Juan Miguel Aguilera es uno de los cinco mejores escritores vivos de Ciencia Ficción en activo en España. No voy a nombrar a los otros cuatro, por una razón obvia: ellos ya lo saben y decir su nombre públicamente sólo serviría para ganarme la enemistad del resto de los otros aproximadamente doscientos cincuenta y siete mil ochocientos y pico autores del Fantástico que escribimos regularmente en este país, donde se da la paradoja (o al menos a mí me lo parece) de que existen muchos más escritores que lectores, al menos dentro de nuestro género. A muchos de los "consagrados" (lo pongo entre comillas porque a ninguno le gusta que se le describa así, por larga, prolífica o brillante que sea su trayectoria particular) les conozco, si bien no con toda la profundidad que debiera, por un simple azar histórico: empezamos a escribir y a publicar más o menos en las mismas fechas, allá por los hoy tan mitificados años ochenta del pasado siglo, y por tanto coincidíamos en las mismas tertulias de cafetería, los mismos restaurantes chinos y las mismas HispaCones.
Compartíamos rarezas muy llamativas en aquel momento, por no citar el hecho mismo de que a todos nos gustara leer y escribir: dos características suficientes para ser condenados desde tiempo inmemorial en este país por la Santa Inquisición y, hoy, por sus sucesores. Además de la insolente manía de cultivar nuestra imaginación y por tanto arriesgarnos a construir mundos alternativos al de la monótona y exigente realidad, teníamos la costumbre de perder el tiempo discutiendo sobre si los marcianos de Ray Bradbury podían considerarse realmente marcianos, tratando de encontrar el país moderno equivalente a los territorios que ocupaban los antiguos reinos que recorría Conan (España era Argos, eso seguro, aunque nos hacía gracia lo de Zamora, la "ciudad de los ladrones", que no estaba ubicada allí sino más al noreste), valorando si los guiones de Espacio 1999 compensaban sus pésimos efectos especiales o si Thunderbirds se podía considerar una teleserie de Ciencia
Ficción para adultos, debatiendo cuál era el mejor capítulo de la serie de terror de la Hammer, rastreando el mejor diccionario posible para aprender élfico o klingon (según la rama del Fantástico al que uno se sintiera más próxima), venerando a los "primigenios" que nos habían precedido en aquella extravagante comunidad de intereses como Domingo Santos o Carlos Saiz Cidoncha y preguntándonos con asombro cómo era posible que todos aquellos asuntos no les interesaran, salvo rarísimas excepciones, a las chicas. Sí, éramos frikis: frikis auténticos, no como los de ahora que, no sólo se enorgullecen de ello (en aquella época, más que orgullo existía cierto complejo sentido de culpabilidad por no ser como la mayoría), sino que incluso se disfrazan sin problema de sus personajes favoritos e incluso tienen hasta su día oficial para celebrarlo.
Por diversas razones que no vienen al caso en este momento (tal vez una de las más importantes fuera el hecho de que ya entonces el tiempo se me reveló como la riqueza más escasa y valiosa: tantas cosas por hacer y tan cortos los días...), mis relaciones con mis colegas frikis, muchos de ellos autores en ciernes, se circunscribían al campo "profesional". Y siguen ahí, bien que lo siento a menudo porque me gustaría conocer algo más de las vidas íntimas de, por lo menos, algunos de los que siento más próximos. Quiero decir, salvo honrosos casos muy contados, no he podido mantener demasiadas relaciones personales con estos compañeros de letras y fatigas, más allá de compartir intereses literarios. De la mayoría de ellos ignoro aún hoy si están emparejados, casados, solteros, viudos, divorciados o practican habitualmente la bacanal; si tienen familia y/o mascota; si creen en Dios, en el Demonio o en el Queso de Bola; en qué trabajan para ganarse la vida (¿acaso hay alguien en España que pueda vivir decentemente sólo de escribir, máxime cuando hablamos de este género?) y tantas otras cosas que sirven para comprender y en consecuencia apreciar más a otro ser humano. Esta escasez de lazos personales y los diversos avatares vitales, incluyendo los propiamente literarios que me apartaron durante años del cultivo de la ficción fantástica para volcarme en otros géneros, acabaron por conducirme en cierto sentido a terminar siendo una especie de friki entre los frikis: un metafriki, si vale la palabra.
Pero lo cierto es que nunca he dejado de sentir el Fantástico muy de cerca: más que como mi género favorito, como mi género. A secas. He seguido leyendo y he seguido escribiendo sobre él, sacando tiempo de donde no lo había (para ello me han venido muy bien algunos truquitos aprendidos en la Universidad de Dios). Y en los últimos años he podido terminar algunas cosas y empezar otras que poco a poco irán viendo la luz.
Una de ellas, de hecho, acaba de hacerlo. Se trata de una colaboración en Más Allá de Némesis, la antología de relatos magníficamente editada por Sportula y coordinada como es lógico por el antes citado Juan Miguel Aguilera, que se ha publicado estos días y que en breve se presentará en distintos escenarios literarios. Digo lo de "como es lógico" porque el origen de este libro se halla en Némesis, la reelaboración contemporánea de El refugio, novela mítica de la Ciencia Ficción española escrita hace ya bastantes años por el propio Aguilera y su habitual "pareja de baile" Javier Redal, que también ha sido publicada ahora por la misma editorial. En Némesis, la Tierra es (literalmente) destruida de un momento para otro por un misterioso rayo procedente de la Nube de Oort. Sólo un puñado de humanos logran salvarse y la mayoría de ellos se concentran en las colonias marcianas (donde reside una de las claves del misterio) aunque la responsabilidad principal de la investigación de lo ocurrido recae en los componentes de una heterogénea expedición que en el momento del apocalipsis terrestre se encuentra a bordo de una nave con destino a cierto cometa helado. Serán ellos los encargados de descubrir quién y por qué ha atacado la Tierra..., y si se puede hacer algo por evitarlo.
La idea de Más Allá de Némesis, como su nombre indica, es la de brindar el marco de la historia general e incluso de sus personajes principales a otros autores distintos a Aguilera y Redal para ver qué hacen con ellos y hasta dónde pueden dar una vuelta de tuerca al escenario, como en aquel álbum de homenaje a Uderzo (y, aunque no nombrado, también a Goscinny) en el que, en 2007, diferentes dibujantes contemporáneos (desde Manara a Baru, pasando por Hidejem, Kuijpers, Rosinski & Van Hamme..., e incluso Forges) reinterpretaron con su propio estilo a Astérix y Obélix. Y el resultado es ciertamente variopinto, compuesto por trece relatos de diferente factura y objetivos particulares, cada uno de acuerdo con el estilo de su autor (o autora, que hay tres féminas, nada menos: una proporción que puede parecer pequeña pero que hace treinta años era directamente impensable en una antología de este tipo). El orden de los relatos es el siguiente:
Adversus Techgnosticas Haereses, de José Manuel Uría
El honor del samurái, de María Zaragoza
Omega, de Sergio R. Alarte
Érebo, de Carmen Moreno
Calipso, de Sofía Rhei
El bosque de Hielo, de Juan Miguel Aguilera (que no ha resistido la tentación de participar también en la antología)
No estamos solos, de Eduardo Vaquerizo
El centro muerto, de León Arsenal
Walhalla, de Pedro Pablo G. May (vaya, este nombre me suena...)
Hybris, de Rafael Marín
Nox Perpetua, de Javier Negrete
Némesis del tiempo, de J. Javier Arnau
Os disparo, de Rodolfo Martínez
Los cuentos están organizados de tal manera que existe cierta continuidad entre ellos. Ninguno de los autores recibimos instrucciones concretas acerca de lo que debíamos hacer, pero según cuenta Aguilera, y también el editor Rodolfo Martínez, a medida que fueron recibiendo las narraciones descubrieron que contenían una especie de lógica interna, absurda pero real, de tal manera que sin pretenderlo expresamente fueron encajando como piezas de un rompecabezas. El mismo Rodolfo Martínez se encargó de limar asperezas y terminar de enganchar unos con otros escribiendo unos pequeños textos introductorios a cada cuento, así como el remate final. El libro contiene además una guinda característica: unos códigos QR que, en cada narración, completan y amplían las informaciones que han servido para documentar cada una de ellas.
Personalmente, me he divertido escribiendo mi Walhalla y espero que os guste, igual que el resto de cuentos de mis colegas. Ha sido también para mí un honor poder compartir portada con todos estos autores. Cuando era pequeño, tenía una sana sensación de envidia (bueno, de sana no había nada, en realidad: era envidia pura y dura, envidia verde, malvada y asquerosa envidia...) al contemplar las antologías de Ciencia Ficción de autores norteamericanos e incluso europeos en las que nunca había rastro de escritores españoles y, lo peor, no daba la impresión de que pudiera haberlo jamás, por mucho que se expandiera eternamente el Universo. Hoy, la situación es muy otra. No sólo hay numerosos autores escribiendo en español sobre mundos y tiempos fantásticos, sino que además muchos de sus relatos poseen una calidad, al menos, equiparable a la de la mayoría de los escritores más conocidos allende nuestras fronteras. Vale, todavía no tenemos entre nosotros gigantes de la talla de un Asimov, un Clarke, un Sturgeon, un Matheson..., pero al ritmo que vamos creo que no tardaremos muchos años más en desarrollarlos.
A no ser que un maldito rayo procedente de la Nube de Oort interrumpa nuestra fulgurante trayectoria hacia las estrellas.
*******
Con este artículo, doy por finalizado el curso 2012-2013 en Fácil para nosotros. Julio está a la vuelta de la esquina y el cartel de "Vacaciones" está ya colgado en la Universidad de Dios. La mayoría de los estudiantes han abandonado el campus esta semana y un servidor lo hará en breve, de regreso a Walhalla (al mío, al de verdad, no al del cuento del mismo título antes citado). Mac Namara queda, a pesar de sus bufidos, a cargo del blog durante los meses de verano. Y, si los dioses (mayores) así lo estiman necesario, yo volveré por aquí en octubre.
Compartíamos rarezas muy llamativas en aquel momento, por no citar el hecho mismo de que a todos nos gustara leer y escribir: dos características suficientes para ser condenados desde tiempo inmemorial en este país por la Santa Inquisición y, hoy, por sus sucesores. Además de la insolente manía de cultivar nuestra imaginación y por tanto arriesgarnos a construir mundos alternativos al de la monótona y exigente realidad, teníamos la costumbre de perder el tiempo discutiendo sobre si los marcianos de Ray Bradbury podían considerarse realmente marcianos, tratando de encontrar el país moderno equivalente a los territorios que ocupaban los antiguos reinos que recorría Conan (España era Argos, eso seguro, aunque nos hacía gracia lo de Zamora, la "ciudad de los ladrones", que no estaba ubicada allí sino más al noreste), valorando si los guiones de Espacio 1999 compensaban sus pésimos efectos especiales o si Thunderbirds se podía considerar una teleserie de Ciencia
Ficción para adultos, debatiendo cuál era el mejor capítulo de la serie de terror de la Hammer, rastreando el mejor diccionario posible para aprender élfico o klingon (según la rama del Fantástico al que uno se sintiera más próxima), venerando a los "primigenios" que nos habían precedido en aquella extravagante comunidad de intereses como Domingo Santos o Carlos Saiz Cidoncha y preguntándonos con asombro cómo era posible que todos aquellos asuntos no les interesaran, salvo rarísimas excepciones, a las chicas. Sí, éramos frikis: frikis auténticos, no como los de ahora que, no sólo se enorgullecen de ello (en aquella época, más que orgullo existía cierto complejo sentido de culpabilidad por no ser como la mayoría), sino que incluso se disfrazan sin problema de sus personajes favoritos e incluso tienen hasta su día oficial para celebrarlo.
Por diversas razones que no vienen al caso en este momento (tal vez una de las más importantes fuera el hecho de que ya entonces el tiempo se me reveló como la riqueza más escasa y valiosa: tantas cosas por hacer y tan cortos los días...), mis relaciones con mis colegas frikis, muchos de ellos autores en ciernes, se circunscribían al campo "profesional". Y siguen ahí, bien que lo siento a menudo porque me gustaría conocer algo más de las vidas íntimas de, por lo menos, algunos de los que siento más próximos. Quiero decir, salvo honrosos casos muy contados, no he podido mantener demasiadas relaciones personales con estos compañeros de letras y fatigas, más allá de compartir intereses literarios. De la mayoría de ellos ignoro aún hoy si están emparejados, casados, solteros, viudos, divorciados o practican habitualmente la bacanal; si tienen familia y/o mascota; si creen en Dios, en el Demonio o en el Queso de Bola; en qué trabajan para ganarse la vida (¿acaso hay alguien en España que pueda vivir decentemente sólo de escribir, máxime cuando hablamos de este género?) y tantas otras cosas que sirven para comprender y en consecuencia apreciar más a otro ser humano. Esta escasez de lazos personales y los diversos avatares vitales, incluyendo los propiamente literarios que me apartaron durante años del cultivo de la ficción fantástica para volcarme en otros géneros, acabaron por conducirme en cierto sentido a terminar siendo una especie de friki entre los frikis: un metafriki, si vale la palabra.
Pero lo cierto es que nunca he dejado de sentir el Fantástico muy de cerca: más que como mi género favorito, como mi género. A secas. He seguido leyendo y he seguido escribiendo sobre él, sacando tiempo de donde no lo había (para ello me han venido muy bien algunos truquitos aprendidos en la Universidad de Dios). Y en los últimos años he podido terminar algunas cosas y empezar otras que poco a poco irán viendo la luz.
Una de ellas, de hecho, acaba de hacerlo. Se trata de una colaboración en Más Allá de Némesis, la antología de relatos magníficamente editada por Sportula y coordinada como es lógico por el antes citado Juan Miguel Aguilera, que se ha publicado estos días y que en breve se presentará en distintos escenarios literarios. Digo lo de "como es lógico" porque el origen de este libro se halla en Némesis, la reelaboración contemporánea de El refugio, novela mítica de la Ciencia Ficción española escrita hace ya bastantes años por el propio Aguilera y su habitual "pareja de baile" Javier Redal, que también ha sido publicada ahora por la misma editorial. En Némesis, la Tierra es (literalmente) destruida de un momento para otro por un misterioso rayo procedente de la Nube de Oort. Sólo un puñado de humanos logran salvarse y la mayoría de ellos se concentran en las colonias marcianas (donde reside una de las claves del misterio) aunque la responsabilidad principal de la investigación de lo ocurrido recae en los componentes de una heterogénea expedición que en el momento del apocalipsis terrestre se encuentra a bordo de una nave con destino a cierto cometa helado. Serán ellos los encargados de descubrir quién y por qué ha atacado la Tierra..., y si se puede hacer algo por evitarlo.
La idea de Más Allá de Némesis, como su nombre indica, es la de brindar el marco de la historia general e incluso de sus personajes principales a otros autores distintos a Aguilera y Redal para ver qué hacen con ellos y hasta dónde pueden dar una vuelta de tuerca al escenario, como en aquel álbum de homenaje a Uderzo (y, aunque no nombrado, también a Goscinny) en el que, en 2007, diferentes dibujantes contemporáneos (desde Manara a Baru, pasando por Hidejem, Kuijpers, Rosinski & Van Hamme..., e incluso Forges) reinterpretaron con su propio estilo a Astérix y Obélix. Y el resultado es ciertamente variopinto, compuesto por trece relatos de diferente factura y objetivos particulares, cada uno de acuerdo con el estilo de su autor (o autora, que hay tres féminas, nada menos: una proporción que puede parecer pequeña pero que hace treinta años era directamente impensable en una antología de este tipo). El orden de los relatos es el siguiente:
Adversus Techgnosticas Haereses, de José Manuel Uría
El honor del samurái, de María Zaragoza
Omega, de Sergio R. Alarte
Érebo, de Carmen Moreno
Calipso, de Sofía Rhei
El bosque de Hielo, de Juan Miguel Aguilera (que no ha resistido la tentación de participar también en la antología)
No estamos solos, de Eduardo Vaquerizo
El centro muerto, de León Arsenal
Walhalla, de Pedro Pablo G. May (vaya, este nombre me suena...)
Hybris, de Rafael Marín
Nox Perpetua, de Javier Negrete
Némesis del tiempo, de J. Javier Arnau
Os disparo, de Rodolfo Martínez
Los cuentos están organizados de tal manera que existe cierta continuidad entre ellos. Ninguno de los autores recibimos instrucciones concretas acerca de lo que debíamos hacer, pero según cuenta Aguilera, y también el editor Rodolfo Martínez, a medida que fueron recibiendo las narraciones descubrieron que contenían una especie de lógica interna, absurda pero real, de tal manera que sin pretenderlo expresamente fueron encajando como piezas de un rompecabezas. El mismo Rodolfo Martínez se encargó de limar asperezas y terminar de enganchar unos con otros escribiendo unos pequeños textos introductorios a cada cuento, así como el remate final. El libro contiene además una guinda característica: unos códigos QR que, en cada narración, completan y amplían las informaciones que han servido para documentar cada una de ellas.
Personalmente, me he divertido escribiendo mi Walhalla y espero que os guste, igual que el resto de cuentos de mis colegas. Ha sido también para mí un honor poder compartir portada con todos estos autores. Cuando era pequeño, tenía una sana sensación de envidia (bueno, de sana no había nada, en realidad: era envidia pura y dura, envidia verde, malvada y asquerosa envidia...) al contemplar las antologías de Ciencia Ficción de autores norteamericanos e incluso europeos en las que nunca había rastro de escritores españoles y, lo peor, no daba la impresión de que pudiera haberlo jamás, por mucho que se expandiera eternamente el Universo. Hoy, la situación es muy otra. No sólo hay numerosos autores escribiendo en español sobre mundos y tiempos fantásticos, sino que además muchos de sus relatos poseen una calidad, al menos, equiparable a la de la mayoría de los escritores más conocidos allende nuestras fronteras. Vale, todavía no tenemos entre nosotros gigantes de la talla de un Asimov, un Clarke, un Sturgeon, un Matheson..., pero al ritmo que vamos creo que no tardaremos muchos años más en desarrollarlos.
A no ser que un maldito rayo procedente de la Nube de Oort interrumpa nuestra fulgurante trayectoria hacia las estrellas.
*******
Con este artículo, doy por finalizado el curso 2012-2013 en Fácil para nosotros. Julio está a la vuelta de la esquina y el cartel de "Vacaciones" está ya colgado en la Universidad de Dios. La mayoría de los estudiantes han abandonado el campus esta semana y un servidor lo hará en breve, de regreso a Walhalla (al mío, al de verdad, no al del cuento del mismo título antes citado). Mac Namara queda, a pesar de sus bufidos, a cargo del blog durante los meses de verano. Y, si los dioses (mayores) así lo estiman necesario, yo volveré por aquí en octubre.