Una de las armas más útiles y empleadas de la propaganda y, por extensión, de la IMSH (Ingeniería de Manipulación de Seres Humanos) es el manejo de los arquetipos. Es muy sencilla de emplear y sólo requiere tiempo para mostrar su eficacia. Como tiempo es lo que sobra en un universo sin fin ("nada se crea, nada se destruye, todo se transforma", recuerdo) los arquetipos han demostrado sobradamente su eficacia pese a que no respondan a la realidad, si es que alguna vez lo hicieron. Por eso los alemanes tienen que ser todos grandes, gordos, de ojos azules, rubios y bebedores de cerveza; los surafricanos, todos negros, delgados, sonrientes y desgarbados y los españoles, todos bajitos, morenos, peleones y aficionados al fútbol, a los toros y a los Papas de Roma.
Para que un arquetipo funcione, hay que etiquetar con él aquello que a uno le interese y luego machacar constantemente, reiterarlo una y otra vez como en el tormento de la gota china con la inestimable ayuda de los medios de comunicación y, en el caso de Internet, del corta-y-pega con el cual se clonan tantas y tantas webs muy bonitas desde el punto de vista del continente pero completamente hueras desde el del contenido ya que no hacen sino repetir lo que sacaron en su día de un sitio que les gustó a los webmasters de todas ellas. La originalidad brilla por su ausencia, y brilla mucho a pesar de las inmensidades del océano internetiano. Yo he llegado a encontrar un artículo mío firmado en una web de sucesos históricos de autoría desconocida. ¡Lo grande es que no era un artículo sino el fragmento de uno de mis libros, que el responsable de la susodicha web había recortado (palabra por palabra) y firmado (por mí) para presentarlo como si fuera una colaboración mía en su espacio!
Gracias a los arquetipos y a la etiqueta que se aplica con ellos, se puede dirigir la opinión pública con gran facilidad sin que los participantes de esa misma opinión se tomen la molestia de pararse un momento a pensar por sí mismos sobre si de verdad están de acuerdo con aquello que están opinando (mejor dicho, siendo inducidos a opinar), pues es un hecho, triste pero probado, que la inmensa mayoría de las personas opinan sobre casi cualquier cosa sin tener datos suficientes sobre ella. De hecho, es un deporte nacional en España. No es la primera vez que lo digo, pero es que tampoco es la primera vez que oigo en una tertulia aquella mágica frase de "Bueno, yo sobre esto no tengo mucha idea pero pienso que lo que habría que hacer es..."
Una vez instalado el arquetipo y puesto a rodar, sólo hace falta alimentarlo de vez en cuando y sentarse a observar sus efectos. Cuanto más ruede, más gente se unirá a él y de esta forma lo realimentará y lo hará más potente hasta que el rodillo gire a una velocidad y con una fuerza tales que si alguien trata de cruzarse en su camino acabará fácilmente aplastado, con independencia de que su propia opinión esté más cerca o más lejos de la realidad que la del arquetipo. Cuántas veces hemos escuchado aquello de "¿Cómo puedes decir eso si todo el mundo sabe que...?" O ese otro clásico de "¡Pero cómo no va a ser verdad si viene en el periódico (o sus variantes: "lo han dicho en la tele" o bien "lo han comentado en la radio")!" Una que me gusta muchísimo es: "¡Vas a saber tú más que todos los especialistas del mundo que están diciendo otra cosa distinta!", sobre todo porque cuando uno se pone a escarbar resulta que "todos los especialistas del mundo" es una referencia exclusiva a los que aparecen en los medios de comunicación que consume, siguiendo sus propias preferencias y criterios personales, la persona que te arroja esta frase.
Un par de arquetipos clásicos afirman que el perro es "el mejor amigo del hombre" mientras que el gato es "cruel y traicionero". Yo he podido disfrutar de ambos, perro y gato, en distintas épocas de mi vida, y por supuesto disiento de esos arquetipos (esto no es una sorpresa, supongo; en general, suelo disentir de todos los arquetipos: en la Universidad de Dios, una de las primeras cosas que nos enseñan a los alumnos es a aprender a esquivar los tentáculos de la IMSH). Tanto a uno como a otro los he querido igual y lo he pasado genial con ellos (y ellos conmigo, porque los animales son bastante sinceros en este aspecto: si no quieren estar contigo, no se molestan ni en acercarse) pero mi experiencia personal, por resumirla muy mucho, me lleva a concluir, por ejemplo, que la actitud y la disposición del perro no es tanto de amigo como de esclavo (siempre pendiente del amo) mientras que la del gato sí es más parecida a la de un amigo humano (al actuar de forma independiente y tratarte de tú a tú, sin humillarse innecesariamente).
Los gatos tienen muy mala fama en general, quizá porque poseen cualidades que a muchos humanos les gustaría tener y no tienen, como por ejemplo esa independencia de criterio basada en el autoconocimiento y la confianza en sus propias posibilidades (agilidad, elasticidad, fiereza), un claro espíritu de aventura basado en una curiosidad que no reprimen sino que intentan satisfacer, esa capacidad innata para mantenerse en alerta relajada, durmiendo con un ojo abieto si es preciso (resulta francamente difícil sorprender a un gato) y hasta su aire elegante y misterioso, que les hace tan atractivos (y, en cierta época, perseguidos como familiares de las brujas).
Incluso a los niños, desde muy pequeños, se les mete en la cabeza ese arquetipo que no sé todavía muy bien lo que busca (aunque puedo sospecharlo) y según el cual los gatos son los malos y los tontos en el mundo de las mascotas domésticas a través de los dibujos animados o las películas infantiles. Ejemplos hay todos los que uno quiera, desde el gato de La Cenicienta de Walt Disney hasta el de Rasca y Pica de Los Simpson pasando por el de Tom y Jerry donde el bueno es el ratón, que parasita la casa del humano, y el malo es el gato que trata de cazarlo.
Comentando todo esto con Mac Namara, mi gato conspiranoico, me contó la siguiente historia, original de una tribu togolesa en África:
Gatos y ratones vivían en armonía y hacían muchas cosas juntos en la antigüedad. A veces viajaban por parejas y mientras el gato transportaba al ratón y le protegía de depredadores más grandes, el ratón le devolvía el favor introduciéndose por los agujeros más pequeños para conseguir comida o buscar una ruta alternativa cuando el camino estaba bloqueado. Pero un día un gato y un ratón llegaron a la ribera de un río enorme y como no podían cruzarlo a nado buscaron algo que pudiera servirles de embarcación. No encontraron nada, pero entonces al ratón se le ocurrió meterse en el campo cultivado de un hombre y robarle un ñame. La idea era roer el tubérculo para ahuecarlo y conseguir así una particular canoa. Así lo hicieron y finalmente se embarcaron en el ñame.
Sin embargo, el río era muy ancho y caudaloso y, como no disponían de remos, las corrienes les llevaban de un lado a otro sin acercarles a la otra ribera. Así terminaron sus escasas provisiones para el viaje y sus tripas empezaron a rugir en sus respectivos estómagos. El ratón propuso al gato que durmieran, porque tampoco podían hacer otra cosa y, al menos al estar inconscientes, no sufrirían por no tener nada que comer. Al gato le pareció bien y se durmió enseguida. A los pocos minutos el ratón abrió los ojos y, presa del hambre, se dedicó a roer el ñame. El ruido despertó al gato, que preguntó lo que pasaba, pero el ratón le mintió diciendo que lo que le habría despertado serían sus ronquidos y que lo mejor sería seguir durmiendo.
Así pasaron los días. El gato cada vez tenía más hambre, pero aguantaba como un valiente. No obstante, cada vez que se dormía, el ratón roía en secreto un poco más de su frágil embarcación..., hasta que un día provocó una vía de agua en el ñame. Entonces el gato comprendió lo que estaba sucediendo, increpó al ratón y, en castigo por su traición, lo devoró en un santiamén mientras el esquife se llenaba de agua. Después, se ahogó en el río.
Muertos el gato y el ratón, los peces del río contaron esta historia a todos los animales que se acercaban a beber a sus orillas; incluso a los humanos, que en aquella época entendían su lenguaje..., pero como los peces tienen la memoria que todos sabemos, en lugar de contarla tal cual había sucedido la cambiaron acusando al gato de haber sido el culpable del desastre. Además de causar gran revuelo entre el resto de gatos y ratones que a partir de entonces se volvieron enemigos entre sí, para todo el mundo quedó claro que los gatos son los malvados que persiguen a los pobres e inocentes ratoncitos.
Terminada la historia le comenté a Mac Namara:
- Menuda injusticia... ¿Y nunca habéis hecho nada para contrarrestar esa publicidad tan mala?
- Mira lo que me preocupa que hablen mal de mí -me contestó él, dándose la vuelta y echándose a dormir (con un ojo abierto, por supuesto).
Goebbels "....una mentira repetida mil veces, termina siendo una verdad aceptada..."
ResponderEliminarSe recomienda ver las 6 partes y algo más sobre "El siglo del YO", las ideas de Freud, llevadas a la práctica por un nieto suyo, en todos los campos: comercial, publicidad, social,
propaganda militarista, manipulacion de los votantes, etcétera..... ((j&A)
http://www.youtube.com/watch?v=Soe5hgmjvdc&feature=related
Perdón, era un sobrino suyo, no un nieto, y muy listo el sobrino, se hizo millonario como asesor de empresas, (j&A)
ResponderEliminarEI DOCUMENTAL SOBRE EL SOBRINO DE FREUD SE LLAMA UN SIGLO DE MENTIRAS.
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