Hay un dicho corriente sobre el manejo y la manipulación de la información según el cual puedes engañar a mucha gente durante poco tiempo o a poca gente durante mucho tiempo, pero es imposible engañar a mucha gente durante mucho tiempo. Obviamente, esta sentencia debió dejarla escrita alguno de los habilidosos profanadores modernos del significado de las cosas, a fin de que la población corriente no descubra el arrollador potencial del que dispone hoy día un manipulador medio. Lo digo porque, para una mente pensante independiente, resulta hoy día bastante evidente lo fácil que es mantener engañada durante un tiempo indefinido a la inmensa mayoría de la sociedad, aunque existan pruebas contundentes de que a veces la realidad es muy distinta de la que muestran una y otra vez los grandes medios de comunicación como si fueran profetas defendiendo la incuestionable imagen de un dios. Como dijo alguien que sabía bastantes cosas: se trata sólo de repetir muchas veces la misma mentira con convicción. Ese alguien añadió, con acierto, que cuanto más grande sea esa mentira (incluso descomunal, si es posible) más sencilla será de creer por el ingenuo sapiens.
Todo buen seguidor habitual de esta bitácora podrá recitar de corrido algunas "verdades" que no lo son en absoluto, por mucho que se hayan rodado grandes producciones cinematográficas internacionales o se hayan escrito auténticos best-sellers al respecto o haya un día sí y otro también un puñado de tertulianos en televisión machacando sobre las ideas que forman parte del dogma oficial del pensamiento único y por tanto deben formar parte del nuestro... Para qué volver a señalar el hecho en apariencia extraordinario de que nuestras tan autoalabadas democracias hayan literalmente prohibido por ley, con penas de cárcel incluidas, albergar una simple sospecha (ya no hablo de plantear públicamente una tesis en toda regla) acerca de que ciertas "verdades oficiales" son en realidad una milonga que no se sostiene sobre sí misma en cuanto uno lleva a cabo una mínima investigación desprejuiciada... Por fortuna aún existen (y por mucho dinero que inviertan los Amos en experimentos mentales y psicológicos, que lo hacen, jamás lograrán dar con la fórmula para evitarlo) ciertas personas que están fabricadas con una pasta especial, una pasta estelar que les transforma en seres lo bastante extravagantes como para escapar a las redes mentales que someten a la mayoría de la población. Son como pececitos escurridizos y tan pequeños que pueden evadirse a través de los agujeros de la red de pesca que atrapa a todos los demás seres marinos.
Véase el caso de una anécdota conocida en la carrera espacial y protagonizada por uno de esos seres raros, que en este caso adoptaba la forma de nativo norteamericano. Sucedió durante el adiestramiento de los astronautas norteamericanos que, encabezados por Neil Armstrong, viajarían en el Apolo 11 en la mítica misión hacia la Luna. Uno de los escenarios que se emplearon para ese entrenamiento fue un paraje desértico de aspecto adecuadamente lunar ubicado en el oeste de los Estados Unidos, en algún lugar de una de las reservas indias en las que el Padrecito Blanco de Washington y sus Casacas Azules recluyeron en su día a los nativos norteamericanos tras robarles sus tierras, su esperanza y, lo peor, su identidad propia en un holocausto real sobre el que aún no se ha publicado, ni rodado, la obra definitiva. Un día, mientras los astronautas desarrollaban el plan de entrenamiento de la NASA, apareció pues un indio y les preguntó con curiosidad qué estaban haciendo allí exactamente. Los futuros hombres del espacio, orgullosos de su labor, le explicaron que formaban parte de la expedición científica que marcaría un hito en la ciencia moderna al llevarles a poner el pie en la mismísima Luna. Cuando el indio escuchó esto, reflexionó unos instantes y luego les preguntó si podían hacerle un favor.
- ¿Qué favor? Si está en nuestra mano lo haremos -le dijeron.
- Es sencillo -contestó el nativo-. La gente de mi tribu cree que la Luna está habitada por espíritus sagrados. Me gustaría que les transmitieran un mensaje importante para ellos, de parte de mi pueblo.
- Por supuesto. ¿Qué quiere que le digamos?
- Deben hablar a los espíritus en mi lengua -advirtió el nativo, quien a continuación pronunció unas palabras en el idioma de su tribu y pidió a los astronautas que lo memorizaran, repitiéndolo una y otra vez hasta que las pronunciaron correctamente.
- ¿Qué significan estas palabras? -preguntaron los astronautas luego.
- Es un secreto que sólo nuestra tribu y los espíritus de la Luna pueden conocer. Por tanto, no puedo decírselo pero les doy las gracias por llevar el mensaje -contestó el nativo.
Cuando regresaron a la base, los astronautas no pararon hasta encontrar a alguien que pudiera traducirles la lengua de la tribu. Repitieron el mensaje secreto delante de esta persona y le pidieron que les revelara qué había dicho exactamente el indio. Al escuchar las palabras, el traductor se carcajeó y más tarde aclaró a los astronautas lo que el indio les había pedido que dijeran a los espíritus sagrados de la Luna:
- "No os creáis una sola palabra de lo que esta gente os diga. Han ido allí sólo para robaros vuestras tierras."
A veces he pensado que ese indio no era otro que el mismísimo Don Juan Matus. Pero en ésas estamos también por estos pagos..., en la Universidad de Dios es norma recurrente no creer por sistema en las versiones oficiales de las cosas, puesto que los encargados de elaborarlas y transmitirlas nos han defraudado ya demasiadas veces, igual que lo hicieron las autoridades yankees con el indio y, simplemente, han perdido toda la credibilidad que les quedaba. Por eso la mejor compañera del aspirante al conocimiento es la Duda. Con mayúscula.
Además, cada día que pasa se descubren más circunstancias raras, que no cuadran ni se explican adecuadamente y que incluso podrían hacernos pensar..., motivo por el cual son cuidadosamente relegadas del conocimiento y el debate público mientras se atiza permanentemente el fuego del debate sobre estupideces políticas, tonterías deportivas o ridiculeces sociales. Por ejemplo, un asunto relacionado con el medio ambiente que resulta especialmente chocante: la contaminación marina por plásticos. Todos tenemos en la cabeza la imagen, realmente repugnante,
de esas montañas de basura flotantes que por desgracia ensucian nuestros océanos, la más conocida de las cuales es la ubicada en el Pacífico norte. De hecho, se la llama irónicamente "el séptimo continente" y también "la gran placa de basura del Pacífico", y se encuentra a medio camino entre Hawai y Norteamérica. El problema se generó en los años 70 del siglo XX, cuando los restos de espuma de poliestireno empezó a llegar al mar en grandes cantidades. Esta isla de bsrua se ubica en uno de los cinco grandes giros de circulación del agua superficial en el océano: regiones aisladas por sistemas de corrientes que giran en torno a su periferia. En el 2010, se descubrió una isla de porquería similar en otro de los giros, esta vez en el Atlántico Norte Occidental y, poco después, un equipo de expertos españoles del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) encabezados por Carlos Duarte certificó la existencia de otros tres, uno por cada uno de esos giros (en el Pacífico Sur, en el Atlántico Sur y en el Índico), y publicaron su descubrimiento en Proceedings el pasado verano, con lo que tenemos localizados ahora mismo cinco grandes acumulaciones de residuos plásticos en mar abierto. Los principales residuos hoy día son polietileno y polipropileno, los polímeros empleados en la elaboración de productos de uso diario como bolsas, utensilios de cocina, contenedores de comida o bebida... La mayoría son microplásticos, o sea partículas menores a un centímetro de diámetro que se supone pueden llegar a durar cientos de años.
Hasta ahora, todo asquerosamente normal (porque muchos sapiens consideran normal tirar al mar cualquier porquería, no importa lo tóxica o peligrosa que sea, con tal de quitársela de encima sin pararse a pensar en que eso es como escupir al cielo) pero... Pero resulta que los trabajos de Duarte y de otro equipo español encabezado por Andrés Cózar de la Universidad de Cádiz y publicado en PNAS en el que se analizaron más de 3.000 muestras de agua recogidas en todos los oceános han descubierto algo muy raro. En el 88 % de las muestras aparecen restos de esta basura aunque "la inmensa mayoría del plástico descompuesto en piezas de menos de 5 mm no aparece" por ninguna parte. No sólo eso, sino que el volumen de contaminación de los oceános es asombrosamente inferior al que se suponía que existía: cien veces menos, para ser exactos. Los investigadores pensaban encontrar millones de toneladas pero han hallado "sólo" decenas de miles. Y aún más misterioso: al comparar varias series históricas de concentración de plásticos en la superficie en las conocidas como "zonas muertas" del océano se ha comprobado que no ha habido ningún incremento significativo en el volumen de residuos acumulados desde los años 80 del siglo XX a la actualidad, a pesar del conocido incremento de la producción de todo tipo de plásticos y de su vertido descontrolado a los mares.
Entonces, ¿dónde están todos esos plásticos? ¡Nadie lo sabe!
El propio Cózar reconocía al explicar los detalles de su trabajo que "la novedad" es que existe un "proceso no identificado aún" que está "retirando microplásticos de la superficie del mar a una alta velocidad". Para tratar de explicar este misterio,
se barajan cuatro teorías: los microplásticos se hunden hasta el fondo y se depositan en el lecho oceánico (¿por qué ellos sí y otros no?), se adhieren a otras superficies o se compactan (¿no debería entonces aumentar el número de basura en lugar de ser tan reducida?), se fragmentan en partículas más pequeñas (¿eso quiere decir que lo de que los plásticos tardan cientos de años en biodegradarse es otro cuento chino?) o son ingeridos por la fauna mesopelágica (¿serán nutritivos para estos peces de aguas profundas?). Las investigaciones de Duarte precisamente apuntaban a la posible existencia de unos peces pequeñitos que podrían estar dedicándose a devorar el plástico: los mictófidos o peces linterna, feos como ellos solos (véase el ejemplo en la fotografía) y muy abundantes en las profundidades medias del océano, hasta el punto que se han estudiado unas 250 especies diferentes. Con la oscuridad de la noche suben a alimentarse a aguas de la superficie y después de comer vuelven a descender a su vecindario habitual. Se considera que el tamaño óptimo para convertirse en una de sus presas está entre 1 y 5 mm, así que muy bien podrían ser ellos los responsables de esa disminución de plásticos. Si es que de verdad un pez puede vivir de comer eso. Además, según esta tesis habría que considerar una presencia masiva de este tipo de animales, lo que no sólo multiplicaría por 30 la biomasa marina que se calcula en la actualidad sino que le convertiría en el vertebrado más abundante de todo el planeta,
¿No es todo esto muy sugerente?
Conocemos otros seres vivos que comen plásticos de verdad y de hecho en la actualidad se está estudiando su viabilidad para la limpieza de vertidos plásticos e incluso petrolíferos a gran escala, pero no son ni mucho menos tan grandes como estos pececillos. Se trata de microorganismos como los que han sido descubiertos incluso dentro de las islas de basura. Llegan atraídos por los nutrientes concentrados en los desechos, se anclan al plástico y empiezan a propagarse sobre él perforándolo incluso para construirse su propia "vivienda", casi como si un ratón hiciera un agujero en un queso gigante para vivir allí mientras se lo come. Entre ellos figuran
por ejemplo las diatomeas, algas unicelulares que comen los nutrientes del plástico mientras toman el sol para obtener de él energía. Una isla de basura es en su caso un concepto paradisíaco. Entre las bacterias que viven bien en este ambiente figuran los vibriones, algunos de los cuales son patógenos: es decir, nos causan enfermedades como por ejemplo la diarrea inflamatoria autolimitada, el cólera. Aquí a la derecha tenemos una imagen del simpático bicho. Pese al peligro que representan para el ser humano, los vibriones tienen un poder interesante: pueden romper los lazos de hidrocarburos dentro de los plásticos (así los destruyen, acelerando su proceso de envejecimiento natural). Lo que los científicos no saben en este momento es si los vibriones localizados en estas islas de desechos llegaron allí enganchados ya a algunos de los plásticos arrojados desde tierra o viven también en el mar y simplemente desembarcaron en su nuevo hogar.
Tierra adentro se ha descubierto alguna otra especie interesante en este sentido. En 2008, un grupo de estudiantes del departamento de biología molecular y bioquímica de la universidad de Yale (EEUU) viajaron a la selva amazónica para recolectar diversas especies dentro de sus investigaciones de campo. Entre ellas, un grupo de endofitos: hongos o bacterias que viven parte (o toda) de su vida en simbiosis con los tejidos de las plantas, respetándolas y sin causarles enfermedades. Al regreso a casa, se pusieron a estudiar lo que habían recolectado. Y uno de estos alumnos, Jonathan Russell, descubrió que parte del plástico de una de las placas de Petri que estaba utilizando había desaparecido sin ton si son. Pues bien, resulta que lo había destruido uno de los hongos que habían traído desde el Amazonas: el Pestalotiopsis microspora. Otras especies también pueden descomponer al menos parcialmente el plástico pero ésta en concreto se ha revelado la única, que sepamos, que puede comérselo sin presencia de oxígeno.
Todo buen seguidor habitual de esta bitácora podrá recitar de corrido algunas "verdades" que no lo son en absoluto, por mucho que se hayan rodado grandes producciones cinematográficas internacionales o se hayan escrito auténticos best-sellers al respecto o haya un día sí y otro también un puñado de tertulianos en televisión machacando sobre las ideas que forman parte del dogma oficial del pensamiento único y por tanto deben formar parte del nuestro... Para qué volver a señalar el hecho en apariencia extraordinario de que nuestras tan autoalabadas democracias hayan literalmente prohibido por ley, con penas de cárcel incluidas, albergar una simple sospecha (ya no hablo de plantear públicamente una tesis en toda regla) acerca de que ciertas "verdades oficiales" son en realidad una milonga que no se sostiene sobre sí misma en cuanto uno lleva a cabo una mínima investigación desprejuiciada... Por fortuna aún existen (y por mucho dinero que inviertan los Amos en experimentos mentales y psicológicos, que lo hacen, jamás lograrán dar con la fórmula para evitarlo) ciertas personas que están fabricadas con una pasta especial, una pasta estelar que les transforma en seres lo bastante extravagantes como para escapar a las redes mentales que someten a la mayoría de la población. Son como pececitos escurridizos y tan pequeños que pueden evadirse a través de los agujeros de la red de pesca que atrapa a todos los demás seres marinos.
Véase el caso de una anécdota conocida en la carrera espacial y protagonizada por uno de esos seres raros, que en este caso adoptaba la forma de nativo norteamericano. Sucedió durante el adiestramiento de los astronautas norteamericanos que, encabezados por Neil Armstrong, viajarían en el Apolo 11 en la mítica misión hacia la Luna. Uno de los escenarios que se emplearon para ese entrenamiento fue un paraje desértico de aspecto adecuadamente lunar ubicado en el oeste de los Estados Unidos, en algún lugar de una de las reservas indias en las que el Padrecito Blanco de Washington y sus Casacas Azules recluyeron en su día a los nativos norteamericanos tras robarles sus tierras, su esperanza y, lo peor, su identidad propia en un holocausto real sobre el que aún no se ha publicado, ni rodado, la obra definitiva. Un día, mientras los astronautas desarrollaban el plan de entrenamiento de la NASA, apareció pues un indio y les preguntó con curiosidad qué estaban haciendo allí exactamente. Los futuros hombres del espacio, orgullosos de su labor, le explicaron que formaban parte de la expedición científica que marcaría un hito en la ciencia moderna al llevarles a poner el pie en la mismísima Luna. Cuando el indio escuchó esto, reflexionó unos instantes y luego les preguntó si podían hacerle un favor.
- ¿Qué favor? Si está en nuestra mano lo haremos -le dijeron.
- Es sencillo -contestó el nativo-. La gente de mi tribu cree que la Luna está habitada por espíritus sagrados. Me gustaría que les transmitieran un mensaje importante para ellos, de parte de mi pueblo.
- Por supuesto. ¿Qué quiere que le digamos?
- Deben hablar a los espíritus en mi lengua -advirtió el nativo, quien a continuación pronunció unas palabras en el idioma de su tribu y pidió a los astronautas que lo memorizaran, repitiéndolo una y otra vez hasta que las pronunciaron correctamente.
- ¿Qué significan estas palabras? -preguntaron los astronautas luego.
- Es un secreto que sólo nuestra tribu y los espíritus de la Luna pueden conocer. Por tanto, no puedo decírselo pero les doy las gracias por llevar el mensaje -contestó el nativo.
Cuando regresaron a la base, los astronautas no pararon hasta encontrar a alguien que pudiera traducirles la lengua de la tribu. Repitieron el mensaje secreto delante de esta persona y le pidieron que les revelara qué había dicho exactamente el indio. Al escuchar las palabras, el traductor se carcajeó y más tarde aclaró a los astronautas lo que el indio les había pedido que dijeran a los espíritus sagrados de la Luna:
- "No os creáis una sola palabra de lo que esta gente os diga. Han ido allí sólo para robaros vuestras tierras."
A veces he pensado que ese indio no era otro que el mismísimo Don Juan Matus. Pero en ésas estamos también por estos pagos..., en la Universidad de Dios es norma recurrente no creer por sistema en las versiones oficiales de las cosas, puesto que los encargados de elaborarlas y transmitirlas nos han defraudado ya demasiadas veces, igual que lo hicieron las autoridades yankees con el indio y, simplemente, han perdido toda la credibilidad que les quedaba. Por eso la mejor compañera del aspirante al conocimiento es la Duda. Con mayúscula.
Además, cada día que pasa se descubren más circunstancias raras, que no cuadran ni se explican adecuadamente y que incluso podrían hacernos pensar..., motivo por el cual son cuidadosamente relegadas del conocimiento y el debate público mientras se atiza permanentemente el fuego del debate sobre estupideces políticas, tonterías deportivas o ridiculeces sociales. Por ejemplo, un asunto relacionado con el medio ambiente que resulta especialmente chocante: la contaminación marina por plásticos. Todos tenemos en la cabeza la imagen, realmente repugnante,
de esas montañas de basura flotantes que por desgracia ensucian nuestros océanos, la más conocida de las cuales es la ubicada en el Pacífico norte. De hecho, se la llama irónicamente "el séptimo continente" y también "la gran placa de basura del Pacífico", y se encuentra a medio camino entre Hawai y Norteamérica. El problema se generó en los años 70 del siglo XX, cuando los restos de espuma de poliestireno empezó a llegar al mar en grandes cantidades. Esta isla de bsrua se ubica en uno de los cinco grandes giros de circulación del agua superficial en el océano: regiones aisladas por sistemas de corrientes que giran en torno a su periferia. En el 2010, se descubrió una isla de porquería similar en otro de los giros, esta vez en el Atlántico Norte Occidental y, poco después, un equipo de expertos españoles del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) encabezados por Carlos Duarte certificó la existencia de otros tres, uno por cada uno de esos giros (en el Pacífico Sur, en el Atlántico Sur y en el Índico), y publicaron su descubrimiento en Proceedings el pasado verano, con lo que tenemos localizados ahora mismo cinco grandes acumulaciones de residuos plásticos en mar abierto. Los principales residuos hoy día son polietileno y polipropileno, los polímeros empleados en la elaboración de productos de uso diario como bolsas, utensilios de cocina, contenedores de comida o bebida... La mayoría son microplásticos, o sea partículas menores a un centímetro de diámetro que se supone pueden llegar a durar cientos de años.
Hasta ahora, todo asquerosamente normal (porque muchos sapiens consideran normal tirar al mar cualquier porquería, no importa lo tóxica o peligrosa que sea, con tal de quitársela de encima sin pararse a pensar en que eso es como escupir al cielo) pero... Pero resulta que los trabajos de Duarte y de otro equipo español encabezado por Andrés Cózar de la Universidad de Cádiz y publicado en PNAS en el que se analizaron más de 3.000 muestras de agua recogidas en todos los oceános han descubierto algo muy raro. En el 88 % de las muestras aparecen restos de esta basura aunque "la inmensa mayoría del plástico descompuesto en piezas de menos de 5 mm no aparece" por ninguna parte. No sólo eso, sino que el volumen de contaminación de los oceános es asombrosamente inferior al que se suponía que existía: cien veces menos, para ser exactos. Los investigadores pensaban encontrar millones de toneladas pero han hallado "sólo" decenas de miles. Y aún más misterioso: al comparar varias series históricas de concentración de plásticos en la superficie en las conocidas como "zonas muertas" del océano se ha comprobado que no ha habido ningún incremento significativo en el volumen de residuos acumulados desde los años 80 del siglo XX a la actualidad, a pesar del conocido incremento de la producción de todo tipo de plásticos y de su vertido descontrolado a los mares.
Entonces, ¿dónde están todos esos plásticos? ¡Nadie lo sabe!
El propio Cózar reconocía al explicar los detalles de su trabajo que "la novedad" es que existe un "proceso no identificado aún" que está "retirando microplásticos de la superficie del mar a una alta velocidad". Para tratar de explicar este misterio,
se barajan cuatro teorías: los microplásticos se hunden hasta el fondo y se depositan en el lecho oceánico (¿por qué ellos sí y otros no?), se adhieren a otras superficies o se compactan (¿no debería entonces aumentar el número de basura en lugar de ser tan reducida?), se fragmentan en partículas más pequeñas (¿eso quiere decir que lo de que los plásticos tardan cientos de años en biodegradarse es otro cuento chino?) o son ingeridos por la fauna mesopelágica (¿serán nutritivos para estos peces de aguas profundas?). Las investigaciones de Duarte precisamente apuntaban a la posible existencia de unos peces pequeñitos que podrían estar dedicándose a devorar el plástico: los mictófidos o peces linterna, feos como ellos solos (véase el ejemplo en la fotografía) y muy abundantes en las profundidades medias del océano, hasta el punto que se han estudiado unas 250 especies diferentes. Con la oscuridad de la noche suben a alimentarse a aguas de la superficie y después de comer vuelven a descender a su vecindario habitual. Se considera que el tamaño óptimo para convertirse en una de sus presas está entre 1 y 5 mm, así que muy bien podrían ser ellos los responsables de esa disminución de plásticos. Si es que de verdad un pez puede vivir de comer eso. Además, según esta tesis habría que considerar una presencia masiva de este tipo de animales, lo que no sólo multiplicaría por 30 la biomasa marina que se calcula en la actualidad sino que le convertiría en el vertebrado más abundante de todo el planeta,
¿No es todo esto muy sugerente?
Conocemos otros seres vivos que comen plásticos de verdad y de hecho en la actualidad se está estudiando su viabilidad para la limpieza de vertidos plásticos e incluso petrolíferos a gran escala, pero no son ni mucho menos tan grandes como estos pececillos. Se trata de microorganismos como los que han sido descubiertos incluso dentro de las islas de basura. Llegan atraídos por los nutrientes concentrados en los desechos, se anclan al plástico y empiezan a propagarse sobre él perforándolo incluso para construirse su propia "vivienda", casi como si un ratón hiciera un agujero en un queso gigante para vivir allí mientras se lo come. Entre ellos figuran
por ejemplo las diatomeas, algas unicelulares que comen los nutrientes del plástico mientras toman el sol para obtener de él energía. Una isla de basura es en su caso un concepto paradisíaco. Entre las bacterias que viven bien en este ambiente figuran los vibriones, algunos de los cuales son patógenos: es decir, nos causan enfermedades como por ejemplo la diarrea inflamatoria autolimitada, el cólera. Aquí a la derecha tenemos una imagen del simpático bicho. Pese al peligro que representan para el ser humano, los vibriones tienen un poder interesante: pueden romper los lazos de hidrocarburos dentro de los plásticos (así los destruyen, acelerando su proceso de envejecimiento natural). Lo que los científicos no saben en este momento es si los vibriones localizados en estas islas de desechos llegaron allí enganchados ya a algunos de los plásticos arrojados desde tierra o viven también en el mar y simplemente desembarcaron en su nuevo hogar.
Tierra adentro se ha descubierto alguna otra especie interesante en este sentido. En 2008, un grupo de estudiantes del departamento de biología molecular y bioquímica de la universidad de Yale (EEUU) viajaron a la selva amazónica para recolectar diversas especies dentro de sus investigaciones de campo. Entre ellas, un grupo de endofitos: hongos o bacterias que viven parte (o toda) de su vida en simbiosis con los tejidos de las plantas, respetándolas y sin causarles enfermedades. Al regreso a casa, se pusieron a estudiar lo que habían recolectado. Y uno de estos alumnos, Jonathan Russell, descubrió que parte del plástico de una de las placas de Petri que estaba utilizando había desaparecido sin ton si son. Pues bien, resulta que lo había destruido uno de los hongos que habían traído desde el Amazonas: el Pestalotiopsis microspora. Otras especies también pueden descomponer al menos parcialmente el plástico pero ésta en concreto se ha revelado la única, que sepamos, que puede comérselo sin presencia de oxígeno.
¿Cuántos seres más existen en la Tierra que puedan comer literalmente plástico? ¿Está desapareciendo este producto contaminante de los mares de verdad por esa razón? ¿Dónde están los millones de toneladas que faltan? ¿Cuál es la cifra real de porquería que hemos vertido? ¿Es realmente el plástico tan duradero y contaminante como nos repiten prácticamente a diario?
Como diría Plastic Bertrand:
... touche pas ma planète (no toques mi planeta)
it's not today (no será hoy)
que le ciel me tombera sur la tête (cuando el cielo se caerá sobre mi cabeza) ...