Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 25 de enero de 2012

¿Seguir al corazón?

En los melodramas cinematográficos, especialmente en los de origen yankee rodados en los últimos veinte o treinta años (y sobre todo si el protagonista es un o una adolescente que, como todos los de su edad, naufragan constantemente en un mar de dudas), hay una secuencia que nunca falta. Es ésa en la que el personaje se enfrenta a una elección difícil y se debate entre tomar una decisión u otra sin saber muy bien por dónde tirar. Se supone que, si toma la correcta, crecerá interiormente o al menos progresará hacia el mundo de los adultos, aunque sea a costa de un gran dolor personal o de la renuncia a parte de su pasado. Entonces, otro personaje que hace el papel de "maestro" y que puede ser su padre o su madre o su hermano mayor o su profesor favorito del colegio o alguno de este estilo, pronuncia la frase mágica: 

-Déjate guiar por tu corazón...

Y nuestr@ adolescente pone cara de tragedia griega pero no se lo piensa más: sale corriendo mientras el realizador nos obsequia con un fundido a negro de la escena. Al momento siguiente, la película ya nos revela qué decisión tomó y las consecuencias de ello, pero se supone que siempre hace lo correcto porque -éste es el mensaje- el corazón es una guía infalible para escoger entre el cable rojo que detona la bomba y el cable azul que la inutiliza...

Pues bien, mi profesor de Filosofía, Epícteto, tiene una idea muy diferente respecto a esta creencia popular recogida por las películas. Él suele decir que el corazón no es en absoluto un pathfinder fiable a la hora de recorrer los sinuosos caminos de la vida..., a no ser que uno haya alcanzado un elevado nivel de realización espiritual personal. En caso contrario, como les sucede a la inmensa mayoría de los adolescentes (peliculeros o no), seguir los consejos de la emoción es embarcarse directamente en el próximo Titanic, puesto que su corazón no está forjado por la experiencia ni abrillantado por su uso consciente.

Por ello Epícteto prefiere que sea la Diosa Razón la que impere y recomienda consultarle sólo a ella a la hora de actuar. Así que "cuando hagas algo, tras reconocer previamente que era lo que debías hacer, no te escondas ni evites ser visto haciéndolo, aunque la mayoría de las personas tengan mala opinión por tus actos. Pues, si tú sabes que la acción es mala, ya desde el principio decidirás no hacerla y, si sabes que es buena y la haces, no debes temer reproches injustos". Eso sí: hay que enfrentarse siempre a las circunstancias con las que estemos capacitados para lidiar: "Si tomas un rol, el que fuere, superior a tus fuerzas, tu proceder es torpe por partida doble. Por cumplir mal éste y por no haber tomado el que habrías cumplido bien". O, como dice la sabiduría popular: "Más vale ser una buena sardina que un mal tiburón".

Especialmente importante es recordar, siempre, quiénes somos en realidad. Esto es: "así como cuando andas te cuidas de no pisar un clavo o torcerte un tobillo, procura también no dañar nunca cuando camines por la vida la parte maestra de ti mismo, la razón profunda que te conduce. Si así actúas, te conducirás con gran seguridad". 

Y respecto al asunto del dinero y la riqueza, siempre tan tentadores: "el propio cuerpo es la medida de las riquezas para cada cual, como el pie es la medida del zapato. Aténte a esta regla para guardar siempre la justa medida pues, si no lo haces, perderás todo y acabarás rodando como si cayeras por un precipio en el que nada te detiene. Sucede, entonces, como con el calzado: tu pie requiere un zapato adecuado, pero si excedes la medida de lo necesario, querrás zapatos de oro, y luego adornados con joyas, etc., pues, cuando se ha rebasado la medida una vez,  ya no hay límites. Hasta el desastre final". 


¡Equilibrio, equilibrio...!, que cantaba sobre aquella chalupa inestable el viejo Ramírez, alias Tak Ne...


 

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