Hay personajes literarios que, una vez te los presentan, se convierten en tus colegas y sabes que te acompañarán durante el resto de tu vida. Conan de Cimmeria es, para mí, uno de ellos. No sólo por el carácter friki que decidí adoptar en la actual reencarnación, sino porque este personaje, junto con el concepto mismo de la Era Hiboria en la que se desarrollan sus aventuras (que creó el gran Robert Erwin Howard pero que desarrollaron luego en toda su magnitud otros autores, empezando por Lyon Sprague de Camp), tiene un interesante doble fondo más allá de la mera fantasía que merece descubrir con una lectura detallada de la ambientación. Las adaptaciones al cine, los tebeos y los dibujos animados de las aventuras de Conan han disfrutado de fortuna desigual. Algunas de ellas nos permitieron recuperar el espíritu de los relatos originales, mientras que otras son, por decirlo de una forma piadosa, prescindibles. A la recuperación del personaje original contribuyó en gran medida la publicación de diversos títulos relacionados en Marvel: Conan el Bárbaro, La espada salvaje de Conan, Conan rey, etc.
En 1982, uno de los episodios de Marvel dibujados por John Buscema y Ernie Chan, con guión de Michael Fleisher a partir de un argumento del propio Buscema que se tituló Los habitantes de las cavernas, nos mostraba una situación inédita para el cimmerio. Hasta entonces, éste estaba demasiado mal acostumbrado a liderar (a menudo, con éxito) todo tipo de revueltas populares, bandas de forajidos e incluso ejércitos, pero en esta ocasión no conseguía el favor de las masas sino más bien todo lo contrario...
Resumiendo la aventura, Conan es encarcelado por socorrer a un ladronzuelo brythunio llamado Pharak pero ambos consiguen escapar de las mazmorras de Shadizar la perversa y, huyendo de la guardia, se refugian en una gruta que a través de una red de galerías termina por conducirles hasta una ciudad en ruinas en medio de una selva. Allí recibe la oferta de Darkon, el matón que controla a la sumisa población local con un puñado de secuaces y unos cuantos dragones que cría en secreto (uno de los cuales mata nuestro héroe favorito), para que se una a su banda. En este punto, el relato ofrece su primer detalle singular para lo que se supone que es simple "lectura barata de entretenimiento": una lección de Historia real. Darkon explica a Conan que tiempo atrás allí no se conocía ni el hambre ni las privaciones, todo el mundo era rico y próspero pero... Esa ausencia de problemas condujo a la lasitud, la indolencia y el aburrimiento. Y después a la decadencia y el desenfreno. Aunque no lo parezca a primera vista, el vicio es más aburrido que la virtud, por lo que el exceso de placer termina dejando paso a la violencia. Peleas, disturbios y abandono conducen a la antigua próspera urbe a la pobreza, el hambre y la destrucción..., lo que permitirá a la banda de Darkon, que llega en aquel momento huyendo de otra incursión fallida, apoderarse con facilidad del lugar.
Este argumento no es baladí, sobre todo teniendo en cuenta que se publicó a principios de los años 80' del siglo XX, en un momento socialmente optimista y expansivo donde los problemas de Occidente parecían asequibles gracias a un período de creatividad y avances tecnológicos que permitía creer en las falsas promesas del progreso eterno. Sin embargo, el relato de Fleisher ilustrado por Buscema devolvía a los lectores atentos a la más despiadada realidad: las civilizaciones son seres vivos que nacen, crecen, se reproducen y no sólo no viven mucho tiempo sino que suelen morir antes de lo que sus usuarios suelen pensar. Las fases de conquista, plenitud y decadencia son verídicas e implacables en el mundo de verdad. Es un ciclo que se ha repetido una y otra vez, tal y como puede apreciar cualquier estudioso de las distintas culturas que conocemos. Sucedió antes y volverá a suceder. De hecho, está pasando ya. Occidente, tal y como lo entendemos, ha sido vampirizado y traicionado desde dentro y en este instante ya sólo marcha porque va como un tren cuesta abajo, que terminará por detenerse y/o descarrilar más pronto que tarde, en cuanto pierda sus últimas fuerzas drenadas por la codicia, la corrupción y la globalización, por más que los portavoces conscientes e inconscientes de los Amos insistan en deslumbrarnos con los augurios de un futuro mejor.
Bien pensado, puede que no se equivoquen, después de todo... Personalmente, sí creo que el futuro será mejor, pero no en el sentido en el que ellos esperan (tampoco vivirán para contarlo: los parásitos mueren igualmente cuando muere su anfitrión, aunque no sean conscientes de ello hasta que les toca el turno). Tal vez no sea casualidad que las grandes culturas de la antigüedad (mesopotámicos, precolombinos, romanos...) perecieran a manos de la propia Naturaleza con problemas medioambientales muy similares, más que víctimas de otros pueblos. Sospecho que el destino final de Occidente aguarda al final del período interglacial en el que nos encontramos en este momento, y no por culpa de una elevación brusca de temperaturas sino por todo lo contrario: el regreso de la edad de hielo, que todo lo destruirá en esa eterna lucha que, ya lo dijo Hörbiger, mantienen las dos
grandes fuerzas del universo en este caso en forma de hielo y fuego. Desde este punto de vista, no deja de ser irónico que la serie de moda hoy día sea precisamente la de Juego de Tronos, basada en la saga que George R.R. Martin, con muy poca originalidad, tituló Canción de Hielo y Fuego. En todo caso, Vishnú ya no habita entre nosotros y Shiva ha comenzado su danza de la destrucción. Cuando termine de bailar, Brahma se encargará de recoger los escombros, molerlos y convertirlos de nuevo en arcilla con la que modelar un nuevo mundo. Un ciclo que comenzará de nuevo a su debido tiempo, en un planeta más limpio, más sereno en todos los sentidos, de lo que es ahora. En el momento adecuado, regresará también la Edad de Oro y la ley del eterno retorno será cumplida.
Volviendo a Conan, la aventura continúa. El cimmerio se niega a ayudar a Darkon y se enfrenta a él para liberar a los habitantes de la ciudad, obligados a servir al villano e incluso a sacrificar algunas de sus jóvenes a sus dragones. Tras escabullirse y saquear la armería de los matones, Conan se dirige a los miserables pobladores, les entrega lanzas para que se armen con ellas y les arenga para rebelarse, recordándoles que son mucho más que los que les dominan y que pueden sacudirse su yugo si se unen y le siguen a la batalla. Es entonces cuando se produce una desesperante respuesta. Los ciudadanos se niegan a rebelarse pues no desean "volver a los días en que había tantas disputas y tantos robos" porque "en nuestra ciudad ya se ha visto mucha violencia" y "el señor Darkon ha acabado con el crimen..., él nos ha traído la paz". Así que, como "con Darkon somos felices y estamos a salvo", echan a Conan a pedradas acusándole de que "tu sembrarías la disensión y el conflicto entre nosotros" y "destrozarías nuestra vida segura y ordenada".
Es llamativo comparar lo que ocurre en esta historia con lo que ha sucedido ya en varios países occidentales e irá a más en el futuro. La gente corriente vive cada vez más agobiada a través de los grandes medios de comunicación (en especial la televisión y el cine) por constantes noticias relacionadas con el terrorismo, el paro, la enfermedad, el crimen y todo tipo de catástrofes. La presión social es tremenda y la guerra de sexos lo copa todo, alimentando la desconfianza y la competitividad gratuita entre los sexos: los hombres son acusados por sistema de machistas, violentos, insensibles..., mientras a las mujeres se les exige que sean cien por cien guapas, inteligentes, profesionales...
El entretenimiento general no es mucho mejor: leemos (la menguante población que todavía lee) novelas que ensalzan todo tipo de actos perversos; jugamos con videojuegos cada vez más reales que rebosan sangre, tiroteos y explosiones; vemos películas en las que secuestran niños, violan mujeres y asesinan hombres sistemáticamente y en las que no existen héroes pues los protagonistas suelen ser villanos sólo un poco menos villanos que aquellos otros a los que se enfrentan y derrotan; asistimos a obras de teatro en las que prima la desesperanza y el asco por el mundo contemporáneo; asistimos a exposiciones de "arte" que ningún verdadero artista desde Fidias a Dalí consideraría como tal sino como basura o, en el mejor de los casos, tomadura de pelo; escuchamos ruido que nos dicen es "música"; recibimos constantes propuestas para vivir el amor aunque lo que se nos está vendiendo con ese nombre es sexo rápido (ni siquiera nos dejan el consuelo de disfrutar del erotismo); pagamos cantidades astronómicas por platos minimalistas que no satisfacen nuestra hambre o cantidades ridículas por comida fabricada con retales y que tendrá repercusiones en nuestra salud...
¿De verdad es tan extraño que el mundo se desmorone a nuestro alrededor, con este panorama? El combinado de materialismo ("necesitamos" imperiosamente una casa, un coche, una tableta, una televisión grande de pantalla plana, un teléfono móvil -nunca el homo sapiens ha estado tan esclavizado a una máquina como hoy lo está al móvil-, ropa de marca..., y dinero..., mucho, mucho, mucho dinero, la única expresión de la riqueza que consideramos, aunque no sea riqueza en sí mismo) y relativismo (si los enciclopedistas dijeron una frase idiota fue ésa de que "no pienso como usted pero estoy dispuesto a dejarme matar para que siga pensando así"..., en justa recompensa, los occidentales mueren hoy día con facilidad a manos de gentes más primitivas y salvajes pero bastante más coherentes con el principio de cuidar de uno mismo) con que ha sido envenenada la población la precipita así progresivamente hacia la depresión.
El resultado de todo esto es una obvia putrefacción del alma que conduce a la nada.
En 1982, uno de los episodios de Marvel dibujados por John Buscema y Ernie Chan, con guión de Michael Fleisher a partir de un argumento del propio Buscema que se tituló Los habitantes de las cavernas, nos mostraba una situación inédita para el cimmerio. Hasta entonces, éste estaba demasiado mal acostumbrado a liderar (a menudo, con éxito) todo tipo de revueltas populares, bandas de forajidos e incluso ejércitos, pero en esta ocasión no conseguía el favor de las masas sino más bien todo lo contrario...
Resumiendo la aventura, Conan es encarcelado por socorrer a un ladronzuelo brythunio llamado Pharak pero ambos consiguen escapar de las mazmorras de Shadizar la perversa y, huyendo de la guardia, se refugian en una gruta que a través de una red de galerías termina por conducirles hasta una ciudad en ruinas en medio de una selva. Allí recibe la oferta de Darkon, el matón que controla a la sumisa población local con un puñado de secuaces y unos cuantos dragones que cría en secreto (uno de los cuales mata nuestro héroe favorito), para que se una a su banda. En este punto, el relato ofrece su primer detalle singular para lo que se supone que es simple "lectura barata de entretenimiento": una lección de Historia real. Darkon explica a Conan que tiempo atrás allí no se conocía ni el hambre ni las privaciones, todo el mundo era rico y próspero pero... Esa ausencia de problemas condujo a la lasitud, la indolencia y el aburrimiento. Y después a la decadencia y el desenfreno. Aunque no lo parezca a primera vista, el vicio es más aburrido que la virtud, por lo que el exceso de placer termina dejando paso a la violencia. Peleas, disturbios y abandono conducen a la antigua próspera urbe a la pobreza, el hambre y la destrucción..., lo que permitirá a la banda de Darkon, que llega en aquel momento huyendo de otra incursión fallida, apoderarse con facilidad del lugar.
Este argumento no es baladí, sobre todo teniendo en cuenta que se publicó a principios de los años 80' del siglo XX, en un momento socialmente optimista y expansivo donde los problemas de Occidente parecían asequibles gracias a un período de creatividad y avances tecnológicos que permitía creer en las falsas promesas del progreso eterno. Sin embargo, el relato de Fleisher ilustrado por Buscema devolvía a los lectores atentos a la más despiadada realidad: las civilizaciones son seres vivos que nacen, crecen, se reproducen y no sólo no viven mucho tiempo sino que suelen morir antes de lo que sus usuarios suelen pensar. Las fases de conquista, plenitud y decadencia son verídicas e implacables en el mundo de verdad. Es un ciclo que se ha repetido una y otra vez, tal y como puede apreciar cualquier estudioso de las distintas culturas que conocemos. Sucedió antes y volverá a suceder. De hecho, está pasando ya. Occidente, tal y como lo entendemos, ha sido vampirizado y traicionado desde dentro y en este instante ya sólo marcha porque va como un tren cuesta abajo, que terminará por detenerse y/o descarrilar más pronto que tarde, en cuanto pierda sus últimas fuerzas drenadas por la codicia, la corrupción y la globalización, por más que los portavoces conscientes e inconscientes de los Amos insistan en deslumbrarnos con los augurios de un futuro mejor.
Bien pensado, puede que no se equivoquen, después de todo... Personalmente, sí creo que el futuro será mejor, pero no en el sentido en el que ellos esperan (tampoco vivirán para contarlo: los parásitos mueren igualmente cuando muere su anfitrión, aunque no sean conscientes de ello hasta que les toca el turno). Tal vez no sea casualidad que las grandes culturas de la antigüedad (mesopotámicos, precolombinos, romanos...) perecieran a manos de la propia Naturaleza con problemas medioambientales muy similares, más que víctimas de otros pueblos. Sospecho que el destino final de Occidente aguarda al final del período interglacial en el que nos encontramos en este momento, y no por culpa de una elevación brusca de temperaturas sino por todo lo contrario: el regreso de la edad de hielo, que todo lo destruirá en esa eterna lucha que, ya lo dijo Hörbiger, mantienen las dos
grandes fuerzas del universo en este caso en forma de hielo y fuego. Desde este punto de vista, no deja de ser irónico que la serie de moda hoy día sea precisamente la de Juego de Tronos, basada en la saga que George R.R. Martin, con muy poca originalidad, tituló Canción de Hielo y Fuego. En todo caso, Vishnú ya no habita entre nosotros y Shiva ha comenzado su danza de la destrucción. Cuando termine de bailar, Brahma se encargará de recoger los escombros, molerlos y convertirlos de nuevo en arcilla con la que modelar un nuevo mundo. Un ciclo que comenzará de nuevo a su debido tiempo, en un planeta más limpio, más sereno en todos los sentidos, de lo que es ahora. En el momento adecuado, regresará también la Edad de Oro y la ley del eterno retorno será cumplida.
Volviendo a Conan, la aventura continúa. El cimmerio se niega a ayudar a Darkon y se enfrenta a él para liberar a los habitantes de la ciudad, obligados a servir al villano e incluso a sacrificar algunas de sus jóvenes a sus dragones. Tras escabullirse y saquear la armería de los matones, Conan se dirige a los miserables pobladores, les entrega lanzas para que se armen con ellas y les arenga para rebelarse, recordándoles que son mucho más que los que les dominan y que pueden sacudirse su yugo si se unen y le siguen a la batalla. Es entonces cuando se produce una desesperante respuesta. Los ciudadanos se niegan a rebelarse pues no desean "volver a los días en que había tantas disputas y tantos robos" porque "en nuestra ciudad ya se ha visto mucha violencia" y "el señor Darkon ha acabado con el crimen..., él nos ha traído la paz". Así que, como "con Darkon somos felices y estamos a salvo", echan a Conan a pedradas acusándole de que "tu sembrarías la disensión y el conflicto entre nosotros" y "destrozarías nuestra vida segura y ordenada".
Es llamativo comparar lo que ocurre en esta historia con lo que ha sucedido ya en varios países occidentales e irá a más en el futuro. La gente corriente vive cada vez más agobiada a través de los grandes medios de comunicación (en especial la televisión y el cine) por constantes noticias relacionadas con el terrorismo, el paro, la enfermedad, el crimen y todo tipo de catástrofes. La presión social es tremenda y la guerra de sexos lo copa todo, alimentando la desconfianza y la competitividad gratuita entre los sexos: los hombres son acusados por sistema de machistas, violentos, insensibles..., mientras a las mujeres se les exige que sean cien por cien guapas, inteligentes, profesionales...
El entretenimiento general no es mucho mejor: leemos (la menguante población que todavía lee) novelas que ensalzan todo tipo de actos perversos; jugamos con videojuegos cada vez más reales que rebosan sangre, tiroteos y explosiones; vemos películas en las que secuestran niños, violan mujeres y asesinan hombres sistemáticamente y en las que no existen héroes pues los protagonistas suelen ser villanos sólo un poco menos villanos que aquellos otros a los que se enfrentan y derrotan; asistimos a obras de teatro en las que prima la desesperanza y el asco por el mundo contemporáneo; asistimos a exposiciones de "arte" que ningún verdadero artista desde Fidias a Dalí consideraría como tal sino como basura o, en el mejor de los casos, tomadura de pelo; escuchamos ruido que nos dicen es "música"; recibimos constantes propuestas para vivir el amor aunque lo que se nos está vendiendo con ese nombre es sexo rápido (ni siquiera nos dejan el consuelo de disfrutar del erotismo); pagamos cantidades astronómicas por platos minimalistas que no satisfacen nuestra hambre o cantidades ridículas por comida fabricada con retales y que tendrá repercusiones en nuestra salud...
¿De verdad es tan extraño que el mundo se desmorone a nuestro alrededor, con este panorama? El combinado de materialismo ("necesitamos" imperiosamente una casa, un coche, una tableta, una televisión grande de pantalla plana, un teléfono móvil -nunca el homo sapiens ha estado tan esclavizado a una máquina como hoy lo está al móvil-, ropa de marca..., y dinero..., mucho, mucho, mucho dinero, la única expresión de la riqueza que consideramos, aunque no sea riqueza en sí mismo) y relativismo (si los enciclopedistas dijeron una frase idiota fue ésa de que "no pienso como usted pero estoy dispuesto a dejarme matar para que siga pensando así"..., en justa recompensa, los occidentales mueren hoy día con facilidad a manos de gentes más primitivas y salvajes pero bastante más coherentes con el principio de cuidar de uno mismo) con que ha sido envenenada la población la precipita así progresivamente hacia la depresión.
El resultado de todo esto es una obvia putrefacción del alma que conduce a la nada.
Así vamos acercándonos lentamente (como la rana que no escapa de la cazuela donde está siendo cocida porque la temperatura del agua sube poco a poco y, cuando se da cuenta de que no está tomando un baño agradable sino que va a terminar pereciendo abrasada, ya se encuentra sin fuerzas para escapar) al próximo momento clave en el plan maestro de los Amos. ¿Cuál es? Lo sabemos desde hace tiempo: muchos investigadores nos han advertido de lo que pasará, y se resume fácilmente con el siguiente ejemplo. Supongamos que queremos incrementar sensiblemente el control sobre una ciudad determinada, implantar medidas muy duras, quizá próximas a un estado policial, con objeto de manejar mejor a la población de esa ciudad o, más específicamente, a ciertas personas de esa población que nos parecen un riesgo para seguir manteniendo el sistema en nuestras manos. Pero..., no podemos aplicar esas duras medidas que deseamos sin una causa que las justifique, al menos en una democracia formal (aunque lo que se ha vendido en todo Occidente, no sólo en España, como democracia es en realidad una partitocracia, un sistema vigilado sólo parcialmente liberado), porque la gente protestaría y nos lo impediría. ¿Qué hacemos? Simplemente, creamos esa causa nosotros mismos.
Por poner sólo un ejemplo teórico, diseñamos, financiamos y potenciamos un movimiento anarquista y okupa de gran calado, importando gentes violentas de otros países europeos a la vez que destruimos la educación y ridiculizamos los valores tradicionales de la población local para impulsarla hacia el nihilismo. Es preciso graduar ambos factores para que lleguen al punto de ebullición adecuado al mismo tiempo. Si se hace bien, en el momento adecuado dispondremos del agente infeccioso necesario para crear disturbios, inseguridad, crímenes..., que por supuesto no frenaremos sino que nos limitaremos a contener. Si es necesario, habremos disuelto previamente las fuerzas policiales especializadas en luchar
contra este tipo de violencia urbana. Luego dejaremos que la situación vaya a peor hasta que llegue a ser verdaderamente peligrosa para un buen porcentaje de la población local. En ese momento, la propia gente que nos habría impedido aplicar las medidas de dureza acusándonos de totalitarios si hubiéramos osado ponerlas en marcha sin más, nos suplicarán que las pongamos en marcha ya, que hagamos lo que sea para resolver la situación. Y eso haremos, claro que sí. Entonces y sólo entonces actuaremos con la mayor dureza, con precisión quirúrgica, para destruir nuestro monstruo de Frankenstein. El resultado final es que obtendremos lo que deseábamos desde el primer momento y encima quedaremos como héroes para la ciudad. Se llama "sacrificar un poco de libertad a cambio de seguridad". Como si se pudiera garantizar seguridad alguna en este mundo... Creo que fue Benjamin Franklin quien dijo aquello de que las personas que están dispuestas a renunciar a sus libertades para comprar seguridad, terminan por perder ambas.
Así que la historia de Conan no deja de ser otra advertencia, esta vez en forma de tebeo. Los amansados pobladores de la ciudad en ruinas (por cierto, una metáfora obvia) se niegan a seguir al cimmerio porque ellos ya han aceptado el cambalache mental y prefieren ser esclavos protegidos (aunque no lo estén tanto, porque el dueño de los dragones que les aterrorizan periódicamente es Darkon..., algo que desconocen) en lugar de volver a tomar la responsabilidad sobre sus propias vidas, levantarse, luchar y reconstruir su antaño próspera existencia. ¿Cuánto tiempo falta para que las gentes de Occidente renuncien definitivamente a asumir las riendas de su propio destino y hagan como ellos?
En el relato de Conan, el cimmerio termina mandando a paseo a los corderos del matadero y se marcha de allí, pero Darkon ordena perseguirle utilizando unos leopardos entrenados como sabuesos. Durante la huida, Pharak muere y un enfadado bárbaro aplasta a todos los enemigos, Darkon incluido. Así llegamos a un final del relato un tanto enigmático puesto que Conan abandona a su suerte a los habitantes de la ciudad derruida, con lo que no queda claro su destino. ¿Serán capaces de organizarse y recuperar cierta dignidad ahora que nadie "cuida" de ellos? ¿Se entregarán a una mayor decadencia? ¿Volverán a ser conquistados por la siguiente pandilla de bandidos que pase por allí?
La verdad es que la incertidumbre no dura demasiado, pues estas gentes pronto pasan al olvido debido a su escaso valor como seres humanos. Conan es consciente de vivir en una época salvaje, inestable, en la que el mejor amigo de uno es uno mismo y, si acaso, una buena espada de acero hirkanio. El cimmerio sale airoso de todas las situaciones porque conoce una verdad espantosa, que sigue siendo válida aquí y ahora, en nuestro plano de realidad, aunque nos cueste asumirla: nadie puede salvar a nadie. Nunca. Sólo es posible rescatarse a sí mismo y, si uno no emprende esa heroica tarea, ningún mesías va a tomarse ese trabajo en su lugar.