El único presidente de la historia de los Estados Unidos que llegó al poder con el cien por cien de los votos y vitola de independiente (lo cual no deja de ser irónico teniendo en cuenta su reconocido carácter como importante miembro de cierta muy conocida sociedad discreta) fue George Washington. Sus sucesores han sido elegidos siempre entre dos grandes partidos. Los votantes yankees tuvieron que escogerles entre federalistas y demócratas, nacional republicanos y demócratas, whigs y demócratas... Y, desde 1853, entre republicanos y demócratas. Por alguna razón que no contemplo la posibilidad de que sea casual, este país de breve recorrido (después de todo, no tiene ni siquiera 250 años de existencia por muy superpotencia que sea) siempre ha tenido que limitarse a elegir A o B, sin posibilidad de C, D, E..., ni mucho menos Z. Sólo entre blanco o negro. O, mejor dicho, entre azul (el color empleado por los demócratas) y rojo (el de los republicanos), aunque es interesante conocer que allí estos colores no tienen el mismo significado político simbólico que en Europa, donde el azul sí se considera relacionado con las formaciones orientadas hacia la derecha (los demócratas son de derecha) pero el rojo está relacionado con la izquierda (y los republicanos son de ultraderecha).
Para un ciudadano europeo informado a nivel normal (o sea, mal informado), resulta un tanto sorprendente encuadrar a los Obama, Clinton y demás figuras demócratas como gente de derechas, cuando a este lado del Atlántico suelen presentárnoslos como de izquierdas por mera contraposición a los republicanos, pero la ignorancia se cura leyendo y viajando. Y luego reflexionando sobre ello. La corta historia de los estadounidenses está basada más en la gesta personal, individual y emprendedora, que en la colectiva. A su recuerdo emocional están ligadas figuras características como el colono autosuficiente que vive en medio de la naturaleza y tiene que resolver todos sus problemas (desde la construcción de su casa y sus muebles hasta los ataques de los indios) en solitario o, como mucho, con ayuda de su familia y amigos. O, por poner otro ejemplo muy conocido, el vaquero poco menos que asocial que se enfrenta contra todos los malos. O la actriz que triunfa exclusivamente gracias a su talento en un Broadway hipercompetitivo. O el soldado de la Segunda Guerra Mundial que él solo o con ayuda de un puñado de colegas detiene a toda una división blindada del enemigo. O el astronauta que "conquista" la Luna. O el tipo que pone su negocio o juega en Bolsa y se hace rico gracias a su perspicacia... Después de todo, "América es la tierra de las oportunidades".
Entonces, ¿es que no existen más partidos políticos que republicanos y demócratas? Qué va, hay un montón de formaciones políticas..., cerca de un centenar, aunque sólo 9 (incluyendo a los dos clásicos) presentaron candidato a estas últimas presidenciales. Uno muy de moda ahora mismo, incluso con presencia en algunos Ayuntamientos, pero sin influencia real a nivel nacional es el Partido Verde, de corte ecologista y reciente creación, ya que data de 1991. Está también el Partido Libertario, un poco más veterano pues se fundó en 1971 y que se parece más a un partido de izquierdas al estilo europeo. O el Partido por el Socialismo y la Liberación, cuyo nombre ya nos indica por dónde va su programa político... Sí, existe un montón de fuerzas organizadas en este país: desde el Partido por la Independencia de Alaska hasta el Partido Comunista Revolucionario, el Partido Nazi Americano o el Partido de la Opción Personal. También hay candidatos independientes, aunque a menudo encuadrados en esa peculiar definición de independencia que hemos visto en el caso de George Washington, como en el caso del mormón Evan McMullin, que se presentó en estos últimos comicios en el Estado de Utah (donde el 60 % de la población es mormona).
No obstante, ningún candidato tiene oportunidad de llegar a la Casa Blanca a no ser que sea republicano o demócrata. Y desde hace mucho tiempo. Ello se debe a dos motivos principales, el primero de los cuales es que, en esta peculiar democracia, no gana el que obtiene más votos sino el que obtiene más Estados. Es decir, quien saca mayoría de votos (aunque sea uno solo) en las urnas de un Estado se queda con todos los representantes de ese Estado. Para entender esto, imaginemos que aplicamos el sistema en España. Tomemos por ejemplo Madrid en las últimas elecciones generales de este mismo 2016, a las que se presentaron 13 formaciones políticas para el Congreso de los Diputados. De ellas, sólo 4 obtuvieron un porcentaje suficiente para reclamar representación parlamentaria: el Partido Popular cosechó 15 escaños; Unidos Podemos, 8; PSOE, 7 y Ciudadanos, 6. Cada partido cuenta desde entonces en la Cámara Baja con tantos diputados como escaños ganados. Sin embargo, si Madrid fuera un Estado de EE.UU. en lugar de una comunidad autónoma de España, los 36 escaños pasarían a ser ocupados por sendos representantes del Partido Popular. La formación ganadora se lo hubiera quedado todo. Vayamos aún más allá, pues después de todo en Madrid los populares ganaron con mayoría clara. Tomemos el ejemplo de Cáceres, donde sólo había 4 escaños en liza y se presentaron 8 partidos en las mismas elecciones. Resulta que 2 fueron para el PP y 2 para el PSOE. Esto en el sistema norteamericano sería impensable. Debería irse al desempate, por número de votos, y en ese caso los 4 escaños habrían sido igualmente para el PP, que obtuvo 95.145 votos frente a los 78.480 del PSOE (por el reparto según porcentajes de acuerdo con la Ley Electoral española, al final fueron 2 para cada partido). Es por esto por lo que la lucha más encarnizada durante las campañas electorales estadounidenses se da en los llamados "Estados bisagra", que son aquéllos en los que la mayoría no está tan clara y puede oscilar en un sentido o en otro...
El segundo motivo que hace materialmente imposible que cualquier otro partido alcance hoy día la presidencia norteamericana es que se necesita unas cantidades tan inmensas de dinero para sostener una campaña política que, sencillamente, no están al alcance de otras formaciones que las que se reparten el pastel desde hace 150 años. Todo ese dinero se capta vía donaciones: las que se ven, por ejemplo, en esas típicas cenas benéficas de a 15.000 dólares el cubierto que tantas veces nos ha mostrado el cine o la televisión, y las que no se ven, como las de las grandes empresas petroleras o armamentísticas, entre otras, que financian al candidato que creen más apoyará sus intereses cuando llegue al Despacho Oval. En España hemos conocido durante nuestra corta democracia bastantes casos de corrupción relacionados con financiación ilegal de distintos partidos políticos. Imaginemos lo que puede haber en Estados Unidos, que es un país que tiene casi 7 veces más población (con el consiguiente incremento del número de corruptos)...
Con todo esto, un ciudadano estadounidense concienciado y que se crea lo de que su opinión sirve realmente para algo, lo tiene bastante complicado a la hora de depositar su voto en la urna porque se ve forzado casi siempre no a apoyar al partido al que realmente le gustaría votar sino a uno de los dos partidos que sabe con seguridad que van a tener posibilidades de tocar poder, aunque ninguno de ellos le represente en realidad.
Otra cosa es lo que ese partido haga cuando llegue al poder... Tenemos un caso muy claro con Barack Obama, el señor no negro sino mulato (como ya me comentó Mac Namara en alguna ocasión y así se explicó en esta bitácora, este detalle en apariencia muy tonto es básico para entender por qué le dejaron llegaron a la Casa Blanca) que ha ostentado el cargo de presidente durante los últimos años y al que se le concedió gratuitamente nada más llegar el Premio Nobel de la Paz (por cierto, un premio con un nombre tan pomposo y un prestigio tan deteriorado, cuando uno estudia con detenimiento los nombres de tantos galardonados). Aunque Obama llegó a la presidencia repartiendo esperanzas como los reyes magos reparten caramelos en la cabalgata de la noche de Reyes, su legado ha sido tan lamentable como el de su predecesor, el mucho menos cool George Bush junior. No ha resuelto los problemas económicos de los norteamericanos, ha seguido metido en todas las guerras que ha podido (e incluso ha estado a punto de meterse en una más, y muy gorda, cuando hace pocos meses la situación con Rusia llegó a ser muy tirante, aunque la mayoría de los más importantes medios de comunicación no nos lo contaran), ha sido incapaz de resolver los problemas raciales internos en su país (de hecho, han empeorado durante su mandato), no ha garantizado las libertades de comunicación y opinión de sus conciudadanos (los datos conocidos en los últimos años sobre espionaje y control de las agencias federales sobre los norteamericanos son aterradores..., vaya, de esto tampoco suele hablarse demasiado) y ni siquiera ha cerrado el tristemente célebre centro de detención de Guantánamo, una de sus grandes promesas electorales, aunque ¿quién se acuerda de Guantánamo hoy día?
Así que durante el último año hemos sido bombardeados mediáticamente hasta el aburrimiento sobre el titánico pulso entre la diosa Hilary Clinton y el diablo Donald Trump y sobre las consecuencias de que ganara una u otro, como si realmente fuera a haber muchas diferencias entre ambos (a día de hoy, todavía demasiados ingenuos intelectuales europeos siguen pensando que las hay).Y es que, en apariencia, demasiadas cosas separan a la supuestamente inteligente, bien preparada y progresista Clinton del supuestamente grosero, avasallador y conservador Trump. Desde luego, los que únicamente se fijaran en el análisis de los principales medios de comunicación norteamericanos (descaradamente partidarios de Clinton desde el primer momento), basado en la elección limitada y repetición machacona de determinadas frases e ideas de ambos candidatos, debieron tener muy claro a quién había que apoyar para "garantizar la estabilidad mundial". Igual que a este lado del Atlántico, donde los media europeos se limitaron a repetir como loros lo que se decía en la orilla de enfrente. Sin duda para ellos fue una sorpresa la victoria del gañán del tupé, teniendo en cuenta que sus encuestas pronosticaban, un día sí y otro también, el triunfo de doña Hilaria, a la que se alababa con entusiasmo por ser "la primera mujer que puede convertirse en presidenta de EE.UU." (como si el simple hecho de ser mujer fuera suficiente para garantizar que una persona es buena y competente..., hasta ese grado de infantilismo político hemos retrocedido en este mundo perdido de hoy día).
Sin embargo, cualquiera que se hubiera tomado la molestia de estudiar las encuestas de medios locales o las impresiones de sus analistas, de todos ésos que nunca salieron en los principales programas televisivos de la CBS o la NBC, ni en los media más venerados como The New York Times, ha podido darse cuenta durante los últimos meses de que algo no cuadraba con esa unanimidad "informativa". Personalmente, tuve la oportunidad de leer a lo largo del último año artículos de diversas fuentes en EE.UU. donde se explicaba por qué iba a ganar Trump por una serie de factores. En primer lugar, quizá el más determinante, porque la herencia de Obama es pésima: ha hablado mucho y ha hecho muy poco. Muchos norteamericanos no han querido otra taza de lo mismo, que es lo que prometía la candidata del Partido Demócrata en sus mítines al insistir en que continuaría las políticas del presidente saliente. Otro punto importante es el que se refiere a la imagen de Clinton que tienen sus conciudadanos: una imagen muy cercana a la hipocresía y la corrupción y a la vez muy alejada de la idealización con la que tantos europeos la contemplan. Un tercer factor de peso es el carácter del propio Trump, que representa bien ese espíritu individualista y emprendedor de yo-solo-contra-el-mundo-porque-me-he-hecho-a-mí-mismo que tanto gusta en Estados Unidos (independientemente de que sea cierto en su caso).
Entre otros puntos que han avalado esa victoria hay uno especialmente llamativo: el conspiranoico. Así me lo explicaba Mac Namara esta misma tarde:
- Trump ha sido votado por muchos norteamericanos que viven las teorías de la conspiración, las sólidas y las menos sólidas, y que en su ingenuidad creen que es un tipo no controlado por los Amos y que les liberará de la opresión del Sistema, pero será una gran decepción para ellos -me contaba mi gato conspiranoico-. La verdad es que se han ganado a pulso esa decepción porque no hay peor ciego que el que no quiere ver. No sé quién puede considerar antisistema a un tipo que es multimillonario y está relacionado con todo aquél que es "alguien" en su país. De hecho, en cuanto se convirtió oficialmente en el candidato republicano para las presidenciales, contrató a Steven Mnuchin, un antiguo ejecutivo de Goldman Sachs, para la recaudación de fondos en la campaña electoral, lo cual ya te dice muchas cosas..., pero resulta que este Mnuchin trabajó también en la fundación de ese ser tan peligroso que se llama George Soros, lo que ya deja todo claro. Su carrera personal es un ejemplo de libro de ese tipo de banqueros sin escrúpulos que maneja activos tóxicos o refunda entidades financieras en bancarrota y saca increíbles beneficios de todas sus operaciones. Es el mismo Steven Mnuchin que ha donado fondos en campañas anteriores a... Clinton y Obama. Y que ahora será el nuevo Secretario del Tesoro, como en su día lo fueron otros miembros de Goldman Sachs: Robert Rubin, en el gabinete de Bill Clinton, y Hank Paulson, en el de George W. Bush. Oh, se me olvidaba un dato: Mnuchin es miembro de Skull and Bones. ¿Cómo se te queda el cuerpo?
- No sé por qué, pero no me sorprende... -sonrío.
- Mnuchin es sólo un ejemplo. Por cierto que Trump criticó a su rival republicano Ted Cruz y también a Hillary Clinton acusándoles de ser "servidores de Goldam Sachs" porque controlaban el tema económico en sus respectivos equipos..., cuando él ha hecho lo mismo ¡y eso no ha llamado la atención de nadie! En fin, el "salvador antiélites" está rodeado de gente relacionada con ellas. Otro de sus hombres de confianza es Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, una entidad suficientemente conocida en esta sala a la que han pertenecido más de una docena de secretarios de Estado, además de directores de la CIA, banqueros, abogados..., y otros conocidos personajes "antisistema", si es que quieres llamarlo así. Pero si quieres más pruebas del pie del que cojea Trump, echa un vistazo a su nombramiento de primeros de diciembre: su secretario de Comercio será Wilbur Ross.
- Ése sí que no me suena de nada.
- Pues te resumo su carrera en una frase: es otro multimillonario que trabajó durante 24 años como director gerente senior de... Rothschild Inc. -vaya, me extrañaba que no hubiera aparecido todavía el apellido-. Hay que decir que los Rothschild, junto con el clan Rockefeller y otros del mismo estilo como Meyer Lansky o Tibor Rosenbaum llevan años financiando las aventuras de Trump e incluso le salvaron de la ruina tras la bancarrota de sus casinos en Atlantic City. Es una historia larga pero, con estas pinceladas, creo que queda bastante claro que Trump no viene a cambiar nada. Es un eslabón más de la cadena, de la misma cadena.
- Mala noticia para los que creen en milagros, pues.
-Sí, y para los que creen en las películas de Hollywood, donde tantas veces habéis visto a presidentes con un poder que en la realidad nunca llegan a ostentar pues las grandes decisiones no las toman ellos. La mayoría de las órdenes que parten de la Casa Blanca no las dicta su ocupante oficial, cuyo papel es de mera guinda de la tarta...
Una prueba de lo que cuenta Mac Namara es que el mismísimo Obama, durante su "gira de despedida" por Europa a mediados del pasado mes de noviembre (cuando por cierto se reunió con Renzi, Hollande, Merkel, May y Rajoy..., ojo, que los dos primeros están ya fuera de juego y las dos segundas pueden estarlo a no mucho tardar; el último parece un superviviente nato) fue el encargado de tranquilizar personalmente a los dirigentes europeos respecto a Trump, asegurándoles que se iba a "portar bien". De hecho, ¡qué diferente el tono suave y de perfil bajo del Trump per-presidente respecto al aguerrido y vociferante Trump candidato!
- ¿Y qué pasa con Rusia? -le pregunté a mi gato conspiranoico- Dicen que Vladimir Putin se lleva muy bien con Trump...
- Verás... Putin sigue siendo un enigma dentro de un misterio rodeado de preguntas -resume Mac Namara-. Para algunos conspiranoicos, éste sí es el líder que lucha de verdad contra los Amos y en el que hay que poner toda la confianza. Para otros, es una marioneta más, pero construida de otra manera, más acorde con la nación rusa y su influencia regional.
- ¿Y tú qué opinas?
- Es otro personaje del cuento. Da igual que sea "bueno" o "malo", en el fondo. Se limitará a interpretar su papel cuando le toque...
Así las cosas, no puedo dejar de apuntar al final de este artículo un pequeño jueguecito lingüístico. No soy filólogo, pero me encanta explorar el significado de las palabras. No en vano, como dice aquél clásico: "En el principio era el Verbo..." O sea, la palabra. El lenguaje nos proporciona pistas muy interesantes para levantar algunos velos en este laberinto de espejos que llamamos vida. A lo que voy: no deja de ser gracioso que trump, en inglés, se pueda traducir como triunfo o joya. Sin duda, hace referencia a algo muy valioso. La preposición up significa arriba. Si unimos ambas palabras, cualquiera podría pensar que trump up es una expresión que vale para describir lo que está sucediendo con el futuro nuevo presidente de Estados Unidos, pues vendría a significar que Trump es el ganador, está en lo alto (y las cosas mejorarán y ahora haremos grande América otra vez y blablabla).
Pero resulta que trump up tiene en inglés otra traducción: falsificar o inventar.