista, en la costumbre habitual de abusar de esta palabreja sin saber por cierto qué significa exactamente). 

Sin embargo, Forrest Gump pertenecía, y sigue haciéndolo aunque mucha gente no se haya dado cuenta, al género terrorífico. ¿Por qué? Porque se emplearon las técnicas audiovisuales y de montaje más novedosas del cine de aquel momento, el año 1994, para insertar literalmente al personaje interpretado por (el insufrible) Tom Hanks en grabaciones originales reales, en las que aparecían personajes históricos de verdad. Así pudimos 
contemplar, por ejemplo, a Forrest saludando personalmente a varios presidentes norteamericanos, desde Kennedy a Nixon, en un programa de televisión junto a John Lennon o asistiendo al tumulto por la entrada de los primeros estudiantes negros en una universidad del sur de los Estados Unidos. Nada de eso era cierto, por supuesto. Todo fueron montajes, pero montajes tan extraordinariamente bien hechos que cualquier persona de hoy día sin formación que viera la película y a la que se le dijera que esos fragmentos son reales se lo creería sin ningún problema. De hecho, cada cual puede hacer la prueba con personas a la que conozca y que no hayan visto este largometraje: invitarles a ver el DVD o sugerirles que la vean vía Internet y luego comentarla, a ver qué les ha parecido. Incluso plantearles el gancho directamente y cuestionarles, por ejemplo: "¿Te has dado cuenta de que en la peli intercalan grabaciones originales de sucesos que ocurrieron de verdad para dar más realismo a la historia?" Y esperar luego sus sorprendentes comentarios al respecto.

¿Que alguien no termina de ver el terror en todo este asunto? Pues lo diré así de claro: si en 1994, hace casi veinte años, existía ya la tecnología suficiente para hacernos creer en la realidad de unos hechos que jamás existieron a fin de utilizarlos para el montaje de una simple película de cine, ¿qué tecnología no existirá hoy, a disposición de gobiernos y servicios secretos para hacernos ver y creer en cosas que tampoco existen pero que se nos presentan como si fueran tan reales como nuestra propia vida? 

Un periodista británico llamado Richard Last lo resumió gráficamente con estas palabras: "En los viejos buenos tiempos, la ficción abundaba más que la verdad, porque resultaba siempre más espectacular y por tanto más atractiva para el espectador. Pero éste podía diferenciar entre una y otra, sabía cuándo se le ofrecía cada una de ellas. Con el implacable avance de las técnicas televisivas, ahora nos encontramos en una especie de tierra de nadie en la que los hechos reales y la ficción se mezclan indiscriminadamente, se desdibujan hasta el punto de que ya nadie sabe diferenciarlas." Cualquiera que se haya detenido un momento a reflexionar sobre el engaño se ha percatado enseguida de que la peor de las mentiras es la que lleva parte de verdad. De hecho, es una de las técnicas más populares para la manipulación de masas. Pensemos en un ejemplo fácil. Supongamos por ejemplo que queremos reducir las asambleas
políticas de representación ciudadana porque cuantas menos cámaras parlamentarias haya, y menos políticos tengan aquéllas que queden, más fácil será controlar a unas y a otros de manera, digamos, poco democrática (el razonamiento me lo facilitaba Mac Namara a raíz de las propuestas en Europa para eliminar el Senado en varios países: resulta obvio que es más fácil controlar, digamos, a 100 congresistas que a 100 congresistas y a 100 senadores). Entonces, obviando el hecho de que esas cámaras parlamentarias se crearon como representación real de los ciudadanos libres para controlar a reyes, presidentes y prebostes varios evitando así su dominio absoluto sobre un país (y obviando en consecuencia la posibilidad de que, en lugar de eliminarlas, lo que habría que hacer es reformarlas de verdad para arrancarlas de manos de la partitocracia y devolvérselas a los ciudadanos libres, sus legítimos dueños) el mensaje que se lanza es: "El Senado es innecesario, y además si lo suprimimos nos ahorraremos un dineral".

En esta frase la segunda parte es una verdad; pero la primera es una mentira. Es verdad que se ahorraría mucho dinero público al eliminar esta cámara parlamentaria (igual que se ahorraría también dinero suprimiendo hospitales, juzgados u otros servicios públicos), pero es mentira que sea innecesaria. Sí es inútil en su estado actual, como un simple, cómodo y estéril retiro para políticos de segunda fila, pero podría ser muy útil, tal vez incluso más que el Congreso de los Diputados, si de verdad existiera voluntad de que lo fuera y se racionalizara su funcionamiento así como el número y la calidad de los senadores. No obstante, el ciudadano-rebaño no llega a ese punto de reflexión: se queda en el "nos-ahorraremos-un-dineral" y por supuesto apoya que se desmantele la que, en teoría, debería ser una de sus escasas garantías de poder influir en la vida pública a través de una representación directa, frente al creciente poder ejercido por las elìtes financieras a través de las políticas.

En su interesante Homo videns, el italiano Giovanni Sartori incide en el poder fabuloso que han adquirido los medios de comunicación para manejar al ciudadano sin que éste se entere o, mejor dicho, se quiera dar por enterado. En especial, la televisión, que, haciendo buena la descripción de las inteligentísimas viñetas de Sturmtruppen del inolvidable Bonvi, se ha convertido ya en "el arma definitiva del Doktor Goebbels, ach!". Sartori nos recuerda que la televisión es, hoy, la primera escuela del niño que aprende, antes que nada, que sólo existe lo que aparece en la pantalla. Más tarde, aprenderá también cómo llevarse con padres o amigos, cómo tratar a una pareja, cómo actuar en la vida..., de acuerdo con lo que vea en esa pantalla. Como en tiempos pretéritos, cuando la mayoría de la población era analfabeta y se enteraba de las cosas a través de esculturas y pinturas o gracias a las noticias que traían trovadores y viajeros o mediante la interpretación que unos pocos con el suficiente conocimiento hacían de los hechos, la gente se forma cada vez más a través de la imagen (de lo que le cuenta la pantalla de turno, ya sea la de la televisión, la del PC, la de la tableta o la del teléfono móvil) y no de la lectura, y mucho menos de la reflexión sobre lo leído. "Si es cierto que la democracia es el gobierno de la opinión y que los medios, en especial la televisión, son en gran medida formadores y transmisores de la misma, entonces la importancia que adquieren como instrumentos de y del poder es enorme", advierte Sartori. Un psicólogo amigo mío, especializado en sexología, me comentaba los problemas tremendos de relación que tienen tantos de nuestros contemporáneos porque su educación sexual se ha basado en las revistas y los videos porno, no en el sexo real, y por tanto se ven constantemente frustrados al tratar de imitar en pareja (por supuesto sin conseguirlo jamás) las fantasiosas recreaciones visuales que les fascinaron en soledad.

Con este panorama, nunca ha sido más fácil engañar no ya al público, sino al propio sector de la comunicación desde dentro del mismo y por razones diversas: desde estrategias globales de los grandes directivos de los grupos importantes de la información hasta mezquinos intereses personales de sujetos concretos. Véase el caso del joven periodista Jonah Lehrer, que saltó a la fama hace ahora cerca de un año y no precisamente por su deontología profesional. Lehrer era redactor de una revista de prestigio en EE.UU.: nada menos que The New Yorker, donde escribieron ilustres del periodismo yankee como J.D.Salinger, Truman Capote o John Updike. Era un tipo muy respetado pese a su corta carrera profesional..., hasta que se descubrió que tenía la costumbre de plagiarse a sí mismo en Internet e inventarse declaraciones de personajes como por ejemplo el cantante Bob Dylan. No es un caso, ni mucho menos, aislado. En 1980, otra periodista aún más joven que él que no llegaba ni a los treinta años y se llamaba Janet Cooke publicó en The Washington Post (otra auténtica institución de la prensa estadounidense) un reportaje titulado La historia de Jimmy sobre un chaval de ocho años adicto a la heroína, con la que ganó un premio Pulitzer: el equivalente a los Óscar en la profesión periodística... Poco después de recibir el galardón reconoció que se había inventado a Jimmy. Y el resto del reportaje. ¿Un tercer caso? El de Jack Kelley, un profesional algo más talludito que trabajaba para el diario USA Today y que figuraba también entre los candidatos al Pulitzer, del que se descubrió que se había inventado cerca de una decena de crónicas de impacto, incluyendo el del caso de una mujer que había muerto (aunque en realidad no existía) al huir de la dictadura cubana en una lancha. Hay muchos más ejemplos, pero como muestra es suficiente.

Durante mi infancia escuché en numerosas ocasiones el siguiente argumento de autoridad utilizado por los adultos: "Es que lo ha dicho la radio". Es decir, si en un programa o un informativo radiofónico se daba una noticia concreta acerca de lo que fuera, se daba por sentado que esa noticia era cierta y que todo había sucedido de verdad como se estaba contando. Nadie se atrevía a discutir la veracidad de la noticia o de alguno de sus detalles... De la misma exacta manera que la plebe, en la Edad Media, daba credibilidad a una información porque "es que lo ha dicho el señor obispo" o "el señor feudal" correspondiente. ¿Disponemos hoy de mayor discernimiento que nuestros antepasados? ¡Todo lo contrario! Estamos dispuestos a jurar tal o cual cosa porque, según decimos hoy:"Es que lo he visto en la tele" o, de forma más moderna, "en Internet".

Como si nunca se hubiera rodado Forrest Gump.