Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Esperando a Terminator

Dice mi tutor en la Universidad de Dios que el gran drama del homo sapiens en este planeta es que está convencido realmente de que es un ser humano cuando no sólo no es así sino que, de hecho, todavía anda muy lejos de poder lucir con orgullo ese apelativo. "Ha habido, y sigue habiendo, muy pocos seres humanos de verdad en la Tierra y la mayoría de los que se han mostrado sinceramente ante los 'homo sapiens' han acabado lamentándolo". He apuntado la frase tal cual porque este tema me impresiona bastante. En Primero de carrera (e incluso antes, cuando uno se orienta hacia los estudios para poder trabajar el día de mañana en calidad de dios), se aprende enseguida que existen muchos..., digamos, organismos de distinto tipo disfrazados de seres humanos y pululando por el mundo con su aspecto aunque no lo sean. Además, se puede aprender a reconocerlos. En más de una ocasión, alguno de ellos se me ha quedado mirando cuando nos hemos cruzado por la calle, porque ellos también pueden reconocer a los estudiantes de la carrera de Dios. Pero no hay intercambio de palabras, ni de saludos, ni de nada: pertenecemos a universos distintos, aunque juguemos en la misma cancha. Hay películas, como la serie de comedias de Men in Black protagonizada por Tommy Lee Jones y Will Smith, que cuentan algo de esto disimuladamente, bajo el disfraz de los chistes o la aventura, para transmitir ciertas informaciones a los que puedan entenderlas..., y para evitar caer en la paranoia.

Thoth añadía que, en el fondo, los homo sapiens son vagamente conscientes de no ser lo que aparentan. Bueno, en el fondo y en la superficie, porque cualquiera que se pare un poquito a pensar se puede dar cuenta con relativa facilidad de que un mundo en el que proliferan los ataques terroristas, la corrupción, la violencia, la explotación sexual, el hambre, la contaminación medioambiental, la mentira y tantas otras atracciones de feria no es precisamente un mundo en el que los seres humanos reales (a los que se les supone inteligencia, valor, conciencia, responsabilidad y otras pequeñas virtudes) lleven la voz cantante. Tampoco parece la antesala de esa tan prometida como ilusoria Nueva Era o Salto Cuántico de Conciencia o como quiera que le llamen los ilusos que piensan que el Mal en el mundo se va a resolver de la noche a la mañana por la graciosa intervención de bondadosas entidades cósmicas superiores... Hasta ahora, los aspirantes-a-humanos podían consolarse con algunos juguetes mentales como la religión, la cultura, la gastronomía, el deporte o las ideologías políticas, pero en estos tiempos de kali yuga hasta eso parece haberse perdido y cunde una desesperación creciente entre ellos. Cada vez hay más homo sapiens que invierten mayor número de horas alienados con el trabajo (o algún sustituto para buscarse la vida a diario) primero y con la televisión después, a la espera de un prometedor fin de semana en el que alternan el aburrimiento y las diversiones mecánicas (sexo mecánico, comilonas mecánicas, borracheras mecánicas, solidaridad mecánica, etcétera mecánico). Son los mismos que desprecian a sus ancestros porque eran más incultos y pobres (tecnológicamente hablando) que ellos, ¡a pesar de que estos antepasados aún tenían bastante porcentaje de su cabeza lo suficientemente limpio como para pensar por sí mismos!

El caso es que su temor es creciente porque se están dando cuenta de que no van a ninguna parte. Paradójicamente, en lugar de tomar la dirección adecuada, buscando el ideal humano en su interior, en la conexión perdida con su propia Chispa, para desarrollar lo que les puede hacer hombres y mujeres reales, se han volcado aún más hacia el exterior, hacia el mundo de Maya, automatizándose progresivamente tanto en sus conductas como en su manera de vivir y en los objetos y rutinas a los que se abrazan sin pensar demasiado. Son como ese explorador que cae en las arenas movedizas y, en lugar de hacer lo que recomiendan los expertos (tratar de mantener la horizontalidad del cuerpo como si flotara haciendo el muerto en una piscina, para retrasar el hundimiento mientras se requiere ayuda) empieza a bracear alocadamente (lo que le hundirá con rapidez). 


Así que están ahí, como locos, impulsando aún más la tecnología, la robótica, la inteligencia artificial... Pero, ¿a qué mente tan estrecha se le ocurrió por primera vez que era una buena idea tratar de darle inteligencia, y con ella un poder creciente sobre el planeta, a las máquinas? ¿Y a qué cerebros tan soberbiamente orgullosos de sí mismos -y por tanto tan mediocres- les puede parecer correcto seguir trabajando en eso con la idea de que si tienen éxito en su proyecto van a "beneficiar" a la humanidad? La Ciencia Ficción nos ha avisado muchas veces de lo que pasará el día en el que una máquina adquiera conciencia de sí misma. A partir de entonces será sólo cuestión de tiempo que llegue a la conclusión de que el homo sapiens resulta absolutamente prescindible puesto que todo lo que puede hacer un animal puede o podrá ser hecho en algún momento más rápido y mejor por una máquina. De ahí a que la nueva dictadura de la máquina considere que la especie que la creó no es rentable y proceda a destruirla por completo (o, como mucho, a seleccionar unos cuantos ejemplares para mantener en reservas zoológicas) no hay más que un paso... Pero, claro, nuestro género favorito nos ha avisado de muchas otras cosas a las que nadie ha hecho ni caso y que han terminado ocurriendo tal y como fueron escritas con decenios de antelación, a veces con más tiempo. ¿Acaso esos autores pertenecían a algún tipo de organización secreta con aspiraciones a conquistar el mundo y poseían información privilegiada al respecto? Bueno..., algunos sí, pero es más sencillo que eso: estos escritores eran simplemente gente despierta, con capacidad para otear el horizonte y ver hacia dónde marcha esta sociedad. Quisieron avisarla y se encontraron con que les despreciaba al calificarles como autores del género "fantástico".

Claro que lo peor de todo no es la inundación de dispositivos (cada día más potentes, cada día más realistas, cada día más deseables, cada día más entretenidos -ojo a esta última palabra-...) sino la propia transformación del homo sapiens en uno de ellos desde la más tierna edad. La creciente crisis social que padece Occidente y que terminará destruyéndolo (si es que antes la propia Tierra no decide poner fin a esta torturada civilización desatando la nueva era glacial, que tenemos ya en puertas) se implanta en chavales que aprenden antes a buscar pornografía en Internet a través de su teléfono móvil que a desarrollar una relación sana con amigos y compañeros, que destruyen tanques o aviones o soldados en videojuegos con una fabulosa resolución gráfica mientras son incapaces de defenderse en una pelea callejera contra un matón, que se saben las genealogías y las banderas y los reinos y los superpoderes y las vidas y las obras de los personajes del cine y la televisión pero no tienen ni idea de quién hizo qué en su propio país no ya hace mil o dos mil años sino hace tan sólo cincuenta. Hoy mismo se publicaba un espeluznante informe en el Reino Unido de Ofcom, el regulador del mercado de telecomunicación británico, según el cual uno de cada tres adolescentes (¡sólo uno de cada tres!) -de edades entre 12 y 15 años-  y uno de cada seis niños -de 8 a 11 años- es capaz de diferenciar, al utilizar Google, entre un resultado orgánico (natural, lógico) y un anuncio insertado por el buscador previo pago (y eso que Adwords lo subraya con colorines para que se vea bien que es publicidad). En el mismo estudio se señala que más de la mitad (un 53 %) de los adolescentes no sabe que los youtubers, tan de moda ahora, pueden cobrar por recomendar productos y marcas (y de hecho los que no lo hacen es porque todavía no son lo bastante populares pero para eso se metieron en el negocio)... 

Más datos: otro estudio reciente de investigadores de la Universidad de Cambridge publicado por la revista International Journal of Behavioral Nutrition and Physical demuestra que cada hora extra invertida por un chaval ante una pantalla (de teléfono "inteligente", de videoconsola, de televisión, de lo que sea) equivale a 9,3 puntos menos en sus logros académicos durante los estudios de Secundaria (en torno a los 16 años). Para entenderlo mejor: un alumno que podría obtener un notable sin problemas está cosechando un suficiente por culpa de la tecnología que se supone le tiene que ayudar a estudiar e integrarse en el mundo moderno. En las guías de la Academia Americana de Pediatría en 2013 ya se afirmaba que un niño no debe permanecer delante de una pantalla más de dos horas al día, tiempo que hay que reducir a cero patatero en el caso de los menores de dos años. Compárese con los casos reales que puede comentar cualquier lector con ojos en la cara y buenas relaciones con su comunidad. Lo cierto es que cuanto más tiempo se exceda el estudiante ante la pantalla, más obesidad, falta de sueño y conductas agresivas acumulará, aparte del peor rendimiento escolar.  Todo esto sin entrar a valorar los contenidos con los que puede encontrarse durante esta actividad. Y luego hay que escuchar a los tertulianos de los medios de comunicación, tan hipócritas, tan cínicos o tan ignorantes, preguntándose "qué hemos hecho mal" o "qué podemos hacer para remediarlo" ante la falta de valores, de criterios, de objetivos e incluso de ambiciones de la actual juventud...

La verdad es que hay educadores que llevan años advirtiendo acerca de la relación entre la inversión de miles de millones de dólares en dispositivos electrónicos (desde tabletas a proyectores pasando por pizarras electrónicas y tantos otros cacharritos) en las escuelas de EE.UU. y el fracaso escolar registrado por sus alumnos. Pero en Europa se ha hecho estos últimos años exactamente lo mismo..., con los resultados esperados. Un estudio de la OCDE sobre Estudiantes, Ordenadores y Aprendizaje publicado el pasado mes de octubre insistía en esta idea. Es más, precisaba que el uso de pantallas y tecnologías no sólo no mejora las notas de los estudiantes sino que a menudo lo que hace es empeorarlas. Cuanto más tiempo enganchados a Internet, más tarde llegan a clase los alumnos, más faltan a la escuela y más marginados se sienten. Recordemos todos esos atentados de los últimos años de chavales manipulados mentalmente que entran a tiro limpio en las escuelas norteamericanas: todos eran grandes usuarios de la red y muchos anunciaron a través de ella lo que iban a hacer.

 
Catherine L'Ecuyer, una investigadora y divulgadora que ha publicado obras de advertencia en este sentido (como Educar en el asombro y, más recientemente, Educar en la realidad) es una de las expertas que lleva mucho tiempo afirmando que todo se reduce en realidad a un problema de atención, que se pierde al depender de las pantallas. Esto es así porque "la multitarea es un mito y los nativos digitales no son una excepción (...) la riqueza de información crea pobreza de la atención (...) los estudios asocian la multitarea con superficialidad en el pensamiento, colapso de la memoria de trabajo, inatención, dificultad para identificar lo relevante..."  Y así tenemos que los jóvenes de hoy (y los no tan jóvenes igualmente), obsesionados con la conexión a Internet y con tener WIFI disponible hasta cuando están bajo el agua iniciándose en el submarinismo, son "la generación que tiene información, pero carece de contexto. Tiene mantequilla, pero no tiene pan. Tiene ganas pero no sabe anhelar", según cuenta otra especialista, Meg Wolitzer. Doy fe. Cada vez más a menudo me encuentro con auténticos analfabetos digitales que no saben que lo son: creen saber mucho y a la hora de debatir cualquier tema se dedican a enviarme enlaces a entradas de la Wikipedia (esa sobrevalorada y manipuladísima enciclopedia popular) o a cualquier otra web en lugar de argumentar un razonamiento nacido de su propia experiencia o de su reflexión personal. El guión es: tal cosa es cierta o no lo es, merece crédito o no, sólo porque alguien ha publicado sobre ella en una web con muchas visitas y/o prestigio.

Aún otro dato más, para que quede claro el declive general. No hace mucho una publicación alemana daba la voz de alarma acerca de la creciente cantidad de personas que, a base de emplear los teclados de todo tipo de dispositivos, había perdido la costumbre de escribir a mano. Algunas habían llegado al punto de reducir su antigua habilidad para escribir al nivel de un niño pequeño y les costaba un enorme esfuerzo rellenar un simple formulario. Bien, en España vamos camino de lo mismo. Otro estudio calentito, en este caso de IPSOS y titulado Vuelve a escribir, cifra en un ¡¡¡ 75 % !!! el porcentaje de los españoles que ya no escribe a mano y se limita a utilizar el teclado en sus actividades diarias. Y si hablamos de jóvenes entre 16 y 24 años, la cifra crece hasta el 91 %...  Redactar la lista de la compra o corregir textos son dos de las pocas actividades que siguen haciéndose preferentemente con un lápiz o un bolígrafo pero cada vez son más raros los que componen poesía, redactan sus memorias, apuntan sus reflexiones y sus ideas o escriben canciones directamente sobre el papel...


En resumidas cuentas, cada día que pasa necesitamos más de la tecnología. Mucha gente en la actualidad sería incapaz de vivir (y ciertamente será incapaz de hacerlo cuando Ellos provoquen el Gran Apagón, como suele decir MacNamara) sin su colección de aparatos técnicos personales. Ésos que están mutando al homo sapiens no en ser humano sino en un ser progresivamente más y más robótico (y, en el horizonte, aguardan nuevos proyectos hoy en fase de experimentación para acelerar esa conversión en androides, con todo tipo de implantes tecnológicos supuestamente
 destinados a "mejorar" la existencia). Con todo esto, podemos explicarnos perfectamente declaraciones como las que hacía el año pasado Rudi Bianco, el presidente de la empresa Viclone (una compañía española pionera en la creación de asistentes virtuales), según el cual el 80 % de las personas que llama a un servicio de atención al cliente tiene las mismas dudas..., motivo por el cual funciona bien la interacción con robots. Por ello y porque "a todo el mundo le cuesta admitir que no sabe algo, pero eso es algo que no pasa cuando sabemos que es un robot el que está atendiendo nuestras consultas o dudas". Es decir, que estamos más cómodos hablando con un robot que con otra persona. Es decir, están más cómodos. Personalmente, me desespera interactuar con una máquina y siempre que puedo lo evito. Pero la idea, en un futuro ya bastante próximo, no es que la gente se limite a hablar con el robot, sino que tenga su propio muñeco mecánico sexual, diseñado a su gusto y presto a complacer cualquier capricho, por bizarro que sea.

Así que aquí estamos: esperando a Terminator.




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