Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 15 de mayo de 2013

¿De verdad no nos venderían a los aliens?

Un argumento clásico de la conspiranoia extraterrestre es el del posible alquiler, incluso el leasing, de seres humanos por parte de sus propios gobiernos a un grupo de alienígenas (para utilizarlos como cobayas o incluso para llevárselos a los zoológicos de sus propios mundos como contaba Kurt Vonnegut en su Matadero 5) a cambio de recibir información y tecnologías ultramodernas. Tal vez la referencia más conocida de este argumento sea la de Majestic 12, el archisecreto comité de científicos, militares y funcionarios del gobierno de Estados Unidos fundado en 1947 bajo la presidencia del (ya de por sí) infausto presidente Harry Salomon Truman e integrado por el almirante Roscoe H. Hillenkoetter, el doctor Vannevar Bush, el secretario de Defensa James Forrestal y el general Robert Montague, entre otros. Algunos investigadores insinúan que el mismísimo Albert Einstein llegó a presidir o al menos a colaborar con este grupo. Existen muchas historias de abducidos (o presuntos abducidos) por ahí: gente que dice haber sido secuestrada por los aliens para ser sometida a todo tipo de pruebas biológicas, incluyendo embarazos interplanetarios (hay casos de mujeres que dicen haber sido embarazadas por los ETs pero también hombres que afirman haber tenido relaciones sexuales, forzados a ello, con féminas de otros planetas). Las mentes racionales explican que todo esto no es más que una fantasía rayana en la demencia e incluso una buena excusa para ciertas mujeres ligeras de cascos ("Cariño, te juro que no me he ido a la cama con ningún humano: me embarazó un pleyadiano...") pero quién sabe...

De hecho, uno de los razonamientos comúnmente utilizados, según el cual "en ninguna cabeza cabe que un grupo de hombres contemporáneos, demócratas por más señas y norteamericanos para rematar, daría permiso a un grupo de alienígenas para secuestrar y utilizar a sus compatriotas como animalitos de laboratorio" se ha demostrado más falso que falso. Si los líderes mundiales están dispuestos a "alquilar" como cobayas a sus conciudadanos a cambio de dineros y prebendas a empresas humanas, ¿no iban a estarlo igualmente para conseguir tecnologías del otro lado del Cosmos? Y es que, a pesar de ese engaño tan extendido por ahí según el cual en el mundo contemporáneo sólo los científicos nazis llegaron a ser tan malos como para experimentar con seres humanos, las hemerotecas nos demuestran que los gobiernos de diversos países (incluyendo los de aquellos autocalificados como democráticos y en especial los de Estados Unidos) se comportan, en cuanto tienen ocasión, con idéntica o superior maldad en ese sentido. Disponemos de multitud de
pruebas al respecto, pero esas noticias nunca se airean demasiado en los grandes medios de comunicación; ni se escriben libros polémicos bien publicitados para provocar debates y buscar responsabilidades; ni por supuesto Steven Spielberg, Joe Dante o J.J.Abrahams rodarán jamás una película de gran presupuesto sobre el tema. La verdad es que aunque lo hicieran, el público se la tomaría a broma, como un simple entretenimiento fantástico o de aventuras (y la retirarían rápidamente de circulación como pasó con la interesantísima El jardinero fiel de Fernando Meirelles), porque ¿cómo vamos a hacer nosotros algo así? A veces me gustaría tener una máquina del tiempo para desplazarme ochenta o cien años hacia el futuro y volver luego con las informaciones que sólo entonces se harán públicas sobre los abusos y crímenes que están cometiendo en este mismo momento los gobiernos y las industrias actuales y de los que por supuesto no se informa en absoluto, ya que figuran sólo en documentos clasificados top secret, al alcance de muy pocos ojos. Así podríamos compararlos con los que se están desclasificando en nuestra época respecto a los gobiernos de hace varios decenios..., porque es preciso ser muy ingenuo para pensar que los que están hoy por encima de nosotros no actúan en éste, y en otros muchos aspectos, igual que lo hicieron sus predecesores. 

El caso más reciente lo hemos conocido hace pocos días, pero no he visto que la información fuera objeto de grandes análisis (ni siquiera de pequeños análisis..., o de una simple publicación impresa o algún comentario en medios audiovisuales) en los principales medios de comunicación internacionales... Se refiere a a un reportaje publicado por Der Spiegel, el principal semanario 
alemán, que revela cómo más de 50.000 habitantes de la antigua RDA (la República "Democrática" Alemana, es decir, la Alemania comunista al otro lado del Muro de Berlín) fueron utilizados como conejillos de indias por grandes consorcios farmacéuticos occidentales para probar en ellos nuevas medicinas de carácter experimental oficialmente no aprobados para su administración, a cambio de grandes sumas de dinero para el Estado (o para los responsables de turno, que desviaban los fondos a sus propios bolsillos). Estos ciudadanos fueron sometidos a pruebas, en general sin tener ni idea de lo que estaban haciendo con ellos, y sufrieron secuelas diversas..., incluyendo la muerte. La industria farmacéutica ofrecía, según los documentos recuperados y analizados en los archivos del ministerio de Salud de la entonces Alemania Oriental y del Instituto Alemán de los Medicamentos, hasta 800.000 marcos de la época (unos 400.000 euros actuales) por cada uno de los experimentos. Y se llevaron a cabo más de 600 pruebas de este tipo en medio centenar de clínicas hasta la caída del Muro en 1989.


En muchos casos, las medicinas se aplicaron a pacientes que, aunque hubieran sabido lo que estaban haciendo con su salud, no estaban en condiciones de dar su consentimiento... Como sucedió por ejemplo con una treintena de bebés prematuros (cuyos padres tampoco firmaron ningún permiso) en los que se probó una versión experimental de la EPO o eritropoyetina, una hormona glicoproteica, hoy muy conocida en el ámbito del dopaje. O con un grupo de adictos al alcohol en fase severa, en el nivel ya de delirium tremens, a los que se facilitó una medicación, también provisional, destinada a mejorar la circulación de la sangre en su cerebro. Según las informaciones recogidas por los reporteros de Der Spiegel, al menos tres personas murieron en este tipo de pruebas no autorizadas, en Berlin y en Magdeburgo. Pero el número total de afectados (y la forma en que lo fueron exactamente) constituye en estos momentos un misterio.

"Ah, claro, pero eso sucedió en Alemania, donde el doctor Mengele y demás..." argumentará el clásico indocumentado que siempre aparece en estos casos, sin tener en cuenta que el Estado que vendió a sus ciudadanos era de corte netamente comunista... Sin embargo, insisto en lo indicado algunos párrafos más arriba: son gobiernos de todo tipo los que han experimentado o dejado experimentar con sus nacionales. Hace ya casi dos años se publicó otro escándalo similar que afectaba a Guatemala, sin que hasta el momento parece que haya tenido mucha trascendencia más allá del lógico estremecimiento de "dolor y rabia" resumido por la prensa de este país centroamericano, cuando se hizo público el informe que explicaba cómo los Estados Unidos 
experimentaron con más de 5.500 enfermos, prostitutas, huérfanos, reos e incluso soldados de nacionalidad guatemalteca entre 1946 y 1948 con el resultado de un centenar de muertos aparte de las secuelas no especificadas en un número indeterminado de las víctimas. El protagonista principal del asunto fue el siniestro doctor John Cutler, de la Universidad de Pittsburgh, que ya tuvo oportunidad de hacer algo parecido en Alabama en el conocido como Experimento Tuskegee del cual ya dimos cuenta en esta bitácora hace tiempo. Este simpático científico norteamericano infectó a 1.300 personas de manera premeditada con sífilis y gonorrea para estudiar después la evolución de las enfermedades: algunas de las víctimas recibían medicación real para contrarrestarlas y otras no. Además, varios miles de personas fueron empleadas como cobayas para distintos experimentos, incluyendo la extracción de sangre a discreción o los punzamientos lumbares (en este último caso, dos centenares de niños huérfanos sirvieron de ratones de laboratorio: el más pequeño era un bebé de sólo un año de edad). 


Cutler no estaba solo. Él era sólo la punta de lanza de un programa experimental que estaba dotado con centenares de miles de dólares de la época (el equivalente, según cálculos del Departamento de Estadística de los Estados Unidos, a unos dos millones de dólares actuales, millón y medio de euros más o menos) y que incluía a otros científicos como por ejemplo un grupo procedente de la Universidad John Hopskins, de Washington, con fama de ser una de las más prestigiosas en cuestiones de Medicina en su país, y también a otro de la Universidad de Harvard, por no mencionar a varios responsables del Departamento de Sanidad en el gobierno norteamericano de aquellos años. El documento sobre estas monstruosas actividades, según Val 
Bonham, directora ejecutiva de la comisión bioética de investigación que sólo
65 años después de lo ocurrido podía revelarlo, no dejaba lugar a dudas pues, según sus palabras: "no sólo sabían lo que hacían sino que debieron recibir algún aviso formal para dejar de hacerlo, pues la investigación terminó antes de tiempo". No está claro cuántas personas exactamente sufrieron por culpa de Cutler y compañía, pero resulta que jamás fueron compensadas por ello. Eso sí, siguiendo el american way para resolver este tipo de situaciones, el Premio Nobel de la "Paz" que preside en este momento Estados Unidos, Barack Obama, llamó por teléfono, muy compungido, al entonces mandatario guatemalteco Álvaro Colom para pedir perdón y..., resuelto: aquí paz y después gloria. Y a seguir experimentando con otras gentes, que ya su sucesor en el cargo dentro de 65 años tendrá oportunidad de pedir perdón a su vez a quien toque.

 












  

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