Un matemático uruguayo llamado Eduardo Cuitiño ha planteado esta semana una nueva teoría sobre la supuesta verdadera identidad de Jack el Destripador: un personaje ya tan popular (y tan lejano en el tiempo) que ha pasado a convertirse en otro icono paródico de los festivales de monstruos "de risa", como Drácula, el Monstruo de Frankenstein, el Hombre Lobo o la Momia. Según Cuitiño, profesor de Probabilidad y Estadística de la Universidad ORT de Montevideo, el auténtico Jack no fue otro que Stephen Herbert Appleford. En realidad, el descubridor del sanguinario asesino no ha sido este hombre que se declara apasionado, a partes iguales, del misterio y de la matemática, sino el complejo de simulaciones informáticas que asegura haber desarrollado a lo largo de los últimos dos años aprovechando toda la información de Internet (espero que haya usado también alguna más seria) y que es, a la postre, el que ha indicado quién tiene más posibilidades de ser el malvado destripamujeres.
En su ensayo Viajando en el tiempo para atrapar a Jack el Destripador, Cuitiño destaca una serie de características que afirma apuntan hacia el tal Appleford sin lugar a dudas: era cirujano (y por tanto sabía manejar bisturíes y otros objetos cortantes), trabajaba en el London Hospital en Whitechapel (el barrio donde fueron asesinadas las cinco víctimas), era zurdo (se supone que Jack lo era porque sus víctimas tenian cortadas las gargantas de derecha a izquierda..., aunque esto podría indicar otra cosa muy diferente que generalmente no es tenida en cuenta por sus implicaciones: que los asesinatos eran rituales), rondaba los 36 años ("la edad de máxima operatividad de un psicópata", en su opinión) y era fuerte porque había competido en remo y natación durante su paso por la universidad (lo que le permitiría ejercer la violencia con mayor facilidad), poseía un coeficiente intelectual superior a la media (gracias a lo cual nunca le descubrieron in situ) y en la época en la que sucedieron los hechos era soltero (al vivir solo, tendría menos explicaciones que dar: "-Cariño, ¿de dónde vienes, empapado de sangre" "-Oh, no es nada, me salpicó un poco la morcilla que me comí en el pub..."). Ya puestos a buscar apoyos para su tesis, el profesor uruguayo fuerza un poco la mano al recordar que el apellido de Appleford tiene dos letras p, igual que la palabra ripper (destripador) y que murió el 31 de agosto de 1940 a la edad de 88 años. Supongo que Cuitiño será aficionado a la numerología, porque está convencido de que el cirujano se suicidó precisamente en esa fecha, "riéndose de Inglaterra y de los ingleses", por cumplirse el día del aniversario de su primer crimen y porque su edad coincidía en parte con el año de las muertes (1881).
el verdadero ser del primer asesino en serie de la historia del género negro pero, si hubiera que creerles a todos, Jack el Destripador sería una compleja e inigualable personalidad múltiple repartida en varios cuerpos. De todas las posibles explicaciones planteadas hasta ahora, la más bizarra me parece la de John Morris, quien asegura en Jack the Ripper: the hand of a woman (Jack el Destripador: la mano de una mujer) que no estamos ante un asesino, sino ante una asesina. Según Morris, la autora de los crímenes fue la señora de la foto con cara de amargada. Esto es, Lizzie Williams, la estéril y frustrada esposa de uno de los principales sospechosos de toda la vida: el cirujano sir John Williams, médico personal de la Reina Victoria. La tal Isabelita (o incluso "la pequeña lagartija", que también podríamos traducir así su nombre) se habría dedicado a matar a sus víctimas casi por una rabieta personal, como una forma escasamente sutil de venganza contra la vida en general por no poder tener hijos.
Las razones de Morris para defender su teoría son tan endebles como las de casi todas las demás hipótesis: que ninguna de las prostitutas asesinadas mostraba signos de agresión sexual (no todos los asesinos en serie necesitan violar a sus víctimas), que los objetos personales de la segunda víctima Annie Chapman fueron colocados tras el asesinato "de una forma muy femenina" según los periódicos de la época (?), que en la escena del cuarto crimen, el de Catherine Eddowes, aparecieron tres botones de una bota de mujer manchados con sangre (pero nadie sabe a qué bota pertenecieron..., ni siquiera si la sangre de los mismos era de aquella víctima), que en la muerte de la quinta y última mujer, Mary Kelly, apareció en la chimenea de su cuarto una ropa femenina que no le pertenecía (podía ser prestada o tal vez el asesino se disfrazara de mujer...) o que, según Morris, el marido de Lizzie se había acostado en más de una ocasión con la tal Mary (lo cual habría justificado el crimen pasional, pero ¿y las anteriores? ¿O sir John Williams también se había liado con ellas?).
Hasta un centenar de sospechosos se ha barajado como posibles autores de los brutales asesinatos de Whitechapel. Entre ellos, George Chapman (que fue ahorcado tras matar a sus tres esposas en New Jersey, a donde emigró poco después de los asesinatos de Londres), Walter Richard Sickert (el pintor cuyos cuadros guardaban tanto parecido con las escenas del crimen) y hasta Lewis Carroll (el afectado e introvertido autor de Alicia en el país de las maravillas, tan aficionado a retratar niñas, preferentemente desnudas). No hace mucho, un grupo de policías británicos utilizó técnicas modernas para elaborar un retrato robot del posible rostro de Jack el Destripador. Apodo que, por cierto, apareció por vez primera en una carta presuntamente enviada por el mismo, pero sobre cuya autoría existen sospechas, ya que varios expertos consideran que su autor pudo ser en realidad un periodista (no hay que fiarse de ellos: lo he dicho tantas veces...) ansioso de darle un "toque de color" a la información sobre los crímenes. La verdad es que el resultado, que podemos contemplar aquí al lado, no aclara mucho. Sin ánimo de molestar a nadie, más que el de un londinense victoriano, ese rostro recuerda el de un paramilitar colombiano o el de un granjero mexicano.
Resumiendo todas las hipótesis planteadas, la más plausible siempre me pareció la de Stephen Knight quien publicó en 1976 Jack the Ripper, the final solution (Jack el Destripador, la solución final) con sus argumentos correspondientes. En su opinión, la responsabilidad definitiva de lo ocurrido habría que depositarla nada menos que sobre la familia real británica. Y el ejecutor material de los crímenes habría sido, en efecto, el médico personal de la reina Victoria (el marido de la amargada Lizzie) quien los habría llevado a cabo siguiendo órdenes y aplicando cierto ritual de venganza contenido en un juramento masónico concreto, a fin de tapar las consecuencias de la, digamos, "conducta inapropiada" del príncipe Eduardo, masón él mismo y nieto de la monarca además de heredero de la corona. Bob Clark dirigió en 1979 d
una interesantísima adaptación cinematográfica del libro (aunque cambió los nombres de algunos de los personajes reales) que se estrenó con el título Asesinato por Decreto y que por supuesto es mi película favorita de Sherlock Holmes. ¿Por qué mezclar al frío e imaginario inquilino de Baker Street con la dramática y sangrienta carrera de un asesino real? Es evidente: sólo un personaje literario como la famosa creación de sir Arthur Conan Doyle podría llegar a descubrir lo sucedido, debido a la naturaleza de los criminales implicados: ningún policía ni detective inglés del mundo real habría podido nunca llegar tan lejos como él. Cualquier otro que hubiera sido lo bastante competente como para encontrar el armario adecuado, abrirlo y sacar el esqueleto del interior, jamás hubiera llegado a mostrarlo al mundo, puesto que habría sido comprado o le habrían encontrado flotando en el Támesis... Sólo Holmes podría llegar a descubrir todos los detalles del caso y reconstruirlos uno por uno con tanta minuciosidad y tanta ira contenida ante el trío de líderes francmasones que improvisan un tribunal en el desenlace del largometraje y sólo él podría renunciar a hacer público lo ocurrido no por dinero ni por amenazas de muerte sino por "responsabilidad social", por no causar un escándalo de tal calibre que podría hacer tambalear a la Corona y al mismo Imperio Británico.
Lo cual, en el fondo, acaba siendo un final decepcionante, pues el detective no llega a ser lo bastante honesto como para hacer prevalecer la verdad y termina siendo un cómplice al preferir mantener el establishment corrupto capaz de generar y ocultar semejantes crímenes...
Christopher Plummer interpreta con gran solvencia el papel de Holmes mientras que James Mason no le va a la zaga en el del doctor Watson. Algunos críticos cinematográficos han llegado a decir que ambos forman la mejor pareja en la historia de las adaptaciones al séptimo arte del popular detective y su no menos popular ayudante, obviando tal vez a Nigel Bruce y Basil Rathbone. Entre paréntesis, no deja de resultar irónico que un actor llamado Mason (apellido muy popular en el Reino Unido por razones obvias teniendo en cuenta el poder omnímodo que controla el país desde hace varios siglos) participe en el descubrimiento de la conspiración en la que aparece implicada de manera tan directa la discreta sociedad. Magistral, por cierto, en su escaso pero contundente papel, el siempre eficaz John Gielguld (en la foto), que interpreta al inquietante Lord Salisbury, alto cargo francmasónico. Otros grandes actores bordan sus frases, como Donald Sutherland en el papel de Robert James Lee o David Hemmnings como el inspector Foxborough.
Lo cual, en el fondo, acaba siendo un final decepcionante, pues el detective no llega a ser lo bastante honesto como para hacer prevalecer la verdad y termina siendo un cómplice al preferir mantener el establishment corrupto capaz de generar y ocultar semejantes crímenes...
Christopher Plummer interpreta con gran solvencia el papel de Holmes mientras que James Mason no le va a la zaga en el del doctor Watson. Algunos críticos cinematográficos han llegado a decir que ambos forman la mejor pareja en la historia de las adaptaciones al séptimo arte del popular detective y su no menos popular ayudante, obviando tal vez a Nigel Bruce y Basil Rathbone. Entre paréntesis, no deja de resultar irónico que un actor llamado Mason (apellido muy popular en el Reino Unido por razones obvias teniendo en cuenta el poder omnímodo que controla el país desde hace varios siglos) participe en el descubrimiento de la conspiración en la que aparece implicada de manera tan directa la discreta sociedad. Magistral, por cierto, en su escaso pero contundente papel, el siempre eficaz John Gielguld (en la foto), que interpreta al inquietante Lord Salisbury, alto cargo francmasónico. Otros grandes actores bordan sus frases, como Donald Sutherland en el papel de Robert James Lee o David Hemmnings como el inspector Foxborough.
Epílogo... Tras el éxito del libro en el que exponía su tesis, Knight publicó en 1984 otro texto que se convirtió automáticamente en un impresionante éxito de ventas. De hecho, a día de hoy se sigue reeditando. Su título es The Brotherhood: the secret world of the freemasons (La Hermandad: el mundo secreto de los francmasones) y gracias a él muchos británicos (y muchos ciudadanos del resto del mundo) comenzaron a tomar conciencia del poder real de esta organización en su país.
Pocos meses después de esta publicación, Knight fallecía. Según el parte médico, víctima de un tumor cerebral. Tenía 33 años.