Ahora que estamos al borde mismo de la Semana Santa tal vez convendría recordar que a principios del siglo XX se desarrolló uno de los experimentos más bizarros de la historia de la Ciencia, al menos entre los que han llegado a hacerse públicos. Un doctor en medicina de Haverhill, Massachussets (EE.UU.), llamado Duncan Mac Dougall (y por tanto de indudable linaje escocés) trató de aplicar la razón científica a uno de los grandes enigmas de la religión para resolver la cuestión de la existencia del alma. Según la información publicada por la prensa de la época, en marzo de 1907 hace ahora 105 años justamente, trabajó con media docena de moribundos voluntarios y en fase terminal de tuberculosis a los que pesó antes y después de su fallecimiento gracias a la cama donde yacían, construida por él mismo sobre una balanza especial para asegurar la mayor sensibilidad posible a la variación de peso. El resultado es que, tras fallecer, los cuerpos pesaban entre 18 y 21 gramos menos, con lo que llegó a la conclusión de que no sólo poseía la primera prueba científica jamás conseguida sobre la existencia de algo que se "desprendía" del cuerpo y que enseguida identificó con el alma sino que había dado con su peso exacto.
Mac Dougall repitió el experimento con quince perros a los que sacrificó con veneno y no obtuvo los mismos resultados. De hecho, no constató diferencia alguna de peso, lo que según los articulistas del momento "confirmaba" su hipótesis ya que según la Santa Madre Iglesia los animales no van al cielo (ni al infierno) porque carecen de alma, precisamente. La publicación de estos resultados causó su revuelo en una época donde estaba muy de moda todo lo relacionado con el espiritismo, pero con el tiempo fueron olvidados, excepto por aquéllos que a partir de entonces se agarraron (y aún siguen agarrados) a esta experiencia científica que demostraba la supervivencia del homo sapiens allende la Última Frontera. Incluso llegó a rodarse, en 2003, una película titulada precisamente 21 gramos en la que se daba por buenas las investigaciones del doctor de Massachussets. Este largometraje dirigido por Alejandro González Iñárritu está interpretado por Sean Penn, Benicio del Toro y Naomi Watts, sobre un guión de Guillermo Arriaga.
Lo malo es que los experimentos de Mac Dougall no demostraron nada de lo que se supone que demostraron. Él mismo advirtió, con más honradez que los que celebraron sus resultados, de que su iniciativa médica era sólo una primera fase a la que debían seguir muchos más experimentos (que luego no se realizaron) si se quería resolver el tema "más allá de cualquier posibilidad de error". Según los datos que él mismo aportó, y que fueron alegremente interpretados a posteriori, sólo el primero de los seis pacientes fallecidos perdió la famosa cantidad (exactamente, "tres cuartos de onza" o, lo que es lo mismo, en torno a 21,3 gramos) coincidiendo "súbitamente" con el momento exacto de su muerte. El segundo perdió casi 46 gramos y fue durante "los dieciocho minutos que transcurrieron desde que dejó de respirar hasta estar seguros de que había muerto" (éste se tomó su tiempo para "desprenderse" de la existencia). El tercero perdió casi 43 gramos en dos partes: "media onza coincidiendo con la muerte" y, unos minutos más tarde, "una pérdida adicional de una onza" (¿tendría dos almas?). El cuarto no se sabe lo que ocurrió porque Mac Dougall se queja en sus notas de que su trabajo fue interferido por "personas ajenas al trabajo" (tal vez se tratara de familiares disconformes con la decisión del voluntario de dejar su cuerpo a la ciencia). El quinto perdió algo más de 10 gramos y medio justo al morir pero la balanza regresó "espontáneamente a su posición inicial, donde se mantuvo por quince minutos pese a retirar los pesos" (¿un alma que no quería irse al otro mundo y trataba de volver como fuera?). Y el resultado del sexto tampoco se pudo dar por bueno, ya que el paciente tuvo la mala educación de morirse antes de que la cama/balanza hubiera sido calibrada.
En resumen, ni siquiera fueron seis los cuerpos examinados con resultados más o menos homologables sino sólo uno: el primero, ya que hay que descartar dos resultados fallidos (el cuarto y el sexto) y otros tres resultados anómalos (el segundo, el tercero y el quinto). La verdad es que todo el experimento falla desde el momento en el que en esa época no existía un criterio definido para considerar el momento justo en el que ha muerto una persona y por tanto medir el peso de ese instante y compararlo con el de los anteriores. Ni siquiera hoy existe ese criterio, pues hay opiniones para todos los gustos: desde los que opinan que debe fijarse en el instante en el que cesa la actividad cardíaca y la respiración (gracias a lo cual han sido enterradas en vida tantas personas afectadas por catalepsia, por ejemplo) hasta los que defienden que la muerte cerebral señala el fin aunque algunas funciones físicas continúen en marcha durante algún tiempo más (gracias a lo cual también han sido dadas por muertas personas que sin embargo no lo estaban todavía, como algunos ahogados o afectados por congelación).
En las películas resulta muy fácil morirse. Todos tenemos en la cabeza miles de secuencias en las que el protagonista o cualquier otro personaje tiene aún tiempo para soltar sus últimas palabras, a veces enigmáticas e incluso épicas, a veces asombradas ante lo que está ocurriendo, a veces simplemente vulgares. Después, cierra los ojos y deja caer la cabeza para un lado y, listo, ya está muerto. Pero en la vida real, no sucede así: insisto en que ni siquiera a día de hoy los científicos son capaces de ponerse de acuerdo a la hora de fijar los criterios exactos para determinar un fallecimiento.
La leyenda de los 21 gramos de peso del alma se suma a otras historias aún más delirantes ya que, a pesar de sus limitaciones y errores, lo de Mac Dougall fue una experiencia científica contrastada, mientras que otros relatos parecidos que circulan en la actualidad no son más que eso: cuentos para niños que, en su ingenuidad y dominado por el pavor a la muerte, el homo sapiens se traga con gusto. Entre estos últimos figura el de una alemana de treinta años llamada Karin Fischer que habría fallecido en la sala de operaciones de un hospital de Frankfurt cuando estaba siendo intervenida para corregirle los defectos de unas válvulas implantadas en el corazón. Según esta historia, uno de los médicos que asistía en el quirófano, llamado Peter Valentin, decidió tomar unas fotos poco antes de la muerte de Fischer. Resulta que el citado doctor era también profesor y director de un improbable Departamento de Divulgación Didáctica del centro hospitalario. Al revelar las imágenes días más tarde, un asombrado Herr Valentin descubrió que en una de ellas, aquí reproducida, se veía cómo una forma humana transparente se elevaba desde el cuerpo de la paciente con los brazos abiertos. ¡Era la prueba fotográfica que nadie había conseguido hasta entonces del alma elevándose hacia el cielo tras la muerte! El párroco del hospital le convenció para que enviara la imagen al Vaticano, cuyos expertos le hicieron sus propios exámenes y certificaron su autenticidad. El mismísimo Papa Juan Pablo II se interesó por el asunto, aunque nunca se hizo público un dictamen oficial de la Santa Sede...
Normal, porque la foto jamás existió en realidad..., como no lo hizo Fischer ni Valentin ni el párroco. Fue una más de las "noticias" espectaculares y absurdas inventadas por una vieja conocida de esta bitácora: la revista norteamericana Weekly World News, por desgracia ya desaparecida (ya que era sumamente divertida), que tuvo la humorada de publicarla en portada con gran despliegue informativo interior, como vemos a la izquierda, en su número del 22 de septiembre de 1992 con el titular Fist photo of a human soul! (¡La primera foto de un alma humana!). Esta publicación mostró al mundo otras espectaculares "exclusivas" como la primera foto del Cielo (el Cielo de Dios y los angelitos) tomada por el telescopio Hubble, la prueba de que Tom Cruise es un alienígena, la entrevista con una esclava sexual del Bigfoot, la demostración de que Dick Cheney es un robot o el hallazgo del muy famoso niño murciélago.
¿Significa esto que el alma no existe? No, simplemente que sigue resultando tan esquiva a la percepción puramente material como siempre lo ha sido y que por tanto la mejor postura genérica sigue siendo la escéptica: wait and see, o sea, esperar y ver hasta que alguien aporte la prueba definitiva de su existencia. En realidad, esa prueba ya existe pero sólo la conocemos los estudiantes de la Universidad de Dios y, con lo que me ha costado llegar a tercero de carrera, supongo que ningún ingenuo lector esperará que la desvele aquí gratuitamente. Además, ya puestos podríamos ponernos a discutir también sobre las diferencias entre alma y espíritu, que no son en absoluto la misma cosa (aunque a veces se empleen como sinónimos) pero nos meteríamos ya en unos jardines gnósticos que, a estas alturas, me da mucha pereza penetrar.
POSTDATA:
Durante los próximos días, este blog permanecerá hibernado, puesto que hoy mismo emprendo viaje hacia Agartha para recibir iluminación directa de los Superiores Desconocidos. Retomará su ritmo habitual de publicaciones a partir de la segunda semana de abril. Lo digo para que luego no haya quejas, que ya me conozco el nivel de exigencia de sus usuarios...