Nos hundimos lenta pero inexorablemente en las arenas movedizas y da la impresión de que esto ya no hay quien lo remedie. En realidad, es lógico: la ley de la entropía explica muy bien en qué consiste el futuro de lo material, así que nadie mínimamente educado puede llamarse a sorpresa. Es por cierto, un tema de educación, entre otras cosas. A primeros de este mes de febrero, 600 profesores universitarios italianos (entre los que figuran filósofos, historiadores, economistas o sociólogos) han enviado una carta al gobierno y al parlamento de su país denunciando las tremendas carencias lingüísticas de muchos de sus alumnos, que despliegan una asombrosa ineptitud en las tesinas de fin de carrera previas a la licenciatura. Problemas de ortografía, pero no sólo, ni los más importantes-, sino también de léxico, de gramática... Textos que no hay quien entienda porque están mal redactados y no expresan lo que quiere decir el alumno, o quizá sí, en cuyo caso es aún peor. Los profesores apuntan algunas sugerencias básicas para tratar de enmendar este pavoroso panorama para el conocimiento y que pasan por recuperar cosas tan elementales como los dictados, los resúmenes de texto o incluso la escritura a mano. Todas esas técnicas tradicionales que muchos de los ineptos teóricos contemporáneos del sector educativo nos han contado (y algún ingenuo hubo que se las creyó) que "forman parte del pasado y no son necesarios con las nuevas estrategias de formación, internet y las tecnologías digitales".
Los profesores italianos hablan de emergencia nacional y también de tragedia nacional. Y lo es. Cuenta alguno de ellos el caso de una estudiante con la que coincidió en un tren y que no podía decir, porque no lo sabía, cuál era la penúltima letra del código de reserva de su billete. Sencillamente, ignoraba el significado de la palabra penúltima. No es un chiste. Según la denuncia contenida en esta carta, más o menos las tres cuartas partes de los estudiantes del primer ciclo de la universidad en Italia "son de hecho semianalfabetos", lo que no parece importarle nada a los propios ciudadanos -más preocupados por los partidos de fútbol, por las películas y teleseries y por si su pizza lleva extra de queso o no-, ni a sus medios informativos -cuanto menos sepan sus lectores, más fácil resulta entretenerles y/o endosarles su interpretación de la realidad-, ni a sus políticos -¿qué más quiere una clase política que la mayorinferioridad cultural y de pensamiento posible en sus gobernados, para poder perpetuarse a su costa en el poder?-.
A raíz de esta llamada de atención, han aparecido otros datos estremecedores sobre la caída en barrena de la cultura en Italia. Istat, el instituto oficial de estadística, ha revelado que casi el 19 % de los ciudadanos de este país no leyó un solo libro, ni siquiera un periódico, ni tampoco fue al cine o a un concierto durante 2016. Además, sólo el 20 % es capaz de reconocer su propio papel en la sociedad y actuar en consecuencia. Y un 40 % carece de título escolar alguno o, si puede mostrar un diploma en la pared de su casa, es el de la escuela primaria. Sumemos a todo ello una publicación del diario La Stampa que va aún más allá y directamente considera analfabetos funcionales a ¡entre el 70 y el 80 % de los italianos! Un analfabeto funcional, recordamos para los que han llegado tarde a clase, es un ciudadano en apariencia normal, que sabe leer, escribir y hacer cálculos..., pero es incapaz de utilizar esos conocimientos eficientemente en la vida. Es decir, puede leer este artículo y entender más o menos lo que dice, pero será incapaz de comprender, resumir y comunicar a un tercero de forma ordenada las ideas que se están transmitiendo y mucho menos obtener algún tipo de provecho de ellas en forma de reflexión. El periódico italiano añade que hay un 5 % de la población que es analfabeta sin más, o sea que no tiene capacidad para descifrar letras ni cifras.
Lo peor de todo esto, es que no hablamos de un problema de Italia, sino de toda Europa, de todo el Occidente. Estoy convencido de que si preguntáramos a los profesores universitarios españoles no tardaríamos mucho tiempo en encontrar a 600 colegas de los italianos dispuestos a firmar un escrito similar. Hace casi un año participé en un encuentro de pequeñas editoriales en Castellón donde uno de los más activos editores facilitó unos datos devastadores sobre la lectura en España. Creo que ya lo he contado en alguna otra parte de esta bitácora así que repetiré únicamente el dato más relevante: en nuestro país se venden (lo que no quiere decir que se lean) entre 2 y 4 libros por persona al año..., frente a los 25 en Francia. Sólo con esta información, se puede entender mucho de lo que ha pasado últimamente durante este régimen político -al que muy generosamente llamamos democracia- en el que sobrevivimos hoy día, tanto en la política (donde el espécimen más extendido, en todos y cada uno de los partidos políticos, es el sinvergüenza engañabobos), como en la economía (donde encontramos a la misma especie, pero de la familia más avariciosa), en la cultura (mmmh..., qué casualidad, lo mismo de lo mismo, pero encima con ínfulas de glamour) y, en general, en cualquier otro aspecto de nuestra sociedad.
Por poner una anécdota personal acerca del nivel general, recuerdo ahora mismo un correo electrónico de uno de mis editores (he publicado en tantas editoriales distintas que nadie podrá darse por aludido, pero el hecho es rigurosamente cierto) en el que expresaba su esperanza en un próximo encuentro afirmando "Haber si podemos vernos pronto"... Haber en lugar de A ver. Un editor de libros. Ahora imaginemos lo que puede escribir un taxista (y que me perdonen los taxistas, que seguro que hay más de uno que se entretiene habitualmente leyendo a Heidegger mientras escucha el Carmina Burana). Cierto es que todos podemos cometer erratas y que yo mismo puedo haber escrito más de una errata pero... ¡Un editor! ¡Y semejante error, que no estamos hablando de que "baile" la v con la b porque ambas letras están juntas en el teclado!
El creciente analfabetismo funcional de los españoles es especialmente preocupante por el hecho de que resulta más elevado entre gran parte de la gente joven: esas generaciones "sobradamente preparadas" como decía cierto anuncio televisivo de éxito hace unos años que, en realidad, han retrocedido (y mucho) respecto al nivel educativo previo. Es un retroceso que hay que sumar al que los niños de mi generación (en esta vida) llevábamos ya acumulado frente a los de generaciones precedentes (de nuevo huele a entropía)... Recuerdo que hace unos años el Archivero Mayor del Cotolengo de Santa Eduvigis me puso una prueba muy peculiar que redujo mi autoestima al nivel de la arcilla. Me enseñó unos números que acababa de adquirir para su archivo de la revista infantil Chicos, editada entre los años 40 y 50 del siglo XX y considerada por muchos estudiosos como una de las altas cumbres del tebeo español. Allí publicaron algunos de nuestros más grandes autores, hoy injustamente olvidados, como Emilio Freixas, Jesús Blasco o Alfonso Figueras, compartiendo las historietas intrascendentes y de puro entretenimiento con contenidos didácticos y formativos.
Y allí también, entre otras cosas, se publicó en la contraportada de algunos números un "test cultural" de diez preguntas para niños de la época. El Archivero Mayor me retó a que cogiera una de las revistas al azar y resolviera uno de esos tests. Y lo hice, muy seguro de mí mismo. Por entonces, ya hacía tiempo que era licenciado universitario, llevaba muchos años trabajando y había publicado muchos de los veinte libros que llevo firmados hasta el momento. ¿El resultado? De las diez preguntas sólo pude contestar bien ¡tres! Y eso que era un test cultural para niños de los años 40/50. El Archivero Mayor trató de consolarme recordando que su índice de respuestas correctas no había sido mucho mayor, aunque me sacaba 30 años de edad. Creo que aquél fue el primer momento en que empecé a estudiar en serio este fenómeno del deterioro progresivo del conocimiento en nuestra sociedad.
Respecto a la creciente incultura de tantos jóvenes (entiendo como tales los ciudadanos actuales entre los 18 y los 30 años de edad) no hay más que leer la retahíla de estupideces que publica la gente de esta generación (no todos, evidentemente, pero si un porcentaje sonrojante por lo abrumador) en las redes sociales o en los comentarios de los diarios digitales, por ejemplo, donde su mayor fortaleza cultural se basa en incluir enlaces a la Wikipedia, una de las enciclopedias menos fiables de la Historia de la Humanidad. En un reciente programa de citas a ciegas en la cadena Cuatro yo mismo escuché como uno de los concursantes, cenando ya en la misma mesa con su pareja asignada, y siendo ambos jóvenes, le espetaba sin pudor alguno: "¿Eres de Asturias? ¿Y dónde queda eso?" Esta deficiencia de conocimientos se vuelca luego de manera sistemática en los medios de comunicación, donde encontramos bofetadas tan severas a la geografía como la que nos ofrecía recientemente un programa de fútbol en la plataforma de pago Movistar+ al ubicar el partido Deportivo de La Coruña-Betis en el estadio Riazor ¡de Vigo! y el Celta de Vigo-Real Madrid en el estadio Balaídos ¡de La Coruña! "Es un error, es un error..., no dramaticemos...", oigo al fondo. Mucho me temo que no, que no es un simple error, sino un síntoma claro de insuficiencia cultural. La persona que rotuló el mapa no tenía ni idea de dónde estaba cada una de esas ciudades, más allá de que las localizara en Galicia.
Y llego a esta conclusión porque sé por experiencia los controles que existen en las televisiones a la hora de poner en antena un programa informativo..., y porque este tipo de "errores" es cada vez más habitual, especialmente en las cadenas más seguidas por los jóvenes. Véase la traca de La Sexta, donde han debido ir a parar todos los alumnos que suspendieron la Selectividad pero tenían algún pariente o amiguete que pudiera enchufarles para trabajar allí. Si no, es difícil de entender el "recital" de los últimos tiempos. Veamos..., ¿para que decir Segovia y segovianos, pudiendo decir Segobia y segobianos, que tiene un sabor más..., romano?
O ¿quién decidió que Valladolid se escribiera con elle, siendo así que queda más moderno hacerlo con y griega para que resalte el nombre de Vayadolid?
Y ya, en plan oferta, tenemos el dos por uno: digera en lugar de dijera y apollar en lugar de apoyar. Viva Juan Ramón Jiménez.
El obvio abuso de las nuevas tecnologías, la introducción masiva de iconos en lugar de texto en los transportes públicos, el apoyo a la industria cinematográfica y de videojuegos en detrimento de la literaria, la supresión progresiva de asignaturas de "Letras" o "Humanidades" consideradas de forma idiota como "poco relevantes" en comparación con las de "Ciencias" o "Tecnología", la ansiedad inducida a través de los grandes medios de comunicación en lugar de potenciar la reflexión o la meditación... Son algunos de los factores que están conduciendo a un ritmo acelerado a la mayor parte de la población occidental a un estadio de conocimiento cada vez más próximo al del pueblo llano en la Edad Media.
¿Qué se puede hacer? Yo sólo conozco una vacuna contra este estado de analfabetización creciente pero nadie nos la va a administrar porque es un compromiso personal, que depende del esfuerzo y la voluntad de uno mismo. Esa vacuna tiene tres ingredientes: leer, escribir y pensar de forma independiente. En primer lugar, leer diariamente cuanto caiga en nuestras manos: novelas, cuentos, ensayos, poemas, tebeos..., lo que sea. En segundo lugar, escribir a mano. Olvidarse completamente del teclado, con sus funciones de autocompletar y autocorregir y autoloquesea. Es mucho más importante de lo que parece tomar un lápiz o un bolígrafo o un rotulador o una pluma y reaprender a trazar cada una de las letras nosotros y no las máquinas que supuestamente nos hacen la vida más fácil. Un reciente reportaje de una revista alemana comentaba que un creciente porcentaje de ciudadanos germanos estaba olvidando cómo se escribe pues, en algunos casos, llevaba ¡años! sin escribir si no era con un teclado.
Un estudio de los psicólogos Daniel Oppenheimer y Pam Müller nos advierte de que escribir a mano nos ayuda a comprender mucho mejor los conceptos y a recordarlos después. ¿Por qué? Porque por muy rápido que anotemos, no podremos transcribir todo lo que estemos oyendo y nos veremos obligados a prestar más atención, a concentrarnos y a hacer funcionar nuestro cerebro manera que procese, reinterprete y resuma la información. Los psicólogos lo califican como "una dificultad deseable". Escribir a mano, además, es un sistema más cómodo y flexible para llevar agendas y listas de tareas, así como (y esto es especialmente de interés para escritores) para anotar y desarrollar ideas y reforzarlas gráficamente con dibujos, esquemas o símbolos. El trabajo de los últimos años con imágenes cerebrales también ha permitido comprobar que la habilidad de escribir a mano es similar a la de aprender a tocar un instrumento, en el sentido de que puede en verdad cambiar (y mejorar) la estructura del cerebro humano aparte de desarrollar otras capacidades como la motricidad fina.
Y, finalmente, el tercer ingrediente: aprender a pensar de forma independiente... Ufff, éste es un tema tan largo que creo que lo vamos a dejar aquí por hoy.
Sin embargo, hay una última anécdota que no puedo dejar fuera. Hace un tiempo, una periodista que conozco me dijo que había encontrado este blog por casualidad y que había empezado a leerlo. Supongo que se asustaría un poco al leer ciertas cosas. Después de todo, no es fácil de aceptar un descubrimiento tan crucial como el hecho de que que ese tipo que trabaja unas mesas más allá con temas informativos "serios" y que parece tan normal y corriente es, en realidad, un estudiante de la Universidad de Dios, inmortal y con poderes extraordinarios. Pero, en general, no le desagradó mucho y de hecho comentó que trataba temas interesantes. Ahora bien, quiso llamarme la atención sobre un tema en concreto:
- Escribes textos demasiado largos..., son interminables. Si quieres tener muchos lectores en Internet, tienes que aprender a redactar algo más sintético, más atractivo por lo fácil y rápido de leer -sentenció, con tono de asesora experta.
Le agradecí su comentario y, por supuesto, no le hice ningún caso. No busco lectores de baja calidad, sino todo lo contrario: personas que puedan sobrevivir al cataclismo intelectual, emocional, social y espiritual que padece el mundo contemporáneo. Prefiero diez lectores con contenido interno que diez millones de lectores analfabetos funcionales. De hecho, esta bitácora fue concebida desde el primer momento como un espacio de reflexión para personas interesadas en ir más allá de lo convencional, en salirse de los parámetros de "lo normal". Y para ello, lo primero es disponer de una adecuada capacidad de comprensión y reflexión. Si has llegado hasta esta última frase del artículo, es posible que estés de acuerdo con ello.