Hay algo de enternecedor en el repaso de antiguos diarios, cuadernos de apuntes y libretas de anotaciones: máquinas del tiempo para viajar al pasado y comprobar en qué andábamos metidos en aquél entonces, cuando éramos más jóvenes y pensábamos que las cosas iban a ser más fáciles de lo que hoy sabemos positivamente que son en verdad. Hay algo de desolador, también, cuando comprobamos que la mayoría de las previsiones no resultaron como esperábamos y que, en lo que se refiere a las cosas importantes, ni siquiera hemos logrado salir de los mismos fangos que ahora mismo nos ahogan, puesto que los mecanismos de la personalidad pesan como montañas y cambiar algo en ellos, si es que previamente hemos sido capaces de verlos, deviene tarea de titanes.
He tenido un déjà vu parecido al contemplar una serie de estampas que los hombres de hace un siglo diseñaron, plasmando en ellas todas las maravillas técnicas de las que esperaban disponer y disfrutar en el siglo XXI, con un estilo de vida
muy a lo Flash Gordon de Alex Raymond. Es curioso, porque muchas de las ideas que barajaron en aquellos momentos se han hecho realidad ya o están próximas a hacerlo aunque no como ellos lo imaginaron. Y eso a pesar de que nuestra época tiene un brillo extraño: pese a su aparente modernidad, si uno reflexiona un poco, 2015 no parece muy diferente de 2000 e incluso de 1990, más allá de cuatro detalles estéticos. Da la impresión de que la evolución social se hubiera detenido y que no hagamos otra cosa que repetir patrones archisabidos, que se reciclan y se presentan una y otra vez, en ocasiones incluso sin necesidad de molestarse en llamar a las cosas de distinta manera. Sigue habiendo pobreza en el mundo, sigue habiendo hambre y guerra, sigue habiendo crisis y paro, sigue habiendo terrorismo, sigue habiendo corrupción y enfermedades, sigue habiendo tecnología para quien pueda pagarla y contaminación para todos... No hemos solucionado ninguno de los grandes problemas que nos afectan desde siempre, aunque los teóricos insistan en que hoy vivimos mejor que en cualquier época anterior. Algo de lo cual disiento profundamente: puede que tengamos más inventos materiales, mayor nivel técnico, más riqueza material..., pero eso sólo sucede en una pequeña isla del planeta, no en todo. Y, lo más importante, ¿acaso hemos avanzado algo en lo espiritual? ¿Somos muy diferentes en eso de los hombres de hace uno o varios siglos? Sin meternos siquiera en esas honduras, ¿podemos decir sin miedo a caer en el cinismo que el hombre de hoy tiene más paz o más felicidad que el de ayer? Sinceramente, yo no lo creo.
muy a lo Flash Gordon de Alex Raymond. Es curioso, porque muchas de las ideas que barajaron en aquellos momentos se han hecho realidad ya o están próximas a hacerlo aunque no como ellos lo imaginaron. Y eso a pesar de que nuestra época tiene un brillo extraño: pese a su aparente modernidad, si uno reflexiona un poco, 2015 no parece muy diferente de 2000 e incluso de 1990, más allá de cuatro detalles estéticos. Da la impresión de que la evolución social se hubiera detenido y que no hagamos otra cosa que repetir patrones archisabidos, que se reciclan y se presentan una y otra vez, en ocasiones incluso sin necesidad de molestarse en llamar a las cosas de distinta manera. Sigue habiendo pobreza en el mundo, sigue habiendo hambre y guerra, sigue habiendo crisis y paro, sigue habiendo terrorismo, sigue habiendo corrupción y enfermedades, sigue habiendo tecnología para quien pueda pagarla y contaminación para todos... No hemos solucionado ninguno de los grandes problemas que nos afectan desde siempre, aunque los teóricos insistan en que hoy vivimos mejor que en cualquier época anterior. Algo de lo cual disiento profundamente: puede que tengamos más inventos materiales, mayor nivel técnico, más riqueza material..., pero eso sólo sucede en una pequeña isla del planeta, no en todo. Y, lo más importante, ¿acaso hemos avanzado algo en lo espiritual? ¿Somos muy diferentes en eso de los hombres de hace uno o varios siglos? Sin meternos siquiera en esas honduras, ¿podemos decir sin miedo a caer en el cinismo que el hombre de hoy tiene más paz o más felicidad que el de ayer? Sinceramente, yo no lo creo.
Los dibujos a los que me refiero son de Jean-Marc Côté, quien recibió el encargo de entrever el futuro en una serie de postales que le encargó una fábrica de cigarrillos en 1899. El objetivo era distribuirlas junto con el tabaco durante 1900 con el comienzo del nuevo siglo..., aunque ya entonces cometieron el mismo error que muchos de nuestros contemporáneos cuando quisieron celebrar la llegada del siglo XXI porque el número terminado en dos ceros no es el primero de la nueva centuria sino el último de la anterior. Es decir, 1900 es el último año del siglo XIX y 1901 el primero del siglo XX, de la misma forma que 2000 fue el último año del XX y 2001 fue el primero del XXI. En todo caso, según parece la fábrica de cigarrillos quebró y tuvo que cerrar sus puertas antes de que se pudiera distribuir la colección completa de los dibujos..., lo que no deja de ser también un presagio del descalabro que la industria tabaquera ha sufrido en los últimos años a medida que se ha demostrado científicamente el pésimo efecto que su producto provoca en la salud de los consumidores. Pese al cierre, las ilustraciones se hicieron muy populares y formaron parte de la Exposición Universal de París en 1900. Menos de un centenar se han conservado hasta nuestros días, al menos públicamente.
Sin duda influenciado por la literatura de Julio Verne, Côté representa en sus
imágenes diversas escenas aéreas y también submarinas. Las primeras son especialmente meritorias si tenemos en cuenta que en el momento de dibujar sus aeroplanos (y también una especie de exoesqueletos alados gracias a los cuales auguraba la existencia de policías y bomberos aéreos) todavía no había volado ninguno pues los hermanos Wright empezaron a dar sus "saltitos" en el aire con sus primitivos prototipos en 1903. No se equivocó en todo caso el dibujante francés al prever que uno de los primeros usos de la aviación, ¡casi como de cualquier invento humano!, sería el militar y en esta postal de la derecha se observa un combate aeronaval en toda regla en el que un zeppelin acorazado y artillado se defiende como puede frente a un rudimentario "caza" mientras al fondo a la izquierda se acerca, amenazadora, toda una escuadrilla. En el mismo sentido, Côté también tuvo una "visión" de lo que
sería una de las armas móviles más importantes del siglo XX: los tanques, que hicieron su aparición a finales de la Primera Guerra Mundial y vivieron su momento de mayor auge durante toda la Segunda Guerra Mundial. El ilustrador francés los representó de acuerdo a su concepto original: el de carro blindado, y así podemos apreciarlo en la imagen de la izquierda, en la que el enfrentamiento bis a bis de estos dos bélicos transportes recuerda al enfrentamiento entre caballeros medievales en un torneo a tres lanzas, pero con ametralladoras en lugar de astas. Claro que también imaginó usos
pacíficos para el transporte y la mejor prueba es esta casa rodante que aparece a la derecha (una auténtica "villa", según reza el nombre inscrito en su frontal) que es inevitable nos recuerde a las autocaravanas que hoy emplean muchos turistas, sobre todo europeos y norteamericanos, para desplazarse durante sus nomadeos en vacaciones sin necesidad de depender de un hotel para pasar la noche.
Pero hay más cosas de interés en esta peculiar obra gráfica. Por ejemplo, para un hombre de hoy resulta aparentemente inconcebible que alguien pudiera imaginar un robot en la época a caballo entre el XIX y el XX. Después de todo, la misma palabra la estrenó el checo Karel Capek en su obra R.U.R., publicada en 1921, en la que hablaba de máquinas dispuestas al trabajo duro (en varias lenguas eslavas, la palabra "robota" significa precisamente eso), pero la idea de los "muñecos mecánicos" es mucho más antigua y conocemos algunas sabrosas historias sobre inventos de este tipo que en su día fueron considerados obras del demonio. Arquitas de Tarento, entre otros sabios de la antigua Grecia, ya construyó un pájaro mecánico que funcionaba con vapor nada menos que en el siglo IV antes de Cristo. Sin embargo, en estos dibujos podemos ver auténticos robots domésticos que ayudaban a las sirvientas en las labores del hogar. Aún estaban lejos de los robots aspiradores con forma de disco que hoy se cuelan entre nuestras piernas y se meten bajo las sillas para recoger el polvo, pero su diseño daba a entender que, una vez terminado su trabajo, se podía guardar fácilmente detrás de cualquier gran cortina del salón.
Con el teléfono patentado y el cine recién inventado, era inevitable pensar también en el momento en el que ambas tecnologías convergieran. El año 2000 era un buen momento para que funcionara algo parecido a lo que vemos a la derecha: una auténtica videollamada estilo steampunk en la que el señor cómodamente instalado en su sillón podía hablar por una trompetilla y escuchar por otra a la señora que iba por la calle en una especie de pantalla-armario. Llama la atención que la señora pueda comunicarse sin necesidad de los mismos aparatos, por otra parte tan complicados que necesitan de un asistente especializado para manejarlos, o tal vez Côté no consideró importante representarlos "al otro lado". Exactamente lo que están haciendo los personajes del dibujo es lo que hacemos hoy con nuestros smartphones, sin ir más lejos, aunque no precisamos de tantos artilugios ni mucho menos de un ayudante para manejarlos. Claro que en aquella época Europa seguía siendo la cabeza del mundo y nadie previó que allá en el Lejano Este, una horda de habilidosos asiáticos sería capaz de revolucionar la industria internacional copiando las técnicas occidentales y abaratándolas hasta lo indecible gracias a la miniaturización para conquistar luego los mercados con sus productos.
Y es que muchos de los inventos que recoge este ilustrador francés no son nuevos, desde el punto de vista de la idea. Sólo es diferente la forma de desarrollarlos. Cualquier viajero experimentado y un poco perspicaz que haya recorrido los países que albergan ruinas de culturas anteriores se ha podido percatar
de que la única gran diferencia entre nuestros antepasados y nosotros, desde el punto de vista de civilización, es la energía empleada para su desarrollo. Hoy tenemos energía eléctrica para iluminar la casa cuando antes se usaban antorchas, nos movemos en trenes de alta velocidad cuando antes viajábamos en convoyes de carromatos, enviamos correos electrónicos cuando antes mandábamos a un esclavo con los mensajes... Las necesidades son idénticas, pero se resuelven de acuerdo con la energía disponible. Estas imágenes muestran exactamente lo mismo. A la izquierda, por ejemplo, una ópera del año 2000 ha sustituido a la orquesta por los instrumentos que tocan por sí solos controlados por una manivela que maneja su director. Cuántos espectáculos musicales no vemos hoy día en los que el uso y abuso del playback es moneda corriente... Côté adelantó también una característica de nuestra actual producción alimentaria que todavía no ha sido reconocida como un grave problema (al fin y al cabo, somos lo que comemos) a pesar de que cada vez más estudios indican que numerosas enfermedades actuales tienen mucho que ver con algunos procesos industriales del sector, por no hablar de la adecuadamente llamada
comida basura o chatarra. Entre esos procesos cobra especial importancia los excesos de productividad en las granjas de las grandes empresas del sector. Por ejemplo, esos demenciales campos de concentración para aves donde se apiñan miles de gallinas para mejor "exprimir" su capacidad ponedora. Nuestro ilustrador francés lo representó como lo vemos a la derecha, con una inocente granjera metiendo los huevos en una máquina que hacía las veces de incubadora gallinácea para acelerar el proceso de crecimiento de los animales, los cuales, tras alimentarse con un pienso especial, crecen y engordan con mayor rapidez.
En fin, entre las múltiples estampas que nos dejó la imaginación de hace un siglo también tenemos todo un clásico: el de la educación supuestamente mejorada,
en realidad dirigida para convertir a los alumnos en futuros y obedientes esclavos del sistema a través del "lavado de cerebros" más peligroso de todos: aquél que no está considerado como tal. Son muy llamativas las figuras de los estudiantes correctamente sentados con los cascos sobre sus cabezas introduciendo en su mente los mandatos que deberán cumplir durante su vida adulta para ser considerados gentes de provecho. Eso por no hablar de la cara de satisfacción de un profesor perezoso, que ya no tiene necesidad de luchar a diario con la clase pues lo único que precisa es arrojar los libros al interior de la máquina significativamente accionada por uno de los alumnos (el más burro de la clase, se supone). Si esta ilustración hubiera incluido una o varias pantallas para uso de los chavales, como la que aparece en la videollamada que examinamos antes, el acierto habría sido completo y aún más rotundo.
Hay un denominador común en estos dibujos: todos ellos nos hablan de previsiones tecnológicas, no humanas propiamente dichas. No se destaca en ellos, ni siquiera en el de la ópera automatizada o en el de la villa rodante, ese joie de vivre que se supone deberían ofrecer tantos avances materiales a las personas encargadas de disfrutarlos.
Son previsiones para máquinas, no para seres humanos.
Con el teléfono patentado y el cine recién inventado, era inevitable pensar también en el momento en el que ambas tecnologías convergieran. El año 2000 era un buen momento para que funcionara algo parecido a lo que vemos a la derecha: una auténtica videollamada estilo steampunk en la que el señor cómodamente instalado en su sillón podía hablar por una trompetilla y escuchar por otra a la señora que iba por la calle en una especie de pantalla-armario. Llama la atención que la señora pueda comunicarse sin necesidad de los mismos aparatos, por otra parte tan complicados que necesitan de un asistente especializado para manejarlos, o tal vez Côté no consideró importante representarlos "al otro lado". Exactamente lo que están haciendo los personajes del dibujo es lo que hacemos hoy con nuestros smartphones, sin ir más lejos, aunque no precisamos de tantos artilugios ni mucho menos de un ayudante para manejarlos. Claro que en aquella época Europa seguía siendo la cabeza del mundo y nadie previó que allá en el Lejano Este, una horda de habilidosos asiáticos sería capaz de revolucionar la industria internacional copiando las técnicas occidentales y abaratándolas hasta lo indecible gracias a la miniaturización para conquistar luego los mercados con sus productos.
Y es que muchos de los inventos que recoge este ilustrador francés no son nuevos, desde el punto de vista de la idea. Sólo es diferente la forma de desarrollarlos. Cualquier viajero experimentado y un poco perspicaz que haya recorrido los países que albergan ruinas de culturas anteriores se ha podido percatar
de que la única gran diferencia entre nuestros antepasados y nosotros, desde el punto de vista de civilización, es la energía empleada para su desarrollo. Hoy tenemos energía eléctrica para iluminar la casa cuando antes se usaban antorchas, nos movemos en trenes de alta velocidad cuando antes viajábamos en convoyes de carromatos, enviamos correos electrónicos cuando antes mandábamos a un esclavo con los mensajes... Las necesidades son idénticas, pero se resuelven de acuerdo con la energía disponible. Estas imágenes muestran exactamente lo mismo. A la izquierda, por ejemplo, una ópera del año 2000 ha sustituido a la orquesta por los instrumentos que tocan por sí solos controlados por una manivela que maneja su director. Cuántos espectáculos musicales no vemos hoy día en los que el uso y abuso del playback es moneda corriente... Côté adelantó también una característica de nuestra actual producción alimentaria que todavía no ha sido reconocida como un grave problema (al fin y al cabo, somos lo que comemos) a pesar de que cada vez más estudios indican que numerosas enfermedades actuales tienen mucho que ver con algunos procesos industriales del sector, por no hablar de la adecuadamente llamada
comida basura o chatarra. Entre esos procesos cobra especial importancia los excesos de productividad en las granjas de las grandes empresas del sector. Por ejemplo, esos demenciales campos de concentración para aves donde se apiñan miles de gallinas para mejor "exprimir" su capacidad ponedora. Nuestro ilustrador francés lo representó como lo vemos a la derecha, con una inocente granjera metiendo los huevos en una máquina que hacía las veces de incubadora gallinácea para acelerar el proceso de crecimiento de los animales, los cuales, tras alimentarse con un pienso especial, crecen y engordan con mayor rapidez.
En fin, entre las múltiples estampas que nos dejó la imaginación de hace un siglo también tenemos todo un clásico: el de la educación supuestamente mejorada,
en realidad dirigida para convertir a los alumnos en futuros y obedientes esclavos del sistema a través del "lavado de cerebros" más peligroso de todos: aquél que no está considerado como tal. Son muy llamativas las figuras de los estudiantes correctamente sentados con los cascos sobre sus cabezas introduciendo en su mente los mandatos que deberán cumplir durante su vida adulta para ser considerados gentes de provecho. Eso por no hablar de la cara de satisfacción de un profesor perezoso, que ya no tiene necesidad de luchar a diario con la clase pues lo único que precisa es arrojar los libros al interior de la máquina significativamente accionada por uno de los alumnos (el más burro de la clase, se supone). Si esta ilustración hubiera incluido una o varias pantallas para uso de los chavales, como la que aparece en la videollamada que examinamos antes, el acierto habría sido completo y aún más rotundo.
Hay un denominador común en estos dibujos: todos ellos nos hablan de previsiones tecnológicas, no humanas propiamente dichas. No se destaca en ellos, ni siquiera en el de la ópera automatizada o en el de la villa rodante, ese joie de vivre que se supone deberían ofrecer tantos avances materiales a las personas encargadas de disfrutarlos.
Son previsiones para máquinas, no para seres humanos.