En 1955, el médico, psiquiatra, psicoanalista, inventor, filósofo y divulgador de la teoría del orgón, el austríaco Wilhelm Reich, escribió estas reveladoras, amargas y certeras palabras: "Ha llegado el momento de ser honestos. La dictadura autoritaria no existe sólo en los Estados llamados totalitarios, sino que se encuentra tanto en la Iglesia como en las organizaciones académicas, entre los gobiernos parlamentarios igual que entre los comunistas (...) Sus elementos básicos son la mixtificación del proceso de la vida, la invalidez material y social existentes, el miedo a responsabilizarse por la propia vida y, en consecuencia, el ansia por una seguridad ilusoria y por una autoridad, sea activa o pasiva. El auténtico anhelo de democratizar la vida social, tan antiguo como nuestro mundo, se basa sin embargo en la autodeterminación, en una socialidad y moralidad naturales, en la alegría por el trabajo y la felicidad terrenal en el amor (...) estoy convencido de que nunca habrá paz permanente en el mundo y de que todos los intentos de socializar a los seres humanos serán estériles mientras los políticos y los dictadores de una u otra clase, sin ninguna noción de las realidades del proceso vital, sigan dirigiendo a masas de individuos que se encuentran endémicamente neuróticos y sexualmente enfermos (...) El conocimiento, el trabajo y el amor natural son las fuentes de la vida. Deberían también ser las fuerzas que la gobiernan, y su responsabilidad total recae sobre todos los que producen mediante su trabajo (...) Eso es lo que los acontecimientos catastróficos de nuestros tiempos nos han enseñado: educados para volverse mecánicamente obedientes, los hombres roban su propia libertad, matan a quien se la otorga y se fugan con el dictador".
Para nadie será una sorpresa saber que gracias a este tipo de lúcidas reflexiones, Reich, uno de los más brillantes exploradores del alma humana durante el siglo XX (entre aquéllos cuyo trabajo se conoce públicamente) fue perseguido, encarcelado y muerto por causas "naturales" en prisión (oficialmente murió de un ataque al corazón, un día antes de apelar su sentencia) sólo dos años después de escritas esas palabras: el 3 de noviembre de 1957. No sufrió a manos de una dictadura, sino de nada más y nada menos que de una de las mayores democracias contemporáneas: los Estados Unidos. Para rematar su calvario personal, su obra fue posteriormente descuartizada, satirizada y ridiculizada por las autoridades académicas y su fama hundida en la ciénaga de los charlatanes y vividores.
Sin embargo, el amigo Wilhelm fue uno de los más brillantes discípulos de Sigmund Freud, participó en la Sociedad Psicoanalítica de Viena y desarrolló una de las mayores y más completas investigaciones sobre la sexualidad humana y los problemas generados de su incorrecta comprensión. Además, incorporó a la jerga científica un concepto básico del Misticismo de todos los tiempos y lugares: la energía vital básica que sostiene el universo. Lo que los hermetistas llamaban mente, los magos nórdicos identificaban con el vril y los sabios chinos conocían como chi o ki..., fue rebautizado por él como orgón, combinando las palabras orgasmo y organismo, que no en balde resultan tan homófonas. Wilhelm Reich comprobó que toda materia viva produce, y ha sido creada por, ese tipo de energía y, para refrendar su hipótesis, construyó ya en 1940 su primer Acumulador de Energía Orgónica. Buscaba acapararla para posteriormente proyectarla en los pacientes débiles o enfermos que necesitaran recuperarse.
Una prueba de la calidad de sus trabajos y de su independencia de criterio es que jamás pudo realizar su labor en paz puesto que fue perseguido por todo tipo de tendencias políticas: tanto por los círculos marxistas comunistas como por los fascistas y los nazis y finalmente por las autoridades democráticas norteamericanas que se permitieron el lujo, después de diagnosticarle como "esquizofrénico progresivo" (la vieja práctica totalitaria de declarar loco al que dice verdades), de ¡quemar sus libros! En efecto, hablamos del gobierno de ese presunto "paladín de la democracia" llamado David Dwight Eisenhower (un presidente con una faceta personal tan oscura como desconocida para el gran público), quien el 23 de octubre de 1956 arrojó las obras de Reich a la hoguera en el Incinerador Gansevoort de Nueva York. Y porque a esas alturas de la Historia ya no estaba bien visto quemar brujos en la hoguera que, si no, la Gran Manzana habría disfrutado de un inolvidable auto de fe "entregando a Dios" a un señor tan hereje.
Gracias a Internet, Wilhelm Reich no ha desaparecido de la memoria de la Humanidad y, además de sus seguidores, cualquiera puede informarse a fondo sobre su trabajo. Así que los interesados en profundizar en su obra lo tienen bastante fácil. En este comentario sólo deseo recordarle brevemente, rendirle un póstumo homenaje (un tanto alejado en el tiempo por razones obvias) y recordar algunos fragmentos de su pensamiento contenidos en un breve librito que escribió en 1945 y que resume el terrible drama en el que vive sumida la Humanidad y que él tan bien conoció (y padeció). El texto se titula ¡Escucha, pequeño hombrecito!, está dedicado a los seres humanos comunes y corrientes, a los que integran la sociedad en su mayor parte, y es una apasionante y emotiva reflexión de este científico incomprendido sobre el mayor problema al que se enfrentan: ellos mismos.
¡Escucha, pequeño hombrecito! advierte, entre otras cosas, de estas verdades:
* Te distingues de los hombres realmnete grandes sólo por un rasgo. El gran hombre ha sido como tú, un pequeño hombrecito, pero ha desarrollado una cualidad importante: ha aprendido a ver dónde era pequeño en su pensamiento y en sus acciones. En la realización de una tarea escogida por él mismo ha aprendido a darse cuenta de la amenaza que representaba su pequeñez y su mezquindad. Entonces el gran hombre sabe cuándo y en qué es pequeño. El Pequeño Hombrecito no sabe que es pequeño y tiene miedo de saberlo. Cubre su pequeñez y debilidad con fantasías de fuerza y grandeza -la fuerza y la grandeza de otros hombres-. Está orgulloso de sus grandes generales, pero no de sí mismo. Admira las ideas que no tuvo y no las que sí pensó. Cree mucho más en las cosas que no comprende, y no cree en la veracidad de las ideas que entiende más fácilmente.
* El Pequeño Hombrecito no quiere oír la verdad sobre sí mismo. No quiere asumir la responsabilidad que le corresponde. Quiere seguir siendo un Pequeño Hombrecito o llegar a ser un pequeño gran hombre. Quiere enriquecerse o llegar a ser un líder político, o comandante de la legión o secretario de la sociedad' para la abolición de¡ vicio. Pero no quiere asumir la responsabilidad de su trabajo, del abastecimiento, de la construcción de viviendas, de los transportes, de la educación, de la investigación, de la administración... o de cualquier otra cosa.
* Te tengo miedo, Pequeño Hombrecito, un miedo mortal. Porque de ti depende el destino de la Humanidad. Te tengo miedo porque no hay nada de lo que huyas más que de ti mismo. Estás enfermo, ¡muy enfermo!, Pequeño Hombrecito. No es culpa tuya. Pero es tuya la responsabilidad de curarte. Desde hace tiempo te habrías liberado de tus opresores si no hubieras tolerado la opresión y no la hubieras apoyado tan activamente.
* No puedes comprender que existen hombres y mujeres que son incapaces de suprimirte o explotarte, que son los que realmente desean que seas libre, real y honesto. No 'te gustan estos hombres y mujeres porque son extraños para tu ser. Son sencillos y rectos; para ellos, la verdad es lo que para ti son las tácticas. Miran a través de ti, no con mofa sino dolidos ante el destino de los humanos; pero te sientes traspasado por su mirada y en peligro (...) Tienes miedo de los grandes hombres, de su proximidad a la vida y de su amor por la vida. El gran hombre te ama simplemente como a un animal viviente, como a un ser vivo. No quiere verte sufrir como has sufrido durante miles de años. No desea oír tu parloteo como has parloteado durante miles de años. No quiere verte como una bestia de carga, ya que él ama la vida y quisiera verla libre de sufrimiento e ignominia.
* Si acontece que tú, Pequeño Hombrecito, eres un psiquiatra, dígase un Lombroso, juzgan al gran hombre como a una especie de criminal, o un criminal que ha fracasado en serlo..., o un psicópata. Ya que el gran hombre, a diferencia de ti, no ve el interés de la vida en amontonar dinero, ni en la boda socialmente adecuada de sus hijas, ni en una carrera política, ni en un título académico, ni en el Premio Nobel. Por esta razón, porque no es como tú, le llamas «genio» o «excéntrico» (...) Él, por su parte, trata de afirmar que no es un genio, sino simplemente un ser humano. Lo llamas «asocial» porque prefiere el estudio, con sus pensamientos, o el laboratorio, con su trabajo, al chismorreo, tus vacías «fiestas» de sociedad. Lo llamas loco porque gasta su dinero en la investigación científica en lugar de comprar acciones y mercancías como haces tú.
* Piensa simplemente en todas las cosas que jurabas eran correctas durante tan pocos años como el lapso entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuántas de ellas has reconocido honestamente que eran erróneas, de cuántas te has retractado? Absolutamente de ninguna, Pequeño Hombrecito. El hombre verdaderamente grande piensa cautamente, pero una vez que ha llegado a sustentar una idea importante, piensa en términos de largo alcance. Eres tú, Pequeño Hombrecito, quien trata de paria al gran hombre cuando su pensamiento es correcto y duradero y tu pensamiento es insignificante y efímero. Convirtiéndolo en un paria siembras en él la terrible semilla de la soledad. No la semilla de la soledad, que produce hazañas, sino la semilla del miedo a ser malentendido y maltratado por ti. Ya que tú eres «la gente», «la opinión pública» y «la conciencia social». ¿Jamás has pensado honestamente, Pequeño Hombrecito, en la gigantesca responsabilidad que esto implica? (...) No, no te preguntaste jamás si tu pensamiento era erróneo. Por el contrario, te preguntabas qué es lo que tu vecino iba a decir sobre ello, o si tu honestidad podría costarte dinero.
* Así, no sólo no ayudas, sino que destrozas maliciosamente el trabajo que está hecho para ti o para ayudarte. ¿Entiendes ahora porque la felicidad huye de ti? Porque quiere que se luche por ella y quiere ser conquistada. Pero tú sólo quieres devorar la felicidad; es por esto por lo que se te escapa; no quiere que la devores.
Y la traca final, en el último tramo del libro, cuando recomienda:
* Cambia tus ilusiones por un poco de verdad. Deshazte de tus políticos y diplomáticos. Olvídate de tu vecino y escucha lo que está en ti; tu vecino también estará agradecido. Cuéntale a tus compañeros de trabajo en todo el mundo que estás tratando de trabajar solamente por la vida, y ya no más por la muerte. En lugar de ir corriendo a las ejecuciones de tus verdugos y reos, crea una ley para la protección de la vida humana y de los bienes. Tal ley será parte de la roca que basamente tu casa. Protege el amor de tus pequeños hijos contra los ataques de los hombres y mujeres lascivos e insatisfechos. Acusa a la chismosa solterona; expónla públicamente o métela en un reformatorio en lugar de meter a los adolescentes que piden amor vehementemente. Renuncia a superar a tu explotador en la explotación cuando estés en situación de dirigir un trabajo. Tira tu traje de etiqueta y tu sombrero de copa y no pidas permiso para abrazar a tu mujer. Crea contactos con gentes de otros países, ya que ellos son como tú, en sus malas y buenas cualidades. Deja que tu hijo crezca como la naturaleza (o «Dios») lo ha hecho. No trates de mejorar la naturaleza. Trata, por el contrario, de entenderla y protegerla. Vete a una librería y no a una subasta, a un país extranjero en lugar de Coney Island. Y, lo más importante, PIENSA CORRECTAMENTE, escucha a tu voz interna que gentilmente te guía. Tienes tu vida en tu propia mano.
No, decididamente, no es extraño que Wilhelm Reich acabara convertido en un mártir (uno más) de la Humanidad.