Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 27 de abril de 2018

Complejo de mesías

Anthony Hopkins protagonizó una curiosa película hace dos o tres años, en la que interpretaba el papel del doctor John Clancy, un consultor privado del FBI con un historial de exitosas aportaciones en la detención de varios asesinos, no sólo por su formación como psiquiatra sino, fundamentalmente, por sus capacidades parapsicológicas. Aunque muchos inquisidores de la modernidad se ríen de estas cosas y de vez en cuando los medios de comunicación ridiculizan los territorios que se hallan más allá de la racionalidad mostrándonos los casos más ridículos y extravagantes de falsos videntes y buscavidas de lo milagroso, lo cierto es que personajes como el de Clancy no son ajenos a las investigaciones más profesionales en el mundo real. Los gobiernos más poderosos del mundo han dedicado -y siguen dedicando, aunque no alardeen de ello- sumas millonarias a la exploración de lo irracional. Fuerzas policiales de muchos países, no sólo las de Estados Unidos, han utilizado periódicamente la ayuda de personas con capacidades "diferentes" para tratar de progresar en la resolución de casos complicados y, si continúan empleándolas a día de hoy, será porque dan algún resultado.

En esta película, Hopkins/Clancy decide abandonar su colaboración con la agencia norteamericana tras la dolorosa muerte de su hija, víctima de una leucemia. Sin embargo, su viejo amigo el agente Joe Merriweather -Jeffrey Dean Morgan- y su compañera Katherine Cowles -Abbie Cornish- consiguen que se involucre de nuevo, debido a la aparición de un asesino en serie muy peculiar sobre el que es imposible obtener pistas. El problema es que sus crímenes, entre cuyas víctimas hay incluso un niño, no se relacionan entre sí, ni siguen ningún tipo de patrón regular, a excepción del modus operandi: el uso de un punzón en la nuca, que causa una muerte fulminante. El argumento se centra en las investigaciones policiales, impulsadas a empujones por las visiones de Hopkins/Clancy -a propósito, Hopkins es un actor que siempre me ha gustado-, quien termina descubriendo que el asesino es otro tipo "con poderes" como él, llamado Charles Ambrose e interpretado por Colin Farrell -a propósito, Farrell es un actor que nunca me ha gustado-. Se supone que el villano tiene más y mejores capacidades y acabará venciendo en este duelo de "brujos", pero nos hallamos ante un guión clásico de Hollywood y el bien debe triunfar al final. 

La crítica especializada no recibió el largometraje con demasiada complacencia, que digamos. La acusaron de muchas cosas, como por ejemplo de una supuesta falta de lógica que desequilibraba el desarrollo de la acción (sin tener en cuenta que cierta porción relevante de la misma transcurre en territorios mentales, donde la lógica y la racionalidad son elementos más bien frágiles..., si es que llegan a estar presentes) o un supuesto engaño al espectador por plantear, en la promoción, una especie de combate de boxeo cinematográfico entre Hopkins/Clancy y Ambrose/Farrell que, en la práctica, no se materializa en forma de bis a bis hasta la última parte del largometraje (cuando, en ese sentido, el guión es similar al de tantas otras obras previas en las que el "malo" no aparece en pantalla hasta el último momento..., y, por lo demás, no es esto lo más interesante de la historia). Los críticos más ruines se empeñaban en compararla con El silencio de los corderos, a pesar de que ambos trabajos no tienen nada que ver ni en su planteamiento, ni en su desarrollo, ni en sus personajes. Hopkins/Clancy no es, ni nunca pretende ser, un alter ego del doctor Hannibal Lecter y, en lo único en lo que se parecen Cowles/Cornish y Jodie Foster/Clarice Starling es en el hecho de que ambas son mujeres.

El director de la película es también productor y guionista, se llama Alfonso Poyart (no me lo he inventado, que conste), es brasileño de origen y tiene una trayectoria cinematográfica breve, centrada en el cine de su país a excepción de esta obra que estamos comentando y cuyo título original, que hasta ahora no había apuntado, es el de Solaz. ¿De dónde sale semejante título?, podría preguntar alguien con cierta sorpresa tras conocer el argumento de la película. Después de todo, según la Real Academia Española, la definición de este término significa: consuelo, placer, esparcimiento, alivio de los trabajos. ¿Acaso las barbaridades de un asesino en serie pueden ser descritas con semejantes significados? Pues sí y, de hecho, ésa es la razón de que el título fuera cambiado para su estreno en muchos países..., y no sólo en España, donde la "creatividad" de la industria patria nos ha dado momentos memorables en la traducción (por recordar sólo un  puñado de títulos alterados, ahí tenemos a Sólo ante el peligro -en lugar del original High Noon-, Le llaman Bodhi -en lugar de Point Break-, La jungla de cristal -en lugar de Die Hard-, Jo qué noche -en lugar de After Hours-, Con faldas y a lo loco -en lugar de Some like it hot-, ¿Telefono rojo? Volamos hacia Moscú -en lugar de Dr. Strangelove or How I learned to stop worryng and love the bomb- o La semilla del diablo -en lugar de Rosemary's Baby-). Por ello Solace (Solaz) fue estrenada con otros títulos en lugar del original, como Premonición o En la mente del asesino. 

Y aquí viene lo interesante, porque el aparente motivo de Ambrose/Farrell para asesinar es, precisamente, la compasión hacia sus víctimas.  No las odia, ni las desea el mal, sino precisamente todo lo contrario. O ésa es su justificación. Todas y cada una de las personas asesinadas -tres en un principio, aunque las investigaciones posteriores revelan que han sido muchas más, si bien hasta entonces nadie había relacionado a unas con otras- estaban destinadas a un final horrible por culpa de distintas enfermedades con duras secuelas. El vidente asesino lo sabía gracias a sus poderes y sólo quería acortar el sufrimiento tanto de ellas como de sus familias, quería ofrecerles el consuelo de una muerte rápida que evitara el dolor que iban a padecer, actuar un poco como esa "daga de misericordia" con la que tan diestras fueran las tropas españolas de siglos pasados para rematar sin crueldad y limpiamente al caballero que, portando pesada armadura, había sido derribado y tal vez herido en combate y era incapaz de ponerse en pie para seguir luchando.

He aquí el dilema de Ambrose/Farrell y que el guión trata de trasladar al público: sabiendo de antemano lo que van a sufrir las víctimas -ellas mismas son ignorantes del dolor que les espera, porque la enfermedad no se ha manifestado aún-, ¿no es lo más humano ahorrarles este mal trago antes siquiera de que se manifieste? ¿No requiere una actitud más compasiva y más amorosa -e incluso más valiente, podría argumentar el villano de la historia, porque está arriesgando su propio bienestar, su tiempo y su libertad si le capturan, en lugar de abandonarlas a su suerte- hacia el prójimo el aplicar esta especie de eutanasia activa, si bien un tanto violenta, que dejarlas seguir su camino para que enseguida empiecen a deshacerse poco a poco en un calvario físico y mental en el que la aflicción y la congoja les acompañarán hasta el final de sus días, a ellas y a sus seres queridos? Ambrose/Farrell intenta convencer a Hopkins/Clancy de que no se interponga en su autoimpuesta y "benevolente" misión. Es más, le pide que se sume a su causa. Y de paso le pregunta al espectador: ¿si usted tuviera los poderes que yo tengo para aplicar una eutanasia eficiente y poco dolorosa, no haría lo mismo que yo? Sin embargo...

Sin embargo, este motivo es, sí, aparente, porque sólo existe cuando se contempla la historia desde una perspectiva materialista. Para las personas que creen, ingenuamente, que somos sólo nuestro cuerpo físico, Ambrose/Farrell puede estar actuando correctamente. Si uno no puede vivir bien, ¿para qué hacerlo mal, prolongando una agonía innecesaria, ya que de todas maneras vamos a morir y todo se acabó en el momento en el que cerramos los ojos? Ahora bien, si resulta que el cuerpo físico es sólo el cascarón desechable que utilizamos para manifestarnos en un planeta físico, ¿por qué evitar la experiencia del dolor, con todo lo que se puede aprender de ella? ¿Y si uno de los objetivos más importantes de la existencia actual -y de las víctimas en el caso de la película- fuera precisamente experimentar esos padecimientos para crecer interiormente con esta lección de vida? Del sufrimiento se puede aprender muchas cosas que a menudo nos negamos a ver "por las buenas" y por eso el universo entero parece a veces conspirar para enseñárnoslas "por las malas": humildad, paciencia, compasión o amor, entre muchas otras... ¡Ojo! No estoy defendiendo que haya que sufrir porque sí, ni soy masoquista ni me creo esta tontería de que vivimos en un "valle de lágrimas". Es una simple cuestión de lógica: es evidente que el sufrimiento es, de una forma u otra, un trago inevitable en este mundo. Pues bien, ya que hay que pasar por la experiencia, aprovechémosla para aprender de ella todo lo que podamos. Incluso en el caso de que fuésemos unos materialistas de tomo y lomo y pudiéramos llegar a pensar que a nosotros nos gustaría que alguien nos aplicara la eutanasia llegado el caso, ¿quiénes somos para imponer a los demás nuestro punto de vista respecto al enigma de la vida: qué es, para qué estamos aquí, qué debemos hacer...? ¿Qué rango de seres "superiores" podemos llegar a otorgarnos con tanta facilidad a nosotros mismos, a la hora de considerar lo mejor para el prójimo en función de lo que nosotros dispongamos y no de lo que él mismo quiera disponer sobre su propia existencia? 

En efecto, de lo que habla en el fondo esta película no es de la eutanasia, sino del complejo de mesías, ese trastorno que lleva a tanta gente a convencerse a sí misma de que no sólo puede actuar, sino que debe actuar por sistema como salvador de los demás -salvapatrias es un término que se decía mucho hace algunos años en España, para definir a los empeñados en imponer por la fuerza su visión política personal de la nación- y encima recibir los parabienes ajenos por su labor. Este complejo está muy extendido, cada vez más, en nuestra sociedad, lo que demuestra la ignorancia creciente de tantas personas que quieren sentirse bien y ser aplaudidos por su labor -aunque esto último nunca lo reconocen abiertamente- cuando lo cierto es que según nos enseña la Historia los auténticos mesías no suelen ser tratados con mucha deferencia por las multitudes a las que intentan redimir. Este tipo de personas obsesionadas por salvar a otros por lo general ni siquiera se plantea la posibilidad de salvarse previamente a sí mismas, cuando la lógica indica que en verdad no puedes enseñar a los demás a montar bien en bicicleta si tú mismo no tienes ya una larga experiencia previa sobre las dos ruedas. Y no vale con la simple teoría, con haber leído muchos libros sobre bicicletas o haber seguido desde la primera hasta la última etapa de las últimas veinte ediciones del Tour de Francia y otras tantas de la Vuelta a España.

Solace/Premonición no es en todo caso la única obra popular que advierte contra los peligros del complejo del mesías, que está particularmente extendido entre las gentes con cierto nivel de poder y proyección sobre nuestra sociedad: políticos, jueces, periodistas, médicos especialistas... Watchmen, uno de los comics modernos de mayor prestigio -bastante merecido y por diversos motivos, incluyendo su prolífica iconografía conspiranoica-, trata este asunto como uno de los ejes fundamentales del argumento. El escenario se sitúa esta vez en 1985, en un futuro alternativo en el que Estados Unidos ganó la guerra de Vietnam y Richard Nixon gobierna en medio de una creciente tensión internacional, ya que la guerra fría con la Unión Soviética amenaza con convertirse en cuestión de poco tiempo más en un holocausto nuclear en cuanto a uno de los dos bandos se le escape el dedo y dispare su primer misil. En esta ucronía, los superhéroes no sólo existen y son conocidos desde los años 30, sino que han perdido su aura de simpatía y han sido desactivados oficialmente por ser considerados demasiado peligrosos. Apenas queda un puñado de ellos y alguien empieza a matarlos. Roscharch, uno de los superhéroes más concienciados e individualistas, inicia una investigación personal que tras una larga peripecia le conducirá hacia un antiguo colega: Adrian Veidt, de nombre heroico Ozymandias, que está considerado como el tipo más inteligente del mundo y es dueño de un verdadero imperio comercial.

Resulta que Veidt/Ozymandias no es muy diferente de nuestro peliculero Ambrose/Farrell pues ha puesto en marcha una invasión alienígena simulada en Nueva York para evitar la guerra atómica entre EE.UU. y la URSS que, confía, se unirán en la lucha contra el enemigo extraterrestre común en lugar de matarse entre ellos y destruir de paso al resto de la Humanidad (los más conspiranoicos lectores de este blog reconocerán este argumento, relacionado con el proyecto Blue Beam...). Así, podría evitarse la catástrofe y avanzar hacia una nueva época de cooperación mundial que supere la desconfianza entre las naciones. Hay un pequeño detalle, una factura sin importancia que es preciso pagar para el éxito del plan: la invasión alienígena sólo resultará creíble como amenaza si lo es de verdad, motivo por el cual es preciso asesinar a la mitad de la población neoyorquina..., y Veidt/Ozymandias está dispuesto a hacerlo. Roscharch tratará de impedirlo, sin éxito. Pero ahí tenemos de nuevo el tema del salvador. De hecho, lo proclama el propio nombre de Ozymandias, un título griego para quien fuera uno de los hombres más poderosos de su época, Ramsés II, que significa "rey de reyes". ¿No es Jesús el Cristo, el Salvador por excelencia, llamado precisamente así en la Biblia? 

Veidt/Ozymandias plantea un quid pro quo con una lógica aplastante a partir de un dilema entre lo malo y lo peor, pero, como en el caso de Solace/Premonición, basado en lo material: ¿no es mejor sacrificar a la mitad de los ciudadanos de Nueva York en la falsa invasión que perder a toda la raza humana en una guerra atómica? Y, como veíamos en el caso de la película, el planteamiento pierde fuelle al considerar otros planos, incluyendo el ético: ¿qué derecho tiene este superhéroe a tomar semejante decisión? ¿Y si la guerra nuclear, a pesar de todo, no llega a estallar nunca -como de hecho no lo hizo en la realidad- por mucho que se tensen las relaciones entre yankees y ruskis? ¿No sería un sacrificio absurdo? Aún más: ¿y si, superada la crisis de la "invasión extraterrestre", volviera a tensarse la cuerda y de todas formas terminara produciéndose el conflicto atómico? ¿No sería todavía más absurdo?


Un argumento un tanto infantil que se lee a menudo en los medios de comunicación o se escucha en el discurso de numerosos líderes sociales es el de que, si existieran personas con superpoderes reales, extraterrestres, brujos, maestros de sabiduría, viajeros en el tiempo u otro tipo de seres tan fuera de la mediocridad/normalidad general, ya hace tiempo que se habrían manifestado públicamente ante nosotros. Algunas opiniones especialmente cándidas abundan en el tema defendiendo, con sorprendente adanismo, que, cuanto más inteligente, tecnológico y avanzado en general sea un ser humano (o extrahumano), con mayor amor y cariño debería trata a la humanidad en general. Supongo que los indios americanos debieron pensar lo mismo cuando aparecieron los colonos blancos en el Salvaje Oeste, con todo lo que ellos sabían, sus políticos, sus bibliotecas y periódicos, sus avanzadas tecnologías de construcción, sus caballos de cuatro patas primero y de hierro después y sus fusiles que escupían fuego. Y, como los indios americanos, tantas otras culturas destrozadas por la codicia y ambición de otras culturas superiores y  más avanzadas..., pero sólo en lo relativo a su mundo externo. Interiormente, el mono sapiens contemporáneo no se diferencia mucho de su ancestro cavernícola: continúa dominado por las mismas pasiones y tiene por tanto aspiraciones limitadas, basadas en las pequeñas mediocridades diarias mientras sueña con vivir lo más desahogadamente posible y confunde placer con felicidad.

Desde luego, si yo fuera un individuo dotado con superpoderes, no me dedicaría a intervenir por sistema y a cara descubierta en las vidas ajenas o las de la sociedad en general. Muy al contrario, me limitaría a observar y aprender muchas más cosas mucho más rápidamente, consciente de que cada cual tiene que hacerse responsable de su existencia y resolver su propia ordalía vital. ¿Parece egoísta? La Naturaleza actúa sin tener en cuenta las opiniones culturales de un momento histórico concreto.

¿De dónde salen todas estas reflexiones, en un día como hoy?

Del Reino Unido: un país que está cada vez más lejos de su utópica imagen de idílica democracia europea y cada vez más cerca del siniestro país descrito en V de vendetta (otra obra de Alan Moore, como Watchmen). Estas ideas, y otras que no plasmo ahora porque este artículo ya es bastante largo, surgen de la constatación de la deriva totalitaria en la que anda involucrada la antigua tierra de los ángeles (Engel Land), hoy ángeles caídos bajo el dominio cada vez más asfixiante de los Amos. El último ejemplo de esa deriva es el caso de Alfie Evans, el bebé en estado vegetativo por culpa de una enfermedad neurodegenerativa, que la Justicia británica ha decidido sacrificar, literalmente. Por resumir mucho el caso, los médicos y los jueces consideran que el niño está "perdido" porque creen que le queda muy poco tiempo de vida por culpa de su enfermedad y por tanto consideran "cruel, injusto e inhumano" seguir tratándole por más tiempo. Así que han prohibido a sus padres trasladarle a un hospital italiano para continuar con su tratamiento y sólo les permitirán llevárselo a su casa para que se muera allí.  

La actuación de estos médicos -cuyo juramento hipocrático se supone les obliga a cuidar de la vida, no a acelerar su fin- y estos jueces -cuya obligación a la hora de impartir justicia incluye la protección especialmente del más débil- es similar a la de Ambrose/Farrell y Veidt/Ozymandias, decidiendo quién tiene derecho a vivir y quién debe morir "por su propio bien". Y cuanto antes mejor, para terminar con una polémica que, según los últimos cálculos, ha movilizado al menos a medio millón de personas de varios países europeos (curiosamente, en España no se habla de esto) que apoyan a los padres en su deseo de intentar lo que sea con tal de salvar la vida de su hijo. Toda esta gente entiende todavía un concepto clave que los mesías impostados ignoran o, en ciertos casos, conocen perfectamente pero buscan hacer olvidar a la sociedad: el Estado no existía antes de que fuera creado por personas, por ciudadanos, para ponerlo a su servicio y mejorar sus condiciones de vida. No son los ciudadanos los que deben estar al servicio del Estado, sino al revés.

---

Epílogo:

Al final de Solace/Premonición se desvela que Hopkins/Clancy no siempre ha sido el guerrero impoluto que parece ser durante toda la película, puesto que asesinó a su hija enferma. Aceleró su muerte porque no podía soportar el sufrimiento que padecía por culpa de la leucemia. Este recuerdo es el que le ha perseguido durante toda su vida, no el fallecimiento en sí. Y el que a fin de cuentas le da fuerzas para
  enfrentar a Ambrose/Farrell, comprendiendo hasta dónde podría haber llegado él mismo si no hubiera reflexionado, atormentado por el recuerdo del error que cometió al matar a su hija en lugar de esperar a que llegara su tiempo natural para abandonar la vida. Por ello se anima a perseguir y detener a Ambrose/Farrell, ya que lo que busca es redimirse a sí mismo y compensar el error del pasado. Es un mensaje muy positivo de esta película: la enmienda es posible, si uno toma las riendas de sí mismo. Decía mi querido Aristokles hace 2.400 años que no existen hombres malos, sino ignorantes. Si la gente conociera desde la infancia cómo funciona en realidad la Naturaleza, seguiría sus leyes y el Mal desaparecería del mundo. Pero superar, por el propio esfuerzo, esa ignorancia que nos caracteriza cuando somos arrojados a este pequeño teatro, desnudos, pequeños y lloriqueando, forma parte de las reglas del Gran Juego.












viernes, 20 de abril de 2018

Decadencia de la Ciencia Ficción

Una de las razones que explican cierto declive contemporáneo de la Ciencia Ficción como género, según un creciente número de críticos literarios, es el hecho de que muchos de sus postulados ya no son tan lejanos como hace unos pocos decenios sino que han sido alcanzados, a veces hasta superados, por la ciencia y la tecnología modernas. Esto ha afectado al famoso sentido de la maravilla que, no es que haya desaparecido definitivamente, pero sí ha visto reducido su atractivo ya que muchas de las antiguas ideas de vanguardia que se reflejaban en estas obras han dejado de serlo. Por ello, tampoco es casualidad que los temas que mejor funcionen entre los lectores habituales ahora mismo sean aquéllos que, a pesar de todo, la realidad nunca podrá alcanzar haga lo que haga. Es el caso de las distopías a largo plazo (donde se plantean futuros que llegarán o no y cuyo ingrediente principal ya no es tanto el tecnológico como el social), las ucronías (que exploran versiones diferentes de la Historia a partir de la pregunta qué hubiera pasado si...) o el steampunk (una variante de la ucronía después de todo, aunque adaptada a la época de la Inglaterra victoriana).

Otros temas más clásicos del género pero aún lejanos en el tiempo ya no son tan llamativos como lo fueron en su momento, un poco por saturación -es cada día más difícil escribir algo nuevo con el mismo telón de fondo- y un poco más porque también los vemos -en este caso, falsamente- cercanos. Así sucede por ejemplo con los space opera, que arrasaron entre el público lector sobre todo durante los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, pero que hoy se nos antojan "demasiado vistos", pese a que el curriculum espacial del ser humano es, por decirlo de una manera poco hiriente, muy limitado. Dejando aparte la épica de los viajes a la Luna, la verdad es que el complicado mantenimiento de la Estación Espacial Internacional y el despliegue de un puñado de sondas no tripuladas por las zonas más próximas del universo no parecen méritos suficientes como para que nos podamos sentir aburridos de las historias de imperios galácticos y grandes naves viajeras capaces de surcar el cosmos..., pero así es.

(Entre paréntesis, luego hay quien se queja de las teorías de los conspiranoicos pero... ¿De verdad que a nadie le resulta extraño lo que ha sucedido en los últimos 40/50 años con la Luna? No me refiero al debate sobre si los norteamericanos llegaron allí de verdad o todo fue un gran montaje rodado  por mi admirado Stanley Kubrick, ojo. Estoy hablando del hecho, asaz extravagante, de que un solo país -por mucha potencia internacional que haya sido o siga siendo EE.UU.- pudiera organizar y mantener sin ayuda de nadie el esfuerzo técnico y económico necesario para impulsar el programa Apolo con varias misiones de ida y vuelta a nuestro satélite entre 1969 y 1975..., mientras que, a día de hoy, con la fabulosa tecnología disponible -muy superior y más barata que la existente en aquella época- y la colaboración internacional de las grandes agencias -además de la NASA y de la agencia rusa, están la europea y la japonesa e incluso, últimamente, la china-, nadie se haya planteado en serio volver allí y colonizarla, aunque sólo fuera por fines de poder personal, que es la principal excusa por la que el mono sapiens hace el 95 % de lo que hace.

Pongámonos en el caso de la antigua URSS en los años 60/70: yo, Leonid Brezhnev en el poder en Moscú, ¿hubiera renunciado de verdad a alcanzar también nuestro satélite natural, aunque los yankees hubieran llegado primero? ¿Por qué? De hecho, ¿qué más me hubiera dado que llegaran un poco antes, si pudiera podido de todas formas asegurar una buena posición allí? ¿Acaso en la Tierra no había áreas de influencia capitalista y otras de influencia comunista? ¿Por qué habría renunciado a mi propia área de influencia lunar? ¿Hubiera dado carpetazo al millonario esfuerzo económico y tecnológico soviético después de tanto tiempo de trabajo? Son preguntas que vienen a la mente cuando uno se para a pensar un poco, máxime cuando sabemos que la URSS siempre estuvo por delante de los EE.UU. en la carrera espacial..., hasta que de pronto y sin que nadie sepa muy bien cómo los yankees consiguieron dar la vuelta a la tortilla de una manera francamente inesperada. En todo caso y ahora sólo teniendo en cuenta el punto de vista científico,  ¿no es la Luna un lugar mejor, más seguro y a la larga más rentable que la EEI para las investigaciones espaciales? Entonces, ¿por qué no regresar e instalar una base permanente?  Sólo se me ocurren tres hipótesis y las tres son de índole conspiranoica. Si alguien tiene alguna otra idea, que aproveche para aportarla.

Veamos..., la primera posible razón: después de todo es cierto que no hemos ido nunca allí, todo ha sido un inmenso montaje porque nuestra tecnología puede ser suficiente para lanzar un cacharro al espacio pero no para que los humanos sobrevivan en aquel ambiente hostil. La segunda: no sólo llegamos allí sino que nunca hemos dejado de ir de manera regular a la Luna e incluso hemos construido bases permanentes, pero se mantiene en secreto por alguna razón que lógicamente deben conocen también los rusos y otros expertos internacionales en temas espaciales pero no el público en general. La tercera: sí, fuimos, estuvimos allí en realidad pero..., resulta que nos encontramos con que nuestro satélite ya estaba bajo el control de alguien -terrestre o extraterrestre- que nos obligó a darnos la vuelta deprisa y corriendo, advirtiéndonos de que más nos valía no volver a abandonar nuestro pequeño planeta si no queríamos recibir un correctivo cósmico y eso desactivó el regreso no sólo de los estadounidenses sino de los soviéticos. Particularmente, la última es la que me parece más fascinante.

Recomiendo a los interesados buscar en Internet algunas de las peculiares imágenes de la superficie lunar -hay muchas falsas, pero también las hay verdaderas..., y muy sorprendentes- tomadas la mayoría de ellas por la NASA y que parecen demostrar que alguien pasó por allí antes de que llegaran los astronautas estadounidenses, aunque no se hable públicamente de ello porque resulta incómodo, según parece.)

Otros dos subgéneros de Ciencia Ficción que en su momento fueron muy populares y ya no sorprenden demasiado, a pesar de su extraordinaria importancia para la reflexión por las peligrosas consecuencias que podría tener su materialización en la vida real, son el de la convivencia con robots humanoides y el de los efectos del desarrollo de la inteligencia artificial. Son dos puntos diferentes pero van cada vez más unidos.

Sobre los robots ya hemos tratado en esta bitácora varias veces. Particularmente, los avances de los últimos años en este tipo de tecnología me inquietan bastante. En dos sentidos. Por un lado, ya hace unos cuantos años que convivimos con ellos: están muy extendidos en la industria e incluso en nuestra vida diaria, aunque hasta ahora no nos hayan llamado excesivamente la atención porque no tienen cara humana ni hablan. Sin embargo, el nivel de dependencia que estamos adquiriendo de estas máquinas empieza a ser bastante preocupante y será mayor a medida que pase el tiempo. Por otro lado, los androides o robots de aspecto humano nos demuestran que estamos cada vez más cerca del mundo de Blade Runner. El caso más popular es el de Aiko Chihara, un humanoide con el aspecto de una mujer de unos treinta años y 1,65 de altura vestida con un kimono tradicional para trabajar como recepcionista de Mitsuhoshi, los grandes almacenes de Tokyo. Hace ya tres años que pudimos verle interactuar con clientes humanos, indicándoles dónde estaban los productos que buscaban y ofreciendo otras informaciones, como los estrenos de cine en la cartelera de la capital nipona.

Pero en febrero de este año pudimos ver en acción algo más terrorífico: el último prototipo de la firma Boston Dynamics. Se trata del SpotMini, una especie de perro robot de metal apodado Buddy, que pesa unos 30 kilos, tiene unos 90 minutos de autonomía, se desplaza sobre cuatro patas y, aunque carece de cabeza, dispone de un brazo articulado con el que puede abrir puertas. Se supone que fue diseñado para ayudar al ser humano en las tareas domésticas y de hecho cuenta con cámaras y sensores en sus extremidades además de un giroscopio para poder funcionar con cierta independencia. El video distribuido por la compañía a través de Internet en el que se observa cómo dos de estos perrobots abren sin dificultad la puerta de una sala para escapar de ella no es muy tranquilizador, francamente.

Esta semana, uno de los sitios web favoritos de los otakus, los obsesivos frikis japoneses de manga, anime y electrónica -hay otros tipos de otaku, pero éstos son los más habituales- presentaba la candidatura de un robot a la alcaldía de Tama City: uno de los distritos de Tokyo, habitado por unos 150.000 ciudadanos. Los impulsores de esta candidatura defienden la "pureza" de la máquina a la hora de luchar contra la corrupción y la injusticia. Dicen que la inteligencia artificial permitirá desarrollar "políticas imparciales y equilibradas" de manera rápida, adquiriendo información y la mejor manera de aplicarla con una presteza y eficiencia nunca vistas. Por cierto que en Japón -y en cualquier otro país del mundo- un robot no puede presentarse a alcalde, así que en realidad la candidatura es de un convencido del poder robótico: Michihito Matsuda que, a lo que parece, no ha analizado a fondo ninguno de los grandes clásicos del género, ni siquiera los cinematográficos del estilo de Terminator o Robocop"Dejemos que la inteligencia artificial determine nuestras políticas mediante la recopilación de datos para que podamos crear políticas claramente definidas", dice Matsuda sin despeinarse. Podría parecer una broma si no fuera porque este individuo cuenta con el apoyo de gente tan importante como el anterior representante de Google en Japón o el vicepresidente de la empresa de telecomunicaciones SoftBank.

En realidad, todo esto no tiene nada de divertido, porque la inteligencia artificial ya recopila muchos de nuestros datos y, para ese gran porcentaje de personas indecisas e inseguras que alberga nuestra sociedad, se ha convertido en su principal y secreto consejero áulico que le dice, entre otras muchas cosas, a qué restaurante debe ir a cenar, cuál es la mejor hora para salir o por dónde tiene que conducir para llegar allí. Lo hace a través de los dispositivos electrónicos conectados a la red de redes y, especialmente  de nuestros teléfonos "inteligentes", por supuesto. ¿No son grandes decisiones? Seguramente. Pero eso es de momento. La cuestión es empezar por pequeñas cosas y luego, ir aumentando paulatinamente el grado de control, como la gotita de agua que se filtra por un minúsculo poro de la cañería y poco a poco se convierte en una rotura en toda regla por la que termina cayendo una auténtica inundación. Hace pocos días, uno de los principales expertos en temas de inteligencia artificial que conozco me explicaba los detalles de una función específica que se está desarrollando en estos momentos y estará disponible a no mucho tardar: servirá para "quitar trabajo innecesario" a los trabajadores. Es un programa informático para utilizar en el correo electrónico, capaz de aprender cómo escribe su dueño: su estilo, sus expresiones más habituales, el orden en el que expresa sus ideas..., de tal manera que puede llegar a contestar correos como si fuera la misma persona, pero sin intervención directa de ésta. Se supone que así "liberará" al trabajador de la molestia de contestar algunos correos y que, en todo caso, no podrá hacer nada sin permiso de éste. Se supone.

 La mayoría de la población no es consciente de hasta qué punto su vida depende ya, en este mismo instante, de esa pantalla portátil que incluye, entre otras cosas, un teléfono portátil y sin la cual se siente perdida en la vida..., porque se ha convertido en una verdadera adicción. En el mejor de los casos, las personas saben que han sido esclavizadas pero no comprenden lo que eso significa y, por ello, no están dispuestas a renunciar a sus cadenas. Hay ya encuestas y estudios sobre el grado enorme de esa adicción que podrían hacer reflexionar a la sociedad pero muchos de esos trabajos no se publican o lo hacen con sordina: no es cuestión de estropear lo que, aparte de un gran negocio, es la manera perfecta de engrilletar a una población que se cree más libre cuantas más aplicaciones ha descargado o cuantos más datos tiene en la nube. Particularmente, en lo que va de año ya me he olvidado tres veces mi teléfono móvil en casa, lo cual supone un incordio porque más que un teléfono -siempre que puedo, utilizo líneas fijas- es un pequeño ordenador portátil en el que llevo mucha información que necesito para mi trabajo diario. Sin embargo, no me he enfadado en ninguna de las ocasiones: al contrario, me ha parecido una excelente noticia saber que puedo seguir olvidando este aparato de vez en cuando porque eso quiere decir que no estoy tan enganchado a él como tantas personas que conozco que, lo primero que hacen al despertarse por la mañana y lo último que hacen al acostarse es "echar sólo un vistazo" a la pantallita (el primero de una serie de cientos, acaso miles, de vistazos diarios). 

En cuanto a la recopilación de información, resulta patético ver cómo periódicamente los usuarios de redes sociales (y también los de las grandes empresas de Internet como Google) replican en sus murostimelines y demás interfaces alguna advertencia legal dirigida a los dueños de las empresas de los programas que utilizan en el sentido de que no autorizan el uso de los contenidos particulares que vuelcan allí. Un consumidor experimentado de Internet -o de cualquier mercado no virtual- con dos dedos de frente sabe perfectamente que la razón por la que un producto, sobre todo un producto útil o de calidad, resulta "gratuito" es porque uno está pagando con otra cosa que no es su dinero. Pero está pagando. Por ejemplo, con los datos de su vida privada. No es que las redes  sociales (o mejor dicho, quienes las controlan) estén especialmente interesadas en hacer una ficha de cada uno de los habitantes del planeta (o sí, lo que pasa es que todavía no está claro si hay capacidad tecnológica suficiente para gestionar semejante base de datos) sino que los datos de una persona, sumadas a los de muchas más, proveen información muy rentable. Sólo desde el punto de vista económico y según datos publicados hace pocos días, al menos el 61 % del gasto publicitario digital del mundo durante el año pasado se lo embolsaron mano a mano Google (que controla en este momento casi el ¡¡¡92 %!!! de las búsquedas que se realizan en Internet en todo el planeta) y Facebook. De la rentabilidad política y social hablamos en otro momento.

A estas alturas, tengo que incluir un dato bastante chocante que me ha aportado mi querido y bien informado Mac Namara, que siempre anda curioseando por mi despacho, acerca de Mark Zuckerberg: ese "creador" de Facebook que diseñó la famosa red social porque estaba "aburrido" en la universidad de Harvard y quería "una herramienta que me permitiera ligar". Me cuenta mi gato conspiranoico que el verdadero nombre de Zuckerberg (un apellido que puede traducirse como Montaña de Azúcar, en alemán: resulta cuando menos sugerente) sería Jacob Greenberg y que su abuelo podría ser ni más ni menos que... David Rockefeller. Cada cual que tire del hilo, a ver qué encuentra al final del mismo. 

La verdad es que su comparecencia de esta semana ante el Congreso de los Estados Unidos para dar explicaciones por el escándalo de la "fuga" de datos de  Facebook (¡datos de 87 millones de personas!) a la compañía Cambridge Analytica ha sido un teatrillo entretenido. No se puede calificar de otro modo su comparecencia ante una cámara donde parece que la mayoría de sus componentes ha recibido una cantidad indeterminada de dinero -y, desde luego, no habrá sido un billete de veinte dólares por senador- en los últimos tiempos en calidad de "donación" por parte de la propia Facebook. Eso sí: los yankees montaron un numerito judicial al estilo de Hollywood, de los que tanto les gusta, para entretener a su público y hacer ver que "algo" se está haciendo. La declaración de Zuckerberg ahí está para quien la quiera analizar. Después de extender todo tipo de sospechas sobre Rusia, con ese estilo de retorno-a-la-guerra-fría que se ha puesto tan de moda últimamente en Washington, quiso solucionarlo todo como un buen millenial: pidiendo perdón con la boca pequeña y dando por sentado que "esto no volverá a ocurrir" y aquí paz y después gloria. Hasta la próxima.

La manipulación de datos personales es moneda corriente en estos tipos de programas. Estos días, por ejemplo, se ha confirmado que -¡oh, sorpresa!- la aplicación más utilizada de mensajería a nivel mundial, WhatsApp (que fue comprada por Facebook en 2014), guarda los chats, fotos y enlaces de sus usuarios en sus servidores mucho más tiempo de lo que se supone que lo hace, durante un mes. Lo ha comprobado un portal especializado, WABetaInfo, que logró recuperar archivos con hasta tres meses de antigüedad. Probablemente WhatsApp guarde esta información de manera indefinida, en los casos más interesantes.  Cómo será la cosa que el cofundador de esta aplicación, Brian Acton, se ha sumado públicamente a #DeleteFacebook, el movimiento de Internet que trata de convencer a los usuarios de la red de Zuckerberg de que se den de baja y borren sus perfiles para evitar el uso ilegal de sus datos personales.

El problema afecta a todo Internet, no a una red social o a otra. El ejemplo más fácil: todavía hay un número increíble de personas que escribe cosas importantes en un correo electrónico pensando que es el equivalente a una carta cerrada y sellada, cuando en realidad se trata de una postal que va a poder leer casi cualquier persona con un mínimo de habilidades informáticas avanzadas. Está próximo el tiempo en el que no hará falta ni contraseñas porque nadie ocultará nada. El exhibicionismo humano es de tal calibre que la gente se ha acostumbrado a describir su vida con pelos y señales, desnudando su alma sin pudor gracias al entrenamiento recibido a través de los programas de telebasura con que los Amos han normalizado en los últimos años entre las generaciones más jóvenes el striptease personal y emocional que permitirá controlarlas cada vez con mayor facilidad. 

En fin, hablábamos de la Ciencia Ficción, cuya decadencia es obvia..., a nivel literario porque, lo que es en el cine y la televisión, vive una verdadera edad de oro gracias a los efectos especiales y la digitalización, que han aportado en los últimos años las secuencias más espectaculares del género en toda la historia del Séptimo Arte. Estos trucos cinematográficos, que nada tienen que ver con un buen guión o unos actores estupendos (factores imprescindibles del cine de verdad) han conseguido el milagro de que hasta la gente a la que no le gusta el género o que difícilmente iría a ver una película de este estilo acaben poniéndose delante de la pantalla. Pero no saben que lo que están consumiendo no es Ciencia Ficción real, ya que ésta siempre se ha construido sobre las ideas.









viernes, 13 de abril de 2018

El inmortal

He encontrado al Inmortal después de trece años de búsqueda incansable por todo el mundo. Me refiero aquí a la búsqueda física propiamente dicha, a mi deambular por los lugares más insospechados, desde algunas pequeñas localidades turcas hasta las laderas andinas o las más remotas aldeas nepalíes. Lo cierto es que me costó mucho más tiempo dar con él, pero no he incluido en el cálculo todos los años previos de lecturas, reflexiones y entrevistas personales o por teléfono con los personajes más pintorescos, indagando cada uno de los más serios rumores acerca de la existencia de personas que disfrutaran de verdad de una inmortalidad física.

Puestos a ser sinceros, no es una cuestión que afecte a la última etapa de mi vida, sino que llevo toda ella, al menos desde que tengo recuerdo, dando vueltas a este asunto, siempre fascinado por la muerte y por la posibilidad de esquivarla. Nunca ha sido una sensación morbosa, ni tampoco siniestra: tiene más que ver con la curiosidad. ¿Es factible? Después de todo y aunque no solemos tenerla presente, la muerte nos acompaña a todos en todo momento. Puede venir a buscarnos cuando le dé la real gana y encontrarnos esquiando, durmiendo la siesta, leyendo un libro o haciendo el amor. Y no va a esperar a que terminemos de hacer lo que sea que estamos haciendo en ese justo instante. Resulta chocante escuchar argumentos del estilo "era demasiado joven para morir". ¿Por qué? ¿Cómo puede el ser humano plantearse que lo lógico es morir a una edad o a otra?

En mi caso siempre la he sentido como una presencia cercana, como una amiga querida o una compañera de viaje con la que tengo pendiente una cita importante, aunque no sé cuándo, cómo ni dónde. Ni me preocupa excesivamente: ella me avisará en el momento adecuado. Nunca he visto un esqueleto con guadaña ni nada parecido, pero en más de una ocasión he escuchado un peculiar susurro a mi espalda y luego un hálito frío, una presencia fatídica... Apenas un destello burlón por el rabillo del ojo que me sobresaltaba y me hacía girar sobre mí mismo para intentar contemplar, aun durante un mínimo instante, al ángel funesto y así poder reconocerlo cuando llegue el último momento. Naturalmente, nunca he sido lo bastante rápido para verlo.

¿Y si fuera yo quien le gastara la última broma? ¿Y si descubriera realmente la manera de mantenerme físicamente sobre este mundo durante un tiempo indefinido? No con la idea de vivir para siempre, supongo que eso terminaría haciéndose aburrido, pero sí para tomar mi propio destino en mis manos y ser yo y no ella quien decide el momento y las circunstancias en las que poner fin a mi existencia... Esta idea surgió como un simple jugueteo intelectual, una manera de pasar el rato debatiendo conmigo mismo. Pero al final acabó convirtiéndose en una obsesión que me ha mantenido muy ocupado estos últimos trece años. Más los anteriores.

Sería aburrido resumir aquí toda mi peripecia. Sólo por precisar, apunto en este momento que durante los últimos dieciocho meses estuve trabajando en la pista definitiva. La que, en su etapa final, me condujo a cierto pequeño municipio del valle Engadine, en el cantón suizo de Grisones. La que, gracias a un golpe de fortuna, de inspiración o incluso puede que dictado por alguna divina guía, me llevó a pasear tranquilamente en un día frío y soleado junto a la pendiente de la montaña hasta ese lugar tan hermoso como solitario donde encontré la entrada a la gruta.

Al principio, no la relacioné con mi búsqueda. Decidí explorar la sima por pura curiosidad y como descanso y divertimento para mi mente, en un intento por olvidarme un rato de mis elaboradas reflexiones que tantas veces me han conducido por los terrenos de la ansiedad e incluso de la angustia. Además, el acceso era cómodo y amplio. Y no daba la impresión de ser una cavidad profunda ni peligrosa. Aún así caminé poniendo mucho cuidado en no resbalar, apoyándome con prudencia sobre la piedra húmeda y oscura que poco a poco empezó a envolverme. 

Si bien el túnel giraba al poco de entrar, conformando una especie de ángulo recto a medida que se adentraba en el interior de la montaña, dentro había suficiente iluminación para ver con cierta claridad. No la proveía la luz del Sol, que se quedaba en el codo de la entrada, sino que emanaba de la misma roca: pese a su tonalidad apagada de base, la superficie estaba salpicada por un polvillo que, a modo de purpurina, brillaba de una manera extravagante. El resultado era como si uno caminara de noche dentro de una habitación a oscuras, alumbrada indirectamente a través de las ventanas por la luz de potentes anuncios de neón fijados en el exterior de la fachada. Y se trataba de una habitación sucia, llena de porquería, a juzgar por el olor desagradable y cada vez más penetrante de aquel lugar. Lo achaqué al agua estancada que pudiera haber en su interior y redoblé mi cautela para no terminar cayendo en algún pozo bien disimulado.

Enseguida llegué al final de la cueva. Allí estaba el Inmortal, sentado en lo alto de una piedra de unos dos metros de altura, mirando hacia la nada. 

Era un hombre viejo, de largas greñas blancas, y así lo reflejaba su rostro cincelado durante siglos, seguramente milenios, por el paso del tiempo. No lo reconocí en un primer momento porque me lo había imaginado de una manera muy diferente, la verdad. A lo largo de mi búsqueda había terminado formando en mi mente la imagen de alguien más poderoso, más majestuoso. Alguien impresionante, en todos los sentidos. Un individuo de presencia impecable: fuerte, rico, bien vestido, soberano, monarca de sí mismo y de todas las edades de la Historia, sentado sobre un trono de oro y joyas. Para mí el Inmortal debía tener, quizás, un aire al Rey del Mundo del que hablara Guenon...

En lugar de eso encontré a un ser humano diminuto, encogido sobre sí mismo, vestido apenas por unos harapos mugrientos que dejaban a la vista un cuerpo tan delgado como gastado, ya inútil para casi todo. Empecé a pensar que estaba ante el Inmortal al percatarme de que el hedor que me había acompañado desde que entrara a la cueva se acentuaba a medida que me acercaba a él, así como al descubrir los restos de orines y heces derramados desde lo alto de su sitial de piedra. Comprendí que, fuera quien fuera, aquella persona llevaba mucho tiempo sin bajar de lo alto, como aquel fanático asceta cilicio que vivió casi cuarenta años de su vida sobre una columna lejos de todo y de todos.

¿Es usted el Inmortal, realmente? -me atreví a preguntarle, al fin.

Mi voz sonó extraña allí dentro, apagada y lejana. Casi como si no hubiera llegado a pronunciar palabra alguna.

¿Oiga? ¿Puede escucharme? ¿Entiende lo que le digo? -insistí.

No le contestará -dijo una voz anciana a mis espaldas, lo que propició uno de los mayores sustos de mi vida.

Con el alma encogida me di la vuelta y entonces pensé haberme encontrado por fin, cara a cara, con la muerte. Ante mí tenía a una mujer muy mayor, vestida con ropas amplias y bastas de factura antigua y con la cabeza cubierta con una especie de capucha. Llevaba una tinaja y un cuenco. Parecía una figurante, salida del rodaje de un peplum o de una película de brujas.

¿Y..., usted es...? -logré articular, empleando hasta la última gota de mi menguante coraje para aparentar normalidad.

- Soy su hija -y luego añadió con tono interrogante-. ¿De verdad ha venido usted buscando al Inmortal? Hacía mucho tiempo que nadie se presentaba por aquí para verlo, por lo menos ciento cincuenta años. Creí que ya le habían olvidado todos.

Ciento..., cincuenta... -tartamudeé- ¿Cuántos años tiene..., usted?

No recuerdo bien -dijo, pensativa-, debo andar por los doscientos ocho. Doscientos doce como mucho. Soy su última hija viva, ¿sabe? Su hija pequeña.

Durante un momento pensé que estaba alucinando. Aquella caverna me había hipnotizado de alguna forma. Tal vez algún gas subterráneo similar a los que transportaban a otros mundos a la Pitia en Delfos. O puede que algún microorganismo que habitara en aquel sombrío ecosistema y se trasladara y contagiara por vía aérea. Debería salir de aquí antes de perder el conocimiento y morir, razoné, ¡pero estoy finalmente delante del inmortal! No puedo huir  ahora. Además, no me encontraba mal. Todo lo contrario. Aparte de la creciente euforia ante el éxito de mi expedición vital, el hecho de saberme al lado de alguien que no podía morir me confería la secreta esperanza de que, en serio, encontraría la manera de no morir yo tampoco.

La mujer depositó el cuenco sobre una piedra y lo llenó con el contenido de la tinaja: una especie de sopa humeante, espesa y oscura que luego, tras encaramarse sobre unas piedras aledañas, dejó dificultosamente sobre la roca donde se sentaba el Inmortal. 

- Disculpe -acerté por fin a reaccionar- ¿Cuántos años tiene su padre? -le pregunté cuando terminó esta tarea.

Ella se encogió de hombros.

No lo sé. Yo sólo le conozco desde hace poco más de dos siglos y nunca me ha hablado. Todo lo que sé sobre él me lo contaron mis hermanos mayores. Sobre todo el primogénito. Él conocía toda su historia, era casi tan viejo como mi padre...

Y ¿dónde está el primogénito ahora? ¿Dónde están sus demás hermanos? -le pregunté, cada vez más ansioso.

- Ahí -respondió ella mientras señalaba una serie de agujeros en la pared de la izquierda en los que yo no había reparado hasta entonces.

Conté treinta y dos agujeros. Todos, menos uno, estaban tapados con una especie de adobe. Ante mi mirada de incredulidad, ella precisó:

- Todos muertos. La mayoría se suicidaron, como el primogénito. Seguramente yo terminaré haciendo lo mismo. Sólo hay un Inmortal, ¿sabe?

- Dios mío -musité con espanto- pero ¿por qué? Si todos ustedes tienen el don de vivir eternamente, ¿por qué lo desprecian de esa manera?

- ¿Un don? -ella me contempló con sus ojos antiguos y por un instante no supe si iba a reírse a carcajada limpia o iba a echarse a llorar de desesperación- ¿Un don, vivir sin el horizonte de la muerte? No es un don. Es una maldición.

Meneando la cabeza, recogió la tinaja y pasó por mi lado. Me aparté instintivamente: de pronto aquella mujer me daba mucho miedo. Pero tampoco quería dejarla marchar sin más. Sospeché que, si la dejaba ir, no volvería a verla. Y parecía mi única fuente de información segura. El Inmortal no se había movido ni un milímetro desde mi llegada. Ni siquiera había mirado a su hija o al cuenco de la sopa. Continuaba perdido en el interior de sí mismo.

¡Espere! -supliqué- Por favor, espere... No le entiendo. Y quiero saber. Los años pasan, los imperios surgen y caen, y los humanos siguen siendo tan infantiles y tan poco despiertos como de costumbre... No aprenden nada. Nunca aprenderán nada importante. -murmuró ella, antes de detenerse y, volviendo su rostro vetusto hacia mí, plantearme-: ¿Qué cree usted que le confiere valor a la vida si no es la muerte? ¿Qué atractivo tendría una hermosa flor en el momento de su mayor esplendor y belleza si no fuera porque sabemos que será destruida poco después? ¿Qué amor merecería la pena si en lugar de una fugaz maravilla se convirtiera en la rutina diaria durante miles de años? ¿Qué empresa sería de verdad valiosa si uno no necesitara poner a prueba su ingenio, desplegar sus virtudes e incluso arriesgar su vida para culminarla con éxito y sólo tuviera que esperar diez años o diez siglos para ello, sin preocuparse por el plazo temporal necesario? 

Aquellas preguntas me desconcertaron e hicieron nacer en mi pecho una angustia nueva, pero ella continuó:

- Vea: el oro, las piedras preciosas, el dinero, las riquezas..., esa inútil y delirante obsesión del ser humano, empeñado en acumular todo eso para utilizarlo luego en adquirir posesiones, ganar posición y poder... ¿Y si uno tuviera una fuente ilimitada de oro? ¿Y si pudiera nadar literalmente en oro y comprar todas las cosas del mundo si así lo deseara? ¿Habría algo que pudiera atraerle al fin, algo por lo que suspirar, algo que buscar y perseguir? ¿A quién le place correr una carrera eterna contra sí mismo, sabiendo que haga lo que haga siempre va a ganar? 

- Sin embargo -traté de argumentar, sintiendo cómo crecía mi ansiedad-, el hecho de ser inmortal le permite a uno hacer todo lo que desea hacer. Uno puede estudiar lo que quiera, viajar por todo el mundo, crear obras de arte, escribir libros, componer música, conocer a muchas personas..., sin limitación alguna. ¿Eso no es deseable?

Me observó con ojos aburridos, como si hubiera rebatido mil veces antes el mismo planteamiento y no tuviera ya ganas de continuar con aquel diálogo que nada nuevo le aportaba.

- ¿Y qué hacer cuando uno ha estudiado todo lo que quería y hasta lo que no quería, por pasar el tiempo? ¿Cuando ya ha recorrido varias veces el planeta entero? ¿Cuando se ha hartado de crear obras artísticas, escribir libros y componer música y nada de eso ya le motiva? ¿Cuando uno se ha convertido en el mejor y más grande maestro que ha pisado alguna vez la Tierra, de tanto hacer todas esas cosas una y otra vez, y es consciente de que no puede aprender más y que nadie le puede enseñar más? ¿Qué hacer cuando has conocido a tantas personas, a tantas y tan inmensas multitudes, que sabes que ninguna podrá volver a sorprenderte jamás? Ni el odio, ni la ira, ni la compasión, ni el amor, ni la tristeza, ni la valentía... Nada es ya nuevo y, de hecho, has visto tantas veces los mismos comportamientos en tantas personas diferentes que puedes predecir con absoluta seguridad lo siguiente que va a hacer la persona ante la que estás delante.

- Entonces, ¿la inmortalidad no tiene sentido?

- Se lo diré claro, para que lo entienda de una vez: la inmortalidad física es el mayor tormento imaginable para un ser humano -sentenció-. Por eso terminaron suicidándose mis hermanos, uno tras otro. Yo estoy muy cansada ya. Y estoy sola. Así que mi final será similar, no creo que tarde mucho.

- ¿Y él? -señalé, desesperado, al Inmortal.

- Él no puede morir, jijiji -la risa de la anciana sonó especialmente desagradable-. Él consiguió la inmortalidad sin desearla y su castigo es vivirla hasta el fin de los tiempos. Hizo un pacto con el Demonio que rige este mundo, ése al que la gente corriente llama Dios, para obtener ciertos beneficios a cambio de su alma inmortal..., y luego intentó engañarle. Se puede luchar contra ese monstruo, pero no se le puede estafar: es demasiado inteligente. Mi padre fue muy ingenuo. Y el Demonio le impuso esta pena ejemplar...

A estas alturas me sentía ya muy mareado y con ganas de vomitar. Me embargó un poderoso deseo de salir de allí, de alejarme corriendo de aquel lugar maldito sin mirar hacia atrás.

- Al principio, mi padre creyó que el Demonio se había equivocado. Empezó a vivir de acuerdo con su nueva condición y consiguió todo lo que quiso gracias a su inmortalidad. Se convirtió en la persona más poderosa de la Tierra y, en apariencia, en la más feliz y satisfecha. Empezó a tener hijos a los que transmitir su sangre inmortal, para poder tener familia que pudiera acompañarle pues todas sus esposas fallecían tarde o temprano. Se sentía una especie de dios y quería reinar como Zeus Júpiter en el Olimpo. Pero con el tiempo comprendió hasta qué punto había sido condenado. Terminó desprendiéndose de todo y encerrándose aquí, completamente enloquecido. Aullaba día y noche, se golpeaba contra las paredes, intentaba herirse y matarse de mil maneras pero siempre infructuosamente...

No pude soportarlo más. Con los ojos nublados, el sudor empapándome y trastabillando entre las piedras, busqué la salida de la cueva sin despedirme de aquella trágica mujer, sin dirigirle ni una sola palabra más. La oía detrás de mí, chillándome desde el interior de la caverna:

¡No se vaya! Tal vez pueda usted hacerle compañía cuando yo ya no esté. Después de todo, puede que usted sepa hacer algo que él nunca haya visto y eso le permita, aun por un instante, retornar a la normalidad. Y, si no, puede encargarse de prepararle la comida, aunque luego él la desprecie y no la engulla. Usted podría...

No recuerdo muy bien cómo salí al final de allí. Sólo que me fui y que llegué jadeando a mi coqueto cuarto en la pensión suiza donde me alojaba. Me encerré con llave y coloqué una silla contra el tirador para asegurarme de que nadie entraría en la habitación y luego me metí en la cama, vestido y con zapatos, temblando y gimoteando. 

Algunas horas después, conseguí reunir el valor suficiente para recoger mi escaso equipaje y salir de la habitación. Pagué y luego me llamaron a un taxi para que me sacara de allí, previa advertencia de que me costaría una pequeña fortuna. Pero no me importaba pagarla con tal de alejarme cuanto antes. Si quería irme en tren o en autobús necesitaría esperar hasta la mañana siguiente y no me veía en condiciones de pasar allí la noche, tan cerca de la cueva del Inmortal, expuesto a que su lóbrega hija apareciese en cualquier momento.

Y aquí estoy, al fin, en casa. Lejos de Suiza y de todos los otros lugares por los que transité durante tantos años, cegado por la promesa de un cielo que en realidad escondía un infierno.

Observo una flor, cortada de mi jardín. Se marchita lentamente en un jarrón con agua. Es hermosa.






viernes, 6 de abril de 2018

Falsas identidades

Conocedora del trágico destino que tendría su hijo si partía para la guerra de Troya, la ninfa Tetis decidió proteger al joven -mas ya entonces conocido por sus habilidades guerreras- Aquiles a la isla de Esciro. Allí reinaba Licomedes, amigo de Tetis, quien atendiendo a su solicitud le vistió de mujer, le dio el nombre de Pirra y le alojó en su palacio empleándole como una de las doncellas de su propia hija, la princesa Deidamía. Ni que decir tiene que Aquiles y Deidamía se entregaron el uno al otro a todo tipo de dulces actividades propias del momento en cuanto se quedaron solos, lo cual beneficiaba los planes de su madre, que confiaba en que esta relación ayudara a que su belicoso hijo se olvidara de sus ansias guerreras. Entre tanto, los aqueos buscaban como locos a su héroe porque le consideraban un guerrero imprescindible en la expedición y, después de mucho rastrearle, se enteraron de su escondite en Esciro donde parecía disimular su desbordante virilidad disfrazado de mujer. De entre todos los generales griegos, el astuto Ulises fue el encargado de marchar a la corte de Licomedes, encontrar a Aquiles y convencerle de que volviera con él para unirse a la guerra contra los troyanos. El de Ítaca cumplió en encargo gracias a una estratagema, pues se presentó en la corte del rey disfrazado de buhonero y llevando consigo dos canastas: una de ricas telas y adornos femeninos y otra con brillantes y afiladas armas. Cuando llegó al palacio de Licomedes, Deidamía y todas sus doncellas se lanzaron a la canasta de las telas para escoger las mejores y más bonitas, mientras que Pirra/Aquiles se dirigía sin dudarlo a la de las armas. Así le descubrió y así pudo dirigirse a él y convencerle de que se fuera a Troya pues, como diría el refrán, aunque la mona se vista de seda, mona se queda...

Esto es un mito. Ahora contaré una historia real. Había una vez dos hermanos gemelos, que nacieron en un parto sin problemas el 22 de agosto de 1965. Bruce y Brian Reimer llegaron al mundo en la localidad canadiense de Winnipeg y fueron, al principio, dos bebés felices. Sin embargo, con seis meses fueron diagnosticados de fimosis y se recomendó la intervención quirúrgica. Sus padres, Ron y Janet, dieron el visto bueno a la circuncisión, pero un error médico del urólogo que procedía a la operación quemó el pene de Bruce, dejándolo inservible. La familia quedó desolada por lo ocurrido, pues su hijo no podría ya llevar una vida normal. Hay que recordar que a mediados de los años sesenta la cirugía plástica no estaba ni la mitad de avanzada que hoy, cuando los especialistas pueden "remodelar" literalmente a una persona para hacerle vivir su fantasía de ser más joven de lo que es -tan cara para esas personas que basan su endeble autoestima en su aspecto físico- o para convertirle en el monstruo que desea ser -como esos especímenes desequilibrados que hemos visto en tantos reportajes de "curiosidades" y que se empeñan en adquirir una imagen a medias humana, a medias de extraterrestre, gato, lagarto o cualquier otra cosa que se les ocurra-. Los Reimer vivieron un tiempo de angustia y dolor, sin saber qué hacer...

Entonces se cruzó en su camino un médico de los que, en una novela clásica de Ciencia Ficción, reciben el apelativo de mad doctor. En las obras literarias, y también en las películas, este tipo de personajes suele ser descrito con una mirada enloquecida, cabellera despeinada y bata blanca, pero lo más importante de ellos es que dedican su vida a cualquier tipo de desquiciados experimentos con seres humanos, con el ánimo de transformarse a sí mismos en nuevos y pequeños diosecillos, dotados de poder suficiente para dominar y torcer a su gusto las leyes de la Naturaleza... En honor a la verdad, este nuevo doctor Frankenstein se presentaba con un aspecto más discreto, diría incluso que con un aire de sensato abuelito, a juzgar por algunas de las fotografías que nos han llegado de su persona, como la que ilustra este artículo. Su nombre: John Money (sic), psicólogo y sexólogo neozelandés del hospital John Hopkins de Baltimore. La familia Reimer vio una entrevista con él en televisión porque este centro hospitalario había anunciado que iba a empezar a practicar intervenciones de cambio de sexo. En las imágenes, Money aparecía acompañado de una atractiva rubia, que decía haber nacido hombre y al que él había ayudado a transformar en la mujer que siempre había querido ser. Ron y Janet dedujeron que él sería la solución para Bruce. Si su hijo no podía ser un hombre completo, al menos podría intentar ser una mujer completa.

Como suele decir Mac Namara, la gente verdaderamente importante, la que determina el curso de los tiempos, nunca es la que aparece como tal a los ojos de la sociedad en los grandes medios de comunicación e incluso en los libros de Historia. Aunque es más corriente encontrar el poder en manos de los visires que de los califas (excepto en el caso del gran visir Iznogud), el verdadero poder está incluso más alejado de las cámaras. Money es un ejemplo de ello, a determinado nivel. Si preguntamos a las personas a nuestro alrededor, seguro que la gran mayoría ni siquiera ha oído hablar de él y, sin embargo, es uno de los principales responsables del modelado social occidental contemporáneo. Doctor en psiquiatría, profesor de pediatría y psicología y con estudios de educación, fue uno de los primeros y principales defensores de la disociación entre género y sexo biológico. Su trabajo giró siempre en torno a las rarezas del sexo: las anomalías sexuales, las parafilias, la pedofilia, el hermafroditismo, la reconstrucción genital..., y la reeducación de las personas para que se "liberaran" de su condicionante biológico y "eligieran" si preferían ser hombre o mujer con independencia de si tenían pene o vagina. 

Resumiendo mucho sus teorías, progresivamente introducidas hoy incluso con calzador en todas las etapas educativas de la escuela y muy alabadas en la actualidad -a pesar de lo aberrante de algunas de ellas-, son los adultos y no la Naturaleza los que "crean" de hecho el género humano. Para eso utilizan un proceso que llamó "complementación", mediante el cual los padres "implantan" de manera "forzada" a sus hijos las respuestas y conductas que les corresponden a su propio género, sin que los niños puedan hacer nada para "resistirse" a esa "imposición". Un ejemplo clásico es el hecho de que, en una celebración, el padre baile con la hija y la madre con el hijo, porque así transmiten su "visión personal" aunque "sesgada" de cómo deben ser las cosas: que los hombres sólo pueden bailar con las mujeres y no los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres.

Money es el introductor de algunos términos muy conocidos de la sexología como el orgasmo seco o clímax masculino sin eyaculación (aunque el concepto como tal es tan viejo como el Tantra) o la disforia de género -el trastorno de identidad sexual, por el cual una persona se siente mujer aunque físicamente sea un hombre o viceversa-. Con su forma de pensar y sus peculiares propuestas e investigaciones, se encargó de alimentar la vieja polémica de la comunidad científica de EE.UU. sobre qué es más importante y determinante en la vida humana: lo que uno trae "de fábrica", gracias a la sangre de sus ancestros, o lo que uno adquiere "en el mercado de la vida" individualmente, gracias a su educación y formación. Aunque muchos científicos actuales -entre ellos, el propio Money- han defendido con pasión y hasta la saciedad que en el desarrollo de la persona es mucho más importante la educación que la herencia (y este mensaje ha sido trasladado y sigue siendo trasladado tan falsa como machaconamente al resto de Occidente), la propia Ciencia ha desmentido esta teoría una y otra vez. De hecho, hoy sabemos que la dictadura de la genética es absolutamente incontestable y marca nuestra existencia hasta límites que el profano no podría imaginar, mucho más allá del simple color de los ojos y el cabello o de las enfermedades que uno tiene más probabilidad de padecer a lo largo de su vida.

 Lógicamente, Money formó parte activa del llamado "movimiento de liberación sexual" en los 60 y los 70 y se convirtió en un científico de referencia para comunidades como la homosexual o la transexual, ávidas de encontrar una explicación científica a su forma diferente de vivir la sexualidad. Con ocasión de su fallecimiento en 2006, un día antes de su 85 cumpleaños, su discípulo y colega Richard Green, aquí al lado, le dedicó una necrológica muy elogiosa, en la que le lloraba "como a un padre", elogiaba su trabajo, sugería su bisexualidad y recordaba su participación en todo tipo de "liberaciones" como el consumo de droga ("En el jardín de mi apartamento en Chelsea había escondido una barra de unos tres centímetros de hachís, en algún lugar cerca del macizo de tulipanes. John y yo escarbamos por todas partes tratando de encontrarlo. No recuerdo si lo encontramos, probablemente eso quiere decir que sí."), la glorificación del sexo por el sexo ("La casa de John en Baltimore era un museo lleno de esculturas exóticas y pinturas: figuras de madera de tamaño mayor que el natural, con genitales colosales, apabullaban al visitante") y los desmadres de todo tipo ("John fue un libertino. Era un entusiasta del sexo en grupo. Las reuniones de la Sociedad para el Estudio Científico de la Sexualidad quedaban realzadas por las orgías que John organizaba por la noche y a las que asistían algunos de los lumbreras de la sexología. Fue un participante de gran talento.") que le hacen a uno cuestionarse qué es lo que le interesaba realmente a Money de su profesión.
 
Esta necrológica es muy interesante porque, viniendo de uno de uno de sus mejores amigos ("Qué afortunado haber sido su hijo adoptivo", llega a exclamar Green), ayuda a descubrir a un Money distinto al ensalzado por los partidarios de la ideología de género. Así, en lugar de un científico de mente abierta y dispuesto a explorar los lugares más recónditos del alma humana, nos encontramos con un tipo más bien intolerante ("No era receptivo a las opiniones contrarias (...) Tampoco aceptaba con elegancia las críticas a sus propios manuscritos (...) sus críticas de los artículos de otros podían ser fulminantes pero se negaba a hacer cualquier cambio, del tipo que sea, en los suyos propios") y manipulador ("Su dominio del lenguaje era magistral (...) 'identidad sexual' y 'rol de género' son términos centrales hoy en el vocabulario de los sexólogos") que no daba su brazo a torcer y estaba dispuesto a llevar hasta sus últimas consecuencias sus creencias personales, a costa de lo que fuera...

Y ahí retomamos el caso de los Reimer. Ron y Janet se presentaron en la consulta de Money para preguntarle si era verdad que la condición sexual no es innata sino que se puede asignar por capricho a través de la educación y si se podía encarrilar de este modo a la persona. El psicólogo les dijo que por supuesto: todo lo que tenían que hacer era empezar a tratar al bebé como una niña. siempre bajo su supervisión. Él se encargaría de monitorizar el proceso para que llegara a buen puerto y el niño mutilado se convirtiera en una mujer feliz y completa. Estaba ante la oportunidad de su vida para demostrar su tesis: no sólo tenía el visto bueno de unos padres desesperados por asegurar la dicha de su hijo (¡Cuánto daño puede hacer la obsesión de los padres a la hora de intentar proteger y hacer felices a sus hijos como sea, cuando la vida como tal no trata de eso!) para desarrollar un experimento a largo plazo sino que además disponía del perfecto sujeto de control para evaluar la marcha de la investigación, que no era otro que Brian, el otro gemelo.

Así que, poco antes de que cumpliera dos años, Bruce fue sometido en julio de 1967 a una castración quirúrgica que incluyó la retirada de los testículos y la reconstrucción de su aparato genital. Bruce murió y en su lugar nació Brenda. Money dio instrucciones concretas a sus padres para que la trataran como a una niña y fijó una revisión anual para controlar la marcha del experimento. Y se sintió el Frankenstein más satisfecho del mundo...

Pero no salió bien.

Bruce/Brenda se convirtió en un/una niño/niña desgraciado/desgraciada. No le gustaban los vestidos ni los adornos femeninos, rechazaba las muñecas y las combas y prefería usar los juguetes de su hermano. Se enfrentaba a las burlas constantes de sus compañeros de clase: las chicas no contaban con él/ella por considerarla una niña demasiado hombruna y los chicos tampoco la querían en sus juegos -aunque suspiraba por participar en ellos- porque estaban en esa edad en la que todavía no querían relacionarse con niñas. Pese a carecer de pene, se negaba a sentarse en la taza del retrete y prefería orinar de pie. Se quejaba a su padre de que no podría afeitarse en el futuro como sí lo haría Brian... Las reticencias a aceptar el sexo femenino expresadas por él/ella y por los padres durante las reuniones con Money no fueron tenidas en cuenta por éste, que insistía en que eran normales y desaparecerían con el tiempo. Cuando Bruce/Brenda cumplió 9 años, Money anunció que la experiencia estaba siendo un éxito y todo su gremio le aplaudió, le dio palmaditas en la espalda y empezó a tratarle como si fuera un verdadero genio: el tipo que revolucionó la sexología. Yendo un paso más allá, escribió un libro titulado Man & Woman. Boy & Girl (Hombre y mujer. Niño y niña) en el que defendía su teoría de la "neutralidad del género" a partir de esta experiencia..., pero falsificando los resultados porque no incluyó las experiencias reales de Ron, Janet y Brian con Bruce/Brenda y, en su lugar, se inventó otras que sirvieran para defender sus ideas. Este texto terminó de consagrarle como gran experto en sexo.

Como todo lo que va mal es susceptible de ir peor, la tortura de Bruce/Brenda se incrementó con la llegada de la adolescencia, quizá la etapa más crítica de la vida. Empezó a sufrir profundas depresiones e incluso intentó suicidarse. Alarmados, sus padres le contaron la verdad y ello supuso un shock para su hijo/hija. No obstante, recuperó cierta alegría porque ahora sabía por qué había sido tan desgraciado/desgraciada durante toda su vida y expresó su deseo ferviente de volver a ser un chico aunque fuera con un pene destrozado. Sin embargo, ya no sería Bruce, sino David, en honor al mítico pastor que logró derrotar al guerrero gigante Goliat. Con su nuevo nombre, sería como empezar una nueva vida, lejos de aquella pesadilla. Se sometió a más intervenciones quirúrgicas -dos faloplastias, para reconstruir su pene perdido, y una mastectomía, para quitarse los pechos, que habían ido creciendo gracias a altas y periódicas dosis de estrógenos- y recibió inyecciones de testosterona para ayudarle a masculinizarse.

Bruce/Brenda/David se negó a volver a la consulta de Money y éste, discretamente, dejó de publicar sobre el caso y se centró en otros para no admitir su fracaso. No obstante, el creciente número de seguidores del psicólogo que tuvieron noticia de lo ocurrido, se lo tomaron como una confirmación de sus teorías, que demostraban cómo el sexo era una simple cuestión de elección. El/la sujeto de experimentación primero había sido un niño, luego una niña y ahora otra vez un niño. Y no pasaba nada.

En realidad, sí pasó. Aunque Bruce/Brenda/David logró vivir unos años más tranquilos, el trauma sufrido había devastado su alma y nunca logró la paz consigo mismo. Ni siquiera un mínimo de equilibrio interno. En busca de la normalidad que le había sido negada durante toda su vida y dado que no podía tener hijos, se casó con sólo 23 años de edad con su novia, una mujer que ya era madre de tres niños.  Mientras, su familia original también pagó un alto precio víctima de la culpabilidad por lo ocurrido: Ron se convirtió en alcohólico; Janet, en depresiva crónica y Brian terminó abandonando sus estudios y, tras varios intentos fallidos, se suicidó con una sobredosis de antidepresivos.

Money no dijo una palabra sobre todo esto. De hecho, mantuvo oculto el caso mientras seguía dando charlas y escribiendo libros sobre sus teorías hasta que, en 1997, Bruce/Brenda/David contó su caso a otro médico experto en sexología: el doctor Milton Diamond, de la Universidad de Hawai. Escandalizado por lo ocurrido, éste le convenció para que lo contara en público y ayudara así a que ningún otro niño volviera a verse en una situación tan terrible como la que él había sufrido. El periodista John Colapinto fue el encargado de darlo a conocer con una publicación en la revista Rolling Stone, aunque después escribiría todo un libro sobre ello: As Nature made him: the boy who was raised as a girl (Como la Naturaleza lo hizo: el niño que creció como una niña) y compartió los beneficios obtenidos con el protagonista de la historia, que carecía de un trabajo estable. Diamond dijo entonces algo muy lógico y es que si la combinación de tanto esfuerzo médico, quirúrgico y social (psicológico) no tuvieron éxito ninguno en el hecho de que aquel niños aceptara sin más una identidad de género femenino, "tal vez tengamos que pensar que hay algo importante en la constitución biológica del individuo" que es mucho más decisivo a la hora de determinar la sexualidad. 

El final de esta historia no es nada alegre. Bruce/Brenda/David estaba tan desquiciado a estas alturas que, cuando a primeros de mayo de 2004 su esposa le anunció que deseaba separarse de él, no lo soportó. Se marchó de casa y se voló la cabeza con una escopeta recortada dentro de su propio coche. Ron Reimer, destrozado por la culpa, también se suicidó cuando se enteró de lo ocurrido...

 ¿Y qué pasó con John Money? Nada. Murió, víctima de la demencia senil, en 2006 pero rodeado del cariño y el respeto de las gentes de su profesión. Jamás se retractó ni rectificó públicamente. No ya por destruir una familia y contribuir aun indirectamente al fallecimiento por suicido de tres de sus miembros -vía desequilibrio mental- sino por el fracaso absoluto de una investigación que echa completamente por tierra las teorías sobre el constructo social del sexo (a las personas interesadas, les sugeriría que rastrearan otros casos parecidos -incluido alguno español- que se han publicado con sordina en los últimos años y que, si bien no han resultado ser tan dramáticos -por el número de muertes- también han destrozado la vida de los implicados). Es más, el estudio de Money, por increíble que parezca, sigue siendo citado como una prueba de éxito de que es posible cambiar de género alegremente y es utilizado sin pudor alguno por los grupos interesados en la ideología de género y el feminismo radical. La biografía de este mad doctor recoge unas 2.000 publicaciones de todo tipo, además de la recepción de 65 premios y reconocimientos públicos. Ni uno solo de ellos le fue retirado cuando se hizo público lo sucedido con los Reimer. Y lo peor es que las ideas de Money (y de otros popes de la ingeniería social tan siniestros como él, de los que ya hablaremos en otra ocasión y cuyo objetivo último parece pasar por destruir definitivamente el concepto de familia como base de la sociedad humana) continúan alimentando auténticas barbaridades como la absurda lista publicada hace año y medio por la denominada comisión de derechos humanos de Nueva York, según la cual si uno es hombre o mujer es porque quiere, ya que "existen" nada menos que 31 géneros o identidades sexuales.

Según las conclusiones de esa comisión, uno puede escoger a la carta las opciones más extravagantes. Por ejemplo, puede ser andrógino (reunir ambos sexos en el mismo individuo) pero también dos espíritus (que parece lo mismo pero no lo es, porque define a la persona que encarna atributos masculinos y femeninos aunque tiene géneros distintos a sus roles y viste con una mezcla masculina y femenina), pangénero (tener muchas identidades de género a la vez) o género fluido (que cambia de género según le apetezca). También está el transgénero no binario (persona que ha cambiado de género pero que no se identifica con ninguno) o transpersona (que define a una "comunidad diversa" de gente cuya identidad de género es distinta de la "asignada" durante su nacimiento. Está, por supuesto, el sin género (que no se identifica con ningún género, lo que imagino que le causará problemas al tener qué escoger una puerta concreta en un cuarto de baño público) que, aunque no lo parezca, es distinto del tercer sexo (el que no se define como masculino ni como femenino ni como sin género..., a estas alturas ya me he perdido). El caos mental de los miembros de esta comisión es capaz de aplicar la teoría de la evolución a conocidas parafilias para transformarlas también en identidades de género en sí mismas, como en el caso del cross dresser (la persona que se viste con prendas de sexo opuesto en momentos determinados) o la drag queen (hombre que se viste y actúa como mujer). Pero aún no está todo perdido: la lista reconoce la existencia de mujer (aunque aparece en el número 18 de la lista), a la que reconoce como persona de sexo femenino, y hombre (en el 19) o persona de sexo masculino. Menos mal, pensaba que me había convertido en el protagonista de Soy leyenda... Por cierto, la comisión advierte de que si una empresa no respeta alguna de esas identidades sexuales de sus trabajadores, puede ser sancionada con una multa de un millón de dólares. 

Aún hay algo más surrealista. Por las mismas fechas que esta comisión hacía pública su delirante lista, un abogado tailandés, Vitit Muntarbhorn, anunciaba, a sus 64 años de edad, que los sexos masculino y femenino están "ampliamente superados" porque según su opinión en realidad existen ¡¡¡112 géneros!!! Que un señor asiático desbarre en público no tendría mayor importancia e incluso podría ser un espectáculo divertido si no fuera porque Muntarbhorn ostenta el cargo de Defensor Global LGBT en la ONU (la verdad es que la Organización de las Naciones Unidas es una institución cada vez más desprestigiada, por su obvia inutilidad a la hora de frenar ciertos conflictos bélicos y por los sucesivos escándalos y corrupciones en los que se ha visto implicada una tras otra de las agencias que la forman). Desde luego, si yo fuera homosexual, bisexual o transexual, me pensaría muy mucho si estoy bien representado por un tipo que defiende la existencia de cosas como el ansi-género (definido por la ansiedad y el estrés de las personas que viven en las grandes ciudades) o el color-género (personas de género rosa, azul, amarillo o blanco..., no sé por qué no hay más colores).

Lo peor de todo este cosmos de confusión sexual es que está afectando directamente a la parte más débil de nuestra sociedad: los niños (y las niñas), entre el silencio de los acobardados y la presión de los cómplices (me insiste Mac Namara en que todo esto tiene mucho que ver con los planes de los Amos para su ganado humano, pero tampoco me ha explicado mucho más). Muchos chavales occidentales están creciendo hoy día bombardeados por mensajes caóticos que no les van a servir precisamente para ayudarles a orientarse en la vida sino más bien al contrario. La educación siempre ha sido el mejor arma para controlar a largo plazo a una población y tenemos muchísimos ejemplos históricos de ello, algunos muy recientes. El mundo del mañana será, me temo, aún más desastroso que el de hoy..., pero es lo que suele suceder siempre con la ley de la entropía.