Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Empantallados

Una encuesta reciente demuestra que España es nada menos que el quinto país del mundo en "penetración de telefonía móvil". No se trata de una nueva modalidad de perversión sexual (o quizá sí) sino del consumo de teléfonos esclavizantes: de ésos que permiten tenernos localizados a todas horas del día en cualquier parte y que gracias a la permanente señal que emiten (anulable sólo si le retiramos la batería..., y eso de momento) incluso sirven como blanco si alguien decide lanzarnos un misil teledirigido. Según los datos de este sondeo facilitado por un analista llamado Tomi Ahonen y que por lo visto sabe mucho de todo esto, sólo en Singapur, Hong Kong, Suecia y Australia, por este orden, se compran más celulares en menos tiempo. Según sus datos, en España existen ahora mismo 58 millones de líneas telefónicas por los casi 45 millones de habitantes registrados en el censo. 

Otro dato importante de la encuesta es el impacto de los smartphones, los llamados "teléfonos inteligentes" porque permiten instalar diversos programas, unos útiles y otros no, que los convierten en una especie de espectaculares miniordenadores desde los cuales gestionar desde un calendario de proyectos laborales hasta la compra de unas entradas para un espectáculo pasando por la toma de fotografías o videos de calidad, entre muchas otras actividades. Lo más gracioso es que estos artilugios sirven para casi cualquier cosa..., menos para hablar bien por teléfono (es el caso del iPhone, muy bonito, muy tecnológico, muy todo lo que tú quieras, pero que a la hora de comunicarse de oreja a oreja es bastante deficiente, teniendo en cuenta la potencia comercial de su marca). Parece ser que los smartphones representan ya un porcentaje del 35 por ciento del parque español de telefonía móvil, así que tocamos a más de cuatro aparatejos de éstos por cada diez personas..., y subiendo. Más que en Finlandia, la patria de Nokia, o que en países más desarrollados económicamente como Alemania o Francia. 

Es curioso cómo, a pesar de la crisis, la gente no tiene nunca problemas para lucir un teléfono de este tipo..., y vacilar a los amigos, porque un smartphone sirve de poco a la mayoría de sus usuarios si no se puede vacilar con él. Conocí hace años a un auténtico indocumentado, un presunto profesional radiofónico, que en realidad era un analfabeto funcional (de los que saben leer formalmente, pero luego no se enteran de lo que han leído) y cuyo mayor mérito en la vida fue casarse con una mujer que tenía mucho dinero. Entre otros regalitos, la buena señora le obsequió un día con uno de los primeros smartphones que empezaron a usarse por aquí y era digno de ver cómo el hombre se pavoneaba con su teléfono comentando la cantidad de cosas que se podía hacer con él..., aunque no hacía ninguna de ellas, porque ni sabía hacerlas ni lo necesitaba: se limitaba a utilizarlo como un teléfono normal.

Con los smartphones pasa como con la tecnología en general. El escaparate está lleno de juguetitos de colores (portátiles ultrafinos, reproductores de mp3, iPads, etc.) con los cuales nos sentimos como viajeros del futuro y además reforzamos esa falsa idea de poder y dominio sobre la Naturaleza que nos embarga por el mero hecho de dejarnos hipnotizar permanentemente por una pantalla. El otro día pensaba precisamente cuánto tiempo estamos al día delante de una de ellas y me eché a temblar: la mayoría de los trabajos, hoy, son de carácter sedentario y obligan a permanecer mucho tiempo interactuando con un ordenador. Pero pantallas tenemos en los teléfonos, en las paradas de autobuses, en la televisión (en la que perdemos tantas horas diarias), en la red, en los videojuegos, en el cine (si es que somos de los "anticuados" que no piratean las películas y se las bajan de Internet para ver las películas en otra pantalla personal)...

Estamos cada vez más absorbidos por el mundo virtual, falso, de lo tecnológico. Y ello, entre otras cosas, ha servido para desarrollar una serie de dolencias específicas que nuestros antepasados por supuesto jamás conocieron y que hoy por hoy tienen sus nombres, sus diagnósticos y sus tratamientos. Podríamos agrupar las tecnoenfermedades en tres tipos:

* La tecnoadicción. La más conocida es el síndrome de adicción a Internet. Está descrito oficialmente desde 2008, cuando un psiquiatra llamado Jerald Block solicitó que fuera incluido en el manual de diagnósticos y estadísticas de los trastornos mentales. Básicamente, se trata de una adicción más, que actúa como en el caso de las drogas, el alcohol o el juego: aquéllos que lo experimentan, tienen necesidad de estar permanentemente on line y, si no pueden por la razón que sea, sufren angustia, enfado y ansiedad entre otras dolencias. En algunos casos pueden dejar de comer y hasta de dormir. Un paso más allá, o un caso particular, de este tipo de enganche lo representa la obsesión con las redes sociales. En especial con el famoso Twitter, que por su propia concepción supone una auténtica locura desequilibrante para el cerebro y lleva a muchos de sus usuarios a estar pendientes a todas horas de los últimos 140 caracteres escritos por sus contactos. Los japoneses tinen un nombre para la adicción a la tecnología y es Hikikomori que significa literalmente "apartarse, recluirse" y que hace referencia al aislamiento social agudo que, sólo en este país, padece un millón de personas. Son gente que pierden el sentido de la realidad por completo al recluirse en su habitación pegados al ordenador y comiendo comida basura (que encargan vía Internet, por supuetso) sin interés alguno por el resto del mundo. El gobierno nipón ha llegado a crear un tipo de centros sanitarios especiales para la rehabilitación de estas personas.

* Las tecnodolencias físicas. La más conocida es el síndrome visual del ordenador o quizá deberíamos decir de la pantalla del ordenador porque la Asociación Americana de Oftalmología demostró que mientras se observa la susodicha pantalla (y aquí vuelvo a la reflexión que hacía unos pocos párrafos más arriba) se parpadea tres veces menos de lo normal, lo que incrementa la irritación ocular y acaba desembocando en visión doble, dificultad para enfocar, fotofobia, cefaleas y otros problemas. Otro muy popular es el síndrome del ratón. Utilizar mucho este periférico lleva a la mano a adoptar una posición de hiperextensión forzada que afecta sobre todo al nervio mediano. Con el tiempo aparece un hormigueo que acaba convirtiéndose en dolor y que incluye una progresiva pérdida de fuerza en la mano. Se supone que el uso de alfombrillas con soporte para la muñeca evitan este problema, aunque pienso que tal vez un buen pulso al estilo pirata (con cuchillos a ambos lados de la mesa para que el que pierda se lo clave) ayudaría también a fortalecerla. Bromas aparte, un tipo de tendinitis asociado con la tecnología es la Wiiitis, palabreja acuñada por un médico español llamado Julio Bonis en 2007. La utilizó en el New England Journal of Medicine para referirse a los problemas de los usuarios de la Wii que emplean el mando como raqueta virtual o palo de golf virtual o tantos otros deportes virtuales en apariencia tan divertidos y tan simpáticos. Bonis denunciaba que, a diferencia de lo que sucede con los deportes reales, la energía empleada por la persona no se disipa al dar los golpes sino que se acumula en la articulación, lo que incrementa el riesgo de sufrir una lesión nada virtual. Por cierto, que también la PlayStation tiene lo suyo, porque un médico suizo, Vincent Piguet, describió en el British Journal of Dermatology una hidradenitis palmar (irritación dolorosa de las manos con aparición de ronchas rojas) generada por el abuso de la consola al mantenerla sujeta con firmeza en esas partidas que duran horas y horas y horas...

* Las tecnoangustias. Las hay de diversos tipos y grados de aflicción. Para empezar, igual que existe la tecnoadicción existe el tecnoestrés, calificado ya con este nombre en 1984 por el psiquiatra Craig Brod que lo definió como "una enfermedad de adaptación causada por la falta de habilidad para tratar con las nuevas tecnologías de manera saludable". Aquí se incluye desde la incomodidad que sienten las personas incapaces de programar un DVD para grabar y que siempre están pidiendo ayuda a amigos y familiares, hasta los ataques de ansiedad y taquicardias que pueden llegar a padecer aquéllas que sienten, literalmente, miedo a las nuevas tecnologías porque no saben relacionarse con ellas...  Un síndrome más extendido de lo que parece es el de la fatiga informativa. La definición del concepto viene de los años 90 y se le ha adjudicado al psicólogo británico David Lewis. Se relaciona con el agotamiento mental y físico, con aparición de otros síntomas como dificultad para concentrarse o dolores de estómago, derivado todo ello del manejo excesivo de información que, en un momento dado, desborda al individuo. En realidad esto nos afecta hoy día a todos en mayor o menor medida: el volumen de datos informativos que recibimos cada jornada es inmenso y la mayoría de ellos son, desde el punto de vista cognitivo, basura que se acumula en nuestro cerebro hasta atorarlo. Los desequilibrios mentales que surgen de estas inundaciones informativas conducen a la aparición de enfermedades mucho más bizarras como el síndrome de "la vibración fantasma" que es el que sufren los usuarios que aseguran sentir cómo vibran sus teléfonos móviles..., aunque se los hayan dejado en casa. Sus neuronas están ya tan afectadas que no sólo imaginan sino que "sienten" esa vibración demostrando una vez más lo sencillo que es engañar al cerebro.

Pero todavía peor que todas estas tecnoenfermedades es el efecto de soledad generado por la tecnología. Por muchos amigos que uno tenga en Facebook, por muy atractivo que sea chatear con alguien a medio planeta de distancia, por muy excitante que parezca tener una relación a través de videopantallas, por muy divertido que sea jugar on line con los colegas..., la tecnología aisla del entorno. Nos encierra en un "huevo mental" sometido a una pantalla (una vez más) donde la realidad es menos real que nunca y donde la sensación de humanidad se va diluyendo progresivamente hasta terminar por convertirnos en un periférico más de esa especie de monstruosa mente colectiva que anida en el mundo virtual y desde el cual extiende sus tentáculos para apoderarse de nuestros sabrosos cerebros.



 





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