Creo recordar que fue Óscar Wilde quien dijo aquello de que "si quieres decirle la verdad a alguien, más vale que se lo digas mientras le haces reír pues de lo contrario te matará". Este muchacho que, a juzgar por su abundante presencia en las redes sociales en forma de cartelitos con sentencias afortunadas, parece que dedicó todo el tiempo de su vida a pensar y escribir frases ocurrentes que pudieran emplearse en casi cualquier circunstancia, también dejó otra interesante reflexión en este sentido: "el hombre suele ser menos sincero cuando habla a cara descubierta, así que si queréis que os diga la verdad más vale que le facilitéis una máscara". Personalmente he seguido ambas máximas por instinto, desde mucho antes de saber que existiera un escritor angloirlandés llamado Wilde. En el primer caso, porque es completamente cierto. La inmensa mayoría de los homo sapiens se desgañitan asegurando que quieren saber "la verdad" pero ésa es sólo una de las grandes mentiras que cuentan a los demás y, sobre todo, a sí mismos. Lo experimento a diario, igual que cualquier otra persona con los ojos medianamente abiertos. Y en el segundo caso, porque también es completamente cierto. De hecho, es una variante de la primera frase: se puede usar una máscara de bufón, pero también de monstruo, de listillo o de garganta profunda, entre otras. Yo mismo utilicé una máscara muy peculiar en algunas de mis publicaciones: curiosamente las que obtuvieron mayor éxito editorial (hasta ahora).
No he dejado de acordarme de Wilde mientras leía una de las novelas más ferozmente inteligentes y divertidas que han caído en mis manos en los últimos años: Ha vuelto, de Timur Vermes, editada en España por Seix Barral.
La novela está escrita en primera persona por el mismísimo Adolf Hitler, con su característico y ampuloso estilo, dado a alternar los análisis más agudos de la realidad con las extrapolaciones y divagaciones más extravagantes... Ha vuelto comienza en la primavera de 2011, cuando Hitler despierta, con la cabeza dolorida y el uniforme oliendo a gasolina, en un descampado del centro de Berlín. No recuerda lo ocurrido en las últimas horas: sólo sabe que hace un instante se encontraba encerrado en el Führerbunker durante el amargo hundimiento de su régimen en abril de 1945, mientras escuchaba como macabra música de fondo el cañoneo del Ejército Rojo. Sin embargo, ahora hay un cielo azul y desprovisto del humo de los incendios sobre su cabeza, un silencio muy agradable interrumpido apenas por unos chavales jugando al fútbol ("supongo que pertenecen a las Juventudes Hitlerianas", deduce) y una significativa ausencia de su cohorte de ayudantes y escoltas, empezando por su mano derecha en la organización del partido al final de la Segunda Guerra Mundial: Martin Bormann. Confundido, pero resuelto a resolver el misterio, se pone en marcha y pronto descubre que por algún motivo desconocido ha llevado a cabo un inesperado viaje en el tiempo. Asombrado, comprueba que Berlín parece libre de tropas invasoras, que la población vive con tranquilidad en edificios modernos (con calles por las que circulan muchos tipos de coche aparte del Volskwagen que él mandó construir en su época) y que dispone de nuevos y sorprendentes inventos como las bolsas de plástico..., aunque no hay manera de encontrar su diario de cabecera, el Völkischer Beobachter. En lugar del periódico oficial del nacionalsocialismo, sólo ve un folleto publicitario de Media Markt, que interpreta como un "periódico para retrasados mentales"...
Pronto hace amistad con un quiosquero, que le toma por un actor que está rodando una película o un documental ("está usted de lo más completo", le dice, admirado por el "realismo" de su indumentaria) y le ofrece una primera asistencia. Desde este primer diálogo, las relaciones del Hitler viajero-en-el-tiempo con el resto de personajes del mundo contemporáneo se basan en los equívocos y los dobles significados. Él habla siempre en serio, afirma ser quién es y busca ayuda para orientarse en su nuevo escenario vital, pero sus contertulios no le entienden o creen que bromea tomándose su papel demasiado en serio. El quiosquero, por ejemplo, le pregunta "¿Tiene algún documento o una tarjeta?" y él contesta: "No, lo siento, los papeles y los mapas están, todos, en el centro de operaciones". Algunas personas le confunden con Christoph Maria Herbst o, más bien, con Stromberg, el popular personaje de una teleserie alemana de título homónimo, protagonizada por este actor y basada en la británica The Office, y según el cual Büro ist Krieg! o lo que es lo mismo: ¡La oficina es la guerra! Como es lógico, a nadie se le ocurre plantearse que pueda tratarse del auténtico Hitler, teletransportado 66 años más tarde de su tiempo.
En semejantes circunstancias, lo más normal habría sido que el personaje hubiera terminado en la cárcel (en Alemania, como en otros países europeos y también progresivamente en los últimos años en España, toda referencia al nacionalsocialismo se mira con lupa de manera enfermiza, llegando a censurarse todos aquellos estudios e investigaciones que no cumplan estrictamente los estándares de lo políticamente correcto) o en un manicomio, pero estamos en una novela, así que el quiosquero no sólo simpatiza con "el extraño tipo vestido de Hitler" sino que le permite refugiarse en su establecimiento. E incluso le presenta a unos ejecutivos de una productora de televisión que suelen comprar en su negocio y que pronto ven en él el potencial para convertirle en un elemento llamativo para completar uno de sus programas estrella en la televisión alemana, dirigido y presentado por un cómico turco llamado Ali Wizgür (entre los muchos momentos hilarantes del libro figura aquél en el que Hitler se pregunta si al final Alemania no habrá ganado la Segunda Guerra Mundial durante su largo sueño gracias a una "tardía pero decisiva intervención" del ejército de Turquía en apoyo al Reich, dada la cantidad de turcos que se encuentra en las calles berlinesas que no imagina puedan haber llegado por un motivo diferente más que el apoyo militar). Como el Führer es ya completamente consciente de su situación decide recuperar el poder y no se le ocurre otra forma que volver a empezar de la misma manera que lo hizo en su juventud cuando se apoderó del pequeño partido que, con el tiempo, convertiría en el poderoso NSDAP. Pronto comprende la importancia de los modernos medios de comunicación para poner en marcha un nuevo "movimiento" y se presta con gusto a intervenir en el espacio televisivo.
Sin embargo, la primera intervención de Hitler en el programa de Wizgür es desconcertante, ya que interviene sin guión y declamando un breve pero característico discurso que es tomado a broma por todo el mundo..., menos por el propio Führer, y por Wizgür, que imagina que el recién llegado lo que quiere es robarle el protagonismo aunque sea a base de hundir su programa. Los directivos de la productora no están muy seguros acerca del impacto en la audiencia de aquella intervención pero pronto se despejan las dudas al comprobar que el fragmento en el que habla Hitler, subido a Youtube, se convierte en pocas horas en un auténtico fenómeno mediático. A partir de ahí, llega el éxito total: ayudado por la señorita Krömeier, su secretaria personal, y por uno de los ejecutivos más avispados de la productora, Frank Sawatzki, Hitler consigue su propio programa con asistente de las SS incluido (éste sí: un actor disfrazado) en el que entrevista a personajes de la actualidad como la líder de los Verdes Renate Künast. Vermes utiliza con habilidad a personajes reales contemporáneos de la política y la sociedad alemanas, como Künast (en la foto) para relacionarlos con sus personajes inventados, lo que refuerza la verosimilitud del texto aunque puede dificultar la comprensión para los lectores que desconozcan la realidad germana hoy día. En un intento por paliar esa dificultad, la edición española (no sé si la original también) incluye un pequeño diccionario de personajes y conceptos, aunque no están todos los que desfilan por las páginas de la novela.
Hay un tema tabú, por supuesto: el tema tabú. Pero Vermes lo resuelve con una habilidad sorprendente desde el primer momento. Cuando a Hitler le preguntan por el destino de los judíos en el III Reich, él se limita a responder: "El tema de los judíos no es divertido", lo que zanja cualquier suspicacia sobre sus intenciones. No es divertido para él, que despotrica todo lo que quiere y más cuando reflexiona sobre ellos a lo largo del texto, aunque a la hora de expresarse en voz alta se limita a repetir esta frase. Y no lo es para el resto de personajes, pero por motivos diferentes: el juego de equívocos en el que navega con destreza la novela, les hace creer que a Hitler no le parece un asunto divertido por la misma razón que a ellos, cuando no es así. Como se trata de un debate obviamente incómodo, nadie profundiza en él.
Uno de los fragmentos más significativos de esta obra es ver cómo el propio Hitler destroza a los que se proclaman como sus herederos modernos: el NPD o Partido Nacional Democrático Alemán presidido por Holger Apfel, a quien vemos a la izquierda. En una visita sorpresa (dadas las circunstancias, casi mejor cabría decir una visita relámpago) se planta en la sede central de esta formación en busca de un posible apoyo para su "movimiento". Como acude acompañado por las cámaras de televisión, es recibido con precaución pero tras un breve intercambio de ideas, termina ridiculizando sin piedad a los neonazis, a los que describe como "una colección de gallinas -dije desengañado-. Sólo digo una cosa: aquí, a un alemán decente no se le ha perdido nada." Semejante descalificación (perfectamente coherente con el pensamiento original del protagonista, aunque al profano le pueda parecer lo contrario a primera vista), emitida después en un especial de su programa, incrementa las simpatías populares por Hitler, que sortea de manera increíble, uno tras otro, todos los obstáculos hacia la reconquista del poder a través de la fama facilitada por la televisión e Internet.
No obstante, también despierta las iras de los neonazis de base, dos de los cuales acaban paradójicamente propinándole una gravísima paliza cuando se lo encuentran en la calle mientras le llaman "perro judío". Hitler pierde la conciencia y despierta en un hospital, dolorido, enyesado y conectado a un gotero, pero más famoso que nunca. La noticia del brutal ataque hacia su persona le conduce a la cumbre de la popularidad, hasta el punto de que empieza a recibir llamadas telefónicas de los dirigentes de todos los partidos políticos, deseosos de fichar al "mártir de la democracia" en cuanto esté recuperado, a fin de rentabilizar su fama. Las conversaciones con el socialdemócrata Sigmar Gabriel o el democristiano Ronald Pofalla, entre otros, son más que divertidas...
La novela remata con un final completamente lógico. Tan lógico como demoledor.
Lo más interesante de una novela en sí interesante es la perturbadora sensación que deja en la boca al finalizar el texto, porque el clima de ambigüedad que preside las andanzas del protagonista se traslada fuera del libro. Sí, la editorial y la crítica la presentan como una "divertida sátira" de Hitler, pero ¿es sólo eso? ¿O hay algo más detrás de la supuesta burla? En España se publicó un libro similar a éste hace muchos años: ...Y al tercer año resucitó, del hoy prácticamente olvidado Fernando Vizcaíno Casas. Este periodista y escritor, además de abogado, planteaba en su novela editada en 1978 la resurrección de Francisco Franco en plena Transición española, también en clave de humor y con la aparición de personajes reales de la época. La gran diferencia es que Vizcaíno Casas nunca ocultó nada. Se declaraba profundamente franquista y de hecho publicó numerosos libros dejando clara
su posición política (algunos de ellos con títulos tan explícitos como ¡Viva Franco (con perdón)!, Mis audiencias con Franco y otras entrevistas o Zona roja). Sin embargo, después de leer Ha vuelto, es difícil decir si Vermes ha escrito una salvaje parodia o un elogio muy bien disimulado. Durante la mayor parte del libro, uno tiende a reírse con Hitler, no de Hitler, que, a la postre, acaba convertido en un entrañable antepasado que, de acuerdo, se reconoce que pudo cometer algún error pero también que, después de todo, tampoco era tan malo. De hecho, parece bastante más honesto que la actual clase política alemana (y europea) al completo... La biografía de Vermes no ayuda a juzgar la obra en este sentido. Periodista de padre húngaro y madre alemana, a sus 47 años de edad era hasta hace poco un perfecto desconocido. En las entrevistas que ha facilitado, comenta que la idea de escribir Ha vuelto se le ocurrió durante unas vacaciones en Turquía. "¿Qué pensaría Hitler sobre nuestras ciudades y todo lo que nos rodea hoy día? Me puse a elucubrar cómo se vería el mundo moderno a través de sus ojos..." aseguraba el autor durante una visita al Hay Festival de Segovia no ha mucho. Y añadía una obviedad que hoy día parece a menudo inaceptable: "No todo lo que pensaba Hitler debía de ser malo a la fuerza... Por ejemplo, no le gustaba la circulación de vehículos a gran velocidad junto a los colegios. Esto a nosotros nos parece hoy razonable. Como es lógico, en otras muchas cosas no estaríamos de acuerdo".
Vermes prepara en la actualidad el guión de la inevitable película. Recomiendo vivamente leer el libro, por si el cine estropea la literatura (como suele suceder).