Uno de los pensamientos más manidos (y por tanto vaciados de significado) de la historia de la Filosofía, en el estilo del inmortal Sé tú mismo, es aquél que dice: Cuando el sabio señala la Luna, el ignorante se fija en el dedo. Lo vemos en acción constantemente, sobre todo en esta época extraña de disolución y decadencia que elegimos vivir. A veces el propio ignorante cae en el error y a veces es empujado alegremente hacia él por el listillo de turno, al servicio de los amos del cotarro. Véase por ejemplo lo que está sucediendo con el autor de dos de los libros más importantes escritos durante el siglo XX y, en realidad, de cualquier época: Eric Arthur Blair.
La mayoría de la gente no le conoce por su nombre real (por desgracia, muchos no le conocen ni siquiera por su seudónimo) sino por aquél que eligió en su momento para pasar a la posteridad: George Orwell. Dicen los críticos que lo escogió en homenaje a la tradición británica: George, por Jorge (el santo patrón de Inglaterra) y Orwell, por el río del mismo nombre en Suffolk, un auténtico símbolo de la característica campiña inglesa. Escritor y periodista (¡qué gran combinación!), Blair/Orwell disfrutó de una vida agitada y llena de acontecimientos, incluyendo su autoalistamiento en las filas republicanas en Cataluña durante la última guerra civil española de 1936-1939. Allí fue testigo (y posteriormente dejó un detallado relato por escrito de ello) del duro totalitarismo y la burda propaganda desplegados por el "bando democrático" y de la "libertad" en la sangrienta contienda: especialmente por los comisarios políticos del Partido Comunista de España y los del gobierno republicano de Juan Negrín, cuya actuación ha sido tan blanqueada por los partidos de izquierda contemporánea como la de los líderes del militarismo franquista lo ha sido a su vez por los partidos de la derecha. Él mismo, que luchaba por las ideas republicanas, estuvo a punto de ser asesinado precisamente por los propios republicanos en Barcelona: en su condición de intelectual británico era demasiado libre para el gusto de los antifascistas.
En 2005 supimos, gracias a uno de esos informes que se descalifican tanto tiempo después pero nunca con el suficiente bombo mediático para que el homo sapiens corriente sepa de una vez en manos de quién estamos, que Orwell fue espiado y vigilado por el servicio secreto británico durante al menos 12 años. Las autoridades de Londres le consideraban un tipo sospechoso, dada su insistencia en ejercer su libertad de pensamiento y escritura. Y es que entre los muchos textos que dejó escritos figuran dos novelas muy especiales que son de lectura obligatoria para todos aquéllos que deseen comprender de verdad cómo funciona el mundo: Rebelión en la granja, que se publicó en 1945, y 1984, que vio la luz en 1949. Nada contaré ahora sobre ellas pues a los lectores habituales de esta bitácora ya les debe sonar. Los que las hayan leído conocen la importancia de su contenido y los que no, deben acceder en persona a su asombrosa descripción por adelantado de nuestro mundo contemporáneo. Sólo destacaré un hecho muy chocante, que me comentaba Mac Namara hace un par de días y que no suele
subrayarse... Estas dos novelas, lo mejor de su producción, fueron las dos últimas que publicó Orwell: meses después, falleció oficialmente de tuberculosis a la prometedora edad de 46 años llevándose consigo la promesa de nuevas obras en la misma línea, quizás aún más clarificadoras, más potentes. Se supone que la enfermedad le comía por dentro desde que la contrajera en su juventud pero, casualidades de la vida, la tuberculosis se le reprodujo con especial fuerza justo en la época en que publicó Rebelión en la granja. Entonces le condujo de hospital en hospital durante los tres años que mediaron hasta que publicó 1984..., poco después de lo cual se cobró su vida. "Curioso, curioso...", que diría el conejo de Alicia.
Como curioso es el hecho de que en los últimos años se haya puesto una sigilosa pero auténtica campaña de desprestigio de nuestro hombre. Por ejemplo, se le ha acusado poco menos que de ser un espía al servicio de la Inteligencia Británica (él, que fue espiado...) elaborando una lista con la que cual traicionar a "amigos" (que en realidad nunca lo fueron) y colegas (algunos lo fueron, otros no) de la literatura y el campo artístico señalando con el dedo a aquéllos que mostraban simpatías con el comunismo: desde el editor Kingsley Martin hasta el actor Michael Redgrave, pasando por el actor Charlie Chaplin o el cineasta Orson Welles, entre otros. La verdad es que para cualquiera que conociera el percal en aquella época semejante lista no le diría nada nuevo. El propio Orwell reconoció que no era "muy sensacional y no dirá a tus amigos nada que ellos no sepan ya" según las palabra que escribió a su amiga Celia Kirwan, que trabajaba en el Foreing Office y lógicamente tenía contactos en los servicios secretos británicos.
En verdad, el supuesto escándalo con el que se quiso salpicar a Orwell cuando todo esto se publicó hace pocos años en la prensa británica se quedó en nada. Quizá por ello ahora vuelven a la carga contra su persona, con una información surrealista que ha aparecido hoy mismo. Resulta que el University College de Londres acaba de publicar una base de datos que detalla las compensaciones abonadas a 3.000 familias británicas involucradas con el tráfico de escalvos en el Caribe, las islas Mauricio y Suráfrica, tras la abolición formal de esta actividad durante el siglo XIX. De acuerdo con documentos históricos, estas familias se repartieron unos 20 millones de libras esterlinas de la época: una cantidad equivalente a unos 2.600 millones de dólares actuales. La directora de la investigación, Catherine Hall, destacaba con una ingenuidad completamente artificial (si no, habrá que considerar seriamente la teoría de que la mujer es una perfecta analfabeta histórica), que "el gran descubrimiento de la base de datos es que el esclavismo en la época colonial británica era mucho mayor de lo que ha sido reconocido hasta el momento".
Bien, pues resulta que entre las muchas familias que se dedicaban al esclavismo, figuraba la de Charles Blair, un escocés que llegó a poseer más de 200 esclavos en Jamaica y que resulta ser el tatarabuelo de Eric Blair/George Orwell. Otros "ilustres" británicos también tuvieron antepasados esclavistas como el actual primer ministro David Cameron o el conocido novelista Graham Greene pero... ¿Cuál es el titular de la información? ¡"Antepasados de Orwell fueron compensados tras la abolición de la esclavitud", textualmente! ¡Como si Orwell pudiera ser acusado de un cargo digno de su neolengua, más o menos, el de "esclavista-en-potencia-por-sus-genes-familiares": él, cuyas ideas políticas estaban precisamente en favor de la justicia social y la mejora de las condiciones de vida de las clases más desfavorecidas!
Y ojo al hecho de que la información no llevara el titular de "antepasados de Cameron" (¿no tendría mucho más morbo..., perdón, interés informativo, el citar al actual jefe del gobierno británico que a un erudito viejo autor al que las jóvenes generaciones ignoran?) o incuso "antepasados de Greene"... O habría que ver antepasados de cuántas más familias conocidas hoy pero cuyos nombres no se han dado a conocer (empezando por la propia familia real inglesa, una de las mayores tratantes de esclavos de la Historia de Europa). Pues no: hay que centrarse en atacar a Orwell.
El objetivo es evidente: se trata de descalificar al autor, para descalificar por efecto mimético su obra. El razonamiento inducido es: "Si este tipo fue capaz de traicionar a sus amigos y simpatizaba con el esclavismo (ninguna de ambas afirmaciones es cierta, pero es el mensaje directo al subconsciente del lector desprevenido) sus obras no son en absoluto de fiar y por tanto no me interesa leerlas." Volviendo al principio: "Mirad el dedo, no la Luna".
En cierta ocasión, alguien me dijo que si te gustaba un escritor determinado nunca trataras de conocerle en persona porque lo más seguro es que salieras decepcionado. Lo mejor es contentarse con su obra e inmortalizarla. Un buen autor es capaz de transportarnos a mundos de fantasía (o a un perfecto análisis de la realidad) de manera brillante porque posea una inteligencia brillante, pero eso no significa que su personalidad, su apariencia o sus habilidades sociales también sean brillantes. Y, además, tampoco importa. Muchos de los escritores famosos que hoy nos siguen fascinando, en su vida privada han sido auténticos truhanes, ladrones, drogadictos, adúlteros, violadores, pederastas e incluso asesinos y sólo cuando por curiosidad nos acercamos a sus biografías nos enteramos, con sorpresa, de su propia peripecia vital que, en todo caso, fue suya, no nuestra, y en nada debería afectar a la consideración que nos merezcan sus libros. Pero es que, además, en el caso de Orwell, un tipo en general recto, despierto, cultivado y defensor de la humanidad, la nauseabunda y soterrada campaña en su contra apesta.
No dejéis de leer a Orwell. Y de releerlo.