Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 26 de marzo de 2010

Los amos

No es que hayan llegado en el siglo XX. Es que llevan aquí con nosotros desde siempre, entre otras cosas porque son nuestros amos. Igual que nosotros poseemos y rentabilizamos gallinas, cerdos y vacas, ellos nos usan para alimentarse de otra manera. No todos los objetos extraños que se ven en los cielos les pertenecen a ellos, pero sí buena parte. Esos mismos objetos cuya existencia niegan los escépticos: esa estirpe de ignorantes que cree con fanatismo digno de mejor causa en la superioridad del ser humano en lo alto de la escala evolutiva.

En su The Gods of Eden (Los dioses del Edén) el misterioso William Bramley desmonta con facilidad y limpieza los argumentos habituales de los escépticos antes las "luces en el cielo", dos de los cuales son profusamente utilizados en los medios de comunicación como si fueran dogmas de fe. Claman, en primer lugar, que con tantos avistamientos como se registran de objetos voladores no identificados en todo el mundo, ¿cómo es que no tenemos todavía en nuestro poder alguno de ellos? ¿Son acaso infalibles? ¿No se deterioran, no se estrellan, no se caen? Algún resto eberíamos tener ya en nuestro poder..., afirman. Es más, plantean en segundo lugar, ¿Cómo es que ni siquiera tenemos una buena foto suya? Lo bueno es que Bramley no necesita emplear el argumento puramente conspiranoico que tanto gusta a Mac Namara (poseemos algunas de sus naves, etc., pero están en poder de comités secretos de gobiernos que saben y callan) para deshacer las protestas de los escépticos...

Así pues, respondiendo a su primera queja... Cada año despegan, sólo de los aeropuertos de los Estados Unidos, millones de vuelos con destino a otro punto del país o fuera de él. Si nos tomamos la molestia de mirar al cielo (aunque es bien cierto que la mayoría de las personas no suele hacerlo a menudo más que para comprobar si está soleado o nublado), sobre todo en las inmediaciones de los aeropuertos, tendremos la ocasión de contemplar los aviones que de manera constante llegan o se marchan, recorriendo autopistas invisibles por encima de nuestras cabezas. Son muchos pero, a pesar del enorme volumen de aparatos voladores, ¿cuántas personas conocemos que se hayan encontrado con los restos de un avión destrozado o con el cadáver de algún miembro de la tripulación o de un pasajero? ¿Cuántas se han encontrado con algún pedazo de instrumento de navegación o algún resto desprendido de un avión de aerolínea? Y, en realidad, si no fuera porque de hecho sabemos lo que es un avión comercial e incluso hemos montado en él en sucesivas ocasiones, ¿acaso seríamos capaces de reconocerlo (o reconocer sus restos)? Hay interesantes estudios sobre el impacto que para las escasas tribus indígenas que quedan en lugares apartados de la civilización como la Amazonia o algunas islas del sur de Asia poseen esos, para ellos, atemorizadores “pájaros de trueno” que de vez en cuando muestran su imponente silueta allá en lo alto.

Buena prueba de la seguridad del transporte aéreo y del carácter de excepcionalidad que posee un accidente grave (a pesar de la paranoia terrorista inducida en la que nos han introducido y nos mantienen los señores mandatarios de ambos lados del Atlántico) es el hecho de que cualquier siniestro, sobre todo si se trata de un gran avión de pasajeros, inmediatamente ocupa las portadas de los medios de comunicación durante días con dramáticas imágenes y recreaciones infográficas. Entre tanto todos los días (y al final del año suman un porcentaje bastante más elevado que las víctimas anuales de la aviación) mueren personas en accidentes de tráfico que en la mayoría de las ocasiones no merecen ni siquiera una breve información.

Bramley echa mano de las estadísticas de la US Federal Aviation Administration para ejemplificar aún más la cuestión: aproximadamente uno de cada un millón de vuelos (¡uno de cada un millón! es un porcentaje de seguridad impresionante) del transporte aéreo en EE.UU. sufre un accidente serio. Y como tal se entienden las colisiones, pero también los siniestros durante el aterrizaje o la pérdida en vuelo de una parte significativa de la aeronave. Pues bien, supongamos que las extrañas naves que recorren nuestros cielos poseen un porcentaje de seguridad similar (aunque habría que creer que es aún mayor, teniendo en cuenta su superior –obviamente- tecnología), no mayor ni menor sino similar. Supongamos también que practican unos 2.000 vuelos al año, casi media docena al día, lo que es por cierto dar mucho margen porque no se reportan tantos avistamientos a pesar de la regularidad de los mismos. Por supuesto, suponiendo que todos esos vuelos se realizan a una altura lo bastante baja para que, en caso de accidente, los restos puedan caer a tierra antes de desintegrarse en las capas altas de la atmósfera.

Con todos estos datos, descubrimos que estadísticamente una nave no humana que surcara nuestro espacio aéreo podría estrellarse o dejar caer parte de sus restos… ¡una vez cada 500 años! Si tomamos en cuenta el desarrollo histórico conocido de nuestra civilización, estamos hablando de apenas una docena de oportunidades desde la época de las primeras ciudades… Y eso suponiendo que el objeto volador no identificado, el "carro de fuego" como le llamaban nuestros antepasados, se estrellara en algún lugar habitado: recordemos que tres cuartas partes de de la Tierra son en realidad agua. Y que aún sobre la tierra existen inmensos parajes todavía hoy no hollados físicamente por el pie humano, por muchas fotografías vía satélite que tengamos de ellos: desde gran parte de la tundra siberiana hasta innumerables puntos de los desiertos africanos o americanos, pasando por las selvas asiáticas…

En consecuencia, aunque naves extraterrestres lleven milenios volando sobre nuestras cabezas no podemos exigir disponer de ese tipo de restos. La mejor evidencia que podríamos esperar es la aportada por los testigos oculares… ¡Justo la evidencia que tenemos, y además en abundancia! Y no sólo de paletos analfabetos, sino de pilotos, médicos, militares, abogados y muchas otras profesiones “respetables” y con la “credibilidad” que nos negamos a conceder a los hombres del campo, por lo general más sencillos pero también honrados.

Y respondiendo al segundo argumento escéptico, el de las fotografías, se puede desmontar con igual facilidad. Dicen: deberíamos tener ya no una foto sino un auténtico book de imágenes de gran calidad en lugar de, en el mejor de los casos, unas fotos borrosas y lejanas que podrían representar cualquier cosa. Sin embargo, entre el 90 y el 95 por ciento de los avistamientos de objetos voladores no identificados prueban ser naves humanas o fenómenos naturales. En torno al 2 por ciento son falsificaciones. Sólo el resto son casos susceptibles de interesarnos. Estamos hablando de un exiguo porcentaje de entre 3 y 8 de cada 100 casos reportados. La mayoría de ellos son además avistamientos nocturnos y en general se producen no en lugares turísticos donde hay miles de personas con sus cámaras de última generación preparadas y apuntando, dispuestas para tomar LA foto sino en cualquier otro lugar donde, según las estadísticas, como mucho una de cada diez mil personas lleva encima una cámara fotográfica (y recordemos que aunque la cámara de fotos sea un objeto de lo más normal para nosotros hoy día –aunque sólo en los últimos decenios se ha popularizado su uso-, no lo es en la mayor parte del mundo donde la pobreza impide disponer de ellas).

Teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los avistamientos dura unos segundos y que además el impacto de ver un objeto tan extraño ante nosotros puede limitar seriamente nuestra capacidad de reacción, no es extraño que no dé tiempo a tomar fotografías artísticas precisamente… Es cierto que en los últimos años las cámaras portátiles se han multiplicado, integradas en los teléfonos móviles (y en consecuencia, también se han multiplicado las fotos), pero la capacidad de reacción ante lo asombroso sigue siendo la misma.

Sí, claro que están allí arriba, paseándose por sus dominios. Vigilando su propiedad.

jueves, 25 de marzo de 2010

El hombre sin pañuelitos de papel

No sé qué clase de educación podemos pedirle a un tipo que, siendo presidente de la en teoría mayor superpotencia del mundo, fue capaz de dejarse retratar con sus dos botas encima de la mesa durante la visita de otros jefes de Estado o de gobierno a la Casa Blanca, pero lo del video que está circulando web arriba, web abajo desde hace 48 horas es sencillamente increíble. Y es que, señoras y señores, ahí tenemos de nuevo al único e inimitable George Bush junior haciendo de las suyas como sólo él puede hacerlas... Esta vez el decorado está en Haití, durante una visita oficial de inspección junto a su colega Bill Clinton para comprobar que el país caribeño progresa adecuadamente. Es decir, que está siendo controlado y monitorizado cada vez más y mejor por los Estados Unidos (con los fines reales decididos en su día por la Casa Blanca y que seguramente tardaremos en conocer, si es que llegamos a hacerlo, pero que me temo se alejan bastante de la simple ayuda humanitaria), como el nuevo protectorado en el que se ha convertido tras el demoledor terremoto del pasado mes de enero que justificó la invasión de los marines norteamericanos (pagados por cierto por nuestros bolsillos de ingenuos y ricachones europeos).

Bush y Clinton fueron a Haití como "e
nviados especiales" de su sucesor Barack Obama, alias el Pacífico. Rodeados de asesores, medios de comunicación y, naturalmente, haitianos afectados por el seísmo pero excitados ante la posibilidad de ver tan de cerca a dos de los principales miembro
s del establishment de poder mundial a pesar de que ya no sientan sus reales en el Despacho Oval, Bush y Clinton repartían saludos a diestro y siniestro. Y en ésas estaban cuando sucedió esto:



¡Exacto! ¡Es lo que parece! ¡Bush se limpia la mano después de dársela a uno de los damnificados por el terremoto, en la mismísima camisa de Clinton que, ajeno a lo que ocurre (un poco atontado, parece), sigue entregado a esa faena tan política que consiste en repartir sonrisas y saludos como si realmente le importara algo la vida de toda esta pobre gente!

Algunos medios de comunicación estadounidenses han aprovechado la ocasión para recordar el miedo y la repulsión a los gérmenes que afectan a Bush junior, un auténtico paranoico de la limpieza personal (eso es muy de los WASP, de todas formas: la apariencia lo primero..., aunque su limpieza externa por desgracia no suele ir aparejada por la limpieza interna). Y no sólo eso. No es la primera vez que el expresidente emplea la ropa ajena para limpiarse, como si la gente que le rodea fueran esclavos a su servicio. De hecho, tiene una tendencia sospechosa a toquetear al personal, como si buscara dejar algo de su densa vibración personal a diestro y siniestro. En la primera foto de este comentario le vemos con su mano en un extraño gesto sobre el hombro de un haitiano, pero existen muchas imágenes suyas tocando aquí y allá e imponiendo sus manos incluso cuando hay poca ropa por medio. Sus detractores han recordado también el famoso y antiguo incidente en el que no se le ocurrió otra forma mejor de limpiar sus gafas que empleando la chaqueta de una funcionaria que tenía al lado.

Hasta Obama, alias el Pacífico, ha sido víctima del Pulpo Bush. En su libro The audacity of hope (La audacia de la esperanza..., sólo un norteamericano podría emplear semejante título para un libro de me
morias) recuerda que cuando era senador de Illinois y visitó la Casa Blanca el entonces presidente le dio la mano y acto seguido pidió a uno de sus ayudantes..., ¡una dosis de desinfectante para las manos!

Así que si alguna vez me cruzo con él en alguno de los salones del poder (aunque mira que lo dudo) ya tendré cuidado de ofrecerle un paquetito de pañuelos de papel, antes de que me estropee la americana. O, mejor, los usaré yo para limpiarme después de saludarle cordialmente.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Himnos a la Noche

En ocasiones se trata de un paisaje concreto, visto en fotografía o, mejor, reconocido in situ. Otras veces el recuerdo llega al contemplar un monumento, una escultura, una pintura incluso de tiempos pretéritos. La mutua simpatía por gentes y culturas que nunca has conocido ni tratado. El áspero roce de un objeto antiguo y desgastado por el tiempo. Una canción volkisch o popular, cuyo origen se remonta muy atrás, muy lejos del día de hoy, y cuyos ecos arrancan en nuestra alma cuando la escuchamos esos dolorosos chispazos de melancolía de un tiempo que fue y ya nunca más volverá a ser. También puede surgir del olor de un plato sabroso que ya casi nadie cocina y que surge de viejos fuegos de leña en el lar de un pueblo perdido, en el último sitio donde esperabas volver a aspirarlo. Un cierto regusto en un cierto tipo de vino...

Un poema.

Entonces nos reconocemos a nosotros mismos en nuestro peregrinar por este mundo oscuro, sordo y ciego. Levantamos de pronto la mirada, como si acabáramos de despertar tras caminar durante años, ajenos a las inclemencias del sendero, y descubrimos nuestra cabeza de la capucha que nos asfixiaba con la excusa de proporcionarnos calor cuando lo único que siempre pretendió fue guiarnos como las orejeras a los asnos. En esos raros momentos somos conscientes de quiénes somos y podemos distinguir aun leves y perdiéndose a nuestras espaldas las huellas efímeras de nuestros pasos sobre la nieve blanda. Y acordarnos de dónde estuvimos, cuándo y con quién. Qué hicimos y que nos faltó por hacer.

Conocía algunas de mis anteriores estaciones pero hace poco recordé los tiempos vividos a finales del siglo XVIII en compañía de gentes como Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg, aquel poeta tocado por la gracia divina que tan joven murió, como todos los amados por los dioses. Novalis, se hizo llamar, quien me hizo derramar lágrimas de emoción al escuchar de sus propios labios el anhelo profundo contenido en los versos que luego recopiló en su Hymnen an die Nacht (Los Himnos a la Noche).

Y en el himno número cinco, que tantas cosas explica a quien sabe leerlas:

Sobre los amplios linajes del hombre reinaba,
hace siglos, con mudo poder,
un destino de hierro:
Pesada, oscura venda envolvía su alma temerosa.

La tierra era infinita, morada y patria de los dioses.

Desde la eternidad estuvo en pie su misteriosa arquitectura.

Sobre los rojos montes de Oriente, en el sagrado seno de la mar,

moraba el Sol, la Luz viva que todo lo inflama.

Un viejo gigante llevaba en sus hombros el mundo feliz.

Encerrados bajo las montañas yacían los hijos primeros de la madre Tierra.

Impotentes en su furor destructor contra la nueva y magnífica estirpe de Dios

y la de sus allegados, los hombres alegres.
(...)
Dulce era el vino, servido por la plenitud visible de los jóvenes,

un dios en las uvas,

una diosa, amante y maternal,

creciendo hacia el cielo en plenitud y el oro de la espiga,

la sagrada ebriedad del Amor, un dulce culto a la más bella de las diosas,

eterna, polícroma fiesta de los hijos del cielo y de los moradores de la Tierra,

pasaba, rumorosa, la vida,

como una primavera a través de los siglos.
(...)
Por sendas misteriosas llegó el Mal;
a su furor fue inútil toda súplica.
Era la muerte, que el bello festín
interrumpía con dolor y lágrimas.

Entonces, separado para siempre

de lo que alegra aquí el corazón,

lejos de los amigos, que en la Tierra

sufren nostalgia y dolores sin fin,

parecía que el muerto conocía

sólo un pesado sueño, una lucha impotente.

La ola de la alegría se rompió

contra la roca de un tedio infinito.

(...)

A su fin se inclinaba el viejo mundo.

Se marchitaba el jardín de delicias de la joven estirpe

–arriba, al libre espacio, al espacio desierto, aspiraban los hombres subir,

los que ya no eran niños, los que iban creciendo hacia su edad madura.

Huyeron los dioses, con todo su séquito.

Sola y sin vida estaba la Naturaleza.

Con cadena de hierro ató el árido número y la exacta medida.

Como en polvo y en brisas se deshizo

en oscuras palabras la inmensa floración de la vida.

(...)

Las lejanías del cielo se llenaron de mundos de Luz.

Al profundo santuario, a los altos espacios del espíritu,

se retiró con sus fuerzas el alma del mundo,

para reinar allí hasta que despuntara la aurora de la gloria del mundo.

La Luz ya no fue más la mansión de los dioses,

con el velo de la Noche se cubrieron.

Y la Noche fue el gran seno de la revelación,

a él regresaron los dioses, en él se durmieron,

para resurgir, en nuevas y magníficas figuras, ante el mundo transfigurado.
(...)
Una estrella le señaló el camino que llevaba a la humilde cuna del Rey.

En nombre del Gran Futuro le rindieron vasallaje:

esplendor y perfume, maravillas supremas de la Naturaleza.

Solitario, el corazón celestial se desplegó en un cáliz de omnipotente Amor,

vuelto su rostro al gran rostro del Padre,

recostado en el pecho, rico en presagios y dulces esperanzas, de la Madre

amorosamente grave.

Con ardor que diviniza,

los proféticos ojos del Niño en flor

contemplaban los días futuros;
miraba
a sus amados, los retoños de su estirpe divina,

sin temer por el destino terrestre de sus días.

Muy pronto, extrañamente conmovidos por un íntimo Amor,

se reunieron en torno a él los espíritus ingenuos y sencillos.

Como flores,

germinaba una nueva y extraña vida a la vera del Niño.

(...)
En nuevo esplendor divino despertado

ascendió a las alturas de aquel mundo nacido de nuevo,

con sus propias manos sepultó el viejo cadáver en la huesa que había abandonado

y, con mano omnipotente, colocó sobre ella una losa que ningún poder levanta.

(...)

Nadie que crea y ame

llorará ante una tumba:

el Amor, dulce bien,

nadie le robará.

–Su nostalgia mitiga

la ebriedad de la Noche.–

Fieles hijos del Cielo

velan su corazón.



Y esos maravillosos, contundentes versos de la parte final:

Una lluvia de estrellas
se hace vino de vida
beberemos de él
y seremos estrellas.

Volveremos a ser estrellas, lo que siempre hemos sido en realidad, aunque en estos momentos de incertidumbre, errantes y confundidos por los fantasmas de la materia bruta, caigamos a menudo víctimas de los engaños y la hipnosis de la Bestia Maligna según la cual del barro salimos y a él volveremos... ¡Pero no! Nosotros no volveremos al barro, porque nuestra sangre no pertenece a la Bestia, como sí la de sus esclavos. Ella lo ansía pero jamás podrá arrebatárnoslo y por eso nos odia más allá de todo entendimiento. ¿Cómo dijo aquel otro excesivo, maravilloso y desafiante salvaje? Sí, aquél del gran bigote, mi extraordinario amigo y hermano de sangre Friedrich Nietzsche, el Viejo Fritz, que escribió esta deslumbrante declaración de principios en su fantástico El Anticristo:

Mirémonos a la cara.
Nosotros somos hiperbóreos.

Sabemos muy bien cuán aparte vivimos.

Ni por tierra ni por mar encontrarás
el camino
que conduce a los hiperbóreos:
ya Píndaro supo esto de nosotros.
Más allá del norte, del hielo, de la muerte...,

nuestra vida, nuestra felicidad.
Nosotros hemos descubierto la felicidad.
Nosotros sabemos el camino.
Nosotros hemos encontrado la salida de milenios enteros de Laberinto.

¿Qué otro lo ha encontrado?


Novalis, Fritz, cuánto os echo de menos...




martes, 23 de marzo de 2010

Lo que nos mueve (o no)

El estudio del ser humano y de sus mecanismos de conducta es una de las materias más fascinantes del mundo y de hecho en la Universidad de Dios hay varias asignaturas que de una forma u otra tocan este asunto. Para convertirse en una deidad uno tiene que haber trascendido el estado meramente humano y para lograr este objetivo primero hay que conocer perfectamente las virtudes y los defectos de este organismo de carbono que empleamos para encarnar en este pequeño planeta perdido en una esquina de la galaxia. Por eso no me canso de analizar (y en ocasiones reproducir a nivel privado) los experimentos a los que psicólogos y analistas de la conducta de todos los pelajes someten constantemente a distintos grupos de hombres y mujeres para investigar el porqué de su forma de actuar. Uno de los más curiosos sobre los que he tenido noticia en los últimos tiempos fue el diseñado por John Darley y Daniel Batson, de la Universidad de Princeton, para comprobar cuál es la razón última que nos lleva a ayudar o no a una persona en apuros.

Ambos psicólogos decidieron reproducir la historia neotestamentaria del buen samaritano que aparece en el Evangelio de San Lucas y que es tal vez una de las más conocidas parábolas pronunciadas por Jesús en defensa de la misericordia, la piedad y el amor al prójimo. En ella se relata cómo un viajero que transitaba por el camino entre Jerusalén y Jericó fue asaltado por unos bandidos que le golpearon, robaron y dejaron por muerto. Dos personas teóricam
ente piadosas y muy religiosas, un sacerdote judío y un levita, pasan por allí pero se desentienden del infortunado viajero y continúan su camino. La tercera persona en encontrarse con el herido es un samaritano, quien sí se acercó al viajero, le hizo una cura de primeros auxilios y finalmente le condujo a una posada para que se recuperase. La gracia de la parábola es que los samaritanos estaban considerados como una especie de herejes y apestados entre los rabinos y doctores de la ley judaica, porque desarrollaban su culto en el monte Garizim en lugar del templo de Jerusalén y sólo aceptaban a Moisés como profeta, además de desdeñar los textos del Talmud y otros escritos de la ortodoxia judía. Por cierto que los samaritanos odiaban a los judíos por la cantidad de ocasiones en las que éstos habían atacado y destruido su templo en Garizim. Que un samaritano se detuviera en el camino para echar una mano a un judío, olvidándose del odio que enfrentaba a ambas comunidades para contemplar sólo la ayuda de un ser humano a otro, es casi como si hoy un miliciano palestino encontrara herido por un accidente de tráfico a un soldado israelí y parara su propio vehículo para echarle una mano.

Darley y Batson se propusieron replicar el suceso con estudiantes del Seminario de Teología de Princeton y para ello se reunieron, uno por uno, con un grupo de ellos. A cada estudiante le pidieron que preparara una charla sobre un tema extraído de la Biblia y luego se acercara a un edificio próximo para exponerl
a. Según lo hiciera, así recibiría una calificación que le serviría en su carrera en el Seminario. En realidad, el objetivo es que en el camino entre ambos edificios se encontraran con un tipo contratado para quedar tirado en medio del callejón, tosiendo y lamentándose, con los ojos cerrados, como si le pasara realmente algo malo. Y la pregunta, claro, es cuántos estudiantes pasarían de largo y cuántos se detendrían a ayudarle. Y por qué.

Para enriquecer el estudio, los psicólogos introdujeron tres factores variables:

1º.- Todos los estudiantes rellenaron, antes de comenzar el experimento, un cuestionario idéntico sobre las razones por las que habían decidido estudiar Teología. Se les pedía que explicaran si es que ésta era una herramienta útil para dar sentido a su propia vida o acaso les atraía ayudar a los demás o tal vez crecer interiormente de manera espiritual. Debían señalar el motivo principal que les animaba en su trabajo.

2º.- Se escogieron temas distintos para improvisar las charlas. A unos estudiantes se les pidió que la desarrollaran sobre la importancia del clero profesional a la hora de fomentar la vocación religiosa y a otros se les propuso que hablaran precisamente de la parábola del buen samaritano.

y 3º.- Justo antes de salir del edificio principal con destino al otro en el que tenían que dar la charla (y previamente encontrarse al tipo tirado en la calle), a unos se les azuzó con frases como
"¡Vete deprisa, ya llegas tarde! ¡Te están esperando hace rato! ¡Cómo se nos ha podido pasar la hora! ¡Corre, no te demores más!" mientras que a otros les dijeron frases más calmadas como "Aún tienes tiempo, aunque podrías ir yendo para allá".

Planteado el experimento podemos hacer un ejercicio de predicción sobre quién hizo de buen samaritano y quién no. Casi todo el mundo que ha tenido oportunidad de examinarlo
a priori dice que los seminaristas que con mayor probabilidad se pararon a ayudar al hombre necesitado de ayuda fueron los que (1º) en los cuestionarios previos insistieron en la idea de cursar Teología para ayudar a los demás o los que (2º) precisamente por haber recordado la parábola estaban predispuestos a reconocer la situación y ofrecer su compasión al necesitado... Sin embargo ninguna de esas variables fue la determinante. De hecho, según las conclusiones de los propios Darley y Batson, "no incrementaron de manera significativa la conducta en ayuda del hombre" sino que "al contrario, más de un seminarista a punto de dar una charla sobre el buen samaritano se tropezó con la víctima y siguió su camino a toda velocidad" sin reparar en ella. Así que el factor 3º se reveló como el decisivo: ¡lo que contaba a la hora de ayudar era si el estudiante llegaba tarde a su charla o tenía tiempo de sobra! Entre los estudiantes que iban con prisa, sólo 1 de cada 10 se detuvo a ayudar. Entre los que tenían tiempo de sobra, el 63 por ciento ayudó al tipo en la calle.

En resumidas cuentas: unas simples palabras (
"Apúrate, que llegas tarde"), una orden que llegó desde fuera, cambiaron en un instante a personas teóricamente interesadas por la compasión, la piedad, la religión, la espiritualidad..., en otras completamente distintas a las que el sufrimiento del prójimo les traía sin cuidado porque lo más importante para ellas era cumplir su agenda personal. La conclusión es demoledora: las presuntas convicciones de nuestro corazón o los presuntos razonamientos lógicos de nuestra mente son menos importantes a la hora de actuar frente al peso que imponen las circunstancias externas inmediatas en las que nos movemos (en contra de lo que recomienda mi querido profesor Epicteto: veánse las referencias al respecto en este mismo blog).

Creo que esto resuelve mucho del clásico problema acerca de la existencia o no del libre albedrío entre los mortales.

lunes, 22 de marzo de 2010

Ahogados

A comienzos de este mismo siglo XXI, antes de ayer como quien dice, la empresa norteamericana Media Dynamics con sede en Nueva York, calculó que el ciudadano estadounidense medio estaba expuesto a un total de 254 mensajes publicitarios diferentes cada día. Eso significa casi un 25 por ciento más que a mediados de los años setenta del siglo anterior. Diez años más tarde, es de suponer que (además de poder extrapolar el dato a Europa) esa cantidad se ha incrementado a medida que lo han hecho los millones de páginas de Internet, los numerosos operadores de sistemas por cable o vía satélite que transmiten decenas de canales de televisión, los miles de revistas en papel que se publican cada mes, las ya incontables emisoras de radio que emiten tanto por el sistema tradicional como a través de la web...

Vivimos ahogados en un mundo de información y publicidad, lo que para las empresas que se dedican a ambos tipos de negocios supone un auténtico desafío, un reto en verdad muy difícil de afrontar que califican técnicamente como problema de amontonamiento porque ¿cómo llamar la atención del usuario/consumidor en medio de semejante maremagnum?

Un ejemplo de la dificultad para enganchar a la audiencia lo ofreció la compañía Coca Cola durante los Juegos Olímpicos de
Barcelona 1992. Pagó entonces la nada despreciable, y por cierto esotérica, cantidad de 33 millones de dólares de los de aquella época por los derechos de patrocinio de uno de los principales acontecimientos deportivos del mundo. Y, sin embargo, el tremendo despliegue publicitario de la zarzaparrilla americana por excelencia no tuvo demasiado éxito, si hacemos caso a los estudios de mercado que se elaboraron en aquel momento: sólo un 12 por ciento de los telespectadores dijo haber reconocido la marca como la del refresco oficial de los Juegos. Es más, ¡un 5 por ciento de los telespectadores aseguró estar convencido de que la marca patrocinadora era en realidad Pepsi Cola!

Todos los estudios más recientes aseguran que las audiencias están tan saturadas que su cerebro funciona casi como el estómago de aquellos depravados ciudadanos de la Antigua Roma que organizaban orgía tras orgía en las que primero engullían todo tipo de alimentos más allá de lo razonable para enseguida vomitarlos y así hacer sitio a más comida..., que luego devolvían otra vez para repetir la experiencia hasta el hartazago.

Sabemos, por ejemplo, que las frases publicitarias además de ingeniosas, simpáticas y llamativas no deben llegar a las ocho palabras y mejor si se quedan en cinco o seis: una frase corta, un eslógan mínimo pero impactante. Si no cumplen con estas características, no quedarán fijadas en las audiencias. Otra investigación asegura que, durante una pausa publicitaria de dos minutos y medio, a partir de los cuatro anuncios diferentes de al menos quince segundos de duración, la eficacia de los susodichos mensajes se reduce prácticamente a cero, con independencia de lo que se cuente.

Nuestra mente está tan saturada que, sencillamente, somos incapaces de recordar (aún más, no somos capaces de ver siquiera en el mismo momento en que lo tenemos ante nosotros) la mayor parte de los q
ue se nos dice, de lo que vemos o lo que escuchamos. No obstante, hay otra consecuencia de esta saturación, y es mucho más preocupante para el propio usuario que para el publicista. O debería serlo. Y es que gran parte de la publicidad que nos bombardea diariamente (desde la televisión encendida en casa como "música de fondo", desde la radio que escucha el conductor de nuestro autobús, desde los márgenes de las webs que visitamos en nuestro ordenador, desde los espantosos soportes publicitarios instalados por los Ayuntamientos de las grandes ciudades...) termina actuando sobre nosotros como si fuera subliminal ya que ingresa en nuestro cerebro sin que realicemos una mínima labor de discriminación. Está ahí y no le prestamos atención conscientemente, pero acaba alojándose en algún lugar de nuestra mente y ocupando un sitio que no le corresponde y que, aparte de limitar nuestras funciones mentales para lo que de verdad nos interesa, acabará condicionando nuestra conducta futura.

En efecto, ¿por qué nos gusta un determinado tipo de coche o una bebida o una colonia o, un poco más allá, un tipo de hombre o de mujer, un equipo de fútbol, un país concreto, un candidato político, una forma de gobierno, una religión...? Al final, si conseguimos detenernos en el arcén aunque sea durante unos minutos y nos tomamos la molestia de darle un par de vueltas al asunto, llegaremos a la sorprendente y desoladora conclusión de que nuestras ideas y opiniones, ésas que creemos tan íntimas, las banderas que defendemos, por las que luchamos y matamos o morimos..., resulta que no son tan nuestras como pensábamos.

Y yendo ahora un paso todavía más allá... Es ciertamente una estrategia diabólica: la mejor forma de esconder algo consiste en crear miles de copias semejantes, de manera que el buscador sea incapaz de diferenciar el original del duplicado. Millones mueren todos los días ahogados y abrazándose tan desesperada como inútilmente a un salvavidas de papel mientras el salvavidas de verdad flota, confundido entre la multitud de copias. Sólo el espíritu alerta y el corazón fuerte son capaces de reconocerlo.

viernes, 19 de marzo de 2010

Todo tiene su porqué

Cuenta la leyenda que durante cierta procesión religiosa, un hombre santo cuyo legendario dominio de sí mismo era admirado y reconocido por todos recibió en una de sus cejas una salpicadura de yeso del tamaño de la cabeza de una mosca. Molesto por el yeso pero sin poder quitárselo él mismo, pues padecía una artritis que le impedía levantar demasiado sus brazos (y por tanto acercar sus manos a la cara), le pidió a uno de los guerreros que vigilaba la procesión que le cortara los tres pelos de la ceja manchada utilizando su hacha de combate.

Ni corto ni perezoso, el guerrero levantó su arma, hizo un poderoso molinete con ella (con tanta fuerza que se escuchó cómo cortaba el aire) y, con gran precisión, tajó exactamente los tres pel
os sin tocar nada más en el cuerpo del santo. La gente que había contemplado el sucedido suspiró de alivio pues desde lejos parecía que había estado a punto de cortarle la cabeza.

El santo, contento por haberse librado de la molestia, bendijo al guerrero y a su hacha en agradecimiento por su ayuda y luego todo el mundo siguió viendo la procesión.

Algún tiempo después, un príncipe que había oído hablar de la hazaña ordenó al oficial del guerrero que obligara a éste a presentarse en su palacio. Así lo hizo el oficial y el guerrero se presentó en la corte ante el príncipe junto con su hacha. Entonces el príncipe caprichoso hizo traer yeso y después de admirar el arma temible extendió la mano ante el guerrero mostrándole a sus súbditos, como invitándole a que escogiera con quién repetir la actuación.

- Te cubriré de oro si haces con uno de ellos lo que hiciste con el santo.

- Eso es imposible aquí -se negó el guerrero.

- ¡Si te niegas, ordenaré que te ejecuten! -se enfureció el príncipe.

- Haz lo que quieras conmigo. No mataré a nadie por tu placer -contestó impávido.

- ¡Pero yo no quiero que mates a nadie! -trató de convencerle el príncipe, viéndole tan convencido- Sólo deseo contemplar y admirar tu precisión con el hacha y que cortes tres pelos manchados de yeso en la ceja de otro hombre igual que lo hiciste con la ceja del santo.

- Eso es imposible aquí -repitió el guerrero, y luego se explicó-: el santo lo era porque poseía una gran fuerza interior y un espíritu poderoso. No se movió, ni el más mínimo temblor le recorrió el cuerpo, cuando dejé caer el hacha. ¿Quién de entre tus atemorizados súbditos sería capaz de
quedarse quieto viendo caer mi hacha sobre su cabeza?

jueves, 18 de marzo de 2010

La Reina Serpiente

Entre 1455 y 1485, dos linajes se enfrentaron por el trono de Inglaterra (y los territorios bajo su control): la Casa de York y la Casa de Lancaster. Es la conocida como Guerra de las Dos Rosas por el emblema de cada bando: la de York es blanca por la pureza, la inocencia y la luz, ya que se supone que representa a la Virgen María, la Rosa Mística de los Cielos, mientras que la de Lancaster es roja y no posee un simbolismo especial más allá del habitual para la flor de este color (asociada generalmente al poder real y en especial al mágico y al solar, lo que ya de por sí es bastante significativo): estaba en uso desde la época de Juan de Gante, duque de Lancaster y tercer hijo de Eduardo III rey de Inglaterra.

La Guerra de las Dos Rosas comenzó cuando el duque Ricardo Plantagenet (York) intentó quitar de en medio al rey Enrique VI (Lancaster) quien, pese a ser hijo del gran Enrique V, carecía según los cronistas de la época de una correcta estabilidad mental así como de otras cualidades precisas para soportar sobre la cabeza una corona como la que portaba. Aprovechando su debilidad militar por la guerra de los Cien Años el duque intentó el golpe definitivo pero fue derrotado y, aún peor, murió, en Wakefield. Después de sucesivas escaramuzas durante treinta años, el conde de Richmond, Enrique Tudor, se
puso al frente de los Lancaster y en Bosworth Field derrotó de nuevo y esta vez para siempre a los York (que al final demostraron ser tan blanditos como el jamón que lleva su nombre). Coronado como Enrique VII, tuvo la inteligencia suficiente para terminar con tres decenios de guerra como se hacían estas cosas en la Edad Media. Es decir, casándose con Isabel de York y uniendo así ambas casas..., y ambas rosas, en una sola: la roja y blanca de los Tudor que a partir de entonces representó al trono de Inglaterra.

Es por eso por lo que la rosa de los Tudor aparece en muchos de los cuadros, dibujos y todo tipo de representaciones de los reyes de Inglaterra, desde esa época hasta entonces. Incluyendo los de la poderosa, gélida y neurótica reina Isabel I, la famosa "reina virgen" y sin duda una de las personas más populares que ha ocupado el trono de la monarquía británica (y durante más tiempo). Conocemos muchas i
mágenes de esta mujer que, a pesar de todo, fue una personalidad enigmática muy bien protegida por un gabinete de prensa y propaganda muy eficiente para su época. Gracias a ese gabinete existe buena parte de la Leyenda Negra sobre España y aún muchos ignorantes (entre ellos la mayoría de españoles) creen que Felipe II (el gran enemigo de Isabel I, a quien ella odiaba entre otras cosas porque jamás pudo ser su amante) era un fanático católico iletrado e inquisitorial, cuando en realidad su corte (especialmente en El Escorial) albergó la más elevada cantidad de herejes por metro cuadrado de la Europa de la época además de la biblioteca real más surtida en todo tipo de saberes, conocimientos, religiones y creencias, y cuando la propia reina inglesa fue una fanática protestante que mató a todos los católicos que se le pusieron a tiro en el Reino Unido. Es el mismo gabinete que nos cuenta una y otra vez la "victoria" británica sobre la mal llamada Armada Invencible (destruida en realidad por las condiciones meteorológicas y por sus propios defectos ya que poseía muchos buques pero su calidad, su mantenimiento y sus mandos distaban de ser los idóneos) y se calla la derrota de la Contraarmada británica (mayor aún que la Armada española) que intentó hacer lo mismo que los españoles en las islas británicas pero invadiendo la península desde Lisboa y fracasó miserablemente (y en este caso derrotada no por el mal tiempo sino por las tropas españolas allí acantonadas). Es, aún, el mismo gabinete que nos presenta a una reina amante de la cultura y bajo cuyo reinado florecieron figuras como Shakespeare o Marlowe y se calla la financiación sistemática de la Corona a piratas, corsarios y asesinos de todo pelaje como Drake o Hawkings que atacaban y saqueaban no ya sólo las ciudades españolas que podrían albergar más riquezas por su actividad comercial, como Cádiz, sino los simples e indefensos convoyes comerciales que cruzaban el Atlántico.

Uno de los cuadros menos conocidos de la reina Isabel I, de autor anónimo y que se conserva en la Galería Nacional de Retratos del Reino Unido, muestra a esta mujer con su característico gesto agrio y empuñando algo en su mano derecha, cuyo dorso aparece ennegrecido por una mancha extraña. Durante mucho tiempo, los expertos pensaron que lo que sujetaba contra su pecho era la Rosa de los Tudor, pero no se explicaban el porqué de la sombra. El enigma ha quedaro resuelto recientemente, gracias a que vivimos en una época tan estéril desde el punto de vista creativo que los especialistas en arte prefieren aprovechar su tiempo en limpiar y recuperar la belleza de las obras antiguas que en malgastarlo con las "novedades" prescindibles que nos ofrecen los "artistas" de nuestros días. Y aquí surge la sorpresa porque una de las conservadoras de la susodicha Galería Nacional, Tarnya Cooper, ha revelado al mundo que gracias a los rayos equis y la tecnología de infrarrojos se descubrió lo que luego se ha confirmado: que lo que verdaderamente sujetaba la "reina virgen" era... ¡Una serpiente! Una serpiente de escamas verdes y azules pintada primorosamente.


Ahora nos encontramos con la parte más divertida, cuando los analistas actuales cometen el mismo error de siempre que es intentar justificar y explicar con razonamientos actuales los comportamientos de nuestros antepasados. Cooper y los otros
conservadores nos dicen que la serpiente original fue camuflada y sustituida por la Rosa de los Tudor porque "podría asociarse al mal y al pecado original" y porque los asesores de la reina "controlaban cuidadosamente su imagen y un desliz de este tipo no hubiese pasado inadvertido" ya que la serpiente "era un símbolo demasiado delicado o ambiguo, un emblema demasiado peligroso quizás". ¿Es creíble esto? Hablamos del retrato oficial de la reina en una época en la que nadie se atrevía ni a estornudar sin su permiso. Si ella decidió pintarse con una serpiente fue porque ella lo quiso y lo aprobó, no porque nadie le aconsejara en ese sentido, y si alguien decidió camuflar la bicha en algún momento casi seguro lo hizo tras el fallecimiento de la monarca, so pena de despertar su ira y perder, literalmente, la cabeza.

De hecho, la serpiente era uno de los emblemas favoritos de Lizzard-bel (¡como podrán imaginarse todos los lectores de las fascinantes/extravagantes/sugerentes teorías de cierto investigador británico llamado David Ic
ke!). La reina poseía varias joyas con forma de serpiente e incluso algunos vestidos, como se aprecia por ejemplo en la manga izquierda de este otro cuadro suyo, mucho más conocido. Y ello por no mencionar la prometedora semejanza del adorno del sombrero que luce en esta misma imagen. Un historiador británico experto en la época Tudor, David Starkey, remueve más el fango en lugar de aclararlo al asegurar formalmente y sin que le entre la risa que "las serpientes tenían varios significados en el siglo XVI durante el período isabelino, un simbolismo dual... Sin duda, representaban a la sabiduría ... pero otros podían ser asociados con aspectos sexuales o malignos". Muy bien, mr. Starkey, nos ha sacado usted de la duda... Sobre todo cuando lo del doble significado viene de bastante antes. Por citar el primer ejemplo que me viene a la cabeza, en el Antiguo Egipto se diferenciaba muy bien a la cobra real (símbolo del bien) que portaban los iniciados en sus tiaras, incluyendo el faraón, de la víbora (símbolo del mal) que muerde y/o escupe veneno y que causa más de un problema incluso a los propios dioses.

Dándole vueltas a la imagen de Isabel I apareció por mi cuarto, cómo no, el ilustre Mac Namara.


- Mira quién está ahí..., la malvada Issssssabel -comentó mi gato conspiranoico alargando la ese como si imitara el siseo de una serpiente.


- Así que tú tampoco crees que fuera una buena persona precisamente, ¿mmmh?


- Seguro que no sabes esto -dijo, mirándome con sus ojos burlones-: la última vez que se exhibió públicamente ese misterioso retrato fue en 1921. Y en esa época los llamados expertos de la Galería Nacional de Retratos impusieron la retirada permanente del cuadro de la vista del público achacando la sombra no a una Rosa de los Tudor mal pintada sino a una decoloración por culpa de la exposición y el paso del tiempo... Yo diría que a lo mejor esos expertos sabían más de lo que realmente contaron sobre lo que significaba exactamente el cuadro... Y, por cierto, es interesante que fuera una Rosa de los Tudor lo que pusieron en manos de la vieja bruja, la reina serpiente, para disimular al pequeño y malévolo ídolo que se trae entre manos. Otro día te contaré acerca de las peculiaridades de las rosas de York y Lancaster pero ¿sabes que sería interesante? Que alguien explicara cuál fue exactamente la causa de la "inestabilidad mental" de Enrique VI...


- Tus comentarios son inquietantes, como de costumbre.

Mac Namara sonrió y concluyó:

- ¿Sabes la última noticia? El Instituto de Astrofísica de Canarias acaba de descubrir el exoplaneta más parecido a los del Sistema Solar de todos los detectados hasta el momento desde la Tierra, que son unos cuantos: en torno a 400. Es muy parecido a Júpiter y orbita en torno a una estrella parecida al Sol en un año de unos 95 días. Está a unos 1.500 años luz de distancia de nuestro mundo y quién sabe si podría tener vida, aunque resulta difícil teniendo en cuenta que se le ha calculado una temperatura que oscila entre los 150 grados y los 20 bajo cero. Le han bauitzado como Corot-9b y ¿sabes dónde lo han descubierto?
En la Constelación de la Serpiente.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Cómo manejar audiencias televisivas

La gran batalla de finales del siglo XX y principios del XXI en el sector de los mass media nunca fue por el control de la prensa escrita sino por el de la prensa audiovisual, que es el que permite enganchar y manipular con mayor facilidad a grandes audiencias. Después de todo, no basta con saber leer para interpretar un texto, sacar conclusiones y formarse una opinión (los lectores de periódicos siempre fueron pocos, en realidad), mientras que la radio y, sobre todo, la pantalla rinde con facilidad todo tipo de mentes: desde el intelectual más trabajado hasta el homínido analfabeto (uno no necesita pensar: sólo mirar). Por lo mismo el "descontrol" de Internet no preocupó excesivamente a quienes aspiran a mantener eternamente bajo su dominio al rebaño humano..., hasta que la tecnología no sólo facilitó sino que generalizó el empleo de archivos audiovisuales: hoy cualquiera puede colgar un contenido atractivo en la Red en forma de película casera explicando cosas-que-no-deberían-ser-del-dominio-público o simplemente copiando alguna de las películas interesantes (por el mensaje que contienen, más que por su factura propia) que tan difícil resulta ya encontrar en el mercado (muchas desaparecieron de los catálogos de venta al cambiar del video al DVD y muchas más lo están haciendo al cambiar del DVD al Blue-Ray que, entre otras cosas, es uno de los mayores timos tecnológicos de los últimos años porque no ofrece una calidad tan elevada como para justificar la enorme inversión que supone no ya la compra del reproductor sino la sustitución de los títulos en poder del cinéfilo).

Una de las muchas (y por lo general desconocidas para el gran público) pruebas de la facilidad con la que la pantalla puede manipular sutilmente la opinión ajena lo demuestra el experimento realizado en 1984 por un grupo de psicólogos de la norteamericana Universidad de Siracusa dirigidos por Brian Mullen. Se trataba de estudiar hasta qué punto los informativos televisivos de prime time podían condicionar una cuestión tan importante como el voto político de sus audiencias televisivas. Así que el equipo de Mullen aprovechó la pugna de las campañas que emplearon el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos Ronald Reagan y el candidato demócrata Walter Mondale, junto con su repercusión en los tres principales telediarios nocturnos: los de Peter Jennings en la ABC, Dan Rather en la CBS y Tom Brokaw en la NBC.

Los psicólogos seleccionaron todas las referencias a ambos candidatos presidenciales en los distintos telediarios y obtuvieron casi cuarenta fragmentos de unos dos segundos y medio de duración cada uno de ellos, que posteriormente mostraron a un grupo de personas seleccionadas al azar. Estas personas no sabían cuál era el tipo de test en el que estaban participando y no se les dijo sobre qué estaban hablando los presentadores: simplemente se les mostró las imágenes en las que los tres hablaban de los dos candidatos a la presidencia, pero sin sonido. Luego se les pidió que evaluaran el contenido emocional en las expresiones de los presentadores en una escala de 21 puntos que iba desde un tope de "extremadamente positivo" a otro de "extremadamente negativo".

Los resultados del test fueron muy interesantes. Dan Rather de la CBS fue quien obtuvo la puntuación más neutra: 10,46 puntos cuando hablaba de Mondale y 10,37 cuando lo hacía de Reagan. Esto es, su expresión no cambiaba prácticamente a la hora de hablar de uno u otro candidato, por lo que se puede decir que se aproximó bastante al ideal del periodista objetivo: aquél que habla de los personajes y de los hechos que protagonizan sin tomar partido por ninguno de ellos y con independencia de su opinión personal. Tom Brokaw de la NBC fue etiquetado por los participantes en el experimento como algo más expresivo pero igualmente equilibrado, puesto que obtuvo 11,21 puntos cuando mencionaba a Mondale y 11,50 al hablar de Reagan.

El caso de Jennings en la ABC fue distinto: al referirse a Mondale, su expresividad aumentó hasta 13,38 puntos pero al informar sobre Reagan se le disparaba el gesto hasta alcanzar 17,44 puntos. Adrede o de forma inconsciente, Jennings transmitió a su público un mayor entusiasmo por el candidato republicano que podría influir en la decisión final de los televidentes de votar por Reagan el día de las elecciones. ¿Lo hizo?
El experimento contaba con una segunda parte: un control para verificar la pasión política de los presentadores. Las mismas personas que habían evaluado las informaciones sobre Reagan y Mondale vieron a continuación otra serie de fragmentos en la que los tres presentadores hablaban sobre dos noticias diferentes. La primera, triste sobre el funeral de Indira Gandhi y la segunda, alegre sobre un avance científico en la lucha contra la enfermedad. Significativamente, en esta segunda parte Jennings no puntuó más en la noticia buena ni menos en la mala, respecto a Rather y Brokaw. Es decir se implicó menos y según Mullen esto revelaba que Jennings había demostrado "un prejuicio significativo y evidente en la expresión de su rostro" en el caso de la información política.

Para comprobar su influencia real, los psicólogos esperaron al día de los comicios y, tras las votaciones, llamaron a grupos diferentes de personas que hubieran visto los telediarios de la campaña en varias ciudades de los Estados Unidos. Les preguntaron a quién habían votado y la conclusión fue demoledora: en todas y cada una de las localidades había más votantes a Reagan entre los que solían ver el telediario de Jennings que entre los que veían los de Rather o Brokaw.

Como es lógico, cuando Mullen hizo pública la conclusión de su experimento, la cadena ABC negó que su influencia pudiera ser de tal calibre y el propio Jennings se desahogó contra el psicólogo llamándolo de todo menos bonito. Además, emplearon un argumento lógico: no es que la ABC orientara a los votantes en favor de Reagan sino que los ya potenciales votantes de Reagan eligieron ver la ABC porque era favorable al candidato republicano. Mullen contradijo esta posibilidad presentando otro estudio paralelo según el cual en otros niveles más aparentes de la información, como por ejemplo en la selección de las noticias que ofrecía la cadena, la ABC demostró ser la más hostil hacia Reagan, por lo que en teoría su público no debería ser precisamente el de los republicanos convencidos...

En resumidas cuentas, el trabajo de los psicólogos de la Universidad de Siracusa demostró la importancia (y la poderosa influencia sobre sus seguidores) de la figura periodística que aquí conocemos como líder de opinión y por supuesto de la comunicación no verbal puesto que en ningún momento Jennings sacó el cartel de Vote for Reagan... ¡Ni le hizo falta!

Cuatro años más tarde, durante la siguiente campaña electoral que enfrentó al candidato demócrata Michael Dukakis contra el candidato republicano George Bush (padre), Mullen repitió el mismo experimento..., y obtuvo los mismos resultados. Peter
Jennings siempre sonreía o se le iluminaba la cara cuando hablaba de Bush y la encuesta telefónica posterior demostró que los espectadores de su cadena, ABC, votaron mayoritariamente al candidato republicano. La tentación en España a la hora de analizar una experiencia tan interesante como ésta es la de costumbre: "esto sólo sucede en EE.UU. porque los yankees son unos tontitos y es fácil manipularlos", pero estoy completamente seguro de que si algún equipo de psicólogos españoles repitiera el estudio aquí con políticos españoles, elecciones españolas y votantes españoles obtendría unos resultados asombrosamente similares.


martes, 16 de marzo de 2010

Amadeus

La Universidad de Dios tiene sus riesgos y el primero de ellos es que también existe una Universidad de Demonio. Es lógico: el Yin y el Yang, el Bien y el Mal, el Día y la Noche..., la eterna dualidad que genera el roce y con el roce el desarrollo de la vida... La Vida y la Muerte: la Guerra Eterna, a la que nadie escapa, porque está en la base de la existencia misma.
En el momento en el que uno ingresa en la Universidad de Dios se le facilitan algunas armas mágicas, además de cierta protección general, contra los ataques de los alumnos de la Universidad de Demonio. Obviamente a medida que uno progresa en los niveles de conocimiento va adquiriendo mayores poderes (por así decir...) pero también ofrece un mayor blanco a las acechanzas del Enemigo. La frase es conocida: cuanto mayor sea la luz, mayor la sombra que proyectará. Las escaramuzas, y aún los combates puros y duros, entre defensores de la Luz y defensores de la Oscuridad están a la orden del día y a menudo hay retos individuales o colectivos (de clases o de niveles) entre unos y otros. También hay emboscadas, pero éstas son patrimonio casi exclusivo de ellos. A nosotros no se nos permite emplear esta técnica, a cambio de cierto incremento extra en nuestra capacidad de recuperación. Leyes viejas, firmadas antes de que el mundo existiera siquiera...

El lunes fuimos víctima de una de esas emboscadas, algunos otros estudiantes y yo, que regresábamos alegremente de comer juntos. Ellos eran dos o tres veces más que nosotros, pero nos defendimos bastante bien (creo) porque conseguimos dispersar su primera embestida y ponernos a salvo antes de que se reorganizaran. Sin embargo, el carácter temerario heredado de mi reencarnación junto a Leónidas el espartano me jugó una mala pasada y cuando ya estábamos casi fuera de su alcance no se me ocurrió otra cosa que lanzarles un último gesto obsceno y en ese momento fui alcanzado por uno de sus virus mutantes. Fue como un puñetazo en el estómago que luego se abrió paso hacia mi interior hasta convertirse en una garra de hielo que me estrujaba el alma... ¡Hacía tiempo que no lo pasaba tan mal! Me llevaron deprisa y corriendo a la Enfermería de la Universidad de Dios y me dejaron en manos de los Druidas, especialistas en extirpar las armas mágicas de la Oscuridad y recuperar a los heridos. Allí me dijeron que todavía había tenido suerte, porque el virus podría haberme alcanzado al corazón o al cerebro y entonces tal vez no lo hubiera contado. Más tarde soporté resignado el tirón de orejas de mi tutor, el Gran Thoth, que me reprochó no saberme cuidar bien ("¡Con el tiempo que llevas aquí ya, parece mentira!") y me dispuse a pasar la tarde lo mejor posible, recuperándome de mis heridas. Naturalmente no me dejaron acceder a mi blog y por eso no hay entrada del día de ayer, lunes.

Uno de los druidas me ofreció ver una película para pasar el rato y, conociendo el poder curativo de la música, escogí Amadeus de Milos Forman para ver si podía retomar mi ánimo. ¡Vaya que si lo retomé, aunque no precisamente como pensaba, sino por la indignación que fue creciendo en mí a medida que veía las imágenes! Recuerdo haber visto esta película cuando se estrenó, en 1984, pero entonces no me removió demasiado: tan sólo me dejó cierta sensación agridulce, de vacío, como si el director se hubiera limitado a rodar la cáscara del argumento. Por entonces yo no había ingresado en la Universidad de Dios. Veintiséis años después, la experiencia fue muy diferente y mucho más amarga.

Amadeus
cuenta la historia de Wolfgang Amadeus Mozart, el Divino, el mayor genio de la música clásica, capaz de conectar a través de su mente privilegiada con ciertos niveles superiores de sensibilidad, por así decir, y traernos desde allí retazos, fragmentos, de las voces de los mismos dioses. Eso es lo mejor, con diferencia, de este auténtico bodrio engalanado con purpurina y celofán que, aunque no lo parezca (y aunque no los merezca) cosechó nada menos que ocho Óscar de Hollywood. Pero la película es un auténtico fraude. En la versión de Forman, Mozart es un auténtico imbécil y un borracho que, más que entender de música, actúa como un simple escriba, copiando "al dictado" la que "aparece" como por arte de magia en su cerebro. Eso enfurece y progresivamente enloquece por la envidia al serio y trabajador Antonio Salieri, el compositor de cámara del emperador José II de Habsburgo, que a pesar de su enorme talento y popularidad es desplazado de primera línea por su rival, lo que le lleva a renegar de Dios e iniciar una campaña contra Mozart de manera subterránea (muy al estilo Demonio) calumniando su vida y su obra, impidiendo que se representen sus trabajos musicales, favoriendo su endeudamiento y hasta matándole por agotamiento.

En la realidad, Salieri no sólo no asesinó a Mozart ni participó en conspiración ninguna contra él sino que no tenía motivos para envidiarle: disfrutó en vida de mucho más dinero, respeto y éxito, tanto entre los nobles como en la burguesía y el pueblo llano. Discípulos suyos fueron, entre otros, Beethoven, Liszt o Schubert. Aún más, se sabe que reconoció públicamente el trabajo de Mozart y que le alabó en más de una ocasión, aunque no tuvo la relación personal que se ve en numerosas secuencias por lo pleno de su propia y ocupada agenda y su nulo interés en mantener una amistad con él o con su mujer Constanze. La misma infancia de Salieri no tiene nada que ver con la que aparece en la película puesto que su hermano mayor ya se dedicaba a la música y él siguió su ejemplo animado por su familia, en contra de la imagen que se transmite en Amadeus según la cual su odioso padre le tenía prohibido dedicarse a este oficio. Hay una secuencia que resume la montaña de mentiras que Shaffer y Forman arrojan sobre Salieri porque "lo exige el guión": cuando Mozart se presenta ante el emperador José II, Salieri le ofrece una pequeña marcha de bienvenida que, para humillación del compositor de cámara del emperador, el recién llegado no sólo recuerda tras haberla escuchado una sola vez sino que a continuación la interpreta mejorada. Lo cierto es que esa composición era originalmente de Mozart, no de Salieri.

Pero lo más grave de la película es que esconde al Mozart de verdad, al Mozart que no sólo poseía un gran sentido del humor y una vitalidad sorprendentes (caricaturizadas con una risa estúpida en la película) sino una riquísima vida interior que le impulsó desde joven a estudiar los Misterios y, al fin, a ingresar en la Masonería pensando que allí encontraría respuesta a sus anhelos. Para la sociedad discreta creó algunos de sus más notables trabajos. Entre ellos, esa maravillosa obra de arte que es Die Zauberflöte (La Flauta Mágica), maravillosa pieza maestra del simbolismo musical de todos los tiempos que describe el camino de la Iniciación Genuina y que en la película se presenta como ¡un vodevil para el populacho! Para más INRI, en una de las secuencias, durante la famosa aria de la Reina de la Noche, se presenta a ésta, que en el libreto es la encarnación del Mal y la Perdición, con toda la iconografía de la Virgen María (y de Isis, y de todas las otras imágenes de la Diosa: se identifica al símbolo de lo perverso con el de la inocencia)... Mozart fue, incluso, amortajado de acuerdo con el ritual masónico.

Respecto a la muerte de Mozart, se ha especulado mucho sobre el asunto. En teoría no hay pruebas de que fuera asesinado aunque, cito ahora a Mac Namara, que es el que sabe acerca de conspiraciones:

- Por supuesto que le mataron. Pero aquéllos que lo encargaron y la forma en la que lo hicieron no aparecen en la película. Él mismo reveló a su mujer Constanze mes y pico antes de morir que sabía que alguien le había envenenado. Sufrió vómitos, dolores e hinchazones varias y acabó sin poder levantarse de la cama, donde falleció tras varios días de agonía.

- Pero ¿quién habría querido matar a un genio de la música?

- Mozart no sólo fue un genio de la música. Tenía intereses en otras cosas, entre ellas en el camino espiritual como muy bien comentabas. Pero fíjate en la fecha que murió, 5 de diciembre de 1791. La Revolución Francesa, animada intelectual y materialmente por numerosos francmasones franceses (y no franceses) había estallado en mayo de 1789, apenas dos años atrás, y sólo unos meses antes, en junio de 1791, Luis XVI y su esposa María Antonieta de Austria, hermana del mismo emperador José II para el que Mozart había trabajado en Viena, habían intentado huir, sin conseguirlo, de la furia revolucionaria. Esta fuga frustrada pesaría en el ánimo de quienes les condenarían a la guillotina poco después. ¿Qué sabía Mozart exactamente, no ya sobre el desarrollo sino sobre la gestación del proceso revolucionario? ¿Estaba de acuerdo con él y con los excesos que conducían, ya entonces, hacia la posterior época del Terror? ¿Estaba al tanto de la instrumentalización que de ciertas ramas de la Francmasonería había realizado esa otra orden secreta llamada Illuminati que, al menos desde 1784, manejaba un plan para dar el golpe de gracia a la monarquía en Francia y para el asesinato legal de sus reyes?

Interesantes cuestiones, le reconozco a Mac Namara... Por supuesto, siempre se puede justificar el guión de la película (basado por cierto en una obra teatral de Peter Shaffer estrenada en 1979) afirmando que ni Forman ni Shaffer pretendieron en ningún momento elaborar una biografía detallada de la vida de Mozart..., pero es una manera barata de eludir su responsabilidad en el deterioro de la imagen tanto de Mozart como de Salieri. En estos tiempos oscuros en los que sobrevivimos hoy, en los que nunca ha habido mayor cantidad de información a disposición de los mortales y nunca tampoco un mayor nivel de analfabetismo cultural, la inmensa mayoría de ovejas que se sientan ante la pantalla se tragan lo que ésta les cuente como si fuera la verdad más absoluta, sin cuestionarlo. Y luego lo repiten, impostando la voz como si fueran autoridades en la materia sobre la que disertan.