Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 11 de enero de 2013

¿Recuerdas?

El cerebro se ha convertido en campo de batalla de la postmodernidad. ¿Quién quiere desperdiciar los recursos físicos y mentales del enemigo o del neutral, si se pueden conquistar y ponerlos directamente y sin rechistar a nuestro servicio? Hace unos días el periodista e investigador Manuel Freytas publicaba una interesante advertencia en IAR Noticias recordando que "no lo sabes, ni siquiera lo sospechas, pero estás metido dentro de una guerra (...) que todos los días te convierte en víctima y en victimario de un sistema que ya no necesita matar físicamente para dominar". Una guerra en la que "te bombardean, a diario, no para matarte sino para colonizar tus pensamientos y tus emociones" y "te hacen sentir libre robando tu libertad" con lo que "tu cerebro es convertido en teatro de operaciones de la sociedad de consumo (...), tu vida no tiene secretos (...) eres convertido en un ciudadano políticamente correcto, un pacifista tolerante que sólo relata y consume la verdad oficial (...) cuyo cerebro no está diseñado para pensar sino para consumir."  La conclusión, demoledora, es que "estás en medio de una guerra y eres el blanco principal, pero no lo sabes. Las operaciones ya no se trazan a partir de la colonización militar para controlar un territorio, sino a partir de la colonización mental para controlar tus emociones y direccionar tu conducta (...) ya no se se pelea por territorios sino por mercados. Tu cerebro es la materia prima. Y quien se apodera de los cerebros, se apodera de los mercados (...) No lo sabes, pero estás metido  dentro de la Guerra de Cuarta Generación. Bienvenido al mundo Orwell."

Está claro que cada vez es mayor el número de personas que se da cuenta de la situación en la que nos hallamos embarrados, aunque el porcentaje es aún muy insuficiente. A pesar de las pesimistas previsiones de mi conspiranoico amigo felino Mac Namara, yo aún creo que el espíritu humano puede llegar a ganar la batalla. De hecho, ésta es más interesante y hasta más divertida precisamente cuando uno milita en el bando que parece ir perdiendo: poco se aprende o se aprehende cuando uno milita en el bando que aparenta ir ganando. Además, como buen alumno de la Universidad de Dios, confío en ciertas fuerzas que intervienen en la guerra, en su propio nivel desconocido para la mayoría de los homo sapiens. Homero, en su épica Ilíada, ha sido uno de los pocos escritores capaz de percibir y, sobre todo, de describir cómo se desarrolla el conflicto, humanos contra humanos, héroes contra héroes, dioses contra dioses..., cada cual a su altura.

Pero volviendo a lo nuestro... Resulta impresionante la creciente capacidad de manipulación del órgano más poderoso, y también más desconocido, de nuestro cuerpo material. En los últimos años se han filtrado, entre otras cosas, los experimentos desarrollados en Estados Unidos para implantar recuerdos falsos (entre paréntesis, siempre suelen filtrarse los experimentos de este país y eso suele llevar a engaño a tanta gente que luego brama contra "las ansias de dominación" de los yankees pero, que nadie se llame a engaño, estudios similares se llevan a cabo en muchas otras naciones del mundo; el hecho de que no nos llegue información formal desde ellos sólo indica que son mucho más discretos o que los norteamericanos están más acostumbrados a hablar libremente de cualquier cosa..., hasta de lo que se supone es top secret).

Así hemos conocido por ejemplo que un equipo de investigadores de la Universidad de California dirigidos por Elizabeth Loftus ha comprobado de nuevo lo fácil que es engañar a la memoria humana, cifrando en un mínimo del 25 por ciento el porcentaje de la población que es fácilmente susceptible de creer en recuerdos de cosas que jamás sucedieron, ya sea inventando el suceso por completo, ya sea insertando una versión diferente de lo que ocurrió de verdad. Loftus es una mujer con un cierto cartel en este tipo de investigaciones, por sus advertencias respecto a la validez de los testimonios en procesos judiciales. En su opinión, basada en una carrera bastante sólida (digamos, por resumir, 25 años de trabajo, 20.000 historias personales analizadas, una veintena de libros y unos doscientos artículos publicados sobre el tema), la mente humana confunde con mucha facilidad, y habitualmente además sin que nadie le ayude, los hechos reales con los imaginarios. Esto es fácil de comprobar. Personalmente, siempre me ha hecho mucha gracia el diálogo que suele plantearse en las teleseries de abogados, con una pregunta del estilo de "¿Qué hacía usted tres horas antes de los hechos en el día de autos, dónde y con quién estaba?" y luego la respuesta minuciosa que facilita el implicado acerca de los detalles de algo acaecido meses o incluso años antes. En la realidad, ¿seríamos capaces de contestar honestamente una pregunta similar, cuando por lo común no nos acordamos ni siquiera de lo que hicimos, ni dónde ni con quién estuvimos en tal fecha de la semana pasada?

Uno de los experimentos más conocidos de Loftus es el de Bugs Bunny. El investigador charla con el sujeto sobre cosas banales y en un momento dado le pregunta si de niño visitó Disney World y tuvo ocasión de saludar al famoso Conejo de la Suerte de los dibujos animados... Más de una tercera parte de los sujetos recordaron nítidamente ese momento: cómo vieron, con toda la ilusión del mundo a Bugs Bunny, cómo le dijeron aquello de "¿Qué hay de nuevo viejo?", cómo le abrazaron y acariciaron sus orejas... Pero nada de eso sucedió en realidad. Era, además, imposible que sucediera..., porque el personaje de Warner Brothers nunca fue exhibido en el parque temático de Disney, coto privado de Micky Mouse, el Pato Donald y compañía. Es más, muchos de los sujetos ni siquiera habían estado de pequeños en el propio Disney World, pero se habían dejado llevar por la conversación y en algún lugar de sus neuronas llegaron a la conclusión de que les gustaría tener ese recuerdo..., así que lo asumieron como si hubiera existido de verdad.

Loftus y compañía avisan: las personas que almacenan falsos recuerdos no son enfermos mentales, sino gente corriente. De hecho, lo más probable es que todos y cada uno de nosotros lo hagamos periódicamente sin darnos cuenta, ya que el cerebro es capaz de fabricar recuerdos no sólo a partir de las cosas que nos suceden sino de sensaciones, ideas o sentimientos que hemos podido vivir como reales aunque no lo sean. ¿Difícil? No tanto. Pensemos en la situación difícil que puede estar pasando la compañía en la que trabajamos en este momento y la posibilidad real de que el jefe, con el que no tenemos mucho contacto, nos llame al despacho para notificarnos que estamos incluidos en un expediente de regulación de empresa..., o que directamente nos van a despedir.
No nos ha llamado en realidad, ni siquiera nos ha insinuado nada cuando nos hemos cruzado casualmente con él, pero nos obsesionamos con la idea, empezamos a darle vueltas..., y ya no nos va a abandonar durante un tiempo indefinido. La idea arraiga en el cerebro y en futuras conversaciones con nuestra pareja, con familiares, con amigos..., el recuerdo falso se construirá a sí mismo y acabaremos contándoles que "lo estamos pasando muy mal en la oficina, sobre todo yo, porque sé que el jefe me tiene en el punto de mira y tengo todas las papeletas para irme" (lo cierto es que a lo mejor el jefe está muy contento con nuestra labor pero simplemente es un castrado emocional que no sabe explicarlo y se manifiesta ante nosotros con una máscara de seriedad y arrogancia). Con el tiempo, seremos hasta capaces de construir un recuerdo en el que el jefe nos anuncia que lo peor está a punto de caernos encima, lo que puede llegar a provocarnos provoca una depresión o un ataque cardíaco que obliga a hospitalizarnos...,  ¡y todo eso sin que haya llegado a pasar nada! Este caso puede parecer exagerado pero el proceso es similar al que conduce a alguien celoso a asesinar a su pareja sólo porque cree que la está engañando, sin prueba alguna de que así sea.

Los experimentos de California han demostrado además que un recuerdo falso se refuerza si va acompañado de detalles relacionados con diversos sentidos, como por ejemplo el tacto o el olor. En el caso de Busg Bunny, por ejemplo, asociando la imagen del conejo con la música y el ruido de los carruseles y atracciones o con el olor y el gusto de los dulces, las nubes de caramelo o los chocolates... Además, hay varias técnicas ya probadas para inyectar mentiras en nuestra traicionera memoria, empezando por la presión más o menos sutil que pueden ejercer los investigadores que charlan con los sujetos de un estudio (desde la simple insinuación de "usted debería recordar esto, todo el mundo lo hace" que puede hacer que el participante en el estudio se sienta como un completo idiota inferior al resto de participantes, hasta la arenga rotunda del tipo de "o recuerda esto o terminamos aquí el experimento porque no nos sirve usted de ayuda", lo que supone un inconveniente evidente para el sujeto cuando está cobrando por participar en el experimento, práctica común al menos en EE.UU.). Otra forma de influir en la creación de recuerdos falsos es "ayudar" a la persona a recordarlos, adelantando algunos lugares comunes acerca de un acontecimiento determinado. La gente tiene en estos momentos tantas secuencias de películas y teleseries realistas en la cabeza que puede reconstruir prácticamente cualquier situación: desde un primer beso de amor en la adolescencia a la muerte de un familiar, aunque no besara a nadie hasta los treinta años o tenga vivos a todos sus parientes.

Sumemos a ello, si no lo habíamos hecho ya, que nuestra memoria no suele ser precisamente una videoteca muy hábil a la hora de buscar, encontrar y extraer recuerdos fieles. No sólo guardamos cada experiencia de forma muy distinta (con mucho detalle si ha sido impactante, de manera casi subliminal si la hemos vivido en un estado soñoliento) sino que las investigaciones al respecto certifican que, cada vez que echamos mano de una de ellas, la transformamos de alguna manera. Por eso tan a menudo recordamos sólo lo bueno, o sólo lo malo, de una época o de una persona determinada que ha pasado por nuestra vida, cuando las cosas nunca son blancas o negras sino que poseen muchos matices de gris.

Y ahora viene lo más terrible. Como bien ha advertido Loftus en más de una ocasión: "Nuestras vidas están hechas de recuerdos"...  Pero, si eso es realmente así y si, "sin confirmación independiente, es muy difícil saber de forma viable si algo es una memoria auténtica o un resultado de la imaginación, los sueños, o alguna otra experiencia", eso implica que nuestras vidas pueden ser completamente falsas. De arriba a abajo. De principio a fin. ¿Lo son?



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