Anthony Hopkins protagonizó una curiosa película hace dos o tres años, en la que interpretaba el papel del doctor John Clancy, un consultor privado del FBI con un historial de exitosas aportaciones en la detención de varios asesinos, no sólo por su formación como psiquiatra sino, fundamentalmente, por sus capacidades parapsicológicas. Aunque muchos inquisidores de la modernidad se ríen de estas cosas y de vez en cuando los medios de comunicación ridiculizan los territorios que se hallan más allá de la racionalidad mostrándonos los casos más ridículos y extravagantes de falsos videntes y buscavidas de lo milagroso, lo cierto es que personajes como el de Clancy no son ajenos a las investigaciones más profesionales en el mundo real. Los gobiernos más poderosos del mundo han dedicado -y siguen dedicando, aunque no alardeen de ello- sumas millonarias a la exploración de lo irracional. Fuerzas policiales de muchos países, no sólo las de Estados Unidos, han utilizado periódicamente la ayuda de personas con capacidades "diferentes" para tratar de progresar en la resolución de casos complicados y, si continúan empleándolas a día de hoy, será porque dan algún resultado.
En esta película, Hopkins/Clancy decide abandonar su colaboración con la agencia norteamericana tras la dolorosa muerte de su hija, víctima de una leucemia. Sin embargo, su viejo amigo el agente Joe Merriweather -Jeffrey Dean Morgan- y su compañera Katherine Cowles -Abbie Cornish- consiguen que se involucre de nuevo, debido a la aparición de un asesino en serie muy peculiar sobre el que es imposible obtener pistas. El problema es que sus crímenes, entre cuyas víctimas hay incluso un niño, no se relacionan entre sí, ni siguen ningún tipo de patrón regular, a excepción del modus operandi: el uso de un punzón en la nuca, que causa una muerte fulminante. El argumento se centra en las investigaciones policiales, impulsadas a empujones por las visiones de Hopkins/Clancy -a propósito, Hopkins es un actor que siempre me ha gustado-, quien termina descubriendo que el asesino es otro tipo "con poderes" como él, llamado Charles Ambrose e interpretado por Colin Farrell -a propósito, Farrell es un actor que nunca me ha gustado-. Se supone que el villano tiene más y mejores capacidades y acabará venciendo en este duelo de "brujos", pero nos hallamos ante un guión clásico de Hollywood y el bien debe triunfar al final.
La crítica especializada no recibió el largometraje con demasiada complacencia, que digamos. La acusaron de muchas cosas, como por ejemplo de una supuesta falta de lógica que desequilibraba el desarrollo de la acción (sin tener en cuenta que cierta porción relevante de la misma transcurre en territorios mentales, donde la lógica y la racionalidad son elementos más bien frágiles..., si es que llegan a estar presentes) o un supuesto engaño al espectador por plantear, en la promoción, una especie de combate de boxeo cinematográfico entre Hopkins/Clancy y Ambrose/Farrell que, en la práctica, no se materializa en forma de bis a bis hasta la última parte del largometraje (cuando, en ese sentido, el guión es similar al de tantas otras obras previas en las que el "malo" no aparece en pantalla hasta el último momento..., y, por lo demás, no es esto lo más interesante de la historia). Los críticos más ruines se empeñaban en compararla con El silencio de los corderos, a pesar de que ambos trabajos no tienen nada que ver ni en su planteamiento, ni en su desarrollo, ni en sus personajes. Hopkins/Clancy no es, ni nunca pretende ser, un alter ego del doctor Hannibal Lecter y, en lo único en lo que se parecen Cowles/Cornish y Jodie Foster/Clarice Starling es en el hecho de que ambas son mujeres.
El director de la película es también productor y guionista, se llama Alfonso Poyart (no me lo he inventado, que conste), es brasileño de origen y tiene una trayectoria cinematográfica breve, centrada en el cine de su país a excepción de esta obra que estamos comentando y cuyo título original, que hasta ahora no había apuntado, es el de Solaz. ¿De dónde sale semejante título?, podría preguntar alguien con cierta sorpresa tras conocer el argumento de la película. Después de todo, según la Real Academia Española, la definición de este término significa: consuelo, placer, esparcimiento, alivio de los trabajos. ¿Acaso las barbaridades de un asesino en serie pueden ser descritas con semejantes significados? Pues sí y, de hecho, ésa es la razón de que el título fuera cambiado para su estreno en muchos países..., y no sólo en España, donde la "creatividad" de la industria patria nos ha dado momentos memorables en la traducción (por recordar sólo un puñado de títulos alterados, ahí tenemos a Sólo ante el peligro -en lugar del original High Noon-, Le llaman Bodhi -en lugar de Point Break-, La jungla de cristal -en lugar de Die Hard-, Jo qué noche -en lugar de After Hours-, Con faldas y a lo loco -en lugar de Some like it hot-, ¿Telefono rojo? Volamos hacia Moscú -en lugar de Dr. Strangelove or How I learned to stop worryng and love the bomb- o La semilla del diablo -en lugar de Rosemary's Baby-). Por ello Solace (Solaz) fue estrenada con otros títulos en lugar del original, como Premonición o En la mente del asesino.
Y aquí viene lo interesante, porque el aparente motivo de Ambrose/Farrell para asesinar es, precisamente, la compasión hacia sus víctimas. No las odia, ni las desea el mal, sino precisamente todo lo contrario. O ésa es su justificación. Todas y cada una de las personas asesinadas -tres en un principio, aunque las investigaciones posteriores revelan que han sido muchas más, si bien hasta entonces nadie había relacionado a unas con otras- estaban destinadas a un final horrible por culpa de distintas enfermedades con duras secuelas. El vidente asesino lo sabía gracias a sus poderes y sólo quería acortar el sufrimiento tanto de ellas como de sus familias, quería ofrecerles el consuelo de una muerte rápida que evitara el dolor que iban a padecer, actuar un poco como esa "daga de misericordia" con la que tan diestras fueran las tropas españolas de siglos pasados para rematar sin crueldad y limpiamente al caballero que, portando pesada armadura, había sido derribado y tal vez herido en combate y era incapaz de ponerse en pie para seguir luchando.
He aquí el dilema de Ambrose/Farrell y que el guión trata de trasladar al público: sabiendo de antemano lo que van a sufrir las víctimas -ellas mismas son ignorantes del dolor que les espera, porque la enfermedad no se ha manifestado aún-, ¿no es lo más humano ahorrarles este mal trago antes siquiera de que se manifieste? ¿No requiere una actitud más compasiva y más amorosa -e incluso más valiente, podría argumentar el villano de la historia, porque está arriesgando su propio bienestar, su tiempo y su libertad si le capturan, en lugar de abandonarlas a su suerte- hacia el prójimo el aplicar esta especie de eutanasia activa, si bien un tanto violenta, que dejarlas seguir su camino para que enseguida empiecen a deshacerse poco a poco en un calvario físico y mental en el que la aflicción y la congoja les acompañarán hasta el final de sus días, a ellas y a sus seres queridos? Ambrose/Farrell intenta convencer a Hopkins/Clancy de que no se interponga en su autoimpuesta y "benevolente" misión. Es más, le pide que se sume a su causa. Y de paso le pregunta al espectador: ¿si usted tuviera los poderes que yo tengo para aplicar una eutanasia eficiente y poco dolorosa, no haría lo mismo que yo? Sin embargo...
Sin embargo, este motivo es, sí, aparente, porque sólo existe cuando se contempla la historia desde una perspectiva materialista. Para las personas que creen, ingenuamente, que somos sólo nuestro cuerpo físico, Ambrose/Farrell puede estar actuando correctamente. Si uno no puede vivir bien, ¿para qué hacerlo mal, prolongando una agonía innecesaria, ya que de todas maneras vamos a morir y todo se acabó en el momento en el que cerramos los ojos? Ahora bien, si resulta que el cuerpo físico es sólo el cascarón desechable que utilizamos para manifestarnos en un planeta físico, ¿por qué evitar la experiencia del dolor, con todo lo que se puede aprender de ella? ¿Y si uno de los objetivos más importantes de la existencia actual -y de las víctimas en el caso de la película- fuera precisamente experimentar esos padecimientos para crecer interiormente con esta lección de vida? Del sufrimiento se puede aprender muchas cosas que a menudo nos negamos a ver "por las buenas" y por eso el universo entero parece a veces conspirar para enseñárnoslas "por las malas": humildad, paciencia, compasión o amor, entre muchas otras... ¡Ojo! No estoy defendiendo que haya que sufrir porque sí, ni soy masoquista ni me creo esta tontería de que vivimos en un "valle de lágrimas". Es una simple cuestión de lógica: es evidente que el sufrimiento es, de una forma u otra, un trago inevitable en este mundo. Pues bien, ya que hay que pasar por la experiencia, aprovechémosla para aprender de ella todo lo que podamos. Incluso en el caso de que fuésemos unos materialistas de tomo y lomo y pudiéramos llegar a pensar que a nosotros nos gustaría que alguien nos aplicara la eutanasia llegado el caso, ¿quiénes somos para imponer a los demás nuestro punto de vista respecto al enigma de la vida: qué es, para qué estamos aquí, qué debemos hacer...? ¿Qué rango de seres "superiores" podemos llegar a otorgarnos con tanta facilidad a nosotros mismos, a la hora de considerar lo mejor para el prójimo en función de lo que nosotros dispongamos y no de lo que él mismo quiera disponer sobre su propia existencia?
En efecto, de lo que habla en el fondo esta película no es de la eutanasia, sino del complejo de mesías, ese trastorno que lleva a tanta gente a convencerse a sí misma de que no sólo puede actuar, sino que debe actuar por sistema como salvador de los demás -salvapatrias es un término que se decía mucho hace algunos años en España, para definir a los empeñados en imponer por la fuerza su visión política personal de la nación- y encima recibir los parabienes ajenos por su labor. Este complejo está muy extendido, cada vez más, en nuestra sociedad, lo que demuestra la ignorancia creciente de tantas personas que quieren sentirse bien y ser aplaudidos por su labor -aunque esto último nunca lo reconocen abiertamente- cuando lo cierto es que según nos enseña la Historia los auténticos mesías no suelen ser tratados con mucha deferencia por las multitudes a las que intentan redimir. Este tipo de personas obsesionadas por salvar a otros por lo general ni siquiera se plantea la posibilidad de salvarse previamente a sí mismas, cuando la lógica indica que en verdad no puedes enseñar a los demás a montar bien en bicicleta si tú mismo no tienes ya una larga experiencia previa sobre las dos ruedas. Y no vale con la simple teoría, con haber leído muchos libros sobre bicicletas o haber seguido desde la primera hasta la última etapa de las últimas veinte ediciones del Tour de Francia y otras tantas de la Vuelta a España.
Solace/Premonición no es en todo caso la única obra popular que advierte contra los peligros del complejo del mesías, que está particularmente extendido entre las gentes con cierto nivel de poder y proyección sobre nuestra sociedad: políticos, jueces, periodistas, médicos especialistas... Watchmen, uno de los comics modernos de mayor prestigio -bastante merecido y por diversos motivos, incluyendo su prolífica iconografía conspiranoica-, trata este asunto como uno de los ejes fundamentales del argumento. El escenario se sitúa esta vez en 1985, en un futuro alternativo en el que Estados Unidos ganó la guerra de Vietnam y Richard Nixon gobierna en medio de una creciente tensión internacional, ya que la guerra fría con la Unión Soviética amenaza con convertirse en cuestión de poco tiempo más en un holocausto nuclear en cuanto a uno de los dos bandos se le escape el dedo y dispare su primer misil. En esta ucronía, los superhéroes no sólo existen y son conocidos desde los años 30, sino que han perdido su aura de simpatía y han sido desactivados oficialmente por ser considerados demasiado peligrosos. Apenas queda un puñado de ellos y alguien empieza a matarlos. Roscharch, uno de los superhéroes más concienciados e individualistas, inicia una investigación personal que tras una larga peripecia le conducirá hacia un antiguo colega: Adrian Veidt, de nombre heroico Ozymandias, que está considerado como el tipo más inteligente del mundo y es dueño de un verdadero imperio comercial.
Resulta que Veidt/Ozymandias no es muy diferente de nuestro peliculero Ambrose/Farrell pues ha puesto en marcha una invasión alienígena simulada en Nueva York para evitar la guerra atómica entre EE.UU. y la URSS que, confía, se unirán en la lucha contra el enemigo extraterrestre común en lugar de matarse entre ellos y destruir de paso al resto de la Humanidad (los más conspiranoicos lectores de este blog reconocerán este argumento, relacionado con el proyecto Blue Beam...). Así, podría evitarse la catástrofe y avanzar hacia una nueva época de cooperación mundial que supere la desconfianza entre las naciones. Hay un pequeño detalle, una factura sin importancia que es preciso pagar para el éxito del plan: la invasión alienígena sólo resultará creíble como amenaza si lo es de verdad, motivo por el cual es preciso asesinar a la mitad de la población neoyorquina..., y Veidt/Ozymandias está dispuesto a hacerlo. Roscharch tratará de impedirlo, sin éxito. Pero ahí tenemos de nuevo el tema del salvador. De hecho, lo proclama el propio nombre de Ozymandias, un título griego para quien fuera uno de los hombres más poderosos de su época, Ramsés II, que significa "rey de reyes". ¿No es Jesús el Cristo, el Salvador por excelencia, llamado precisamente así en la Biblia?
Veidt/Ozymandias plantea un quid pro quo con una lógica aplastante a partir de un dilema entre lo malo y lo peor, pero, como en el caso de Solace/Premonición, basado en lo material: ¿no es mejor sacrificar a la mitad de los ciudadanos de Nueva York en la falsa invasión que perder a toda la raza humana en una guerra atómica? Y, como veíamos en el caso de la película, el planteamiento pierde fuelle al considerar otros planos, incluyendo el ético: ¿qué derecho tiene este superhéroe a tomar semejante decisión? ¿Y si la guerra nuclear, a pesar de todo, no llega a estallar nunca -como de hecho no lo hizo en la realidad- por mucho que se tensen las relaciones entre yankees y ruskis? ¿No sería un sacrificio absurdo? Aún más: ¿y si, superada la crisis de la "invasión extraterrestre", volviera a tensarse la cuerda y de todas formas terminara produciéndose el conflicto atómico? ¿No sería todavía más absurdo?
Sin embargo, este motivo es, sí, aparente, porque sólo existe cuando se contempla la historia desde una perspectiva materialista. Para las personas que creen, ingenuamente, que somos sólo nuestro cuerpo físico, Ambrose/Farrell puede estar actuando correctamente. Si uno no puede vivir bien, ¿para qué hacerlo mal, prolongando una agonía innecesaria, ya que de todas maneras vamos a morir y todo se acabó en el momento en el que cerramos los ojos? Ahora bien, si resulta que el cuerpo físico es sólo el cascarón desechable que utilizamos para manifestarnos en un planeta físico, ¿por qué evitar la experiencia del dolor, con todo lo que se puede aprender de ella? ¿Y si uno de los objetivos más importantes de la existencia actual -y de las víctimas en el caso de la película- fuera precisamente experimentar esos padecimientos para crecer interiormente con esta lección de vida? Del sufrimiento se puede aprender muchas cosas que a menudo nos negamos a ver "por las buenas" y por eso el universo entero parece a veces conspirar para enseñárnoslas "por las malas": humildad, paciencia, compasión o amor, entre muchas otras... ¡Ojo! No estoy defendiendo que haya que sufrir porque sí, ni soy masoquista ni me creo esta tontería de que vivimos en un "valle de lágrimas". Es una simple cuestión de lógica: es evidente que el sufrimiento es, de una forma u otra, un trago inevitable en este mundo. Pues bien, ya que hay que pasar por la experiencia, aprovechémosla para aprender de ella todo lo que podamos. Incluso en el caso de que fuésemos unos materialistas de tomo y lomo y pudiéramos llegar a pensar que a nosotros nos gustaría que alguien nos aplicara la eutanasia llegado el caso, ¿quiénes somos para imponer a los demás nuestro punto de vista respecto al enigma de la vida: qué es, para qué estamos aquí, qué debemos hacer...? ¿Qué rango de seres "superiores" podemos llegar a otorgarnos con tanta facilidad a nosotros mismos, a la hora de considerar lo mejor para el prójimo en función de lo que nosotros dispongamos y no de lo que él mismo quiera disponer sobre su propia existencia?
En efecto, de lo que habla en el fondo esta película no es de la eutanasia, sino del complejo de mesías, ese trastorno que lleva a tanta gente a convencerse a sí misma de que no sólo puede actuar, sino que debe actuar por sistema como salvador de los demás -salvapatrias es un término que se decía mucho hace algunos años en España, para definir a los empeñados en imponer por la fuerza su visión política personal de la nación- y encima recibir los parabienes ajenos por su labor. Este complejo está muy extendido, cada vez más, en nuestra sociedad, lo que demuestra la ignorancia creciente de tantas personas que quieren sentirse bien y ser aplaudidos por su labor -aunque esto último nunca lo reconocen abiertamente- cuando lo cierto es que según nos enseña la Historia los auténticos mesías no suelen ser tratados con mucha deferencia por las multitudes a las que intentan redimir. Este tipo de personas obsesionadas por salvar a otros por lo general ni siquiera se plantea la posibilidad de salvarse previamente a sí mismas, cuando la lógica indica que en verdad no puedes enseñar a los demás a montar bien en bicicleta si tú mismo no tienes ya una larga experiencia previa sobre las dos ruedas. Y no vale con la simple teoría, con haber leído muchos libros sobre bicicletas o haber seguido desde la primera hasta la última etapa de las últimas veinte ediciones del Tour de Francia y otras tantas de la Vuelta a España.
Solace/Premonición no es en todo caso la única obra popular que advierte contra los peligros del complejo del mesías, que está particularmente extendido entre las gentes con cierto nivel de poder y proyección sobre nuestra sociedad: políticos, jueces, periodistas, médicos especialistas... Watchmen, uno de los comics modernos de mayor prestigio -bastante merecido y por diversos motivos, incluyendo su prolífica iconografía conspiranoica-, trata este asunto como uno de los ejes fundamentales del argumento. El escenario se sitúa esta vez en 1985, en un futuro alternativo en el que Estados Unidos ganó la guerra de Vietnam y Richard Nixon gobierna en medio de una creciente tensión internacional, ya que la guerra fría con la Unión Soviética amenaza con convertirse en cuestión de poco tiempo más en un holocausto nuclear en cuanto a uno de los dos bandos se le escape el dedo y dispare su primer misil. En esta ucronía, los superhéroes no sólo existen y son conocidos desde los años 30, sino que han perdido su aura de simpatía y han sido desactivados oficialmente por ser considerados demasiado peligrosos. Apenas queda un puñado de ellos y alguien empieza a matarlos. Roscharch, uno de los superhéroes más concienciados e individualistas, inicia una investigación personal que tras una larga peripecia le conducirá hacia un antiguo colega: Adrian Veidt, de nombre heroico Ozymandias, que está considerado como el tipo más inteligente del mundo y es dueño de un verdadero imperio comercial.
Resulta que Veidt/Ozymandias no es muy diferente de nuestro peliculero Ambrose/Farrell pues ha puesto en marcha una invasión alienígena simulada en Nueva York para evitar la guerra atómica entre EE.UU. y la URSS que, confía, se unirán en la lucha contra el enemigo extraterrestre común en lugar de matarse entre ellos y destruir de paso al resto de la Humanidad (los más conspiranoicos lectores de este blog reconocerán este argumento, relacionado con el proyecto Blue Beam...). Así, podría evitarse la catástrofe y avanzar hacia una nueva época de cooperación mundial que supere la desconfianza entre las naciones. Hay un pequeño detalle, una factura sin importancia que es preciso pagar para el éxito del plan: la invasión alienígena sólo resultará creíble como amenaza si lo es de verdad, motivo por el cual es preciso asesinar a la mitad de la población neoyorquina..., y Veidt/Ozymandias está dispuesto a hacerlo. Roscharch tratará de impedirlo, sin éxito. Pero ahí tenemos de nuevo el tema del salvador. De hecho, lo proclama el propio nombre de Ozymandias, un título griego para quien fuera uno de los hombres más poderosos de su época, Ramsés II, que significa "rey de reyes". ¿No es Jesús el Cristo, el Salvador por excelencia, llamado precisamente así en la Biblia?
Veidt/Ozymandias plantea un quid pro quo con una lógica aplastante a partir de un dilema entre lo malo y lo peor, pero, como en el caso de Solace/Premonición, basado en lo material: ¿no es mejor sacrificar a la mitad de los ciudadanos de Nueva York en la falsa invasión que perder a toda la raza humana en una guerra atómica? Y, como veíamos en el caso de la película, el planteamiento pierde fuelle al considerar otros planos, incluyendo el ético: ¿qué derecho tiene este superhéroe a tomar semejante decisión? ¿Y si la guerra nuclear, a pesar de todo, no llega a estallar nunca -como de hecho no lo hizo en la realidad- por mucho que se tensen las relaciones entre yankees y ruskis? ¿No sería un sacrificio absurdo? Aún más: ¿y si, superada la crisis de la "invasión extraterrestre", volviera a tensarse la cuerda y de todas formas terminara produciéndose el conflicto atómico? ¿No sería todavía más absurdo?
Un argumento un tanto infantil que se lee a menudo en los medios de comunicación o se escucha en el discurso de numerosos líderes sociales es el de que, si existieran personas con superpoderes reales, extraterrestres, brujos, maestros de sabiduría, viajeros en el tiempo u otro tipo de seres tan fuera de la mediocridad/normalidad general, ya hace tiempo que se habrían manifestado públicamente ante nosotros. Algunas opiniones especialmente cándidas abundan en el tema defendiendo, con sorprendente adanismo, que, cuanto más inteligente, tecnológico y avanzado en general sea un ser humano (o extrahumano), con mayor amor y cariño debería trata a la humanidad en general. Supongo que los indios americanos debieron pensar lo mismo cuando aparecieron los colonos blancos en el Salvaje Oeste, con todo lo que ellos sabían, sus políticos, sus bibliotecas y periódicos, sus avanzadas tecnologías de construcción, sus caballos de cuatro patas primero y de hierro después y sus fusiles que escupían fuego. Y, como los indios americanos, tantas otras culturas destrozadas por la codicia y ambición de otras culturas superiores y más avanzadas..., pero sólo en lo relativo a su mundo externo. Interiormente, el mono sapiens contemporáneo no se diferencia mucho de su ancestro cavernícola: continúa dominado por las mismas pasiones y tiene por tanto aspiraciones limitadas, basadas en las pequeñas mediocridades diarias mientras sueña con vivir lo más desahogadamente posible y confunde placer con felicidad.
Desde luego, si yo fuera un individuo dotado con superpoderes, no me dedicaría a intervenir por sistema y a cara descubierta en las vidas ajenas o las de la sociedad en general. Muy al contrario, me limitaría a observar y aprender muchas más cosas mucho más rápidamente, consciente de que cada cual tiene que hacerse responsable de su existencia y resolver su propia ordalía vital. ¿Parece egoísta? La Naturaleza actúa sin tener en cuenta las opiniones culturales de un momento histórico concreto.
Desde luego, si yo fuera un individuo dotado con superpoderes, no me dedicaría a intervenir por sistema y a cara descubierta en las vidas ajenas o las de la sociedad en general. Muy al contrario, me limitaría a observar y aprender muchas más cosas mucho más rápidamente, consciente de que cada cual tiene que hacerse responsable de su existencia y resolver su propia ordalía vital. ¿Parece egoísta? La Naturaleza actúa sin tener en cuenta las opiniones culturales de un momento histórico concreto.
¿De dónde salen todas estas reflexiones, en un día como hoy?
Del Reino Unido: un país que está cada vez más lejos de su utópica imagen de idílica democracia europea y cada vez más cerca del siniestro país descrito en V de vendetta (otra obra de Alan Moore, como Watchmen). Estas ideas, y otras que no plasmo ahora porque este artículo ya es bastante largo, surgen de la constatación de la deriva totalitaria en la que anda involucrada la antigua tierra de los ángeles (Engel Land), hoy ángeles caídos bajo el dominio cada vez más asfixiante de los Amos. El último ejemplo de esa deriva es el caso de Alfie Evans, el bebé en estado vegetativo por culpa de una enfermedad neurodegenerativa, que la Justicia británica ha decidido sacrificar, literalmente. Por resumir mucho el caso, los médicos y los jueces consideran que el niño está "perdido" porque creen que le queda muy poco tiempo de vida por culpa de su enfermedad y por tanto consideran "cruel, injusto e inhumano" seguir tratándole por más tiempo. Así que han prohibido a sus padres trasladarle a un hospital italiano para continuar con su tratamiento y sólo les permitirán llevárselo a su casa para que se muera allí.
La actuación de estos médicos -cuyo juramento hipocrático se supone les obliga a cuidar de la vida, no a acelerar su fin- y estos jueces -cuya obligación a la hora de impartir justicia incluye la protección especialmente del más débil- es similar a la de Ambrose/Farrell y Veidt/Ozymandias, decidiendo quién tiene derecho a vivir y quién debe morir "por su propio bien". Y cuanto antes mejor, para terminar con una polémica que, según los últimos cálculos, ha movilizado al menos a medio millón de personas de varios países europeos (curiosamente, en España no se habla de esto) que apoyan a los padres en su deseo de intentar lo que sea con tal de salvar la vida de su hijo. Toda esta gente entiende todavía un concepto clave que los mesías impostados ignoran o, en ciertos casos, conocen perfectamente pero buscan hacer olvidar a la sociedad: el Estado no existía antes de que fuera creado por personas, por ciudadanos, para ponerlo a su servicio y mejorar sus condiciones de vida. No son los ciudadanos los que deben estar al servicio del Estado, sino al revés.
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Epílogo:
Al final de Solace/Premonición se desvela que Hopkins/Clancy no siempre ha sido el guerrero impoluto que parece ser durante toda la película, puesto que asesinó a su hija enferma. Aceleró su muerte porque no podía soportar el sufrimiento que padecía por culpa de la leucemia. Este recuerdo es el que le ha perseguido durante toda su vida, no el fallecimiento en sí. Y el que a fin de cuentas le da fuerzas para
enfrentar a Ambrose/Farrell, comprendiendo hasta dónde podría haber llegado él mismo si no hubiera reflexionado, atormentado por el recuerdo del error que cometió al matar a su hija en lugar de esperar a que llegara su tiempo natural para abandonar la vida. Por ello se anima a perseguir y detener a Ambrose/Farrell, ya que lo que busca es redimirse a sí mismo y compensar el error del pasado. Es un mensaje muy positivo de esta película: la enmienda es posible, si uno toma las riendas de sí mismo. Decía mi querido Aristokles hace 2.400 años que no existen hombres malos, sino ignorantes. Si la gente conociera desde la infancia cómo funciona en realidad la Naturaleza, seguiría sus leyes y el Mal desaparecería del mundo. Pero superar, por el propio esfuerzo, esa ignorancia que nos caracteriza cuando somos arrojados a este pequeño teatro, desnudos, pequeños y lloriqueando, forma parte de las reglas del Gran Juego.
Del Reino Unido: un país que está cada vez más lejos de su utópica imagen de idílica democracia europea y cada vez más cerca del siniestro país descrito en V de vendetta (otra obra de Alan Moore, como Watchmen). Estas ideas, y otras que no plasmo ahora porque este artículo ya es bastante largo, surgen de la constatación de la deriva totalitaria en la que anda involucrada la antigua tierra de los ángeles (Engel Land), hoy ángeles caídos bajo el dominio cada vez más asfixiante de los Amos. El último ejemplo de esa deriva es el caso de Alfie Evans, el bebé en estado vegetativo por culpa de una enfermedad neurodegenerativa, que la Justicia británica ha decidido sacrificar, literalmente. Por resumir mucho el caso, los médicos y los jueces consideran que el niño está "perdido" porque creen que le queda muy poco tiempo de vida por culpa de su enfermedad y por tanto consideran "cruel, injusto e inhumano" seguir tratándole por más tiempo. Así que han prohibido a sus padres trasladarle a un hospital italiano para continuar con su tratamiento y sólo les permitirán llevárselo a su casa para que se muera allí.
La actuación de estos médicos -cuyo juramento hipocrático se supone les obliga a cuidar de la vida, no a acelerar su fin- y estos jueces -cuya obligación a la hora de impartir justicia incluye la protección especialmente del más débil- es similar a la de Ambrose/Farrell y Veidt/Ozymandias, decidiendo quién tiene derecho a vivir y quién debe morir "por su propio bien". Y cuanto antes mejor, para terminar con una polémica que, según los últimos cálculos, ha movilizado al menos a medio millón de personas de varios países europeos (curiosamente, en España no se habla de esto) que apoyan a los padres en su deseo de intentar lo que sea con tal de salvar la vida de su hijo. Toda esta gente entiende todavía un concepto clave que los mesías impostados ignoran o, en ciertos casos, conocen perfectamente pero buscan hacer olvidar a la sociedad: el Estado no existía antes de que fuera creado por personas, por ciudadanos, para ponerlo a su servicio y mejorar sus condiciones de vida. No son los ciudadanos los que deben estar al servicio del Estado, sino al revés.
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Epílogo:
enfrentar a Ambrose/Farrell, comprendiendo hasta dónde podría haber llegado él mismo si no hubiera reflexionado, atormentado por el recuerdo del error que cometió al matar a su hija en lugar de esperar a que llegara su tiempo natural para abandonar la vida. Por ello se anima a perseguir y detener a Ambrose/Farrell, ya que lo que busca es redimirse a sí mismo y compensar el error del pasado. Es un mensaje muy positivo de esta película: la enmienda es posible, si uno toma las riendas de sí mismo. Decía mi querido Aristokles hace 2.400 años que no existen hombres malos, sino ignorantes. Si la gente conociera desde la infancia cómo funciona en realidad la Naturaleza, seguiría sus leyes y el Mal desaparecería del mundo. Pero superar, por el propio esfuerzo, esa ignorancia que nos caracteriza cuando somos arrojados a este pequeño teatro, desnudos, pequeños y lloriqueando, forma parte de las reglas del Gran Juego.