Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 26 de febrero de 2016

La realidad virtual del señor Montaña de Azúcar

Sin duda, ésta es una de las fotografías más espantosas que he visto en los últimos años. Motivo por el cual he decidido traerla aquí y exponerla en este tamaño excesivo, en comparación con el habitual de las fotos reproducidas en este blog gracias a la generosidad de ese inmenso archivo de imágenes que es Internet, con el fin de tenerla especialmente presente. ¿Es peor que esas escenas terribles de asesinatos, hambre, terrorismo o catástrofes naturales que vemos a diario en los medios de comunicación y que han dejado tan anticuado el concepto de las películas snuff? Sí, mucho más. Porque todos esos horrores pasan constantemente en el mundo de la materia, donde la guerra es la ley y estamos enfrentados a diario a numerosas agresiones que forman parte del Gran Juego. Y aunque por naturaleza el homo sapiens tienda a imitar a su pariente el homo pan invirtiendo el mayor tiempo posible en divertirse y vaguear, la Naturaleza saca el látigo de vez en cuando para recordar quién manda y no hay más remedio que reaccionar. Pero la fotografía de arriba significa otra cosa: implica la rendición absoluta, la entrega con armas y bagajes y por tanto la esclavitud definitiva, que tenemos mucho más cerca de lo que muchos piensan. De hecho, su potencia simbólica ha causado tal revuelo que podría decirse que a Mark Zuckerberg le ha salido el tiro por la culata, vistas las reacciones que ha generado en Internet.

Como seguramente a estas alturas ya sabrán muchos de los lectores de esta bitácora (y si es que no, deberían replantearse si lo están haciendo bien con vistas a presentarse algún día al examen de selectividad de la Universidad de Dios), es el propio Zuckerberg (amo y señor de Facebook, esa base pública de datos y espionaje que ha dejado obsoletos los sistemas del FBI, el MI6, el Mossad y el resto de fisgones habituales) quien camina, sonriente y pagado de sí mismo, en medio del bosque de cabezas absortas cada una de ellas por el más moderno equipo de realidad virtual de la marca Samsung en el Mobile World Congress de Barcelona hace unos días. 

El señor Montaña de Azúcar (no sé por qué no me sorprende que se apellide como el veneno adictivo más potente entre todos los que están legalizados a día de hoy) fue la sorpresa que el gigante surcoreano tenía reservada para los periodistas especializados que asistían a la presentación de las novedades y que no se enteraron de su aparición cuando caminaba a su lado porque estaban precisamente hipnotizados por el mundo virtual. Zuckerberg hizo una entusiasta defensa del mismo pronosticando que "cambiará la forma en la que las personas trabajamos y nos comunicamos". Y lo asumió como parte de su estrategia de domin..., de conexión del planeta, insistiendo una y otra vez en que todavía hay unos 4.000 millones de personas que viven ajenas a la red, cuando"todo el mundo tiene derecho a tener Internet". Aunque creo que lo que quería decir en realidad es que todo el mundo tiene derecho a estar conectado a Facebook todo el día. De hecho, la mejor prueba de que sus intenciones no son tan filantrópicas como suele venderlas, es su intención de lanzar, previo pago, un satélite para dar cobertura a África. Nadie regala nada y los millonarios dueños de multinacionales, menos todavía.

Hay otro horizonte tecnológico asociado a todo esto y es el de la inteligencia artificial, en cuyo desarrollo sigue implicada una enorme cantidad de mentes tan brillantes como ignorantes de lo que traerá consigo, a las que personalmente les sugeriría que se dedicaran a otros campos científicos. Zuckerberg también se refrió a ello, por supuesto, al advertir de que, aun siendo "crucial en el futuro", aún tiene que desplegarse mucho más pues "todavía es pronto". Y, además, esto es lo importante, "no es el final del camino". En estas ocasiones pienso que quizá fuera 
un buen ejercicio de reflexión para esta gente la publicación de un libro que incluyera la experiencia personal de todos aquellos expertos que contribuyeron a construir las armas nucleares y que luego tuvieron oportunidad de ver lo que su trabajo hizo sobre Hiroshima y Nagasaki. ¿Cuántos de ellos habían sido conscientes, mientras trabajaban en el proyecto Manhattan, de que estaban colaborando en el desarrollo de un arma tan criminal? ¿Cuántos descubrieron en qué consistía el horror atómico cuando vieron las fotos de gentes muertas o deformadas horriblemente, en medio de las ciudades arrasadas? ¿Cuántos pudieron conciliar el sueño o perdonarse a sí mismos a partir de entonces? Apenas tenemos algunas opiniones de Einstein o de Oppeheimer, como aquella famosa de "me he convertido en la muerte, en el destructor de mundos"; aunque al igual que otros científicos antes y después que él Oppenheimer optó por encoger los hombros y mirar para otro lado a la hora de asumir su responsabilidad histórica. Eso lo dejó en manos del etéreo "pueblo norteamericano" y los no menos etéreos "representantes por él elegidos". Es como el incendiario que desata un fuego en el bosque y luego argumenta que la responsabilidad de apagarlo no es suya sino de la sociedad.

Porque la combinación de lo virtual con la inteligencia artificial sería (será, al paso que vamos) la forma ideal y definitiva de la esclavitud. El homo sapiens controlado, manejado, conducido y a merced absoluta de la máquina. O de quien maneje a la máquina. En todo caso, esclavo para siempre.

La foto que encabeza este artículo es el aviso de lo que viene y fue el propio master and commander de Facebook, o quien le lleve sus perfiles, quien la subió a Internet (la soberbia es el pecado más característico del diablo, dicen los teólogos) para ilustrar sus ensoñaciones de "un mundo unido, amigable y en paz, progresando hacia el futuro gracias a las redes" y demás lugares comunes. Pero es tan poderosa y tan evidente que generó todo lo contrario de lo que deseaba: un aluvión de comentarios en contra de lo que significa, además de todo tipo de descalificaciones contra el futuro orwelliano que tanto parece agradar a Zuckerberg. Lo más curioso es que las quejas se multiplicaron a través de las cuentas que los propios usuarios tienen y utilizan habitualmente en las redes sociales, empezando por Facebook, lo que parece llevar asociado por su parte una morbosa sensación de desánimo y de "no podemos detener esto", de entregarse sin pegar un solo tiro. O, como me reprochaba un dormido homo sapiens esta misma semana: "¿Por qué te preocupas tanto por si en el futuro nos dominan las máquinas? Si, total, ya estamos prácticamente dominados, entre móviles, televisiones y demás..." Así lo creía él y no le preocupaba en absoluto, lo que demuestra a las claras su nivel de inconsciencia. Y de rendición: en efecto, esta persona es ya un esclavo, aunque crea ser libre.

He tenido oportunidad de probar varios dispositivos de este tipo en estos últimos dos años y la experiencia es devastadora, por lo inmersivo. Doy fe. Me he asustado subiendo y bajando a velocidad de vértigo por montañas rusas imposibles, he navegado pacíficamente a través de un complejo de ríos y lagos, me he sentado a ver televisión en un salón enorme con una pantalla gigantesca, he viajado a través del sistema solar en una nave monoplaza... Todo ello sin moverme de una silla normal y corriente, porque la inmensa mayoría de impresiones sensoriales de una persona sana penetran a través de los ojos y mis ojos estaban capturados por las gafas de realidad virtual. Son ahora mismo el nuevo gran objetivo de la industria y pronto veremos fuertes campañas publicitarias para obligar a todos los ciudadanos a adquirir y "disfrutar" de su propio dispositivo. Y ése sólo será el comienzo. Los armatostes hoy existentes se reducirán de tamaño progresivamente a medida que avance la tecnología y en un futuro no muy lejano en lugar de esa especie de binoculares capados conectados por cable a una consola dispondremos de lentillas fáciles de poner (quizá no tanto de quitar) que, sumadas a trajes especiales para vestir a propósito, permitirán que una persona esté físicamente en un lugar y mentalmente en otro muy distinto.

Nada peor para destrozar el buen funcionamiento del cerebro humano que disociarlo de esta manera. Los expertos saben bien cómo se pueden crear "agentes dormidos", desdoblando la personalidad de personas corrientes de manera que una inocente ama de casa o un inofensivo ejecutivo alberguen dentro de sí una o más personalidades que pueden ser "disparadas" en el momento adecuado con el fin de convertir a sus identidades habituales en un auténtico peligro, siempre que se conozca el código para ello. A veces me he preguntado si el hecho de que J.D.Salinger no llegara a publicar ninguna otra novela en vida se debió al conocimiento -y el horror que ello le produjo- de que El guardián entre el centeno fuera tan utilizada como uno de estos códigos por ciertos servicios secretos norteamericanos, según tantos estudiosos de la materia... Por supuesto, no hace falta convertir a la persona en psicópata: la disociación mental es útil simplemente para tener bajo control a la ciudadanía. El clásico advierte de que la unión hace la fuerza, lo que indudablemente confiere valor a la frase antónima...

Sumemos a eso la susodicha inteligencia artificial porque en el futuro puede que ni siquiera se permita escoger a la gente cómo quiere destrozar su mente, sino que sean las máquinas las que le indiquen la mejor forma según convenga al sistema. Cada vez más dispositivos tienen mayor grado de IA, como demuestra el mismo Mobile World Congress, donde otro de los temas estrellas ha sido la aplicación de programas "cognoscitivos" o, lo que es lo mismo, capaces de recopilar información de sus usuarios, analizarla y almacenar sus conclusiones para adaptarse específicamente a ellos y adelantarse a sus deseos sugiriéndoles planes y actividades concretas sin que sus dueños se lo pidan. Esta misma semana se ha presentado por ejemplo una app para teléfonos móviles diseñada específicamente para testear el estado de ánimo de una persona. Emotion Sense, que así se llama el programa, ha sido alumbrado en la universidad de Cambridge y como suele suceder en estos casos es de distribución gratuita (es increíble pero muy cierto que a estas alturas haya tanta gente usando programas gratuitos sin preguntarse por qué lo son y dónde está su rentabilidad). Neal Lathia, uno de los investigadores de este proyecto, comentaba orgulloso cómo gracias a esta innovación todos los datos volcados por el usuario en su teléfono "inteligente" son transformados en "información que sirve como herramienta médica y psicológica" interactuando con el propietario...

El ciudadano medio contemporáneo posee dos etiquetas clásicas para la esclavitud cuando piensa en ese concepto: la situación de los esclavos negros en las plantaciones del sur de los Estados Unidos y la de los esclavos de griegos y romanos de la antigüedad. Gracias a las obras de ficción y, sobre todo, a las películas y la televisión, las mentes contemporáneas tienen asociado ese concepto a circunstancias negativas y deleznables como la brutalidad, los abusos físicos y sexuales, la miseria y la pobreza. Y qué duda cabe que algunos amos tanto en una época como en otra (como en el resto de épocas históricas que nos han precedido) actuaron como auténticas bestias con sus esclavos, pero la mayoría no lo hizo así. Al contrario: alojaban, alimentaban y cuidaban a sus esclavos y en algunas casos hasta les permitían liberarse y promocionarse (véase el caso de mi querido Epicteto, un liberto famoso donde los haya, o de las leyes que en la Antigua Roma permitían a un hombre pobre venderse a sí mismo como esclavo porque así tenía mejor vida garantizada que si seguía viviendo independiente). Los amos no trataban con corrección a sus esclavos, casi nunca, por aquello de los derechos humanos o la igualdad entre los hombres..., sino porque los esclavos eran sus propiedades. Y propiedades útiles, productivas. Que, además, no salían baratas en el mercado. Así que era una completa estupidez gastarse un dineral en un esclavo para luego maltratarlo y destrozarlo en poco tiempo. Es como si hoy día alguien se comprara un automóvil y luego se dedicara a rayarlo, golpearlo y empotrarlo contra una pared por simple diversión.

Hoy pasa lo mismo. Los Amos que controlan esta sociedad ya tienen a la mayor parte de la gente esclavizada a través de la televisión, las drogas, el alcohol, el sistema financiero y algunas otras estrategias más o menos conocidas. Pero aún de todo esto puede uno despertar y descubrir que da igual vivir en el siglo XXI que en el XIX o en el II, porque la esclavitud sigue existiendo de una u otra forma. Y que ahora es aún peor, pues la mayor parte de los esclavos no saben que lo son y por tanto no van a intentar mejorar su situación y mucho menos a intentar escapar de la cárcel.

Si la combinación de realidad virtual e inteligencia artificial se apoderan finalmente del mundo en el que vivimos, la esclavitud desaparecerá. Esto es, la palabra esclavitud desaparecerá para siempre. Sin embargo, el hecho que define esa palabra será más rotundo que nunca, si bien sustituido por algún otro término o conjunto de términos adecuado como por ejemplo éxito de socialización.







viernes, 19 de febrero de 2016

Mi casa nueva

Tengo que reconocer que la casa es bonita, más de lo que podría haberme imaginado. No sólo eso, es amplia. Nunca he soportado los espacios angostos, los pisos estrechos..., esa sensación de que las paredes se te caen encima. ¡Pero si donde vivía antes subía y bajaba todos los días por las escaleras, por no meterme en esa caja traqueteante que los vecinos llamaban ascensor, y eso que era una cuarta planta! Eso sí: la casa nueva está un poco más vacía de lo que me gustaría, con un interiorismo minimalista que incluye estanterías con libros falsos, de los que hacen bonito pero que sólo son lomos. No sé hasta qué punto se puede solucionar eso. Mis actuales caseros no comparten en absoluto mis gustos domésticos. De hecho, no me han consultado para nada la decoración..., ni ningún otro detalle relacionado con la vivienda.

La gran pantalla de televisión del salón de abajo, sin ir más lejos. Es muy llamativa. Parece un cine, pero cuando la enciendes no hay manera de sintonizar ningún canal. Y mira que lo he intentado veces. Lo único que sale es una imagen estúpida repetida mil veces, como uno de esos pequeños videos de Twitter que se supone son muy graciosos pero que al final aburren porque nunca se terminan. Parece una secuencia extraída de una película del Oeste: un tipo con sombrero al que echan a puñetazos del clásico saloon, cae hacia atrás con las puertas de la entrada batiendo como locas. La primera vez que vi la escena me quedé perplejo. El vaquero, o lo que fuera, sale proyectado -se adivina el puño de su enemigo, entre las sombras del interior-, tropieza y se derrumba sobre el fango en la calle mientras un caballo atado junto a la puerta se encabrita. Entonces de repente el tipo con sombrero vuelve a aparecer cayendo, tambaleándose y de nuevo al fango. Y el caballo asustado. Y una vez más vuelve a pasar lo mismo. Y otra. Y otra más. Y no sé cuántas veces más. Y siempre pasa lo mismo.

Como nunca me ha gustado la televisión, termino por apagarla. Y disfruto de la casa en sí que, insisto, es muy grande para mí solo. En el piso de abajo, además del salón donde está el aparato y que es lo suficientemente grande como para montar una mesa de ping pong y jugar cómodamente con el público distribuido en el sofá y los sillones,  hay un amplio recibidor, un guardarropa que no uso porque tengo muy pocas prendas y un cuarto de baño. Hay otra habitación con un comedor pequeño que también podría utilizar como despacho, si tuviera ganas o necesidad de trabajar a estas alturas, pero la verdad es que en este momento no tengo ni una ni otra cosa así que prácticamente no la he pisado en el tiempo que llevo aquí.

Lo que me encanta, lo reconozco, es la escalera interior, igualita que las de las casas de las películas norteamericanas, con su barandilla trabajada y todo. Es amplia y, sobre todo, es cómoda, aunque hubiera preferido una alfombra o, mejor, la madera vista en lugar de la moqueta. Me gusta el color, pero desconfío de esos criaderos de ácaros. Y lo mejor de todo está en el piso de arriba, con un dormitorio que es espectacular, muy trabajado. Hay que ver esa maravillosa cama de matrimonio de la que por cierto me hubiera gustado disponer hace sólo un par de 
años atrás, durante los meses que estuve con Hilde, la checa que vivía dos pisos más arriba en mi antigua dirección. Esa mujer estaba como un queso y además hacía honor a la fama de volcánicas que tienen las mujeres pelirrojas. Demasiado volcánica, como supe más tarde, al sorprenderla en mi propia cama con un fulano que yo no conocía de nada un día que, estando en la oficina, me sentí indispuesto y con décimas de fiebre y decidí irme a casa a la hora de comer, en lugar de hacerlo a las ocho de la tarde, como de costumbre...

Además del dormitorio principal, arriba hay otro secundario, un cuarto de baño más grande que el de abajo con su jacuzzi y todo y un acceso a una magnífica terraza donde no me importaría tomar el sol si aquí no estuviera siempre nublado. Ah, se me olvidaba: también dispongo de un sótano, un poco espartano, pero que convenientemente amueblado y aprovisionado podría muy bien servir como una bodeguita particular a la que invitar a un grupo de amiguetes para pasarlo bien.

Sí, a mí también me llamó la atención al principio la ausencia de cocina... Pero teniendo en cuenta que todos los días me traen desayuno, comida, merienda y cena hechas, no es algo por lo que me preocupe demasiado. Aunque la alimentación es tal vez lo peor en mi casa nueva, porque los manjares que me sirven a diario son ficticios. Quiero decir: todo tiene un aspecto delicioso pero a la hora de la verdad la comida es siempre la misma presentada de distintas maneras. Por ejemplo, un pollo asado. Huele que alimenta, presentado con su guarnición de patatas fritas y de verduritas. Pero en cuanto trato de cortarlo con cuchillo y tenedor, desaparece la ilusión: el pollo no es tal, sino una carcasa gelatinosa rellena de una especie de puré blanquecino y muy soso que al final acabo comiéndome con cuchara. Espera, que en lugar de pollo me han puesto un plato de salmón ahumado con su toquecito de eneldo y las correspondientes rebanadas de mantequilla... Pues lo mismo, cuando voy a catarlo es la misma gelatina rellena de puré aunque esté presentada como si fuera salmón. Todo es igual, da lo mismo que se trate de una merluza al horno, un steak tartar, una ensalada de endibias o una macedonia. ¡Si hasta las lentejas son pequeños glóbulos gelatinosos rellenos del mismo puré! Y con las bebidas pasa algo parecido. Vino, cerveza, refrescos, licores..., parecen eso cuando los veo y cuando me sirvo en mi vaso pero en el momento de beberlo, todo es agua. No bebo más que agua.


La casa está rodeada de un jardín no demasiado extenso pero lleno de flores, bien cuidado. En el porche hay una tumbona que es uno de mis sitios preferidos: me regalo unas siestas inenarrables allí después de comer. En la parte de atrás hay un patio con una canasta colgada en la pared y de vez en cuando encesto unas bolas jugando conmigo mismo pero me canso enseguida, me aburre jugar solo.


Creo que mis caseros detectaron eso y por eso me procuraron compañía, aunque no estuvieron muy acertados. Aún no me conocen lo suficiente como para adaptarse a mis gustos, si bien hay que reconocer que dedican bastante tiempo y esfuerzo a estudiarme para conseguirlo. El caso es 
que un día me trajeron a una señora mayor. 

Debía tener unos ochenta años y, aunque parecía en buena forma para su edad, estaba aterrorizada. Me la encontré en el dormitorio, después de una siesta. La habían dejado allí vestida apenas con un camisón sexy, lleno de transparencias, que le confería un aspecto grotesco. Debió pensar que yo era un perturbado, el jefe de una banda de violadores de ancianas o algo así. La pobre temblaba, por el miedo y por el frío. Traté de tranquilizarla pero cuando me acerqué a ella se desmayó. En realidad le dio un ataque al corazón y allí se quedó la pobrecita, mientras yo la miraba sin saber qué hacer. Desapareció poco después, mientras yo vomitaba en el cuarto de baño.

Me gustaría poder comunicarme con mis caseros para explicarles lo que necesito exactamente. No me importa haber sido abducido por una raza extraterrestre, ni que me expongan en este zoológico de animales cósmicos montado en un planeta que no sé ni cómo se llama, encerrado como estoy en esta réplica de una vivienda real de la Tierra. Ya ni siquiera me fijo en los extraños y babosos seres que me observan desde el otro lado de las planchas de cristal y que comentan asombrados mis diferencias físicas en relación consigo mismos. Ésta es una vida cómoda y estoy dispuesto a servirles de entretenimiento durante el resto de mi vida pero, ¡madre de Dios!, que me traigan una chica joven y guapa al menos para pasar el rato. Podrían abducir a una como Hilde, por ejemplo. O que me instalen una consola de videojuegos, al menos, para matar el tiempo en mi casa nueva.







viernes, 12 de febrero de 2016

Fugas y evasiones de la Segunda Guerra Mundial

Acabo de publicar mi nuevo libro sobre una de mis épocas favoritas: Fugas y evasiones de la Segunda Guerra Mundial en Redbook Ediciones. Se trata de un ensayo de divulgación con algunas de las historias más interesantes y, en general, poco conocidas por la mayor parte del público acerca de sucesos en prisiones, cárceles y campos de concentración de todos los países implicados en ella. Sí, por supuesto que soy un friki de todo aquello que sucedió entre 1939 y 1945... ¿Puede alguien en su sano juicio dejar de serlo? Estamos hablando del conflicto global más decisivo de la Historia conocida (ojo: de la conocida, no de las guerras de la verdadera Antigüedad, que no están oficialmente registradas..., aunque la Tradición sí habla de ellas en voz baja), que por cierto es el eco más reconocible en nuestro planeta de esa Guerra Eterna que el homo sapiens desconoce a pesar de que el cosmos entero es su campo de batalla. Por muy espectaculares, sangrientas o determinantes que fueran las batallas del imperio romano, de las cruzadas, de la conquista de América o de las guerras por la independencia al otro lado del Atlántico, nunca antes los Amos habían propiciado tanto derramamiento de sangre, tanto sufrimiento, tanto dolor..., en tan poco tiempo y en tantas partes de la Tierra a la vez, para alimentar y fortalecer a su pavoroso Moloch y de paso progresar espectacularmente en su objetivo final de dominio del planeta (objetivo baldío, en todo caso; ellos están convencidos de que ganarán, pero el apelativo de "eterna" posee un significado bastante exacto).

En realidad, y como su nombre indica, la Segunda Guerra Mundial es la segunda parte, la continuación de un conflicto que no terminó como suele decirse en 1918. Antes bien, se recrudeció por diversos métodos. Cuando los cañones callaron al final de la Gran Guerra (como entonces se llamaba a lo que hoy denominamos Primera Guerra Mundial), Alemania no había sido derrotada como se enseña erróneamente en tantos libros de Historia. Al contrario, había salido victoriosa en el frente del este pues, tras el golpe de Estado alimentado especialmente por los comunistas que destruyó el autoritario régimen zarista de Rusia para sustituirlo por la esclavizante 
dictadura de la Unión Soviética, Moscú firmó su rendición. Y, en el frente del oeste, las líneas se hallaban estabilizadas en la exasperante, devastadora e inmovilizadora guerra de trincheras que franceses y británicos esperaban volcar a su favor con la llegada de los refuerzos norteamericanos..., que serían compensados por la llegada de los millones de soldados alemanes que estaban abandonando el este, donde ya eran innecesarios. No llegó a dispararse un tiro en territorio germano y las batallas se sucedieron sobre todo en suelo francés. De hecho, lo que se firmó en el hoy conocido como "claro del armisticio" en el bosque de Compiègne el 11 de noviembre de 1918 no fue la rendición de Alemania sino, como bien claro aparece también en este caso, el armisticio de la guerra. Y para los perezosos que no se toman la molestia de utilizar los diccionarios, habrá que recordar que un armisticio no es sino una tregua, una suspensión de hostilidades que en absoluto equivale a un reconocimiento de una victoria o un tratado de paz o cualquier documento similar. 

En resumen, Alemania no perdió la Primera Guerra Mundial. Tampoco pudo ganarla, pero no sólo por las razones que suelen argüirse, generalmente relacionadas con la presunta gran superioridad militar anglofrancesa, sino también por la ineptitud del liderazgo del Kaiser Guillermo II y por la contaminación en su administración de un elevado número de infiltrados que minaron a la propia Alemania desde dentro hasta que lograron desmoronar sus estructuras internas. Es un tema largo y complejo para explicar aquí pero está al alcance de cualquiera que sepa leer y tenga el tiempo suficiente para examinar las numerosas obras publicadas al respecto y casar las piezas. 

El hecho es que la guerra continuó de muchas otras formas, empezando por las políticas y diplomáticas con el nefasto Tratado de Versalles (uno de los documentos más perversos jamás concebidos en tiempos modernos, como reconocieron incluso líderes de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial), continuando con las económicas (por ejemplo, es poco conocido, pese a ser un hecho histórico, el bloqueo al que la flota británica sometió a Alemania durante mucho tiempo tras el supuesto final de las hostilidades, que causó una hambruna con terribles cifras de mortalidad en el centro de Europa) y financieras (resulta sumamente revelador cómo las películas contemporáneas ambientadas en la llamada "Alemania de Weimar" o de "entreguerras" nunca reflejan la espantosa hiperinflación y sus consecuencias de elevada miseria y pobreza, con que los banqueros anglofranceses obsequiaron durante años a sus vecinos germanos; una situación en la que los billetes de marcos alemanes valían menos que el papel pintado utilizado para empapelar pisos) y por supuesto las culturales (no sólo con la inmensa producción de documentos, folletos, obras de teatro y todo tipo de expresiones artísticas dedicadas a culpabilizar exclusivamente por lo ocurrido a los alemanes, sino por la financiación y promoción de multitud de actividades de carácter nihilista, pornográfico o simplemente chabacano, que sustituyeron a otro tipo de espectáculos como los de música clásica o las veladas literarias, con objeto de devaluar su moralidad, su espíritu y su visión de la vida como algo que merece la pena de verdad). 

Así que, en cierta forma, la Segunda Guerra Mundial resultó inevitable, aunque las circunstancias que la rodearon y propiciaron, así como algunos factores imprevistos por los manipuladores de títeres, complicaron y alargaron el resultado final. ¿Final? Muchas cosas cambiaron en 1945, no sólo en el plano militar. Y todas ellas fueron posibles por el resultado de la guerra. La crisis de valores y de identidad, mucho más grave que la económica, que padece hoy Occidente es consecuencia lógica de lo ocurrido. Estoy convencido de que, cuando los homo sapiens del futuro estudien el siglo XX -si es que quedan homo sapiens para entonces, que ésa es otra cuestión- fijarán ese año de ese siglo como la fecha clave para cambiar desde la hoy conocida como Edad Contemporánea a la, por ejemplo, Edad Postcontemporánea, igual que se se toma la caída del imperio romano de Occidente como el comienzo de la Edad Media o la caída de Constantinopla como el comienzo de la Edad Moderna.

Pero volviendo a mi libro ("yo he venido aquí a hablar de mi libro" y otros tópicos del momento), se trata del segundo que publico con Redbook Ediciones, antes Robinbook Ediciones, dentro de su colección Historia Bélica, tras Lucharon en batallas decisivas (que apareció en diciembre de 2013) y, quién sabe, tal vez no sea el último (ya puedo ver a millones de lectores gritando: "¡Queremos la trilogía, queremos la trilogía!"...). Como su nombre indica, se trata de repasar, analizar y explicar algunas de las fugas más interesantes de la época, algunas de las cuales son bastante conocidas por sus versiones cinematográficas en películas como El puente sobre el río Kwai o La gran evasión. Sin embargo, el gran valor de este libro -en mi humilde opinión- es que incluye muchas otras historias que el lector no encontrará fácilmente en textos parecidos de divulgación masiva, donde no aparecen porque empañan la imagen duramente trabajada durante tantos decenios por los vencedores de la guerra según la cual los que ganaron fueron, todos ellos, héroes inteligentes, valerosos y humanos mientras que los que perdieron fueron, todos ellos, criminales malvados, cobardes y despiadados. Un repaso desprejuiciado a lo que sucedió (ya va siendo hora, ¿no? han pasado más de 70 años del final oficial, de la rendición -esta vez sí, rendición- de Alemania) que nos pasea por campos de concentración alemanes pero también británicos, japoneses, soviéticos y, sí, también norteamericanos.

Así, en Fugas y evasiones de la Segunda Guerra Mundial, el lector encontrará argumentos vitales asombrosos pero muy reales, como el amor prohibido entre un guardia de las SS de Auschwitz y una presa judía allí encerrada, la explicación de por qué un gánster tan famoso -y peligroso- como Lucky Luciano fue puesto en libertad por el gobierno norteamericano a pesar de su larga condena por su amplísimo historial criminal, la casi interminable caminata de miles de kilómetros para huir de una de las prisiones del Gulag soviético, la huida masiva más sangrienta de toda la guerra que fue protagonizada por prisioneros japoneses, las añagazas de un aventurero sacerdote irlandés para esconder y ayudar a numerosos perseguidos por la Gestapo en Roma o el odio mortal de Eisenhower que propició una matanza solapada de prisioneros alemanes en uno de los episodios más vergonzosos -y escondidos- de la postguerra en Europa.

Faltan historias, siempre faltan historias, porque el espacio es limitado y porque no hay afán enciclopédico, pero en general estoy bastante contento con el resultado del libro. Espero que los lectores también.



viernes, 5 de febrero de 2016

Por qué soy vikingo

Comentándome su opinión sobre mi novela La tumba de Gerión (GoodBooks Editorial) un viejo amigo me aseguró en cierta ocasión que se había reído mucho con la presentación de Heródoto, Platón y Lixes en el primero de los capítulos en los que aparecen los protagonistas de la parte griega de la trama. Le había sorprendido la naturalidad con la que actuaban, Heródoto con su pedantería infantil y Platón escupiendo huesos de aceituna mientras bebía vino, porque la imagen de los personajes contrastaba mucho con el recuerdo canónico que guardaba en su memoria. Agradecí que apreciara el esfuerzo de humanización literaria porque es algo que suelo echar en falta personalmente cuando leo una novela -o veo una película- de género histórico, esté ambientada en la época en que esté. Demasiado a menudo, los autores se olvidan de que las princesas egipcias, los caballeros medievales o los granaderos napoleónicos eran gente común y corriente y por tanto hablaban y se comportaban como gente corriente, no como fabricantes de sentencias históricas, poses para monumentos y gestos expresivos a cámara. Cuando a esa afectación se añade la manipulación histórica, por desgracia tan corriente, el resultado es desastroso y, así, terminamos por encontrar a un elevadísimo número de espectadores desinformados pero que se creen verdaderos expertos, por ejemplo, en campos de concentración porque han visto La lista de Schindler o en sociedades secretas porque han leído Ángeles y demonios.

Sucede mucho con la cultura vikinga. Aún a día de hoy, y a pesar de lo que los expertos nos han enseñado sobre ella -y de todo lo que uno mismo puede aprender sin necesidad siquiera de salir de casa, gracias a Internet-, la imagen que tienen de un vikingo el 90 %, o quizá más, de las personas que no leen o a 
las que no les interesa demasiado la Historia es la de un tipo violento, sucio, ladrón, violador, saqueador, más musculado que Conan y con el inevitable e irreal casco de cuernos coronando un pelo largo y desmarañado. No intentes hablar a estas personas acerca de la importancia de las rutas comerciales abiertas por los vikingos, su capacidad como exploradores y colonizadores desde el norte de América hasta el este de Rusia, sus avances tecnológicos como la Solarsteinn para navegar entre la niebla, su exigente código de honor, su respeto por el papel de la mujer en su sociedad, su equipo personal en los viajes en drakkar que incluía peines y cepillos de dientes o muchos otros factores por los cuales podrían considerarse más avanzados e incluso "progresistas", como se dice ahora, que casi todas sus culturas contemporáneas. No, para estas personas un vikingo siempre será una mala bestia armada con un hacha de doble filo y poco más... Tampoco es tan extraño: es lo que la sociedad lleva inculcando en la mente de la gente desde hace siglos. De hecho, sigue 
haciéndolo a veces de forma especialmente ridícula como hemos tenido ocasión de comprobar hace apenas unos días con ese movimiento de desnortados dirigido por Roos Valizadeh que se han creído la farsa de la guerra de los hombres contra las mujeres y participan en un grupo ultramachista a través de una web asombrosamente titulada El regreso de los reyes (si supieran el verdadero origen de la palabra rey...), porque para ilustrar la convocatoria de una "quedada" han utilizado la imagen adyacente, pues "todos sabemos" que los vikingos eran, por supuesto y antes que nada, muy machos.

Justo es reconocer que en los últimos años ha habido cierto intento por acercarse a la realidad vikinga gracias a una serie de publicaciones más o menos serias, a menudo impulsadas por estudiosos o eruditos cuyo linaje está en cierto modo relacionado con esta cultura. Desde el punto de vista de la  divulgación popular, lo más notable es la serie televisiva creada por Michael Hirst para The History Channel, que lleva el obvio título de Vikings y que está basada en los mitos y leyendas acerca de un famoso héroe vikingo: Ragnar Lodbrok Sigurdsson que vivió a medias entre los siglos VIII y IX después de Cristo, aunque los datos concretos acerca de su
 vida y hazañas dependen de las fuentes consultadas. Este personaje, del cual habla el mismísimo Saxo Grammaticus, está considerado como hijo del rey de los territorios hoy conocidos como Suecia y conquistador de los de Dinamarca y su vida fue plena de aventuras. Se casó con dos guerreras de renombre en su época, Lathgertha y Aslaug, y tuvo varios hijos posteriormente famosos por sus propias hazañas, antes de ser capturado por los anglos y ejecutado al ser arrojado a un pozo de serpientes venenosas. Las temporadas estrenadas hasta ahora de Vikings respetan bastante los datos históricos que conocemos acerca de los vikingos en general y de Lodbrok en particular, si bien adolecen del mismo defecto cuando se les describe como un puñado de oportunistas agresivos, salvajes y supersticiosos, que viven en un mundo gris y desagradable del que se evaden a través de sus incursiones de saqueo.

Lo cierto es que los vikingos no eran más brutales o fanáticos que sus contemporáneos "civilizados" y que hacían gala de un feroz sentido del humor y una alegría de vivir que no suelen aparecer correctamente reflejados en las obras de ficción sobre ellos y que ya hubieran querido para sí la mayoría de las cortes cristianas. De hecho, esta última característica sólo recuerdo haberla visto medianamente reflejada en la película de Richard Fleischer, rodada en 1958 y titulada -en otro alarde de originalidad- Los vikingos. Las secuencias del 
lanzamiento de hachas durante el banquete y de la danza sobre los remos del drakkar, si no han sido estrictamente ratificadas como reales, sí se aproximan a ese espíritu libre y divertido de los hombres del norte, ansiosos por beberse una vida ciertamente dura pero agradecida, que tanto les alejaba del melancólico y quejumbroso lamento judeocristiano, anclado en ese valle de lágrimas donde la culpa aparece como el único sentimiento lógico para dar sentido a la existencia. Por cierto que Kirk Douglas encarna magníficamente al líder vikingo, Einar, hijo de un Ragnar menos histórico que el de la serie de Hirst pero que igualmente muere en manos de sus enemigos en un pozo, en este caso presa de los lobos salvajes que le esperan en el fondo, en lugar de serpientes.

El autor noruego Bjørn Andreas Bull-Hansen, aquí a la izquierda, publicaba recientemente en su web una acertada reflexión sobre la fascinación que los vikingos ejercen en la actualidad en buena parte de la población, achacándola a su forma específica de ser. "Si podemos entender su mentalidad, no sólo podremos entender por qué combatieron instintivamente a los reyes cristianos sino, que más importante aún, estaremos en condiciones de adoptar esa misma mentalidad y ser así mejores hombres y mujeres". Eso sí, también advierte de que "no es una mentalidad válida para todo el mundo". Bull-Hansen la resume en siete ideas básicas:

* Prohibido rendirse. O, lo que es lo mismo, no considerar la rendición como una opción válida porque equivale no ya a ser derrotado, sino a traicionarse a sí mismo y por tanto poner fin al sentido de la propia vida. Es preferible, desde este punto de vista, ser un muerto libre, que un vivo esclavizado, algo difícil de entender para la endeble mentalidad contemporánea, aferrada a lo material. No es un sentimiento muy diferente del que disfrutaron otras viejas culturas europeas como las celtas o las hispanas, cuyos pueblos prefirieron a menudo inmolarse antes que entregarse a los invasores de la Antigua Roma. Nuestro autor noruego advierte contra la necesidad de no caer en la rigidez porque hay circunstancias vitales que requieren cierta flexibilidad pero considera esta actitud irrenunciable en lo relativo a lo que uno considera que es correcto respecto a las metas en su vida y por supuesto a su familia.

* No te arrodilles ante ningún rey. No se trata de defender la anarquía, sino de aceptar sólo la autoridad o el liderazgo de aquellas personas que realmente se hayan ganado el respeto del vikingo. Uno puede elegir obedecer e incluso arrodillarse ante un señor, pues después de todo siempre es necesario cierto consenso y jerarquía cuando uno vive en sociedad. Pero nunca por obligación: ese señor debe ser escogido, teniendo en cuenta entre otras cosas que sepa ganarse y mantener el respeto del que va a seguirle. Y aquí habría que recordar que a pesar de lo que dice la propaganda británica sobre que el supuesto primer parlamento europeo se habría reunido en Londres en la Edad Media para dar origen a la institución más moderna de diputados y senadores, los vikingos poseían mucho antes un tipo de parlamento bastante más democrático que no suele recibir demasiada importancia en las obras de ficción sobre su época: el Althing o Thing. En Islandia, colonia vikinga, aún conserva un nombre muy similar. 

* Buscar la aventura. La vida misma es la mayor de las aventuras y Europa comenzó la pegajosa decadencia en la que ahora estamos envueltos cuando sus gentes olvidaron esta simple verdad gracias a las artes de manipulación de los Amos que por desgracia dominan hoy la práctica totalidad del Viejo Continente. No, no es verdad que tengamos que pasar la vida distribuyendo nuestras jornadas entre un trabajo que odiamos hacer o que nos aburre y un hogar tan cómodo como adormecedor, donde la televisión nos convierte en modernos lotófagos como los que encontró Ulises en sus viajes. Es necesario encontrar el sentido de la existencia -que no es una entelequia, existe realmente, pero sólo está al alcance de los que osan partir en busca del Vellocino de Oro-. Todos aquéllos que han recibido la oportunidad de nacer en este mundo deberían, si fueran personas normales, estar agradecidos por la oportunidad que eso supone y dispuestos a hacer algo que merezca la pena durante el breve suspiro que dura una vida humana en el mundo de la materia.

* Afronta desafíos. En realidad, esta idea es una derivada de la anterior. Hay muchos tipos de aventuras pero todos ellos pasan por enfrentarse a retos y, cuanto más grandes, mejor. Aunque también es preciso ser realista, porque el objetivo de atacar un desafío es hacerlo con la intención de vencerlo, no de acabar derrotado, dolorido y completamente desmotivado para volver a intentarlo. Si uno es un escalador novato resulta completamente absurdo plantearse llegar a la cima del Everest. Primero habrá que entrenarse con pequeñas cimas locales, después intentarlo con montañas más altas fuera del propio país, más tarde con alturas serias ya ubicadas en el Himalaya y finalmente llegar al rey de los picos de la Tierra.

* Sabiduría equivale a riqueza. Como buenos paganos de la antigua edad europea todavía no contaminada por obsesiones orientales, los vikingos sabían que la principal riqueza no es el dinero, ni las joyas, ni siquiera el oro. Eso son sólo posesiones materiales y su recorrido es por tanto muy limitado. El conocimiento, el saber, es lo más importante. Una guerra, un accidente, una desgracia cualquiera puede arruinar a un hombre de un momento para otro por muy rico que haya sido con anterioridad, pero si ese hombre posee la sabiduría que le permitió llegar a lo más alto una vez, puede volver a hacerlo una segunda y todas las veces que haga falta. Hay que recordar que el más importante de los dioses vikingos, Wotan u Odin (en España se le conoció, según algunos documentos medievales, como Güoden o Güodan), era principalmente un buscador de conocimiento. Numerosos mitos cuentan cómo le gusta disfrazarse de vagabundo para recorrer los nueve mundos en busca de información y conocimientos, o cómo es informado a diario por sus cuervos Hugin (Pensamiento) y Munin (Memoria) acerca de lo que sucede en cualquier parte. Fue capaz de sacrificar uno de sus ojos para beber en el pozo de la sabiduría de Mimir y de colgar durante nueve noches del fresno sagrado Yggdrasil para apoderarse de las runas y su valioso significado.

* Si quieres respeto, gánatelo. Es una variante de la segunda idea y es perfectamente coherente con ella. Si uno no está dispuesto a respetar a alguien que no se lo merece, tampoco puede esperar que los demás lo respeten a él si tampoco hace lo que debe hacer para ello. Nadie es perfecto, hay que partir de esa base, y todos hemos hecho o haremos cosas de las que nadie en su sano juicio puede estar orgulloso. Pero se trata de comprender la lección: tomar nota de los errores para no volver a caer en ellos. Eso es lo que nos hará mejores personas. Y buenos vikingos. 

* Vive de forma que seas recordado positivamente. Los hombres del norte no sólo deseaban sabiduría o riquezas sino también gloria. Eso significa ser recordado como una persona digna de ser imitada, tomada como modelo por las siguientes generaciones. Y para siempre, si es posible. Bull-Hansen diferencia entre alcanzar ese tipo de gloria y disfrutar de la fama que hoy día tiene tantas personas por hacer "cosas estúpidas" (a todos se nos ocurren multitud de ejemplos extraídos de la telebasura o el libro Guinnes de los récords, por poner dos ejemplos de caladeros de famosillos) , lo cual ciertamente resulta como bien dice "muy triste".

Éstas son sus siete ideas básicas, a las que yo particularmente añadiría alguna más, como el cultivo diario del buen humor -generalmente basado en el humor negro, puesto que si no eres capaz de reírte de la vida será ella la que se ría de ti-, la adoración a la Naturaleza -expresada en un ecologismo real y no de salón como lo practican tantos que sacan pecho formalmente pero luego odian el contacto directo y profundo con el mar, el bosque o los animales- o la lealtad -a las personas, a las instituciones, a las ideas..., pero sobre todo a uno mismo, y me refiero al ser, no a la personalidad, obviamente-, por citar las primeras que se me vienen a la cabeza relacionadas también con la cultura vikinga. 


Como dice Bull-Hansen, "quizá ya estás haciendo realidad algunas de estas ideas en tu vida, quizá quieras añadir alguna más..., pero hagas lo que hagas, piensa siempre como un vikingo." Y en ésas estamos. De hecho, es la razón por la que en mi perfil de Twitter, entre otras cosas, figura la descripción: Vikingo cósmico.