J.R.R. Tolkien, el genial escritor británico, nunca publicó nada realmente original. Los elfos y otras "humanidades" ajenas a nosotros estaban desde hace mucho tiempo en la mitología del centro y el norte de Europa y los orcos, en el sur, mientras que los magos y los brujos pululaban en todo el Viejo Continente. La eterna lucha entre el Bien y el Mal, el anillo como objeto de poder, la espada rota que habrá de ser forjada de nuevo por el rey que vendrá, el amor incierto entre el guerrero que no sabe si habrá de volver de la guerra y la princesa que le espera angustiada en retaguardia, el consejero parasitario que empobrece al rey y con éste al reino, el héroe humilde que precisamente gracias a su pequeñez puede pasar inadvertido y triunfar allá donde no llegan los más fuertes... Todo eso (incluso el nombre de algunos de sus personajes más famosos, como Frodo, que era uno de los apodos del dios nórdico Freyr, o Gandalf, la denominación exacta de un príncipe elfo en las Eddas escandinavas) estaba contado mil y una veces, antes de que él volviera a escribirlo, con su propio estilo y sus propias palabras, en una de las obras cumbre del siglo XX y de la literatura universal: El Señor de los Anillos.
Y, sin embargo, Tolkien debe ser considerado como uno de los principales autores de nuestra época, un Homero contemporáneo, porque él fue capaz de contarlo otra vez, y hacerlo además muy bien, cuando todas estas historias que habían pasado de padres a hijos durante incontables generaciones, y que habían forjado el carácter europeo, estaban ya prácticamente perdidas por culpa de la Revolución Industrial y el paso a la modernidad. Desarraigados de la Naturaleza por la emigración masiva a los suburbios industriales de las ciudades, abducidos desde entonces por los avances de la tecnología y encadenados al oro por la estirpe malvada que hoy domina el mundo, los mono sapiens del continente donde todo empezó -y donde sospecho que todo también terminará- olvidaron las claves para recordar quiénes eran. Tolkien se las devolvió en forma de "novela fantástica", igual que otros lo hicieron siglos atrás en forma de "cuentos de hadas" o "para niños" y, antes que ellos, aún otros las presentaran en forma de mitos. De ahí su éxito inconmensurable e inimitable entre los lectores occidentales -pero sólo entre los occidentales-, pues las aventuras de los hobbits y demás personajes no hablan al intelecto ni a la imaginación sino a la sangre...
A lo largo de las eras, ha sido preciso volver a contar una y otra vez las mismas cosas, porque el hombre es un ser olvidadizo, de memoria fragilísima por culpa de su deplorable estado de conciencia. No es un problema actual. Ya la antigua Grecia tuvo que hacer lo mismo: actualizar los conocimientos de las civilizaciones que la precedieron en el tiempo, tanto las que todavía recuerdan los libros de Historia de colegios y universidades como las que no. Gracias a esa labor, la contemporaneidad nos la presenta como la supuesta "cuna" de Europa, cuando sabemos que muchos de sus grandes hombres bebieron de fuentes previas, las más conocidas de las cuales (pero no sólo) son el antiguo Egipto y las cultura mesopotámicas. De todos los valores de los antiguos griegos, siempre he pensado que el mayor fue su insaciable curiosidad y su capacidad para viajar al mismísimo Hades con tal de conseguir una nueva tecnología, un nuevo producto o, lo mejor de todo, un nuevo conocimiento. Como Tolkien, su mérito fue recopilar todos aquellos aportes ajenos y combinarlos con lo que ya sabían, y especialmente organizarlos, adaptarlos, conservarlos y transmitirlos a sus sucesores: los antiguos romanos al principio y el resto de pueblos después.
Siguiendo el modelo de sus maestros egipcios, los griegos transmitieron lo más importante en forma de mitos y leyendas con múltiples niveles de comprensión, de manera que cada cual tuviera acceso a la parte de la que fuera merecedor y sólo a ésa. En nuestros días, en los que tantas personas viven cegadas por el espejismo de una igualdad que nunca ha existido en el Universo, es frecuente escuchar quejas y protestas por la presencia de esos distintos niveles y lo más divertido es que las más rencorosas suelen provenir de aquéllos que, cuando tienen acceso a determinada información, no sólo no la comparten sino que la emplean para tratar de incrementar su poder personal. Sin embargo, los sabios de todas las épocas han sido conscientes de que no todos los seres humanos están a la misma altura y que lo que para unos puede ser un delicioso néctar para otros es al mismo tiempo el más espantoso de los venenos. Por lo demás, ¿qué adulto con dos dedos de frente dejaría una pistola cargada en manos de un niño?
Además de la mitología, los antiguos griegos emplearon una panoplia de herramientas características para la conservación/transmisión de su sabiduría, en la que encontramos desde los oráculos hasta los acertijos, pasando por las parábolas, las paradojas y los enigmas de todo tipo. El objetivo de estas herramientas era aprender a pensar de un modo diferente, ajeno a la lógica vulgar. Porque tan importante como llegar a los niveles más profundos de sabiduría y significado es la manera de alcanzarlos. Los japoneses poseen algo parecido dentro del Zen: el koan, que suele basarse en una pregunta absurda y en apariencia sin respuesta. En realidad, no la tiene..., si uno se limita al mundo racional. Para contestarla, hay que ir más allá. Tampoco es tan difícil como parece: se trata simplemente de cambiar de ángulo y empezar a ver las cosas de una forma distinta a la que utilizamos por lo común.
Veamos el caso de la paradoja. ¿Cómo puede ser real al mismo tiempo una cosa y la contraria? La cuarta de las siete leyes herméticas (legadas por Hermes Trismegisto -el Tres Veces Grande-, que fue como los griegos denominaron al egipcio Thoth) es la de la Polaridad que, entre otras cosas, dice en su formulación: "los semejantes y los antagónicos son lo mismo (...) los extremos se tocan (...) todas las paradojas pueden reconciliarse". Pero, ¿cómo podemos decir que es lo mismo el frío y el calor, si con uno nos helamos y con otro nos asfixiamos? ¿Acaso no son conceptos antagónicos? Sí, si nos limitamos a la lógica vulgar, en la que el frío extremo está en uno de los vértices de una línea horizontal y el calor en el otro. Entre medias, todo tipo de temperaturas: fresco, templado, agradable, cálido, etc. Ahora bien, la misma ley de la Polaridad nos da la clave, cuando explica que "los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado". Vayamos, pues, un paso más allá y, en lugar de la horizontal, imaginemos una línea vertical, cuyos extremos se extienden hacia arriba y hacia abajo, y se pierden mucho más allá de los puntos señalados inicialmente como frío y calor extremos. Ahora ambos puntos valen tanto como los otros tipos intermedios..., porque en realidad no existen los puntos extremos (o acaso sí, pero no los conocemos y para el caso es, entonces, lo mismo). Todos los puntos son equivalentes, no son conceptos distintos, sino grados de un concepto superior a ellos, pues todos son distintos niveles de lo mismo: la temperatura.
El estado interno adecuado para superar la lógica vulgar y acceder a niveles profundos de comprensión se encuentra obviando el mundo externo y centrándose dentro de uno mismo. Todos los caminos espirituales de todas las épocas han hecho especial hincapié en esa mirada hacia dentro y por ello todos los lugares sagrados de poder se encuentran en sitios oscuros, recogidos: desde los santuarios griegos a las cuevas de los eremitas, desde las iglesias románicas a los templos ocultistas. La salida siempre está dentro, no fuera, donde la buscan los que no saben y donde, como es obvio, nunca la encontrarán. Franco Battiato lo canta así en su Inneres Auge (Ojo interior):
La linea orizzontale (La línea horizontal)
ci spinge verso la materia (nos impulsa hacia la materia)
quella verticale verso lo spirito. (y la vertical, hacia el espíritu.)
Con le palpebre chiuse (Con los párpados cerrados)
s'intravede un chiarore (se entrevé un destello)
che con il tempo e ci vuole pazienza (que con el tiempo y con paciencia)
si apre allo sguardo interiore: (se abre hacia la mirada interior:)
inneres auge das innere auge (ojo interior, el ojo interior)
El oráculo, con su lenguaje ambiguo y confuso, es otro buen ejemplo de cómo transmitir información escondiéndola tras una cháchara en apariencia sin sentido..., que finalmente adquiría si uno aprendía a pensar de otra manera. Lo advierte la antigua sentencia: esfuerzos ordinarios conducen a resultados ordinarios y si en verdad quieres obtener un resultado extraordinario deberás por fuerza hacer esfuerzos extraordinarios. Aún embelesan y conmueven los restos de algunos lugares sagrados que se pueden visitar en Grecia a día de hoy, aunque sólo resten en pie, como esqueletos de animales gigantes, las columnas y algunas piedras de los otrora orgullosos templos. Delfos, el hogar de la sibila que hablaba en nombre de Apolo, es uno de los más bellos. Los miles de turistas que se pasean en nuestra época a todas horas por entre los maravillosos restos de este lugar fabuloso, lo hacen tratando de entenderlo desde fuera. A través de la arquitectura, de la escultura, de la pintura..., de la geología incluso, dado el escarpado punto que escogieron los antiguos sacerdotes para fijar allí el omfalos, el ombligo del mundo. Pero una visita limitada a lo externo, aunque atractiva, deja siempre un poso de insatisfacción. Como si uno hubiera llegado a tocar la fruta, a olerla, a pesarla..., pero sin llegar a degustarla.
A Delfos llegaban los antiguos y allí se maravillaban no ya con el templo y el resto de infraestructuras, o con sus rituales, sino con las enseñanzas que recibían en su Escuela de Misterios. A día de hoy, hay que pasear por sus nobles ruinas llevando con uno mismo esos Misterios, los que enseñan quiénes somos nosotros en verdad -no nuestra identidad física, material, sino otra cosa- y que el camino hacia el Cielo, por mucho que nos duela o que nos repugne, pasa inevitablemente por el Infierno y nadie puede caminarlo por nosotros. Los mitos griegos, después recogidos por los romanos, nos explican cómo los mayores héroes e incluso los dioses -como el propio Hermes- han de descender a los abismos más profundos, para poder derrotarse a sí mismos y así obtener el triunfo final. Nos hablan también de aquéllos que fracasaron por culpa de sus pasiones descontroladas, como el iracundo Aquiles derribado por una flecha en el talón, el soberbio Belerofonte descabalgado de lomos de Pegaso en el Olimpo por el propio Zeus o el vanidoso Narciso privado de su oportunidad como ser humano tras ser convertido en flor.
Quizás el mayor daño que haya hecho a la humanidad el judeocristianismo (esa agria e intencionada deformación del verdadero camino de Jesús el Cristo, que ha sido impuesta culturalmente por los hipócritas servidores de las fuerzas oscuras, como si fuera su mensaje real) es la inoculación en las mentes de los creyentes del degenerado y orientalizante concepto de mesías, sobre el cual hemos hablado otras veces en esta bitácora. La epopeya espiritual de Jesús -la que conocemos públicamente, al menos- sólo fue válida para él. Sólo se le puede considerar "salvador" en el sentido de que se salvó a sí mismo y mostró de esta manera lo que cada uno debería hacer consigo si también quiere salvarse. Los verdaderos maestros nunca recorren el camino del discípulo. Se limitan -y esto es ya mucho, un tesoro invaluable- a indicarle por dónde debe caminar y a advertirle acerca de los monstruos y otras amenazas que le saldrán al paso, pero es cada discípulo quien debe superar su propia ordalía.
En Delfos, también había enseñanza para todo aquél que supiera leer, sin necesidad de mayor compromiso. Y era una enseñanza igualmente valiosa. Se habla de las 147 "máximas pitias" -probablemente fueran más- inscritas sobre las paredes del templo y que recogían los mejores consejos de los míticos siete sabios de Grecia -siete o setenta veces siete, quién sabe cuántos hubo-. Como decía Pausanias, "las palabras escritas en el pórtico de Delfos son de utilidad para los hombres". El más conocido de estos apotegmas, y al mismo tiempo el más desconocido, por el abuso que se ha hecho de él en los tiempos modernos como frase publicitaria, es Conócete a ti mismo. Hay otros para mí especialmente queridos como De nada en demasía, Estima lo sagrado, Aprende a aprender, Manda sobre ti mismo, Persevera en tu educación, Busca la sabiduría, Actúa de modo justo, Ejercita la nobleza, No pierdas el tiempo, Educa a tus hijos, Cuídate del engaño, Sé amable con todos, Sé agradecido, Respétate a ti mismo o No confíes en la suerte.
Hay muchos más (seguramente me dejo algunos por el camino, pero así los interesados tendrán oportunidad de profundizar en el tema y buscar por sí mismos la lista completa): Respeta a los dioses, Obedece al dios, Obedece las leyes, Ama la amistad, Respeta a tus padres, Sométete a la justicia, Reflexiona sobre lo que hayas escuchado, Honra tu casa, Ayuda a tus amigos, Sé benévolo con tus amigos, Domina tu carácter, No te sirvas de los juramentos, No censures, Ensalza la virtud, Aparta a tus enemigos, Aléjate del mal, Aprende a ser bien hablado, Escúchalo todo, Aborrece la arrogancia, Respeta a los suplicantes, Sé generoso cuando tengas, Háblale bien a todos, Hazte amante del saber, Aborrece el mal, No te canses de aprender, Acepta la vejez, Obra de acuerdo con tu conciencia, No mates, Ten trato con los sabios, Examina tu carácter, No mires a nadie con desconfianza, Haz uso del arte, Honra la buena conducta, No envidies a nadie, Alaba la esperanza, Aborrece la calumnia, Obtén las cosas justamente, Honra a los buenos, Ten sentimientos de pudor, Desea la felicidad, Evita el resentimiento, Trabaja por lo que es digno de ser adquirido, Domina tu lengua, Distánciate de la riqueza, Hazte el bien a ti mismo, Odia la discordia, Aborrece la injuria, Habla cuando sepas, Renuncia a la violencia, Muestra benevolencia con todo el mundo, Responde en el momento oportuno, Esfuérzate más allá de lo necesario, Actúa sin arrepentimiento, Arrepiéntete cuando te equivoques, Domina tu mirada, Piensa en lo útil. Conserva la amistad, Busca la concordia, No digas lo indecible, Aniquila el odio, No te burles de los muertos, Siente compasión por los desgraciados, No alardees de tu fuerza, Ejercita una buena reputación, Enriquécete de manera honrada, Ama a quienes te alimentan, No combatas contra aquél que está ausente, Respeta al anciano, Enseña a los más jóvenes, No seas dominado por la arrogancia, Corona a tus antepasados, Muere por tu patria, Muere exento de sufrimiento.
A esta lista habría que incorporar la epsilon misteriosa en el frontón del templo. Plutarco escribió todo un ensayo acerca de esta letra -titulado Sobre la E de Delfos- en el que trató de interpretar su significado y sugirió que significaba: "Tú eres". Sería la respuesta al conócete a ti mismo, al indicar que el iniciado era, en su interior, lo mismo que el dios Apolo. De nuevo buceando dentro de nosotros para encontrar la parte inmortal más allá de la realidad física. No deja de ser chocante que la letra E sea, en español, aquélla con la que comienza la palabra Espíritu. Por eso la tarea del héroe consiste en la construcción de un Yo con mayúsculas, que le permita dominarse y vencerse definitivamente. Por eso se da a luz a sí mismo, como decían Heráclito, Platón..., e incluso Jesús, que se refería a lo mismo cuando hablaba del Hijo del Hombre.
En 1585, Giordano Bruno escribió De gli Eroici Furori (Los heroicos furores), un "diálogo moral" al estilo platónico, que dedicó al poeta inglés Philip Sidney. Allí hablaba del "furor divino" y el "furor heroico" indicando que en el primer caso los dioses o espíritus divinos tomaban posesión de gentes en general incultas o ignorantes, "vacías de espíritu y sentido propios", a las que usaban como receptáculos donde introducirse para manifestarse y conducirles al misticismo religioso e incluso el éxtasis. Así, la sociedad sabría que lo que decían estos hombres poseídos era real porque "al no hablar por estudio y experiencia propia, necesariamente deben hablar y obrar por una inteligencia superior y de esta manera la multitud les profesa mayor admiración y fe". Pero para Bruno era más interesante el segundo caso, el del furor heroico, propio de un "espíritu lúcido e intelectual que, movido por un estímulo interno y un fervor suscitado por el amor a la divinidad, la justicia, la verdad y la gloria (...) enciende la luz de la razón y ve así más allá de lo ordinario". Así que, reconociendo que aquéllos que tienen el furor divino poseen también "más dignidad, potestad y eficacia en sí, puesto que albergan la divinidad", los que poseen el furor heroico son en realidad "más dignos, potentes y eficaces. Y son divinos" porque "los primeros son dignos como el asno que lleva sobre sí los sacramentos y los segundos, como cosa sagrada en sí misma". No se puede explicar con mayor claridad.
Por esta razón, Bruno valoraba más la voluntad (la del héroe) que la inteligencia ya que "para el intelecto humano es más fácil amar la voluntad y la belleza divinas que comprenderlas" pero el hombre puede "forzarse gracias a la voluntad hacia allá donde no se puede llegar con el intelecto" y morir en su "aspecto de hombre social" para llegar a la divinidad que, descubre al fin, está dentro de sí mismo. Así se produce la transformación del amante en el amado. Para tener éxito en su misión, es preciso guerrear, conquistar, batallar (es así que el camino espiritual activo del hombre occidental es muy diferente al pasivo del oriental y por eso ni el yoga ni ninguna otra disciplina estrictamente concebida para las gentes del Este del mundo es de verdad útil para quienes vivimos en el Oeste). Entroncando con la sabiduría griega, Bruno explicaba que los afortunados poseedores del furor heroico son confortados por "un calor engendrado por el sol de la inteligencia en el alma y un ímpetu divino que les presta alas", lo que les permite adquirir una "divina e interna armonía". Así, son capaces de levantarse "fácilmente" cuando caen, gracias a esas fuerzas internas que "dentro de él, danzan y cantan como nueve musas en torno al resplandor de Apolo. Y tras las imágenes sensibles y las cosas materiales, va comprendiendo consejos y órdenes divinos..."
Bruno es un personaje singular, hermoso y, como tal, ignorado por las masas actuales, que jamás han leído sus libros y acaso ni han oído su nombre alguna vez (igual que tampoco conocen las máximas pitias). Podría decirse mucho sobre él pero baste señalar ahora que perteneció sin duda a la aurea catena y por ello él y su obra fueron perseguidos, "juzgados" y condenados a muerte. Sus obras fueron quemadas y, lo mismo, su cuerpo físico, que ardió en la hoguera tras el juicio de rigor a manos de la Inquisición de Roma (la Inquisición no fue un invento español y, en todo caso, en España, el número de víctimas mortales que causó es irrisorio comparado con las persecuciones religiosas en otros países europeos más "liberales"..., hay que recordarlo una vez más y todas las que haga falta).
Con la serenidad propia del que sabe, Bruno se enfrentó a los jueces que le declararon hereje "pertinaz y obstinado" cuando le sentenciaron a muerte y les contestó con estas desafiantes palabras: "Tembláis quizá más vosotros al anunciarme esta sentencia que yo al recibirla".