Sin duda, ésta es una de las fotografías más espantosas que he visto en los últimos años. Motivo por el cual he decidido traerla aquí y exponerla en este tamaño excesivo, en comparación con el habitual de las fotos reproducidas en este blog gracias a la generosidad de ese inmenso archivo de imágenes que es Internet, con el fin de tenerla especialmente presente. ¿Es peor que esas escenas terribles de asesinatos, hambre, terrorismo o catástrofes naturales que vemos a diario en los medios de comunicación y que han dejado tan anticuado el concepto de las películas snuff? Sí, mucho más. Porque todos esos horrores pasan constantemente en el mundo de la materia, donde la guerra es la ley y estamos enfrentados a diario a numerosas agresiones que forman parte del Gran Juego. Y aunque por naturaleza el homo sapiens tienda a imitar a su pariente el homo pan invirtiendo el mayor tiempo posible en divertirse y vaguear, la Naturaleza saca el látigo de vez en cuando para recordar quién manda y no hay más remedio que reaccionar. Pero la fotografía de arriba significa otra cosa: implica la rendición absoluta, la entrega con armas y bagajes y por tanto la esclavitud definitiva, que tenemos mucho más cerca de lo que muchos piensan. De hecho, su potencia simbólica ha causado tal revuelo que podría decirse que a Mark Zuckerberg le ha salido el tiro por la culata, vistas las reacciones que ha generado en Internet.
Como seguramente a estas alturas ya sabrán muchos de los lectores de esta bitácora (y si es que no, deberían replantearse si lo están haciendo bien con vistas a presentarse algún día al examen de selectividad de la Universidad de Dios), es el propio Zuckerberg (amo y señor de Facebook, esa base pública de datos y espionaje que ha dejado obsoletos los sistemas del FBI, el MI6, el Mossad y el resto de fisgones habituales) quien camina, sonriente y pagado de sí mismo, en medio del bosque de cabezas absortas cada una de ellas por el más moderno equipo de realidad virtual de la marca Samsung en el Mobile World Congress de Barcelona hace unos días.
El señor Montaña de Azúcar (no sé por qué no me sorprende que se apellide como el veneno adictivo más potente entre todos los que están legalizados a día de hoy) fue la sorpresa que el gigante surcoreano tenía reservada para los periodistas especializados que asistían a la presentación de las novedades y que no se enteraron de su aparición cuando caminaba a su lado porque estaban precisamente hipnotizados por el mundo virtual. Zuckerberg hizo una entusiasta defensa del mismo pronosticando que "cambiará la forma en la que las personas trabajamos y nos comunicamos". Y lo asumió como parte de su estrategia de domin..., de conexión del planeta, insistiendo una y otra vez en que todavía hay unos 4.000 millones de personas que viven ajenas a la red, cuando"todo el mundo tiene derecho a tener Internet". Aunque creo que lo que quería decir en realidad es que todo el mundo tiene derecho a estar conectado a Facebook todo el día. De hecho, la mejor prueba de que sus intenciones no son tan filantrópicas como suele venderlas, es su intención de lanzar, previo pago, un satélite para dar cobertura a África. Nadie regala nada y los millonarios dueños de multinacionales, menos todavía.
Hay otro horizonte tecnológico asociado a todo esto y es el de la inteligencia artificial, en cuyo desarrollo sigue implicada una enorme cantidad de mentes tan brillantes como ignorantes de lo que traerá consigo, a las que personalmente les sugeriría que se dedicaran a otros campos científicos. Zuckerberg también se refrió a ello, por supuesto, al advertir de que, aun siendo "crucial en el futuro", aún tiene que desplegarse mucho más pues "todavía es pronto". Y, además, esto es lo importante, "no es el final del camino". En estas ocasiones pienso que quizá fuera
un buen ejercicio de reflexión para esta gente la publicación de un libro que incluyera la experiencia personal de todos aquellos expertos que contribuyeron a construir las armas nucleares y que luego tuvieron oportunidad de ver lo que su trabajo hizo sobre Hiroshima y Nagasaki. ¿Cuántos de ellos habían sido conscientes, mientras trabajaban en el proyecto Manhattan, de que estaban colaborando en el desarrollo de un arma tan criminal? ¿Cuántos descubrieron en qué consistía el horror atómico cuando vieron las fotos de gentes muertas o deformadas horriblemente, en medio de las ciudades arrasadas? ¿Cuántos pudieron conciliar el sueño o perdonarse a sí mismos a partir de entonces? Apenas tenemos algunas opiniones de Einstein o de Oppeheimer, como aquella famosa de "me he convertido en la muerte, en el destructor de mundos"; aunque al igual que otros científicos antes y después que él Oppenheimer optó por encoger los hombros y mirar para otro lado a la hora de asumir su responsabilidad histórica. Eso lo dejó en manos del etéreo "pueblo norteamericano" y los no menos etéreos "representantes por él elegidos". Es como el incendiario que desata un fuego en el bosque y luego argumenta que la responsabilidad de apagarlo no es suya sino de la sociedad.
Porque la combinación de lo virtual con la inteligencia artificial sería (será, al paso que vamos) la forma ideal y definitiva de la esclavitud. El homo sapiens controlado, manejado, conducido y a merced absoluta de la máquina. O de quien maneje a la máquina. En todo caso, esclavo para siempre.
La foto que encabeza este artículo es el aviso de lo que viene y fue el propio master and commander de Facebook, o quien le lleve sus perfiles, quien la subió a Internet (la soberbia es el pecado más característico del diablo, dicen los teólogos) para ilustrar sus ensoñaciones de "un mundo unido, amigable y en paz, progresando hacia el futuro gracias a las redes" y demás lugares comunes. Pero es tan poderosa y tan evidente que generó todo lo contrario de lo que deseaba: un aluvión de comentarios en contra de lo que significa, además de todo tipo de descalificaciones contra el futuro orwelliano que tanto parece agradar a Zuckerberg. Lo más curioso es que las quejas se multiplicaron a través de las cuentas que los propios usuarios tienen y utilizan habitualmente en las redes sociales, empezando por Facebook, lo que parece llevar asociado por su parte una morbosa sensación de desánimo y de "no podemos detener esto", de entregarse sin pegar un solo tiro. O, como me reprochaba un dormido homo sapiens esta misma semana: "¿Por qué te preocupas tanto por si en el futuro nos dominan las máquinas? Si, total, ya estamos prácticamente dominados, entre móviles, televisiones y demás..." Así lo creía él y no le preocupaba en absoluto, lo que demuestra a las claras su nivel de inconsciencia. Y de rendición: en efecto, esta persona es ya un esclavo, aunque crea ser libre.
He tenido oportunidad de probar varios dispositivos de este tipo en estos últimos dos años y la experiencia es devastadora, por lo inmersivo. Doy fe. Me he asustado subiendo y bajando a velocidad de vértigo por montañas rusas imposibles, he navegado pacíficamente a través de un complejo de ríos y lagos, me he sentado a ver televisión en un salón enorme con una pantalla gigantesca, he viajado a través del sistema solar en una nave monoplaza... Todo ello sin moverme de una silla normal y corriente, porque la inmensa mayoría de impresiones sensoriales de una persona sana penetran a través de los ojos y mis ojos estaban capturados por las gafas de realidad virtual. Son ahora mismo el nuevo gran objetivo de la industria y pronto veremos fuertes campañas publicitarias para obligar a todos los ciudadanos a adquirir y "disfrutar" de su propio dispositivo. Y ése sólo será el comienzo. Los armatostes hoy existentes se reducirán de tamaño progresivamente a medida que avance la tecnología y en un futuro no muy lejano en lugar de esa especie de binoculares capados conectados por cable a una consola dispondremos de lentillas fáciles de poner (quizá no tanto de quitar) que, sumadas a trajes especiales para vestir a propósito, permitirán que una persona esté físicamente en un lugar y mentalmente en otro muy distinto.
Nada peor para destrozar el buen funcionamiento del cerebro humano que disociarlo de esta manera. Los expertos saben bien cómo se pueden crear "agentes dormidos", desdoblando la personalidad de personas corrientes de manera que una inocente ama de casa o un inofensivo ejecutivo alberguen dentro de sí una o más personalidades que pueden ser "disparadas" en el momento adecuado con el fin de convertir a sus identidades habituales en un auténtico peligro, siempre que se conozca el código para ello. A veces me he preguntado si el hecho de que J.D.Salinger no llegara a publicar ninguna otra novela en vida se debió al conocimiento -y el horror que ello le produjo- de que El guardián entre el centeno fuera tan utilizada como uno de estos códigos por ciertos servicios secretos norteamericanos, según tantos estudiosos de la materia... Por supuesto, no hace falta convertir a la persona en psicópata: la disociación mental es útil simplemente para tener bajo control a la ciudadanía. El clásico advierte de que la unión hace la fuerza, lo que indudablemente confiere valor a la frase antónima...
Sumemos a eso la susodicha inteligencia artificial porque en el futuro puede que ni siquiera se permita escoger a la gente cómo quiere destrozar su mente, sino que sean las máquinas las que le indiquen la mejor forma según convenga al sistema. Cada vez más dispositivos tienen mayor grado de IA, como demuestra el mismo Mobile World Congress, donde otro de los temas estrellas ha sido la aplicación de programas "cognoscitivos" o, lo que es lo mismo, capaces de recopilar información de sus usuarios, analizarla y almacenar sus conclusiones para adaptarse específicamente a ellos y adelantarse a sus deseos sugiriéndoles planes y actividades concretas sin que sus dueños se lo pidan. Esta misma semana se ha presentado por ejemplo una app para teléfonos móviles diseñada específicamente para testear el estado de ánimo de una persona. Emotion Sense, que así se llama el programa, ha sido alumbrado en la universidad de Cambridge y como suele suceder en estos casos es de distribución gratuita (es increíble pero muy cierto que a estas alturas haya tanta gente usando programas gratuitos sin preguntarse por qué lo son y dónde está su rentabilidad). Neal Lathia, uno de los investigadores de este proyecto, comentaba orgulloso cómo gracias a esta innovación todos los datos volcados por el usuario en su teléfono "inteligente" son transformados en "información que sirve como herramienta médica y psicológica" interactuando con el propietario...
El ciudadano medio contemporáneo posee dos etiquetas clásicas para la esclavitud cuando piensa en ese concepto: la situación de los esclavos negros en las plantaciones del sur de los Estados Unidos y la de los esclavos de griegos y romanos de la antigüedad. Gracias a las obras de ficción y, sobre todo, a las películas y la televisión, las mentes contemporáneas tienen asociado ese concepto a circunstancias negativas y deleznables como la brutalidad, los abusos físicos y sexuales, la miseria y la pobreza. Y qué duda cabe que algunos amos tanto en una época como en otra (como en el resto de épocas históricas que nos han precedido) actuaron como auténticas bestias con sus esclavos, pero la mayoría no lo hizo así. Al contrario: alojaban, alimentaban y cuidaban a sus esclavos y en algunas casos hasta les permitían liberarse y promocionarse (véase el caso de mi querido Epicteto, un liberto famoso donde los haya, o de las leyes que en la Antigua Roma permitían a un hombre pobre venderse a sí mismo como esclavo porque así tenía mejor vida garantizada que si seguía viviendo independiente). Los amos no trataban con corrección a sus esclavos, casi nunca, por aquello de los derechos humanos o la igualdad entre los hombres..., sino porque los esclavos eran sus propiedades. Y propiedades útiles, productivas. Que, además, no salían baratas en el mercado. Así que era una completa estupidez gastarse un dineral en un esclavo para luego maltratarlo y destrozarlo en poco tiempo. Es como si hoy día alguien se comprara un automóvil y luego se dedicara a rayarlo, golpearlo y empotrarlo contra una pared por simple diversión.
Hoy pasa lo mismo. Los Amos que controlan esta sociedad ya tienen a la mayor parte de la gente esclavizada a través de la televisión, las drogas, el alcohol, el sistema financiero y algunas otras estrategias más o menos conocidas. Pero aún de todo esto puede uno despertar y descubrir que da igual vivir en el siglo XXI que en el XIX o en el II, porque la esclavitud sigue existiendo de una u otra forma. Y que ahora es aún peor, pues la mayor parte de los esclavos no saben que lo son y por tanto no van a intentar mejorar su situación y mucho menos a intentar escapar de la cárcel.
Si la combinación de realidad virtual e inteligencia artificial se apoderan finalmente del mundo en el que vivimos, la esclavitud desaparecerá. Esto es, la palabra esclavitud desaparecerá para siempre. Sin embargo, el hecho que define esa palabra será más rotundo que nunca, si bien sustituido por algún otro término o conjunto de términos adecuado como por ejemplo éxito de socialización.